jueves, 27 de febrero de 2014

La más cruel de las certezas, de Mario Pérez Antolín

  • Título: La más cruel de las certezas
  • Autor : Mario Pérez Antolín
  • Editorial: Baile del sol
  • Año de edición: 2013
  • Páginas: :156
  • ISBN: 9788415700883
En su indefinición el aforismo acoge ingredientes heterodoxos que se mezclan como un material genérico. Son elementos compactos que fortalecen la práctica escritural y que podrían resumirse en tres itinerarios conceptuales: poesía, ética y filosofía. De esos componentes se nutre la aforística de Mario Pérez Antolín (Backnang, Alemania, 1964), poeta, ensayista y profesor. Ya en 2011 editó su primera colección de sentencias, Profanación del poder. Esta salida ampliaba la más convencional semántica del aforismo; el prólogo, firmado por Eugenio Trías, avalaba la inclinación a la incidencia reflexiva y a la escritura de pensamiento de un escritor que prefiere la disertación pautada al vuelo simple y despojado de la frase.
El libro que aquí comento, La más cruel de las certezas, emplea en su desarrollo un muestrario temático que perfila secuencias de nuestro tiempo. El viaje interior –en el que deambula un sujeto concreto que nos permite asomarnos a los devaneos de lo confesional- se da la mano con el ser colectivo, con los contraluces de una sociedad aglutinadora de aciertos y desajustes. En las líneas introductorias, Victoria Camps asevera: "Un buen aforismo es la síntesis lograda de una idea que no precisa de ulterior desarrollo y que desvela la substancia de la autorreflexión". Es una frase de corte perfecto que invita a entrar en las premisas estéticas de Mario Pérez Antolín para madurar despacio cada una de sus aseveraciones. Nada entorpece más la lectura aforística que el galope alocado de las ocurrencias al paso; por otra parte, la escueta talla del aforismo se lleva mal con oropeles retóricos.
En el extenso páramo de la realidad es donde el buen aforista protagoniza sus incursiones más fértiles. Así sucede en La más cruel de las certezas.Allí están los acontecimientos que jalonan cualquier existencia y que suelen aposentarse entre la emoción y el pensamiento, aunque las notas avancen en ese itinerario azaroso que eligen las nubes de lo cotidiano.
Pérez Antolín halla abundantes estímulos en la sociología. Con innegable afán vindicativo, en un tiempo en el que la práctica de lo público parece un cenagal, el poeta alza la voz y hace de la crítica una baliza disuasoria. El yo se exige a sí mismo coherencia y razones existenciales que vayan más allá del mero reconocimiento de fracturas y rumbos contradictorios; que propicien un convivir bajo una mayor claridad ética. No duda en situarse frente al espejo: "Por lo que se refiere a mis credenciales políticas me considero demasiado nietzscheano para ser de izquierdas y demasiado marxista para ser de derechas. Soy un polemista premeditadamente crítico y ambiguo".
La más cruel de las certezas muestra un dilatado espacio de intereses. En él dialogan "una poesía que piensa y una filosofía que emociona". En su diversidad confraternizan una inquieta atención a los episodios del entorno, que siempre dejan entre las manos gotas de conocimiento y belleza, y esa mirada disconforme y porosa que cuestiona apariencias y otorga confianza al pensamiento. Mario Pérez Antolín nos deja sobre la mesa un libro inteligente empeñado en la búsqueda de la palabra exacta.
Reseña aportada por José Luis Morante

Fragmento
Solo no soy nada, me subsumo y me abismo, pierdo pie y me caigo, desaparezco y me borro. Reconcentradamente indistinto, igual de gastado que una fregona. Inútil incluso para lo mínimo. Junto a vosotros, en cambio, revivo, crezco, esponjo. En el pelotón se compacta la masa, toma forma la forma, la levadura hace subir el bizcocho. Menos mal que estoy dentro de esta bola de cebo, de este cardumen adiposo, de este rebaño de peces.

