sábado, 25 de agosto de 2018

Reseña de NECROSFERA de César Martín Ortiz en PlanVE - Con Ve de libro

Humus

No entres tan deprisa en esa noche oscura es el título de un libro del escritor portugués António Lobo Antunes, pero bien podría funcionar como advertencia para el que quiera adentrarse en Necrosfera, la novela del desaparecido César Martín Ortiz publicada hace unos meses por la editorial Baile del Sol.
De entrada, porque no conviene correr si uno quiere disfrutar de verdad de Necrosfera. Y lo digo por experiencia, porque yo mismo, ansioso por devorar el libro, me metí demasiado deprisa en él cuando lo conseguí, allá por febrero, en Centrifugados, y no tardé en perderme, con lo que enseguida me di cuenta de que exigía tiempo y otro tipo de lectura. Primero, por la propia prosa del autor, cocinada más al modo tradicional que al de la comida rápida, y, segundo, porque la arquitectura de Necrosfera, integrada por trece textos tan heterogéneos que bien podrían funcionar como relatos independientes, es compleja, sin una línea narrativa clara ni unidireccional, sostenida, más bien, por líneas de fuerza, que reclama, como señala Gonzalo Hidalgo Bayal en el texto de la contraportada, “una lectura exigente y radical”, o, lo que es lo mismo, el tiempo y la atención debidos para integrar elementos tan dispares como un mundo hecho a semejanza de las películas de Harold Lloyd, la invención del necrófono o los restos arqueológicos de una sociedad secreta, secular, opuesta a la Iglesia, y que pareció rendir un inquietante culto a la muerte.
Pero el título de Lobo Antunes no sirve como advertencia al lector sólo por esa alusión inicial a la calma, sino también por la idea final de noche oscura, pues Necrosfera tiene mucho de relato crepuscular. El más crepuscular, sin duda, pues está narrado desde un tiempo en el que nuestra especie, la de los homo sapiens, prácticamente se ha extinguido de la Tierra, en un escenario de devastación que recuerda a cierto cine apocalíptico y desde una perspectiva, la de las Personas o la de los Escientes, que contempla nuestros últimos estertores con la fría curiosidad de un entomólogo. En cualquier caso, esa idea de oscuridad es, después de todo, relativa, pues aunque el de Necrosfera sea un tiempo tenebroso, lo es únicamente para la raza humana, pues nada en el libro sugiere que lo sea también para la Tierra, para el Universo o para el propio autor, que parece tener un concepto muy negativo de nuestra especie, a la que retrata como estúpida y miope (ciegas hormigas, podríamos decir remedando a Ramiro Pinilla, aunque también se me viene a la cabeza el título de un célebre tema de Siniestro Total), incapaz de no dejarse llevar, por su instinto fatal, hacia la destrucción.
Necrosfera es, en resumen, una apasionante anatomía del humus, de cómo llega a formarse la “inmóvil capa de muertos situada entre la esfera de las piedras y la esfera de la vida”, el relato del fin de una odisea, la nuestra, una pequeña joya narrativa en la que César Martín Ortiz nos asoma a un futuro inaudito, aunque posible, en el que nos habremos convertido, como especie -por emplear de nuevo una cita, esta vez del célebre soneto de Góngora-, “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”, un libro que, en definitiva, no deberían dejar de leer.


