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sábado, 24 de septiembre de 2016

Reseña de La muñeca rusa de Juan Miguel Contreras en Libros Prohibidos

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Juan Miguel Contreras: La muñeca rusa

Año: 2016
Editorial: Baile del Sol
Género: Novela
Valoración: Está bien
Llevo muchas semanas sin hacer una reseña. Tal vez sea ese el motivo por el que me está costando tanto arrancar con el título del que hablo hoy, La muñeca rusa, o tal vez no; es posible que este libro sea uno de esos especialmente complicados. Voy a inclinarme por la segunda opción.
Unos meses antes de que las fuerzas del Pacto de Varsovia invadiesen Praga (1968), una chica rusa llamada Irina llegó a un hospital psiquiátrico. Contaba la historia de que su padre fue un cosmonauta lanzado al espacio en una misión fallida por alcanzar la luna en 1962. Milos, un funcionario del hospital en esos momentos, cuenta esa historia muchos años después durante su estancia en Almarga, Almería. Una historia que le cambió la vida incluso más que la propia invasión de su país.
La muñeca rusa no es un libro de viajes en sí, pero relata un viaje compuesto de otros viajes. La llegada de Irina a Praga desde distintos sanatorios rusos, la huída de Milos de la represión soviética, el vuelo frustrado hacia la luna de ese cosmonauta perdido. No en vano, el autor se refiere a Ulises y La Odisea en distintas ocasiones, en el mejor símil posible, y todo un homenaje a esta obra fundamental de la literatura. Esto nos deja entrever visos de una novela valiente y ambiciosa que, sin embargo, no termina de cumplir con las expectativas creadas, sobre todo a raíz de los primeros capítulos.
De escritura elegante pero intermitente, que intercala pasajes de gran belleza con otros menos inspirados, La muñeca rusa plantea una historia de gran fuerza e interés en sus 4 primeros capítulos. Ahí queda reflejada la inverosímil (y a la vez totalmente creíble) historia del cosmonauta perdido en el espacio, de la chica rusa esquizofrénica, del celador checo que luego se convierte en un escultor reconocido, y del librero almeriense con problemas de salud. El problema viene cuando, a partir de esa vibrante introducción, el texto comienza a dar vueltas sobre sí mismo, volviendo una y otra vez a las historias planteadas sin profundizar en las mismas, sin avanzar. A mitad del libro, el lector se encuentra con la misma información que tenía al principio. Muy poco más. Por suerte, ya metidos en la segunda mitad, las historias se deciden a avanzar y abandonan este bucle.
Por otro lado, los grandes aciertos de la novela, las historias de los dos rusos, se quedan en un segundo plano para darle mayor relevancia a Milos (el escultor checo) y el librero de Almarga. Ninguno de los dos consigue calar hondo en el lector, ya sea por lo tópico del primero o por la ausencia de carisma (o interés) del segundo. Tal vez esa fuera la intención del autor desde el principio, más interesado en contar una historia cercana que un relato maravilloso más propio de la ciencia ficción. Sin embargo, la posibilidad de conocer más sobre un astronauta ruso perdido en el espacio (cuyo recuerdo es literalmente borrado), y la deriva de su hija por los centros psiquiátricos soviéticos, es demasiado potente y, en mi opinión, engulle al resto. No importa cuánto se torture Milos por lo que hizo, no hizo o dejó de hacer, así como tampoco sirve lo famoso que fuera el padre biológico del librero; siempre quedan empequeñecidos por los acontecimientos que les preceden.
De cualquier forma, La muñeca rusa es una novela llena de texturas, rica en matices, de la que se pueden sacar numerosas lecturas. Invita a leer de forma pausada, incluso a releer con detenimiento esos acertados pasajes que pueblan sus apenas 176 páginas.

sábado, 20 de agosto de 2016

Reseña de LA MUÑECA RUSA, de Juan Miguel Contreras en Cuentos Pendientes

miércoles, 17 de agosto de 2016

La muñeca rusa, de Juan Miguel Contreras

La muñeca rusa, de Juan Miguel Contreras (Ed. Baile del Sol)


Nunca sabremos lo que piensa un astronauta soviético perdido que contempla la Tierra desde el espacio, pero podemos suponer que se verá desbordado por la soledad y la sensación de punto final. La muñeca rusa fue la novedad del catálogo de Baile del Sol que más llamó mi atención durante la fiesta de presentación de las novedades de primavera – verano que la editorial organizó en la librería Vergüenza ajena en junio, a la que acudí a presentarMil dolores pequeños. Juan Miguel Contreras, en su turno de intervención, nos habló de un astronauta soviético que va a la Luna y nunca vuelve, y de cómo esa figura, y sobre todo la manera de borrarla de la historia, se convierte en la obsesión de su hija, a la que acaban tomando por loca.

