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martes, 6 de diciembre de 2016

Reseña de LOS ARTISTAS, de Javier Cánaves en el blog El Fescambre








martes, 29 de noviembre de 2016

Adicción al vértigo


En Ávidas pretensiones (2014), una divertida novela de Fernando Aramburu, hay un episodio en el que uno de los personajes, poeta atrabiliario, para más señas, trata de poner la verdadera distancia entre la poesía y la novela con la siguiente argumentación: “Para que el poema obre un efecto poético es indispensable que el lector lo asuma como propio. Si no, no funciona. Ocurre al revés que con las novelas. En ellas el lector puede a lo sumo identificarse con las figuras de ficción, en modo alguno asumir directamente la experiencia de estas. Te puedes reír de don Quijote, pero nunca serás el manchego que sale al campo de aquella época lejana vestido con unas latas de caballero andante. O puedes apenarte de Anna Karenina cuando se tira al tren, pero en todos los casos eres el espectador de una historia, conmovido o no, ese es otro asunto”.

Pero, ¿qué ocurre cuando el lector tiene entre sus manos una historia introspectiva, una narración poética de alguien que expone su propia biografía para sacudirse de aquello que lo abrasa y ahoga? Quizá ya no baste apenarte, como lo hiciste con la heroína rusa, ni tampoco compadecerte, como sobrellevaste las desventuras del caballero andante. Los artistas (Ediciones Baile del Sol, 2011) del poeta Javier Cánaves (Palma de Mallorca, 1973) es una novela sentimental y existencialista, con mucha carga lírica, que rompe en buena medida esa línea determinante que postula el personaje de la novela citada del escritor donostiarra.

En esa intersección, Julio Cantallops, el protagonista de la historia de Cánaves, explora la trastienda de sus vicisitudes: necesidad de huida, apagones creativos, malestar o fracasos amorosos... La voz del narrador en segunda persona, opresiva y propensa al recuerdo le interpela incesantemente sobre su inconsistencia artística, a pesar de haber conseguido algunos premios en varios certámenes literarios, pero también se invoca permanentemente al lector, no solo como confidente, sino como si fuera miembro de un jurado popular que examinara un caso.

A veces ocurre que llegar tarde a la lectura de un libro publicado hace tiempo y enlazar la reseña de dicho libro con una cita, escrita con posterioridad, para engarzarla en la misma, pudiera parecer un contratiempo, pero el azar propicia caprichosamente estos hallazgos que favorecen inopinadamente la perspectiva de lo que uno desea expresar sobre lo último que acaba de leer, especialmente, cuando obtiene suficientes réditos del mismo. El resultado para el lector no es otro que verse involucrado activamente en la encrucijada vital que propone el artista. En esta ocasión, Cánaves lo logra gracias a su prosa poética y al despliegue que hace de voces narrativas que vivifican la historia de su personaje, un ser apesadumbrado que no cesa de cuestionar el sentido de su existencia y la valía de su obra.

Hay capítulos, los más breves, narrados en primera persona por boca de Samantha Roten, una de las mujeres que Cantallops conoce en uno de los bares de copas que frecuenta. Los otros capítulos, trazados en forma de diario, sostienen al personaje en un estado de vigilia sobre la situación crítica que atraviesa su autoestima creativa. Aparecen también varios artículos que el personaje ha publicado en el periódico local, así como algún poema. Toda esta cadena de recursos literarios parecen anunciarnos un desenlace que invita a pensar hasta dónde será capaz el protagonista de aguantar y si resarcirá su incompleta trayectoria o asumirá directamente su propio descrédito.

Javier Cánaves ha escrito una historia que no se asienta en la impostura del mundo artístico, y eso no quita para que aparezca alguna mácula de artificiosidad en algunas opiniones de sus protagonistas. Pero debemos disculparla, habida cuenta de que son expresadas cuando el alcohol se hace dueño del desencanto que ellos mismos se brindan, y el autor no repara en evitarlo, dejando actuar como cree que debería hacerlo cada personaje cuando interviene.

Los artistas es un libro breve, lírico e intenso, una estupenda novela que tiene puestas las bisagras narrativas en la autoficción y sus goznes literarios en la difícil tarea de la creación artística y su reconocimiento. La adicción a ese vértigo conlleva incluso quemarse gozosamente.