jueves, 23 de agosto de 2018

Reseña de La fiesta de las máscaras de Sami Tchack en Wiriko

Cuando Sami Tchak hizo caer las máscaras

La fiesta de las máscaras es, sobre todo, un ejercicio de transgresión que va más allá de la ruptura estética. Aunque pueda generar algunas dudas por el tono derrotista y cínico que destila toda la novela, el relato toca algunos temas críticos que, precisamente, parece someter a la corrosión que provoca el ácido propio del estilo de Sami Tchak. Este autor, posiblemente, el más popular de los escritores togoleses contemporáneos se ha caracterizado por mirar muy de refilón los límites, lo justo para saber dónde están y poder desbordarlos sin complejos ni contemplaciones.
Sami Tchak durante el salón del libro de Ginegra de 2011. Fuente: Wikimedia. Autor: Rama
En este caso, la acción se desarrolla en un país desconocido que, sin embargo, remite a ambientes caribeños en un clima en el que se destila calor tropical y decadencia. Es en este momento de búsqueda de referencias para la ubicación del relato cuando uno se topa con una estancia en Cuba del autor, durante la que el escritor togolés realizó un estudio sociológico sobre la prostitución. La fiesta de las máscaras, publicada por la editorial Baile del Sol como inauguracion de una colección impulsada por Casa África, es una historia de relaciones humanas desmedidamente turbulentas, empezando por la de Carlos y Alberta que acaba de manera dramática, precisamente, por una de las cuestiones sobre las que la narración lleva al lector a reflexionar: los malentendidos en las relaciones personales.
Es un tonto desencuentro entre Carlos y Alberta el que desencadena la tragedia en un espacio que podría haberse convertido en la tabla de salvación de dos corazones maltrechos. Las vidas de ambos están en caída libre y ambos parecen ser la solución para el otro. La desdicha, sin embargo, asume el control de la situación. El resultado es una narración con voces múltiples que desprecia el orden lineal. Tanto es así que incluso los muertos se permiten contar su parte de la historia.
Sami Tchak aprovecha la espiral dramática, que puede llegar a recordar a la tragedia clásica, y un asfixiante ambiente que se alimenta de ese clima tropical y las habitaciones cerradas en las que se mezclan sudores, olores y frustraciones, en el que se mueve con soltura. Con esos elementos construye un contexto en el que los personajes confunden pretensiones, esperanzas y experiencias, y en el que se relacionan partiendo de la más absoluta incomprensión. En este caso, los pretendidos sobreentendidos se retuercen para acabar asfixiando a sus autores.
La trama trágica y ese ambiente de confusión permite al escritor togolés darse un paseo por otros temas que van más allá de las relaciones humanas, en las que las máscaras acaban cayendo. Sami Tchak no desaprovecha la oportunidad de dibujar un régimen de un personalismo enfermizo en el que además se gesta la tragedia posterior. Carlos viene de un país que se identifica como “Lo Que Nos Sirve Este País”, en el que el gobierno autocrático de Su Excelencia ha construido a su alrededor toda una telaraña de privilegios y desigualdades. La familia de Carlos, que procede del lodo, se encuentra alternando con los elegidos del régimen, debido a los devaneos sexuales de Carla, su hermana, que a cuenta de sus amantes se convierte en el sustento de la posición de la familia. En todo caso, Carlos acaba pagando un alto precio por esa vida de lujos.
La crítica a esos sistemas dictatoriales se hace evidente a través de los detalles de sus cloacas sociales. La misma suerte de paso por el tamiz crítico corre la hipocresía de los desfavorecidos, un terreno que Tchak dibuja como con abundancia de buenas y chacales dispuestos a alimentarse de los despojos de sus iguales.
En La fiesta de las máscaras, el escritor togolés renueva muchas de las transgresiones que le han hecho conocido. La que la industria editorial impone a los autores africanos en cuanto a temas y enfoques e, incluso, ambientación. De nuevo, Sami Tchak sitúa la trama lejos de Togo, e incluso del continente. Pero también las que tienen que ver con el decoro de las relaciones sexuales, no sólo sobrepasa las barreras relacionadas con la instrumentalización de las relaciones haciendo que se confundan prostitución y búsqueda de afecto, sino las que tienen que ver con la violencia y con las prácticas sexuales que forman parte de los tabús más inquebrantables.Sin embargo, lo hace siempre desde una cierta corrección con una ausencia absoluta de escenas explícitas, lo que hace que estas transgresiones sean todavía más inquietantes.
https://www.wiriko.org/letras-africanas/cuando-sami-tchak-hizo-caer-las-mascaras/

miércoles, 22 de agosto de 2018

Reseña de «Stoner», de John E. Williams en La boca del libro

«Stoner», de John E. Williams




Un libro que se titula Stoner  ya sabes que te va a contar la vida de un tipo que se llama Stoner. Y, una de dos, o puede ser una castaña pilonga o elevarte a los cielos literarios. Sí, me ha pasado lo segundo. Stoner representa la prosa de la sabiduría compositiva. Un lujo para el lector. Te cuenta la vida de Willian Stoner, criado en una granja de manera humilde. Por influencia de sus padres, va a la universidad de Misuri a estudiar Agricultura, así, podrá aprender técnicas nuevas para ayudarles en la granja. Sin embargo, su camino pronto se desvincula del paterno y decide inclinarse por la literatura, casi como una relevación, hasta convertirse en profesor de universidad.  


