viernes, 23 de noviembre de 2018

Desgraceland’, de David Benedicte en La Mar de Onuba

‘Desgraceland’, una visión panorámica de David Benedicte sobre la miseria humana

Francisco Vaz Gallego
El escritor y periodista madrileño David Benedicte visitó de nuevo la Tertulia Cultural Trastero Dispar-Arte para presentar “Desgraceland”, su última novela publicada por la editorial canaria Baile del Sol, esa pequeña editorial periférica que lleva 50 ediciones de “Stoner” de John Williams, posiblemente la novela más vendida en los últimos años en España. Benedicte ya visitó la tertulia hace algo más de dos años para llevar a cabo un recital de poesía, disciplina que domina con la misma maestría que la novela, multipremiado en ambas facetas ganó en su día el prestigioso certamen de novela Francisco Umbral, diciendo éste cuando aún vivía, que “Travolta tiene miedo a morir”, primera novela de Benedicte, “…es la mejor obra en su género escrita en España”. Luego vinieron ‘Valium’, ‘Guía Campsa de cementerios’, ‘Tiempo muerto para Alí’, ‘La Bella y la Bestia’, una revisión del cuento infantil editada por Alkibla. También los poemarios ‘Biblia ilustrada para becarios’, ‘Maremágnum 44’ (Mención de Honor Mejor Poemario Revelación Revista Ágora), ‘Poemarx’ (Premio ‘Ciudad de Badajoz’), ‘Santa Claus va a rehab’, ‘Poesía eres tuit’ y ‘AnoGrexia’. También Ha colaborado como articulista con el grupo Vocento (ABC), El País, El Mundo y El Español.  Colaboró también con las revistas GQ y Teleindiscreta. Fue redactor jefe de la revista de programación de Quiero TV y redactor de XLSemanal, el suplemento dominical del Grupo Vocento que se publica con ABC, El Norte de Castilla, La Voz de Galicia y otros periódicos. Su obra ha formado parte de la antología Con Otra Voz: Éxtasis Poético, editada por la Latin Heritage Foundation de Nueva York.
En una noche de irredenta tormenta comenzó el acto con el presentador escogido por la tertulia para esta ocasión, el también magnífico novelista onubense Mario Marín y uno de los coordinadores de “La 13, Dadá Trouch Gallery”, mostrando de este modo que Trastero Dispar-Arte está siempre abierta a la colaboración entre las distintas asociaciones culturales onubenses que trabajan en pro de la promoción de buena cultura en nuestra ciudad. Mario Marín hizo una presentación acorde y dinámica con la obra a presentar, habiéndonos dejado esta breve reseña de “Desgraceland”.

