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miércoles, 8 de mayo de 2019

Bailando con Elena Alonso Frayle: "El buen cuento exige ciertas dosis de ocultamiento para que funcione"


Baile del Sol.- ¿Qué tipo de relatos se van a encontrar las personas que lean La mala entraña?

Elena Alonso Frayle.- Mis cuentos están siempre atravesados por la idea de descubrimiento, que es casi lo que más me interesa en la literatura. En todos los cuentos que componen La mala entraña hay personajes que, mediante diferentes peripecias —con frecuencia, meros episodios triviales—, realizan un descubrimiento sobre determinados aspectos de sí mismos. Y la idea es que, con ellos, el lector quede enfrentado de alguna manera a un resumen de la condición humana. En ese sentido, y respondiendo a la pregunta sobre la tipología de los relatos, creo que podríamos decir que se trata de relatos psicológicos. Relatos, además, en los que lo más importante no queda explícitamente revelado, sino solo sutilmente indicado, para que sea el lector quien complete la historia.

BdS.- ¿Decidiste explorar el tema de la maldad a través de los cuentos o te diste cuenta posteriormente de lo que tenían en común ?

EAF.- Los cuentos con los que formo mis volúmenes de relatos los voy escribiendo poco a poco, a menudo en las pausas que median entre otros proyectos narrativos de mayor aliento. Por ello, a diferencia de lo que ocurre cuando uno se plantea el esquema de una novela, no precedió a su escritura una toma de conciencia sobre cuál iba a ser el tema central de los mismos, ni siquiera tenía claro que un día conformarían una unidad. Simplemente, fueron saliendo como piezas aisladas, y solo cuando ya tuve unos cuantos terminados, me di cuenta de que, una y otra vez, el tema subyacente a todos ellos, aunque fuera tenuemente, era el de la maldad. En todos ellos se revela esa cuota de perversión que anida en la naturaleza humana, incluso en las situaciones cotidianas. Cuando vi tan claro el nexo entre los cuentos es cuando surgió la idea de formar con ellos un libro.

BdS.- Si tuvieses que elegir uno de ellos, con cuál te quedarías y por qué.

EAF.- Creo que elegiría «Misericordia», con el que gané el Premio «Gabriel Aresti», del Ayuntamiento de Bilbao. Tengo con él la rara sensación de haber logrado plasmar lo que me rondaba cuando lo escribí, alejándome tanto de estereotipos como de la corrección política que muy a menudo asoma cuando la literatura aborda el tema que trata este relato. Precisamente fue este rasgo el que valoró expresamente en su acta el jurado del «Gabriel Aresti», que estaba formado por Iván Repila, Jon Bilbao y Aixa de la Cruz, tres autores que admiro mucho y a los que sigo con gran interés, por lo que fue muy especial la satisfacción de que apostaran por mi cuento y lo destacaran como ganador entre varios cientos de candidatos.

"Mis cuentos están siempre atravesados por la idea de descubrimiento, que es casi lo que más me interesa en la literatura."


BdS.- En todos los cuentos de este volumen hay personajes o situaciones inquietantes, ¿qué importancia le das a las atmósferas en la construcción de tus relatos?

EAF.- Pienso que un buen cuento debe conseguir crear un clima que atrape a quien lee, que lo aísle de todo lo que le rodea y le obligue a seguir leyendo. Se trata de conseguir ese secuestro momentáneo del lector, lo que Coleridge llamaba «la suspensión de la incredulidad», es decir, la creación de una atmósfera que obligue al lector a dejar de lado su percepción de la realidad y a adentrarse en la ficción propuesta por el autor. Para ello es fundamental crear un universo cerrado en el cuento —una atmósfera— del que al lector le cueste escapar. Cada autor se vale de sus propios recursos para lograrlo, muchas veces en función de su propia concepción de lo que debe ser la literatura.  





BdS- ¿Consideras que hay un tipo de historias que se cuentan mejor en los relatos breves que en otro tipo de narrativa?

EAF.- En mi caso, escribo un cuento cuando lo que más me interesa en la historia es lo que comprendo desde el principio que no debe estar en el texto, o lo arruinaría: la elipsis. Es a lo que me refería en la respuesta a la primera pregunta: el cuento, el buen cuento, exige ciertas dosis de ocultamiento para que funcione. En otras ocasiones, en cambio, lo que busco es mostrar un proceso o una convergencia de situaciones y personajes; lo que me interesa es mostrar distintas facetas de la realidad y cómo la manera en que esa facetas se interrelacionan les dota de trascendencia. La narración, en esos casos, necesariamente se alarga y es entonces cuando hablaríamos de novela, pero creo que las fronteras entre ambos géneros muy a menudo se solapan. ¿Qué ocurre, por ejemplo, con la «nouvelle», con la novela corta? ¿Cuándo optamos por ella? ¿Cuándo una novela deja de ser «corta» para ser novela propiamente dicha? Creo que no debemos dejarnos influir demasiado por los formatos ni las etiquetas. Uno tiene una historia que contar, algo que le interesa en esa historia —bien sea la elipsis o el proceso— y empieza a narrar. Ya veremos lo que sale al final; con frecuencia algo distinto de lo que uno había planeado en principio.

BdS.- ¿Cómo empezó tu interés por la escritura y concretamente por los cuentos?

EAF.- Yo creo que el afán de la escritura me ha acompañado siempre, desde que, a los ocho o nueve años, escribía historias folletinescas sobre niñas huérfanas, que luego vendía a mis padres. Más adelante, la profesión de escritor me parecía la más noble y admirable de cuantas existen, pero, jurista de formación, siempre consideré que yo había encaminado mis pasos por otro camino, que el convertirme en escritora era algo así como un sueño irrealizable, un tren que había dejado pasar. Quiso el destino que en un momento de mi vida me trasladara a vivir a Buenos Aires, una ciudad de la que se dice que tiene más escritores que lectores; una ciudad, además, epicentro de la tradición rioplatense del cuento, un género que, en cualquier caso, está allí mucho más valorado que en España. Durante los años que viví en Argentina asistí al taller literario de Liliana Heker, empecé a escribir cuentos; allí aprendí no solo la técnica, sino también la importancia de la corrección exhaustiva de los propios textos y, sobre todo, la enseñanza más valiosa: la humildad necesaria para enfrentarse al oficio de escribir, pues uno, en esos talleres, expone su obra al juicio de los compañeros y debe encarar las críticas más despiadadas… Aprendes así a ejercer una crítica feroz con tu propia obra desde el principio. Y ese aprendizaje creo que es el que más me ha ayudado a la larga.

BdS.-¿Qué otros autores o autoras de relato nos recomendarías?