Publicado por Jimy Ruiz Vega en 12:12:00


miércoles, 23 de mayo de 2012

Los artistas, por Javier Cánaves


Editorial Baile del Sol. 97 páginas. 1ª edición de 2011.

Hace ya un año y medio hablé de la primera novela de Javier Cánaves (Palma, 1973), titulada La historia que no pude o no supe escribir (Baile del Sol, 2009) (pinchar AQUÍ). También he comentado en el blog que, tiempo antes, después de haber leído sus libros de poemas Por fin has conseguido que odie el blues (Premio Hiperión, 2003) y El peso de los puentes (Premio ciudad de Palma, 2005), gracias a internet, le he conocido en persona, y mantenemos una amistad en la distancia que consigue hacerse presencial un par de veces al año. Así que, además de que compartimos editorial –Baile del Sol–, el autor de esta novela es un amigo.
Fui a buscar Los artistas a la Casa del Libro de Goya, y aunque me dijeron que la habían tenido no estaba en ese momento y la tuve que encargar. A la semana pude recogerlo.

Cuando leí La historia que no pude o no supe escribir, dije sobre ella: “Esta será una historia de juventud, o del fin de la juventud”. En esa primera novela publicada de Cánaves, el personaje va a cumplir los 34 años y decide evocar, en una sola noche, sentando frente a una pantalla de ordenador, el recuerdo de un amor que marcó el fin de su juventud.
En Los artistas el recuerdo de la juventud también corroe al personaje principal, Julio Cantallops: “Los sueños de una juventud que se resiste a abandonarte siempre acaban enturbiando, modificando, posponiendo los planes de futuro, nunca realistas, asequibles, siempre entreabierta una puerta a lo imposible o quizás sólo improbable” (pág. 11, y primera del libro); pero, aunque el tono es parecido al de su anterior novela, Los artistasanaliza otra faceta del fin de la juventud, ya que, además de asumir la falta de intensidad de las relaciones amorosas adultas, se incide sobre la derrota que supone no haber alcanzado los sueños artísticos que parecían abrirse ante nosotros (en caso de tener sueños artísticos) a los 20 años: “En realidad no estás donde quieres estar, no ocupas la posición que crees que te mereces, aunque hay veces (es cierto) que disfrutas de un modo enfermizo de la autoflagelación” (pág. 17).

Javier Cánaves, aunque ha cambiado el nombre de su personaje, de Javier Cánaves a Julio Cantallops (se mantienen sin embargo las iniciales, JC), juega en Los artistas a la autoficción: el personaje tiene la misma edad que el autor cuando escribe la novela, ganó varios premios de poesía en el pasado (un pasado que empieza a sentir como lejano), publica artículos en un periódico local, tiene un trabajo fijo que poco tiene que ver con la literatura, y vive en una ciudad que es fácil identificar con Palma (es recurrente la imagen de la catedral en el paseo marítimo); y si uno es seguidor de su blog (Tu cita de los martes) no es difícil encontrar similitudes entre el estilo de las entradas publicadas ahí y el de su novela.
Pero Javier Cánaves, aunque se sirve de Julio Cantallops para exorcizar algunas de sus obsesiones, no es su personaje, o no es exactamente su personaje (al menos en la medida en que yo puedo conocerle).

La temática de Los artistas (la derrota del sueño de ser reconocido como escritor) me ha parecido tratada con una intensidad más madura que la de La historia que no supe no pude escribir, donde se hablaba principalmente del fin del sueño del amor juvenil. La prosa de esta segunda novela evoca –de una forma más precisa– el estilo poético, opresivo, detenido y denso de las obras de Juan Carlos Onetti, al que Cánaves admira.

Además, los recursos narrativos son aquí más ricos:
Se emplea una segunda persona que interpela continuamente al personaje, y que podría ser interpretada como una conversación del autor consigo mismo, además de invocar continuamente al lector. Una segunda persona que había visto usada hasta ahora sólo en dos novelas de Carlos Fuentes (Aura e Instinto de Inez) y en A bordo del naufragio de Alberto Olmos.
También podemos aproximarnos en Los artistas a la figura del personaje retratado, Julio Cantallops, a través de páginas de su diario, de sus artículos publicados en el periódico local, o incluso a través de sus poemas.
Además existe un curioso juego de voces narrativas: los capítulos múltiplos de 3 están narrados en primera persona por el personaje de Samantha Roten, una de las mujeres que Cantallops va a conocer en una de sus noches de bebedor solitario, que en un futuro –lejano al tiempo principal de la novela– contestará a las preguntas que un periodista le plantea sobre Cantallops. Un periodista que puede ser real o una ficción creada por la imaginación de Cantallops (un periodista que puede ser el mismo Cantallops investigando sobre su muerte o desaparición), en un juego ficcional que recuerda al de las novelas de Paul Auster.

