martes, 14 de septiembre de 2010

Los que están llegando: VECINOS de Mercedes Álvarez

S-104. Narrativa, Relatos. 2010. 142 páginas. ISBN: 978-84-92528-96-7. 10 €.


Los personajes de Vecinos son padres e hijos, amantes, maridos y esposas atravesados por la soledad, seres que nunca alcanzaron la felicidad ni la han buscado por los senderos que los hubieran acercado a ella. (En estos cuentos conviven una serie de soledades compartidas). Y, sin embargo, desde su profunda incoherencia y debilidad, nos cuentan una historia que podría ser la de cualquiera de nosotros. Porque la gente feliz no tiene historia.



VERANO

 
El niño que vivía junto al edificio de las palmeras solía jugar todas las tardes en el patio con aviones de colores. Tenía ocho años y se entretenía, como casi todos los niños de su edad, con cosas que fabricaba él mismo. Su especialidad indiscutible eran los aviones y los paracaídas.
Casi siempre jugaba solo. No tenía amigos, ni tampoco hermanos. A pesar de que su madre había estado embarazada sólo unos meses atrás, y un día le habían dicho que pronto tendría un hermano, luego nadie se lo había repetido. Su madre había estado ausente un par de días y en la familia no se había vuelto a hablar del tema.
A veces, mientras jugaba, su madre y su tía se sentaban en el patio debajo de la sombrilla y conversaban. Él no solía prestarles atención. Era un niño solitario y taciturno. Durante algún tiempo sus padres lo habían considerado una especie de genio —probablemente desde el día en que vieron su primer paracaídas hecho con corchos, maderas y bolsas de la compra— pero más tarde una visita a un psicólogo infantil los había sacado de su error.
Ese día —un día de verano— el niño estaba jugando en el patio como de costumbre con aviones de colores fabricados por él, mientras la madre y la tía conversaban sentadas en sillas de mimbre, las dos bronceadas y en vestidos de verano, debajo de la sombrilla a un costado en el patio.
—Es terrible lo del casamiento de ese pobre chico —de-cía la madre, mientras tomaba un sorbo de jugo de naranja artificial de un gran vaso de vidrio lila donde flotaban dos enormes hielos en forma de estrella—. Con esa chica, ¿de dónde es?
—Rusa.
—Rusa. Por Dios. Lo único que le interesa es cuánto vale el reloj de su marido. Incluso se lo preguntó un día.
—¿Cómo? —La tía se inclinó un poco hacia delante. El escote del vestido se le deslizó hacia abajo dejando ver la franja blanca debajo del bronceado. Tenía finas líneas de arrugas verticales en medio de los pechos.
—Me lo dijo Víctor.
Víctor era el padre del "pobre chico" que acababa de casarse, un amigo reciente de la madre con el que ella y la tía habían estado tomando un café tres días atrás.
—¿Se lo dijo así? ¿Cuánto vale tu reloj? —Preguntó la tía.
—Algo así —respondió la madre.
Suspiró. Tomó un trago de su vaso y se acomodó en la silla con las piernas cruzadas.
—Bueno —dijo—. Supongo que cuando se viene de esa pobreza...
Señaló el vaso de la mujer que la miraba como asintiendo:
—¿Más jugo?
La mujer le extendió el vaso enorme, de color rosado:
—Sí, por favor.
La madre lo agarró y desapareció dentro de la casa soleada, sintiéndose magnánima. Volvió con el vaso lleno y un bol repleto de enormes hielos en forma de estrella.
—No hacía falta —dijo la tía—. Se van a derretir.
—Sí, pero con este calor... —murmuró la madre.
Agarró uno de los hielos con sus largas y finas manos donde brillaba el anillo de casada, se lo pasó por los labios y lo dejó caer en el vaso. La otra mujer la miró con envidia: ese tipo de gestos de su hermana siempre le habían parecido deslumbrantes.
En el patio se escuchó un ruido como de hojas agitadas por el viento. Pero no había viento. La madre y la tía alzaron los ojos y vieron al niño trepado a la escalera, con los brazos metidos entre las ramas del ciruelo.
La madre corrió, haciendo ruido con los pequeños tacos de sus zapatos blancos contra las baldosas oscuras.
—¡Juan! —Gritó.
En ese momento el avión de color naranja cayó del árbol al piso: una de las alas se desprendió del cuerpo ovalado. El niño se bajó de la escalera sin siquiera mirar a su madre, recogió el avión y el ala y empezó a volver hacia el centro del patio.
La mujer caminó detrás de él y lo obligó a girarse agarrándolo de un brazo.
—Que sea la última vez que te veo hacer eso —le dijo.
El niño la miró.
—¿Cómo recupero mis aviones si se van al árbol? —Preguntó, poniendo ese tono de voz entre insolente y cortés que imitaba de su padre, y que ella no podía soportar.
—Nos lo decís a nosotras —dijo—. A tu tía y a mí.
—No pueden —siguió el chico—. Con esos tacos no pueden.
La mujer respiró hondo. Miró a su hermana. Se dijo que no iba a permitir que nada ni nadie le arruinaran el día.
—Nos los sacamos, si hace falta —dijo midiendo cada palabra.
