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jueves, 9 de diciembre de 2010

Los que están llegando: STONER de John Williams


«Se trata simplemente de una novela sobre un tipo que va a la universidad y se convierte en un maestro. Pero es una de las cosas más fascinantes que jamás he encontrado.»

Tom Hanks

En efecto, nada más sencillo de contar que el argumento de esta obra. William Stoner, hijo único de un matrimonio de granjeros que sobrevive en la penuria material, es enviado a estudiar agricultura a la Universidad de Missouri. El objetivo de su padre es sencillo: que el chico aprenda técnicas nuevas y que, a la vuelta, se haga cargo de la granja.

Pero en esas clases donde se sabe un intruso, y extrañamente espoleado por un profesor irónico y cascarrabias, Archer Sloane, descubre la literatura, y de qué manera los libros pueden cambiar su vida.

Siguiendo el consejo de Sloane, Stone decide no seguir a los compañeros que se alistan para combatir en la Primera Guerra Mundial, y también gracias él se convierte en profesor. Luego, conoce a la joven Edith, que pronto convierte en su mujer. Es su primer gran error, y aunque el nacimiento de su hija Grace le concede una tregua, la vida conyugal será siempre un infierno contra el que su carácter pasivo le impedirá rebelarse.

Enfrentado también a un colega del claustro que llega a ser su superior, los años pasan entre las miserias personales y las decepciones profesionales. Sólo una breve pero intensa aventura amorosa y una tardía reivindicación de su valía profesional alivian sus últimos años, que se consumen sin haber logrado lo único que de verdad ansiaba: la paz interior.

«Una novela tan hermosa que la recomendé a mi editor para que comprara los derechos y el lenguaje es tan delicado que quise traducirlo yo misma.»

Anna Gavalda

 

«Un retrato magistral de un hombre virtuoso y verdadero.»

The New Yorker

 

«Una sencilla pero vibrante obra.»

The Times Literary Supplement



John Williams (1922-1994) nació y se crió en el noreste de Texas en una familia de granjeros.

Después de desempeñar varios empleos en periódicos y estaciones de radio, se enroló en el ejército en 1942. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, fue a la Universidad de Denver, donde obtuvo su licenciatura en 1949, y su maestría en 1950. Durante este periodo publicó su primera novela, Nothing But the Night (1948), y su primera colección de poemas, The Broken Landscape (1949).
En otoño de 1950, Williams se integró en el claustro de profesores de la Universidad de Missouri, donde dio clases y obtuvo el doctorado en 1954. Años más tarde vio la luz su segunda novela, Butcher's Crossing (1960), en tanto que su segundo poemario, The Necessary Lie, fue publicado en 1965, justo cuando él se convirtió en editor de la revista literaria University of Denver Quarterly, responsabilidad que asumió hasta 1970. Precisamente ese año llegó a las librerías Stoner.
Su última obra publicada, Augustus, fue ganadora del National Book Award de ficción en 1973. Tras jubilarse de la Universidad de Denver en 1986, Williams se trasladó con su mujer a Fayetteville, Arkansas, hasta su muerte el 3 de marzo de 1994. Una quinta novela, The Sleep Of Reason, quedó inacabada en el momento de su fallecimiento.



La crítica, unánime

«Stoner, de John Williams, es algo más que una gran novela, es una novela perfecta, bien contada y muy bien escrita, de manera conmovedora, que quita el aliento.»

The New York Times Book Review

 

«[Es] algo aún más extraño que una gran novela: es una novela perfecta, tan bien narrada y tan hermosamente escrita, tan profundamente conmovedora, que te deja sin aliento.»

 Morris Dickstein

 

«El mejor libro que he leído en 2007 fue Stoner de John Williams. Es quizás el mejor libro que he leído en años.»

Stephen Elliott, The Believer

«Stoner está escrito en el más franco de los estilos... la razón. Su héroe es un oscuro académico que soporta una serie personal y profesional de agonías. Sin embargo, la novela es absolutamente fascinante y sencilla ya que su autor, John Williams, trata a sus personajes con una sencillez y honestidad tan brutales que no podemos dejar de amarlos.»

Steve Almond, Tin House


«Williams no escribió mucho en comparación con algunos novelistas, pero todo lo que hizo fue excelente... es una pena que hoy en día no se le lea más a menudo... Pero es genial que por lo menos dos de sus novelas [Stoner y Butcher's Crossing] hayan vuelto a reimprimirse.»

The Denver Post


«¿Por qué no es más conocido este libro?... Muy pocas novelas o escritos literarios de cualquier tipo, han llegado como Stoner a estar tan cerca de un alto nivel de sabiduría humana o a una obra de arte.»

CP Snow


«Formal, espléndida y conmovedora. Lo que hace que Stoner sea tan impresionante es la intensidad de la figura y el carácter de un autor de altura.»

Irving Howe, New Republic


«Un retrato magistral de un hombre virtuoso y verdadero.»

The New Yorker

 

«Una sencilla pero vibrante obra.»

