Baile del Sol.- ¿Qué tipo de
relatos se van a encontrar las personas que lean La mala entraña?
Elena
Alonso Frayle.- Mis cuentos
están siempre atravesados por la idea de descubrimiento, que es casi lo que más
me interesa en la literatura. En todos los cuentos que componen La mala
entraña hay personajes que, mediante diferentes peripecias —con frecuencia, meros episodios triviales—, realizan un
descubrimiento sobre determinados aspectos de sí mismos. Y la idea es que, con
ellos, el lector quede enfrentado de alguna manera a un resumen de la condición
humana. En ese sentido, y respondiendo a la
pregunta sobre la tipología de los relatos, creo que podríamos decir que se
trata de relatos psicológicos. Relatos,
además, en los que lo más importante no queda explícitamente revelado, sino
solo sutilmente indicado, para que sea el lector quien complete la historia.
BdS.-
¿Decidiste explorar el tema de la maldad a través de los cuentos o te diste
cuenta posteriormente de lo que tenían en común ?
EAF.- Los cuentos con los que formo mis volúmenes de relatos
los voy escribiendo poco a poco, a menudo en las pausas que median entre otros
proyectos narrativos de mayor aliento. Por ello, a diferencia de lo que ocurre cuando uno se
plantea el esquema de una novela, no precedió a su escritura una toma de
conciencia sobre cuál iba a ser el tema central de los mismos, ni siquiera
tenía claro que un día conformarían una unidad. Simplemente, fueron saliendo
como piezas aisladas, y solo cuando ya tuve unos cuantos terminados, me di
cuenta de que, una y otra vez, el tema subyacente a todos ellos, aunque fuera
tenuemente, era el de la maldad. En todos ellos se revela esa cuota de perversión que
anida en la naturaleza humana, incluso en las situaciones cotidianas. Cuando vi tan claro el nexo
entre los cuentos es cuando surgió la idea de formar con ellos un libro.
BdS.- Si
tuvieses que elegir uno de ellos, con cuál te quedarías y por qué.
EAF.- Creo que elegiría «Misericordia», con el que gané el
Premio «Gabriel Aresti», del Ayuntamiento de Bilbao. Tengo con él la rara
sensación de haber logrado plasmar lo que me rondaba cuando lo escribí,
alejándome tanto de estereotipos como de la corrección política que muy a
menudo asoma cuando la literatura aborda el tema que trata este relato.
Precisamente fue este rasgo el que valoró expresamente en su acta el jurado del
«Gabriel Aresti», que estaba formado
por Iván Repila, Jon Bilbao y Aixa de la Cruz, tres autores que admiro mucho y
a los que sigo con gran interés, por lo que fue muy especial la satisfacción de
que apostaran por mi cuento y lo destacaran como ganador entre varios cientos
de candidatos.
"Mis cuentos están siempre atravesados por la idea de descubrimiento, que es casi lo que más me interesa en la literatura."
BdS.- En todos
los cuentos de este volumen hay personajes o situaciones inquietantes, ¿qué
importancia le das a las atmósferas en la construcción de tus relatos?
EAF.- Pienso que un buen cuento debe conseguir crear
un clima que atrape a quien lee, que lo aísle de todo lo que le rodea y le
obligue a seguir leyendo. Se trata de conseguir ese secuestro momentáneo del
lector, lo que Coleridge llamaba «la suspensión de la incredulidad», es decir,
la creación de una atmósfera que obligue al lector a dejar de lado su
percepción de la realidad y a adentrarse en la ficción propuesta por el autor.
Para ello es fundamental crear un universo cerrado en el cuento —una atmósfera— del que al lector le cueste escapar. Cada autor se
vale de sus propios recursos para lograrlo, muchas veces en función de su
propia concepción de lo que debe ser la literatura.
BdS-
¿Consideras que hay un tipo de historias que se cuentan mejor en los relatos
breves que en otro tipo de narrativa?