sábado, 22 de febrero de 2014

Quien mire hacia abajo, pierde, de Sara Herrera Peralta

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Published on February 18th, 2014 | by Mariano Cruz
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El gran escritor inglés de libros de viajes Bruce Chatwin acarició toda su vida el proyecto de escribir un libro sobre los nómadas. Su temprana muerte truncó este plan, quedando tan sólo para los lectores el conjunto de citas y notas sueltas que incluyó como un capítulo más de su libro Las líneas de la canción. Chatwin pretendía con sus investigaciones demostrar una tesis simple pero provocadora: la poesía es un invento de los nómadas. Buceando en la obra Rimbaud y en la etnografía descubrió que el verso medido tiene mucho que ver con la medición del territorio; que los primeros mapas y rutas no fueron sino versos memorizados para no perderse en el espacio. La poesía es un trayecto y, a la vez, un mapa.
El último libro de poesía de Sara Herrera Peralta (Jerez de la Frontera, 1980), Quien mire hacia abajo, pierde, es precisamente eso, un trayecto, un recorrido a bordo de los trenes que atraviesan la capital parisina. Su libro está poblado por esa multitud de seres humanos que diariamente se desplaza desde el extrarradio en un viaje de ida y vuelta hacia las fábricas y almacenes de las afueras o las oficinas y comercios del centro urbano. Son ellos los que se mueven por necesidad, pero desearían estarse quietos, los verdaderos nómadas, por tanto. Este libro reflexiona sobre nuestra existencia y contiene cierta sabiduría y cierta altura de pensamiento. Contiene también una cierta voz, que ya ha sido justamente ponderada por la crítica, pero no por obvio vamos a dejar de repetirlo: Sara Herrera Peralta es una de las voces imprescindibles de su generación. En su poesía brilla la sinceridad y una música profunda y medida. Una cierta melancolía y amargura, una cierta falta de esperanza: ¿Qué grito de esperanza/es capaz de soportar/el dolor de la pérdida? Una lírica de las turbias aguas de la condición contemporánea. Las estaciones y los trenes que escalan este poemario están repletas de lenguas arrinconadas, de niños con un destino escrito desde la cuna a la tumba, solitarios a los que los tibios vagones ofrecen lo más parecido a un hogar que pueden tener. Estamos ante un trayecto con destino desconocido o tal vez indiferente: Melun no es una ciudad/ni es un pueblo./El destino nadie lo conoce.  Un paisaje monótono visto a través del cristal cuya historia es conocida y poco envidiable.
A pesar de su juventud, Sara Herrera Peralta tiene ya una larga trayectoria poética con ocho libros publicados. También ha sido incluída en otras tantas antologías y ha ganado varios premios de poesía. Las formas que contiene Quien mire hacia abajo, pierde han sido ensayadas por la autora en libros anteriores, como Ida y vuelta, pero aquí su lírica se hace más íntima y su palabra más exacta. Combina momentos sentenciosos con pasajes descriptivos, nivelados por una música más elaborada y a la vez más sobria. El protagonismo lo adquieren definitivamente los más desfavorecidos, toda la escala de trabajadores inmigrantes de la europa rica, esa legión de extraños en tierra extraña con la que llega a identificarse el yo poético: a todos nos consideran extranjeros/ extraños, ajenos, intrusos. Es un libro que no olvida a los olvidados y que nos presenta sus vidas anodinas como una experiencia directa. Un libro que adopta sus lenguas como un abrazo en la derrota.
A pesar del escepticismo, de la previsible falta de salidas, existe un tono luminoso en este poemario. Una melodía que celebra el hecho de estar vivo a pesar de las aristas amargas de la existencia. Los trenes deQuien mire hacia abajo, pierde parten y regresan cargados con el aburriemiento de sus pasajeros, pero también con sus sueños y deseos, con la mirada de los niños en la que parece anidar el único atisbo de redención. Este poemario es de los otros, los que atesoran la infinita paciencia de los perdedores, por decirlo parafraseando uno de sus versos. Y esa es una de sus grandes virtudes, una mirada cosmopolita a lo que está más allá de uno mismo, tanto en el espacio como en la conciencia. Una lección anti-ego, un baño de humildad y humanidad. La poesía como esa línea de la canción destinada a fijar en la retina lo que el poeta ha visto a lo largo del camino.

Sara Herrera Peralta, Quien mire hacia abajo, pierde, Baile del sol, Tenerife, 2013, 52 páginas, 10 €

viernes, 21 de febrero de 2014

Política criminal, de Joaquín Lloréns Un nuevo episodio de Beatriz, investigadora licenciosa

Sergio Torrijos – laRepúblicaCultural.es

">Ampliar imagen Política criminal 
Portada de la novela de Joaquín Lloréns
Último episodio de nuestra conocida Beatriz, esa muchacha que paseaba curvas y lubricidad en Citas criminales y orgasmos múltiples en Amor envenenado, ambas obras muestran con claridad lo que el autor pretende mostrarnos. Política criminal es un jalón más en ese camino. Crímenes, glamour, sexo, más glamour y una investigación criminal. Sería complejo concluir que es lo primero, si el glamour o el sexo o la investigación criminal. La idea del autor está demasiado intrincada en todos esos asuntos como para discernir cual prima, aunque en esta novela creo que la investigación toma algo más de terreno, en especial al extraer la trama de la situación política actual.
La trama arranca con la recepción de una carta con amenazas al padre adoptivo de Beatriz. Una amenazas en forma de acción criminal encaminada a cambiar el actual mapa político del país.
El repaso a nuestra democracia es el trasfondo de la obra y en especial sobre el escaso crédito político del que gozan nuestras instituciones. La perversión del sistema democrático mostrada en prosa. Un grupo que intenta mutar esa situación y el único medio es el empleo de la fuerza bruta. Nada que históricamente sea ajeno, bueno, para quién haya leído algo de historia, no para nuestros políticos que creen que dios creo a Adán y Eva y luego al gerente de un partido. La historia es tozuda y sus enseñanzas más aún. La ley sirve para afianzar modelos políticos, sociales o económicos no es un dogma inamovible al que agarrarse. La novela incide en la absurdez del sistema electoral que empleamos en nuestro país, aunque todo parece absurdo en nuestro pequeño rincón del mundo.
Beatriz se ocupará de intentar investigar a los aludidos e ir aclarando el trasfondo de la trama. En ese punto la novela toma mayor altura que las anteriores. La trama y el argumento ha tomado un mayor empaque en esta entrega y eso se nota en la obra.
La trama criminal tiene un fino lustre y un sentido muy sutil. Joaquín Lloréns tiene una prosa elegante, evocadora y por momentos muy sentida. Es capaz de recrear escenas tórridas sin repetirse, lo que es un logro, aunque en esta novela está mucho más contenido. También tiene un fino sentido literario para mantener la tensión narrativa y eso como lector se agradece y mucho. En esta obra, creo que la mejor literariamente, se percibe es hálito creativo con calidad, la parte final de la novela tiene mucho mérito.
Ya he recomendado todas las obras del autor y no voy a innovar ahora. Me apunto al carro de Lloréns. Espero que siga animándose con su obra, siempre es muy entretenida, en todos los aspectos, más aún cuando mezcla asuntos de actualidad. A los lectores que no conozcan al autor les animo a acercase a su obra.