The Times Literary Supplement

 

M-121. Narrativa. 2010. 246 páginas. Traducción de Antonio Díez. ISBN: 978-84-15019-34-3. 15 €.

 

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Los que están llegando: NO EXIT de Ioan Es. Pop

SO-128. Poesía. 2010. Traducción de Dan Munteanu. 150 páginas. ISBN: 978-84-15019-27-5. 10 €.

o recuerdo para nada el tiempo cuando me trajo al mundo pero 
por apresurarse me trajo directamente al otro mundo. 
ahora se esfuerza para que yo parezca vivo, que sufra menos, 
apila a mi alrededor muebles y dolor, 
paredes de escombros que ella espera que me vistan algún día, 
para que parezca que yo también soy de este mundo. 
no tiemblo más ahora con mi piel pero tiemblo ahora 
con las paredes y tiemblo como si vistiera 
sólo una camisa fina y mojada pegada a la espalda. 
y mi casero también se dio cuenta 
que tiemblo, porque tiemblo con las paredes de su casa 
y un día me echará también de aquí 
porque el sudor ya sale por la argamasa 
y chorrea en su habitación. 
si hubiera tenido también esperanza, este sótano de la buhardilla, 
este pijama mojado de ladrillo y cal, 
hace tiempo que se hubiera derrumbado sobre mí, se lo juro. 
tengo que llamar a un médico, juro por Dios. 
estoy tan empapado que tienen que pasarme por fuego. 
no por casualidad, para poder desaparecer, 
los griegos inventaron a los romanos.




el pequeño porcec

            Todo comenzó a los seis años, cuando decidieron sacarle a volar al pequeño Porcec. Era domingo, verano y en el pueblo había fiesta. Le dijeron: ahora ya eres grandecito, dentro de poco irás al cole, Porcec, tienes que aprender a bailar, tienes que estar igual que los demás. Y la abuela le cogió de la mano y no le soltó más, decidida a darle a Porcec aquel día el bautismo de la comunidad. Cuando llegaron a la casa de cultura, el baile ya había comenzado. La abuela se sentó en la banqueta adosada a la pared, como se sentaban todas las mujeres mayores. Igual que en la iglesia, la abuela tenía también aquí su asiento fijo solo suyo, como debían tenerlo todas las mujeres mayores. Formaban, por lo lados, un círculo alrededor de los danzarines; por debajo de sus pañuelos negros lanzaban miradas de aves de rapiña hacia ellos. Elogiaban o se mofaban. Nunca se les escapaba nada. O por lo menos esto fue lo que sintió Porcec cuando su abuela se sentó en la banqueta, al lado de las demás. Él se había quedado de pie. A su altura, los danzarines desencadenados y ruidosos rodaban en un trote violento, levantando el polvo del suelo a su paso como una manada aguijoneada desde atrás hacia el matadero. Entonces, su miedo se soltó de repente, grueso como la sangre que sale bruscamente por la nariz; y si la abuela le empujaría en aquella maraña de pies, le aplastarían, le harían rodar como una pelota de trapo, le harían trizas. Logró ver a su primo Anchidim lanzándose entre los danzarines adultos con pasos seguros, como uno de ellos. Anchidim tenía seis o siete meses menos que Porcec, pero había descubierto ya el secreto y el deleite del baile; a él no le paralizaban las miradas escudriñadoras de las mujeres de los lados, tenía  a su pareja fuertemente agarrada con sus manos, colorado por el placer de dar vueltas y orgulloso porque la gente le estaba mirando. Y el miedo de Porcec creció y su primer impulso fue desprenderse de la banqueta de la abuela y huir. Ahora sentía todos los ojos clavados en él, inmóviles, un racimo de ojos del cual chorreaban hacia él olas de mosto denso y pegajoso, pegándole los pies al suelo. La abuela le había cogido de nuevo de la mano, ahora estaba dentro de una gran ave de rapiña, ahora ya no había modo de escapar. Y las chicas de su edad le miraban también reprobadoras y todas parecían muy buenas bailarinas y le despreciaban a él, Porcec el inmóvil, Porcec el pipíolo. Y entonces la abuela, decidida como siempre, se levantó de la banqueta y le empujó a Porcec a sentarse en su lugar. Se fue directa a una chiquilla del tercero, una llamada Ica, la cogió de la mano y la trajo delante de Porcec. Ica era menudita, feucha y amorfa, olía a naftalina y se movía pesadamente. Quizá la abuela había elegido para Porcec más bien una víctima que una pareja. Había querido que Porcec se sintiera el dueño. El cuerpo de Porcec se convirtió en hielo. La camisa de Porcec se convirtió en hielo. Las bonitas sandalias de Porcec se convirtieron en hielo. Las miradas le rodearon por completo. Ya no podía escapar. No podía eructar  la pelota de trapo de su garganta. En vez de hacer todo esto, para parecerse a los demás, tomó la mano de la chiquilla y se dirigió hacia el centro del círculo de danzarines. A perderse entre ellos. A mezclarse con ellos y desaparecer. Ella le puso las manos en los hombros, como tenían que hacer las muchachas. Él la agarró con sus manos por la cintura, para parecerse a los hombres. Parece que así hay que comenzar. Así, aprobó con la mirada, después de unos pasos, la muchacha. Así, Porcec cobró un poco de valor. A su lado pasaron en un torbellino Anchidim y su menuda pareja. A Porcec le pareció bonita la manera de bailar de Anchidim, pero en sus propios pasos – dos a la izquierda, dos a la derecha – , como tenían que bailar todos los novatos no encontraba ningún encanto. Y entonces, el pequeño Porcec decidió seguir el ritmo de su primo Anchidim, probar la borrachera del auténtico bailarín, olvidarse de las miradas de las mujeres sentadas por lo lados. Tomó impulso para dar una vuelta, sus pasos se multiplicaron y se aceleraron y Porcec logró incluso a dar una vuelta, como un bailarín verdadero. Pero en aquel momento, sus manos se olvidaron de la chiquilla, la muchacha se desprendió, tropezó y se cayó. Porcec volteó un instante más, solo, luego se enmarañó en el ovillo de sus propios pies, rompió el círculo de danzarines y rodó en algún lugar debajo de las banquetas adosadas a los lados.
            Así fracasó la presentación de Porcec en la sociedad en paso de baile. El mundo se rió de él durante mucho tiempo, y él se dio cuenta que aquél ya no era su mundo. Porcec intentó bailar unas cuantas veces a lo largo de los años, pero nunca logró hacerlo de verdad. Es decir olvidarse de sí mismo y dejarse llevar por el baile. Nunca logró transmitir a sus parejas una pizca de euforia. El ritmo de sus movimientos quedó caótico; el pequeño Porcec, el de los seis años, siempre tropezaba y se caía, aterrado y suplicando, en el cuerpo del Porcec de hoy. Año tras año, domingo tras domingo, cuando había baile en el pueblo, Porcec se alejaba de los demás con el alma en el suelo, se retiraba en los lavabos públicos y encendía un cigarrillo. Era lo único que había aprendido de las personas adultas. En la oscuridad del aseo, Porcec imaginaba un baile apasionado y nunca visto, en el que él, Porcec, era insuperable. En realidad, Porcec jamás bailó ese baile.
            En cambio, aprendió a disimular. A parecer que no es distinto de los demás. Sus placeres se volvieron solitarios y culpables. Llegó a ser un adolescente sonámbulo y extraño. La alegría y la salud de los que le rodeaban le ensombrecieron totalmente.
            Leyó libros. Se empecinó en comprender por qué a él, al joven Porcec y luego al adulto Porcec, a pesar de todos sus intentos de parecerles conversador y divertido a los otros, la risa le sonaba ronca y la conversación grotesca. En él ya nada tuvo un ritmo natural ni simplicidad. Apenas en el trigésimo cuarto año de su vida, Porcec tuvo la osadía de comprenderse plenamente a sí mismo. Entonces le fulminó el recuerdo del baile de los seis años y entonces Porcec odió con toda su fuerza al pequeño Porcec que, a los seis años, al fallar en su primer baile, les había negado a todos los Porcec que se sucederían en el mismo cuerpo desde los siete a los setenta años, cualquier comienzo.
            La abuela de Porcec murió hace tres años. Porque la quiere, la odia todavía y la echa de menos. Desde ese momento, aunque alguna vez lograse hacer algo en la vida, ya no tendrá a quién mostrarle sus pequeños triunfos. Ya no tendrá jamás a nadie ante quien rehabilitarse.