EAF.- En mi caso, escribo un cuento cuando lo que más me
interesa en la historia es lo que comprendo desde el principio que no debe
estar en el texto, o lo arruinaría: la elipsis. Es a lo que me refería en la
respuesta a la primera pregunta: el cuento, el buen cuento, exige ciertas dosis
de ocultamiento para que funcione. En otras ocasiones, en cambio, lo que busco
es mostrar un proceso o una convergencia de situaciones y personajes; lo que me
interesa es mostrar distintas facetas de la realidad y cómo la manera en que
esa facetas se interrelacionan les dota de trascendencia. La narración, en esos
casos, necesariamente se alarga y es entonces cuando hablaríamos de novela,
pero creo que las fronteras entre ambos géneros muy a menudo se solapan. ¿Qué
ocurre, por ejemplo, con la «nouvelle», con la novela corta? ¿Cuándo optamos por ella? ¿Cuándo una novela deja de ser «corta»
para ser novela propiamente dicha? Creo que no debemos dejarnos influir demasiado por los formatos ni las
etiquetas. Uno tiene una
historia que contar, algo que le interesa en esa historia —bien sea la elipsis o el proceso— y empieza a narrar. Ya
veremos lo que sale al final; con frecuencia algo distinto de lo que uno había
planeado en principio.
BdS.- ¿Cómo
empezó tu interés por la escritura y concretamente por los cuentos?
EAF.- Yo creo que el
afán de la escritura me ha acompañado siempre, desde que, a los ocho o nueve
años, escribía historias folletinescas sobre niñas huérfanas, que luego vendía
a mis padres. Más adelante, la profesión de escritor me parecía la más noble y
admirable de cuantas existen, pero, jurista de formación, siempre consideré que
yo había encaminado mis pasos por otro camino, que el convertirme en escritora
era algo así como un sueño irrealizable, un tren que había dejado pasar. Quiso
el destino que en un momento de mi vida me trasladara a vivir a Buenos Aires,
una ciudad de la que se dice que tiene más escritores que lectores; una ciudad,
además, epicentro de la tradición rioplatense del cuento, un género que, en
cualquier caso, está allí mucho más valorado que en España. Durante los años
que viví en Argentina asistí al taller literario de Liliana Heker, empecé a
escribir cuentos; allí aprendí no solo la técnica, sino también la importancia
de la corrección exhaustiva de los propios textos y, sobre todo, la enseñanza
más valiosa: la humildad necesaria para enfrentarse al oficio de escribir, pues
uno, en esos talleres, expone su obra al juicio de los compañeros y debe
encarar las críticas más despiadadas… Aprendes así a ejercer una crítica feroz
con tu propia obra desde el principio. Y ese aprendizaje creo que es el que más
me ha ayudado a la larga.
BdS.-¿Qué otros autores o
autoras de relato nos recomendarías?
EAF.- Muy a menudo, cuando me hacen esa pregunta, menciono a
un puñado de autores que creo que todos los cuentistas leemos con fruición, y a
los que volvemos una y otra vez, al menos yo lo hago: Salinger, Nabokov, Alice
Munro, Borges, Cortázar, Sara Mesa, Eloy Tizón, etc. Sin embargo, el año pasado recibí el
encargo por parte de una editorial de Mongolia de preparar una antología de
narrativa corta española. Para realizar la selección de los textos, he pasado
el último año leyendo, literalmente, miles de páginas de narrativa corta
española a partir del despegue del género en España, en el siglo XIX. Y me he
reencontrado con autores y cuentos a los que no había leído en años o décadas;
debo decir que el reencuentro ha sido grato y aleccionador. Volver por ejemplo
a Clarín o a Pío Baroja, y releer los que en su día fueron lecturas
obligatorias en el colegio —como «¡Adiós, Cordera!» o
«La sima»— con el bagaje que hoy me acompaña ha constituido
una experiencia reveladora. Lo mismo que releer a la gran Rosa Chacel —injustamentente relegada— o a Francisco Ayala, cuyo deslumbrante cuento «El Hechizado» creo que fue
calificado por Borges como el mejor cuento jamás escrito. O a Miguel Delibes,
Ignacio Aldecoa, Medardo Fraile… Todos ellos autores que integran la antología
que he preparado para el público mongol y que recomendaría igualmente que
fueran releídos —acaso
recuperados— en España.
BdS.- ¿En qué
proyecto literario trabajas en la actualidad?
EAF.- En un libro sobre Mongolia, cómo no. Llevo más
de un año trabajando en él, razón por la que últimamente he estado más alejada
de la escritura de cuentos. De todas formas, lo que empezó como una novela,
poco a poco ha ido deslizándose hacia un híbrido en el que se entremezclan la
literatura de viajes, los relatos puntuales, la crónica y la novela propiamente
dicha, lo cual ilustra aquello a lo que me refería antes cuando hablaba del
solapamiento de géneros y la inutilidad de las etiquetas.