El mayor logro de Los artistas es la recreación de una atmósfera, como ya apunté, densa y opresiva, de pura derrota onettiana; que en algún momento me ha hecho pensar también en algunos de los versos de Juan Luis Panero, al que tanto Cánaves como yo consideramos un referente: “Restos de una juventud que no termina de abandonarme. Este romanticismo grotesco, este creer en la belleza, en la necesidad de unos gestos triviales y ridículos” (pág. 65). Para crear esta atmósfera, Cánaves tiene sobradas dotes de poeta.

Y como debilidades voy a señalar dos:
Samantha Roten, una bebedora solitaria que Cantallops conoce en un bar, me parece que tiene un discurso demasiado artificioso para el personaje que representa. Por ejemplo, le dice a Cantallops (en la barra del bar): “Yo también he visto la vida desde una perspectiva muy distinta, llámalo juventud, ingenuidad, oportunidad perdida, etcétera, en fin, esa vieja historia, pero eso, claro, no me convierte en artista, para nada, hay que tener el don, hay que saber transformar el asco en belleza, en una de sus múltiples formas. Si no haces eso, no eres más que un pobre desgraciado con una historia triste que contar en la barra de un bar, una historia idéntica a la de millones de personas que buscan el refugio de la noche para huir de lo que ha sido y es su vida”.

Si bien la primera mitad de Los artistas me ha parecido potente, con una prosa muy intensa y labrada, he sentido, hacia el final del libro, que la capacidad poética del autor podía llegar a ahogar su vocación narrativa. Todas las escenas de este libro están contadas a través de la lúcida visión de la derrota vital; y yo avanzaba por las páginas como si estuviera leyendo poemas de Cánaves (los cuales admiro desde hace años); pero, quizás, sentía que se quedaba en un segundo plano la evolución de la historia en el tiempo, como si los encuentros de Cantallops con otros personajes, o las escenas descritas, no tuvieran capacidad para ejercer ningún cambio en la evolución de la trama, salvo en las últimas páginas, precipitando un final un tanto inverosímil (aunque muy onettiano, por otra parte).

Sé que Cánaves tiene otra novela terminada pendiente de publicación. Y sé que esta otra novela –que junto a las dos anteriores forma una especie de trilogía sentimental– tiene un número de páginas mayor que las dos que ya he leído.
Espero con interés descubrir cuál es la evolución del Cánaves narrador.

martes, 27 de marzo de 2012

"Los Artistas" de JAVIER CÁNAVES: una nívola contemporánea


"Parecerá acaso extraño a alguno de nuestros lectores que sea yo, un perfecto desconocido en la república de las letras españolas, quien prologue un libro de don Miguel que es ya ventajosamente conocido en ella, cuando la costumbre es que sean los escritores más conocidos los que hagan en los prólogos la presentación de aquellos otros que lo sean menos. Pero es que nos hemos puesto de acuerdo don Miguel y yo para alterar esta perniciosa costumbre, invirtiendo los términos, y que sea el desconocido el que al conocido presente.
Porque en rigor los libros más se compran por el cuerpo del texto que no por el prólogo, y es natural por lo tanto que cuando un joven principiante como yo desee darse a conocer, en vez de pedir a un veterano de las letras que le escriba un prólogo de presentación, debe rogarle que le permita ponérselo a una de sus obras. Y esto es a la vez resolver uno de los problemas de ese eterno pleito de los jóvenes y los viejos."
VÍCTOR GOTI, "Prólogo" , NIebla.