            Los últimos años, Porcec empezó a modelar, en el desván oscuro de su casa, manos de escayola. Son manos de distintos tamaños y diferentes expresiones. Algunas son manos muy grandes y robustas, parecen que quisieran agarrar eternamente en sus tenazas la cintura de la muchacha de seis años, que no se les escape. Otras son manos vacilantes y delgadas, sus manos verdaderas. Hay también una mano gigantesca, autoritaria, justa, castigadora, de uñas grandes como unos ojos, entre sus manos de escayola será talvez la abuela o el buen Dios. Pero entre esas manos no hay ninguna bella. Todas son monstruosamente diferentes de las manos humanas. Pero es posible que esto se deba también a la oscuridad del desván de su casa.

porcec:
se prevén reveses regulares para este verano.
el pasado decae y está claro que de un año como éste
ya no disfrutaré nunca más.
se prevén reveses grandes este verano, se lo juro.
el otoño apenas se mantiene bajo el esternón
y la cirrosis en el hígado.
aunque fuese solo por eso
bendito sea el no nombre del señor.

enlaces de interés:

martes, 12 de octubre de 2010

Los que están llegando: CASA DEL PARTIDO de Georgi Ténev


DE-5. Narrativa. 2010. 148 páginas. ISBN: 978-84-15019-26-8. 12 €.
Traducción de: Francisco Javier Juez Gálvez


Casa del Partido (Партиен дом, 2006): 
novela generacional búlgara
por Francisco Javier Juez Gálvez


El socialismo:
la sumisión y los privilegios,
el erotismo de la violencia,
el poder de la partitocracia...
el socialismo no ha terminado.
Lo seguimos viviendo.
Marín Bodákov



La literatura búlgara a partir de 1989 ha sufrido, o gozado, lo que siguiendo las palabras del renombrado crítico literario e historiador de la literatura búlgara Svetlozar Ígov podemos llamar «apertura final».
No deja de ser un tópico que entonces empieza el llamado «postmodernismo búlgaro». En realidad esto es mucho más válido para la poesía que para la prosa, pero es bien cierto que en ciertos momentos transitorios, sobre todo en los inicios de la época llamada «de los cambios», a partir del 10 de Noviembre de 1989, la poesía era el género literario predominante.