Esa trama no es ni mucho menos la única que aparece en La muñeca rusa, pero me hizo querer leer la novela. Esa trama parcial me recordó inevitablemente a mi relato Rescate, incluido en Beber durante el embarazo, en el que un hijo reconstruye la vida de su padre, cosmonauta soviético, que fue el primero en llegar a la Luna pero que no pudo regresar y al que también condenaron al olvido.
Un escritor está buscando muchas veces, como lector, mundos estéticos y de intereses parecidos al suyo. Otras veces no, claro, otras veces quiere leer justo lo contrario a lo que intenta escribir. Pero una novela con esa historia en la trama no podía dejarla pasar, así que la compré y Juan Miguel pudo firmármela. Atrasos y conflictos entre lo que uno quiere hacer y lo que la realidad dicta que haga, una dinámica que a veces se mete hasta en nuestras lecturas, ha hecho que no me haya puesto a leerla hasta agosto. Quizá agosto sea un buen mes, con su calor y sus ciudades desiertas, para leer un libro que rescata el mundo del telón de acero, que nos llena la cabeza de secretos y de cosmonautas. El año pasado, también en agosto, vi esta exposición en La casa encendida de Madrid,http://www.lacasaencendida.es/exposiciones/arstronomy-incursiones-el-cosmos-4512, de la que me he acordado mientras leía esta novela.

La muñeca rusa es, según la solapa del libro, algo así como la segunda novela de Juan Miguel Contreras, que también ha publicado un libro de relatos, además de ser librero, tramoyista y editor. Comparte con el narrador de su novela por tanto el interés por el teatro y la profesión de librero. ¿Qué quiere decir algo así como la segunda novela de un autor? No lo sé exactamente, pero se habla de una primera novela, Cuando acabe el invierno, y se habla también de una primigenia versión de La muñeca rusa. Que el autor permita que se hable de una primigenia versión del libro que vamos a leer creo que indica que considera que aquel era un libro sustancialmente distinto al que vamos a leer, y por eso no sé si hablar de segunda o tercera novela. ¿Qué más da, en realidad?

La muñeca rusa es una novela corta, de unas 170 páginas, cuyo título remite a dos ideas, o así me lo ha parecido. Por un lado a Irina Belokoneva, la hija del astronauta desaparecido, y por otro a la estructura de la historia y su semejanza con las matrioskas, haciendo de la novela una historia en el interior de otra y en el interior de otra.

La muñeca rusa empieza en Praga en 1.968, con la invasión de los tanques soviéticos tras la llamada primavera de Praga. Allí, en Praga, está ingresada en un hospital psiquiátrico, Irina Belokoneva, que apareció contando una disparatada historia de astronautas desaparecidos, y en particular la historia de su padre, Alexei Belokonev. En ese hospital hay un celador, Milos Meisner, que es el personaje central de la novela. Uno de los dos. Diría que el importante, pues el narrador se guarda un discreto papel de observador. Nos habla un poco de su vida, contextualiza (y muy bien) la historia, pero no le quita protagonismo a Milos, que muchos años después será un artista que ha pasado por Londres, por París, por Toulouse, entre otras muchas ciudades, y que ha llegado a un pequeño pueblo de Almería persiguiendo una de esas becas que le permiten a los artistas ponerse a crear sin preocuparse por cómo subsistir.

Allí, en Almería, a través de la mujer que lo aloja como parte del programa, una actriz retirada, llega hasta el narrador, librero en esa pequeña localidad costera. La estructura de historias que encajan en otras me dificulta avanzar en el resumen de la trama, pues me viene a la memoria, hablando del pasado como actriz de Greta, que es su amante, que el librero insinúa en algún momento que es hijo de un famoso actor, a quien no pone nombre pero a quien, desde mi relativa incultura cinéfila, he identificado como Omar Sharif. Esa clase de detalles, en apariencia innecesarios, y que narrativamente es posible que lo sean, dibujan con mucha más profundidad a los personajes y hacen que la novela esté llena de vida, y van completando el juego de apariencias, verdades y mentiras.

