jueves, 11 de febrero de 2016

Bailando con Pablo Escudero: "Creo que la mayoría de los relatos plantean alguna clase de desafío, un enfrentamiento al vacío"




Baile del Sol.- ¿Qué dirías que tienen en común los relatos que conforman Beber durante el embarazo?

Pedro Escudero.- Desde el principio he visto en común una sensación de vértigo. Los personajes se encuentran ante momentos de crisis, en los que tienen que afrontar algún cambio y no se sienten para nada seguros de hacerlo. Elegí como título el de ese relato porque hay pocas cosas que den más vértigo que prepararte para ser padre. Es asumir que definitivamente eres mayor. Creo que la mayoría de los relatos plantean alguna clase de desafío, un enfrentamiento al vacío, bien sea un salto que dar hacia delante o bien un salto que se dio en el pasado y del que están arrepintiéndose. Inicialmente yo tenía una serie de cuentos que escribí alrededor de las fechas en las que trabajé en el relato que le da título al libro y que tenían en común los temas de la paternidad, el miedo, la incertidumbre. El libro final incluye relatos anteriores, pero cuando lo he revisado al completo he visto que ese espíritu, con matices, tiene una presencia casi constante.


BdS.- Las historias parecen contar siempre con una cierta complicidad de los lectores, especialmente para imaginar cómo podría continuar el devenir de sus protagonistas, ¿es esa tu intención?

PE.- No creo demasiado en las historias cerradas. No es una decisión consciente, la verdad, pero ahora que lo comentas es verdad que puede suceder eso en casi todos los relatos. No soy ni mucho menos chejoviano, pero es una poética que se le suele atribuir a Chéjov, la de dejar las historias abiertas y que el lector decida si merece la pena interesarse por lo que pueda pasar después, que me gusta. De hecho me parece la única posible. Como autor siento que la escritura es una forma de colarse en vidas ajenas, y uno puede colarse en las vidas de los demás pero sólo durante un período de tiempo. Después debe dejarlos que sigan adelante, y quizá, preguntarse qué les habrá pasado después de aquello que nosotros vimos.
Me gustan las películas que empiezan en mitad de algo. No me gustan, aparte de en las historias infantiles, las historias que empiezan con el: Había una vez … Está claro que en cualquier historia tienes que dotar de cierto contexto a la trama, y a veces acudir al pasado de un personaje para explicar por qué hace algunas cosas, pero no hace falta explicarlo todo siempre, con todo lujo de detalles. Asumo un lector inteligente, y ese lector también debe sentirse autónomo, y con derecho a especular.
Tengo anotada una frase de Naipaul por el escritorio en el que suelo trabajar, en la que creo mucho, y que dice: “La vida no tiene un planteamiento claro y un desenlace nítido. La vida siempre continúa. Deberías empezar por el medio y terminar en el medio, y todo debería estar ahí”

BdS.- A veces da la impresión de que el escritor pasaba por la vida de los personajes y se para a contarnos lo que ve y escucha...

