jueves, 25 de febrero de 2016

Bailando con Juan Cruz López: "Lo poético desborda lo comunicacional".



Baile del Sol.- El nombre de los hombres es un poemario que parece narrar una historia, ¿qué camino dirías que recorren sus poemas?

Juan Cruz López.- Supongo que el del acabamiento. Y no es malo. Mi intención, que está detrás de mi propia lectura de la obra, era construir un sujeto poético cuya corporeidad fuera porosa o indiferenciable con respecto a su propio lenguaje. Por eso mismo, los poemas incorporan una biografía propia, también finita.
 
BdS.- Encontramos búsqueda, vacío, soledad, desconcierto, un cierto cuestionamiento del existencialismo en los versos...

JCL.- El poemario, a pesar de las lecturas ficcionales, nace de un contexto personal en el que estaban muy presentes algunas de esas ideas que citas, sobre todo la de búsqueda… Por otro lado, empecé a trabajar El nombre de los hombres en un periodo de cierto aislamiento o recogimiento, y eso también se hizo presente en la composición del libro.


BdS.- ¿Es la poesía un lenguaje adecuado para plantearse la trascendencia?

JCL.- Por supuesto, de hecho creo que es un espacio privilegiado para ello. Remarco lo de «espacio» porque, ahora mismo, opino que lo poético desborda lo comunicacional y, de alguna manera o de otra, configura un territorio por explorar donde decir/escribir no es lo más importante.

BdS.- ¿Qué acontecimientos, pensamientos o lecturas te han llevado hasta El nombre de los hombres?

JCL.- Compuse este poemario hace unos años, cuando —por decirlo de alguna manera— me encontraba agotado. Y seco. Los libros, como siempre, fueron importantes para mirar con otros ojos. Si tuviera que quedarme con algunas lecturas del momento, podría citar varias: la obra de Georg Trakl, la de Manuel Lombardo y el Antiguo Testamento.





BdS.- Hacia el final del libro parece que el amor se eleva como única forma de comprensión, ¿podría serlo?

JCL.- En un sentido amplio, tal vez sí. En el poemario creo que se vislumbra una lectura del amor que podría ser pre-cultural, algo que quizá nos haga intuir formas de identidad pretéritas, anteriores a la construcción de nuestra subjetividad como individuos dóciles. En ese sentido, no me interesa tanto lo que podemos comprender a través del amor, sino lo que hay detrás de todo lo que no comprendemos de él. Ese es el lugar que se busca en el poemario.


"No me interesa tanto lo que podemos comprender a través del amor, sino lo que hay detrás de todo lo que no comprendemos de él".


BdS.- También le das mucha importancia a la palabra, al nombre, al Verbo..., ¿pueden las palabras desvelar los misterios de la existencia?

JCL.- Son una llave.

BdS.- ¿Qué diferencias encuentras como autor entre la narrativa y la poesía?

JCL.- Conforme va pasando el tiempo, me voy dando cuenta de que, escriba lo que escriba, me siguen interesando los mismos temas, solo que poco a poco se van difuminando las fronteras entre un género y otro. No es algo que haya hecho a propósito, desde luego, pero me siento muy cómodo en terrenos liminares como el de la autoficción. Más allá de eso, para mí la poesía desborda los márgenes de la literatura y, quizá por ello, tiene mucho que ver con el silencio.   

BdS.- ¿Cuáles dirías que son tus principales referentes literarios?

JCL.- ¡Buf! Sinceramente, me sería muy complicado responderte, pero hay ciertas literaturas que me han interesado siempre; la narrativa centroeuropea, por ejemplo, o la norteamericana de posguerra. Sigo leyendo novelas de aventuras y clásicos de ciencia ficción. En poesía, siento especial predilección por la Generación de los 50. También me interesa la tradición epigramática y, con respecto a lo presente, la poesía de la conciencia crítica.

BdS.- ¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?

JCL.- En varios a la vez. De hecho, ahora mismo estoy finiquitando alguno de ellos. Concretamente, dentro de un par de meses publicaré mi tercer libro de cuentos y, si todo marcha bien, cerraré un nuevo poemario antes de que acabe el año. Avanzo poco a poco, la verdad, pero bien es cierto que intento no dejar ninguna buena idea en la estacada.


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jueves, 18 de febrero de 2016

Bailando con Estel Juliá: "La fuerza vital es lo que impulsa al ser humano a crear, incluso en los tiempos más difíciles".



Baile del Sol.- ¿Qué ha supuesto para ti el poemario Zapatos imposibles?