EAF.- Muy a menudo, cuando me hacen esa pregunta, menciono a un puñado de autores que creo que todos los cuentistas leemos con fruición, y a los que volvemos una y otra vez, al menos yo lo hago: Salinger, Nabokov, Alice Munro, Borges, Cortázar, Sara Mesa, Eloy Tizón, etc. Sin embargo, el año pasado recibí el encargo por parte de una editorial de Mongolia de preparar una antología de narrativa corta española. Para realizar la selección de los textos, he pasado el último año leyendo, literalmente, miles de páginas de narrativa corta española a partir del despegue del género en España, en el siglo XIX. Y me he reencontrado con autores y cuentos a los que no había leído en años o décadas; debo decir que el reencuentro ha sido grato y aleccionador. Volver por ejemplo a Clarín o a Pío Baroja, y releer los que en su día fueron lecturas obligatorias en el colegio como «¡Adiós, Cordera!» o «La sima» con el bagaje que hoy me acompaña ha constituido una experiencia reveladora. Lo mismo que releer a la gran Rosa Chacel injustamentente relegada o a Francisco Ayala, cuyo deslumbrante cuento «El Hechizado» creo que fue calificado por Borges como el mejor cuento jamás escrito. O a Miguel Delibes, Ignacio Aldecoa, Medardo Fraile… Todos ellos autores que integran la antología que he preparado para el público mongol y que recomendaría igualmente que fueran releídos —acaso recuperados— en España.

BdS.- ¿En qué proyecto literario trabajas en la actualidad?

EAF.- En un libro sobre Mongolia, cómo no. Llevo más de un año trabajando en él, razón por la que últimamente he estado más alejada de la escritura de cuentos. De todas formas, lo que empezó como una novela, poco a poco ha ido deslizándose hacia un híbrido en el que se entremezclan la literatura de viajes, los relatos puntuales, la crónica y la novela propiamente dicha, lo cual ilustra aquello a lo que me refería antes cuando hablaba del solapamiento de géneros y la inutilidad de las etiquetas.

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lunes, 5 de junio de 2017

Bailando con Eduvigis Hernández: "Creo que toda creación es una suma de imaginación y memoria"



Baile del Sol.- ¿Cómo definirías los relatos de Venerada Virginia?

Eduvigis Hernández.-  Constituyen una suerte de “homenajes y divertimentos” inspirados en la narrativa que me atrae y con algún guiño cinematográfico, elementos cómplices en la larga amistad que compartí con Dolores Campos-Herrero, a quien va dedicado este libro.


BdS.- ¿Cuál podría ser su hilo conductor?

EH.- Pienso que el hecho de albergar algún elemento irreal o inexplicable que se inserta en una lógica aparente. No se trata de literatura fantástica, pero quizá las historias bordean una continua sensación de extrañeza.


BdS.- Muchas de las historias resultan inquietantes, ¿cómo consigues generar esa atmósfera?

EH.- No lo sé, esa valoración queda del lado de los lectores. Por especular con esa posibilidad, tal vez porque los sucesos ocurren con cierta naturalidad, con cercanía al devenir cotidiano de cada personaje.


BdS.- También está muy presente el mundo literario, escritores y libros pueblan algunas de las historias, ¿qué nos puedes comentar al respecto?

EH.- Que me considero una lectora que escribe porque no puede evitarlo, porque es un acto reflejo motivado en principio por el propio gusto de la lectura. En ese sentido, se trataría de un acto de agradecimiento hacia algunos autores que admiro: Ruth Rendell, Patricia Highsmith, Guy de Maupassant, Paul Auster, Robert Louis Stevenson, Henry James, y por encima de todo, Virginia Woolf.

 
"No se trata de literatura fantástica, pero quizá las historias bordean una continua sensación de extrañeza".


BdS.- ¿Por qué Virginia Woolf?

EH.- Porque desde que la leí por primera vez, a los dieciocho años, se ha convertido en lo que llamo “mi debilidad”. Para mí es un verdadero placer releer sus obras, casi podría decir que las colecciono, ya que busco distintas traducciones, y mi máxima aspiración continúa siendo poder leerla algún día en su idioma original (aunque me moriré sin haberlo conseguido, seguro). El relato que da título al libro es un intento de reflejar esta veneración, y pretende ser también un reconocimiento a la supervivencia de las palabras.


BdS.- ¿Qué te parece lo esencial para construir un buen relato?

EH.- El tono. Encontrar el adecuado a lo que se cuenta y mantenerlo hasta el final. Por esto me parece esencial leer y releer lo escrito en voz alta, comprobar la “melodía” del texto, las pausas, los ascensos y caídas.




BdS.- ¿De dónde surgen tus historias?, ¿imaginación, observación, qué consideras más importante?

EH.- Creo que toda creación es una suma de imaginación y memoria, a lo que se añade aquello que se observa con “todos los sentidos”: lo que se lee, lo que vemos y escuchamos, los olores y sabores, lo que nos dicen y lo que no… Balzac decía que el artista es poseedor de una segunda mirada que penetra más allá de la mirada común, que descubre otras cosas. Para mí la bendición/maldición que supone esta inquietud de escribir consiste en gran parte en dejarse poseer por esa segunda mirada inevitable.


BdS.- ¿Qué te gusta leer?

EH.- De todo, aunque, eso sí, dentro de un orden. Desde siempre leo novelas y relatos. Desde hace un tiempo también ensayo y poesía, aunque no tanto como quisiera. Lo cierto es que cada vez me intereso más por los textos (y los libros) breves. Disfruto muchísimo con las grandes y extensas novelas del s. XIX, pero no veo motivos para publicar ahora un libro de seiscientas páginas.


BdS.- ¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto literario?


EH.- Bueno, me tomo mi tiempo para escribir y mucho más para publicar. Lo mío es recopilar material pasados unos años. Sí, hay por ahí un par de proyectos: uno con textos breves y una biografía novelada (o algo similar).


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miércoles, 23 de marzo de 2016

Bailando con Elena Alonso Frayle: "Lo más difícil para el cuentista es encontrar el camino que convierta la anécdota llamativa en material narrativo".



Baile del Sol.- Cambios de última hora es un libro que recoge diez de tus relatos, ¿que nexo dirías que los une?

Elena Alonso Frayle.- Todos ellos comparten el hecho de haber sido galardonados en algún certamen literario; ese sería el vínculo aparente. Sin embargo, creo que hay algo más, y es que en todos los cuentos que componen el volumen está presente lo que llamaría mi «universo narrativo», es decir, los temas o las ideas que más me interesan en literatura sobre todo cuando escribo cuento, y que pueden resumirse en el descubrimiento; el descubrimiento que realizan los protagonistas de las historias, que casi siempre tiene que ver con la perplejidad, con el desvalimiento que impone la fugacidad.

BdS.- Hay una atmósfera de inquietud en la mayoría de las historias que mantiene alerta al lector, ¿buscas así su complicidad?