PE.- Lo relaciono con la pregunta anterior. Uno pasa, ve algo, fabula, imagina, cuenta lo que está pasando, o lo que podría estar pasando detrás de aquella puerta, y se va. Vivo con el ojo y el oído puesto en lo que escucho en la calle, soy muy lector pero también soy muy paseante, y tengo la capacidad de ir por ejemplo en el metro y en el autobús leyendo, enterándome del libro y a la vez ir siguiendo las conversaciones que se oyen. Y se oyen a veces auténticas joyas que te despiertan la curiosidad. Y levantas la cabeza del libro y ves a quien lo está contando y empiezas a fabular y a veces ahí nace una historia. Luego llegas a casa, anotas algo, lo dejas reposar durante un tiempo y al final florece en tu subconsciente y acabas llevándolo a tu terreno a la hora de escribirlo. Uno de los relatos del libro, Dios ha vuelto al barrio, nació así, de la observación de un tío con el que coincidía en el autobús todas las mañanas de camino a Las Rozas, donde yo trabajaba entonces y me imagino que él también. El tío estaba totalmente fuera de cuadro. Iba con gafas de sol a las siete y media de la mañana, con unos pantalones de cuero y unas botas y un pelo a lo Lou Reed en los setenta, y leyendo Moby Dick, Bajo el volcán, libros de ese nivel, cosas que no lee cualquiera a esas horas en esos lugares.
En tu pregunta entiendo que ves un cierto objetivismo en los narradores. Y puede que algo haya, sobre todo un cierto alejamiento emocional, aunque por el contrario, en lo expresivo, priman las primeras personas, y no precisamente objetivas, sino que me centro en narradores que deforman la realidad que cuentan con su mirada. Creo que cualquier narración viene definida por la perspectiva del narrador, y me gustan las miradas que se construyen desde el extrañamiento. Ahí me veo reflejado en las narraciones cortas de Kafka o en los libros de Mario Levrero, que miran y miran sucesos anodinos y acaban dotándolos de una extraña magia. A mí me pasa que veo algo, o lo leo, o lo imagino, y al cabo de unos meses tengo un recuerdo que sé que no puede ser real, pero que es el que me queda. La memoria es tramposa y esa también es una de las ideas principales sobre las que trabajo como escritor. El narrador está tan cerca de la historia, y muchas veces es casi el único personaje, que puede tener algo de cámara de cine que registra imágenes y las pone a disposición del lector, pero le enseña imágenes con un gran juego de lentes detrás. Siempre he pensado, al escribir en esa primera persona deformante, en esos primerísimos primeros planos que tiraba Sergio Leone en sus westerns. Intento mantener ese equilibrio entre el narrador en primera fila que nos da la única versión disponible de la realidad, y la manipula por el simple hecho de mirar así, y tratar de que eso no se contamine y sólo pueda interesar a quienes se sienten como los narradores.




BdS.- Los personajes son muy peculiares, se parecen a cualquiera, pero al mismo tiempo son
especiales, ¿cómo aparecen?

PE.- Supongo que parten de mí. Juego a ponerme en situaciones distintas a las que vivo y a partir de ahí tiro del hilo. Funciono como escritor desde las preguntas iniciales de: ¿y si …? o ¿qué pasaría si …? También debo reconocer que me gusta mucho la autoficción, y me gusta jugar a dejar cosas mías por los relatos, a crear confusión. Me encanta cuando alguien piensa que algo de un relato me ha sucedido realmente. O que algo que cuenta un narrador es cierto. Muchas de las personas que han leído el relato Beber durante el embarazo me preguntaron que cómo averigüé un dato sobre las serpientes australianas que se da como de pasada en el relato, y que me inventé. Eso le da armazón de realidad al relato. Y me encantan esas confusiones. En el libro hay personajes reales que funcionan como arquetipos ficcionales, como puede ser Grigori Perelman en Conjeturas, hay historias que podrían haber sido verdad como la de Rescate, que es totalmente inventada. Hay un relato, Literatopatías, que tuvo una cierta difusión cuando ganó el ya extinto Certamen de Jóvenes Talentos Booket. Me contó alguien de la editorial que tres o cuatro jóvenes autores se habían sentido un poco atacados con él, cuando no estaba inspirado en nadie (principalmente porque no conozco a nadie, por suerte, como esos personajes). Esas reacciones te hacen pensar que lo que escribes es al menos coherente, verídico, que ya sabemos que es a lo más verdadero que se debe aspirar cuando se trabaja en literatura. Pienso que si la realidad se caracteriza por algo es porque no suele ser única, y yo me muevo en esos parámetros como autor, en creer que la realidad es múltiple, muy subjetiva y deformable y que es posible jugar con ella, buscándole siempre nuevos matices.