El librero ha llegado allí como por casualidad. Parece que se mueve así por el mundo. Heredó la casa de su abuela y decidió poner allí una librería. Vive encima de su negocio y vende, sobre todo, libros en inglés y alemán para extranjeros que pasan allí unos días. Se aburre. Sueña. Habla de una enfermedad renal que le obliga a estar cerca de un hospital donde tienen que tratarlo a menudo. No puede viajar. Por eso le fascina la historia de Milos y las historias que se esconden en Milos. La de Irina, la de los cosmonautas soviéticos, la de Praga, la Praga en la que Milos se juntaba con artistas y aprendía de Bohumil Hrabal, aquella Praga post – 68 en la que le retiraron el carnet del partido a muchos escritores, como Kundera, y fueron tomando el camino de la huida. Hrabal, que intuyo que es un autor que interesa mucho a Juan Miguel Contreras, pues uno de los epígrafes iniciales de la novela es suyo y otro es del recientemente fallecido Peter Esterhazy sobre Hrabal, tiene un peso importante en la novela. Es una especie de referencia que va y viene, como escritor y amigo, en la vida de Milos.

El lector se siente parte de esas conversaciones entre cafés en el mostrador de la librería. La prosa es contenida y dibuja muy bien matices y sensaciones. Hay constantes referencias al olvido y a cómo la historia se va dibujando entre olvidos y recuerdos. La memoria funciona en ese caso como un escultor que del bloque de piedra va quitando lo que le sobra, y uso esa imagen por relacionarla con el trabajo artístico de Milos.

Las misiones soviéticas que fracasaban desaparecían de la historia. Porque los soviéticos eran maestros en el arte de borrar a los colaboradores caídos en desgracia de las fotos. Y por eso nadie hablaba del padre de Irina Belokoneva, y hasta tuvieron suerte, porque a las familias de otros astronautas desaparecidos las borraron directamente del mundo. Me parece fascinante la recreación de una ciudad secreta, en el Asia Central, hacia la que van a preparar aquella misión suicida, Belokonev y su familia, una ciudad que se llama como otra ciudad que no es, para que nadie sepa exactamente dónde están, de modo que así el borrado de las huellas sea más fácil. Es tan fácil borrar el pasado como matar a la gente y dejar de hablar de ella. Tan fácil como usar el mismo nombre para la misma misión, olvidando que la anterior fracasó. Hay un Gagarin que tapa a los Belokonev. Tres misiones Vostok 1 antes de la que realmente funcionó.

El dibujo de algunos proyectos artísticos está muy bien hecho. El narrador nos habla de la reproducción de la Luna que Milos hizo en Toulouse, o el trabajo artístico que emprende sobre la gente que forra los libros, cómo lo hace y por qué lo hace, y las fotografías que trata de tomar de esos lectores ocultos, y ahí hay un nuevo punto de conexión con mi particular mundo de obsesiones y preguntas.

El trabajo del fotógrafo Josef Koudelka sobre la invasión soviética de Praga y las detenciones y huidas de la ciudad. Otra exposición que vi en el otoño pasado en la Fundación Mapfre. Otro punto para apoyar la obsesión.

La muñeca rusa es una novela que se lee en una larga tarde de agosto en la que la luz del sol no se acaba de poner y se piensa y reconstruye durante la semana siguiente. Es una de esas novelas que cogen la historia, la desmontan, y nos llevan a preguntarnos cuánto hay de leyenda. Al lado del libro tienes un cuaderno y un bolígrafo y apuntas nombres de artistas checos, astronautas y misiones soviéticas, y por la noche buscas en Google lo que has apuntado para saber qué es verdad y qué está inventado para hacer la realidad más digerible. Dedico veinte minutos de mi vida a buscar información sobre el libro Gravedad, de Armand Coppens, y parece que no existe. Es el libro que Milos quiere leer, es el libro que le consiguen. Para que se vea que la estructura de muñecas rusas es la descripción adecuada, no sólo a la novela, sino a la realidad, el tal Armand Coppens, según mi breve investigación y algunos textos que leí en ella, parece ser un autor fantasma, que muy probablemente no se llamaba así, que no se sabe quién fue, y que escribió un libro llamado Memorias de un librero pornógrafo. El juego final.