jueves, 20 de febrero de 2014

“Momentos estelares” de Javier Cánaves

Javier Cánaves (Palma de Mallorca, 1973), no es un recién llegado al panorama de la poesía española, irrumpió en él muy joven, y cuenta en su haber con títulos como El peso de los puentes (Premio Ciutat de Palma Rubén Darío) y Al fin has conseguido que odie el blues (Premio de Poesía Hiperión).Momentos estelares (Baile del Sol, 2013), es hasta ahora su última entrega poética, un conjunto de cuarenta poemas, escritos entre los años 2008 y 2013.Momentos estelares es esa luz que se persigue sin cesar y sin tregua con rabia, como en aquella canción de The Smiths, There´s a light that never goes out, una luz que se debe de perseguir solo, porque Persigues como un loco aquella luz. / Hay un túnel y debes caminarlo. / Solo. Hay una luz que ilumina las primeras veces que nos enfrentamos a lo más hermoso de la vida, a la Belleza, a la juventud que se vislumbra tan sólo por una vez y se es consciente de que nunca se podrá volver a recuperar, a la literatura, a la música; cita Cánaves en “Sobre las primeras veces” a Bukowski y a Damien Rice,literatura y música determinan el territorio donde se mueve el autor, no se trata de una poesía culturalista, pero si con referentes culturales que nos muestran como el poeta entiende la vida a través de otros ojos que no son los suyos. Son esos momentos inaugurales de la vida y de las cosas los que el poeta rememora y escribe, ¿Cuántas veces nos quedan / como aquellas primeras veces?. Pero a lo largo de nuestra existencia, de nuestro vivir, vamos acumulando esos pequeños detalles, esas mínimas vivencias que son las que realmente configuran nuestra vida, y son esos detalles los que después nos apuñalarán con dulzura, los que formarán nuestro reposo, los que rememoraremos cuando todo vaya mal, pues La verdad es terrible, ¿lo sabías?, y tal vez sólo el amor puede ser un posible sentido de la existencia, […] ganas de arrancarme el corazón y entregártelo / sin condiciones ni plazos.
En “Sed” se abarca el título del poemario, esos momentos estelares, y se afirma, La vida y sus momentos estelares. / Qué grandes fuimos y qué triste es todo ahora, esos momentos en los que se tenía una inmensa sed de vida, un apetito intenso por vivircómo solo se tiene a los dieciocho años, pero el tiempo nos va despojando de todo cuanto merece la pena, de todo cuanto brilla, que acaba doliendo demasiado. El tiempo es, tal vez, la clave que preside nuestras vidas, donde estamos atrapados sin remisión, solamente somos el tiempo que nos queda, porque para Cánaves el tiempo es fundamentalmente pasado; Soy un hombre muerto que gestiona su pasado. / El futuro es pasado, el presente es pasado, el pasado lo es todo / Todo está muerto y enterrado y todo quedó atrás, y aparece de nuevo la visión del mundo visto por otros autores de los cuales el poeta se siente cercano, Fonollosa, Roque Dalton, el outsider Dennis Cooper.
Tal vez la vida es un viaje desesperado, donde sólo tenemos pasado, y Dios no sirve para nada, pero sin embargo nos restan algunos tablones a los cuales agarrarnos para no naufragar, para no sucumbir, Quedan el vino, las mujeres, los poemas, como tal vez Bukowski podría afirmar también. El erotismo y el goce de la carne forman parte de esos Momentos estelares, encuentros con mulatas de sinuosos cuerpos en viejos pisos sin ascensor, mujeres de aliento sexual y primitivo, mujeres que se acaban evocando en las noches de soledad, y eso duele, como siempre se tuvo la certeza de que haría.  Y José María Fonollosa vuelve a atravesar las páginas del poemario, para aparecer como ese personaje incómodo que nunca sabe irse de las fiestas, o cuenta chistes malos el día de tu boda, ese personaje áspero del que todos huyen, porque en realidad nos recuerda siempre la única verdad, Soy igual que el espejo de ese cuento, digo lo que no quieren escuchar: / que todo es aburrido, insuficiente / y absurdo, y que la muerte no anda lejos,  y quizás porque la muerte no anda lejos y nos puede dar su último beso, debemos de vivir cada día como si fuese el último.
Javier Cánaves es un poeta de espíritu rebelde, una voz molesta para los biempensantes, para los tibios, para los moderados, para los que quieren pasar por la vida sin ensuciarse demasiado y sin tomar partido, todos esos hombres a los que el poeta rechaza como modelos vitales, ya que los que hacen girar realmente el mundo son los que se arriesgan, y sin ellos, no habría progreso posible, porque afirma en “Después de leer a Michel Onfrey”,Los tibios, los de centro, los agnósticos, […] alguien puede decirme que sería del mundo sin nosotros?. El poeta es también el cronista del desamor  contemporáneo, esas escenas que se suceden mientras suena Edith Piaf de fondo, dibujando el desaliento; saber que tal vez las cosas pudieron ser diferentes a como fueron, pero que es imposible, y quizás no deseable cambiar la realidad, los hechos, Pensar que pudo ser distinto es ingenuo y penoso, también inevitable. Pero no sólo del desamor contemporáneo se ocupa el poeta, sino también de la locura en “Disertación sobre la locura una mañana luminosa de febrero”, por donde se pasean las figuras de Hölderlin, Giacinto Scelsi y Panero, dibujando ese quizás último tabú en las sociedades modernas que es la crisis mental. La muerte es otra de las figuras que se insinúan en este Momentos estelares, que aguarda emboscada en cualquiera de las estaciones, promesa segura del tiempo, porque éste puede esconder,el tacto áspero/ de una soga / que no era / para nosotros/ pero que puede ser/ para nosotros.
baile del sol Momentos estelares de Javier Cánaves | #MundoLiterario (Poesía)
Ediciones Baile del Sol
Es la poesía de Cánaves, una poesía de tono narrativo que ahonda en los asuntos fundamentales del ser humano, como siempre ha hecho la gran poesía; nos habla del tiempo y de como éste delimita nuestra existencia, como llegado un punto, somos pasado, memoria, más que presente, pero, por otro lado, es una poesía que canta la maravilla del mundo, esos preciosos instantes irrecuperables en los que nos iniciábamos en la vida, en las cosas por vez primera, y la vida nos deslumbraba, con esa luz, que tal vez debemos de seguir hasta el final de nuestros días. A su vez explora el gozo de la carne y sus misterios, como tal vez, afirmación de la vida, como último refugio ante el temporal desordenado que es la existencia. Y el amor atraviesa su poesía, una crónica del desamor contemporáneo, de la tristeza, porque puede que ésta sea el destino último del amor, La tristeza que todo amor precisa / para ser de verdad y para siempre, y verdadera y para siempre, es la palabra poética de Javier Cánaves.

