Baile del Sol.- La muñeca rusa es una novela en la que encontramos varias
historias, unidas por circunstancias, que nos llevan de Rusia a Almería,
pasando por Praga, ¿cómo surge esta peripecia?
Juan Miguel Contreras.- Pues como un puzle que tardé mucho en darme cuenta de que lo
era. Tenía piezas sueltas, historias en las que trabajaba y que yo creía que no
iban a ningún lado. También es cierto que estaba escribiendo en un momento
difícil de mi vida, pero un día, coincidiendo con un cambio a mejor, me di
cuenta de que juntas formaban algo… y que tenía, o podía tener algo, una
historia. Almería, Rusia y Praga son tres ejes en mi vida, tres amores
platónicos muy fértiles; lugares en los que, o bien nunca he estado
físicamente, como en el caso de Rusia, o si he estado, ha sido como obnubilado
turista accidental, como Praga. Luego está Almería, que he visitado pocas
veces, pero siempre en circunstancias brumosas y algo sorprendentes. La primera
vez que verbalicé la historia de La muñeca rusa a alguien, fue precisamente en
la playa de Cabo de Gata.
BdS.- Los personajes de La muñeca rusa no son seres corrientes,
aunque lo puedan parecer. Todos tienen peculiaridades que los hacen muy
interesantes para el lector. Háblanos un poco de ellos.
JMC.- Partiendo de la convicción de que nadie es corriente y de
que sólo es cuestión de encontrar sus peculiaridades (más o menos literarias),
los personajes de La muñeca rusa responden a varios juegos de espejos. Milos y el
librero pueden parecer en principio opuestos, pero en el fondo creo que son la
cara y la cruz de la misma moneda. Uno es un exiliado que ha tenido que
reinventarse varias veces a lo largo de su vida nómada (basado en la vida del
fotógrafo Josef Koudelka), y el otro es un librero enfermo que, a causa de su
dolencia, no ha salido nunca de Almarga. Es alimentando su amistad como
descubren que les unen más cosas de las que creen. La rusa, Irina, es el ideal,
la musa y a la vez el castigo de Milos, es el juguete roto de la Historia. En
el fondo es una versión de esa irrenunciable Penélope de la Odisea que es la
vida de Milos. También están Pavel, Bohumil, y quizá también Praga y Almarga
como personajes, que son los que definen a los protagonistas. Luego están Greta,
la amante del librero, y el marchante Tristán, personajes que los enclavan a la
realidad y a la vez les ayudan, cada uno a su manera, a relacionarse con ese
mundo que no entienden. Finalmente estaría el cosmonauta, el padre de Irina, o
el que ella dice que es su padre, como el origen y el fin de todo, la caja de
la muñeca…
BdS.- El escritor checo Bohumil Hrabal tiene también una
presencia intermitente en la novela, ¿por qué decidiste introducirlo en La
muñeca rusa?
JMC.- Su presencia en la novela es totalmente natural; un día
apareció y se quedó. No lo busqué. Nunca me hubiese atrevido intencionadamente.
Al principio fui muy reticente a darle espacio, más por pudor que por otra
cosa; su figura y su influencia en mi vida son muy grandes, pero no sólo
encajaba en la novela y me daba pie a desarrollar ciertos aspectos de la trama,
sino que además resultaba clave a la hora de cerrar la historia y darme un
punto de fuga para terminarla. Confieso que mi admiración por Hrabal puede
rozar la mitomanía, pero es que considero su obra y su vida como un referente
imprescindible. En mi descargo diré que no soy el primero en convertir a
Bohumil en personaje, aparte de sus cameos cinematográficos o de que él mismo,
en su intento de “autobiografía” en Bodas en casa, se convirtió en uno al
narrarlas desde el punto de vista de su mujer, los escritores Peter Esterhazy y
Pawel Huelle ya lo habían hecho antes, y con resultados bastante mejores, desde
luego.

BdS.- ¿Qué importancia ha tenido el proceso de documentación en
la construcción de esta novela?
JMC.- Relativo, pues quizá visto desde fuera no haya sido lo
profundo que hubiera debido ser, o al menos así lo veo yo ahora, después de
tanto tiempo. Con respecto a la Carrera Espacial, he de decir que me documenté
pero no demasiado, no era mi intención ser completamente riguroso; muchas
páginas de esa parte se quedaron por el camino. Digamos que me limité a tener
presente los acontecimientos, pero sin ceñirme a ellos. Indudablemente, todo lo
que se cuenta con respecto a los cosmonautas perdidos, es ficción. Adecué lo
que sucedió con lo que quería contar, y no al revés. Todo lo contrario que con
la Primavera de Praga y Checoslovaquia, donde sí hube de documentarme, pues ahí
necesitaba ser riguroso en cuanto a fechas y acontecimientos, sin olvidar que
lo importante era la historia de Milos. Llegué a hacer un esquema bastante
profuso de hechos, intentando no dar cosas por sabidas, pero tampoco pecar de
didáctico. Fue un hándicap el endiablado idioma checo, sobre todo a la hora de
conseguir información del sanatorio de Bohnice, cosa que resolví del mismo modo
que con la carrera espacial, teniendo en cuenta que Irina era la protagonista
de esa parte y que lo mismo daba si había diez o doce pabellones activos en
1968, o si había veinte o cuatro médicos. Teniendo claro eso, podía liberarme
un poco de lo contrastable y trabajar a mi gusto, pero sin perder de vista en
ningún momento que tenía que tener en cuenta ciertos hechos, me gustase o no,
como, por ejemplo, qué película se estaba filmando en los estudios Barrandov en
ese momento o que Jan Palach se inmoló en la plaza de San Wenceslao el 16 de
enero de 1969 y el shock que provocó en la sociedad checa.