Desgraceland

Mi deformación artística muy a menudo trabaja por su cuenta en mi cabeza. Entre sus muchas manifestaciones libres está la de imponer el ojeo de la portada de un libro antes del hojeo de este. Ni siquiera una concesión a la solapa ni a la contra. Cuando me encontré con Desgraceland, de David Benedicte, mi cabeza se fue rápidamente al Graceland icónico y traté de buscar parecidos cromáticos razonables entre la mansión de Memphis y la portada de la novela. Y lo hice porque soy consciente de la importancia de la primera imagen en el proceso de acercamiento a una novela. En mi caso supone siempre un intercambio largo de mails con mi editor, un no parar de esta sí pero adolece de y esta no porque daría mal perfil en estantería. Así hasta dar con la elegida.
En Desgraceland, de Baile del Sol, es extraña pero atractiva, es atrevida pero equilibrada y es sobre todo disruptiva. Y por ahí ya me ganó. Después empezó la lectura.
David Benedicte nos trae con Desgraceland una visión panorámica de la miseria humana. Un recopilatorio de la náusea, una pormenorización de lo obsceno; finalmente, un canto al exceso y a la imitación. Lo que aparentemente se sirve como una historia redonda, bien escrita y resuelta, rápidamente se coloca en el terreno de la reflexión. Y es que tiene trazas de lija del 8. Empieza a rascar ya con las primeras páginas, donde Vic Mamel, un personaje construido desde la redondez absoluta, se encuentra penando un delito en un asilo de ancianos. Desgraceland, que está estructurada con un Él y un Yo, y después capitulada con letras de clásicos, es una historia terrible de perturbación, humor salvaje, egoísmo inocente, drama sofisticado y durezas.
En Desgraceland están también las potentes imágenes narradas a las que acostumbra David Benedicte, nacido en Madrid en 1969 y con una ya larga y premiada trayectoria. También sus fogonazos casi versos. En Desgraceland están una literatura situada en los perfiles y en los acantilados, en el fracaso sublimado, en el dolor naturalizado; una manera de tratar las historias desde el desdén al edulcorante y con un dominio completo de la ternura. “Desgraceland es un libro que hay que leer. Desgraceland is a book that must be read. __________________________. Desgraceland es un libro que hay que leer. Desgrasceland est un livre qui doit être lu. Desgraceland es un libro que hay que leer. Desgraceland is a book that must be read. Desgraceland ist ein Buch, das gelesen werden muss. Desgraceland es un libro que hay que leer” (Mario Marín).
David Benedicte es ya un abanderado de lo que hace Trastero Dispar-Arte, él es un firme defensor del movimiento cultural en bares y calles de la ciudad y se marchó de Huelva contento, a pesar del terrible diluvio de una noche que mermó la asistencia merecida para un autor de su importancia en el ámbito de las letras nacionales, no sin antes asegurar que, algún día, en el futuro, habrá una actividad de Trastero Dispar-Arte en los bares culturales más emblemáticos de la capital de España.
DESGRACELAND
Y ahora, ¿qué? ¿Eh? ¿Cómo rellenas las grietas de este vacío espantoso mientras flotas, sin vida, en la piscina? ¿Dónde diablos está el botón de reinicio que te permita volver a nacer? ¿A quién le toca desenladrillar, a base de estridentes martillazos, el cielo que hoy cubre tu desdicha? ¿Qué empleado del mes se encarga de recoger las flores mustias de las aceras?, ¿y las zapas abandonadas, sobre un charco de sangre, en medio de la batalla? ¿Quién se ocupa de cambiar los escaparates acribillados por las balas? Bienaventurado seas tú, Vic Mamel, vieja gloria setentera de la canción ligera española, que habitas en una Graceland de lo más peculiar por cuyos rincones despoblados, espinosos, periféricos, pasean los paseados, y gimen, y tiemblan, y aguardan quejosos, clamando por tu lúgubre recuerdo.
BENEDICTE, DAVID nació en Madrid en 1969. Ha publicado las novelas ‘Travolta tiene miedo a morir’ (Premio Francisco Umbral), ‘Valium’ y ‘Guía Campsa de cementerios’. También los poemarios ‘Biblia ilustrada para becarios’, ‘Maremágnum 44’ (Mención de Honor Mejor Poemario Revelación Revista Ágora), ‘Poemarx’ (Premio ‘Ciudad de Badajoz’) y SANTA CLAUS VA A REHAB (Tenerife, 2013). Participó en el libro/CD ‘Panero’, musicado por Bunbury y Carlos Ann.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Reseña de LA RANA DE SHAKESPEARE, de Ricardo Reques en el Diario de Córdoba

NOVELA

El tamaño del mundo

Ricardo Reques busca la sorpresa del lector con ‘La rana de Shakespeare’



 
Pedro M. Domene
17/11/2018


El universo narrativo de Ricardo Reques (Madrid, 1967) propone que el lector se enfrente a una lectura tan intensa como plagada de referencias y guiños en una multiplicidad de aspectos que le interesan acentuar al autor, y que se presupone nos obligarán a no dejar de pasar sus páginas sin descanso alguno. Ejercitado en el relato y el microrrelato, Fuera de lugar (2011), El enmendador de corazones (2011) y Piernas fantásticas (2015), encomiables por su técnica y contenido, ahora nos sorprende con una novela de envergadura por su planteamiento narrativo y su extensión (sobrepasa las 300 páginas), y se titula, curiosamente, La rana de Shakespeare (2018).