Seguiremos leyendo y disfrutando de buenos libros como éste.
Felices lecturas
Sr. E
http://cuentospendientessre.blogspot.com.es/2016/08/la-muneca-rusa-de-juan-miguel-contreras.html

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lunes, 4 de julio de 2016

Reseña de La muñeca rusa de Juan Miguel Contreras en El Mar de Letras


"La muñeca rusa" es una lectura deliciosa, una novela corta que añade un éxito más al catálogo lleno de brillos de la editorial Baile del Sol. Como nos adelanta su título, se trata de una historia en la que las vidas de unos personajes influyen en otros y así sucesivamente, de modo que con el paso de los años siga de alguna forma latente aquello que vivieron otros.

También es una historia sobre locura y pasiones. Un agradable hallazgo escrito por Juan Miguel Contreras (Madrid, 1974), que ya ha publicado la novela “Cuando acabe el invierno” (homónima de la de Mary Ann Clark Bremer) en 2004 y también ha participado con éxito en algunos concursos de relatos.

Una sola decisión, y muchas vidas
El origen de la trama de esta novela se encuentra  en 1968, cuando las fuerzas del Pacto de Varsovia invaden Checoslovaquia. En ese momento, el protagonista, celador de un hospital, se preocupa por el bienestar de Irina, una de las pacientes del hospital psiquiátrico donde trabaja, de la que se ha enamorado.

A partir de este inicio tempestuoso, conocemos más a fondo a la frágil y misteriosa Irina y accederemos a los desagradables sucesos que le hicieron perder la cordura. Sufre manía persecutoria y teme que los agentes secretos que destrozaron su mundo vuelvan a por ella para seguir infligiéndole daño.

Todos desapareceremos sin dejar rastro, me dijo, todos desapareceremos y nada quedará de nosotros, pues así lo quiere ella. ¿Quién?, le pregunté. Irina se dio la vuelta y se desabrochó el pijama, dejando al descubierto su espalda. Tenía tatuada de manera un tanto torpe una Luna enorme y redonda, sonriente y llena de arañazos y cicatrices cubriéndole la totalidad de la espalda.

Esta novela explora la importancia que puede tener cualquier gesto nimio, cualquier pequeña decisión que tomemos sin darle importancia, para el devenir de nuestra vida y las implicaciones que puede tener en las vidas ajenas. Asistimos al paso de los años en unas pocas páginas y al modo en que aquello por lo que uno fue casi capaz de desvivirse ya es sólo una frágil colección de recuerdos que cabe en una caja de galletas deslucida.

La vida en una caja de galletas
Sin duda, la trama está muy bien construida y aunque de entrada parece ser un tanto compleja por la rareza de los acontecimientos y la prolongación en el tiempo durante generaciones, sin embargo es una lectura muy cómoda, con una prosa honesta y que mantiene el ritmo desde el principio.

Estoy haciendo bocetos para decidir cómo será la primera escultura que se llevará a la Luna.

Se aprecia un gusto especial por construir un libro a la altura del género, que quizá no sea una novela inolvidable pero que está repleta de frases que piden a gritos ser subrayadas, y fragmentos hermosos y delicados que transmiten el placer por un trabajo bien hecho.

Si uno se sitúa en el pellejo del protagonista principal, una vez que ha pasado el tiempo y recuerda su historia y cómo influyó una breve temporada de su juventud en el resto de su vida, es fácil que el lector se detenga a meditar al menos por un instante en su propia circunstancia, en las vidas ajenas que han marcado la suya y en los actos propios que han modificado el devenir de las personas de su entorno. Es así como la literatura nos convierte en mejores personas, y creemos sin duda que Juan Miguel Contreras transmite en “La muñeca rusa” un mensaje vitalista muy válido para los lectores afortunados que se atrevan a realizar un viaje espacial entre sus páginas.

http://elmardeletras.blogspot.com.es/2016/07/la-muneca-rusa-juan-miguel-contreras.html

domingo, 29 de mayo de 2016

Reseña de LA MUÑECA RUSA, de Juan Miguel Contreras en Las inquilinas de Netherfield







Título original: La muñeca rusa
Autor: Juan Miguel Contreras
Editorial: Baile del Sol

Páginas: 180
Fecha publicación: 2016
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 13 euros
Ilustración de la cubierta: Ramón Buzón