EAF.- Diría que los autores siempre buscamos la complicidad del lector, complicidad en el sentido de que este entienda las claves que manejamos, los códigos que el autor despliega en una historia, para lograr transmitirla, compartirla con él. Esta complicidad la establece cada uno de diferentes maneras y de acuerdo con los parámetros de lo que cada cual entiende o espera de la literatura. La creación de una atmósfera de inquietud puede ser una manera de lograrlo, puesto que atrapa al lector, despierta su interés y lo predispone para recibir esa historia que deseo transmitir. Además, la propia atmósfera de inquietud con frecuencia constituye en sí misma una clave para desentrañar el sentido de la historia.

BdS.- La personalidad de tus personajes también es muy interesante, ¿de dónde surgen?

EAF.- Yo creo que, a la hora de crear personajes, la mayoría de los autores nos inspiramos con frecuencia en personas reales, que conocemos o de las que hemos oído hablar. De ellas tomamos prestados ciertos rasgos, a veces físicos, a veces de carácter; se trata de pinceladas, que muchas veces incluso proceden de personas diferentes, y con ellas creamos una especie de Frankenstein formado de retazos. Al menos ese es el punto de partida. Después el personaje crece y se desarrolla en función de lo que encarna en el relato, de la faceta de la condición humana que, a través de él, nos interese explorar en cada caso.

BdS.- Además de los personajes, los objetos y el entorno cobran protagonismo en las historias. Háblanos de tu forma de construir con ellos el relato.

      EAF.- Igual que ocurre con los personajes, mis historias siempre, o casi siempre, surgen de un chispazo de realidad. Un recuerdo, una anécdota, una situación anómala o perturbadora que presencio o que me refieren. Algo que se me queda rondando y que no me suelta, a veces durante años, hasta que comprendo que debo escribir sobre ello. Ahora bien, el hecho aislado, el detalle conmovedor, la situación insólita por sí solos no son nada. Lo más difícil para el cuentista, creo, es encontrar el camino justo que convierta la anécdota llamativa en material narrativo; el camino que lo lleve de lo particular a lo universal, que transforme lo que en principio es insignificante en algo significativo para el lector. En definitiva, en lograr que incluso un trivial episodio doméstico —muchos de mis cuentos se ocupan de ellos: la visita de un vendedor de productos congelados a domicilio, el encargo de una vecina de regar las plantas del balcón, el pedido de un producto adelgazante contrarreembolso— aparezca revestido de la facultad de encarnar determinados aspectos de los destinos humanos.
Y para lograrlo el autor despliega todas las herramientas que le procura el oficio; es ahí cuando entran en juego la tan comentada intensidad, la tan comentada tensión que debe tener un buen cuento. Es fundamental el tratamiento expresivo del tema que abordamos, la utilización de los recursos estilísticos apropiados. Se trata, como decía antes, de secuestrar al lector, de crear un clima que lo incite a creerse lo que está leyendo, y para ello resulta esencial crear una verosimilitud que a mí me gusta procurar mediante la «escritura con relieve»: dotando a los objetos de cualidades físicas que resuenen en la mente del lector, que lo lleven casi a visualizarlo, a olerlo, a sentir su tacto. Con ello estoy trayendo al lector a mi terreno, lo estoy haciendo pasar al otro lado, al de la ficción, estoy haciendo que se instale en el cuento.




BdS.-¿Crees que lo extraordinario se desarrolla en los espacios más ordinarios?

EAF.- Rimbaud hablaba de «la visión instantánea que nos hace descubrir lo desconocido, no en una lejana tierra incógnita, sino en el corazón mismo de lo inmediato». Ello enlaza con lo que decía antes: a los autores con frecuencia nos asalta el chispazo creador a partir de objetos y situaciones cotidianas en los que, de pronto, percibimos su facultad de encarnar los atributos de lo trascendente. Hay que estar atento, pues la mayor parte de nuestras vidas discurre rodeados de eso que llamas «espacios ordinarios», con lo que, si de verdad queremos escribir sobre lo extraordinario —es decir, lo trascendente— no nos queda más remedio que abrir bien los ojos para detectarlo. En eso, además de sentarse ante el ordenador para teclear una historia, consiste el oficio de escritor. En la curiosidad. En mantener viva la perplejidad ante lo que nos rodea, por muy vulgar u ordinario que parezca a primera vista.

BdS.-Todos los relatos de este libro han sido premiados en algún concurso, ¿de qué forma te han animado los galardones literarios que has obtenido?

EAF.- Yo empecé a escribir durante los años en que viví en Buenos Aires. Allí acudía a un taller donde cada uno leía sus obras y escuchaba las críticas de los demás. Así es como me fue formando en el oficio de escribir, y, sobre todo, así es como contaba con un público al que leer mis obras primerizas. Después me trasladé a Berlín y aquello me faltó. Escribía, pero no tenía a nadie que leyera lo que iba haciendo. Y uno siempre escribe para ser leído. Entonces se me ocurrió empezar a enviar mis textos a concursos literarios: para que me leyeran los jurados. Me bastaba con eso, saber que alguien me leería, y, desde luego, no se me ocurría ni soñar que alguna vez ganaría algún premio. La sorpresa fue enorme cuando, al poco tiempo de empezar a enviar mis relatos a concursos, comencé a recibir llamadas y correos anunciándome un premio tras otro. Apenas podía creer lo que estaba ocurriendo. Después los galardones se fueron sucediendo con regularidad y la incredulidad fue cediendo paso a la satisfacción y también un poco a la vanidad, qué duda cabe. A ratos los premios me proporcionan la ilusión de tal vez hallarme en el camino correcto. Tal vez. La inseguridad y la crítica feroz sobre mi propia obra persiste, a pesar de los premios, y creo que, hasta cierto punto, es saludable.


"Si de verdad queremos escribir sobre lo extraordinario —es decir, lo trascendente— no nos queda más remedio que abrir bien los ojos para detectarlo".

      BdS.-¿Tienes algún relato favorito entre los que conforman Cambios de última hora?

EAF.-Quizás «Agua para las flores» es el que me parece más redondo; además, me gusta recordar la manera tan anecdótica en que surgió (realmente mi vecina me pidió que regara sus flores, es el chispazo de realidad del que hablaba antes), algo tan trivial que, sin embargo, me llevó hasta la inmensa satisfacción de obtener con él el «Ignacio Aldecoa». Pero siento una debilidad especial por «Felice cuenta», acaso porque constituye una de las pocas ocasiones en que me he atrevido a escribir algo cercano a lo humorístico; acaso por el juego metaliterario; acaso porque, en realidad, es el que más cuajo de mí misma lleva consigo.

BdS.-¿A qué autores de relato breve sueles leer?