Sin embargo, la narrativa, ya en forma de cuento, relato, novela breve, o de novela propiamente dicha, no dejó mucho tiempo de estar notablemente presente en el panorama literario búlgaro. A veces son los mismos escritores los que cultivan tanto el género «breve» como el «extenso» e incluso la poesía, y alguno de ellos ha logrado el éxito y popularidad literarios en Bulgaria, pero también fuera de ella, ya en Europa Occidental u Oriental, y con frecuencia en ambas, a través de la traducción, ya a mediados de los años ‘90 del siglo pasado.

Además de la repercusión editorial y lectoral, un nuevo factor ha venido a sumarse al estímulo de la narrativa búlgara más reciente: los premios literarios. Casas editoriales, instituciones y mecenas varios han decidido animar el mundo literario búlgaro otorgando diversos galardones:
En 1999 el Ministerio de Cultura de la República de Bulgaria fundó los premios nacionales «Hristo G. Dánov» en varias categorías, entre las cuales, «Literatura artística búlgara». Probablemente son los premios más prestigiosos de Bulgaria, pero no los únicos.
En 2002, a los diez años de su fundación, la cadena búlgara de librerías Helicón (Хеликон), inauguró el «premio Helicón a la nueva prosa artística búlgara» (se han premiado hasta ahora novela, cuentos, ensayo, memorias...). Se hacen tres candidaturas para cada estación del año, con doce títulos en total.
Con el objetivo de «apoyar, desarrollar y promover» la novela búlgara se fundó en 2004 la Fundación Vick, o Vick Foundation, cuyos premios a la novela del año (con seis finalistas, y alguna vez premios ex aequo) y la novela más popular del año comportan una suma en metálico y la traducción del libro al inglés. Es decir, una recompensa económica y la oportunidad de penetrar en los mercados literarios extranjeros.

La novela de Georgi Ténev Casa del Partido (Партиен дом), publicada en Sofía por Altera en 2006, obtuvo el premio a la novela búlgara del año en la cuarta edición del concurso literario de la Fundación Vick en 2007.
Sin duda, en esa edición de los premios Vick, la bri-llante y provocadora novela de Georgi Ténev (Sofía, 1969) fue la más ambiciosa, la más elaborada, la más estética, y probablemente la más atípica de las candidatas.

La estructura de Casa del Partido es muy vanguardista, lo que se refleja en sus recursos narrativos particularmente sofisticados. La polifonía discursiva se combina con la fragmentariedad estructural, que alterna el dialogismo, particularmente vivo y tenso entre los protagonistas —no olvidemos que G. Ténev destacó inicialmente como dramaturgo—, pero también con el público lector: a veces son reconocibles las técnicas del radiodrama, el monólogo interior de distintos yoes narradores.
Comparecen en la composición de la novela la epistolografía, la memorialística autobiográfica —de distintos personajes—, así como también cuestionarios, vocabularios, pasajes de evocación de vivencias colectivas prácticamente documentales, periodísticos, de divulgación científico-técnica...
La faceta poética de Ténev se refleja en presencia en la novela de la poesía —también la musicada—, habitualmente en uso intertextual-paródico... 
G. Ténev, en su novela Casa del Partido, partiendo de un encuentro amoroso, de una historia de amor íntima —de ahí el erotismo y la pasión—, desarrolla temas sobre los que «los demás escritores preferimos callar» y cuyos «prohibidos pestillos... Ténev ha logrado hacer pedazos» (M. Bodákov): el pasado socialista de la «República Popular de Bulgaria», y la «época de los cambios» o imperfecta transición.
Aunque se reflejan de manera señalada otros períodos, incluido el fin del siglo XX, el núcleo de la novela gravita fundamentalmente en torno a la década de los años ’80 del siglo pasado, el socialismo desarrollado o socialismo tardío (развитият социализъм, «късният соц»), «que parecíamos haber olvidado, con el que creíamos haber cortado hace tiempo, que a veces nos sorprende, clamando desde los sótanos de nuestra alma. Ese socialismo, el de dentro,» (Yávor Gárdev) marcó la generación de los nacidos en los años ’60 de una manera especial, pues «no siendo maduros entonces, no éramos formalmente «responsables» de lo que sucedía. Sólo percibíamos con nuestra intuición que había falsedad y error. También con nuestra intuición sabíamos qué era verdad entonces. Y somos libres para hablar de eso [...] sin los complejos y autoacusaciones de nuestros padres» (G. Ténev).
La novela «sigue una técnica al estilo de Kafka, que se vale del absurdo, la acumulación de detalles que descubren un mundo privado de esencia» (Amelia Lícheva), y de hecho son recurrentes en ella como Leitmotiv expresiones como «sinrazón», «sinsentido», «desatinos», «disparatado», «no tiene sentido» aplicados al llamado socialismo y sus totalitarias circunstancias.