Autor de la reseña: Ismael Cabezas

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BIOGRAFÍA DEL AUTOR: JAVIER CÁNAVES
Es autor de los poemarios Momentos estelares (Baile del Sol, 2013), Limpieza y absorción (Editorial Delirio, 2011), Molt més en joc (El Tall Editorial, 2007), El peso de los puentes (DVD Ediciones, 2006, Premio Ciudad de Palma Rubén Darío), Al fin has conseguido que odie el blues (Ediciones Hiperión, 2003, Premio de Poesía Hiperión) y Al sur de todo mapa (Ediciones Hiperión, 2001, Premio Internacional de Poesía Antonio Machado en Baeza)

miércoles, 19 de febrero de 2014

JAVIER CÁNAVES. MOMENTOS ESTELARES

JAVIER CÁNAVES. MOMENTOS ESTELARES. BAILE DEL SOL EDICIONES, 2013
No siempre —hay casos paradigmáticos como el de Gerardo Diego que, a pesar de su renombre, encontró grandes dificultades para publicar su obra, lo que ocasionó desajustes temporales que sólo inteligentes investigaciones pueden aclarar— el orden de publicación de un libro se corresponde cronológicamente con la fecha de su escritura. Por otra parte, es frecuente que la escritura de un libro de un género determinado se simultanee con la escritura de libros de otro género, incluso del mismo. No hay compartimentos estancos en la escritura, como tampoco puede el autor sustraerse al impulso, llamémosle inspiración, que gobierna su escritura. En sí mismo, este hecho posee alguna trascendencia cuando el arco temporal es muy amplio, lo que podría llevarnos a pensar que asistimos a periodos creativos muy alejados y diferentes. Pero, este no es el caso. Javier Cánaves explica en una nota previa a los poemas deMomentos estelares que muchos de ellos fueron escritos con anterioridad a los incluidos en Limpieza y absorción, publicado en 2011. «Concretamente, estos poemas fueron escritos entre los años 2008 y 2013». Creo que esta información es relevante para el lector en la medida en que éste siga la trayectoria poética del poeta, pero carecerá de importancia para ese lector que se enfrente por primera vez con un libro de Cánaves (algo que, en cierto modo, me provoca un encontrado sentimiento de envidia) y descubra la frescura y el humor, la ironía y el desamor que menudean por estos versos.
Momentos estelares es un libro unitario, aunque en los cuarenta poemas que lo componen, encontremos, si no distintas voces, sí diferentes registros de un mismo tono de voz, una voz, por otra parte, consolidada en toda su obra precedente por una particular manera de decir, de narrar incluso, en la que se mezclan el dolor y el placer, la razón y la fantasía (el poema más desgarrador del libro, «La ventana», relata un angustioso sueño, una pesadilla en la que su hija se precipita hacia el abismo desde una ventana, después de escurrírsele entre los brazos). Pero no adelantemos acontecimientos. El poeta ha adquirido con el paso de los años una experiencia que, sin duda, favorece la adaptación al entorno, pero también anula la capacidad de sorpresa, porque uno cree haberlo visto casi todo y quizá sólo recurriendo a las herramientas que la imaginación pone a su alcance consiga romper la rutina de una vida corriente. El poeta entra en la cuarentena, la edad madura por antonomasia, por tanto, la añoranza de la inocencia infantil se presenta como algo inevitable. La posibilidad de que algo ocurra por primera vez es casi inexistente, lo que lleva a Cánaves a preguntarse «¿Cuántas veces nos quedan/ como aquellas primeras veces». Nadie puede contestar a esta pregunta con absoluta fiabilidad, sin embargo, lo que sí podemos afirmar es que el poeta se muestra mucho más receptivo que cualquier otra persona a ese tipo de acontecimientos, tiene la ventaja de estar al acecho, está a la espera de que suceda un momento estelar que dé sentido a la existencia. La sucesión de estampas que los poemas esbozan nos van delineando el autorretrato, sin bien artificioso, del poeta, un autorretrato en el que, como apunté más arriba, la ironía juega un papel importantísimo. Javier Cánaves juega con la información biográfica que nos desvela, exagera («Soy un hombre muerto que gestiona su pasado»), menosprecia sus virtudes, se autocompadece huyendo de la realidad («Hay que ponerse ciego para verlo/ claro»), consciente de que la verdad no resulta relevante para enjuiciar al poema, porque en poesía todo las artimañas están subordinada a la estética.