Un texto como La rana de Shakespeare quedaría simplificado por la definición o interpretación que el propio narrador hace, en un inteligente guiño, entre otros muchos a lo largo del relato, al final del libro, cuando afirma que «ahora está escribiendo una especie de novela construida con citas literarias sobre anfibios, una historia en la que suceden cosas que, de un modo extraño o no explicado, tienen relación con las citas»; y aún, insiste, y subraya, «un rompecabezas, una acrobacia que nace de sus múltiples lecturas, de las que ha ido seleccionando fragmentos de historias en las que se nombran a los anfibios».

Ricardo Reques estructura y establece su relato como una narración lineal y cuenta un viaje científico por el Gran Chaco y la selva misionera, en el norte de Argentina, donde el protagonista, acompañado por varios científicos locales, inicia una aventura que evidencie la posibilidad de que los anfibios de todo el planeta puedan estar en peligro de extinción por culpa del cambio climático.

El científico español se debate entre el recuerdo de un frustrado amor secreto, Libelia, una joven postdoctoral adscrita a su proyecto de investigación que vive en Madrid, y por el motivo fundamental de su narración, las sucesivas toma de muestras, y la constancia escrita de su viaje en unos cuadernos que, de alguna manera, reflejan su forma de mirar un mundo que apenas ya si entiende. Y al hilo, nos muestra su empeño en algunas de sus inclinaciones, tan obsesivas como fantásticas, su interés por la variedad de ranas que va encontrando como por sus compañeras femeninas, las presentes y las ausentes, en un acusado tono erótico, y que en cierta manera ofrecen al lector las reflexiones y la naturaleza humana y sexual del protagonista. El conjunto debe interpretarse técnicamente como una intertextualidad de géneros narrativos, descripción detallada de lugares y espacios geográficos, perfectamente documentados, reflexiones y citas textuales de autores y obras literarias de elevada y amplia calidad y, como buena obra narrativa, se insiste en algunos retratos psicológicos de los personajes secundarios que confieren al relato su voz propia y le otorga a la historia un auténtico juego original que envuelve la trama del relato.

Los frustrados deseos carnales del científico se alternan con la profunda visión de un problema contemporáneo que preocupa a la humanidad, en un relato que nos deja percibir su visión más irónica, o añade esa evidente necesidad de la expresión sexual humana, como actitudes y sentimientos tan perversos como tan inocentes al mismo tiempo. La voz de Vogli, ese alter ego literario tan conocido del autor, ilustra desde la lejanía mensajes al personaje protagonista con citas narrativas en las que ranas, sapos y toda una colección de criaturas anfibias tienen una presencia más o menos acertada en una curiosa selección literaria: Quiroga, Joyce, Bolaño, Vila Matas, o Cervantes y el propio Shakespeare. La voz del protagonista sostiene todo el relato, aunque el lector percibe cierta sensación coral cuando los personajes periféricos, con sus particulares visiones y actuaciones, son los que hacen girar la acción en uno u otro sentido, e intensifican la percepción que tiene el protagonista del conjunto, y así como vamos conociendo las variopintas personalidades de la sensual Teresa, de Alcadio, de Felisberto, de Yaci, y en el espacio opuesto el novio de Libelia, que según el narrador se parece a Wittgenstein, personajes que de la mano de Reques tienen sus propia identidad y corroboran ese aire coral de un relato tan fresco en muchas de sus páginas, como surrealista en otras tantas, tan irónico como deslumbrante, tan ajustado en su prosa y preciso en cada uno de los experimentos de que nos hace partícipes su autor.