Estel Juliá.- Sin duda, una gran oportunidad en todos los sentidos. En primer lugar, aunque ya tenía publicada obra en catalán, ha sido mi debut en el ámbito de la poesía en castellano. Por otro lado, publicar en una editorial independiente, como es Baile del Sol, con una presencia importantísima en el panorama de la poesía actual, ha sido un gran logro, especialmente, porque no soy una autora joven. Llegué tarde a la poesía, pese a ello, y tras dos plantones editoriales, como suelo decir cuando hablo de Zapatos imposibles, fue un equipo joven el que apostó por mi opera prima. Pero también debo de confesar que tras ver la publicación en mis manos, sentí un gran vacío, similar al que sienten algunas mujeres cuando dan a luz y ven a su bebé, y se preguntan ¿y ahora qué?
El camino por el que discurren estos zapatos es un camino de vía lenta, que se construye, como el amor materno, con el día a día, con el esfuerzo y la tenacidad de darlo a conocer a un lector, el buen lector, que por otro lado, es con la poesía muy exigente.

BdS.- ¿Cómo se fue construyendo el libro?

EJ.- Escribí el poemario hace ya bastantes años, en 2010, prácticamente quedó concluido este primer proceso al que siguió otro mucho más lento que se extendió hasta 2012.
En una primera fase, las nuevas tecnologías tuvieron mucho que ver en el engendro. Una gran mayoría de los balbuceos que constituyen hoy, Zapatos imposibles, vieron la luz en mi bitácora virtual. “En el andén” siempre es un laboratorio, como bien apuntó en una ocasión Pepe Ramos en una reseña que salió publicada en la revista virtual Luke. Al leerla, efectivamente, identifiqué de inmediato cuál era la cocina a la que él se refería.
Pero ese laboratorio tiene dos estancias, una efímera, visible al lector virtual, y un cuarto oscuro. Cuando hablo de lo efímero me refiero a que los poemas que allí cuelgo desaparecen transcurrido un tiempo, son solo la génesis de los que después nacerán en el cuarto oscuro.
El cuarto oscuro es, por decirlo de algún modo, una clínica de cirugía estética, allí, la relectura y la reescritura juegan un papel fundamental en la reconstrucción de lo que finalmente será el poema. Pero este proceso es lento, hay que dejar dormir la materia prima y olvidarse que un día la escribiste para que el efecto del bisturí se perciba como algo natural, sin pérdida de la fuerza expresiva.
Al hilo de esto, quisiera aclarar que “En el andén”, coincide con el título de otra de mis obras, anterior a Zapatos imposibles de la que habría que hablar largo y tendido. El espacio virtual comenzó a andar allá por 2006 como un artefacto efímero en la red en contra de lo que para muchos supone hoy Internet: un repositorio donde todo queda almacenado, si entras, lo comprobarás: http://estelj.blogspot.com.es/
Tal vez este sea el modus operandi fruto de una actitud de francotiradora, un tanto a contra corriente, pero se halla muy en sintonía con mi “estar” en el mundo literario.

BdS.- En su prólogo, el poeta David Mardaras habla de la luminosidad y la iluminación de tus poemas, ¿cómo dirías que es esa luz que los acompaña?

EJ.- Bueno, David Mardaras fue muy generoso siempre en sus apreciaciones sobre mi obra. Como sabréis, Zapatos imposibles, existe como tal, gracias a su valiosa opinión desde los inicios. Lector de mi bitácora virtual, un día me indicó que tenía un valioso material, su sinceridad me impulsó a trabajar en ello y a medida que lo hacía fui viendo como emergía esa luz, que no es más que la luz que él me transmitió.
Lo del tema de la iluminación, me parece un poco desmedido ya que considero que no es fácil lograr ese estado. La experiencia y la sabiduría es capaz de posibilitarlo y yo me hallo muy lejos de todo eso, pero supongo que hay factores que sin duda influyeron en Mardaras a la hora de expresar su juicio. Algunos de esos factores podrían ser mi procedencia, el modo en que vine al mundo, incluso mi nombre…
Si tuviera que deciros cómo veo yo esa luz, os diría que es transparente, azul como el Mediterráneo, limpia y a la vez fresca, que sortea en ocasiones los nubarrones que intentan extinguirla.

BdS- Recorridos poéticos por los recuerdos, la nostalgia, algunas decepciones..., pero también se aprecia una fuerza vital con la que seguir siempre hacia adelante...

EJ.- Sí. Desde mi ignorancia, creo que la poesía la conforman, la lengua, la escritura, el sujeto poético con toda la carga de lo vivido, y lo no vivido, por ello se dice que los poemas dicen mucho de quien los escribe, y yo digo, que cualquier cosa que el ser humano se proponga crear, dice mucho de él.
La fuerza vital es lo que impulsa al ser humano a crear, incluso en los tiempos más difíciles; al mismo tiempo, la destrucción es otro tipo de creación, lo es con una fuerza vital negativa. Recuerdo haber leído a algún autor en el que he identificado este tipo de fuerza vital, me produjo una gran desazón que después devino en una respuesta poética de mucha intensidad, supongo que esto es la huida siempre hacia adelante a la que te refieres… No sé… me acaban de venir a la mente las magníficas obras artísticas de William Blake, y como no, su poema, titulado (en una traducción muy personal), “Maridaje entre el cielo y el infierno”… Cada cual elige un modo de expresar su fuerza vital en el papel.


"Los zapatos, en general son la metáfora de los escudos con los que se protege el ser humano a lo largo de su vida con el fin de no atender a la realidad de lo cotidiano que exige, en muchos casos, la desnudez de los pies descalzos".


BdS.- La imagen de los zapatos que, además de en el título, aparece en varios de los poemas, ¿adónde nos lleva?

EJ.- Los zapatos, en general son la metáfora de los escudos con los que se protege el ser humano a lo largo de su vida con el fin de no atender a la realidad de lo cotidiano que exige, en muchos casos, la desnudez de los pies descalzos. Los zapatos son el obstáculo para el reencuentro de los pies con la tierra, incluso con el asfalto. Los zapatos son los objetos de los que nos liberamos después de un largo camino recorrido porque llegados a ese punto la única opción es andar descalzos.
Los zapatos, son la metáfora del mundo que vivimos, las hormas, las reglas (aparentemente coherentes, pero en el fondo sin sentido) impuestas por la voluntad de quienes se hallan en posesión de una única verdad imponen sus zapatos.
Aunque me encantan los zapatos, pues creo que son una pieza clave en nuestra indumentaria, apuesto firmemente por andar sin ellos, sin muletas, afrontando el tambaleo que producen las dificultades. Puede parecer un contrasentido pero gracias a los zapatos saboreamos mejor la victoria de andar descalzos.

Fotografía: Toni Balanza



BdS.- El amor y lo cotidiano también están muy presentes en tu obra, háblanos de estos espacios creativos.

EJ.- Más que espacios, yo creo que son dos términos incompatibles. El espacio cotidiano, en ocasiones no deja espacio al amor. El amor es una entelequia que intentamos, a veces, a toda costa, incrustar en lo cotidiano. El amor es la mentira y es la verdad; es el sufrimiento y la liberación; es lo posible, y también lo imposible; es una utopía, no existe. Solo existen nuestras emociones frente a lo cotidiano, si en ese espacio hay un cruce de caminos, se produce lo que muchos llaman amor, entonces es cuando lo cotidiano se emborrona, no hay días, no hay horas, no hay más personas que la persona, pero en el fondo, todo eso es una obsesión, una enajenación, porque el amor es otra cosa.

BdS.- ¿Cuáles son tus principales referentes literarios?

EJ.- ¿Mis referentes literarios? No soy tan culta, ni tan intelectual como para comenzar a citar a otros poetas, ni enumerar varias citas que determinen mi status en el campo de la literatura. Cada cual tiene sus referentes, solo me limitaré a nombrar algunos de los que vienen alimentado mi obra, han sido: las personas, las vivencias, las lecturas (que van, desde la publicidad que encuentro en el buzón, la lista de la compra, o los estudios literarios o filosóficos, pasando por la poesía), y el transcurrir del tiempo que es el mejor antídoto contra la inmediatez y la urgencia de hacer público que se acaba de descubrir el propio ombligo.

BdS.- ¿En qué proyecto literario trabajas actualmente?


EJ.-Actualmente, mi proyecto literario es mi tesis doctoral (conseguir llegar ilesa, en plazo) entre tanto, me tomo algún que otro aperitivo de poesía, amenizado con unas gotas de imágenes y música, ¿por qué no? Después, seguir con la promoción de mi obra en catalán, un nuevo (a la vez que viejo) poemario inédito, En el andén, y por supuesto, seguir dando a conocer Zapatos imposibles, eso sí, desde la autenticidad. 

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jueves, 11 de febrero de 2016

Bailando con Pablo Escudero: "Creo que la mayoría de los relatos plantean alguna clase de desafío, un enfrentamiento al vacío"




Baile del Sol.- ¿Qué dirías que tienen en común los relatos que conforman Beber durante el embarazo?

Pedro Escudero.- Desde el principio he visto en común una sensación de vértigo. Los personajes se encuentran ante momentos de crisis, en los que tienen que afrontar algún cambio y no se sienten para nada seguros de hacerlo. Elegí como título el de ese relato porque hay pocas cosas que den más vértigo que prepararte para ser padre. Es asumir que definitivamente eres mayor. Creo que la mayoría de los relatos plantean alguna clase de desafío, un enfrentamiento al vacío, bien sea un salto que dar hacia delante o bien un salto que se dio en el pasado y del que están arrepintiéndose. Inicialmente yo tenía una serie de cuentos que escribí alrededor de las fechas en las que trabajé en el relato que le da título al libro y que tenían en común los temas de la paternidad, el miedo, la incertidumbre. El libro final incluye relatos anteriores, pero cuando lo he revisado al completo he visto que ese espíritu, con matices, tiene una presencia casi constante.


BdS.- Las historias parecen contar siempre con una cierta complicidad de los lectores, especialmente para imaginar cómo podría continuar el devenir de sus protagonistas, ¿es esa tu intención?

PE.- No creo demasiado en las historias cerradas. No es una decisión consciente, la verdad, pero ahora que lo comentas es verdad que puede suceder eso en casi todos los relatos. No soy ni mucho menos chejoviano, pero es una poética que se le suele atribuir a Chéjov, la de dejar las historias abiertas y que el lector decida si merece la pena interesarse por lo que pueda pasar después, que me gusta. De hecho me parece la única posible. Como autor siento que la escritura es una forma de colarse en vidas ajenas, y uno puede colarse en las vidas de los demás pero sólo durante un período de tiempo. Después debe dejarlos que sigan adelante, y quizá, preguntarse qué les habrá pasado después de aquello que nosotros vimos.
Me gustan las películas que empiezan en mitad de algo. No me gustan, aparte de en las historias infantiles, las historias que empiezan con el: Había una vez … Está claro que en cualquier historia tienes que dotar de cierto contexto a la trama, y a veces acudir al pasado de un personaje para explicar por qué hace algunas cosas, pero no hace falta explicarlo todo siempre, con todo lujo de detalles. Asumo un lector inteligente, y ese lector también debe sentirse autónomo, y con derecho a especular.
Tengo anotada una frase de Naipaul por el escritorio en el que suelo trabajar, en la que creo mucho, y que dice: “La vida no tiene un planteamiento claro y un desenlace nítido. La vida siempre continúa. Deberías empezar por el medio y terminar en el medio, y todo debería estar ahí”

BdS.- A veces da la impresión de que el escritor pasaba por la vida de los personajes y se para a contarnos lo que ve y escucha...

PE.- Lo relaciono con la pregunta anterior. Uno pasa, ve algo, fabula, imagina, cuenta lo que está pasando, o lo que podría estar pasando detrás de aquella puerta, y se va. Vivo con el ojo y el oído puesto en lo que escucho en la calle, soy muy lector pero también soy muy paseante, y tengo la capacidad de ir por ejemplo en el metro y en el autobús leyendo, enterándome del libro y a la vez ir siguiendo las conversaciones que se oyen. Y se oyen a veces auténticas joyas que te despiertan la curiosidad. Y levantas la cabeza del libro y ves a quien lo está contando y empiezas a fabular y a veces ahí nace una historia. Luego llegas a casa, anotas algo, lo dejas reposar durante un tiempo y al final florece en tu subconsciente y acabas llevándolo a tu terreno a la hora de escribirlo. Uno de los relatos del libro, Dios ha vuelto al barrio, nació así, de la observación de un tío con el que coincidía en el autobús todas las mañanas de camino a Las Rozas, donde yo trabajaba entonces y me imagino que él también. El tío estaba totalmente fuera de cuadro. Iba con gafas de sol a las siete y media de la mañana, con unos pantalones de cuero y unas botas y un pelo a lo Lou Reed en los setenta, y leyendo Moby Dick, Bajo el volcán, libros de ese nivel, cosas que no lee cualquiera a esas horas en esos lugares.
En tu pregunta entiendo que ves un cierto objetivismo en los narradores. Y puede que algo haya, sobre todo un cierto alejamiento emocional, aunque por el contrario, en lo expresivo, priman las primeras personas, y no precisamente objetivas, sino que me centro en narradores que deforman la realidad que cuentan con su mirada. Creo que cualquier narración viene definida por la perspectiva del narrador, y me gustan las miradas que se construyen desde el extrañamiento. Ahí me veo reflejado en las narraciones cortas de Kafka o en los libros de Mario Levrero, que miran y miran sucesos anodinos y acaban dotándolos de una extraña magia. A mí me pasa que veo algo, o lo leo, o lo imagino, y al cabo de unos meses tengo un recuerdo que sé que no puede ser real, pero que es el que me queda. La memoria es tramposa y esa también es una de las ideas principales sobre las que trabajo como escritor. El narrador está tan cerca de la historia, y muchas veces es casi el único personaje, que puede tener algo de cámara de cine que registra imágenes y las pone a disposición del lector, pero le enseña imágenes con un gran juego de lentes detrás. Siempre he pensado, al escribir en esa primera persona deformante, en esos primerísimos primeros planos que tiraba Sergio Leone en sus westerns. Intento mantener ese equilibrio entre el narrador en primera fila que nos da la única versión disponible de la realidad, y la manipula por el simple hecho de mirar así, y tratar de que eso no se contamine y sólo pueda interesar a quienes se sienten como los narradores.




BdS.- Los personajes son muy peculiares, se parecen a cualquiera, pero al mismo tiempo son
especiales, ¿cómo aparecen?

PE.- Supongo que parten de mí. Juego a ponerme en situaciones distintas a las que vivo y a partir de ahí tiro del hilo. Funciono como escritor desde las preguntas iniciales de: ¿y si …? o ¿qué pasaría si …? También debo reconocer que me gusta mucho la autoficción, y me gusta jugar a dejar cosas mías por los relatos, a crear confusión. Me encanta cuando alguien piensa que algo de un relato me ha sucedido realmente. O que algo que cuenta un narrador es cierto. Muchas de las personas que han leído el relato Beber durante el embarazo me preguntaron que cómo averigüé un dato sobre las serpientes australianas que se da como de pasada en el relato, y que me inventé. Eso le da armazón de realidad al relato. Y me encantan esas confusiones. En el libro hay personajes reales que funcionan como arquetipos ficcionales, como puede ser Grigori Perelman en Conjeturas, hay historias que podrían haber sido verdad como la de Rescate, que es totalmente inventada. Hay un relato, Literatopatías, que tuvo una cierta difusión cuando ganó el ya extinto Certamen de Jóvenes Talentos Booket. Me contó alguien de la editorial que tres o cuatro jóvenes autores se habían sentido un poco atacados con él, cuando no estaba inspirado en nadie (principalmente porque no conozco a nadie, por suerte, como esos personajes). Esas reacciones te hacen pensar que lo que escribes es al menos coherente, verídico, que ya sabemos que es a lo más verdadero que se debe aspirar cuando se trabaja en literatura. Pienso que si la realidad se caracteriza por algo es porque no suele ser única, y yo me muevo en esos parámetros como autor, en creer que la realidad es múltiple, muy subjetiva y deformable y que es posible jugar con ella, buscándole siempre nuevos matices.

  
BdS.- Varios de los relatos que aparecen en este volumen han sido premiados en diferentes certámenes, ¿qué han supuesto para ti estos reconocimientos?

PE.- Dependiendo del momento algunos resultaron muy importantes para mí. Los premios en esos momentos funcionan como confirmación de que alguien más ha leído tus relatos y le han interesado. También hace mucha ilusión ver tus primeros textos publicados, aunque sean esas publicaciones promocionales que apenas se mueven del ámbito local donde se premiaron. Y dan alegría. Y no hay que minusvalorar la alegría, la posibilidad de brindar por un premio. Nadie se alegrará más que tu madre cuando te den un premio, no lo dudes. También son importantes por el dinero que pueda haber por medio y sobre todo, por qué no decirlo, a nivel de ego. Yo iba a seguir escribiendo al margen de ganar algún premio o no, porque lo siento como una necesidad. Pero es verdad que los escritores tenemos un punto de ególatras. No lo digo como algo bueno o malo, sino como algo que es inevitable, porque si no piensas que lo que haces es bueno, para qué vas a moverlo en concursos o editoriales, está claro que lo que sale fuera de tus cuadernos y de tu disco duro es porque piensas que le va a gustar a otros, que merece la pena. Para mí ir luego a recogerlos o que me pidan que lea o hable es un trago, la verdad, pero todo lo bueno lo compensa. Conoces a la gente que se ha leído los textos, que organiza aquello, que los premia. Conoces a los otros ganadores, a los finalistas, a gente que se dedica a escribir en los ratos que le roba al sueño o al trabajo desde una pasión verdadera. Empiezas a mandar cosas a los concursos cuando empiezas a escribir, supongo que buscando visibilidad. Luego ves que aunque los ganes no te dan demasiada visibilidad, pero yo, que ni tengo agente ni me muevo en esos llamados círculos literarios, tampoco sé nunca muy bien qué hacer cuando termino algo, y mientras me lo pienso pues muevo algunos textos por concursos, porque pienso que a los relatos les viene bien viajar un poco, y porque el dinero, el poco reconocimiento que te consiguen y la alegría que suponen, la excusa que dan para salir a tomar unas cañas, siempre se agradecen.
  
BdS.- ¿Qué ventajas encuentras en el relato breve frente a otros géneros?

PE.- El relato breve te da una libertad casi absoluta. Creo que es el medio en el que mejor puedes fundir la forma con el fondo. Puedes experimentar, probar voces, perspectivas, narradores, y a veces algunos fructifican y acaban quedando buenos cuentos. Es un tópico pero es cierto que escribir un buen relato, igual que me imagino que debe serlo escribir un buen poema, es muy difícil. Creo que uno puede escribir una novela que haga que el lector diga: “no está mal, se deja leer, etc.”. Yo mismo las leo. Pero nadie sigue leyendo un cuento que no es bueno, lo dejas. Ahora mismo estoy escribiendo una novela larga y es un ejercicio interesante por lo que tiene de arquitectura, de diseño, de planificación, de juego de voces, de estructura, pero es menos emocionante que un cuento. Un relato es ahora. Funciona o no, y si no funciona tienes que tirarlo, no se puede arreglar. A mí cuando un cuento me viene a la cabeza me exige que me ponga con él de inmediato. Si lo dejo pasar un poco, la historia se muere y ya no vale. La novela que estoy escribiendo la tengo medio pensada desde hace más de dos años. Y sé de lo que va, sé hacia dónde va, lo sé casi todo sobre ella. Sólo me queda escribirla. Con los cuentos voy descubriendo su verdad a la vez que los escribo. Y eso es algo mágico.

         "El relato breve te da una libertad casi absoluta"

Bds.- En algunos aspectos, las historias de Beber durante el embrazo nos traen ecos de escritores norteamericanos de relatos, ¿están ellos entre tus referentes literarios?

PE.- No son mis principales referencias conscientes. Dentro del mundo del relato, yo suelo leer a Bolaño, a Levrero, a Fogwill, a Kafka, a Borges, a Cortázar, a Ballard, a Foster Wallace, a Saul Bellow, a Etgar Keret, a Rodrigo Fresán. Pero también es verdad que uno no sólo está influido por lo que lee o por lo que cree que le influye, sino que también lo está por la música que oye mientras escribo, y oigo mucho cuando escribo a Lou Reed, a Wilco, a Patti Smith y a Neil Young, o por algunas películas, y hay algunas de Jim Jarmusch que tengo muy presentes en mi labor. Y no nos engañemos, uno es lo que lee y lo que han leído quienes ha leído. Siempre he leído mucha novela negra, y también me gustan mucho esas canciones que condensan novelas de cuatrocientas páginas en cuatro minutos, como Pedro Navaja de Rubén Blades ó Christmas card from a hooker in Minneapolis de Tom Waits, y hay quien me ha comentado que ambas cosas se notan en mi escritura, en un uso del lenguaje bastante funcional y en ciertas ocasiones minimalista, aunque no veo que sea exactamente así. Yo empecé a leer relato a los 19 o 20 años. Ya era muy lector de novela, desde niño, y mientras estaba en el instituto había ido leyendo cada vez más, pero con esa manía que hay de no leer relatos en los institutos, yo nunca me había puesto a leer relato. Oía cuento y me sonaba a narrativa para niños. A mucha gente le pasa eso. Les dices que escribes cuentos y te preguntan si son para niños. O le compran Beber durante el embarazo a su sobrina de ocho años y luego te piden explicaciones. En ese momento (sé que fue en febrero de 2004 porque fecho los libros cuando los compro) me compré a la vez Llamadas telefónicas, de Roberto Bolaño, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, de Raymond Carver y una selección de cuentos de Paul Bowles. Debí leerme esos tres libros unas diez veces cada uno en un año, y me di cuenta del infinito mundo que se me abría ahí como lector y como escritor. A Carver, que supongo que es al tipo de narrativa al que te refieres en la pregunta, lo he leído bastante poco después de ese sarampión inicial, no me interesa especialmente. A Bolaño desde entonces lo he leído entero y lo releo con devoción. Perdí el libro de Bowles y lo he reconstruido en mi memoria lo mejor que he sabido porque es un gran autor que ha desaparecido de las librerías. De la narrativa norteamericana he leído muchas veces la selección de relatos de John Cheever que hizo Rodrigo Fresán, y me gusta Tobias Wolff de los autores del realismo sucio, seguramente porque es el que menos se adapta a esa etiqueta. Leí a Salinger en su momento, y a Bukowski, pero no creo que me marcaran especialmente. Hay un escritor americano (de familia armenia) de los años 40 al que sí vuelvo con frecuencia que es William Saroyan, que tiene relatos muy sencillos, que te desintoxican el estilo, escritos desde la particular mirada de la infancia y la adolescencia, que me gusta mucho. De hecho el primer epígrafe del primer relato de Beber durante el embarazo, Memoria histórica, es suyo y habla de los jóvenes escritores. De David Foster Wallace me interesa sobre todo su labor como escritor de relatos, porque es lo contrario a un escritor contenido. Parece que el autor de relatos debe contar las palabras y medirlo todo perfectamente y esconderse una parte de la historia y él funciona al revés. Y eso es algo que tienes que aprender a hacer cuando escribes. Eso te aleja de lo canónico, pero si alguna vez has de hacer algo de valor será así, a tu aire.

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viernes, 5 de febrero de 2016

Bailando con David Coello: "Las rutas poco iluminadas o la misma niebla son en sí poesía, tanto como lo es la luz"




Baile del Sol.- Cuatro parece un poemario de búsqueda, ¿cuál sería el objeto de esa exploración?

David Coello.- Efectivamente es una búsqueda. Según se fue afinando el poemario, por sí solo y en su camino, también se aclaró el objeto de búsqueda. En el periodo de su escritura, necesitaba explorar un territorio salvador de mí mismo. Es como los libros de “Escribe tu propia aventura” o los laberintos de los manteles de papel: a medida que se hace o se resuelve, tiene un reflejo en la vida real, aunque esa división entre lo real y lo-que-sea-que-sea-lo-otro, sea totalmente-ilusoria. Solo precisa un punto de vista diferente, un moverse a otro mirador, y la visión se aclara.

BdS.- Sumerges a los lectores en un paisaje boscoso, inmerso muchas veces en la niebla, ¿la poesía nos ayuda a transitar por esas rutas poco iluminadas?

DC.- A mí me sirvió. En Cuatro, el paisaje inicial está en la niebla. De hecho, es niebla. Y gracias a este método de trabajo que es Cuatro, se vuelve luz. Pero es un camino, no un destino. Creo que las rutas poco iluminadas o la misma niebla son en sí poesía, tanto como lo es la luz, y a lo mejor sirve quedarse en esos parajes un tiempo para hacerse uno con él, o ver lo que de ese paisaje hay en mí. Por ejemplo, la película “Excalibur”, la de John Boorman, está rodada en la niebla, aparte de las cuevas o los pasadizos subterráneos de la Albión, o ese sol fulgurante que aparece en diferentes secuencias, y muchos de sus personajes, ya en la leyenda real, son emanaciones de la misma tierra… Para mí, también se asemeja a ciertas corrientes de música experimental.

BdS.- Poemas breves, como invitaciones, como sugerencias...

DC.-Ya, son cuarenta poemas de cuatro versos. Algo así como la afinación de la nota La, que se produce en 440 Hz. Una mañana decidí escribir en modo automático, sin detenerme a pensar o corregir, y salieron unos diez poemas de cuatro versos. Los guardé. A los pocos días repetí el mismo mecanismo, y dio un resultado similar, así que decidí no resistirme y adoptarlo como línea de trabajo, digamos “mágico”. A partir de ahí, el típico desarrollo de desechar poemas, corregir, releer, etc.



BdS.- ¿Por qué Cuatro?

DC.- Quizá por su sencillez aparente como palabra y como número. Como decía antes, el poemario surgió con esta fórmula a modo de vestido, un verso más lejos que el haiku. Como concepto, el cuatro remite a la familia estándar, remite a los Cuatro elementos, los cuatro mundos de la Cábala, las cuatro caras de Buda, etc. Pero simplemente es que para mí fue un método de trabajo que apareció así, todo lo que pueda decir después es discurso interpretativo.


BdS.- Es también un recorrido por imágenes poéticas muy potentes, ¿cómo surgen?

DC.- Buena pregunta. Creo que de un intento de liberarme de la construcción de una frase, de un verso que no se ajustara a lo que yo quería expresar, mostrando una imagen formal o estructurada. Esa traducción de mi sentir debía ser cercana y verdadera en cuanto a imagen, y de ahí pongo en juego la libertad, en cuanto a un cierto ejercicio surrealista, con algo onírico, espiritual, etc… Vamos, copiando a las vanguardias de hace un siglo…

"Como concepto, el cuatro remite a la familia estándar, remite a los Cuatro elementos, los cuatro mundos de la Cábala, las cuatro caras de Buda, etc."

BdS.- Lo escondido, lo inconcebible, lo turbulento, la inquietud, ¿son campo abonado para el lenguaje poético?

DC.- Sí, sin duda. Este libro y lo que yo sentía en ese momento no podían haber ocurrido, si no hubiese leído compulsivamente a Juan Eduardo Cirlot quien, creo, se movía precisamente en ese campo abonado. Y que me desveló mucho de mi sentir, del mismo modo que lo hicieron otros artistas antes. Creo que todo lo que nombras sirve, en conjunto, como un buen invocador de la poesía.

BdS.- ¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto literario?

Sí, estoy intentando terminar un poemario que se resiste. Y por otro lado, he empezado recientemente un proyecto que incluye tanto prosa como verso, según la necesidad de cada episodio. Espero finalizar alguno de los dos, incluso ambos, en este 2016.



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miércoles, 3 de febrero de 2016

Reseña de Cape Cod de Thoreau en Culturamas


cape cod

Por Ricardo Martínez Llorca

Cape Cod
Henry David Thoreau
Traducción de Héctor Silva
Baile del sol
Tenerife, 2015
230 páginas

“¡Los anales de esta playa voraz! ¿quién podría escribirlos, si no fuese un marinero náufrago”.
Naufragio. Esa es la palabra. Con naufragio se resume todo lo que Cape Cod significa: su aroma, los deseos frustrados, la lentitud de cada paso, el viento y la desdicha del viento, la leyenda si es que cabe calificar como leyenda las pequeñas historias, los hechos que se dice que sucedieron en la región abandonada de Cape Cod. Abandonada por lo civilizado. Así es este libro en el que Henry David Thoreau (Concord, Massachusets, 1817 – 1862) sigue siendo el mismo Thoreu de siempre. El de los minúsculos sucesos en que se concentra la esencia del universo. Porque todo existe para volver a ser la huella que uno está dejando en el camino. Esa es la forma de viajar de Thoreau: el viaje a pie, el caminar, la excursión pateando. Y nadie se imagina una excursión a pie por un lugar civilizado. Caminar es caminar al aire libre. Y a partir de varios de esos paseos, dándoles continuidad, como si se tratase de un único acto, Thoreau se aproxima a la región de Cape Cod. A un trozo de mapa en la costa. Pero no es la orilla lo que más le interesa, ni tampoco el mar. Aunque no reniega de ellos y sabe que son parte imprescindible de la vida natural de la zona, y en cuanto puede se aleja un poco para observar lo que forma parte de los otros, él se concentra en la costa. Es decir, más hacia el interior. En donde puede dar rienda suelta a ese naturalista que es, en una época en la que todavía no había nacido la biología y ser naturalista era cometer múltiples errores de interpretación. Pero observar mucho.
Este es de nuevo Thoreau. El hombre que pretende visitar los lugares donde los demás aseguran que no hay nada que ver. Apartados del mundo civilizado. Deseando sentir nostalgia hasta por lo que no ha vivido. De ahí que el libro comience con un naufragio, del que se describen los restos que llegan a la orilla, sin inmiscuirse en lo obsceno. Tan reposado al escribir como al caminar, pues consideraba que no valía la pena tener prisa si todos los caminos terminarían por conducirle a su villa natal, a Concord, le llama la atención tanto la gente que vive una supuesta existencia de Beatus Ille, aunque tal vez no elegida, como los pájaros o las hojas de los árboles. Thoreau es de los que se proponen ser sublime sin interrupción. Lo cual, en los tiempos que corren, es un regalo. Porque eso pretende con sus escritos, regalarnos un rato de sosiego. A Thoreau no se le puede leer deprisa. Se le debe leer con la lentitud con que cambia la Tierra, que es el verdadero tema de su obra. Thoreau, el creador de la desobediencia civil, es en lo que respecta a lo ecológico un conservador. Porque maldice la destrucción. Pero conserva siempre, a lo largo de cada página, ese poso de naufragio pero sin caer en los sentimientos. Consigue ser un poeta sin lírica. Un estilista sin estilo. Un sabio con nada personal que contar, a no ser que consideremos que dar fe de la belleza de un naufragio sea un relato.


martes, 2 de febrero de 2016

Reseña de CONTRA VISCONTI de J.Jorge Sánchez en Caja negra



No pretendo que este blog se convierta en escaparate de novedades, en parte por pereza de consumidor harto de cambiar de móvil y en parte por rigor selectivo de paja y grano estético. Pero en este caso la excepción es obligada. Mi hermano J. Jorge Sánchez ha publicado, finalmente, su quinto poemario. Teniendo en cuenta su marginalidad -voluntaria- con respecto a las estrategias habituales de muchos poetas (cacería de premios, adhesión a capillas literarias, etc.), me parece que esa tenacidad tiene mérito objetivo y ya conforma ni más ni menos que una trayectoria. Todo ello en un ámbito, además, extremadamente profuso y escaso de brújula como es el de la poesía actual. 
Después de, entre otros retos, enfrentarse al problema del Mal en Del Tercer Reich y después de la poesía densa y antilírica de Bajo la lluvia, llega este nuevo libro, de título inesperado que sin duda propone un ajuste de cuentas con la educación sentimental-ideológica de una generación.
Pero no sólo Visconti es objeto poético de un volumen deliberadamente heterogéneo: el lector, obligado a un primer instante de perplejidad, encontrará una nueva combinatoria en la que Espriu, Auden o Kavafis coexisten con Michael Jordan, Ikea o Anatomía de Grey, y también con Mao o Radovan Karadzic. Es, desde luego, más que una poesía de la "experiencia cultural" o del posmodernismo inane y anglófilo, como demuestra el epílogo, una reflexión en prosa sobre lo postpoético que, en absoluto se parece a lo que Fernández Mallo y otros pudieran definir con el mismo nombre, y que a buen seguro suscitará cierta incomodidad entre los idólatras de una poeticidad sagrada e invulnerable.
En realidad, se trata de una ampliación de la poética con que se inicia el libro: "Toda materia es objeto de materia poética. / Ninguna forma es sujeto de la forma poética", que resume perfectamente la opción, no exenta de riesgos, por la que mi hermano lleva muchos años apostando. Una opción que prioriza las posibilidades reflexivas del poema sobre cualquier, digamos, incitación de los significantes o cualquier hermetismo visionario e inaccesible.
No sé si nuestro modelo han de ser los Goytisolo o las Brontë; sea como sea, no quiero que mi entusiasmo perjudique de alguna forma al libro, por lo que me limitaré a recomendarlo a todos aquellos que no están interesados en la poesía del tipo "tú me llamas, amor, yo cojo un taxi" (búsquese en Google). Y a desearle al autor la mejor de las suertes.

Pablo Sánchez - Caja negra