La citada historia de amor reúne en sí misma un elemento crucial de la novela: el choque entre los privilegiados hijos de los funcionarios del Partido y los jóvenes «normales y corrientes», con el fondo de instituciones que alimentan el absurdo vital: los campamentos de pioneros, el Komsomol (en Bulgaria llamado DKMS), las brigadas de trabajo «voluntario», el servicio militar y el ejército... todo ello en franca decadencia en la crucial década de los ’80.
La novela Casa del Partido, ya desde su propio título, presenta, a menudo con negra ironía, buena parte de los símbolos y mitos del socialismo y del post-socialismo, como las relaciones con la Unión Soviética, el Gran Hermano al que la República Popular de Bulgaria estuvo a punto de anexionarse administrativamente, si no lo estaba ya de facto como «república tomatera». Siendo la formulación oficial la de «amistad búlgaro-soviética», imperan la sumisión y el seguidismo, disfrazados de manera más o menos lograda de admiración ante los éxitos de la tecnología soviética, ya nuclear, ya espacial, en permanente carrera emulatoria con el hostil Occidente: Gagarin, el Cosmódromo de Baikonur, el proyecto único —en muchos sentidos— «Burán-Energía»...
Un ajuste de cuentas con el propio pasado, con el totalitario régimen anterior, con la «casta» del funcionariado del Partido, se encarna en la figura estereotípica de la nomenklatura comunista, en el semiproducto —Ténev dixit— inventado del Número Uno, el omnipresente compañero K...shev (la inquietante abreviatura de un nombre ficticio que provoca el imposible, infructuoso intento de identificación con algún personaje real por parte de los lectores), y su difusa familia, síntesis del aparátchik a la soviética y de distintos gerifaltes históricos (Georgi Dimitrov (1882-1949), Tódor Zhívkov (1911-1998) alias Tato, alias bay Tosho, et al.), antiguo guerrillero de pasado revolucionario no tan íntegro y virtuoso a pesar del mito, de presente pleno de privilegios —residenciales, sanitarios, económicos— extendidos a sus allegados, de futuro de desfalcador corrupto, megalómano y narcisista (su estatua, su mausoleo...).
«La época de los cambios» se retrata de manera especialmente despiadada: las tribulaciones ínsitas a la juventud se ven agravadas por el inquietante estado de cosas, las restricciones físicas (agua caliente, electricidad), la miseria moral (el gamberrismo, las condiciones de vida en los barrios-dormitorio de paneles de hormigón armado) y la dejadez de las autoridades de la ciudad hostil (las repugnantes imágenes del «Canal» de Sofia), el ascenso imparable de la mafia emergente, que ocupa socialmente el vacío de poder dejado por la nomenklatura totalitaria (reflejado simbólicamente en los cochazos negros, conocidos en búlgaro como limusinas, con sus matrículas especiales, de encargo), mezclado con las pulsiones sexuales, el derrumbe del sistema y sus símbolos (el Komsomol, «y después, ¿qué?»), las manifestaciones y los mítines.
El conflicto Este-Oeste se manifiesta en la novela tácita —durante el régimen— y explícitamente —después de su caída— con la supremacía occidental en una peculiar forma de paradójico confort a la sajona, encarnado en el renombrado barrio chino de Hamburgo, y otros variopintos parajes de su particular paisaje urbano.
Dos metáforas extensas revisten la novela entera, materializadas en dos instantes de mediados y finales de los años ‘80, en el Gran País Soviético y en la pequeña república balcánica: la silenciada catástrofe nuclear de Chernóbyl de 1986 y el misterioso y sospechoso incendio de la Casa del Partido de Sofía de 1989. En ambos casos, un denominador común: la ocultación de la verdad.

Georgi Ténev escenifica su novela no sólo en imágenes, sino también en sonidos: en ella se despliega una serie de sensaciones sonoras expresadas a través de la palabra, la descripción, la onomatopeya, pero también a través del recurso cinematográfico de la banda sonora. La sonidos de la época de «los cambios» los representan las canciones, y las alusiones a las «canciones de la democracia», sobre todo el rock de Los Grillos, el grupo musical de la modernidad búlgara desde mediados de los años ‘60, a veces en clave paródica. Los momentos de imitación, formal, pero poco más —no hubo ni cambio de «personal»—, de la perestroika de Mihaíl Gorbachov, bautizada en Bulgaria como preustroystvo, resuenan en los versos del romántico dance de los Hermanos Argírov. Y la autopropaganda de las rocambolescas hazañas de los guerrilleros, dignas —nunca mejor dicho— de un telefilm en los sones, podríamos decir «en blanco y negro», de la popularísima serie televisiva «A cada kilómetro».