El señor Shakespeare le habla a 
través de 300 años, señor Stoner, 
¿le escucha?

 
El abanico de emociones que una siente al conocer a Stoner es amplio. Tienes ganas de amarle y pegarle por partes iguales. En ocasiones es demasiado estático y abúlico ante ciertas circunstancias de la vida, tanto que te dan ganas de traspasar las letras y darle unas cuantas tortas para que espabile. No reacciona, se deja llevar por las circunstancias. Y esto ocurre en todas las etapas de su vida, donde los personajes no se muestran felices ni cuando se enamoran. No es una novela de altos y bajos, es plana, como las emociones que nos transmite. Es plana cuando se enamora de Edith Bostwick, es plana cuando nace su hija Grace, inclusive cuando tiene una aventura con su alumna Katherine Driscoll. Stoner es pasivo, indiferente, sensible, abandonado de sí mismo, y todo ello revuelve al lector colérico, ansioso de que cada uno obtenga su merecido, ávido de ver personajes cayendo como torres de ajedrez. Todo ello, siento decirlo, representa la historia de un fracaso. 

La relación con su mujer es desastrosa y la desidia matrimonial pronto aparece en sus vidas, aunque todo hay que decirlo, si hubiera tenido una recortada en mis manos, poco hubiera durado ese personaje. La relación con su hija, criada con una madre poco maternal, se trunca rápidamente, y lo mismo ocurre con ciertos compañeros de universidad. Stoner acepta cada situación que le ocurre. Y en esa aceptación reside la ansiedad del lector. 

Stoner es una novela muy bien hilvanada, con un lengua llano y una prosodia larga. Trata los temas del matrimonio «feliz», la hija alcohólica, el acoso laboral o la amante.Nos encontramos ante tragedias sin fuegos artificiales. En todo ello descubres dos mitades claramente diferenciadas. La primera habla de su mujer, en la segunda nos acerca al marco universitario laboral. Y en ambas no pasa gran cosa, es la vida de un hombre contada por un escritor que, al igual que el comediante griego Aristófanes, este también escribe mofándose de su propia sociedad, una sociedad que nunca se da por aludida. 




Dentro de la inacción, el protagonista solo apuesta por dos pasiones: el trabajo y el amor detrás de un prisma que se mueve de manera bidireccional entre el campo y la universidad. Lo que gusta realmente, para los adictos a la lectura, es la pasión de Stoner por la lectura, y que de eso conforme su vida, una vida que el escritor conoce a la perfección, ya que él también fue profesor de universidad. 

Es una novela que me recuerda a Bartleby por su dejadez ante la vida, aunque no hay que perder de vista esas otras lecturas de campus o universidad como El mundo es un pañuelo o Intercambios, de David Lodge. La universidad representa un microcosmos perfecto de la condición humana, aparentemente es gente civilizada que aborda las cuestiones de lo políticamente correcto, pero nada más lejos de la realidad. Es un mundo hostil donde a la mínima pueden ponerte la zancadilla. Aunque también es verdad que el libro defiende a la vez este ambiente con un único superviviente: el amor hacia la literatura. 

Stoner apareció en el año 1965 y se vendieron solo 2000 copias. Esto en Estados Unidos es sinónimo de tragedia, y más si el editor de Williams opinaba no tener fe en la novela pocos días antes de salir al mercado. Lo curioso es que New York Review of Books la reeditó en el año 1995. En cuestión de diez años, alcanzó la fama de una manera brutal. En España ha sido editada por la editorial tinerfeña Baile del Sol(imagen cubierta derecha), y en catalán por La Butxaca (imagen cubierta izquierda).  
  
Stoner es una historia donde la felicidad no existe, no hay venganzas, no hay nada edulcorado. Los hechos se muestran sin trampa ni cartón. Y como tal, me confieso, Stoner, pese a ser un hombre gris, a mí me ha seducido. Tom Hanks ya lo dijo: «Se trata simplemente de una novela sobre un tipo que va a la universidad y se convierte en un maestro. Pero es una de las cosas más fascinantes que jamás he encontrado».Ojalá los hombres malos fueran como Stoner. El mundo sería mejor.

