La de Stoner, el discreto profesor universitario de Missouri que relata John Willians, es una vida razonable, una vida vivida de acuerdo a la razón, construida en la moderación, con cierta templanza y con una manifiesta calma sobre las perturbaciones del alma que haría las delicias del cualquier estoico. Una existencia pánfila, casi sin aristas se diría. Como si siguiese los protocolos del Enquiridión de Epicteto- aquel esclavo romano liberado y luego filósofo- Bill acepta el orden del mundo que le ha tocado, atemperando sus sentimientos, los contratiempos y desafueros de su a menudo penosa vida familiar y de su desleído trabajo, siguiendo de algún modo y sin proponérselo, una ascesis que le haría vivir atemperadamente. Cicerón utiliza para este modo de habitar la vida que se nos da, una palabra hermosa, hoy desacreditada: decoro. Un comportamiento decoroso no es entonces uno mojigato, rancio y convencional, sino el que se atiene a lo que corresponde en cada momento, a lo razonable y a lo propicio, pero, y en eso reside lo meritorio, el que persiste en ello aún con la dificultad y el sufrimiento que lo mismo supone. El disfrute de casi pequeñas nadas y la decisión de no pedir más que aquello que parece ser lo que corresponde. Si se nos permite, Stoner tiene alma de estoico sin saberlo.

Pero la vida de Bill Stoner, sin que se contase con ello, se hace grande, intensa, crece por encima de esta virtud sin dejar a la vez de contar con ella; porque sobre todo la vida al decoroso del William Stonner le sorprende con un brillo de la existencia que hará de ella una vida lograda. Lograda no es solo satisfacción sino que incluye, sin duda, las renuncias y los duelos, las pérdidas y los desamparos. Difícil y sin embargo, o quizá por ello, lograda. No tanto por los preceptos seguidos, sino porque en medio de su mesura razonada y razonable, nuestro Bill, huesudo y en exceso delgado siempre, encontró un poema y un amor. Y entonces, las pasiones, esas que acechan el comedimiento moral, entraron en el flujo tranquilo del profesor universitario Stoner para permitirle respirar. El poema le llegó por sorpresa de su profesor de literatura en una clase que apenas eligió, lejos de sus primeros estudios para los que se sentía destinado, los de agricultura. Y su mirada giró hacia donde nunca hubo mirado. El amor le tocó con su alumna Katherine. No fue, dice
así Stoner, una pasión ni de la mente ni de la carne, sino una fuerza que comprendía a ambas; no era solo un asunto de amor, sino una sustancia específica: amó a un poema y a una mujer. Eso le permitió decirse: “mira. Estoy vivo”. Fue la epifanía de pasión la que hizo que su vida se tornase una vida merecida de ser vivida: la entrega y la necesaria despedida a su alumna
Katherine, su amada Katherine, a la que veía en secreto pero con la plena dignidad del amor. La mesura y a la vez el privilegio del querer otorgaron al profesor la dignidad de poseer una vida vivida. Nimia, reservada, discreta, y sin embargo lograda. No cualquiera puede decir eso de la suya. Lejos de los grandes proyectos, lejos de ambiciones, el acontecimiento de una vida.
No es esta una lectura de excesos. Dice alguna conocida referencia a esta novela de Williams que es una historia de un profesor en la que no pasa nada. Y sin embargo pasa todo. Pasa la vida toda. La verdadera. Una vida lograda en la que en su final y en sus manos quedaron los libros que siempre le rodearon y el nombre de su amada: Katherine.