Los poemas de Cánaves son ricos en detalles, minuciosos en la descripción del escenario y del estado de ánimo del personaje que sirve de testaferro al poeta, capaz de desdoblarse en una prostituta caribeña, en otro poeta —José María Fonollosa o Roque Dalton— o en un sociópata que trata de vivir el día a día como si cualquiera de ellos fuera el último de su existencia («Otro día que puede ser el último», piensa al acabar una jornada desenfrenada). Pero más que victimismo, lo que esconden versos como éste es un deseo irrefrenable de apurar el instante, de ser, a pesar de todos los sinsabores y contratiempos, dichoso, como corroboran algunos versos del poema « Judy Minx a los 15 (frente al espejo)»: «Lo que cuenta es ser/ feliz, deja que sean otros los/ que lloran», versos que, por otra parte, nos sirven como ejemplo inigualable de el uso magistral que Cánaves hace del encabalgamiento como método para resaltar esa fractura, esa incertidumbre que persiste entre el deseo y la realidad. Ya lo sabemos, las palabras resultan insuficientes para plasmar la expresión plena de la emoción, de un sentimiento, pero son el único instrumento de que dispone el poeta, por esa razón quizá sea inevitable reflexionar sobre su utilidad. «El paisaje secreto es un poema», escribe Cánaves, y me atrevo a especular que lo que esto significa es que lo misterioso, lo indecible es lo que constituye la propia escritura, lo que podemos adivinar en los espacios en blanco entre las palabras, no el itinerario más o menos evidente que el poema ensancha. El poema solidifica el tiempo, por eso escribe «Ahora escribo el poema/ y tú sigues ahí».
Las sucesivas máscaras permiten traspasar a otro yo las adversidades pasadas o las que se adivinan en un horizonte confuso, permiten un distanciamiento que el personaje ficticio que habita en el poema aprovecha para desahogarse, para reprender, para maldecir, para maltratar al prójimo y a sí mismo, pero también sirven para reverenciar al cuerpo poseído («Tu cuerpo es un refugio»), para atribuirle la mayor jerarquía: «Nada importa/ más que tu cuerpo en esta habitación».
El lector puede pensar que con «Una despedida», el  penúltimo poema del libro —curiosamente, escrito en prosa— la historia llegaba a su fin, un fin duro y triste: «Ahora debo pensar cómo decírselo a mi hija. La gestión de los dramas nunca se me dio bien», pero Javier Cánaves da otra vuelta de tuerca a la tribulación que ha protagonizado los poemas y, en un final digno de una película de suspense, no oculta los restos de resentimiento que nutren la escritura, por eso el libro termina con unos versos tan inquietantes como estos: «Hay una luz…//…cuya esencia es la sombra de un cadáver/ con nuestras huellas dactilares/ impresas en su cuello».  Momentos estelares encierra en sus páginas el botín de guerra que Javier Cánaves ha obtenido al derrotar a sus demonios. No se trata de que la biografía sea necesariamente la cortada que propicia la escritura (aunque pueda serlo), ni de que sobre las cenizas de una relación amorosa se construya una nueva vida, pero la pasión cuando se apaga se convierte en un tormento, y de ello dan prueba estos cuarenta poemas descarnados, mordaces y desesperanzados que dejan al descubierto las costuras de la conciencia y, al mismo tiempo, son irreverentes, están cargados de voluptuosidad y de rebeldía, que es la forma más incómoda de la esperanza.

martes, 18 de febrero de 2014

Stoner de John Williams

"Una joya olvidada""un canto a la dignidad""una novela perfecta"... Con afirmaciones de este tipo podría llegar a escribir varios párrafos, incluso la reseña entera. Durante muchos meses ha sido algo casi matemático, era leer una crítica sobre "Stoner" y encontrar una opinión entusiasta. 

