viernes, 23 de noviembre de 2018

Desgraceland’, de David Benedicte en La Mar de Onuba

‘Desgraceland’, una visión panorámica de David Benedicte sobre la miseria humana

Francisco Vaz Gallego
El escritor y periodista madrileño David Benedicte visitó de nuevo la Tertulia Cultural Trastero Dispar-Arte para presentar “Desgraceland”, su última novela publicada por la editorial canaria Baile del Sol, esa pequeña editorial periférica que lleva 50 ediciones de “Stoner” de John Williams, posiblemente la novela más vendida en los últimos años en España. Benedicte ya visitó la tertulia hace algo más de dos años para llevar a cabo un recital de poesía, disciplina que domina con la misma maestría que la novela, multipremiado en ambas facetas ganó en su día el prestigioso certamen de novela Francisco Umbral, diciendo éste cuando aún vivía, que “Travolta tiene miedo a morir”, primera novela de Benedicte, “…es la mejor obra en su género escrita en España”. Luego vinieron ‘Valium’, ‘Guía Campsa de cementerios’, ‘Tiempo muerto para Alí’, ‘La Bella y la Bestia’, una revisión del cuento infantil editada por Alkibla. También los poemarios ‘Biblia ilustrada para becarios’, ‘Maremágnum 44’ (Mención de Honor Mejor Poemario Revelación Revista Ágora), ‘Poemarx’ (Premio ‘Ciudad de Badajoz’), ‘Santa Claus va a rehab’, ‘Poesía eres tuit’ y ‘AnoGrexia’. También Ha colaborado como articulista con el grupo Vocento (ABC), El País, El Mundo y El Español.  Colaboró también con las revistas GQ y Teleindiscreta. Fue redactor jefe de la revista de programación de Quiero TV y redactor de XLSemanal, el suplemento dominical del Grupo Vocento que se publica con ABC, El Norte de Castilla, La Voz de Galicia y otros periódicos. Su obra ha formado parte de la antología Con Otra Voz: Éxtasis Poético, editada por la Latin Heritage Foundation de Nueva York.
En una noche de irredenta tormenta comenzó el acto con el presentador escogido por la tertulia para esta ocasión, el también magnífico novelista onubense Mario Marín y uno de los coordinadores de “La 13, Dadá Trouch Gallery”, mostrando de este modo que Trastero Dispar-Arte está siempre abierta a la colaboración entre las distintas asociaciones culturales onubenses que trabajan en pro de la promoción de buena cultura en nuestra ciudad. Mario Marín hizo una presentación acorde y dinámica con la obra a presentar, habiéndonos dejado esta breve reseña de “Desgraceland”.