Enlaces de interés:

viernes, 17 de septiembre de 2010

Los que están llegando: GRANATE de Helena Junyent

SO-125. Poesía. 2010. 110 páginas. ISBN: 978-84-15019-18-3. 10 €.


¿radiación...? ¿color...?
¿de mí?
sombra en la niebla
cuerpo de niebla
en la niebla acuchillada
de mí
gotas en el cuello del alba



sería para mí más que un placer
¡el placer!
ardernos festín del descenso
abalanzándonos feria eternal
hacia el barranco de los excesos
que terminan en inicio
avalancha
del fundirnos alud
mordiendo el crisol
de esos descarríos que nos deliran
combustible a la kermés
heroica de los amantes locos



—propuesta—
cuando temiendo el final
acuden como buitres las sombras
preguntándose qué te queda
propongo tengamos fe en el origen aquél
del cuando
ávidas del letargo en lo cumplido
volvieron a resbalar culebras por la boca
rastro mojado del que va a morir
y aun con todo pendiente nada propuesto
en el aliento que le queda
vivifícase soplo
cumplido animal de fuego



Enlaces de interés:
http://www.ojosdepapel.com/Index.aspx?article=3709
http://www.diariodeibiza.es/opinion/2010/05/29/opinion-poesia-dhelena-junyent/413015.html

martes, 14 de septiembre de 2010

Los que están llegando: VECINOS de Mercedes Álvarez

S-104. Narrativa, Relatos. 2010. 142 páginas. ISBN: 978-84-92528-96-7. 10 €.


Los personajes de Vecinos son padres e hijos, amantes, maridos y esposas atravesados por la soledad, seres que nunca alcanzaron la felicidad ni la han buscado por los senderos que los hubieran acercado a ella. (En estos cuentos conviven una serie de soledades compartidas). Y, sin embargo, desde su profunda incoherencia y debilidad, nos cuentan una historia que podría ser la de cualquiera de nosotros. Porque la gente feliz no tiene historia.