‘La rana de Shakespeare’. Autor: Ricardo Reques. Editorial: Baile del Sol. Tenerife, 2018.


jueves, 15 de noviembre de 2018

Sobre Carlos Wamba en Diario de Sevilla

CARLOS WAMBA | IN MEMORIAM
Como un gorrión en un bestiario


Carlos Wamba, en una imagen facilitada por la editorial Metropolisiana.

MARCOS DAVID FERNÁNDEZ-VIAGAS12 Noviembre, 2018 - 20:14h


A Carlos Wamba (Sevilla, 1960-2018) le gustaba sorprenderme con su último poema. Lo hacía siempre por teléfono, desechaba para esto la información que aporta una lectura cara a cara (temeroso de las distracciones, la interpretación de un gesto, las interrupciones). Buscaba, en mí, la reacción milimétrica del pulso y la respiración, del silencio pautado, de la escucha atenta. Fiaba en la genuina observación tras el último verso. En la inmediatez de la primera impresión. En el titubeo con que arranca un comentario. En la originalidad del pensamiento perentorio. Esperaba la puntería en la flecha, el pájaro cazado al vuelo.

Si, por lo que fuera, no me encontraba al teléfono, seguía intentándolo hasta dar conmigo. Podía haberlos dejado grabados en el contestador, pero nunca lo hizo, hasta el día cuatro de marzo de este año (apenas tres meses antes de morir) y no uno, sino dos poemas. No hablamos de ellos apenas, acaso de ciertas imágenes impactantes, como la del primer poema:


"Que esta vida no la poseemos/ que la habitamos/ la transitamos/ Como el tigre recorremos los límites de la jaula/ una y otra vez/ siempre a filo de precipicio/ siempre a pique de derrumbe…"

Este poema lo transcribí, urgente y desesperado, el mismo día de su muerte y ha circulado profusamente por internet. Con la escucha, obligatoriamente repetida verso a verso, para acompasarla con la escritura, tuve la sensación de estar pasando el trazo sobre su propia caligrafía, como se hace con un calco.

Escuchando con atención, pulso y respiración, hasta el último verso que no puede concedernos ya más que el reconocimiento espantado del dardo certero, que atraviesa el círculo oscuro y exacto de los vaticinios:"Las estrellas nos hicieron cálidamente/ nosotros somos estrellas/ ¿Cómo nos podemos negar?"

El otro poema contenía, como en un haiku, una sucesión de fotografías en despedida:

"…pero la nube se deshace/ el pájaro vuela/ el corazón se rinde."

Tan cercano a ese último poema de su libro Desierto y otros desiertos (todavía inédito), de un blanco refulgente hasta lo sombrío:

"En capas finas, como cae el recuerdo/ se va asentando el hielo, despacio/ cubriendo sin sentir, tapando/ velando como la sábana/ que cierra los ojos/ Como la luna que acoge/ como el amigo, que no se despide/ Como se cierra un libro". (Blanco sobre blanco)

Y, sin embargo, prefiero recordarlo ahora en los poemas del único libro que llegó a publicar, Bestiario Personal (Baile del Sol, 2011), donde demuestra un gran dominio de los ritmos y de los tiempos, consiguiendo transmitir esa difícil esencia de lo poético, con palabras e imágenes que una vez leídas parecen inamovibles y necesarias. De él prefiero Gorrión, que contiene mucho de su fino humor y algo de sí mismo:

Una burbuja entre ramitas,

plumas, polvo, sol y arena,

pardo.

Es el garbanzo negro

que escapa al plato.

El que más salta.

El más querido.

Es un patán, un golfo,

silba y salta de lado.

El más querido.