      EAF.- Hay unos cuantos autores a los que vuelvo una y otra vez, porque cada vez que releo esos relatos aprendo algo nuevo. Son, en su mayor parte, autores norteamericanos, que se centran en ese momento de descubrimiento, de revelación epifánica en las vidas de tipos anodinos, algo que tanto me interesa cuando escribo cuento. Me refiero a autores como Richard Ford, Tobias Wolff, Sam Shepard, James Salter, Alice Munro, Lorrie Moore y, desde luego, los «Nueve cuentos», de Salinger, además de clásicos como Hemingway y Scott Fitzgerald, junto a otros autores posteriores, los que conforman lo que se ha llamado la «Generación quemada», el cuento de David Foster Wallace que da nombre a la generación es uno de los que más me ha impresionado en toda mi vida.
Y siempre Chéjov, por supuesto. Y el gran Nabokov.
El cuento fantástico —nos llevaría un rato tratar de dilucidar qué entendemos por tal— nunca me ha seducido en exceso, y sin embargo, es justo reconocer que mi pasión por el cuento debe muchísimo a Cortázar, a quien siempre vuelvo. Más tarde descubrí a Dino Buzzati, que no sé si se puede calificar de autor de relato fantástico, pero, a quien, en cualquier caso, leo y releo con entusiasmo.
En cuanto a los autores hispanos, también releo a Bolaño, a Borges —cómo no—, a Aberlardo Castillo. Me gustan mucho José Emilio Pacheco, Fabio Morábito, Clara Obligado y Eduardo Halfon, con sus juegos autorreferenciales y metaliterarios. Y entre los españoles, Gonzalo Calcedo, Carlos Castán, Jon Bilbao, Juan Bonilla, Sara Mesa y Soledad Puértolas.



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jueves, 11 de febrero de 2016

Bailando con Pablo Escudero: "Creo que la mayoría de los relatos plantean alguna clase de desafío, un enfrentamiento al vacío"




Baile del Sol.- ¿Qué dirías que tienen en común los relatos que conforman Beber durante el embarazo?

Pedro Escudero.- Desde el principio he visto en común una sensación de vértigo. Los personajes se encuentran ante momentos de crisis, en los que tienen que afrontar algún cambio y no se sienten para nada seguros de hacerlo. Elegí como título el de ese relato porque hay pocas cosas que den más vértigo que prepararte para ser padre. Es asumir que definitivamente eres mayor. Creo que la mayoría de los relatos plantean alguna clase de desafío, un enfrentamiento al vacío, bien sea un salto que dar hacia delante o bien un salto que se dio en el pasado y del que están arrepintiéndose. Inicialmente yo tenía una serie de cuentos que escribí alrededor de las fechas en las que trabajé en el relato que le da título al libro y que tenían en común los temas de la paternidad, el miedo, la incertidumbre. El libro final incluye relatos anteriores, pero cuando lo he revisado al completo he visto que ese espíritu, con matices, tiene una presencia casi constante.


BdS.- Las historias parecen contar siempre con una cierta complicidad de los lectores, especialmente para imaginar cómo podría continuar el devenir de sus protagonistas, ¿es esa tu intención?

PE.- No creo demasiado en las historias cerradas. No es una decisión consciente, la verdad, pero ahora que lo comentas es verdad que puede suceder eso en casi todos los relatos. No soy ni mucho menos chejoviano, pero es una poética que se le suele atribuir a Chéjov, la de dejar las historias abiertas y que el lector decida si merece la pena interesarse por lo que pueda pasar después, que me gusta. De hecho me parece la única posible. Como autor siento que la escritura es una forma de colarse en vidas ajenas, y uno puede colarse en las vidas de los demás pero sólo durante un período de tiempo. Después debe dejarlos que sigan adelante, y quizá, preguntarse qué les habrá pasado después de aquello que nosotros vimos.
Me gustan las películas que empiezan en mitad de algo. No me gustan, aparte de en las historias infantiles, las historias que empiezan con el: Había una vez … Está claro que en cualquier historia tienes que dotar de cierto contexto a la trama, y a veces acudir al pasado de un personaje para explicar por qué hace algunas cosas, pero no hace falta explicarlo todo siempre, con todo lujo de detalles. Asumo un lector inteligente, y ese lector también debe sentirse autónomo, y con derecho a especular.
Tengo anotada una frase de Naipaul por el escritorio en el que suelo trabajar, en la que creo mucho, y que dice: “La vida no tiene un planteamiento claro y un desenlace nítido. La vida siempre continúa. Deberías empezar por el medio y terminar en el medio, y todo debería estar ahí”

BdS.- A veces da la impresión de que el escritor pasaba por la vida de los personajes y se para a contarnos lo que ve y escucha...

PE.- Lo relaciono con la pregunta anterior. Uno pasa, ve algo, fabula, imagina, cuenta lo que está pasando, o lo que podría estar pasando detrás de aquella puerta, y se va. Vivo con el ojo y el oído puesto en lo que escucho en la calle, soy muy lector pero también soy muy paseante, y tengo la capacidad de ir por ejemplo en el metro y en el autobús leyendo, enterándome del libro y a la vez ir siguiendo las conversaciones que se oyen. Y se oyen a veces auténticas joyas que te despiertan la curiosidad. Y levantas la cabeza del libro y ves a quien lo está contando y empiezas a fabular y a veces ahí nace una historia. Luego llegas a casa, anotas algo, lo dejas reposar durante un tiempo y al final florece en tu subconsciente y acabas llevándolo a tu terreno a la hora de escribirlo. Uno de los relatos del libro, Dios ha vuelto al barrio, nació así, de la observación de un tío con el que coincidía en el autobús todas las mañanas de camino a Las Rozas, donde yo trabajaba entonces y me imagino que él también. El tío estaba totalmente fuera de cuadro. Iba con gafas de sol a las siete y media de la mañana, con unos pantalones de cuero y unas botas y un pelo a lo Lou Reed en los setenta, y leyendo Moby Dick, Bajo el volcán, libros de ese nivel, cosas que no lee cualquiera a esas horas en esos lugares.
En tu pregunta entiendo que ves un cierto objetivismo en los narradores. Y puede que algo haya, sobre todo un cierto alejamiento emocional, aunque por el contrario, en lo expresivo, priman las primeras personas, y no precisamente objetivas, sino que me centro en narradores que deforman la realidad que cuentan con su mirada. Creo que cualquier narración viene definida por la perspectiva del narrador, y me gustan las miradas que se construyen desde el extrañamiento. Ahí me veo reflejado en las narraciones cortas de Kafka o en los libros de Mario Levrero, que miran y miran sucesos anodinos y acaban dotándolos de una extraña magia. A mí me pasa que veo algo, o lo leo, o lo imagino, y al cabo de unos meses tengo un recuerdo que sé que no puede ser real, pero que es el que me queda. La memoria es tramposa y esa también es una de las ideas principales sobre las que trabajo como escritor. El narrador está tan cerca de la historia, y muchas veces es casi el único personaje, que puede tener algo de cámara de cine que registra imágenes y las pone a disposición del lector, pero le enseña imágenes con un gran juego de lentes detrás. Siempre he pensado, al escribir en esa primera persona deformante, en esos primerísimos primeros planos que tiraba Sergio Leone en sus westerns. Intento mantener ese equilibrio entre el narrador en primera fila que nos da la única versión disponible de la realidad, y la manipula por el simple hecho de mirar así, y tratar de que eso no se contamine y sólo pueda interesar a quienes se sienten como los narradores.