Desgraceland

Mi deformación artística muy a menudo trabaja por su cuenta en mi cabeza. Entre sus muchas manifestaciones libres está la de imponer el ojeo de la portada de un libro antes del hojeo de este. Ni siquiera una concesión a la solapa ni a la contra. Cuando me encontré con Desgraceland, de David Benedicte, mi cabeza se fue rápidamente al Graceland icónico y traté de buscar parecidos cromáticos razonables entre la mansión de Memphis y la portada de la novela. Y lo hice porque soy consciente de la importancia de la primera imagen en el proceso de acercamiento a una novela. En mi caso supone siempre un intercambio largo de mails con mi editor, un no parar de esta sí pero adolece de y esta no porque daría mal perfil en estantería. Así hasta dar con la elegida.
En Desgraceland, de Baile del Sol, es extraña pero atractiva, es atrevida pero equilibrada y es sobre todo disruptiva. Y por ahí ya me ganó. Después empezó la lectura.
David Benedicte nos trae con Desgraceland una visión panorámica de la miseria humana. Un recopilatorio de la náusea, una pormenorización de lo obsceno; finalmente, un canto al exceso y a la imitación. Lo que aparentemente se sirve como una historia redonda, bien escrita y resuelta, rápidamente se coloca en el terreno de la reflexión. Y es que tiene trazas de lija del 8. Empieza a rascar ya con las primeras páginas, donde Vic Mamel, un personaje construido desde la redondez absoluta, se encuentra penando un delito en un asilo de ancianos. Desgraceland, que está estructurada con un Él y un Yo, y después capitulada con letras de clásicos, es una historia terrible de perturbación, humor salvaje, egoísmo inocente, drama sofisticado y durezas.
En Desgraceland están también las potentes imágenes narradas a las que acostumbra David Benedicte, nacido en Madrid en 1969 y con una ya larga y premiada trayectoria. También sus fogonazos casi versos. En Desgraceland están una literatura situada en los perfiles y en los acantilados, en el fracaso sublimado, en el dolor naturalizado; una manera de tratar las historias desde el desdén al edulcorante y con un dominio completo de la ternura. “Desgraceland es un libro que hay que leer. Desgraceland is a book that must be read. __________________________. Desgraceland es un libro que hay que leer. Desgrasceland est un livre qui doit être lu. Desgraceland es un libro que hay que leer. Desgraceland is a book that must be read. Desgraceland ist ein Buch, das gelesen werden muss. Desgraceland es un libro que hay que leer” (Mario Marín).
David Benedicte es ya un abanderado de lo que hace Trastero Dispar-Arte, él es un firme defensor del movimiento cultural en bares y calles de la ciudad y se marchó de Huelva contento, a pesar del terrible diluvio de una noche que mermó la asistencia merecida para un autor de su importancia en el ámbito de las letras nacionales, no sin antes asegurar que, algún día, en el futuro, habrá una actividad de Trastero Dispar-Arte en los bares culturales más emblemáticos de la capital de España.
DESGRACELAND
Y ahora, ¿qué? ¿Eh? ¿Cómo rellenas las grietas de este vacío espantoso mientras flotas, sin vida, en la piscina? ¿Dónde diablos está el botón de reinicio que te permita volver a nacer? ¿A quién le toca desenladrillar, a base de estridentes martillazos, el cielo que hoy cubre tu desdicha? ¿Qué empleado del mes se encarga de recoger las flores mustias de las aceras?, ¿y las zapas abandonadas, sobre un charco de sangre, en medio de la batalla? ¿Quién se ocupa de cambiar los escaparates acribillados por las balas? Bienaventurado seas tú, Vic Mamel, vieja gloria setentera de la canción ligera española, que habitas en una Graceland de lo más peculiar por cuyos rincones despoblados, espinosos, periféricos, pasean los paseados, y gimen, y tiemblan, y aguardan quejosos, clamando por tu lúgubre recuerdo.
BENEDICTE, DAVID nació en Madrid en 1969. Ha publicado las novelas ‘Travolta tiene miedo a morir’ (Premio Francisco Umbral), ‘Valium’ y ‘Guía Campsa de cementerios’. También los poemarios ‘Biblia ilustrada para becarios’, ‘Maremágnum 44’ (Mención de Honor Mejor Poemario Revelación Revista Ágora), ‘Poemarx’ (Premio ‘Ciudad de Badajoz’) y SANTA CLAUS VA A REHAB (Tenerife, 2013). Participó en el libro/CD ‘Panero’, musicado por Bunbury y Carlos Ann.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Reseña de LA RANA DE SHAKESPEARE, de Ricardo Reques en el Diario de Córdoba

NOVELA

El tamaño del mundo

Ricardo Reques busca la sorpresa del lector con ‘La rana de Shakespeare’



 
Pedro M. Domene
17/11/2018


El universo narrativo de Ricardo Reques (Madrid, 1967) propone que el lector se enfrente a una lectura tan intensa como plagada de referencias y guiños en una multiplicidad de aspectos que le interesan acentuar al autor, y que se presupone nos obligarán a no dejar de pasar sus páginas sin descanso alguno. Ejercitado en el relato y el microrrelato, Fuera de lugar (2011), El enmendador de corazones (2011) y Piernas fantásticas (2015), encomiables por su técnica y contenido, ahora nos sorprende con una novela de envergadura por su planteamiento narrativo y su extensión (sobrepasa las 300 páginas), y se titula, curiosamente, La rana de Shakespeare (2018).

Un texto como La rana de Shakespeare quedaría simplificado por la definición o interpretación que el propio narrador hace, en un inteligente guiño, entre otros muchos a lo largo del relato, al final del libro, cuando afirma que «ahora está escribiendo una especie de novela construida con citas literarias sobre anfibios, una historia en la que suceden cosas que, de un modo extraño o no explicado, tienen relación con las citas»; y aún, insiste, y subraya, «un rompecabezas, una acrobacia que nace de sus múltiples lecturas, de las que ha ido seleccionando fragmentos de historias en las que se nombran a los anfibios».