  
BdS.- Varios de los relatos que aparecen en este volumen han sido premiados en diferentes certámenes, ¿qué han supuesto para ti estos reconocimientos?

PE.- Dependiendo del momento algunos resultaron muy importantes para mí. Los premios en esos momentos funcionan como confirmación de que alguien más ha leído tus relatos y le han interesado. También hace mucha ilusión ver tus primeros textos publicados, aunque sean esas publicaciones promocionales que apenas se mueven del ámbito local donde se premiaron. Y dan alegría. Y no hay que minusvalorar la alegría, la posibilidad de brindar por un premio. Nadie se alegrará más que tu madre cuando te den un premio, no lo dudes. También son importantes por el dinero que pueda haber por medio y sobre todo, por qué no decirlo, a nivel de ego. Yo iba a seguir escribiendo al margen de ganar algún premio o no, porque lo siento como una necesidad. Pero es verdad que los escritores tenemos un punto de ególatras. No lo digo como algo bueno o malo, sino como algo que es inevitable, porque si no piensas que lo que haces es bueno, para qué vas a moverlo en concursos o editoriales, está claro que lo que sale fuera de tus cuadernos y de tu disco duro es porque piensas que le va a gustar a otros, que merece la pena. Para mí ir luego a recogerlos o que me pidan que lea o hable es un trago, la verdad, pero todo lo bueno lo compensa. Conoces a la gente que se ha leído los textos, que organiza aquello, que los premia. Conoces a los otros ganadores, a los finalistas, a gente que se dedica a escribir en los ratos que le roba al sueño o al trabajo desde una pasión verdadera. Empiezas a mandar cosas a los concursos cuando empiezas a escribir, supongo que buscando visibilidad. Luego ves que aunque los ganes no te dan demasiada visibilidad, pero yo, que ni tengo agente ni me muevo en esos llamados círculos literarios, tampoco sé nunca muy bien qué hacer cuando termino algo, y mientras me lo pienso pues muevo algunos textos por concursos, porque pienso que a los relatos les viene bien viajar un poco, y porque el dinero, el poco reconocimiento que te consiguen y la alegría que suponen, la excusa que dan para salir a tomar unas cañas, siempre se agradecen.
  
BdS.- ¿Qué ventajas encuentras en el relato breve frente a otros géneros?

PE.- El relato breve te da una libertad casi absoluta. Creo que es el medio en el que mejor puedes fundir la forma con el fondo. Puedes experimentar, probar voces, perspectivas, narradores, y a veces algunos fructifican y acaban quedando buenos cuentos. Es un tópico pero es cierto que escribir un buen relato, igual que me imagino que debe serlo escribir un buen poema, es muy difícil. Creo que uno puede escribir una novela que haga que el lector diga: “no está mal, se deja leer, etc.”. Yo mismo las leo. Pero nadie sigue leyendo un cuento que no es bueno, lo dejas. Ahora mismo estoy escribiendo una novela larga y es un ejercicio interesante por lo que tiene de arquitectura, de diseño, de planificación, de juego de voces, de estructura, pero es menos emocionante que un cuento. Un relato es ahora. Funciona o no, y si no funciona tienes que tirarlo, no se puede arreglar. A mí cuando un cuento me viene a la cabeza me exige que me ponga con él de inmediato. Si lo dejo pasar un poco, la historia se muere y ya no vale. La novela que estoy escribiendo la tengo medio pensada desde hace más de dos años. Y sé de lo que va, sé hacia dónde va, lo sé casi todo sobre ella. Sólo me queda escribirla. Con los cuentos voy descubriendo su verdad a la vez que los escribo. Y eso es algo mágico.

         "El relato breve te da una libertad casi absoluta"

Bds.- En algunos aspectos, las historias de Beber durante el embrazo nos traen ecos de escritores norteamericanos de relatos, ¿están ellos entre tus referentes literarios?