BdS.- Los personajes son muy peculiares, se parecen a cualquiera, pero al mismo tiempo son
especiales, ¿cómo aparecen?

PE.- Supongo que parten de mí. Juego a ponerme en situaciones distintas a las que vivo y a partir de ahí tiro del hilo. Funciono como escritor desde las preguntas iniciales de: ¿y si …? o ¿qué pasaría si …? También debo reconocer que me gusta mucho la autoficción, y me gusta jugar a dejar cosas mías por los relatos, a crear confusión. Me encanta cuando alguien piensa que algo de un relato me ha sucedido realmente. O que algo que cuenta un narrador es cierto. Muchas de las personas que han leído el relato Beber durante el embarazo me preguntaron que cómo averigüé un dato sobre las serpientes australianas que se da como de pasada en el relato, y que me inventé. Eso le da armazón de realidad al relato. Y me encantan esas confusiones. En el libro hay personajes reales que funcionan como arquetipos ficcionales, como puede ser Grigori Perelman en Conjeturas, hay historias que podrían haber sido verdad como la de Rescate, que es totalmente inventada. Hay un relato, Literatopatías, que tuvo una cierta difusión cuando ganó el ya extinto Certamen de Jóvenes Talentos Booket. Me contó alguien de la editorial que tres o cuatro jóvenes autores se habían sentido un poco atacados con él, cuando no estaba inspirado en nadie (principalmente porque no conozco a nadie, por suerte, como esos personajes). Esas reacciones te hacen pensar que lo que escribes es al menos coherente, verídico, que ya sabemos que es a lo más verdadero que se debe aspirar cuando se trabaja en literatura. Pienso que si la realidad se caracteriza por algo es porque no suele ser única, y yo me muevo en esos parámetros como autor, en creer que la realidad es múltiple, muy subjetiva y deformable y que es posible jugar con ella, buscándole siempre nuevos matices.

  
BdS.- Varios de los relatos que aparecen en este volumen han sido premiados en diferentes certámenes, ¿qué han supuesto para ti estos reconocimientos?

PE.- Dependiendo del momento algunos resultaron muy importantes para mí. Los premios en esos momentos funcionan como confirmación de que alguien más ha leído tus relatos y le han interesado. También hace mucha ilusión ver tus primeros textos publicados, aunque sean esas publicaciones promocionales que apenas se mueven del ámbito local donde se premiaron. Y dan alegría. Y no hay que minusvalorar la alegría, la posibilidad de brindar por un premio. Nadie se alegrará más que tu madre cuando te den un premio, no lo dudes. También son importantes por el dinero que pueda haber por medio y sobre todo, por qué no decirlo, a nivel de ego. Yo iba a seguir escribiendo al margen de ganar algún premio o no, porque lo siento como una necesidad. Pero es verdad que los escritores tenemos un punto de ególatras. No lo digo como algo bueno o malo, sino como algo que es inevitable, porque si no piensas que lo que haces es bueno, para qué vas a moverlo en concursos o editoriales, está claro que lo que sale fuera de tus cuadernos y de tu disco duro es porque piensas que le va a gustar a otros, que merece la pena. Para mí ir luego a recogerlos o que me pidan que lea o hable es un trago, la verdad, pero todo lo bueno lo compensa. Conoces a la gente que se ha leído los textos, que organiza aquello, que los premia. Conoces a los otros ganadores, a los finalistas, a gente que se dedica a escribir en los ratos que le roba al sueño o al trabajo desde una pasión verdadera. Empiezas a mandar cosas a los concursos cuando empiezas a escribir, supongo que buscando visibilidad. Luego ves que aunque los ganes no te dan demasiada visibilidad, pero yo, que ni tengo agente ni me muevo en esos llamados círculos literarios, tampoco sé nunca muy bien qué hacer cuando termino algo, y mientras me lo pienso pues muevo algunos textos por concursos, porque pienso que a los relatos les viene bien viajar un poco, y porque el dinero, el poco reconocimiento que te consiguen y la alegría que suponen, la excusa que dan para salir a tomar unas cañas, siempre se agradecen.
  
BdS.- ¿Qué ventajas encuentras en el relato breve frente a otros géneros?

PE.- El relato breve te da una libertad casi absoluta. Creo que es el medio en el que mejor puedes fundir la forma con el fondo. Puedes experimentar, probar voces, perspectivas, narradores, y a veces algunos fructifican y acaban quedando buenos cuentos. Es un tópico pero es cierto que escribir un buen relato, igual que me imagino que debe serlo escribir un buen poema, es muy difícil. Creo que uno puede escribir una novela que haga que el lector diga: “no está mal, se deja leer, etc.”. Yo mismo las leo. Pero nadie sigue leyendo un cuento que no es bueno, lo dejas. Ahora mismo estoy escribiendo una novela larga y es un ejercicio interesante por lo que tiene de arquitectura, de diseño, de planificación, de juego de voces, de estructura, pero es menos emocionante que un cuento. Un relato es ahora. Funciona o no, y si no funciona tienes que tirarlo, no se puede arreglar. A mí cuando un cuento me viene a la cabeza me exige que me ponga con él de inmediato. Si lo dejo pasar un poco, la historia se muere y ya no vale. La novela que estoy escribiendo la tengo medio pensada desde hace más de dos años. Y sé de lo que va, sé hacia dónde va, lo sé casi todo sobre ella. Sólo me queda escribirla. Con los cuentos voy descubriendo su verdad a la vez que los escribo. Y eso es algo mágico.

         "El relato breve te da una libertad casi absoluta"

Bds.- En algunos aspectos, las historias de Beber durante el embrazo nos traen ecos de escritores norteamericanos de relatos, ¿están ellos entre tus referentes literarios?