BdS.- Los libros también están muy presentes en La muñeca rusa;
en general la literatura y el arte parecen cumplir la función de otorgar
sentido a la existencia, ¿era esta tu intención?
JMC.- Respondería
directamente que no, que no fue mi intención, aunque si lo pienso bien, he de
decir que sí, que fue intencionado; de manera un tanto inconsciente quizá, pero
totalmente intencionado. Esto entronca con la visión que yo, personalmente,
tengo con respecto al acto, llamémosle, artístico, es decir, la literatura, la
escultura, el cine, la pintura, el teatro y la música. Provengo de una familia
trabajadora y en casa nunca hubo muchos libros y tampoco mucha curiosidad,
digamos, cultural. Afortunadamente siempre hay excepciones, y un tío abuelo
primero, y un primo mayor y una amiga de la adolescencia después, me lo
descubrieron. Ese resquicio significó tanto para mí, que me es muy difícil
explicarlo de manera coherente. Quizá sea exagerado decir que le dieron sentido
a mi vida, pero desde luego forman parte muy importante. Para mí, tiene mucho
significado recordar cómo la literatura y la música cambiaron totalmente mi vida,
y es tan fácil como peligroso creer que lo que a ti te gusta es lo que debe
ser. El truco está en no perder la perspectiva y asumir que la gente no tiene
la misma visión de las cosas, y que eso no las inhabilita ni mucho menos.
Partiendo de ahí, es lógico que, cuando escribo, los personajes crean en última
instancia que sus vidas tengan que agarrarse con uñas y dientes a los libros, o
la música, o a lo que sea, y que eso impregne el relato.
"Mi intención al escribir es explicarme cómo son los mecanismos de los personajes que imagino en relación al poder, la amistad y el amor".
BdS.- ¿Qué idea subyace en el interior de La muñeca rusa?
JMC.- Tomando distancia, creo que la idea es la soledad, esa es la
última muñeca de la matrioska, la más pequeña, a la que guardan y recubren
todas las demás. La soledad en sus distintas formas, provocada o decidida, y la
lucha por dejar de sentirla.
Mi intención al escribir es explicarme cómo son los
mecanismos de los personajes que imagino en relación al poder, la amistad y el
amor. Quizá la trama de lo que escriba cambie de una novela a otra, pero me he
dado cuenta de que, en el fondo, de único de lo que escribo es sobre eso.
BdS.- ¿Qué te gusta leer?
JMC.- Pregunta temida y temible donde las haya. Me gusta leer. Y
me gusta leer cosas determinadas; tengo mis autores fetiche y a la vez sigo
siendo muy compulsivo. Mi pasado librero me ha hecho ser bastante indiferente si
leo algo que no me está gustando. Hay mucho que leer, y a veces no tengo la
paciencia suficiente, mezclo y abandono cosas con demasiada facilidad. Tengo
predilección por la literatura eslava. Acabo de descubrir a Roman Simic y
Georgi Tenev, que me han dejado fascinado. Houellebecq y Emmanuel Carrére me
parecen imprescindibles ahora mismo, y todo lo que escribe Jaime Gonzalo me
parece igualmente irresistible y brutal. Lástima que la repercusión de este
último sea tan subterránea. Patricio Pron y Eduardo Halfon, cada uno a su modo,
están escribiendo cosas que me están encantando. Miljenko Jergovich es uno de
los autores a los que siempre vuelvo. El trabajo que está haciendo Andrés Sorel
en sus dos últimas novelas me parece increíble. Hay libros y autores que son
como brújulas, estrellas que te ubican y que no quieres dejar de tener a la
vista. Bolaño, claro. Tolstoi, Bulgakov, Roth (los dos), Miller, Yourcenar…
Podría seguir hasta aburrir… y si contestara a esta pregunta en otro momento,
sería totalmente distinta…
BdS.- ¿Trabajas actualmente en algún otro proyecto literario?
JMC.- Creo que acabo de terminar una novela, algo extensa quizá, y
ahora mismo está reposando en la correspondiente carpeta del portátil, a la
espera de darla por definitiva o no y ver qué puedo hacer con ella o a quién
puede interesarle. Han sido más de tres años y ha sido agotador, pero estoy
bastante contento con ella, aunque creo que me da miedo enfrentarme a ese
momento clave, en que me diga, vale, acabada, ¿Y ahora? En estos momentos tengo
la piel muy fina para enfrentarme yo solo a un nuevo aluvión de cartas de
rechazo, otra vez… Quizá por eso ya estoy emborronando cosas para otra historia
que lleva tiempo rondándome, sobre las vidas del traductor Salvador Bordoy
Luque y su nieto Antonio Álvarez. Mientras tanto intento mantener con vida el
blog y sigo inmerso en mi tozudez habitual de mandar artículos a revistas que,
o no pagan o no aceptan colaboraciones, como una mosca intentando traspasar una
ventana cerrada.
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