A veces, tal cantidad de opiniones favorables, puede resultar hasta sospechosa.  Pero cuando éstas vienen de la mano de grandes escritores, editores, críticos y al mismo tiempo del "lector común",  a mi terminan por convencerme. 
En la primera visita que hice a la librería esta Navidad fue lo primero que pedí. "Estoy buscando Stoner de John Williams". Por la cara que puso el librero, me pareció que él también la había leído; y así era, al darme mi ejemplar me dijo "buena elección"

Os podéis imaginar que me faltó tiempo para pagar e irme corriendo a casa a empezarlo.  Lo primero que me llamó la atención, casi desde las primeras líneas, fue que John Williams escribía muy bien;  bueno mentira, escribía excepcionalmente bien. No había duda de que estaba ante uno de esos narradores natos que te guían sin remedio hacia donde desee su pluma.
La segunda cosa que me sorprendió fue el propio Stoner, el protagonista. Ese hombre no tenía madera de protagonista; básicamente era un hombre sencillo, gris, casi invisible. 

Campus de la Universidad de Columbia, Misuri. 
Cuando le conocemos, este hijo de campesinos de Misuri, está a punto de entrar en la Universidad. A pesar del esfuerzo económico que supone para la familia, su padre está convencido de que sus futuros estudios de agricultura serán vitales para el porvenir de sus cultivos. 

Lo que nadie espera, ni siquiera el propio Stoner, es que un descubrimiento le alejará para siempre del camino que tenía trazado. William no estudiará agricultura, ni tampoco regresará a la granja familiar. 
Por insólito que parezcaserá profesor y dedicará su vida a la literatura.



No se que esperaba encontrar en "Stoner" cuando empecé a leerlo. Bueno, quizá una de esas historias sencillas que colman mis gustos; historias humanas, hechas a la medida de una vida ordinaria. Pero lo que no imaginé fue encontrar entre sus páginas semejante regalo.  

Tal y como imagino a Stoner en una de sus clases
Adentrarme en la vida de William Stoner fue como conocer por fin a una de esas personas que han pasado por mi vida y de las que no he podido evitar preguntarme: ¿por qué escogió ese camino? ¿que decisión le hizo dedicarse a la enseñanza? ¿por qué no aspiró a más? 

Esas respuestas pueden responderse una a una leyendo esta novela; porque eso es básicamente lo que cuenta, el encuentro de un hombre con su vocación y las decisiones que toma a lo largo de los años para mantenerla viva. Uno de los momentos más intensos del libro es ese instante en que Stoner descubre que quiere dedicarse a la literatura.

"El señor Shakespeare le habla a través de trescientos años señor Stoner, ¿le escucha?".

A partir de ese momento ya no importará lo que ocurra a su alrededor. Stoner hubiera podido ser héroe de guerra de haberse alistado, hombre de sociedad de haber aprovechado su matrimonio o quizá catedrático si hubiese claudicado ante las presiones del mundo académico.
Pero conociendo los riesgos, no cedió ante lo que a su parecer no era correcto. Como uno de esos hombres de firmes principios, se mantuvo en su puesto, aquel para el que sabia había nacido: detrás de su pupitre y de las hojas de sus libros. 
A simple vista su vida parece vacía, monótona. Pero bajo esa fachada gris, se esconde una historia simple pero coherente, la de una vida hecha de decisiones tomadas a conciencia. 

John Williams fue también
profesor de literatura en la
Universidad de Misuri.
Hay instantes luminosos en este libro que valen en si mismos por más de cien historias publicadas por separado. Una simple dedicatoria y un recuerdo firman una historia de amor sobria, delicada, pero de una intensidad como pocas veces he leído; y lejos de ser puntual esa  brillantez se mantiene de la primera a la última línea de la novela. 
¡Que enorme talento muestra John Williams al haber creado a alguien como William Stoner! Un personaje tan bien construido, tan humano, que en el momento en que debemos dejarle ir duele, duele enormemente.

Se que puedo equivocarme y mi recomendación no complacerá a todo el que se acerque a este libro. Pero, yo lo cerré con lágrimas en los ojos y con la certeza  de haber leído algo brillante. La historia de un simple profesor que pudo haber sido célebre, pero también la de un hombre íntegro  que se mantuvo fiel a sus principios  fuesen cuales fuesen las consecuencias.