PE.- No son mis principales referencias conscientes. Dentro del mundo del relato, yo suelo leer a Bolaño, a Levrero, a Fogwill, a Kafka, a Borges, a Cortázar, a Ballard, a Foster Wallace, a Saul Bellow, a Etgar Keret, a Rodrigo Fresán. Pero también es verdad que uno no sólo está influido por lo que lee o por lo que cree que le influye, sino que también lo está por la música que oye mientras escribo, y oigo mucho cuando escribo a Lou Reed, a Wilco, a Patti Smith y a Neil Young, o por algunas películas, y hay algunas de Jim Jarmusch que tengo muy presentes en mi labor. Y no nos engañemos, uno es lo que lee y lo que han leído quienes ha leído. Siempre he leído mucha novela negra, y también me gustan mucho esas canciones que condensan novelas de cuatrocientas páginas en cuatro minutos, como Pedro Navaja de Rubén Blades ó Christmas card from a hooker in Minneapolis de Tom Waits, y hay quien me ha comentado que ambas cosas se notan en mi escritura, en un uso del lenguaje bastante funcional y en ciertas ocasiones minimalista, aunque no veo que sea exactamente así. Yo empecé a leer relato a los 19 o 20 años. Ya era muy lector de novela, desde niño, y mientras estaba en el instituto había ido leyendo cada vez más, pero con esa manía que hay de no leer relatos en los institutos, yo nunca me había puesto a leer relato. Oía cuento y me sonaba a narrativa para niños. A mucha gente le pasa eso. Les dices que escribes cuentos y te preguntan si son para niños. O le compran Beber durante el embarazo a su sobrina de ocho años y luego te piden explicaciones. En ese momento (sé que fue en febrero de 2004 porque fecho los libros cuando los compro) me compré a la vez Llamadas telefónicas, de Roberto Bolaño, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, de Raymond Carver y una selección de cuentos de Paul Bowles. Debí leerme esos tres libros unas diez veces cada uno en un año, y me di cuenta del infinito mundo que se me abría ahí como lector y como escritor. A Carver, que supongo que es al tipo de narrativa al que te refieres en la pregunta, lo he leído bastante poco después de ese sarampión inicial, no me interesa especialmente. A Bolaño desde entonces lo he leído entero y lo releo con devoción. Perdí el libro de Bowles y lo he reconstruido en mi memoria lo mejor que he sabido porque es un gran autor que ha desaparecido de las librerías. De la narrativa norteamericana he leído muchas veces la selección de relatos de John Cheever que hizo Rodrigo Fresán, y me gusta Tobias Wolff de los autores del realismo sucio, seguramente porque es el que menos se adapta a esa etiqueta. Leí a Salinger en su momento, y a Bukowski, pero no creo que me marcaran especialmente. Hay un escritor americano (de familia armenia) de los años 40 al que sí vuelvo con frecuencia que es William Saroyan, que tiene relatos muy sencillos, que te desintoxican el estilo, escritos desde la particular mirada de la infancia y la adolescencia, que me gusta mucho. De hecho el primer epígrafe del primer relato de Beber durante el embarazo, Memoria histórica, es suyo y habla de los jóvenes escritores. De David Foster Wallace me interesa sobre todo su labor como escritor de relatos, porque es lo contrario a un escritor contenido. Parece que el autor de relatos debe contar las palabras y medirlo todo perfectamente y esconderse una parte de la historia y él funciona al revés. Y eso es algo que tienes que aprender a hacer cuando escribes. Eso te aleja de lo canónico, pero si alguna vez has de hacer algo de valor será así, a tu aire.

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jueves, 21 de enero de 2016

Bailando con Juan Carrasco de las Heras: "Esas “pequeñas oscuridades” emanan directamente de aquello que nos hace humanos".


      Baile del Sol.- Pequeñas oscuridades y una linterna es un libro conformado por un total de 31 relatos breves, ¿cuál sería su nexo de unión?
     
      Juan Carrasco de las Heras.- El de la naturaleza humana y cotidiana de cada uno de ellos, sin duda. Esas “pequeñas oscuridades” emanan directamente de aquello que nos hace humanos.

      BdS.- Muchos de los personajes nos resultan cercanos, ¿de dónde salen?

JCH.- Unos salen de mi imaginación y otros de la realidad más próxima, pero todos ellos tienen como origen las vivencias y las historias que generosamente me regala el día a día.

      BdS.- También hay espacio para lo fantástico, lo inesperado, en los cuentos, ¿cuál es tu intención con esas inclusiones?

JCH.- Pretendo que el lector se pueda identificar lo más posible con estas narraciones y que las haga suyas, y no hay mayor forma de respetar la inteligencia de quien te lea que no explicarle las cosas como si no fuese capaz de llegar a sus propias conclusiones. Yo propongo los giros y las ensoñaciones a veces imposibles, y el lector dispone.

BdS.- La mayoría de los relatos se convierten en un enigma que solo es desvelado al final, ¿conviertes al lector en cómplice de tus historias?

JCH.- Eso es, son relatos fundamentados en pequeños elementos muy reconocibles, en sensaciones, en sentimientos que cualquiera tiene o ha tenido a lo largo de su vida.



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      BdS.- Sin desvelarnos mucho del relato… ¿cuál sería la linterna que alumbra esas pequeñas oscuridades?

JCH.- La linterna global que alumbra el libro es la esperanza…  y la linterna tangible, mi pequeña broma particular, es el último relato del libro, cuyo título lleva referencia directa.


"La linterna global que alumbra el libro es la esperanza."

BdS.- ¿Qué ventajas consideras que tiene el relato breve frente a otros géneros literarios?

JCH.- Es asequible a todo tipo de públicos y fácil de leer en cortos espacios de tiempo.

BdS.- ¿Cuáles son tus referentes como escritor?

JCH.- Soy consumidor de gran diversidad de géneros y autores, disfruto y respeto sus trabajos y quizá sea por ello que nunca me he planteado referentes, no soy partidario de mitificar o centrarme en determinado tema, procuro que todo llegue de la manera más natural.


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miércoles, 6 de enero de 2016

Bailando con Carlos Candiani: "He visto lo que hay en la brevedad, en ese universo extraño y hermoso que es el microrrelato"



Baile del Sol.- Lo primero que nos preguntamos cuando nos encontramos con El libro de Balieri es ¿quién es Balieri?

Carlos Candiani.- Balieri es la persona que se mira frente a un espejo. Balieri es una persona que es todas las personas al mismo tiempo. Es el protagonista, pero es también el lector. Balieri eres tú y soy yo. Es el taxista de Madrid que me contó un sueño antes de dejarme en Plaza España, el librero en Ciudad de México que puede encontrar cualquier título en una desordenada montaña de libros de la colonia Tabacalera y es el poeta que vive en Lima y que ama y odia su ciudad al mismo tiempo. Es la imaginación dentro de la imaginación. Balieri ya no es la persona que se mira en el espejo, Balieri es el reflejo.

BdS.- Además de este protagonista común, ¿qué nexo de unión tienen los relatos que componen el libro?