VERANO

 
El niño que vivía junto al edificio de las palmeras solía jugar todas las tardes en el patio con aviones de colores. Tenía ocho años y se entretenía, como casi todos los niños de su edad, con cosas que fabricaba él mismo. Su especialidad indiscutible eran los aviones y los paracaídas.
Casi siempre jugaba solo. No tenía amigos, ni tampoco hermanos. A pesar de que su madre había estado embarazada sólo unos meses atrás, y un día le habían dicho que pronto tendría un hermano, luego nadie se lo había repetido. Su madre había estado ausente un par de días y en la familia no se había vuelto a hablar del tema.
A veces, mientras jugaba, su madre y su tía se sentaban en el patio debajo de la sombrilla y conversaban. Él no solía prestarles atención. Era un niño solitario y taciturno. Durante algún tiempo sus padres lo habían considerado una especie de genio —probablemente desde el día en que vieron su primer paracaídas hecho con corchos, maderas y bolsas de la compra— pero más tarde una visita a un psicólogo infantil los había sacado de su error.
Ese día —un día de verano— el niño estaba jugando en el patio como de costumbre con aviones de colores fabricados por él, mientras la madre y la tía conversaban sentadas en sillas de mimbre, las dos bronceadas y en vestidos de verano, debajo de la sombrilla a un costado en el patio.
—Es terrible lo del casamiento de ese pobre chico —de-cía la madre, mientras tomaba un sorbo de jugo de naranja artificial de un gran vaso de vidrio lila donde flotaban dos enormes hielos en forma de estrella—. Con esa chica, ¿de dónde es?
—Rusa.
—Rusa. Por Dios. Lo único que le interesa es cuánto vale el reloj de su marido. Incluso se lo preguntó un día.
—¿Cómo? —La tía se inclinó un poco hacia delante. El escote del vestido se le deslizó hacia abajo dejando ver la franja blanca debajo del bronceado. Tenía finas líneas de arrugas verticales en medio de los pechos.
—Me lo dijo Víctor.
Víctor era el padre del "pobre chico" que acababa de casarse, un amigo reciente de la madre con el que ella y la tía habían estado tomando un café tres días atrás.
—¿Se lo dijo así? ¿Cuánto vale tu reloj? —Preguntó la tía.
—Algo así —respondió la madre.
Suspiró. Tomó un trago de su vaso y se acomodó en la silla con las piernas cruzadas.
—Bueno —dijo—. Supongo que cuando se viene de esa pobreza...
Señaló el vaso de la mujer que la miraba como asintiendo:
—¿Más jugo?
La mujer le extendió el vaso enorme, de color rosado:
—Sí, por favor.
La madre lo agarró y desapareció dentro de la casa soleada, sintiéndose magnánima. Volvió con el vaso lleno y un bol repleto de enormes hielos en forma de estrella.
—No hacía falta —dijo la tía—. Se van a derretir.
—Sí, pero con este calor... —murmuró la madre.
Agarró uno de los hielos con sus largas y finas manos donde brillaba el anillo de casada, se lo pasó por los labios y lo dejó caer en el vaso. La otra mujer la miró con envidia: ese tipo de gestos de su hermana siempre le habían parecido deslumbrantes.
En el patio se escuchó un ruido como de hojas agitadas por el viento. Pero no había viento. La madre y la tía alzaron los ojos y vieron al niño trepado a la escalera, con los brazos metidos entre las ramas del ciruelo.
La madre corrió, haciendo ruido con los pequeños tacos de sus zapatos blancos contra las baldosas oscuras.
—¡Juan! —Gritó.
En ese momento el avión de color naranja cayó del árbol al piso: una de las alas se desprendió del cuerpo ovalado. El niño se bajó de la escalera sin siquiera mirar a su madre, recogió el avión y el ala y empezó a volver hacia el centro del patio.
La mujer caminó detrás de él y lo obligó a girarse agarrándolo de un brazo.
—Que sea la última vez que te veo hacer eso —le dijo.
El niño la miró.
—¿Cómo recupero mis aviones si se van al árbol? —Preguntó, poniendo ese tono de voz entre insolente y cortés que imitaba de su padre, y que ella no podía soportar.
—Nos lo decís a nosotras —dijo—. A tu tía y a mí.
—No pueden —siguió el chico—. Con esos tacos no pueden.
La mujer respiró hondo. Miró a su hermana. Se dijo que no iba a permitir que nada ni nadie le arruinaran el día.
—Nos los sacamos, si hace falta —dijo midiendo cada palabra.
Miró al niño. Ambos se miraron desafiantes. Pero cuando volvió junto a la mujer había cambiado por completo de expresión, y otra vez parecía radiante y muy joven.
—Qué voy a hacer con este chico —murmuró con una sonrisa de comprensión maternal.
Lo cierto era que Julieta no tenía en absoluto instinto de madre. Había vivido el embarazo de Juan, y el aborto de hacía unos meses también, como si fueran cosas que no le estuvieran sucediendo a ella. Y, finalmente, después de un tiempo, había aceptado ambos sucesos como parte de su destino, como esas cosas que tienen que ocurrir a pesar de uno, y aunque uno no las comprenda.
Sólo que ella no podía admitirlo, y si le hubieran preguntado no hubiera sido capaz de confesar que en realidad nada de eso le pertenecía.
—Le sigue gustando fabricar cosas —dijo la tía.
Julieta levantó la cabeza.
—¿Qué?
—Que le sigue gustando fabricar cosas. A Juan, digo —repitió ella.
—Ah, sí. Siempre —dijo la madre.
—¿Y no pensás en mandarlo a algún taller?
—No quiere —afirmó ella—. Nunca quiere nada.
Por un momento su aspecto radiante se ensombreció como cuando pasa una nube por encima de un cielo resplandeciente de verano, exactamente igual al que tenían sobre sus cabezas ese día. Después tomo un trago de jugo.
—Ojalá todos los días fueran como éste —dijo. Sonrió mostrando una hilera perfecta de dientes muy blancos.
La mujer sonrió también, y agregó a su vaso dos hielos en forma de estrella.
Durante un rato se quedaron en silencio, mirando jugar al niño.
—No es rusa, es polaca —dijo entonces la tía.
—¿Quién? —Preguntó la mujer.
—La chica; la novia del hijo de Víctor. Me parece que dijo que era polaca.
—Ah —dijo la mujer, con una expresión que dio a entender que para ella Rusia y Polonia eran más o menos la misma cosa.
Después se levantó y miró la hora. Comprobó. Con cierto sentimiento de pesar que de inmediato se esforzó por alejar de su mente, que su marido no tardaría en llegar.
En ese momento sonó el teléfono dentro de la casa.
La mujer caminó con el paso ligero, haciendo ruido con los tacos. Desapareció por la puerta que el niño se quedó mirando con los ojos entornados y la expresión severa.
La tía arrastró su silla al sol y se levantó ligeramente el vestido para que se le broncearan los muslos.
Ahora, sin la conversación de las dos mujeres, el patio parecía un lugar vacío y silencioso. El chico seguía con la mirada fija en la puerta mientras ordenaba los aviones. Siempre, cuando se cansaba de jugar, se ponía a ordenar los aviones: era una de las cosas que más le gustaban. Pero ahora lo hacía casi sin mirar.
Cuando terminó eligió un avión verde y lo lanzó al aire. El avión describió una curva contra el cielo azul y cayó a los pies de la madre, en el momento exacto en que salía de la casa para volver al patio. Ella lo recogió y lo dejó sobre la mesa.
—¿Era Ignacio? —Preguntó la hermana.
—Sí —mintió ella. Se rozó la punta de la nariz con el dedo índice.
El chico agarró el avión y volvió a su lugar de juego. La madre se sentó en la silla de mimbre al sol. Abrió un abanico que la hermana no pudo saber de dónde había salido y se abanicó con energía.
Durante un rato estuvieron así, sin moverse, ocupando cada uno un espacio determinado en la superficie del patio mientras los hielos en forma de estrella se iban derritiendo lentamente a la sombra.
En el cielo no había un solo trazo de nube y el calor seguía cayendo constante, perpendicular al piso de baldosas ardientes.
De pronto dejó de escucharse el golpeteo del abanico. La mujer se inclinó y se pasó las manos por las piernas largas y bronceadas, de gimnasta.
Se paró.
Dio una vuelta alrededor del patio y se detuvo delante del chico. Su cuerpo proyectó una sombra alargada por encima de su cabeza. El niño, que estaba arreglando el ala del avión naranja, levantó la vista.
La madre había pensado remediar el episodio del árbol con alguna palabra amable, pero en cambio dijo:
—Tu padre está por venir en cualquier momento —su voz de registros graves le imprimió a la frase un tono amenazador.
El chico agarró su avión naranja y encajó el ala en el cuerpo ovalado. Ella quiso pedirle perdón, pero no pudo. Se agachó junto a él y le pasó una mano por el pelo. Sin esperar la reacción del chico, se incorporó y caminó hacia la sombrilla.
Desde lejos, el hijo la vio detenerse junto a la mesa, de espaldas al sol. Siguió observándola. La vio agarrar con una mano los dos vasos de colores y con la otra el bol de los hielos. La vio caminar hasta la puerta con la espalda erguida y los pies rígidos, haciendo ruido con los tacos contra las baldosas. Después, antes de que desapareciera dentro de la casa soleada, dejó de mirar.