Y vosotros, ¿habéis leído alguna novela que aborde el tema universitario?


 John Edward Williams (Texas 1922- Arkansas 1994. Dejó la facultad tras un primer año de suspensos y trabajó en periódicos y emisoras locales durante meses hasta alistarse en el ejército en 1942. Fue enviado a India y allí empezó a elaborar su primera novela. Nothing But the Night se publicó en 1948 y un año después se atrevió con un poemario, The Broken Landscape: Poems. Ambas publicaciones vieron la luz mientras retomaba sus estudios superiores en la Universidad de Denver. En esta misma universidad dio clases desde 1955 hasta su jubilación, en 1985.  Su segunda novela, Butcher’s Crossing llegó más de una década después, en 1960, pero el verdadero éxito le llegaría con sus dos últimas obras, Stoner (1965) y El hijo de César (1972). Por esta última se hizo con el National Book Award en 1972. Williams ya trabajaba en su quinta novela (The Sleep of Reason) cuando murió por un fallo respiratorio en 1994 (fuente: Lecturalia). 

La imagen de la cabecera corresponde a la cubierta ganadora de 2012, en Alemania.
https://labocadellibro.blogspot.com/2018/08/stoner-de-john-e-williams.html
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viernes, 10 de agosto de 2018

Reseña de HABLEMOS, de Octavio Santana en Telde Actualidad


Para hablar, hablemos



En la portada, en el umbral de esta obra, su título nos muestra una señal inequívoca de lo que se trae entre manos Octavio Santana Suárez, en su nuevo libro “Hablemos”, Baile del Sol, colección Textos del desorden, 2017, donde recopila artículos y ensayos que ha ido publicando durante unos años en diversos medios escritos, revistas e Internet.

Y esta es una puerta que hay que abrir despacio y tomarse la lectura con calma, pero con rigor, pues estamos ante las reflexiones que a todos nos asaltan en algún recodo de la vida y que en unas ocasiones nos atragantan y otras nos salvan de la muerte de la libre expresión.

Y si hay algo que necesita este mundo, esta realidad escudriñada con los ojos de la sensibilidad, es precisamente el dialogo abierto y sin cortapisas entre todos los que pretendemos hacer de este solar algo mas que un lugar de juegos políticos y religiosos, que produce tanta tristeza como sufrimiento.

Octavio nos está ajeno a la locura de este siglo que viene arrastrando desde el pasado un estancamiento de las ideas y de la libre voz Y por todo ello y con el bagaje cultural e intelectual del ser humano que ha andado los caminos de muchos continentes y culturas, de relacionarse con multitud de pueblos, especialmente en América latina, no es un volumen fácil de leer ni de analizar. Y lo es porque como dice en su introducción Antonio Núñez Ordóñez, catedrático de la ULPG, como el autor, "Estamos ante una obra profundamente original, nada encasillable en un género, fácil y difícil de leer a un tiempo".

La profusión de las materias analizadas, así como la cantidad de citas y nombres de toda clase de pensadores, donde prima como es él, el humanismo y la filosofía en todas sus vertientes, desde la religión hasta la fenomenología, o la lógica, y también por el arco temporal donde se sitúa una y otra vez, pues Octavio, lector empedernido, nos alcanza con su verbo desde Platón a Horkheimer, desde san Agustín a Fichte o desde los sofistas o epicúreos hasta Kant y su imperativo categórico, o Hegel y Montesquieu con solo estos mimbres sabemos que estamos ante una obra de envergadura, donde al contrario de otros textos, donde las citas parecen apabullar, en este caso el conocimiento, la epistemología, está cumplidamente sistematizada por años de lecturas y discusiones.

A saber: ser humano, naturaleza, alma, pensamiento, acción, descubrimiento y desvelamiento del yo, en ocasiones desmesurado, donde a veces nos columpiamos para salir despedidos por la propia sinergia del pensamiento más egoísta. En cambio en esta obra de casi cuatrocientas páginas, hay un plural que transita por la historia como un llamado de atención y parada: nosotros, aquí se agiganta y aún cree el autor que es posible el dialogo libre, abierto y sincero, en una época de anónimos y juegos de escondite con medias verdades o simplemente mentiras desnudas. Este plural nos sumerge en el mar de los demás, del otro, del ajeno, con respeto y coherencia, y es en ese mar de dudas desde donde Octavio quiere llegar a una orilla de entendimiento, con la complicidad y los prejuicios de los lectores, que son a la postre quienes forzosamente tienen que dialogar con el autor para ahondar en las encrucijadas del camino de la existencia.

