Oxígeno en lata
GARCÍA-TERESA, Alberto
Ediciones Baile del Sol, 2010
Uno de los rasgos principales de la última poesía española es la heterogeneidad. Frente a épocas pasadas, distintas líneas de fuga se reparten el panorama literario dando cuenta de una desacostumbrada pluralidad de formas, semánticas y estrategias retóricas. Una de esas líneas es la que podríamos denominar “poesía crítica”, cuyos fundamentos pretenden problematizar y desbordar los límites de la canónica “poesía social española” (Celaya, Blas de Otero, etc.) Y es que este esfuerzo, en el caso de los jóvenes poetas (como es el caso de Alberto García-Teresa), se nutre de un cierto “acervo” alopátrida, es decir, lateral a la tradición hispánica: ahí estarían las vanguardias históricas con especial predilección por el surrealismo, la poesía cívica latinoamericana (Ernesto Cardenal, Roque Dalton, Roberto Sosa, por poner sólo tres ejemplos), un cierto redescubrimiento de la épica (tonos y alientos de Ezra Pound), y así hasta un sinfín de diferentes estratos y lechos artísticos sobre los cuales se levanta esta corriente multidimensional.
Hace ya más de 10 años el colectivo poético “Alicia Bajo Cero” de Valencia (en boca de uno de sus poetas mayores, Antonio Méndez Rubio) sentenció que «hablar del mundo es proponer un mundo». Un libro de poesía encierra un mundo y lo quiera o no negocia y transacciona con ese otro mundo que le rodea. No en vano la palabra, como nos recordara el psicólogo bielorruso Vygotski, es un «microcosmos de conciencia humana». Por eso, hablar de un libro de poesía que está en el mundo es también proponer un mundo. Dentro de esta lógica parece inscribirse el poemario que nos ocupa. “Oxígeno en lata” es, antes de nada, una propuesta ética. Las palabras, los poemas, se transforman en un territorio híbrido, genésico, desde cuyo centro se extienden nuevas “perspectivas” sobre lo humano. No se trata de un “arma cargada de futuro” sino de un intersticio del presente, a través del cual se cuelan y desintegran las categorías establecidas del poder.
Desde mi perspectiva conviven en el libro, a pesar de su aparente antagonismo, dos universos bien distintos. Por un lado la tesis de que el lenguaje nos configura, que es en el lenguaje donde nos vamos ramificando como colectividades subjetivas. Lo expresó allá por 1941 Benjamin L. Whorf al querer formular su principio de la Relatividad Lingüística: «…es precisamente el fondo de experiencia gramatical de nuestra lengua materna lo que incluye no solamente nuestra forma de construir proposiciones, sino también el modo en que disecamos la naturaleza, separamos el flujo de la experiencia en objetos y entidades para construir proposiciones sobre ellas.» A nadie se le escapa que, llevada hasta sus últimas consecuencias, esta teoría nos empuja a la autonomía del habla y, por extensión, la independencia de las formas lingüísticas (la escritura, por ejemplo) respecto del mundo material. El lenguaje (y su derivado, la cultura) engendraría nuestro ser en un proceso de causación inverso al postulado por el materialismo. Pero el lenguaje también es un acto social, consuetudinario, de modo que las comunidades de habla nos comportamos como interacciones comunicativas plagadas de haces de variaciones. Heteroglosia, que apuntaba Batjin. Quizá por ello, es necesario traer a colación el segundo universo teórico que nos ancla a la realidad y galvaniza sus restricciones (siguiendo a Marx): «El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es el que determina su conciencia.» La poesía de Alberto García-Teresa intenta compaginar ambos mundos, hacerlos viables en términos poéticos y para ello apuesta por la coexistencia de estructuras claramente comunicacionales (véase la primera sección del libro, “Cadena de montaje”) frente a aperturas con mayor aliento lírico (como la segunda sección, “La arena en el engranaje”). Es indudable que ambos mundos, en el caso de este poeta, presentan aciertos y desfallecimientos textuales, y que su percepción subjetiva por parte del lector dependerá de los puntos de anclaje del mismo, ahora bien quiero resaltar que, por encima de cualquier apreciación valorativa, la seña de identidad de este libro es, a mi juicio, precisamente ésa: perseguir (aún a riesgo de incompletud) la mixtura entre dos laderas del “decir” poético tradicionalmente enfrentadas en nuestro país.
http://blogs.laopinioncoruna.es/pajarosdepapel/2010/09/01/vacuna-contra-la-estrategia-del-miedo/
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