Miró al niño. Ambos se miraron desafiantes. Pero cuando volvió junto a la mujer había cambiado por completo de expresión, y otra vez parecía radiante y muy joven.
—Qué voy a hacer con este chico —murmuró con una sonrisa de comprensión maternal.
Lo cierto era que Julieta no tenía en absoluto instinto de madre. Había vivido el embarazo de Juan, y el aborto de hacía unos meses también, como si fueran cosas que no le estuvieran sucediendo a ella. Y, finalmente, después de un tiempo, había aceptado ambos sucesos como parte de su destino, como esas cosas que tienen que ocurrir a pesar de uno, y aunque uno no las comprenda.
Sólo que ella no podía admitirlo, y si le hubieran preguntado no hubiera sido capaz de confesar que en realidad nada de eso le pertenecía.
—Le sigue gustando fabricar cosas —dijo la tía.
Julieta levantó la cabeza.
—¿Qué?
—Que le sigue gustando fabricar cosas. A Juan, digo —repitió ella.
—Ah, sí. Siempre —dijo la madre.
—¿Y no pensás en mandarlo a algún taller?
—No quiere —afirmó ella—. Nunca quiere nada.
Por un momento su aspecto radiante se ensombreció como cuando pasa una nube por encima de un cielo resplandeciente de verano, exactamente igual al que tenían sobre sus cabezas ese día. Después tomo un trago de jugo.
—Ojalá todos los días fueran como éste —dijo. Sonrió mostrando una hilera perfecta de dientes muy blancos.
La mujer sonrió también, y agregó a su vaso dos hielos en forma de estrella.
Durante un rato se quedaron en silencio, mirando jugar al niño.
—No es rusa, es polaca —dijo entonces la tía.
—¿Quién? —Preguntó la mujer.
—La chica; la novia del hijo de Víctor. Me parece que dijo que era polaca.
—Ah —dijo la mujer, con una expresión que dio a entender que para ella Rusia y Polonia eran más o menos la misma cosa.
Después se levantó y miró la hora. Comprobó. Con cierto sentimiento de pesar que de inmediato se esforzó por alejar de su mente, que su marido no tardaría en llegar.
En ese momento sonó el teléfono dentro de la casa.
La mujer caminó con el paso ligero, haciendo ruido con los tacos. Desapareció por la puerta que el niño se quedó mirando con los ojos entornados y la expresión severa.
La tía arrastró su silla al sol y se levantó ligeramente el vestido para que se le broncearan los muslos.
Ahora, sin la conversación de las dos mujeres, el patio parecía un lugar vacío y silencioso. El chico seguía con la mirada fija en la puerta mientras ordenaba los aviones. Siempre, cuando se cansaba de jugar, se ponía a ordenar los aviones: era una de las cosas que más le gustaban. Pero ahora lo hacía casi sin mirar.
Cuando terminó eligió un avión verde y lo lanzó al aire. El avión describió una curva contra el cielo azul y cayó a los pies de la madre, en el momento exacto en que salía de la casa para volver al patio. Ella lo recogió y lo dejó sobre la mesa.
—¿Era Ignacio? —Preguntó la hermana.
—Sí —mintió ella. Se rozó la punta de la nariz con el dedo índice.
El chico agarró el avión y volvió a su lugar de juego. La madre se sentó en la silla de mimbre al sol. Abrió un abanico que la hermana no pudo saber de dónde había salido y se abanicó con energía.
Durante un rato estuvieron así, sin moverse, ocupando cada uno un espacio determinado en la superficie del patio mientras los hielos en forma de estrella se iban derritiendo lentamente a la sombra.
En el cielo no había un solo trazo de nube y el calor seguía cayendo constante, perpendicular al piso de baldosas ardientes.
De pronto dejó de escucharse el golpeteo del abanico. La mujer se inclinó y se pasó las manos por las piernas largas y bronceadas, de gimnasta.
Se paró.
Dio una vuelta alrededor del patio y se detuvo delante del chico. Su cuerpo proyectó una sombra alargada por encima de su cabeza. El niño, que estaba arreglando el ala del avión naranja, levantó la vista.
La madre había pensado remediar el episodio del árbol con alguna palabra amable, pero en cambio dijo:
—Tu padre está por venir en cualquier momento —su voz de registros graves le imprimió a la frase un tono amenazador.
El chico agarró su avión naranja y encajó el ala en el cuerpo ovalado. Ella quiso pedirle perdón, pero no pudo. Se agachó junto a él y le pasó una mano por el pelo. Sin esperar la reacción del chico, se incorporó y caminó hacia la sombrilla.
Desde lejos, el hijo la vio detenerse junto a la mesa, de espaldas al sol. Siguió observándola. La vio agarrar con una mano los dos vasos de colores y con la otra el bol de los hielos. La vio caminar hasta la puerta con la espalda erguida y los pies rígidos, haciendo ruido con los tacos contra las baldosas. Después, antes de que desapareciera dentro de la casa soleada, dejó de mirar.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Los que vienen: HUÉRFANOS AÚN, de Víktor Gómez