¿Qué piensa un hombre que contempla la Tierra desde el espacio, donde va a morir sin regresar? Nunca podremos saberlo, sin embargo, la historia no se detiene, e Irina Belokoneva, hija de ese cosmonauta perdido entre la Luna y la Tierra, es parte de ella.
La muñeca rusa arranca con la entrada en 1968 de las fuerzas del Pacto de Varsovia en Praga. En un psiquiátrico de la ciudad, Irina asegura que han ido a por ella, para silenciarla definitivamente y que no se conozca la historia de su padre. Su historia es contada muchos años después por Milos Meisner, celador del sanatorio en ese momento, a un librero en un pueblo perdido del Cabo de Gata donde vive exiliado. Las historias se unen, unas dentro de otras, quizá porque son una y la misma. La Primavera de Praga se mezcla con la carrera espacial rusa a causa de una lunática que dice ser hija de un cosmonauta desaparecido en una misión fracasada a la Luna. La nueva ola de cine checo vista desde los ojos de un escritor prohibido como un trampolín al exilio y la memoria. Marchantes de arte parisinos que cenan con libreros enfermos tímidamente ácratas. Fotografías de libros que brillan bajo la sombra de la nariz de Cyrano. La mirada de Yuri Gagarin, una Luna en una nave industrial de Toulouse, cartas de Bohumil Hrabal a un escultor exiliado en Almería... Un relato que intenta tejer los nudos necesarios para que, en el telar de la Gran Historia, no se pierdan los hilos de unos personajes condenados al olvido en una librería que orbita alrededor de la Luna.


La muñeca rusa, esa gran matrioska que han depositado en mis manos... la observo, la miro, la toco, y mi cabeza empieza a calentarse y a bullir con mil preguntas: ¿cuál es tu historia? ¿Qué vas a contarme? ¿Cuáles son tus secretos?

La narración comienza con la entrada en 1968 de las fuerzas del Pacto de Varsovia en Praga. Juan Miguel Contreras nos posiciona en este período histórico, convulso y un tanto desconocido (al menos yo creo que no todos estamos muy familiarizados con lo que ocurrió durante aquellos meses). Tal y como digo al inicio, la novela es una matrioska en la que vamos descubriendo otras matrioskas en su interior, diversos fragmentos de historias inconclusas que nos enredan en una telaraña que nos absorbe y nos atrapa. Cada fragmento está lleno de sentimientos, desesperanza y búsqueda de la verdad, y conforme vamos avanzando en la lectura vamos uniéndolos en la medida de lo posible, porque algunos de ellos están llenos de aristas, cortantes y afiladas, que nos desgarran con sus diversas y tremendas historias.

Con la primera página ya quedas enredado en el enrejado que el autor construye con su fragmentada trama y con los diferentes personajes, muy viscerales y profundos. Te das cuenta de que este libro es diferente, que te va a dejar huella. Es tan refrescante y atrayente que ese gusanillo que todos los lectores empedernidos tenemos dentro no te permite abandonar la lectura, porque si lo hicieras sería como desamparar a estos personajes tan desolados y desangelados. Por lo que a mi respecta no lo hice... los acompañé hasta donde la historia me dejó, hasta esa última página.

Irina Belokoneva, la muñeca rusa, es el personaje más entrañable de la novela, ya que su historia (o los vestigios que le quedan de la misma) está guardada en su mente de un modo disperso Esa mente ha sido formateada una y otra vez por un sistema que, al permitirle vivir, también le ha condenado a la soledad y a la locura... El olvido de sí misma y de todos los suyos es la pena que le ha sido impuesta indirectamente por el fracaso de su padre, un astronauta ruso que es el desencadenante de todo.

Milos Meisner, artista, celador y personaje activo en la trama, es el encargado de guiarnos a través de todos los fragmentos que el autor nos va entregando a lo largo de la lectura. En el instante en que Milos entra en contacto con Irina Belokoneva, queda atrapado en su historia y su vida. Este hombre le abre su corazón, la acoge en su seno como la muñeca rusa que es, condicionándole y dirigiendo su camino. A partir de entonces, todos sus pasos y decisiones los toma por y para Irina. Y todo ello envuelto en un escenario de revolución y desintegración social, donde cada paso que das hacia adelante representa muchos pasos hacia atrás. Si además se añade que la nueva situación le tiene constreñido y encorsetado, el remolino que ya había nacido en su interior al enamorarse de una persona quebrada y rota se amplifica en una espiral de desesperación y locura.

Bohumil Hrabal, personaje real, es la voz que susurra a Milos que debe salir del bucle en el que se encuentra inmerso. Esta voz no le va a resultar gratuita, pues desde ese momento se convierte en un exiliado en cuyo equipaje solo hay culpa, desencanto e impotencia.