Ricardo Reques estructura y establece su relato como una narración lineal y cuenta un viaje científico por el Gran Chaco y la selva misionera, en el norte de Argentina, donde el protagonista, acompañado por varios científicos locales, inicia una aventura que evidencie la posibilidad de que los anfibios de todo el planeta puedan estar en peligro de extinción por culpa del cambio climático.

El científico español se debate entre el recuerdo de un frustrado amor secreto, Libelia, una joven postdoctoral adscrita a su proyecto de investigación que vive en Madrid, y por el motivo fundamental de su narración, las sucesivas toma de muestras, y la constancia escrita de su viaje en unos cuadernos que, de alguna manera, reflejan su forma de mirar un mundo que apenas ya si entiende. Y al hilo, nos muestra su empeño en algunas de sus inclinaciones, tan obsesivas como fantásticas, su interés por la variedad de ranas que va encontrando como por sus compañeras femeninas, las presentes y las ausentes, en un acusado tono erótico, y que en cierta manera ofrecen al lector las reflexiones y la naturaleza humana y sexual del protagonista. El conjunto debe interpretarse técnicamente como una intertextualidad de géneros narrativos, descripción detallada de lugares y espacios geográficos, perfectamente documentados, reflexiones y citas textuales de autores y obras literarias de elevada y amplia calidad y, como buena obra narrativa, se insiste en algunos retratos psicológicos de los personajes secundarios que confieren al relato su voz propia y le otorga a la historia un auténtico juego original que envuelve la trama del relato.

Los frustrados deseos carnales del científico se alternan con la profunda visión de un problema contemporáneo que preocupa a la humanidad, en un relato que nos deja percibir su visión más irónica, o añade esa evidente necesidad de la expresión sexual humana, como actitudes y sentimientos tan perversos como tan inocentes al mismo tiempo. La voz de Vogli, ese alter ego literario tan conocido del autor, ilustra desde la lejanía mensajes al personaje protagonista con citas narrativas en las que ranas, sapos y toda una colección de criaturas anfibias tienen una presencia más o menos acertada en una curiosa selección literaria: Quiroga, Joyce, Bolaño, Vila Matas, o Cervantes y el propio Shakespeare. La voz del protagonista sostiene todo el relato, aunque el lector percibe cierta sensación coral cuando los personajes periféricos, con sus particulares visiones y actuaciones, son los que hacen girar la acción en uno u otro sentido, e intensifican la percepción que tiene el protagonista del conjunto, y así como vamos conociendo las variopintas personalidades de la sensual Teresa, de Alcadio, de Felisberto, de Yaci, y en el espacio opuesto el novio de Libelia, que según el narrador se parece a Wittgenstein, personajes que de la mano de Reques tienen sus propia identidad y corroboran ese aire coral de un relato tan fresco en muchas de sus páginas, como surrealista en otras tantas, tan irónico como deslumbrante, tan ajustado en su prosa y preciso en cada uno de los experimentos de que nos hace partícipes su autor.

‘La rana de Shakespeare’. Autor: Ricardo Reques. Editorial: Baile del Sol. Tenerife, 2018.


jueves, 15 de noviembre de 2018

Sobre Carlos Wamba en Diario de Sevilla

CARLOS WAMBA | IN MEMORIAM
Como un gorrión en un bestiario


Carlos Wamba, en una imagen facilitada por la editorial Metropolisiana.

MARCOS DAVID FERNÁNDEZ-VIAGAS12 Noviembre, 2018 - 20:14h


A Carlos Wamba (Sevilla, 1960-2018) le gustaba sorprenderme con su último poema. Lo hacía siempre por teléfono, desechaba para esto la información que aporta una lectura cara a cara (temeroso de las distracciones, la interpretación de un gesto, las interrupciones). Buscaba, en mí, la reacción milimétrica del pulso y la respiración, del silencio pautado, de la escucha atenta. Fiaba en la genuina observación tras el último verso. En la inmediatez de la primera impresión. En el titubeo con que arranca un comentario. En la originalidad del pensamiento perentorio. Esperaba la puntería en la flecha, el pájaro cazado al vuelo.