CC.- Nexos, en plural. Hay muchos caminos en este libro. Los nexos son los grandes temas, mis grandes temas. La búsqueda de uno mismo, la música, la pintura, los grandes escritores que han marcado mi camino literario. Otros autores dicen que el nexo es el surrealismo, otros que la metaliteratura o el realismo mágico. Nunca he sido bueno para las etiquetas, me gusta que una lectora me haya dicho que para ella los relatos no son independientes, me gusta tanto como la experiencia de las personas que saltan de cinco en cinco las páginas o que lo han comenzado por el final. Siempre quise escribir un libro que se pueda tener a la mano en la habitación y que se pueda abrir en cualquier página para que el azar o la incertidumbre formen parte de la lectura.

BdS.- El estilo y los temas nos llevan a recordar a algunos de los mejores escritores de cuentos, sobre todo latinoamericanos... ¿qué autores son tus referentes?

CC.- Es difícil separarse de las lecturas o de las personas que han influenciado nuestra forma de escribir y la manera en que enfrentamos ciertos temas. Este libro no hubiera sido posible sin mi acercamiento a David Lagmanovich, Eduardo Galeano,  Augusto Monterroso y Julio Cortázar. Los géneros que exploro, el relato, el microrrelato y la poesía, se fusionan, así que también están Juan Gelman, Alí Chumacero e Ida Vitale. Pero no sólo la literatura latinoamericana está presente, pues no me puedo apartar de la influencia de Raymond Carver o de Wislawa Szymborska.

Puedo seguir con este tema. Hablar sobre las mujeres y hombres de letras a los que regreso de forma constante es, quizá, mi forma preferida de pasar el tiempo. Cuando alguien comienza a hablar sobre alguno de mis cuentos o de mis poemas, no puedo evitar interrumpir con una doble pregunta: “¿Y qué otra cosa estás leyendo, cuáles son tus autores preferidos?



BdS- ¿Por qué has elegido el relato breve?, ¿qué ventajas narrativas te aporta este género?

CC.- Para mí, el relato breve, microrrelato, microcuento o minicuento (me parece un guiño lleno de belleza que el género tenga varios nombres) no es una casualidad. No busco que el texto tenga la posibilidad de extenderse. Ha pasado, por supuesto, que lo que pienso que será un relato breve se transforme y entonces me vea obligado a profundizar más en la historia, pero creo que ha sido más por un capricho o porque he conectado, sin pretenderlo, en un cerrar de ojos, con algún personaje en particular. Lo normal, repito, para mí, es que lo que nace en mi imaginación como un relato breve se quede en relato breve. Lo elijo porque he visto lo que hay en la brevedad, en ese universo extraño y hermoso que es el microrrelato. Elegí al microrrelato por amor al microrrelato, se puede decir, aunque también hay que saber disfrutar del desafío de decir mucho con poco. El género tiene la ventaja del relámpago, de la estrella fugaz, pero es muy importante acompañarlo de la reflexión, del autoconocimiento, pues se corre el riesgo de no decir nada, de no redondear.

BdS- ¿Cómo está siendo tu experiencia con la publicación de "El libro de Balieri?

CC.- Ha sido una etapa llena de aprendizaje. Nunca había enviado uno de mis libros a una editorial. Con sinceridad, puedo decir que desconozco el proceso que comienza cuando se termina un libro (si es que eso es posible) y que acaba en su publicación. Había publicado relatos en revistas literarias, poesía aquí y allá. Tengo varios años escribiendo columnas sobre los escritores que me han marcado y cada espacio en el que me han abierto las puertas ha sido una gran experiencia, pero enviar libros a las editoriales, descubrir ese mundo, ha sido todo un proceso: elegir las editoriales que me interesan, las que cuentan con las colecciones, el enfoque y el género que necesito fue un largo primer paso. Baile del Sol, en este sentido, ha sabido lidiar conmigo y me ha acompañado desde el día en el que comité editorial le dio el –sí- a Balieri. Ha sido algo muy positivo. Me agradaron la comunicación, las formas, la portada, todo.


"Elegí al microrrelato por amor al microrrelato, se puede decir, aunque también hay que saber disfrutar del desafío de decir mucho con poco. El género tiene la ventaja del relámpago, de la estrella fugaz, pero es muy importante acompañarlo de la reflexión, del autoconocimiento".



BdS- Tú vives en México, ¿por qué te decidiste a publicar en España?

CC.- España es un lugar muy especial. No importa en qué parte del país me encuentre, siempre me siento como en casa. Viví en Madrid durante tres años y El libro de Balieri tomó forma en un piso de la calle Núñez de Balboa. Madrid es algo inseparable de muchos de estos microrrelatos. Espero publicar en México, pero El libro de Balieri le pertenece a Madrid. 

BdS- ¿En qué proyecto literario estás en estos momentos?

R: En España escribí un poemario al que le estoy dando vueltas. Estoy como Borges, que podía pasar mucho tiempo revisando un poema para al final quitarle una coma que le volvía a colocar al día siguiente. Es un trabajo de reconocimiento, no es algo que esté naciendo. Mi labor como corrector de estilo ocupa mucho tiempo: sigo esperando al mecenas del que habla Virginia Woolf en Una habitación propia, pero estoy con un nuevo libro de relatos. Hace unos meses estuve en Escocia y me traje una maleta llena de ideas. Me sorprenden las ciudades como Edimburgo, que parece que sólo hay que levantar los relatos del suelo y sacudirles el polvo. Ese lugar está lleno de literatura. Me pasa lo mismo en Ciudad de México o en Madrid. Ya lo dijo Pío Baroja cuando un joven le preguntó qué se necesita para ser escritor: «Vaya a Madrid y póngase a la cola». Yo fui a Madrid y me formé con un montón de libros. Conocí a mucha gente en esa cola (o fila, como le decimos en México). Fue una experiencia maravillosa.


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miércoles, 16 de diciembre de 2015

Bailando con Rubén Don: "Me interesan los hechos que en el acontecer diario de una persona marcan y bifurcan su destino"

Baile del Sol.- Perder es cuestión de tiempo contiene nueve relatos, ¿cuál dirías que es su denominador común?

Rubén Don.- Yo diría que tiene diversos denominadores comunes. Por un lado está la ciudad como un escenario universal en estos relatos. Sí, la ciudad de México básicamente. Pero también otras ciudades como Buenos Aires, Santiago de Chile o Acapulco. La Habana a través del recuerdo. O la misma Barcelona a través de un cuadro en el cuento que abre esta colección titulado "Cerca del Damm".  Y por otro está la condición humana de los protagonistas. Ellos enfrentados a ellos mismos y a su entorno a través de la soledad, del miedo, del sinsentido de la vida e inclusive de la esperanza de que aquello a lo que se ven enfrentados cambie para mejor. 