A lo largo de la narración, el autor introduce diversos saltos temporales muy bien hilados con la trama, porque aunque a priori parecen historias dispares e inconclusas, con su refrescante prosa las entreteje dando un sentido a la misma. Así, viajaremos con Milos por diversos lugares en los distintos tiempos, recalando como último destino en un pueblo costero de Almería (Almarga). Allí se nos entrega otro fragmento de la novela con la aparición de un nuevo personaje, el librero sin nombre, del que solo conocemos el apodo con el que le llame Greta: Henry. 

Corren los años 90, y este librero sera el bálsamo que necesita Milos. La amistad que surge entre ellos, su día a día, compartir sus experiencias e historias, así como sus diferentes puntos de vista y perspectivas, provocará en ellos todo tipo de reflexiones y catarsis, ayudándoles a reinventarse otra vez: tal vez lo negro no sea tan negro como parecía hace veinte años, y las conversaciones entre ellos son el vehículo que les ayuda a catalizar toda la desesperanza y soledad en la que ambos se encuentran inmersos.

Juan Miguel Contreras ha construido una magnífica trama para este libro, y el final de la historia es, a mi juicio, el que debe de ser; no podría haber sido otro. La muñeca rusa es una novela que nos invita a reflexionar sobre el destino, el sentido de la vida, la casualidad, la catalización de los momentos difíciles, la amistad y el poder (o su ausencia) del amor. Todo ello narrado con una maestría que consigue que todos los fragmentos formen parte de un todo.

Me encanta la cubierta; todos los libros de Baile del Sol están rubricados con su particular sello personal. Los identificas y distingues en cuanto caen en tus manos.


Nació en Madrid en 1974, aunque creció en un pueblo de la provincia de Ciudad Real, Manzanares. Licenciado enFilosofía por la Universidad Complutense de Madrid. En 1998 recibió el primer premio del certamen de relatos "Villa de Torralba" con el cuento La ciudad trenzada. En 2004 publicó la novela Cuando acabe el invierno, de la editorial Biblioteca de Autores Manchegos (BAM). En 2007 quedó finalista del concurso de relatos de la Revista Eñe, Cosecha Ñ, con el cuento titulado Sobre hojas de humo. Entre el 2000 y el 2005 fue director y programador del Festival Inernacional del Teatro Lazarillo, en Manzanares. Durante los primeros años del siglo XXI ha sido tramoyista y librero en Madrid; en 2006 abrió su propia librería, La Pecera, en Manzanares, hasta que la dejó en otras manos en 2011. En 2012 creó la editorial fantasma La internazional Samizdat, donde ha publicado el libro de relatos Cardiopatías, así como una primigenia versión de La muñeca rusa

Actualmente reside en Alcázar de San Juan.
Miss Bingley

jueves, 10 de marzo de 2016

Bailando con Juan Miguel Contreras: "La idea de la novela es la soledad, esa es la última muñeca de la matrioska, a la que recubren todas las demás".



Baile del Sol.- La muñeca rusa es una novela en la que encontramos varias historias, unidas por circunstancias, que nos llevan de Rusia a Almería, pasando por Praga, ¿cómo surge esta peripecia?

Juan Miguel Contreras.- Pues como un puzle que tardé mucho en darme cuenta de que lo era. Tenía piezas sueltas, historias en las que trabajaba y que yo creía que no iban a ningún lado. También es cierto que estaba escribiendo en un momento difícil de mi vida, pero un día, coincidiendo con un cambio a mejor, me di cuenta de que juntas formaban algo… y que tenía, o podía tener algo, una historia. Almería, Rusia y Praga son tres ejes en mi vida, tres amores platónicos muy fértiles; lugares en los que, o bien nunca he estado físicamente, como en el caso de Rusia, o si he estado, ha sido como obnubilado turista accidental, como Praga. Luego está Almería, que he visitado pocas veces, pero siempre en circunstancias brumosas y algo sorprendentes. La primera vez que verbalicé la historia de La muñeca rusa a alguien, fue precisamente en la playa de Cabo de Gata. 

BdS.- Los personajes de La muñeca rusa no son seres corrientes, aunque lo puedan parecer. Todos tienen peculiaridades que los hacen muy interesantes para el lector. Háblanos un poco de ellos.

