miércoles, 2 de febrero de 2011

Déborah Vukušić, la fingidora


En Perversiones y ternuras (Tegueste, Baile del Sol, 2009), la poeta y actriz Déborah Vukušić plantea una interesante poética a caballo entre la dramaturgia y la poesía.

Javier Gato/Sevilla Actualidad. Déborah Vukušić, o dos escuadrones en el cuerpo de una mujer. Actriz y poeta. Gallega y croata. Perversa y tierna. Don Carnal y doña Cuaresma librando una teatral batalla en un campo femenino de minas. Ella es, o ellas son, todo esto en Perversiones y ternuras, libro -como no podía ser de otro modo- dividido en dos partes, y en edición bilingüe.
La poética de Déborah Vukušić en este libro recuerda, como bien apunta Carlos Salem en la contraportada, el efecto de distanciamiento que proponía Bertolt Brecht en su teatro épico. La autora nos niega el consuelo que proporcionan las expectativas de subjetivismo -ay, qué daño ha hecho el Romanticismo- a la hora de enfrentarnos a su poesía.
El yo que habla es un yo poético, indudablemente; ¿pero es también un yo empírico? ¿Es Déborah la dominátrix, la prostituta hambrienta, la lesbiana, la mujer violada, la que aún oye a los muertos en la Guerra de Bosnia, o son éstos personajes de una dramaturgia en verso? La duda nos mantiene en tensión a lo largo de toda la lectura, ahogándonos a veces en una marea de humor sarcástico, cuando no en el profundo caos que rige el mundo.
Junto a Bertolt Brecht, la personalidad polimórfica de Fernando Pessoa. El poeta como fingidor nato. Pero ante todo -siento la reiteración-, el hibridismo entre discurso lírico y dramático. La propia autora no sabe si calificar estos textos como “poemas o monólogos de dramaturgia contemporánea”, y en su “Poética o vómito onanista” ironiza sobre su propia condición de poeta, declarando que sólo llama a veces poesía a su obra “porque me gusta gráficamente la pausa versal”.
La “Poética” con la que Vukušić inicia su doble libro contiene reflexiones muy interesantes. En primer lugar, la poeta otorga a la creación poética una función de catarsis y sublimación, de “vómito onanista” que la ayuda a liberarse de “la costra de lo callado”.
Consecuentemente, reniega de la poesía como techné al afirmar “yo no hago literatura” (“¿o si?”, parece rectificar más tarde), y apuesta por una concepción del proceso de creación como una experiencia de autoexploración y autodesarrollo con la cual le toma el pulso al “ritmo de mis propios pasos”. Pasos, todo hay que decirlo, similares a esos pasos del peregrino errante con los que se inician las Soledades de Luis de Góngora, peregrino que podría ser un trasunto del autor... o no.
El ritmo de sus pasos se fusiona, en una actitud decididamente moderna y con ecos de Marinetti, con “los ritmos anti-rítmicos de la ciudad”, frente a los cuales los sonetos, en tanto que estructuras métricas cerradas y perfectamente talladas, no son más que fósiles. Pero también se fusiona con las voces de sus personajes, que parecen asaltarla al final de su “Poética”.
Esta “polifonía estrecha”, que diría Eduardo Haro Ibars, crea las condiciones óptimas para el trabajo personal de Déborah, que se centra en el enfrentamiento con sus propios límites y el ahondamiento en la parte más oscura y primordial de su naturaleza humana. “Me violento a mí misma”. Me revuelvo, trastoco, desordeno, me derribo, me echo abajo. Todo esto significa el verbo latino perverto, “pervertir”.
Las Perversiones comienzan con un texto, “Persona-personaje”, en el que la actriz, desde su posición de pervertidora (en el sentido etimológico de “perturbar el orden o estado de las cosas” en la escena y en las conciencias de los espectadores) denuncia la hipocresía de un modo muy sugerente pero rotundo -gracias a la agilidad del verso corto- la hipocresía de una sociedad en la que las personas se han convertido en personajes, hasta el punto de hacerse totalmente necesario el pleonasmo vallejiano de “hombres humanos”.
Desde la absoluta teatralidad rococó del vestuario de época (“nada más”: la voz entrega al personaje, no su persona) hasta el cómic Valentina de Crepax, la mujer fatal del celuloide o la erotomanía de la atractiva secretaria que, en un paródico soneto, rescata el collige virgo rosas de Ausonio, Déborah Vukušić pasa revista a las más conocidas fantasías sexuales de nuestra cultura, burlándose de ellas a la vez. Se trata del arma de la parodia: Déborah se hace con todos los tópicos eróticos más manidos precisamente para remarcar su obsolescencia y derribarlos.
Con todo, la selección de Perversiones no es del todo aleatoria; en “Météo”, por ejemplo, los celos son significativamente incluidos dentro de lo perverso, y al final de “Trío o Consecuencia”, la mujer que se oculta tras la máscara (en griego prósopon, y de ahí “persona”) no puede evitar que se le escape el instinto de posesión que lleva dentro.
Particularmente interesante es la última Perversión, “Sternberg”: en ella, la poesía de Vukušić -ángel azul- ha llegado al final del proceso de autoexploración de la autora y ha perdido su sublime color modernista para teñirse de otro color, probablemente más oscuro.
Definitivamente, oscuro es el catálogo de Ternuras que la autora nos despliega a continuación. Porque como bien explica en la nota preliminar del libro, la ternura no es para ella un sentimiento de afectación en colores pastel, sino la máxima expresión de fragilidad y desamparo a que nos vemos expuestos los seres humanos en un mundo presidido por el horror.
Casi al comienzo de esta parte, “Confesiones de bar” nos traslada a la cruenta posguerra croata. La voz narradora parece apagarse estremecedoramente en los últimos seis versos, como si estuviera ahogada por el llanto. Las referencias a Croacia, tema del que ya trató la autora en su anterior libro Guerra de identidad, se repetirán en “Ternura 0” a la vez que cae sobre nosotros como filos cortantes una tromba de crueldades infantiles, maltratos domésticos, violaciones, torturas durante la dictadura chilena -o en cualquier lugar donde una mujer caiga a manos de un hombre-, abortos.
La sempiterna duda sobre si todos estos sucesos han sido vividos por la autora o no nos mantiene en alerta pánica, plenamente conscientes de la violencia que invade nuestro mundo, generándose así el mencionado efecto de distanciamiento brechtiano. Afortunadamente, nos encontramos en ocasiones con momentos de respiro, como la entrañable denuncia del analfabetismo femenino en “Maruxa” o la sentimental Ternura “Honey moon, darlin', sweet honey moon”.
Aquí concluiría un somero análisis de Perversiones y Ternuras, si bien algunos motivos, como el complejo de Electra en la obra de Déborah Vukušić, merecerían una atención monográfica. Y es que Déborah rebosa vidas, como un nuevo Cristo que parte su cuerpo y lo comparte con nosotros. Porque, aparte del onanismo de su vómito, ella tiene “una puta necesidad de contar / de comunicarme contigo”.

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