martes, 7 de septiembre de 2010

Los que están llegando: "Cuerpo a Cuerpo" de Antonio Méndez Rubio

SO-119. Poesía. 2010. 68 páginas. ISBN: 978-84-15019-01-5. 10 €.


Quizá haya una conciencia del cuerpo. No porque el cuerpo sea su tema, su objeto, sino porque pertenezca al cuerpo. Sería quizá una conciencia imposible. Pero seguramente tendría (o podría tener) algún extraño sentido poético y político al mismo tiempo. Como un temblor: si irrumpe en las palabras nada se da por sabido. Ni el cuerpo de las palabras. Ni las palabras del cuerpo. ¿Qué decir? ¿Qué comprender? ¿Qué escuchar en ese preciso momento?


Se entiende. Ninguna prontitud

se acuerda de estar juntos.
Expira o si pervive no es
por nada del mundo. Se
miente: hasta que siempre
llegue el tiempo a la voz
de decir el final
del tiempo, irrepetible
materia de las amapolas,
puedo y te quiero
esperar. En esa voz
te vengo. Una vez y otra vez
la parte más frágil
¡es la que lo sabe todo!


Oye. No me culpes. Es como si

el reto de la última parada
me hubiese convertido en un espectro
sin clarividencia, sin tiempo ni
para dar avisos. De la primera
hasta la última letra son tuyas.
Es tuyo el pan desnudo. No poder
hacer nada. Es pronunciar el nombre
de cualquiera lo más difícil cuando
la noche va a acabar de todas formas.


La última imagen

y también sin motivo:
sola, una mínima flor
asoma,
despacio,
pisada en un suelo de nieve.

Cuando no estés presente
recuerda que ese daño,
de alguna manera,
nos debe una explicación:
un ruido de
pasos firmes.

enlaces de interés:
http://www.lacasatransparente.net/?p=958
http://islakokotero.blogsome.com/category/antonio-mendez-rubio/
http://lauragiordani.blogspot.com/2009/05/enrique-falcon-entrevista-antonio.html

sábado, 4 de septiembre de 2010

Los que están llegando: "Ficcionarium" de Fernando Palazuelos





M-117. Narrativa. 2010.198 páginas. ISBN: 978-84-15019-19-0. 14 €.


¿Puede escribirse un relato de una sola frase? ¿Es lícito reinterpretar sucesos de la Historia? ¿Puede un par de páginas encerrar un ensayo? Un dilema que le asalta al tenaz Noé, la obsesión de un pintor francés que retocaba sus cuadros hasta el delirio, el recorrido de un asteroide que cae en la Tierra... Todo tiene cabida en este inventario de ficciones, porque en realidad la vida es un abanico de posibilidades, el mismísimo laboratorio del azar.
Ficcionarium es un viaje a través del ingenio y el humor, una aventura jocosa destinada a desmitificar y a anular trascendencias. En definitiva, un libro distendido capaz de hacer disfrutar y de estimular la relectura.

De las anteriores obras de Fernando Palazuelos se ha dicho:

Palazuelos muestra verdaderas dotes para reconstruir los ambientes y moldear la psicología de los personajes (El País).

Un buen contador de historias. Apunta alto, y demuestra su talento. Habrá que seguirle los pasos (El Cultural).

Palazuelos confirma su fama de impecable y exigente narrador, como ya demostrara en sus anteriores entregas (Diario Público).

Un joven autor que posee cualidades para afianzar una sólida carrera literaria (Abc).

Hondura literaria, alejada de lo comercial. Palazuelos tiene talento, imaginación y una gran habilidad para proponer tramas complejas y poco convencionales (Revista Reseña).