Un libro sorprendente, donde el esfuerzo tiene su recompensa; y la recompensa, el punto de unión con lo demás, es precisamente la grandeza de creer que todavía hay tiempo para que hablemos. Para que hablemos libremente de lo humano y de lo trascendente sin tapujos, con la sola exigencia del respeto mutuo.


Sergio Domínguez-Jaén es poeta y escritor.



viernes, 3 de agosto de 2018

Reseña de LA MUJER QUE HUYE de Anaïs Barbeau-Lavalette en EL MAR DE LETRAS

jueves, 2 de agosto de 2018

"La mujer que huye" - Anaïs Barbeau-Lavalette



Barbeau-Lavalette es una cineasta y escritora de Montreal que descubro a través de esta espectacular novela. En cada página me impresionaba más y más, leía boquiabierta, subrayando los pasajes particularmente brillantes. “La mujer que huye” está escrita no solo con un afán por la búsqueda constante de la belleza, sino también, con la energía de quien no tiene fuerza ni ganas de soportar ni un instante más de fealdad.

|Paseas por la Avenue du Parc hasta la montaña y la subes con paso perezoso. Bajas por el cementerio. Los muertos te hacen volver a ti, definitivamente viva.
Ahí es donde tus andares se vuelven más ligeros. Eliges varias tumbas al azar y recorres los nombres con la vista. A lo mejor encuentras uno para tu hijo. Estás embarazada.


Se trata de la reconstrucción, novelada, de la biografía de Suzanne Meloche, la abuela de la autora. Meloche (1926 – 2009) fue una artista perteneciente al movimiento artístico Automatismo surrealista (que se caracteriza por ser un reflejo del subconsciente), al que también se acogieron algunos artistas de su entorno como Paul-Émile Borduas, su marido Marcel Barbeau, Madeleine Arbour, Thérèse Leduc, Maurice Perron, Louse Renaud, Françoise Sullivan y muchos otros. Pintora y escritora, su obra más importante es la colección de poemas “Les aurores fulminantes”.

|Le dice a Musgo que parece un ángel. Ella le coge la mano. El fuego y el agua confluyen ahí, en la última planta de la torre de los locos. Ella es incandescente, él es acuático. Cada cual salva su pellejo como puede.

Su vida fue de todo menos convencional, el título hace alusión a una de sus características más predominantes, la que configuró su destino: era incapaz de mantenerse en un lugar, echar raíces, sentirse atada a algo o a alguien, ser leal a las personas de su entorno, etc. ¿Egoísmo, maldad? Quién sabe. La mente es muy compleja y juzgar de maldad lo que puede ser una personalidad poco convencional o los síntomas de algún trastorno psicológico, es erigirse dios o juez sobre lo humano, así que no está en mi mano llegar a esas conclusiones. Quizá es que no todo el mundo está hecho para vivir en este mundo. Quién sabe.

Suzanne Meloche junto a su familia

Lo cierto es que después de una infancia muy humilde, abandonó a sus dos hijos y vivió siempre de forma provisional, alojándose aquí o allá, siempre con lo puesto y nunca con un plan. Su nieta, Barbeau-Lavalette, no sin cierta idealización romántica de esta trayectoria vital, se propuso reconstruir de forma novelada esa vida errante que tanto influyó en el destino de su madre y en la suyo propia. Ante una misma historia, uno puede elegir cómo abordarla, desde qué estado de ánimo o desde qué perspectiva. Podría haber sido cruel y haber dibujado a su abuela fácilmente como una persona egoísta, no en vano abandonó a sus hijos y no se esforzó por mantenerlos a su lado. Sin embargo, Barbeau-Lavalette (en un gesto que le honra, y que aporta dulzura y armonía al mundo) decide detenerse a apreciar la poca o mucha belleza o, cuando menos, humanidad, que encuentra en cada uno de los pasos que descubre mientras sigue el rastro de su abuela. Y además es capaz de plasmarlo con una elegancia y una finura que convierte a la experiencia de la lectura en algo comparable a la contemplación de una hermosísima acuarela.