De verdad espero que disfrutéis de esta novela tanto como yo, y si es así me encantará saber que os ha parecido. Yo no puedo menos que darle un coup de coeur. Más que merecido :)

PD. Stoner ocupa el año 1965 en mi Century of books.

lunes, 17 de febrero de 2014

Stoner

Stoner, John Williams, Baile del Sol, 2010.
Generación perdida es el nombre con el que se conoce a un grupo de escritores estadounidenses, fundamental en la narrativa del siglo XX. En él se ha integrado a novelistas como Fitzgerald, Dos Passos, Hemingway, Faulkner o Steinbeck, que compartían el hecho de haber vivido en Europa entre la I Guerra Mundial y el crack del 29. Fueron los ideólogos de una nueva estética narrativa caracterizada por escribir sobre la situación económica y social norteamericana, el pesimismo, la gran depresión y las consecuencias de la guerra.
A John Williams no se le considera miembro de este grupo, pero bien podría serlo por su estilo y sus tramas. De hecho, no es un autor muy conocido aunque merece, y mucho, la pena.
El protagonista, William Stoner, es el único hijo de un matrimonio de granjeros de Missouri. La vida familiar es tan árida como la tierra de labriego. A base de mucho trabajo, sus padres consiguen enviarle a la Universidad para que estudie Agronomía. Allí descubrirá su amor por las letras, lo que le llevará a olvidarse de la agricultura en favor de la enseñanza universitaria.
Stoner comienza su vida docente y se suceden las diferentes etapas de su vida: conoce a una chica, se casa con ella, enseña, investiga, tiene una hija, se enamora, cae en trampas, afronta obstáculos, envejece… Todo ello con el aparente desinterés de quien tacha un día ya finalizado en el calendario.
Planteado así, el libro no parece la alegría de la huerta. Entonces, ¿por qué lo recomiendo? Son varias las razones.
La primera de ellas, la forma en que está escrito y compuesto. Aparentemente sencilla. Aparentemente. Sin artificios, con naturalidad, la historia fluye sin dificultad y así lo percibimos los lectores. Todo un logro.
Además,  Stoner es un hombre semipresencial que, sin embargo, llena el libro, deja una gran impresión en la poslectura. Otro logro más.
Junto a ello, los detalles. Lo pequeño aparece sin estridencias, pero se queda para sostener la novela.
Para finalizar, no puede olvidarse el regustillo placentero que deja en la glándula lectora y que dura días. Mmmmmmmmmm, qué rico.
Inmaculada Setuáin Mendía

domingo, 16 de febrero de 2014

Sobre Brazos, piernas, cielo, de Isabel Bono

Ya desde el título, Brazos, piernas, cielo, hay una alusión doble, a lo anatómico y a lo elevado y espiritual. Una posición de nominar, de darle un sentido a las cosas desde lo que las nombra. Una poesía que se siente desgajada y fuera de arquetipos, que circula por lo fragmentario, y lo enumerativo. Piezas de encaje que se exponen para ser articuladas y para que quien las lea las reconstruya y una individualmente.

Ignoro si casualmente -y casi como una contradicción-, el libro comienza con un descenso, a la franqueza de una aceptación de lo mortal y lo efímero:

desde el principio lo sabes
vas a caer

la luz
el paisaje
dejan de importar


En la página 28 vuelve a incidir en ello. Su voz es un temblor fijado al detalle. Se advierte entre poemas una continuidad: un hilo de funambulista.

perdido el equilibrio
queda la tierra
bajo mis costillas

el verano era mi casa
diré antes de caer


Hay en Brazos, piernas, cielo poemas que parecen postales y textos breves dominados por la imagen, como éste, que se asemeja a un haiku:

el tiempo posa los pájaros negros
en las últimas antenas

ningún sol
es capaz de evaporarlos


Sabe cortar. Elegir y seleccionar, reducir. Hacer pausas. Su poesía es el arte de decir y no decir. Potencial evocativo. De mencionar. De señalar. Hay en todo ello una apuesta por la elipsis, por saber, como diría Castilla del Pino, qué no leer.

Mediante un lenguaje minimalista y una serie de figuras poéticas recurrentes (pájaros, cielo) evoca sutilmente los temas más personalísimos. Isabel Bono es una lectora de sentimientos. Una amiga de la cotidianidad pasada por el diorama de la ironía, como en este verso: se acumula el trabajo de pasear más juntos y doloridos que nunca (página 21)

He advertido y subrayado algún que otro aforismo, que aprovecho para aislar y traer aquí:

entretener el miedo / se convierte en superstición

Brazos, piernas, cielo carece de aditivos. Les ha quitado todo lo que sobra. Un esencialidad casa con su poética. Los poemas están desnudos, como descubriendo las dimensiones del cielo. La intensidad aquí se acompaña de brevedad. La poeta se ha vaciado.

Una maravillosa portada (de Luciano lozano) acompaña a la ya de por sí estupenda y pulcra edición de Baile del sol. Una mujer con forma de jaula abierta, de la que se liberan unas cometas. Todo un acierto.