BdS- Encontramos personajes que nos resultan en cierto modo familiares, cercanos, ¿proceden te tu observación de la realidad o de dónde salen?

R.D.-Sí, una de mis aficiones principales es recorrer las calles de las ciudades que tengo la oportunidad de visitar y a partir de ahí creo que salieron estas nueve historias. También está lo que leo en los periódicos, lo que escucho de oídas en las cantinas, lo que me cuentan los amigos... Ya se sabe cuan peligrosos podemos ser los escritores a la hora de escuchar información. Pero desde luego siempre todo se cruza en esa delgada linea que separa la verdad y la ficción. 


BdS- Además de las vicisitudes de los personajes, en la mayoría de los relatos se aprecia un fondo social, se ve bien el marco en el que se desenvuelven las historias, ¿es ese otro de tus intereses?

R.D.- Cierto. Siempre me ha interesado estéticamente el marco social en lo que escribo. Tengo una cierta obsesión por plasmar eso que llamamos "realidad" cotidiana. Y digo realidad entre comillas porque la literatura, la buena literatura, tiene la oportunidad de crear diversos mundos, diversas realidades a través de la escritura. Pero en lo particular me gusta mucho el retrato de la cotidianidad humana. De esos sucesos que en el acontecer diario de una persona marcan y bifurcan su destino. A veces pueden ser cosas insignificantes del diario acontecer: una pelea, una enfermedad en el dedo gordo del pie, un viaje, un accidente, etc. 

BdS.- El lenguaje de tus relatos es muy preciso y rico. ¿Qué importancia le das a la herramienta de la palabra en tus historias?

R.D.- Ahora que lo mencionas, sí, hay una intención muy precisa en el lenguaje de estos relatos. Busqué alejarme del gariboleo narrativo que pertenece para mí más al ámbito de las novelas y acercarme a un estilo más minimalista. Aquí quiero precisar que básicamente me considero novelista. Hasta el momento tengo ocho novelas escritas, de las cuales cuatro ya han sido editadas y cuatro permanecen en espera de una casa editorial, y Perder es cuestión de tiempo es el único libro de relatos que hasta la fecha he escrito y publicado. Nunca me propuse hacer un libro de relatos como tal sino que la necesidad de hacer bocetos de historias que me iban surgiendo y que quizá desde un principio tuve claro que no serían historias para una novela, dieron luz a estos nueve cuentos. Inclusive, si el lector se da la oportunidad de leer el libro, una de las características de los nueve relatos es que están seccionados por pequeños o medianos párrafos como si a la vez fueran capítulos de una novela. Pero para mi eran eso: instantes minimalistas, fotografias, flashazos... Puedo decirte que estéticamente a los editores en México esa fragmentación de los relatos no les agradó y entonces me proponían estructurar mi narrativa de otra forma. Hasta que el libro llegó a Baile del Sol y decidieron apostar por él en su forma original.


   
BdS.- ¿Qué temas te interesan literariamente hablando?

R.D.-Soy un pésimo lector de géneros fantásticos y afines. Yo tengo una fascinación por eso que llaman realismo. He transitado por un montón de enamoramientos literarios. Desde la crudeza de William Faulkner hasta toda la obra de Philip Roth. Me gustan mucho los libros de Javier Marías porque casi todas sus historias parten de una particularidad cotidiana que en el universo de cada hombre se vuelven complejas, arrastrando con ellos sus diversas consecuencias. En este momento estoy encantado con Orhan Pamuk a raíz de que descubrí su novela Museo de la inocencia. Me encantan todas las novelas o relatos que puedan contener su centro en un conflicto cotidiano de la naturaleza humana. Baile del Sol ha publicado una maravillosa novela: Stoner, de John Williams. El sencillo pero maravilloso relato de una vida en su más amplia cotidianidad en donde el amor o el fracaso o la ignorancia son los verdaderos héroes de la narrativa. 

BdS.- ¿Qué ventajas e inconvenientes encuentras en el relato breve con relación a la novela?

R.D.- Como ya he mencionado soy novelista, entonces le tengo mucho respeto al relato. Sí creo que el relato tiene que tener cierto mecanismo de relojería para que funcione. Precisión en el lenguaje y en la historia. Desde mi punto de vista si no cuenta con estos dos factores un relato se te cae o no lo entienden los lectores. La novela es vasta, juguetona, irreverente. Es menos probable que a la novela se le vean las costuras si algo anda mal en ella. 




"Siempre me ha interesado estéticamente el marco social en lo que escribo. Tengo una cierta obsesión por plasmar eso que llamamos "realidad" cotidiana."

BdS.- ¿Cuáles son tus referentes literarios?

R.D.-Me he ido enamorando de muchísimos escritores. Yo no tengo la clásica historia romántica de que quería ser escritor desde niño y de que empecé a leer en pañales. No. Por desgracia en mi casa los únicos libros que había eran religiosos y fue hasta la universidad cuando descubrí la novela y el relato como un par de géneros que me cambiarían la vida. Por lo mismo tengo muchos pendientes con lo que se refiere a los clásicos. Les rehuyo. Algunos me resultan aburridos. Por ejemplo novelas del siglo XIX me cuestan mucho trabajo por esa obsesión modernista que tenían por describirlo absolutamente todo. Y lo atribuyo a que pertenezco a una generación visual y auditiva. Por ello me he fascinado con la literatura contemporánea. Uno de los que más me ha marcado es el chileno Alberto Fuguet. Otro el estadounidense Philip Roth. Apenas llamó mucho mi atención el sueco Karl Oven por la crudeza con que novela su vida, independientemente de cuanta realidad  o mentira exista en ella. Un escritor que me parece enorme pero muy difícil es Antonio Lobo Antunes. He vivido mis encantamientos con Henry Miller, con Fernando Pessoa, con Carlos Fuentes, con Mario Vargas Llosa, con Juan Carlos Onetti. Y la poesia, de la cual francamente no entiendo mucho, la tengo como  hobbie: Gil de Biedma, Cesar Vallejo, Jorge Cuesta, Pablo Neruda. Regresando a la narrativa apenas me gustó mucho el Proyecto Nocilla, de Agustín Fernández Mallo. 


BdS.- ¿Perder es cuestión de tiempo?

R.D.- Si pensamos que somos seres mortales y que el día menos pensado vamos a morir, diría que sí, que perder sólo es cuestión de tiempo. Parece que en este mundo postmoderno vivimos vilipendiando la ley de Murphy: si algo puede salir mal, puede salir peor. Pero a la vez creo que el estar pendientes de cuándo nos van a salir mal las cosas es esperanzador y que ello nos da la oportunidad de encontrarle el último de los sentidos a la vida, como bien sugería Albert Camus.  


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