JMC.- Partiendo de la convicción de que nadie es corriente y de que sólo es cuestión de encontrar sus peculiaridades (más o menos literarias), los personajes de La muñeca rusa responden a varios juegos de espejos. Milos y el librero pueden parecer en principio opuestos, pero en el fondo creo que son la cara y la cruz de la misma moneda. Uno es un exiliado que ha tenido que reinventarse varias veces a lo largo de su vida nómada (basado en la vida del fotógrafo Josef Koudelka), y el otro es un librero enfermo que, a causa de su dolencia, no ha salido nunca de Almarga. Es alimentando su amistad como descubren que les unen más cosas de las que creen. La rusa, Irina, es el ideal, la musa y a la vez el castigo de Milos, es el juguete roto de la Historia. En el fondo es una versión de esa irrenunciable Penélope de la Odisea que es la vida de Milos. También están Pavel, Bohumil, y quizá también Praga y Almarga como personajes, que son los que definen a los protagonistas. Luego están Greta, la amante del librero, y el marchante Tristán, personajes que los enclavan a la realidad y a la vez les ayudan, cada uno a su manera, a relacionarse con ese mundo que no entienden. Finalmente estaría el cosmonauta, el padre de Irina, o el que ella dice que es su padre, como el origen y el fin de todo, la caja de la muñeca…

BdS.- El escritor checo Bohumil Hrabal tiene también una presencia intermitente en la novela, ¿por qué decidiste introducirlo en La muñeca rusa?

JMC.- Su presencia en la novela es totalmente natural; un día apareció y se quedó. No lo busqué. Nunca me hubiese atrevido intencionadamente. Al principio fui muy reticente a darle espacio, más por pudor que por otra cosa; su figura y su influencia en mi vida son muy grandes, pero no sólo encajaba en la novela y me daba pie a desarrollar ciertos aspectos de la trama, sino que además resultaba clave a la hora de cerrar la historia y darme un punto de fuga para terminarla. Confieso que mi admiración por Hrabal puede rozar la mitomanía, pero es que considero su obra y su vida como un referente imprescindible. En mi descargo diré que no soy el primero en convertir a Bohumil en personaje, aparte de sus cameos cinematográficos o de que él mismo, en su intento de “autobiografía” en Bodas en casa, se convirtió en uno al narrarlas desde el punto de vista de su mujer, los escritores Peter Esterhazy y Pawel Huelle ya lo habían hecho antes, y con resultados bastante mejores, desde luego.





BdS.- ¿Qué importancia ha tenido el proceso de documentación en la construcción de esta novela?

JMC.- Relativo, pues quizá visto desde fuera no haya sido lo profundo que hubiera debido ser, o al menos así lo veo yo ahora, después de tanto tiempo. Con respecto a la Carrera Espacial, he de decir que me documenté pero no demasiado, no era mi intención ser completamente riguroso; muchas páginas de esa parte se quedaron por el camino. Digamos que me limité a tener presente los acontecimientos, pero sin ceñirme a ellos. Indudablemente, todo lo que se cuenta con respecto a los cosmonautas perdidos, es ficción. Adecué lo que sucedió con lo que quería contar, y no al revés. Todo lo contrario que con la Primavera de Praga y Checoslovaquia, donde sí hube de documentarme, pues ahí necesitaba ser riguroso en cuanto a fechas y acontecimientos, sin olvidar que lo importante era la historia de Milos. Llegué a hacer un esquema bastante profuso de hechos, intentando no dar cosas por sabidas, pero tampoco pecar de didáctico. Fue un hándicap el endiablado idioma checo, sobre todo a la hora de conseguir información del sanatorio de Bohnice, cosa que resolví del mismo modo que con la carrera espacial, teniendo en cuenta que Irina era la protagonista de esa parte y que lo mismo daba si había diez o doce pabellones activos en 1968, o si había veinte o cuatro médicos. Teniendo claro eso, podía liberarme un poco de lo contrastable y trabajar a mi gusto, pero sin perder de vista en ningún momento que tenía que tener en cuenta ciertos hechos, me gustase o no, como, por ejemplo, qué película se estaba filmando en los estudios Barrandov en ese momento o que Jan Palach se inmoló en la plaza de San Wenceslao el 16 de enero de 1969 y el shock que provocó en la sociedad checa.

BdS.- Los libros también están muy presentes en La muñeca rusa; en general la literatura y el arte parecen cumplir la función de otorgar sentido a la existencia, ¿era esta tu intención?