Si, por lo que fuera, no me encontraba al teléfono, seguía intentándolo hasta dar conmigo. Podía haberlos dejado grabados en el contestador, pero nunca lo hizo, hasta el día cuatro de marzo de este año (apenas tres meses antes de morir) y no uno, sino dos poemas. No hablamos de ellos apenas, acaso de ciertas imágenes impactantes, como la del primer poema:


"Que esta vida no la poseemos/ que la habitamos/ la transitamos/ Como el tigre recorremos los límites de la jaula/ una y otra vez/ siempre a filo de precipicio/ siempre a pique de derrumbe…"

Este poema lo transcribí, urgente y desesperado, el mismo día de su muerte y ha circulado profusamente por internet. Con la escucha, obligatoriamente repetida verso a verso, para acompasarla con la escritura, tuve la sensación de estar pasando el trazo sobre su propia caligrafía, como se hace con un calco.

Escuchando con atención, pulso y respiración, hasta el último verso que no puede concedernos ya más que el reconocimiento espantado del dardo certero, que atraviesa el círculo oscuro y exacto de los vaticinios:"Las estrellas nos hicieron cálidamente/ nosotros somos estrellas/ ¿Cómo nos podemos negar?"

El otro poema contenía, como en un haiku, una sucesión de fotografías en despedida:

"…pero la nube se deshace/ el pájaro vuela/ el corazón se rinde."

Tan cercano a ese último poema de su libro Desierto y otros desiertos (todavía inédito), de un blanco refulgente hasta lo sombrío:

"En capas finas, como cae el recuerdo/ se va asentando el hielo, despacio/ cubriendo sin sentir, tapando/ velando como la sábana/ que cierra los ojos/ Como la luna que acoge/ como el amigo, que no se despide/ Como se cierra un libro". (Blanco sobre blanco)

Y, sin embargo, prefiero recordarlo ahora en los poemas del único libro que llegó a publicar, Bestiario Personal (Baile del Sol, 2011), donde demuestra un gran dominio de los ritmos y de los tiempos, consiguiendo transmitir esa difícil esencia de lo poético, con palabras e imágenes que una vez leídas parecen inamovibles y necesarias. De él prefiero Gorrión, que contiene mucho de su fino humor y algo de sí mismo:

Una burbuja entre ramitas,

plumas, polvo, sol y arena,

pardo.

Es el garbanzo negro

que escapa al plato.

El que más salta.

El más querido.

Es un patán, un golfo,

silba y salta de lado.

El más querido.

No puedo evitar verlo en estos saltos. En muchos de sus comentarios mordaces y exquisitos. En su portentosa imaginación. En sus salidas del plato. En las graciosas narraciones de alguna de sus aventuras descacharrantes, que solía coronar con un: "¿Qué pensarán de esto mis biógrafos?" Con el tiempo hizo que me familiarizara con estos imaginarios (y abnegados) biógrafos, y jugábamos a despistarlos. Migas de pan de oro arrojadas por el camino que no íbamos a recorrer, pistas falsas y mareantes. Un laberinto a escala, desde cuyo interior, busco ahora junto a él, el más querido, un amistoso paseo más que una urgente salida.

https://www.diariodesevilla.es/ocio/Homenaje-Carlos-Wamba-poeta_0_1299770517.html

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Reseña de El verano del endocrino, de Juan Ramón Santana en Pura Tura