Isabel bono es una poeta prolífica, franca, dinámica. Hace libros contundentes -a pesar de su aparente fragilidad- para salvar al mundo. Decía De Quincey que él tenía que saber lo que era la felicidad. Yo le contestaría que una primera lectura siempre sabe a poco.

sábado, 15 de febrero de 2014

Stoner: una rutina apasionante

“William Stoner entró como estudiante en la Universidad de Missouri en el año 1910, a la edad de diecinueve años. Ocho años más tarde, en pleno auge de la Primera Guerra Mundial, recibió el título de Doctorado en Filosofía y aceptó una plaza de profesor en la misma universidad, donde enseñó hasta su muerte en 1956. Nunca ascendió más allá del grado de profesor asistente y unos pocos estudiantes le recordaban vagamente después de haber ido a sus clases. ”

Éste es el centelleante comienzo de una las mejores novelas que he leído en los últimos años. Publicada en Estados Unidos por vez primera en 1965 y luego olvidada entre la producción del autor, tuvo que esperar casi medio siglo para poder ser recuperada y disfrutar, por fin, de cierto éxito; sobre todo en Europa.

Estamos ante una de las maravillas de la provincia americana, casi como el paisaje otoñal de colores ocres que inunda los bosques en otoño o la especial quietud de las montañas cubiertas de nieve; porque Stoner es más que una simple novela, es una epopeya de la cotidianidad de la clase media en el Midwest. Por supuesto que no es la gran novela americana ni tampoco aspira a serlo: es una novela americana y basta con eso. William Stoner es un profesor gris de la universidad de Columbia en el Missouri; un hombre de mirada ausente y hombros caídos, que nace en una humilde familia campesina y parece destinado a repetir el sacrificado trabajo de sus padres. Sin embargo, en Stoner se revelan -casi de improviso- unas capacidades para la docencia universitaria que le alejan (aunque sea únicamente cuarenta millas) de su localidad natal, Booneville y del futuro que le esperaba.

Williams cumple un milagro, hacer que el lector se interese por una vida plana y monótona, por una biografía anodina y miserable. A través de una estructura lineal y progresiva (no se recurre ni tan siquiera al recurso del flash back), de una escritura clara y ordenada que en ocasiones alcanza cotas de un lirismo contenido, asistimos al desarrollo vital de William Stoner, a la tristeza de una existencia condenada a la mediocridad: su difícil ambiente familiar (una mujer que le hace la vida imposible, una hija ausente), sus relaciones y tensiones con los demás colegas del departamento universitario, un enternecedor escarceo amoroso, sus clases...


Un material literario que en un primer momento puede alejar al lector, temeroso de sumergirse en una aburrida cotidianidad, pero que se revelará de una hondura y de una sensibilidad superlativas (en 1963 Williams comentaba en una carta a su editor que una compañera de la universidad le ayudó a pasar el manuscrito a máquina y que cuando un día acudió a visitarla para ver los progresos del trabajo, se la encontró llorando por la emoción: “estaba terminando de escribir el capítulo 15. Grandes lágrimas le caían por las mejillas”).Stoner es la novela de todos nosotros, la historia de la intimidad doméstica, de sus dramas y de sus tragedias.

jueves, 13 de febrero de 2014

Bailando con Karmelo Iribarren: "Mis poemas buscan la emoción perdurable de lo pequeño..."




http://bailedelsol.org/index.php?option=com_booklibrary&task=view&id=635&Itemid=427&catid=115Baile del Sol.- La piel de la vida parece asomarse a diferentes escenas vitales: el amor, la memoria, la pérdida, el paisaje, la cotidianidad…

Karmelo Iribarren.- En efecto, es una constante en mi poesía. Este libro está estructurado en tres partes –la vida, el amor, la literatura-, y eso podría llamar a engaño al principio, pero en el fondo, aunque cambie el envoltorio, dentro sigue habiendo lo de siempre: días que vienen y se van, y cómo nos dejan, y lo que se llevan…



BdS.- También advierte sobre la importancia, de lo minúsculo, los pequeños detalles, las cosas que, a simple vista, no parecen relevantes, ¿es la poesía un buen vehículo para ponerlas en su lugar?

K.I.- Es que yo dejo que las cosas me hablen, parto de lo “anecdótico” para llegar a lo “universal”. Algo que a primera vista parece “irrelevante” puede compendiar siglos de filosofía. Perder un autobús puede ser trágico, entrar en ese bar definitivo. Estamos, vivimos entre las cosas, entre los detalles, a centímetros del suelo. Mis poemas buscan la emoción perdurable de lo pequeño…



BdS.- La soledad es un eco también perceptible en muchos de los poemas, así como una cierta nostalgia por cosas no vividas, ¿es éste un poemario nostálgico?

K.I.- Es imposible no ponerse nostálgico, añorar incluso –o sobre todo- aquello que no fue. Cualquier vida es, al final, la historia de un fracaso. Un día, mirando la lluvia, hacemos inventario y… Pero no creo que este libro sea especialmente nostálgico, hay un poco de todo en estos poemas, los dedos tienen memoria, ven más profundamente que los ojos, la piel de la vida sigue dejándose acariciar… Ahí estamos.

http://bailedelsol.org/index.php?option=com_content&view=article&id=605&itemid=426



BdS.- ¿Te dejas la piel en la poesía?

K.I.- Antes más que ahora, creo. Lo que se gana en oficio se pierde en osadía, como en la vida.


BdS.- ¿Cómo definirías tu lenguaje poético?

K.I.- Concentrado y directo como un disparo de ternura e inteligencia… Doy en el blanco pocas veces, pero cuando acierto hiero de por vida. Quien me probó lo sabe. (Cualquier cosa por citar a Lope).


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