        La distancia entre Goti y yo es  evidente: de momento, yo no soy un personaje, quizás una marioneta en algunos momentos, pero eso es otro tema...; no diré mi edad por coqueteo, pero ya no soy joven; tampoco he prologado el libro de Javier, pero sí pienso dar mi opinión sobre él. 
        La cita de la nívola unamoniana es un regalo para el autor. No es casual: Julio Cantallops me recuerda a Augusto Pérez, inmerso en esa lucha por la supervivencia constante en un mundo lleno de insatisfacciones, mediocre. El primero busca el amor verdadero, fuera de ideales; el segundo intenta que su autor no lo sacrifique. La mezcla de voces narrativas de ambas lo ratifica. Javier nos confunde durante todo el relato con diversas voces y testimonios, quizás con la intención de distanciarse como autor; pero sorprendentemente causa la emoción inversa: empatizamos con el protagonista y tal vez con Cánaves. Ese escritor insatisfecho, cuya vida resulta pornográfica y grotesca, se convierte en un modelo en el título Los Artistas, pero primero lo será para una mujer vulgar, a quien acude por desesperación...
        Quizás haya más similitudes entre ambas novelas, los autores también comparten inquietudes. Ambos forman parte de una época en que la palabra "crisis" está boca de todo el mundo. Posiblemente, la lucha existencial sea diferente; pero los tiempos han cambiado: ahora lo importante no es la existencia de Dios, sino la conciencia de que somos más vulnerables que nunca ante el amor y que la felicidad resulta más angustiosa que el desengaño, porque es necesaria más implicación emocional...

viernes, 23 de marzo de 2012

Los artistas, de Javier Cánaves

Los artistas (Baile del sol)

El cada vez menos poeta Javier Cánaves, parte de sí mismo para conducir esta novela que, como las grandes, no trata de nada pero habla de todo.
Julio Cantallops, escritor estancado en un cómodo olvido del gran público tras un fulgurante inicio literario, con varios premios importantes de poesía, tiene un trabajo que le permite vivir bien, colabora en el diario más importante de la ciudad con un artículo semanal y no le faltan mujeres. Parece que tiene todo lo que un hombre puede desear y ahí comienza el juego: no es feliz. Tiene un gran vacío, fantasmas de un amor perdido que jamás encontrará en las barras de bar ni en ningún otro lugar, la sensación de estancamiento creativo, de tener menos fama de lo que realmente merece.
El acierto de esta novela es la empatía que se crea con el protagonista, en la cual no es necesario ser artista, sino mamífero, que diría Jesús Lizano: No llega a ser pesadilla, pero todo tiene la textura de esos sueños incómodos en los que no sucede nada extraordinario pero de los que uno desea despertar cuanto antes, y ese párrafo del libro define la historia. Inquietante, pues te obliga a hacerte preguntas de las cuales no quieres saber las respuestas. ¿Eres feliz? ¿Estás aprovechando tu vida? Da igual que las dos respuestas sean afirmativas, temes que te estés mintiendo.
Aparte está el juego en la novela con segundas y terceras voces que se intercalan o incrustan en la trama: artículos escritos por el protagonista, retales del diario, comentarios de gente que le conoce, etc, muy bien llevados por el mallorquín, sin desbaratar ni menguar el interés en ningún momento.
Y esto ya es personal, leer a Javier (su blog AQUÍ) da ganas de escribir, de sentarse a crear un poema y creértelo tuyo, robar un matiz, una sensación. Quizás por eso Cánaves no escriba poemas hace meses, puede que los artistas de mierda se los estemos robando.
Si con eso sigue escribiendo novelas como Los artistas, no está tan mal. 

http://elhombreinvisible-invisible.blogspot.com.es/2012/02/los-artistas-de-javier-canaves.html 

miércoles, 21 de marzo de 2012

Los artistas, crónica de una muerte por inanición


Javier Cánaves nos acerca en Los artistas a todas las orillas del desconsuelo. Detallándonos la búsqueda vital ralentizada de un joven con vocación de escritor y vocación de vacío. Entre el ego y el desprecio por sí mismo, Julio Cantallops no sabe hacia dónde dirigirse, de qué modo aliviar su desasosiego. Se quiere convertir en personaje de las mismas novelas que renuncia a escribir, interpretando un papel que a ratos le queda pequeño y a ratos grande. Nos ayuda a descubrir su juego el recuerdo vago que ha dejado en una mujer, una mujer que le atraía y le repugnaba a partes iguales, tal vez porque en ella no dejaba de reflejarse su propia historia de soledades y miedos.
Con una prosa que va de lo prosaico a lo poético, en un vaivén que tiene mucha relación con las inseguridades de su protagonista, Javier Cánaves consigue contagiar esa inquietud que provoca la deriva: “Las palabras debería servir para escapar de este precipicio, de esta parálisis que empuja a la caída”, escribe Julio Cantallops. 
Los artistas “se pasan la vida buscando el puente más hermoso desde el que saltar, ese salto que podría justificar todas las lágrimas de niños perdidos que llevan dentro”, asegura la mujer a la que nunca amó Julio Cantallops. Y así es en la novela, el escritor no encuentra salvación ni en el amor ni en la literatura, muere de inanición tras dar cuenta de toda la crónica de su apatía.
Una novela que no da tregua y que, después de La historia que no pude o no supe escribir, publicada también en Baile del Sol, confirma a Javier Cánaves como un extraordinario narrador y un testigo del desconcierto actual de nuestra sociedad.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Esto que llamo amor. Un fragmento de “Los artistas”, de próxima aparición