La extravagante epopeya del Endocrino con mayúscula



Me gustan las novelas que dan que hablar. Esas que, por mucho espacio que te den para una reseña, siempre te suscitan para escribir más. Y estoy seguro de que El verano del endocrino (Tegueste, Tenerife, Baile del Sol, 2018), de Juan Ramón Santos (Plasencia, 1975), se convertirá con el tiempo en objeto de un estudio crítico enmarcable dentro de algún género académico como un artículo, un trabajo de fin de máster o una tesis doctoral. Lo digo convencido por haber puesto a ordenar mis notas sobre la lectura que hice este verano de esta novela y reparar en la importancia que di en su momento —y por qué no ahora— a un detalle paratextual que tanto me gusta que ocupe dos páginas. Son los cinco extractos, y no breves, de Josué (10, 12-13), de Schopenhauer, de Wislawa Szymborska, de Gustave Flaubert y de Nuno Júdice que reciben al lector pasada la portada de esta espléndida novela. Para este lector, no es mala propuesta para adentrarse en un libro que ha propiciado una lectura tan gustosa. Es la de Juan Ramón Santos una de las principales obras literarias publicadas en este año 2018. Lo dijo antes Enrique García Fuentes en las páginas de Hoy —el periódico que no deja ver en la red lo que dedica a la literatura todos los sábados— en una reseña del Endocrino que tituló «Homenaje», y en la que decía algo que yo creo que nos hemos planteado casi todos los que hemos leído el libro. El homenaje abierto y sin complejos a un maestro como Gonzalo Hidalgo Bayal, a cuyas novelas cualquier lector leído mirará cuando empiece a leer El verano del endocrino. Pero no cuando termine la novela; porque se sostiene sola, solo con la dependencia de toda obra que pertenezca a este gran árbol de la literatura. De su maestro, Juan Ramón Santos se ha contagiado de creatividad lingüística, de autorreferencialidad literaria, incluso de la creación de ambientes y de personajes —el extraño que llega en taxi una mañana a Labriegos y ahí empieza todo—; pero este Endocrino vuela con solvencia sin necesidad de arneses. La novela tiene veintidós divisiones numeradas y un epílogo, y creo que su retranca está en la extravagante epopeya de un personaje con mayúscula —el Endocrino— que esconde a un tapado. Ese tapado es el narrador, ese yo que está concernido en la primera frase: «Nunca supimos su nombre». Y que no se esconde desde el principio, como en el comienzo del cuarto capítulo: «Yo por entonces aún no lo conocía personalmente».  Creo que es tan poderosa la presencia —si no física, sí estilísticamente— del narrador que me parece que en el tratamiento de esa figura radica el problema sin resolver de esta novela como artificio literario. Ahí hay otra novela. Compare, si no, el lector el «Epílogo» con el tono del resto de la obra. En esta parte final, el narrador, tan oculto en un relato centrado en una figura tan enigmática como la del Endocrino, parece otro, menos distanciado y prepotente —estilísticamente hablando—; y a este lector que escribe le habría gustado otra solución. Otros lectores se quedarán con las peripecias y resoluciones de personaje tan peculiar y tan dudoso. Tan sospechoso, diría. En una novela muy bien escrita, muy sugerente, cervantina, bayaliana, recomendable, como hace —a día de hoy, al menos— la página de la Biblioteca Central de la Universidad de Extremadura en su club de lectura «Nos gusta leer». Es algo bien extraordinario haber recorrido lo escrito de un autor casi desde sus inicios y saber que, por lo escrito, todavía la excelencia de ahora será superable, según lo visto.




sábado, 27 de octubre de 2018

Esther Zorrozua y su novela VIDA SECRETA DEL ORNITORRINCO en DEIA

Un relato contra la censura

Esther Zorrozua, que presenta su novela ‘Vida secreta del ornitorrinco’, reconoce que cuando viaja en transporte público se deja captar por las mil y un conversaciones de viajeros desconocidos
POR ANER GONDRA - Viernes, 19 de Octubre de 2018 
Esther Zorrozua subiendo al bus
Esther Zorrozua subiendo al bus (Oskar González)
LA ciudad es un caldero que hierve de actividad. Esther Zorrozua sube al autobús. Se sienta y abre la novela que le roba pequeñas raciones de tiempo a lo largo del día. Pero no pasa la página. “El transporte público es un laboratorio que ofrece cantidad de posibilidades”, explica la escritora, “rara vez leo en el autobús o en el metro porque me parece mucho más interesante lo que oigo a mi alrededor”. El repertorio es variado, es el combustible perfecto para una mente que puede encontrar inspiración para su siguiente novela en cualquier momento: “Conversaciones enteras por teléfono o de viva voz”, enumera Zorrozua, “aportan cantidad de información. ¡Todos somos cotillas!”.
Su última novela,Vida secreta del ornitorrinco, precisamente gira en torno a la idea de la censura, de lo expuestos que estamos a ojos y oídos de terceros. “Es la historia de un censor que actúa ejerciendo el control y el poder, desde su posición de bibliotecario en Bidebarrieta, sobre las lecturas de los universitarios”, adelanta la autora, “les pone vetos sobre lo que pueden o no leer, porque entiende que hay cosas para las que no están preparados”. Esther explica que su novela nace de la desaparición real de miles de libros de dicha biblioteca bilbaina en los ochenta. Una de las teorías era que un bibliotecario había hecho evaporarse los libros que consideraba deshonrosos. La escritora celebra que hoy en día “no necesitamos que nos protejan así”. “Creo que somos suficientemente mayores para meter la pata por nosotros mismos y sacarla”, asegura, “no necesitamos tanto proteccionismo”. Zorrozua observa Bilbao a través de la ventana del autocar. Lo único que tienen en común sus novelas es que tienen el Botxo como escenario. “Es mi ciudad y así me quito un problema”, explica, “no tengo que andar documentándome porque es un medio que conozco bien y así escribo con mucha más tranquilidad”. Además, asegura que la capital vizcaina, como escenario de ficción, “es polivalente y de mucho color”. En el autobús se puede jugar a intentar adivinar cuál es la vida secreta que cada pasajero arrastra en su mochila. “Todos tenemos secretos, grandes o pequeños”, asegura la escritora. Por eso le escama lo “contradictorio” que es el ser humano, que se queja de la censura y de lo vigilada que está hoy en día su vida a la vez que comparte sus vergüenzas en las redes sociales. “Esta novela la he escrito por la cantidad de asuntos derivados de la Ley Mordaza”, advierte la autora, “así hemos vistos cantidad de casos: la feria ARCO, el libro Farinha, el rapero Valtonyc, o con el actor Willy Toledo”. A Zorrozua le preocupa el lugar que queda para la libertad de expresión: “Es un asunto que me interesa y me fastidia. La suma de esos casos han hecho de detonante para que escriba esta novela”. El resultado es una novela que ya está en las librerías y que merece la pena leer en el autobús... si es que se puede evitar la tentación de escuchar las mil historias que a uno le envuelven involuntariamente.