|Despunta el alba y nace la niña. Te la pones sobre el pecho para darle calor. Huele como el musgo de los bosques. Te refugias en ella. Sois dos supervivientes. (…) Te enseñan a lavar a tu hija. Tus manos febriles se familiarizan con los nuevos gestos. Le enjabonan la piel hasta que queda cubierta de espuma, guían el chorro de agua por ella, protegiendo un pedacito de cuello para conservar su olor a bosque húmedo. Tus manos sofocan los escalofríos nacientes. Están más vivas que nunca. Envuelven a tu hija, a tu Musgo de los bosques, la pegan a tu cuerpo rebosante de savia. Ahora tienes un refugio.

Es importante destacar que el libro está escrito en segunda persona, de modo que la voz narradora se dirige constantemente a la abuela, en una suerte de diálogo donde el receptor del mensaje está ausente, o un monólogo atípico. Lo destaco porque, en comparación con la forma tradicional de narración en las novelas (la tercera persona o narrador omnisciente), creo que de esta forma más original se consigue hacer una lectura mucho más inmersiva. Resulta inevitable sentirse aludido mientras se lee algo que hace alusión al “tú”, así es más fácil ponerse en el lugar de la abuela ausente y comprender los porqués de sus decisiones. Así, mientras se lee, de alguna manera el lector es la abuela. Creo que esa decisión formal le ha dado el toque estilístico definitivo.

|Te quedas dormida.
Un crujido. Te sobresaltas.
—¿Hola?
La voz del cura:
—Hija mía, ¿deseas confesarte?
Te yergues.
—Sí, padre.
—Adelante.
—He cometido actos obscenos, padre.
—¿Sola o con otra persona?
—Con usted, padre.
Sonríes. Te gusta el silencio que sigue.


La ilustración de la cubierta está realizada por la maravillosa artista Zaida Escobar, a quien ya conocía por “Desde las entrañas”, un poemario ilustrado en colaboración con la escritora Inma Luna. Esta ilustración tiene tantas lecturas que podría hacer una reseña paralela a ésta hablando de ella. Es una mujer y su reflejo, que está y no está al mismo tiempo. Inclina los hombros y el rostro bajo el peso de una carga que arrastra a duras penas, pero es que no conoce otra forma de seguir. Está compuesta por dos mitades perfectas que se contradicen continuamente, está condenada a convivir con las dudas y a arrastrar los pesados fardos del pasado. Las marcas sin tinta en su costado y las formas que dibuja su melena me recuerdan al bosque (ella es salvaje, pura), y los tonos turquesa de la composición son el toque definitivo. En conjunto hace forma de corazón, sus dos mitades latiendo a destiempo, y eso es porque está viva, está más viva que nadie.

Para mí ha sido el descubrimiento del verano en narrativa. Independientemente de una trama más o menos elaborada o interesante, me pueden las formas, y en este caso me pudo la delicadeza. Desde la ilustración de la cubierta, todo es acogedor en este libro: artesanal, profesional, sutil, elegante, humano. No tengo sino elogios para todo lo que rodea a esta publicación.

|En clase de dibujo, el profesor se aplica en enseñaros a dibujar una manzana y un sombrero.
Te cuestionas la pertinencia del dúo. ¿Por qué juntar una manzana y un sombrero?
Tienes que utilizar una regla, un compás y una goma de borrar. Es obligatorio, recalca el profesor.
Te esmeras.
Eres buena alumna.
Cuando acabas, el sombrero perfecto se encuentra al lado de una manzana perfecta. Contemplas tu dibujo perfecto. Sin duda alguna, tu madre lo colgará en la pared del salón. Te parece que no le iría mal un poco de color. Tienes un pedacito de piel levantada en el borde de una de las uñas de la mano derecha. Te lo arrancas. Sangra un poco. Extiendes la sangre sobre la manzana y el sombrero.
Ya está. Perfectos y rojos. Perfectos y ensangrentados.
El profesor está indignado. Tú, tan pulcra, tan perfecta.
Rasga tu ejercicio y te manda al pasillo a recapacitar.

http://elmardeletras.blogspot.com/2018/08/la-mujer-que-huye-anais-barbeau.html


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