SO-126. Poesía. 2010. 96 páginas. ISBN:978-84-15019-21-3. 10 €.



Por la precisión
supe que el tiro
vino de dentro



Al psicoanalista le dije que todo lo que no sé de mí

está en las bolsas de basura
que bajamos por la noche al contenedor.

La comida caducada, las zapatillas no estrenadas,
las flores de plástico.  




Para que no

lo vieran

            tuvo que
andar              a favor
de los vientos.

Como una daga                         (por el cuello)
que hacia adentro se entrega fácil

como un insípido veneno        (por la boca)
que transparente se disuelve

sin saber supo ser                  aire
y así nos ganó para la muerte —sin matarnos
todavía—                   (como un virus)

       Así es la mentira.





(Fabricantes de juguetes)

Desde tierra, todos los aviones son juguetes.

No sabemos a dónde van
y soñamos que cada pasajero tiene un billete
y un vuelo a su medida.
Soñamos.
                     

Otros sueñan que su voto es personal e intransferible
y que cada uno escoge
libremente a sus dirigentes.
                                             Soñamos.   




Juguetes las maderas recogidas cerca del arroyo,
atadas con un cordel, como soldados prisioneros,
aquellos que no han vuelto
y son cogollos en una ribera no reconocible.

Curioso. Todos los brotes parecen del mismo árbol.
Curioso. El bosque son árboles que no dejan ver
a los curiosos. De noche, un cuerpo de viento y troncos
caídos entiende y responde. Pero todos duermen sin paz.




Epílogo

porque
también el amor

es un disparo




viktorgomez.net

domingo, 12 de septiembre de 2010

Los que llegaron: LA MUCHACHA EN EL CÍRCULO DE LA LUNA de Sia Figiel

M-28. Narrativa. 2001. 168 páginas. Traducción de Adela Ausina Bonillo. ISBN: 84-95309-38-6. 11'42 €.

La Muchacha en el Círculo de la Luna describe la vida en Samoa a través de los ojos de una niña de 10 años llamada Samoana Pili. Aunque joven, Samoana es perspicaz y pocas cosas escapan a su análisis. Nos cuenta cosas sobre la escuela, la iglesia, los amigos, la experiencia de tener una nevera o un televisor por primera vez, sobre la comida de gato, un Jesús de plástico, el día de paga, el cricket, sus amores, incesto, leyendas y muchas otras cosas. Sus observaciones ofrecen una mirada creíble sobre la sociedad Samoana. Muchas veces la ficción permite a los autores decir verdades que de otra manera serían dolorosas, Sia Fiegel dice esas verdades sin inhibiciones.


La Muchacha en el Círculo de la Luna, traducida al español por Adela Ausina Bonillo, es Samoa observada por una niña de 10 años, intercalada con leyendas y poemas polinesios y llena de frases en el original samoano. No tiene una estructura coherente ni argumento reconocible. Aunque la narradora es una niña, el lenguaje apropiadamente minimalista, y muchas de las observaciones son típicas para una niña, también contiene lenguage adulto: incesto, alcohol y violencia doméstica, niños teniendo niños, y otros desagradables aspectos de la realidad social. El hecho de que son relatados inocentemente los hace todavía más perturbadores. Este libro es la mirada coherente y franca de una niña a la conservadora sociedad en plena transición a la que pertenece.
 
Laclaire
 
 
Enlaces relacionados:
 
http://www.youtube.com/watch?v=wqlM2wljlIY
http://www.festivaldepoesiademedellin.org/pub.php/en/Revista/ultimas_ediciones/59_60/figiel.html
 



jueves, 9 de septiembre de 2010

ACANTILADOS DE HOWTH (David Pérez Vega)

Publicado por Arrecogiendobellotas


David Pérez Vega, poeta madrileño nacido en 1974, es profesor de bachillerato y secundaria. