miércoles, 30 de julio de 2014

El silencio entre las palabras, de Juan Enrique Soto

Sinopsis:

Carmelo regresa al pueblo de su Andalucía natal por primera vez. Hace treinta años que su madre lo sacó de allí cuando tenía sólo tres años huyendo de un horrendo acontecimiento del que fueron testigos y que condicionó su vida y la de todos los habitantes del lugar en los días del alzamiento del General Franco. El joven irá desentrañando el secreto al mismo tiempo que el ficticio equilibrio de la pequeña comunidad se desmorona según la verdad es revelada. En un paraje abrupto y seco que le vio nacer y junto a unos personajes duros como la inmisericorde tierra en la que sobreviven, Carmelo recorrerá un difícil camino hacia sí mismo, descubriendo las hazañas y villanías de las que es capaz del ser humano.

Opinión Personal:

Aparte de la sinopsis, esta novela me atrajo por el título y la portada. Ambos son muy sugerentes. Desde luego que sí. A medida que avanzamos en la lectura de El silencio entre las palabras nos damos cuenta del porqué de este título y esa fotografía que supone, en principio, una incógnita. ¿Quién es la pareja que posa ante el fotógrafo?.

El silencio está poblado de voces”, parece ser que dijo el escritor mexicano Octavio Paz. La calma y el silencio tienen sus violencias latentes. Y también es cómplice, diría yo, pues la historia que nos relata Juan Enrique Soto así nos lo confirma. Silencio es lo que se encuentra Carmelo cuando, tras treinta años de ausencia, vuelve al pueblo que le vio nacer, a su Andalucía natal. Su madre marchó a París con su hijo de pocos años para escapar de algo horrendo que había sucedido el día en el que Franco se sublevó, a mano armada, contra el poder legalmente establecido. Sabemos que en esta contienda se cometieron verdaderas atrocidades entre ambos bandos, sobre todo en los pueblos, hechos dolorosos que rompieron familias, que truncaron vidas inocentes, que rompieron amistades que parecían inquebrantables.

Juan Enrique Soto nos traslada al año 1966, en pleno franquismo, a la España rural, al pueblo en donde los ecos de la contienda aún permanecían latentes. Sus vecinos habían llegado como a una especie de acuerdo tácito para que todo siguiese su curso como si en aquel fatídico día no hubiese ocurrido nada. Pero cuando ven que llega Carmelo temen que esa paz ficticia se rompa y vuelvan los fantasmas del pasado.

El silencio entre las palabras es una novela costumbrista impregnada de realismo en todas sus páginas. Nos podemos imaginar cada escena, cada espacio, cada personaje que traza el autor con rasgos perfectamente definidos. Personajes que conoceremos en profundidad cómo son, su actuación ficticia ante los demás y los remordimientos que les corroen y que temen que se descubra la falsedad que ocultan. Agustín, el párroco; Remigio, el alcalde; Cosme, el maestro; su hija Reme, la doctora que cuida por la salud física y mental de los vecinos, como Marta, la esposa de Héctor, de la que siempre estará pendiente y más todavía desde que Carmelo regresa a sus vidas, pues sabe que querrá averiguar lo que ocurrió realmente y teme que, tras el descubrimiento, la falsa paz que reina en el pueblo salte por los aires. Sobre todos ellos planea la figura de Héctor, el terrateniente, el que se cree que todo gira en torno a lo que él diga, se cree un dios y lo que ordena y manda hay que cumplirlo a rajatabla, so pena de encontrarse con su furia. Una furia que dejaría marcado a más de uno.

Pero entre todos ellos destacaría, sin duda, al personaje de Gervasio, un ser camaleónico, al que toman por el tonto del pueblo pero es más listo que nadie. Su pasión eran las abejas: cuidaba los panales de la casa en la que vivía Carmelo. Y su forma de entender la vida la explicaba a través de los conocimientos que tenía sobre ellas. Es un personaje que me recuerda al creado por Miguel Delibes para su novela Los Santos Inocentes, Paco. Mientras leía un capítulo en el que Carmelo es invitado a cazar, Gervasio actuaba de una forma similar al creado por la pluma del escritor pucelano. Un personaje que sorprenderá al lector.

El silencio entre las palabras está estructurada en 17 capítulos titulados, de poca extensión. El autor nos ofrece una novela escrita con una prosa cuidada, elegante, rica en matices literarios, con un trato exquisito de la palabra, nos deleita con la historia que nos relata un narrador omnisciente.


Biografía del autor:


Juan Enrique Soto, nació en un pequeño pueblo cerca de Frankfurt, Alemania, pero se crió en el popular barrio de Vallecas, Madrid. Ha publicado la novela El silencio entre las palabras con la Editorial Baile del Sol y La Barca Voladora con Creápolis Impulsa. Revista de creación digital La Barca (Distribución gratuita en PDF). Participación en diversas antologías de relatos. Columnista de opinión en los diarios La Opinión de Málaga y Diario de Las Palmas.

Entre sus galardones literarios se destacan: ganador del Primer Certamen de Relatos Himilce, finalista en el Tercer Certamen Internacional de Novela Territorio de la Mancha 2005, ganador del I Concurso de Relatos de Terror Aullidos.com y del Primer Premio de Poesía Nuestra Señora de la Almudena, Valladolid. Ha sido finalista o recibido mención en los certámenes V Hontanar de Narrativa Breve, XVIII Concurso Literario de Albacete, Primer Concurso Internacional de Cuente Breve del Taller 05 y Primer Certamen Literario Francisco Vega Baena. Algunas de sus obras pueden encontrarse en diferentes portales de la web.


Datos técnicos:

Título: El silencio entre las palabras
Autor: Juan Enrique Soto
Editoral: BAILE DEL SOL, 2012
ISBN: 9788415019947
Nº de páginas: 154 págs. 

martes, 29 de julio de 2014

Stoner, de John Williams


Stoner de John WilliamsLa idea de publicar una reseña sobre Stoner de John Williams (1922-1994) surgió a raíz de un comentario realizado por Ana Isabel a un análisis de La verdad sobre el caso Harry Quebert de Joël Dicker. Por tanto estas próximas líneas van dedicadas, además de a todos los seguidores de Cincuentopía, de manera especial a ella.
Stoner es un libro sin ninguna concesión ni en el fondo ni en la forma. Es duro por lo que cuenta (versa sobre la vida y sobre el desgaste que conduce a la muerte) pero afable por la manera en que lo relata. En su momento le comenté a Ana Isabel que me recordaba a los cuadros de Rembrandt por su empleo de la técnica del claroscuro (muchas de sus escenas transcurren cuando el sol está a punto de desaparecer); y también por ser un libro más pictórico que lineal, más profundo que superficial, con una forma más abierta que cerrada, por emplear algunos de los celebérrimos pares de conceptos de Heinrich Wölfflin.
Su trama argumental es en apariencia muy simple: narra la vida de William Stoner, un profesor que ejerce en la Universidad de Misuri a lo largo de toda su carrera. El texto disecciona su amor por el estudio, las complejas relaciones familiares, la trama de envidias y rencores de la institución docente, los altos y bajos que tienen las relaciones de amistad, el impacto social de la guerra sobre el individuo…
Es cierto que las novelas sobre profesor universitario (casi siempre masculino) proliferan sobremanera en la literatura contemporánea. Pero que nadie espere alguien con el glamour de los docentes de Roth, Auster o Bellow; William Stoner es un individuo oscuro, que ejerce su actividad en un centro de segunda categoría y que vive una existencia anónima (pero no por ello irrelevante) en una pequeña ciudad.
Los personajes de Stoner son tan áridos como la tierra con la que tiene que bregar el protagonista durante sus primeros años de existencia en la granja en la que vive con sus padres cerca de la localidad de Booneville. Williams no nos proporciona información directa sobre casi ninguno de ellos; es el lector quien debe crearse su imagen a partir de los datos indirectos destilados.
Cuando escribió Stoner en 1965 John Williams contaba más de cuarenta años. Como su protagonista él era también profesor universitario en ese mismo centro. Por tanto, las connotaciones autobiográficas de la novela resultan inevitables aunque el autor subraye al comienzo que todo forma parte de la ficción (en caso contrario es posible que hubiera recibido más de una querella judicial ante lo que se deja caer en algunos de los pasajes que forman parte de la obra).
Williams va desgranando a lo largo de las páginas de la novela un conjunto de reflexiones de singular hondura. Para no extendernos en demasía, destacaré únicamente tres de ellas. Por ejemplo resulta memorable la descripción utilitarista sobre la universidad como institución: “Es para gente como nosotros por lo que existe la universidad, para los desposeídos del mundo; no para los estudiantes, ni para la altruista búsqueda de conocimiento, ni por ninguno de los motivos que se aducen por ahí”.
También es magnífica su descripción acerca de qué es un profesor: “Un hombre a quien el libro le dice la verdad, a quien se le concede una dignidad artística que poco tiene que ver con su estupidez, debilidad o insuficiencia como persona”. Y no menos magistral es su descubrimiento del amor a una edad relativamente tardía, sintetizado en las palabras: “Que la persona que uno ama al principio no es la persona que uno ama al final, y que el amor no es un fin sino un proceso a través del cual una persona intenta conocer a otra”.
La lectura de Stoner nos evoca las estrofas de Cavafis en su poema Monotonía: “Sigue un día monótono a otro día igualmente / monótono, idéntico. Las mismas / cosas sucederán de nuevo, una y otra vez. / las mismas circunstancias nos toman y nos dejan. / A un mes sigue otro mes igual. / Lo que vendrá fácilmente se adivina; /serán las mismas cosas de ayer. / Y el mañana nunca parece ese mañana”.
El libro tiene uno de los finales más hermosos que haya leído. No lo desvelaré aquí aunque en la primera página de la novela ya se apuntan algunas pistas bastante contundentes al respecto.
John Williams es un autor poco conocido en España. Su obra se compone de varios libros de poemas y cinco novelas (la última de ellas quedó inacabada), de las que Stoner es la segunda y no se tradujo al español hasta finales de 2010. Tanto El hijo de César (su título original es Augustus), con la que ganó el National Book Award de Ficción en 1973, como Butcher´s crossing están también disponibles para los lectores castellano-parlantes.
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John Williams. Stoner. Baile del Sol. Tenerife, 2010.

lunes, 28 de julio de 2014

Cuentos nacidos de la constancia

EL AUTOR ASEGURA QUE UN BUEN CUENTO PUEDE APORTAR LO MISMO QUE UNA NOVELA

El escritor y periodista placentino Javier Morales ha presentado en la Puerta de Tannhäuser su última obra, 'Ocho cuentos y medio'

  •  Autor  El escritor placentino Javier Morales. - Foto:SOLE GONZALEZ
    Autor El escritor placentino Javier Morales. - Foto:SOLE GONZALEZ
SERGIO DIAZ 17/07/2014

El escritor y periodista placentino Javier Morales ha lanzado al mercado recientemente su última obra, Ocho cuentos y medio, que, según Morales, "sigue la misma semilla" que sus otros dos compendios de cuentos, La despedida (2008) y Lisboa (2011), que es "admiración por el cuento naturalista de Antón Chéjov", del que se distancia para "abrir caminos propios".
Morales no considera que haya "mucha diferencia entre cuento, relato y novela. Un buen relato puede aportarte lo mismo que una novela". Aunque, como aliciente para los relatos más breves, el autor considera que el cuento se ajusta perfectamente "al mundo fragmentario en el que vivimos actualmente".
Sus obras son fruto del esfuerzo, "la historia no te abandona durante el tiempo en que la escribes, pero tienes que hacerlo todos los días", asegura el autor de la novela Pequeñas biografías por encargo (2011).
En cualquier caso, Morales se toma descansos entre cada pieza que crea. Nacida de su forma de escribir, ha terminado una novela, aún inédita, llamada Expediente de regulación de empleo , y planea una hibridación entre novela, crónica y documental sobre el poeta Angel Campos Pámpano, que lleva por título provisional Viaje a la ciudad blanca. 

domingo, 27 de julio de 2014

“El Siglo de la Gran Prueba”, de Jorge Riechmann

Por Alberto García-Teresa.
jriechmann cubiertaEcología, Filosofía, Política y Poesía constituyen los ejes de los trece textos que componen este último volumen de ensayos de Jorge Riechmann. Todos ellos giran alrededor de la idea de que nos encontramos en el “Siglo de la Gran Prueba”: en este momento se decide el destino de la Humanidad y del planeta debido a la inminencia del punto de no retorno en el camino de destrucción medioambiental que estamos recorriendo.
Riechmann lleva a cabo una reflexión muy crítica sobre nuestro tiempo, sobre el productivismo y el capitalismo, sobre cómo romper las inercias (también del discurso y de la acción antagonista). La obra parte de la conciencia real del colapso irreversible de los ecosistemas, de un ecocidio que se llevará a millones de seres humanos y de ejemplares de otras especies vivas por delante. Frente a ello, Jorge Riechmann apuesta por una imprescindible transformación radical en las relaciones sociales, económicas y con la naturaleza.
Esto exige, además del cambio individual y colectivo, eludir la resignación y abandonar el autoengaño. Especialmente, señala los ejes del pensamiento posmoderno y cómo sirve de coartada al capitalismo. Asimismo, realiza un análisis del culto a la velocidad y a la inmediatez del capitalismo (que atentan contra la vida, contra su disfrute y contra la propia experiencia de vivir) y que resultan paradigmáticos en nuestra sociedad.
Aborda todo ello a través de una prosa armada de concisión y de claridad expositiva, pero que permite la aparición de huecos donde vibra la resonancia poética; unas grietas que poetizan el discurso. Al respecto, dado que la obra ensayística de Riechmann se halla atravesada por la poesía, como su pensamiento se encuentra afilado y pulido por ella, no nos debe extrañar el toparnos con poemas insertados en estos textos, o incluso la inclusión del particular epílogo de este libro, compuesto por aforismos, apuntes de poemas y prosa poética.
Otro tema central del volumen, aunque arranca del mismo punto de partida, es la poesía; en concreto, cómo puede ayudarnos en estos tiempos. Riechmann explica, entre otros aspectos, que la poesía constituye una herramienta de exploración y de descubrimiento, que contribuye a desalienarnos, que aporta nuevas propuestas de sentido para la existencia humana y todo un aprendizaje fundamental alrededor del “arte de vivir”. A su vez, el libro recoge también un iluminador homenaje a Juan Gelman, trazando agudas reflexiones desde o acerca de la poesía del argentino.
En definitiva, se trata de una obra que pretende arrojar luz sobre cómo encarar las incertidumbres y abismos del presente buscando la pervivencia de la vida y de la dignidad.

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El Siglo de la Gran PruebaJorge Riechmann
Baile del Sol, 2013
166 páginas

sábado, 26 de julio de 2014

EL CHICO DE LA CHAQUETA ROJA - Alena Collar


El chico de la chaqueta roja, de Alena Collar, es una buena novela, de esas que casi no se escriben.
Y ahora les cuento por qué.
No es una novela al uso. Es un juego, un juego de espejos en el que el lector es cómplice del escritor que, a su vez, es cómplice de su propia vida.
Es una historia que contiene varias historias. La del escritor en sí mismo, como persona. La del escritor como personaje de su escritura y la de los recuerdos que cautivan.
Es un juego metaliterario del lector con el escritor, o cómo conducir al lector hasta donde ni siquiera el mismo escritor sabe cómo llegar.
Alena Collar incita al lector a través de este juego de espejos a seguir adelante, a descubrir los misterios que encierra la historia.
Una de las cosas que más me han gustado de esta novela son los personajes: sencillos, entrañables. O los recuerdos que el escritor necesita recuperar, convertidos en tiburones y metáforas, que se le habían perdido. Por esa razón se encierra en un pueblo con el afán de que su memoria le vuelva a hablar y le cuente. Su memoria, su olfato o su vista.
De lo mejor que se puede encontrar son las metáforas de Alena. El lenguaje poético, sin resultar cursi jamás, sin recurrir a lo trillado, a los lugares comunes de los que nos dicen a los que escribimos que hay que huir. A ella no le hace falta que se lo recomienden.
En la novela se intuye una crítica hacia la pasividad en la escritura de los relatos, hacia esos novelones del mil páginas en las que lo único que sucede es una retahíla de palabras sin fondo alguno. A través de su conocimiento de los escritores y poetas de todas las épocas, Alena Collar, a través de su protagonista, va hilvanando patadas en la espinilla a todo lo que se mueve. Genio y figura. A mí me han divertido mucho, la verdad.
De paso, mientras Carlos escribe, Alena Collar nos va mostrando cómo se realiza el proceso de escritura de una novela. Cómo escribimos mentalmente las situaciones que vamos viviendo y que trasladamos, sin darnos cuenta, a la historia que fluye dentro de nuestra cabeza.
¿Alguna pega o todo es perfecto? Ninguna novela lo es, faltaría más. En algunos momentos, siempre desde mi punto de vista, la falta de acotación en el diálogo para diferenciarlo del pensamiento de Carlos, el escritor protagonista. Pero tampoco es malo, no crean.
Otro punto destacable es el oficio de Alena Collar. Se nota, se lee y te sorprende.
El chico de la chaqueta roja es una novela que necesita tranquilidad para su lectura. Dejarse llevar hasta convertirse en el mismo escritor.
Como dice la contraportada del libro, El chico de la chaqueta roja es la metáfora de lo que ocultamos.

viernes, 25 de julio de 2014

Tradición chejoviana

Anun­cia Javier Mora­les Ortiz, escri­tor, perio­dista, pro­fe­sor y cola­bo­ra­dor de varios medios, entre ellos Leer, que su pró­xima publi­ca­ción será la novela Expe­diente de regu­la­ción de empleo, que, a tenor de lo ade­lan­tado por el autor pla­cen­tino afin­cado en Madrid, se vis­lum­bra de enorme inte­rés por el asunto que aborda: la devas­ta­dora cri­sis que nos asola y su terri­ble con­se­cuen­cia de las enor­mes cifras de des­em­pleo. Y no solo por el tema, dando mues­tra de la nece­si­dad de una lite­ra­tura que, sin rego­dearse en solip­sis­mos, nos sitúe en el com­pli­cado aquí y ahora. Javier Mora­les debutó en el género nove­lís­tico el año pasado con Peque­ñas bio­gra­fías por encargo (Huerga &Fie­rro), una tan ori­gi­nal como suge­rente pro­puesta, que, a tra­vés de su pro­ta­go­nista, Samuel, que se dedica a la curiosa tarea mer­ce­na­ria de escri­bir la vida de otros, logra sumer­gir­nos en una trama que, sin olvi­dar su punto de intriga, sabe des­cu­brir los inquie­tan­tes plie­gues que encie­rra la más apa­ren­te­mente ano­dina realidad.
Pero antes de la apa­ri­ción de esa pró­xima novela, Javier Mora­les nos regalaun nuevo volu­men de rela­tos, moda­li­dad de la que es bri­llante y fiel cul­ti­va­dor en una opor­tuna inten­ción de poner en valor un género que no siem­pre se estima como merece. Su domi­nio del cuento quedó patente en dos ante­rio­res reco­pi­la­cio­nes: La des­pe­dida (2008) yLis­boa (2011), apa­re­ci­das ambas en laEdi­tora Regio­nal de Extre­ma­dura. Y vuelve a mani­fes­tarse ahora en Ocho cuen­tos y medio, que nos llega de la mano de la edi­to­rial Baile del Sol.
Como su pro­pio autor señala en una nota ini­cial, la obra pre­senta dos pecu­lia­ri­da­des: por un lado, pro­mete ocho cuen­tos y medio, pero en sus pági­nas solo encon­tra­mos ocho. Por otro, a modo de epí­logo, incluye un relato de otro escri­tor: “Caí­dos del cielo”, de Gon­zalo Cal­cedo. La pri­mera obe­dece a que, según apunta Mora­les, “el medio cuento que falta es el que crea cada lec­tor des­pués de haber lle­gado a la última página”. La segunda se pro­pone “esta­ble­cer un ‘diá­logo’ en el plano de la fic­ción con uno de los refe­ren­tes del cuento en espa­ñol”, a quien Mora­les agra­dece su gene­ro­si­dad. Nin­guna, pues, de estas dos sin­gu­la­ri­da­des resulta gra­tuita. Mora­les Ortiz plan­tea de esta forma un “diá­logo” no solo con Cal­cedo, sino con los pro­pios lec­to­res que resulta, cier­ta­mente, enriquecedor.
Ocho cuen­tos y medio se abre con “Pro­fe­cías”, donde la voz narra­dora, en pri­mera per­sona, recuerda epi­so­dios de su infan­cia, etapa de la vida en la que tam­bién se cen­tra el siguiente, “Nidos”, para pasar a con­ti­nua­ción a “Más allá de la caverna”, cre­pus­cu­lar relato en el que se da una vuelta de tuerca al mito pla­tó­nico de la caverna en el encuen­tro de dos sole­da­des, que hace pre­ver a su pro­ta­go­nista un giro ines­pe­rado. Ima­gine aquí, por ejem­plo, el lec­tor cuál puede ser ese giro en el crea­tivo juego al que nos invita Javier Mora­les. En “Es tra­bajo, idiota, no es amor” se plan­tea una situa­ción por des­gra­cia muy habi­tual en la actua­li­dad como son los des­pi­dos labo­ra­les, asunto que tam­bién está pre­sente en otros rela­tos del libro, y que ocu­pará, como antes indi­ca­mos, la pró­xima entrega nove­lís­tica de Mora­les Ortiz. En “Final de verano” somos tes­ti­gos de un amor esti­val con dra­má­tico desen­lace y en “Navi­dad” nos alo­ja­mos en el hotel Almi­rante, donde Bruno tra­baja como recepcionista.
Cie­rran el volu­men, antes del bro­che final de la con­tri­bu­ción de Gon­zalo Cal­cedo, dos mues­tras espe­cial­mente atrac­ti­vas. “Mos­qui­tos” me ha evo­cado la desa­so­se­gante pelí­cula La car­coma, de Ing­mar Berg­man, con su gran metá­fora en torno a la com­ple­ji­dad y dete­rioro de las rela­cio­nes de pareja. En el relato de Mora­les, una plaga de chin­ches obliga a Mónica y a Robe a desa­lo­jar su casa. Pero no será solo esa la nove­dad que tras­to­cará sus vidas. Por­que la vida no es per­fecta, como pen­saba Mónica antes de que la des­pi­die­ran ni “exis­tía solo para que Robe y ella la con­su­mie­ran”. En “Regreso a Saja­lín”, su per­so­naje prin­ci­pal, Becky, alumna de un Más­ter de escri­tura crea­tiva en la Uni­ver­si­dad de Toronto, se ins­pira en “La isla de Saja­lín”, de Antón Ché­jov, para rea­li­zar un tra­bajo de fin de curso sobre los pre­sos de Guantánamo.
No es “Regreso a Saja­lín” el único caso donde la som­bra pro­tec­tora de Ché­jov, por quien Mora­les ha con­fe­sado admi­ra­ción, se alza en la manera en que con­cibe el género del relato. Como en los del ruso,en los cuen­tos de Mora­les, el fra­caso, la sole­dad, la inco­mu­ni­ca­ción, el dolor, las insa­tis­fac­cio­nes vita­les, el paso del tiempo, dis­cu­rren impla­ca­bles pero sin estri­den­cias, en un sub­suelo del alma car­gado de silen­cio­sas tor­men­tas. Home­na­jea así Javier Mora­les Ortiz al egre­gio maes­tro, sin per­der sus señas de identidad.
CARMEN R. SANTOS

jueves, 24 de julio de 2014

Caídos del suelo

Posted 06/07/2014 by 

 
RESEÑA
 
¿Qué es la fama? ¿El éxito? ¿Acaso no es todo magia? ¿De qué se compone el talento? Quizá, nos dice el protagonista de esta novela, no sea todo nada más que algo por lo que luchar si verdaderamente crees en ello. Creer en algo, puede que esa sea toda la magia. El tiempo de las varitas mágicas ya ha pasado, pero ahora tenemos el teclado y el ratón a nuestra disposición, y con talento, seriedad y esfuerzo, al igual que con la magia, también todo es posible. Esta es una historia que comienza en Internet y que todavía no ha terminado.
Ramón Betancor (Santa Cruz de la Palma, 1972) afirma que se considera periodista para poder vivir y escritor para evitar la muerte. Una sentencia que nos hace detenernos por un instante en alguien que, a pesar de dedicarse al periodismo, a los 36 años descubrió que su verdadera vocación era la escritura, y se puso a trabajar con fuerza en ello. La escritura que comenzó siendo una terapia para expresarse se ha convertido en una necesidad ineludible para este autor canario.
Cuando nada es lo que parece
“Caídos del suelo” es una novela que se presenta al lector como un juego de espejos: lo que al principio parecen pompas de jabón se convierten en una espiral que gira y gira y que finalmente termina siendo una única circunferencia perfecta que se cierra exactamente en el mismo punto donde empezó, serenamente, encerrando en su interior una trama estupendamente hilada.
Algo que destaca en las páginas de este libro es que está escrito con honestidad: es algo palpable. Ramón Betancor se ha arriesgado a escribir una novela sobre novelistas, éxito de ventas y otras cuestiones literarias, demostrando valentía al hacerlo puesto que se trata de un tema sobre el que se ha escrito mucho, y destacar no siempre es fácil.
Como puntos débiles solamente podemos destacar el uso abusivo de las metáforas al inicio de la novela, que sin embargo hará las delicias de los amantes de los juegos de palabras y en todo caso es una circunstancia que se suaviza según avanzan los capítulos.
La magia, ¿camino hacia el éxito?
Todo lector debe ser impresionable pues, ¿qué interés tiene la cultura si uno se enfrenta a ella con una postura arrogante y una actitud de vuelta de todo? Nada hay como despojarse de todo prejuicio ante la obra de un artista para apreciarla por completo. Lo que sucede en esta novela al respecto, es que se juega con la magia, a pinceladas y de una forma muy sutil pero ya desde los primeros capítulos el lector debe asumir que existe un supuesto sortilegio capaz de dotar de éxito la obra de cualquier autor elegido. ¿Por qué no? Aún tratándose de una trama que se podría desarrollar en un mundo real, una pincelada de magia siempre es bienvenida. Solamente el paso de los capítulos desvelará si esa magia es tal.
El juego de ilusionismo en la trama procede de un grupo con tintes sectáreos que se dedica a captar artistas para enriquecerse a su costa. Son huidizos, resulta casi imposible ponerse en contacto con ellos y tienen una forma de actuar propia de película de suspense. Se caracterizan por su secretismo y misterio, se alimentan de obras de arte y del alma y de los sentimientos de las personas que seleccionan, y marcan a sus elegidos con un colgante del que pende una piedra de color verde. Tan imposible, tan de película y tan misterioso… que perfectamente podría ser verdad.
Internet o un mundo de posibilidades
La novela de Ramón Betancor dio sus primeros pasos en un blog de internet, en el que su autor iba colgando capítulos al mismo tiempo que ganaba adeptos incondicionales. El resto de la historia continuó con una legión de seguidores comprando el libro completo en Amazon hasta que finalmente una editorial canaria, Baile del Sol, se decidió a publicarla. Así fue como el sueño se hace realidad: las luces inaprehensibles de la pantalla se convierten en tinta sobre papel.
El personaje que narra la historia, Mario Rojas, era el sobrenombre tras el que se escondía el verdadero autor, Ramón Betancor, en un estupendo blog que aún puede visitarse y en el que algunas fotografías del autor acompañan sus textos, así como los comentarios espontáneos de los seguidores.
“Caídos del suelo” no es solo una estupenda novela, es también la primera entrega de otros dos títulos que completan la trilogía “El reino de los suelos”. Aunque el final de este primer título parece completamente cerrado, si algo se aprende a medida que se suceden los capítulos es que con Ramón Betancor al mando nada es lo que parece: hay que ser muy bueno para envolver al lector hasta el punto de aturdirle y convencerle de que no tiene entre las manos una novela previsible. Así que trataremos de seguirle la pista para seguir disfrutando del resto de entregas.

martes, 22 de julio de 2014

"Ocho cuentos y medio", un homenaje a Chejov con final abierto

Madrid, 8 jul (EFE).- El escritor Javier Morales Ortiz escribió su última obra, "Ocho cuentos y medio", un conjunto de relatos en el que el lector debe escribir el final, como un homenaje al autor ruso Antón Chéjov, considerado uno de los creadores de relatos más importantes de la literatura.
En ella, Javier Morales (Plasencia, 1968) habla del suicidio, de la naturaleza, de la inmigración, del trabajo, de las relaciones de pareja y hasta de los chinches, cuenta en una entrevista con Efe.
"No me gusta la literatura comprometida, pero los personajes viven en un mundo concreto que les afecta", asegura el también autor de los libros de relatos "La despedida" y "Lisboa", así como de la novela "Pequeñas biografías por encargo".
Por eso, el libro está ambientado "en el momento presente" y algunas de sus historias son "bastante dramáticas", como las relativas a la angustia por perder el empleo, en una obra "de tradición chejoviana", escritor por el Morales siente pasión, quien animaba a escribir relatos "de cualquier cosa".
"El punto de partida siempre es la realidad y lo que te rodea", asegura Morales, quien subraya que como trasfondo de sus historias siempre están "las insatisfacciones de la vida, los fracasos, la muerte, la infancia o la sensación de que el tiempo se escapa entre los dedos".
Además, con "Ocho cuentos y medio" su creador también indaga en sus recuerdos infantiles de la mano de dos jóvenes protagonistas, mientras que para el final deja el capítulo más político, "Regreso a Sajalín", inspirado en "La isla de Sajalín", el relato de Antón Chéjov sobre su viaje a esta isla, en el Pacífico, para documentar las condiciones de vida de los presos rusos.
En esa última historia, la protagonista, Becky, toma este libro como base para su relato de fin de curso, pero antes decide viajar a Guantánamo para trazar un paralelismo entre los presos rusos confinados en Sajalín y los apresados por EEUU en Guantánamo, a 64 kilómetros de Santiago de Cuba, por sus supuestas vinculaciones con Al-Qaeda y los talibanes.
"Pensé que lo que ocurría en Sajalín es lo mismo que ahora puede ocurrir en Guantánamo, un sitio del que no existen datos sobre los presos que hay ni de su vida", asegura.
La obra, con epílogo de Gonzalo Calcedo, autor de referencia para todos los lectores de relatos, muestra la habilidad de su creador como narrador, algo que aplica también a su oficio de periodista ante su creencia de que el buen periodismo "trata de contar historias", en este caso reales, y también forma parte de la literatura.
Según Morales, el relato En España, a diferencia de lo que ocurre en EEUU o en América Latina, sigue siendo un género "bastante minoritario", al decantarse la mayoría de lectores por las novelas "de tipo de comercial", aunque reconoce que su popularidad ha aumentado en las últimas décadas.
Su próximo trabajo es una novela titulada "Expediente de regulación de empleo", que tiene que ver "con una experiencia bastante personal" y con un proceso en el que se han visto envueltas, en los últimos años y como consecuencia de la crisis, miles de personas.
Todos sus relatos, también los de sus obras anteriores, mantienen ese final abierto que encierran "una historia soterrada: la que debería escribir el lector cuando los lea", una corriente que también creó Chejov, al no cerrar algunas de sus historias y mantener en las mismas un final sorprendente.
"Me gusta más dejarlo abierto porque ese tipo de historia conecta más con la vida, que no deja de tener un final abierto", asegura. EFE

lunes, 21 de julio de 2014

Divina, de Inma Luna

Inma Luna
Published on July 21st, 2014 | by Mariano Cruz
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Divina portadaInma Luna, (Madrid, 1966), no es ninguna recién llegada al panorama de las letras españolas, es ya una autora que cuenta con una obra consolidada, tanto en el panorama de la narrativa como de la poesía. Algunas de sus últimas entregas son, la novela, Mi vida con Potlach, (Baile del Sol, 2013) y el libro de poemas Cosas extrañas que sin embargo ocurren, (Cangrejo Pistolero Ediciones, 2013). Divina,(Baile del Sol, 2014), es su última entrega poética, donde traza un personalísimo universo. Divina es un libro de poemas que se incardina entre la infancia y la juventud, unas épocas vitales, que si bien son muy personales, puede cualquier lector que haya pasado por experiencias similares, identificarse con ellas. Para muchas españolas educadas en la España de los setenta, son muy familiares esos colegios religiosos, que Inma Luna evoca en Divina; no en vano fueron muchas generaciones educadas bajo la tutela opresiva del dictado religioso, que, si bien no ofrecía la cara más feroz del rancio nacionalcatolicismo, sí mostraba todavía un espantoso control del pensamiento y de los cuerpos. Son instituciones educativas orientadas obsesivamente al culto de una deidad represora y castradora, especialmente en el campo de la sexualidad, que limita la libertad de pensamiento y obra. Tan sólo eran niñas –se trataba de un colegio de un solo sexo, por supuesto-, que querían desarrollar algo tan natural a la infancia como es el juego, que sin embargo les era arrebatado, ya que éste llevaba a individuales mundos de fantasía que no eran deseables; ¿El juego, maestra?/No, la reflexión./Imaginar convoca moscas,/el descontrol de las locas criaturas, afirma la poeta en “El juego”. Sin embargo, y a pesar de todo, a pesar del ambiente opresivo y gris, gazmoño y mediocre que la educación religiosa crea, la vida siempre se abre paso, irrumpiendo como la lluvia que nos sorprende en medio de una mañana de verano, la vida siempre vence, por muchos obstáculos que se le quieran oponer, aunque ellas, las siniestras monjas, hacían todo lo posible por negar la sexualidad, ya obvia, de unos cuerpos de niñas que tornaban en mujer, que para ellas, sólo eran un signo de lascivia: Renovaron entonces los uniformes, / holgándolos/ engrosando la tela, /desajustando el talle,/desdibujando a las mujeres/ que pujábamos por ser, escribe en “Los uniformes”. Intentos vanos de ahogar a la naturaleza que irrumpe por doquier, especialmente cuando estalla la primavera, cubriendo de cemento el patio de recreo, para que no surja la vida en forma de hierba o una flor: El campo despertaba / demasiados instintos.
Inma Luna es una mujer de clase humilde, obrera, que siempre se ha mostrado muy orgullosa de pertenecer a dicha clase social, y que en numerosas ocasiones, ha prestado su voz a los ofendidos, pero fue una niña morena con no demasiados juguetes, una niña humilde sin flores: Tenía menos juguetes / y muchas más horquillas en el pelo,/ ni una sola flor, / ni una. Por eso, sus manos, intentan por un momento que la realidad sea otra, y que las dos niñas, la de origen acomodado y la humilde, sean, aún tan sólo por unos instantes, iguales, y compartan el mismo mundo, por eso rompe los juguetes de la niña de posibles: mis dedos torpes rompieron la mía/ mis dedos ladinos rompieron la suya/ intentando que fuésemos iguales/ en algo. Una Inma Luna que seguía el mismo destino que muchas de sus compañeras, todas esas niñas con una infancia hurtada, dedicada al rezo y a bruñir zapatos, esperando una recompensa que nunca llegaba: Vivimos engañadas, /las cabecitas elevadas al cielo, / nuestros zapatos relucientes. / Creíamos que así/ obtendríamos la justa recompensa, afirma en “A las puertas”. Y por supuesto, nada de pensar, sólo rezar y obedecer: no pierdas el tiempo / una vez más/ pensando. Las religiosas eran las custodias de estas niñas, las encargadas de llevarlas por el camino del rezo, la decencia y la moralidad y sobre todo alejarlas del más alto pecado, que era el pecado de la carne; sin embargo estas siervas de Dios eran objeto de la curiosidad infantil, que fantaseaba sobre ellas y sobre sus aposentos: Imaginé pecados suculentos/ en vez de adivinar extraordinarias soledades, o bien como afirma en “Dudas”, Me preguntaba si tendrían pelo debajo de las tocas, /si habría algún latido, algo vivo y real, debajo de sus hábitos.
Una educación religiosa, gris y asfixiante, que ahogaba los cuerpos con uniformes desmañados, donde se silenciaba todo lo que tuviera cualquier relación con algo tan natural como es la sexualidad; es entonces una lógica consecuencia que acabe en un matrimonio fracasado y en un embarazo no deseado: Mi matrimonio fue un fracaso / que se gestó en la infancia, escribe Inma Luna en “Prohibido jugar”. Una poeta, que si bien nos ha hablado con toda franqueza de su infancia, nos habla con total honestidad de su juventud, de su temprano embarazo y su matrimonio, con una claridad que nos recuerda a las poetas confesionales norteamericanas, no en vano, cita unos versos de Anne Sexton al comienzo del poemario. La sexualidad le fue hurtada a Inma Luna, como a tantas otras mujeres de su generación, siempre presentada bajo el prisma del pecado y la fatalidad, con honestidad descarnada nos lo expresa en el poema “El tema”: Quisieron hablarme de sexo / al enterarse de mi embarazo / y ni siquiera entonces/ supieron cómo hacerlo/ así que me obligaron a casarme/ para evitar el tema. El embarazo es el resultado de una educación que va en contra de los dictados de la naturaleza y de una absoluta ignorancia en materia de sexualidad. El embarazo también es el territorio del miedo, de lo desconocido, de una nueva vida que no se sabe bien si se desea de veras: La cama y el espejo eran el enemigo, / y las ojeras negras/ y todos los vaqueros que ya no me abrochaban. Y como consecuencia de aquel embarazo, vino el matrimonio, con prisas, para ocultar la vergüenza del pecado, el volumen que el cuerpo adquiría con una nueva vida: Mi madre me compró un hermoso manojo de rosas / y se ocupó de que en las fotos /las flores ocultasen la determinación de mi barriga. Una Inma Luna que a pesar de todo, de una infancia hurtada por las monjas, y de un matrimonio, probablemente donde ella fue una mera figurante, sintió el ansía del conocimiento y el afán de superación: Las seis de la mañana,/ el niño duerme,/ la facultad espera,afirma en “Una gota de leche”.
Divina, es un poemario donde se nos presenta una voz poética ya absolutamente madura, segura de sí misma, una de las voces más importantes dentro del actual panorama poético español, y logra construir en él un espejo en el cual tantas mujeres de nuestro país, que han pasado por una educación religiosa y opresiva se pueden reconocer a través de sus palabras, y donde construye la experiencia del embarazo juvenil y el posterior matrimonio, una etapa vital por la que muchas mujeres también han transitado y que sin duda alguna se reconocerán en ella, en este poemario, uno de los más hondos y honestos de Inma Luna.
Luna, Inma, DivinaTenerife. Ediciones Baile del Sol, 2014, 69 pags.

sábado, 19 de julio de 2014

"CAZA MAYOR", DE MANUEL MOYA




   El poeta, novelista y traductor Manuel Moya (Fuenteheridos, Huelva, 1960) ha sacado a la luz un volumen de microrrelatos titulado "Caza mayor", publicado por la editorial tinerfeña Baile del Sol. La narrativa del onubense se despliega en títulos como "Regreso al tigre" (1999) y "La sombra del caimán" (2006), ambos de cuentos; así como de las novelas "La mano en el fuego" (2006), "La tierra negra" (2009), "Majarón" (2009) y "Las cenizas de abril" (2011), premio Fernando Quiñones, publicada por Alianza editorial y traducida también al portugués.
   El volumen objeto de este comentario viene presentado como el primero que el narrador dedica íntegramente al subgénero del microrrelato. Ya de entrada, el título del volumen (aceptada la ironía con que el mismo escritor ha querido dotarlo) puede despertar cierta curiosidad en el lector en cuanto al juego de antónimos y por la paradoja que supone el "mayor" del título y la esencia misma del término o del concepto "microrrelato". No obstante he de aclarar que, a mi juicio, lo del adjetivo del título viene dado por la trascendencia y la significación que el autor concede a este subgénero narrativo, que para él no representa para nada un género menor o inferior, dada la gran maestría y dificultad que encierra escribir textos tan elaborados como los que contiene este libro.



  No hemos de dejar tampoco a un lado el carácter experimental que el género posee, porque todo microrrelato supone una provocación y un reto a la inteligencia del escritor, primero, y del lector después. Experimentación y análisis son los dos perfiles básicos sobre los que discurren los textos de Manuel Moya quien, por otra parte, afirma: "De hecho, este libro pretende, no sólo desdeñar las orillas del género, sino en lo posible, habitarlas". ¿Significa esto que el autor ha querido "bordear" la frontera, situarse en los límites del género con ese afán indagador, forzando los cánones con el fin de provocar tanto a críticos como a lectores? Lo que resulta obvio es que Manuel Moya, además de provocar al lector, no parece amigo de cánones, dogmatismos o pontificados y sí un escritor bastante preocupado por ese proceso de búsqueda personal que conlleva abrir nuevos caminos a la literatura o, al menos, de experimentar con ellos. Sólo en la experimentación de los límites es posible el hallazgo. No cuadra con él la etiqueta de "escritor acomodaticio". Nada más lejos de su escritura y de la exigencia que demanda de sus lectores.
   "Caza mayor" es un caleidoscopio de relatos, un puzzle donde las piezas encajan a la perfección. En su enorme diversidad caben las recurrencias y los vínculos laberínticos, así como las subterráneas coincidencias entre algunos textos, como bien señala el mismo autor. En su lúdica diversidad, que afecta tanto a los temas como a la forma de los relatos, dentro de la exigencia inexcusable de la brevedad; el lector irá de unos textos a otros leyendo con verdadera fruición, recreándose inmerso en una gozosa lectura y reparará, sin duda, en la alta calidad de los mismos y en un autor cuya valía está sobradamente contrastada.

Manuel Moya: Caza Mayor, Tenerife, Baile del Sol (Col. Sitio de Fuego, 137), 2014, 202 pp.

viernes, 18 de julio de 2014

JAVIER MORALES, EL BREVE: “LA BUENA LITERATURA SIEMPRE HA SIDO COSA DE UNAS MINORÍAS” (ENTREVISTA)


Javier 09
Foto de Sole González

Por: José M. Sánchez Moro.

Ser intelectual en los tiempos del cólera. Bien se podría hablar de Javier Morales en estos términos. Periodista y escritor, nace en Plasencia en 1968. Cursa estudios de periodismo y derecho en Madrid donde actualmente reside. Su incursión en la literatura vino de la mano de la Editora Regional de Extremadura, donde aparecieron “La despedida” y “Lisboa” (dos libros de relatos). En “Huerga y Fierro Ediciones”, la que también fuera casa del poeta Leopoldo María Panero, años después, Javier Morales, con “Pequeñas biografías por encargo”, se acerca a la novela. Acaba de publicar un nuevo libro de relatos “Ocho cuentos y medio” en la editorial Baile del Sol. Colaborador con distintos diarios y suplementos, imparte talleres de narrativa en La Librería Rafael Alberti (Barrio de Argüelles, Madrid).

Aldecoa o, recuerdo, Augusto Monterroso se veían más cómodos en el relato corto y la narración breve. Ambos se definían como escritores perezosos. ¿Te pasa igual?
Es cierto que una novela exige una disciplina mayor, pero creo que ser “perezoso” o no a la hora de escribir nada tiene que ver con el hecho de que uno opte por el cuento o la novela. En esta elección ni siquiera influyen las condiciones vitales, aunque maestros como Carver aseguraban que nunca habían escrito una novela porque debían ocuparse de la crianza de tres hijos. Simplemente, algunos escritores están más dotados para un género que para otro. Me gusta ese ritual de César Aira, quien asegura que dedica a la escritura una hora al día, en un café de su barrio bonaerense, tanto ahora, que tiene todo el tiempo para hacerlo, como antes, cuando impartía clases y escribía para los periódicos. En mi caso, trabajo mucho para ganarme la vida y tengo un hijo, lo que no me impide escribir todos los días, incluidos los fines de semana. Pero tal vez, si tuviera todo el tiempo por delante me ocurriría como a César Aira.

No obstante, Aldecoa hablaba de que narración corta y novela, imaginando un tren en su curso por una vía, iban en el mismo trayecto. Viendo la estructura de “Pequeñas biografía por encargo” parece ser una afirmación cierta.
Sin duda es una buena imagen, aunque cada género tenga sus peculiaridades, su disciplina. Me parece correcta la afirmación de Ricardo Menéndez Salmón cuando dice que más que cuentista o novelista se considera un narrador. A mí me ocurre igual, solo que incluiría el periodismo, donde también se puede hacer literatura, solo hay que leer alguna de las crónicas de Chaves Nogales o de Josep Pla, por citar a dos de los grandes.

Sus personajes, ¿de dónde vienen?
A la hora de crear un personaje siempre hay una parte de uno mismo y otra de los demás. Un escritor es un “ladrón”, roba las historias y la adapta, unos más y otros menos. En este sentido, me parece curiosa la anécdota que cuenta James Salter en torno a su novela Años luz. Cuando salía de la editorial con el primer ejemplar de la novela se encontró con una antigua amiga y con su hija, a quienes no veía desde hacía años. Aturdido por el reencuentro, confuso, Salter le regaló el ejemplar a su amiga. Mientras ésta conducía de vuelta a casa, su hija comenzó a leer la novela en voz alta. Menuda sorpresa. Salter les había robado su propia historia. Se detallaban la infidelidades de la amiga, las mentiras de su matrimonio, tanto las suyas como las de su marido. Salter las había conocido de primera mano. Tras la publicación de Años luz, la pareja se divorció.

Más experiencia de la vida que fabulación.
La literatura siempre nace de la vida, aunque luego uno puede trasladar esa experiencia a su antojo. No creo que sea menos real La metamorfosis que El gran Gatsby. La ficción se diferencia de la no ficción en el dni de los personajes. En el primer caso los personajes carecen de él, en el segundo no. La fabulación es intrínseca a la ficción, en la no ficción esta prohibido inventarse los hechos. Por lo demás, el proceso creativo es parecido.

¿Serían los mismos en distancias más largas como la novela?
En mi caso, al menos, el género no influye a la hora de crear a los personajes. Es más bien la historia la que define la extensión. En cuanto uno la concibe, más o menos puede intuir el desarrollo que necesita.

En esta era de prisas y digitalización, existe un repunte, fomentado por la industria del blogger y demás plataformas, del microrrelato y las piezas breves tanto en crítica como en creación literaria. ¿Hay un tiempo de lectura reservado, a tu parecer, para cada género?
Por supuesto que lo hay. No estoy en contra de los nuevos soportes porque atraen a nuevos lectores. El problema, creo yo, no viene tanto de las nuevas tecnologías como de la calidad de lo que se escribe y de la forma en que a veces se lee. La “democratización” de la escritura está muy bien, pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que todo lo que se escriba con intención literaria, incluso periodística, lo sea. Es cierto que las grandes historias, como Guerra y Paz o Madame Bovary, tienen ahora nuevos “competidores”, pero no nos engañemos, la buena literatura siempre ha sido cosa de unas minorías. En cualquier caso, estoy convencido de que, en contra de lo que se piensa, los clásicos son un refugio contra las prisas y el ritmo endiablado en el que vivimos. Sentarse en una butaca a leer un buen novelón no tiene precio.

Leo que impartes talleres de narrativa en la Librería Alberti. No he podido acudir a ninguno, pero sí frecuenté algunos de sus “Encuentros”. Elegante, histórica y coqueta casa…
La Alberti es un referente cultural en Madrid, es algo más que una librería. Lola Larumbe, Iñaki y Miguel Ángel me hacen sentir como en casa. Lola es además una gran lectora, algo que se va perdiendo en la profesión de librero. La Alberti, como ocurre en otros ámbitos de la cultura, se enfrenta ahora al reto de la piratería y de la era digital. Los talleres y los encuentros pueden ser una alternativa al nuevo contexto, pero no son suficientes. En cuanto a mi experiencia como profesor, disfruto impartiendo clases, aprendo y valoro la extrema motivación de los alumnos. Un lujo.

¿Qué le dice a aquel que quiera “aprender a narrar”?
Sobre todo que lea. Y luego que escriba, en un taller o por su cuenta, eso da igual. Me cuenta una amiga profesora de escritura creativa que a veces llegan a sus clases alumnos a los que no les gusta leer. A mí nunca me ha pasado. Uno no puede escribir sin haber leído antes. Las lecturas pueden ser más o menos vastas (alguien como Clarice Lispector decía que había leído poco, el mismo Borges lo aseguraba), pero las palabras deben correr por tus venas.

Porque es aprender, ¿no?
Se puede aprender el oficio, pero eso no garantiza que uno llegue a ser un buen escritor. Ocurre con otras manifestaciones artísticas. Debe haber algo más. Richard Ford dice que el ochenta por ciento de lo que escribe es oficio y el resto magia. No todo el mundo tiene esa magia.

¿Cuál es la metodología que sigue en sus talleres?
Aunque la teoría siempre es necesaria, un taller tiene una connotación eminentemente práctica. En esencia lo que hacemos es leer y escribir. Y analizar lo que leemos y escribimos bajo unos criterios y unos presupuestos que nunca son inamovibles.

Borges dijo que era mejor lector que escritor. Esto no necesitaría escuela, ¿no?
Borges dijo también que no había leído mucho, pero que había leído bien. Creo que ahí está la clave. Puedes haber consumido miles de libros sin haberlos digerido. O haber leído menos pero con ojo clínico, asimilando la narración hasta el punto de incorporarla a tu propio bagaje. Antes citaba a la gran Clarice Lispector, podría ser un ejemplo de lo que hablamos. Aseguraba que sus lecturas no habían sido muy amplias, sin embargo las había aprovechado a fondo, vaya si lo hizo. En el Museo Thyssen imparto un taller de lectura ligado a la colección permanente del museo, Un cuadro/Un libro, y compruebo que cuando se lee atentamente podemos descubrir en el texto señales que antes no habíamos visto.

¿Visita mucho Extremadura?
Menos de lo que me gustaría. Llevo mucho tiempo viviendo en Madrid pero nunca he dejado de considerarme extremeño. Ya dijo Rilke que la patria es la infancia y en Plasencia viví mi infancia y mi adolescencia. Nada podrá cambiar eso. Pero además de por motivos sentimentales, el paisaje extremeño me renueva. En cuanto me adentro en la dehesa o paseo por los valles del norte de la región, donde suelo ir con más frecuencia, comienzo a respirar de nuevo. Cáceres me parece una ciudad estupenda para vivir. Ahora he comenzado a escribir un libro de no ficción, un libro de viaje en torno a la figura de uno de los grandes poetas españoles de las últimas décadas, Ángel Campos Pámpano, que en gran parte transcurrirá en Extremadura. Lo que lamento es que el transporte público, en concreto el tren, sea tan deficiente. Mejorarlo sí sería una buena forma de vertebrar España.

Hace escasos días leía un post en el blog de Álvaro Valverde (el que fuera director) muy duro contra el estado actual de la Editora Regional de Extremadura. ¿A quién mirar?
No sigo muy de cerca la labor de la Editora y solo puedo hablar de mi experiencia personal tras haber publicado ahí dos libros y de las noticias que me llegan de los amigos, como Álvaro, y por mi propia profesión. Leí la entrada que escribió Valverde y ciertamente lo que cuenta es muy grave. La creación de una editorial pública y prestigiosa como la Editora ha sido un logro de los extremeños y de las personas que a lo largo de las años la han dirigido o han colaborado con ella. Sería una lástima perder un activo que ha costado tanto crear, que había alcanzado un prestigio sorprendente en el resto del Estado y que era una salida muy digna para muchos escritores extremeños que tenían dificultad para publicar sus primeras obras. En el mercado editorial cada vez tienen menos salida las obras “no comerciales” y precisamente una de las ventajas de la Editora era que sus criterios eran exclusivamente literarios. Creo que la Editora debería estar al margen del juego político, lo que es mucho pedir en estos tiempos. ¿Hacia dónde mirar? Quizás hacia las pequeñas editoriales independientes que han ido surgiendo en los últimos años.

En este punto, ¿por qué Madrid y Barcelona albergan (Tusquets, Seix Barral…) las editoriales más consolidadas? ¿Circunstancias históricas, falta de población lectora?
Supongo que por un poco de todo. No obstante, aun con las similitudes, el caso de Barcelona y Madrid son diferentes. Después de la Guerra Civil, la capital se llenó de funcionarios franquistas y buena parte de la burguesía ilustrada existente tuvo que exiliarse. El nivel cultural bajó tanto que aún hoy padecemos sus consecuencias. Barcelona, en aquel momento más abierta (todos conocemos el boom), tomó el relevo, aunque igualmente hubiera que ir a Madrid a “prosperar”. Creo que la situación ha cambiado en los últimos años, en parte gracias a las nuevas tecnologías, que han abaratado mucho los costes de producción y distribución. Una prueba de ello es la Editorial Periférica, ubicada en Cáceres, que está haciendo una labor encomiable a la hora de descubrirnos autores del otro lado del charco.

¿La situación es irrevertible?

La globalización lo ha cambiado todo y no sabemos adónde vamos, tampoco en el mundo editorial. Dentro de las grandes empresas hay movimientos de concentración editorial, de los propios agentes (hemos visto hace poco la fusión entre Wily “El Chacal” y Balcells)…Todo esto sería muy peligroso si al mismo tiempo no hubieran surgido pequeñas editoriales que pueden sobrevivir con menos márgenes de beneficio. Quizás ocurra como en el Cretáceo, cuando desaparecieron casi todos los dinosaurios…Quién sabe.