jueves, 18 de noviembre de 2010

Transformaciones de Juan Manuel Uría en La Biblioteca Imaginaria

“Transformaciones” (Baile de Sol, 2009) de Juan Manuel Uría (Rentería, 1976) es en realidad, y sin imposiciones distorsionantes, un mapa, marca una ruta, un camino. Hace cierto aquello de que no hay poesía, se hace poesía al escribir y se hace poesía al leer.

Busca el autor que el lector le siga pero no se lo advierte, no viene a convencernos, permite que su poesía nos subyugue hasta conseguir que caminemos por las transformaciones que él mismo ha experimentado a lo largo y ancho de estos poemas rotundos y salvajes.

Estos poemas no nombran, no suscitan sólo imágenes, despiertan sentimientos, pulsan teclas emocionales en el alma, son capaces de inyectar pánico y belleza al mismo tiempo. No necesitan música, no necesitan encorsetarse en estructuras alienantes, en su marcha libre conducen al lector hacia un punto luminoso dentro del camino que pasa por un túnel. Al final, envueltos en sus cadencias emotivas y plásticas, nos espera la vida dotada de otras imágenes, pintada de colores nuevos.

Juan Manuel Uría trae en sus versos las ganas de ser, la memoria secreta de haber sido, la congoja de no ser, la búsqueda de un lugar en el mundo. Trae los amores hallados y los mitos fundacionales con sus imágenes que nos llevan al principio mismo de todo. Trae la belleza y el horror pone su semilla de palabras en el desierto del alma para asombrarnos. La niñez y la enfermedad, la locura de ser y pertenecer al género humano con sus pocas certezas y sus muchas dudas.

El fraseo contundente es una constante en los poemas de Uría. Construye su poesía con elementos precisos que logar encender la emoción y la belleza. Por ejemplo versos como estos: “¿Quién suturará su inocencia?” (p. 34), “…con caligrafía parecida a un grito” (p. 42), o la maravillosa “Entre cendales de jazz reúno fragmentos sueltos de Dios” (p.91). Vemos en esta pequeñísima muestra como Uría reúne las palabras para darnos luz poética.

Nietzsche, presta sus “transformaciones” al autor. Es ese proceso vital el que divide en tres el poemario: Camello, León y Niño. Los poemas de cada sección habilitan los espacios para estos momentos vitales. El camello trae, carga. El León se revela, ruge. El Niño es consecuencia, llegada, descanso. Es entonces cuando constatamos que hemos estado recorriendo un camino poético vivo, instalado en la cercanía de lo cotidiano, que pulsa la realidad y remueve.

La clave está, para mí, en la página 130, casi en medio del poema: acabo como empecé pero ahora soy otro. Allí está el fin de este viaje, de estas transformaciones: ser definitivamente otro, que la poesía, habiendo caído en el alma, brote y se convierta en hitos que marquen el camino para cuando volvamos por allí.

Me quedo con uno de los mejores poemas de este libro, el cual me ha acompañado en varios momentos. Está en la página 130 y en uno de sus versos dice por eso preferimos el juego locuaz y temerario de los niños a las sentencias de piedra. Nos habla del asombro y de la capacidad necesaria de sorprendernos cada día, como los niños que no renuncian a la diaria sorpresa.

Juan Manuel Uría ha conseguido en este poemario subir muy alto en su ser poético y augura más libros, más luz poética, más de esa mezcla inusual entre razón y estética que tan bien practicó Nietzsche en su día.

Pedro Crenes Castro


 

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