jueves, 25 de octubre de 2018

Reseña de CANCIONES ACUSADORAS de Miguel Ángel Gómez en El Imparcial

MENÚ DE POBRE

Miguel Ángel Gómez frente a las ratas soplonas

Lunes 15 de octubre de 201820:08h
Miguel Ángel Gómez (1980) es profesor de Lengua y Literatura (Enseñanza Secundaria) en un Burgos repleto de frío, mujeres mágicas y cafés solitarios. Gómez gasta pelo alborotado, gafas Ray Ban y chaquetones cruzados, ingleses, que le dan un aire a Bob Dylan o mendigo de Metro en Londres. Durante el último año ha publicado cuatro poemarios: Monelle, los pájaros (viaje uterino y patibulario al universo de Marcel Schwob), La polilla oblicua (festín de ninfas con la demencia de Virginia Woolf a la cabeza), Pabellón de ciervos (soledades urbanas) y Sombra (Leopoldo María Panero y el ojo de ginebra fresca que sale de la luna cuando lo cierra sin previo aviso). Ahora, en una editorial contracultural e independiente maravillosa, porque Gómez no espera, llega el turno para: Canciones acusadoras (Baile del Sol).
Todo el río Gómez viene de Umbral y me lo explicaba una tarde en una chocolatería entre juegos malabares y mochilas rotundas de donde salía/brotaba un bocadillo como una espada: “Umbral lo roba todo de los poetas, Generación del 27 principalmente, Juan Ramón o Aleixandre, Hierro o Neruda, y yo hago el proceso inverso, a partir de él desenredo el ovillo, voy en busca de los poetas”. Todo en Miguel Ángel Gómez es lo mismo: cascadas de imágenes, enumeraciones caóticas, libros de la prisa y el viento, fluidos bajo el halcón de la borrachera esporádica, nervios y palabras temblonas, letras del nácar de querer ser escritor y más escritor, sin tiempos muertos, sublime sin interrupción, a la santa manera de Baudelaire, esto es: sin caídas. Todo Gómez es la prosa convulsa: vibración y no significado.
Canciones acusadoras busca la pistola y el sonido eléctrico –el paso del folk al pop del que habla Marcelo García en el prólogo-, la rabia mineral de beatniks crooners, aullido y revolución, fantasmas hospitalarios, ganga ambulante, aniquilar hasta el mejor rastro del yo a la manera de Henry Miller, muchas moscas y algo de bragueta sucia. Asegura, en sus versos, el amor como algo túmido y no ruin, pinta sus recuerdos con caras redondas de osito peluche, busca constantemente el sombrero que no tiene, amor temblón de miedo y placer, gatos entre fusiles y algún cisne negro con el que bailar hasta las ojeras y desagüe de sí mismo. Burgos, tal vez, sea un buen lugar para alquilar buhardilla e iluminarla con la tristeza de los clásicos.
Le preguntaba por qué escribía: “No es por qué, sino contra quién. Y la respuesta son las ratas soplonas, insignificantes y alguna del tamaño de un melón, sí, que me miran desde las sombras y tienen pánico a entrar en el agujero interminable de mis libros”. Las ratas son los críticos, los envidiosillos, las muñecas macho de la literatura, los hijos de Pessoa tan pusilánimes o retrasados. Lo dice en algún verso: “Expresiones grandiosas. Perros sarnosos en el patio”. Su pose es la del fauno, aprieta la nariz contra el cristal de los bares para sentir frío y ver mejor, busca algún tipo de Führer que toca el piano, lo pendenciero es en él la mirada narradora de mentiras. Sería, me temo, la escritura del instinto, sin filtro alguno.
“¿Por qué bebes tanto, Miguel Ángel?”, le preguntaba frente a uno de mis descafeinados y su mar generoso de birras. “Me he cansado de llorar, me he secado de llorar y ahora toca volver a llenarse”, reía en idioma tribal. Habla de chacales y maledicencias, de poemas en el sofá, de la imaginación siempre como la voz de los atrevidos, a la manera de Henry Miller, corceles indomables entre deseo e imbecilidad, escritura de presente y forcejeo donde vacilar, dudar, es la mayor herejía y no se permite. Me gustan mucho sus versos o poemas metaliterarios, donde hay una reflexión sobre la escritura, una manera de echar leños al ardiente cubo de basura urbanita para calentarse él solo: “Las palabras están en la mala luz, en la mala noche, en la mala conciencia”; “Si pretendes escribir, apunta:/ ¡ángeles sostenedme!”.
Canciones acusadoras es delito, porque viene de la sombra y de la desolación: “Con el disparo/ de la página el hombre/ se cae cazado”. Encierra a Rimbaud en el lenguaje preciso de sus puños rotos. Entre el fango, la pobreza moral o psíquica, sale siempre una ninfa, una aparición, una mujer que viene salvarnos, y todo el proceso es asimiento, agarrarse con fijeza para dejar el barro atrás, volver a empezar, lo que en él siempre es sorpresa y otra vuelta al corazón. El poema-grito, en prosa, es su especialidad carroñera: “Devoradme, psiquiatras, que servís de relleno mientras corro en mi imaginación, como un oso avistabroncas, por un paisaje que tiene presentimiento de bosque. Peter Pan era mi nombre y he muerto donde no hay rosa, donde el furor se ríe de mí, donde tiembla mi pájaro inconfesable. Víctor Hugo escribió que cuando uno es joven tiene mañanas triunfales. No tengo esperanza gordezuela, os digo que está en los LABIOS del pasado, y “lo que envejece” no es la vida que se vive, sino la que no se vive, la de una mano pálida que torpemente te araña, pura y violenta, intemporal e inocente, crueldad de la nada, mueca de la nada”.
Querido Miguel Ángel: hazte bien el nudo de la horca todos los domingos, no dejes a Emma Bovary, a Madame Butterfly, pisa ratas soplonas y parte en dos su chillido amarillo, déjate barba, come bocadillos de la mochila cherokee, incendia despacito –como si te sacases un moco- jerséis de lana hasta las rodillas, no te ates los cordones de los zapatos, vive por tus sueños, sigue con las birras y azota, entre broncas, la espuela torpe del unicornio donde uno es joven para toda la vida. Sus libros son altivos porque son, al mismo tiempo, escondrijo y antidepresivo, ya digo, como cuando todos teníamos veinte años y la vida era atragantarse de más vida, y la madrugada una colección de estrellas asustadas sobre la lengua torcida.