PE.- No son mis principales referencias conscientes. Dentro del mundo del relato, yo suelo leer a Bolaño, a Levrero, a Fogwill, a Kafka, a Borges, a Cortázar, a Ballard, a Foster Wallace, a Saul Bellow, a Etgar Keret, a Rodrigo Fresán. Pero también es verdad que uno no sólo está influido por lo que lee o por lo que cree que le influye, sino que también lo está por la música que oye mientras escribo, y oigo mucho cuando escribo a Lou Reed, a Wilco, a Patti Smith y a Neil Young, o por algunas películas, y hay algunas de Jim Jarmusch que tengo muy presentes en mi labor. Y no nos engañemos, uno es lo que lee y lo que han leído quienes ha leído. Siempre he leído mucha novela negra, y también me gustan mucho esas canciones que condensan novelas de cuatrocientas páginas en cuatro minutos, como Pedro Navaja de Rubén Blades ó Christmas card from a hooker in Minneapolis de Tom Waits, y hay quien me ha comentado que ambas cosas se notan en mi escritura, en un uso del lenguaje bastante funcional y en ciertas ocasiones minimalista, aunque no veo que sea exactamente así. Yo empecé a leer relato a los 19 o 20 años. Ya era muy lector de novela, desde niño, y mientras estaba en el instituto había ido leyendo cada vez más, pero con esa manía que hay de no leer relatos en los institutos, yo nunca me había puesto a leer relato. Oía cuento y me sonaba a narrativa para niños. A mucha gente le pasa eso. Les dices que escribes cuentos y te preguntan si son para niños. O le compran Beber durante el embarazo a su sobrina de ocho años y luego te piden explicaciones. En ese momento (sé que fue en febrero de 2004 porque fecho los libros cuando los compro) me compré a la vez Llamadas telefónicas, de Roberto Bolaño, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, de Raymond Carver y una selección de cuentos de Paul Bowles. Debí leerme esos tres libros unas diez veces cada uno en un año, y me di cuenta del infinito mundo que se me abría ahí como lector y como escritor. A Carver, que supongo que es al tipo de narrativa al que te refieres en la pregunta, lo he leído bastante poco después de ese sarampión inicial, no me interesa especialmente. A Bolaño desde entonces lo he leído entero y lo releo con devoción. Perdí el libro de Bowles y lo he reconstruido en mi memoria lo mejor que he sabido porque es un gran autor que ha desaparecido de las librerías. De la narrativa norteamericana he leído muchas veces la selección de relatos de John Cheever que hizo Rodrigo Fresán, y me gusta Tobias Wolff de los autores del realismo sucio, seguramente porque es el que menos se adapta a esa etiqueta. Leí a Salinger en su momento, y a Bukowski, pero no creo que me marcaran especialmente. Hay un escritor americano (de familia armenia) de los años 40 al que sí vuelvo con frecuencia que es William Saroyan, que tiene relatos muy sencillos, que te desintoxican el estilo, escritos desde la particular mirada de la infancia y la adolescencia, que me gusta mucho. De hecho el primer epígrafe del primer relato de Beber durante el embarazo, Memoria histórica, es suyo y habla de los jóvenes escritores. De David Foster Wallace me interesa sobre todo su labor como escritor de relatos, porque es lo contrario a un escritor contenido. Parece que el autor de relatos debe contar las palabras y medirlo todo perfectamente y esconderse una parte de la historia y él funciona al revés. Y eso es algo que tienes que aprender a hacer cuando escribes. Eso te aleja de lo canónico, pero si alguna vez has de hacer algo de valor será así, a tu aire.

Puedes comprarlo con descuento AQUÍ

1 comentario:

  1. Me parece una persona tremendamente inteligente y que le va a ir muy bien en el mundo y en su mundo. Ànimo Pablo. Cada día hacen más falta personas que, con sus escritos, nos saquen lo que llevamos dentro y que a veces cuesta tanto reconocer.

    ResponderEliminar