JMC.- Respondería directamente que no, que no fue mi intención, aunque si lo pienso bien, he de decir que sí, que fue intencionado; de manera un tanto inconsciente quizá, pero totalmente intencionado. Esto entronca con la visión que yo, personalmente, tengo con respecto al acto, llamémosle, artístico, es decir, la literatura, la escultura, el cine, la pintura, el teatro y la música. Provengo de una familia trabajadora y en casa nunca hubo muchos libros y tampoco mucha curiosidad, digamos, cultural. Afortunadamente siempre hay excepciones, y un tío abuelo primero, y un primo mayor y una amiga de la adolescencia después, me lo descubrieron. Ese resquicio significó tanto para mí, que me es muy difícil explicarlo de manera coherente. Quizá sea exagerado decir que le dieron sentido a mi vida, pero desde luego forman parte muy importante. Para mí, tiene mucho significado recordar cómo la literatura y la música cambiaron totalmente mi vida, y es tan fácil como peligroso creer que lo que a ti te gusta es lo que debe ser. El truco está en no perder la perspectiva y asumir que la gente no tiene la misma visión de las cosas, y que eso no las inhabilita ni mucho menos. Partiendo de ahí, es lógico que, cuando escribo, los personajes crean en última instancia que sus vidas tengan que agarrarse con uñas y dientes a los libros, o la música, o a lo que sea, y que eso impregne el relato.


"Mi intención al escribir es explicarme cómo son los mecanismos de los personajes que imagino en relación al poder, la amistad y el amor".



BdS.- ¿Qué idea subyace en el interior de La muñeca rusa?

JMC.- Tomando distancia, creo que la idea es la soledad, esa es la última muñeca de la matrioska, la más pequeña, a la que guardan y recubren todas las demás. La soledad en sus distintas formas, provocada o decidida, y la lucha por dejar de sentirla.
Mi intención al escribir es explicarme cómo son los mecanismos de los personajes que imagino en relación al poder, la amistad y el amor. Quizá la trama de lo que escriba cambie de una novela a otra, pero me he dado cuenta de que, en el fondo, de único de lo que escribo es sobre eso.
  
BdS.- ¿Qué te gusta leer?

JMC.- Pregunta temida y temible donde las haya. Me gusta leer. Y me gusta leer cosas determinadas; tengo mis autores fetiche y a la vez sigo siendo muy compulsivo. Mi pasado librero me ha hecho ser bastante indiferente si leo algo que no me está gustando. Hay mucho que leer, y a veces no tengo la paciencia suficiente, mezclo y abandono cosas con demasiada facilidad. Tengo predilección por la literatura eslava. Acabo de descubrir a Roman Simic y Georgi Tenev, que me han dejado fascinado. Houellebecq y Emmanuel Carrére me parecen imprescindibles ahora mismo, y todo lo que escribe Jaime Gonzalo me parece igualmente irresistible y brutal. Lástima que la repercusión de este último sea tan subterránea. Patricio Pron y Eduardo Halfon, cada uno a su modo, están escribiendo cosas que me están encantando. Miljenko Jergovich es uno de los autores a los que siempre vuelvo. El trabajo que está haciendo Andrés Sorel en sus dos últimas novelas me parece increíble. Hay libros y autores que son como brújulas, estrellas que te ubican y que no quieres dejar de tener a la vista. Bolaño, claro. Tolstoi, Bulgakov, Roth (los dos), Miller, Yourcenar… Podría seguir hasta aburrir… y si contestara a esta pregunta en otro momento, sería totalmente distinta…
  
BdS.- ¿Trabajas actualmente en algún otro proyecto literario?


JMC.- Creo que acabo de terminar una novela, algo extensa quizá, y ahora mismo está reposando en la correspondiente carpeta del portátil, a la espera de darla por definitiva o no y ver qué puedo hacer con ella o a quién puede interesarle. Han sido más de tres años y ha sido agotador, pero estoy bastante contento con ella, aunque creo que me da miedo enfrentarme a ese momento clave, en que me diga, vale, acabada, ¿Y ahora? En estos momentos tengo la piel muy fina para enfrentarme yo solo a un nuevo aluvión de cartas de rechazo, otra vez… Quizá por eso ya estoy emborronando cosas para otra historia que lleva tiempo rondándome, sobre las vidas del traductor Salvador Bordoy Luque y su nieto Antonio Álvarez. Mientras tanto intento mantener con vida el blog y sigo inmerso en mi tozudez habitual de mandar artículos a revistas que, o no pagan o no aceptan colaboraciones, como una mosca intentando traspasar una ventana cerrada.


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