No puedo evitar verlo en estos saltos. En muchos de sus comentarios mordaces y exquisitos. En su portentosa imaginación. En sus salidas del plato. En las graciosas narraciones de alguna de sus aventuras descacharrantes, que solía coronar con un: "¿Qué pensarán de esto mis biógrafos?" Con el tiempo hizo que me familiarizara con estos imaginarios (y abnegados) biógrafos, y jugábamos a despistarlos. Migas de pan de oro arrojadas por el camino que no íbamos a recorrer, pistas falsas y mareantes. Un laberinto a escala, desde cuyo interior, busco ahora junto a él, el más querido, un amistoso paseo más que una urgente salida.

https://www.diariodesevilla.es/ocio/Homenaje-Carlos-Wamba-poeta_0_1299770517.html

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Reseña de El verano del endocrino, de Juan Ramón Santana en Pura Tura

La extravagante epopeya del Endocrino con mayúscula



Me gustan las novelas que dan que hablar. Esas que, por mucho espacio que te den para una reseña, siempre te suscitan para escribir más. Y estoy seguro de que El verano del endocrino (Tegueste, Tenerife, Baile del Sol, 2018), de Juan Ramón Santos (Plasencia, 1975), se convertirá con el tiempo en objeto de un estudio crítico enmarcable dentro de algún género académico como un artículo, un trabajo de fin de máster o una tesis doctoral. Lo digo convencido por haber puesto a ordenar mis notas sobre la lectura que hice este verano de esta novela y reparar en la importancia que di en su momento —y por qué no ahora— a un detalle paratextual que tanto me gusta que ocupe dos páginas. Son los cinco extractos, y no breves, de Josué (10, 12-13), de Schopenhauer, de Wislawa Szymborska, de Gustave Flaubert y de Nuno Júdice que reciben al lector pasada la portada de esta espléndida novela. Para este lector, no es mala propuesta para adentrarse en un libro que ha propiciado una lectura tan gustosa. Es la de Juan Ramón Santos una de las principales obras literarias publicadas en este año 2018. Lo dijo antes Enrique García Fuentes en las páginas de Hoy —el periódico que no deja ver en la red lo que dedica a la literatura todos los sábados— en una reseña del Endocrino que tituló «Homenaje», y en la que decía algo que yo creo que nos hemos planteado casi todos los que hemos leído el libro. El homenaje abierto y sin complejos a un maestro como Gonzalo Hidalgo Bayal, a cuyas novelas cualquier lector leído mirará cuando empiece a leer El verano del endocrino. Pero no cuando termine la novela; porque se sostiene sola, solo con la dependencia de toda obra que pertenezca a este gran árbol de la literatura. De su maestro, Juan Ramón Santos se ha contagiado de creatividad lingüística, de autorreferencialidad literaria, incluso de la creación de ambientes y de personajes —el extraño que llega en taxi una mañana a Labriegos y ahí empieza todo—; pero este Endocrino vuela con solvencia sin necesidad de arneses. La novela tiene veintidós divisiones numeradas y un epílogo, y creo que su retranca está en la extravagante epopeya de un personaje con mayúscula —el Endocrino— que esconde a un tapado. Ese tapado es el narrador, ese yo que está concernido en la primera frase: «Nunca supimos su nombre». Y que no se esconde desde el principio, como en el comienzo del cuarto capítulo: «Yo por entonces aún no lo conocía personalmente».  Creo que es tan poderosa la presencia —si no física, sí estilísticamente— del narrador que me parece que en el tratamiento de esa figura radica el problema sin resolver de esta novela como artificio literario. Ahí hay otra novela. Compare, si no, el lector el «Epílogo» con el tono del resto de la obra. En esta parte final, el narrador, tan oculto en un relato centrado en una figura tan enigmática como la del Endocrino, parece otro, menos distanciado y prepotente —estilísticamente hablando—; y a este lector que escribe le habría gustado otra solución. Otros lectores se quedarán con las peripecias y resoluciones de personaje tan peculiar y tan dudoso. Tan sospechoso, diría. En una novela muy bien escrita, muy sugerente, cervantina, bayaliana, recomendable, como hace —a día de hoy, al menos— la página de la Biblioteca Central de la Universidad de Extremadura en su club de lectura «Nos gusta leer». Es algo bien extraordinario haber recorrido lo escrito de un autor casi desde sus inicios y saber que, por lo escrito, todavía la excelencia de ahora será superable, según lo visto.