«Empezaré por el final, es decir, por el presente, por ahora mismo, por lo que sé más a allá de toda duda: esta vez es diferente. Esto que siento –perdona si sueno demasiado cursi o grotesco– no tiene nada que ver con ninguna historia del pasado, no se trata de pasión transitoria, de la ceguera que nos produce toda mujer nueva, por inventar y destruir. Tampoco, como puedes imaginar, tiene que ver con la comodidad o la aceptación, esos premios de consolación, lo hemos hablado tantas veces. Estuve a punto de ceder y caer en la trampa; tal vez, si no hubiera conocido a Silvia –se llama Silvia– me hallaría inmerso en esa mentira con la que combatimos la soledad, cualquier forma de miedo al futuro. En fin, no quiero ponerme trascendente, no quiero que pienses que me he vuelto loco. Sigo siendo Claudio, el pintor. Ya lo has visto. Pero Silvia es otra cosa, cómo explicarlo; me reafirma en el mundo y a la vez me salva de él. Es la distancia desde la cual todo se vuelve tolerable. Amo su cuerpo, su mente y su silencio. Como todos, tiene sus zonas de estupidez, pero siento que encajan a la perfección con las mías. Su forma de reír o de mirarme, la confianza, la ausencia de dudas, su bondad admisible. Me siento estúpido hablándote así. ¿Me odiarás si te digo que creo haber accedido a otro plano, a otro nivel en el que las cosas son más digeribles? No es que fuera un pesimista, ya lo sabes, pero el escepticismo estaba ahí, en nuestras conversaciones, en nuestros proyectos, en cualquier cosa que tuviera que resistir la llegada de un mañana, la exigencia de resultados. Supongo que no somos lo suficientemente estúpidos ni lo suficientemente inteligentes. Eso es lo peor, sin duda. Pero me estoy alargando y ya no sé ni lo que digo. No buscaba salvarme, por eso me salvé, por eso mismo me salvó. No sabría decirte de qué. Pero ahí estaba, en la inauguración de la exposición de Flora Camprubi, una compañera de la escuela de pintura, con su copa de cava en la mano, accesible y con ganas de charlar. Fue tan sencillo quedar para cenar con ella la noche siguiente, que ya he olvidado el subterfugio que empleé. Algo sobre Egon Schiele, algún discurso trasnochado sobre el destino extraño de los artistas. Conoces esos trucos. Me encontró divertido, tuve esa suerte. No habíamos llegado a los postres y yo ya lo sabía. Allí terminaba la búsqueda que nunca fui consciente de emprender. Fui capaz de relajarme mientras removía el café. Sus ojos, ya los has visto, esos ojos me lo dijeron todo. No hubo esfuerzo. No hacía falta fingir, o quizá solo lo imprescindible para hacerlo durar más. Insisto: no se trataba de fascinación, eso no dura, es un embuste, o tal vez lo fuera, pero de un modo distinto. Fascinación por lo que estaba sucediendo, sobre todo dentro de mí, por lo que iba tomando forma sin que pudiera controlarlo, feliz ante el espectáculo, cada vez más convencido. Lo demás no es muy diferente a una historia común. Hubo otras citas, otras palabras, sexo y desayunos; sesiones fotográficas, historias del pasado, inverosímiles ahora; paseos y bares, algún que otro plan para los días que vienen, los meses, puede que los años; planes minúsculos, apenas esbozados, no hace falta mucho más. Lo curioso es que cualquiera que me oyese diría que he caído en la trampa, pero créeme si te digo que nunca antes me sentí más libre, más Claudio, más imprescindible fuera de esto que –a falta de otro nombre o por pereza– llamo amor».


Fragmento de Los artistas (Baile del sol, 2011), de Javier Cánaves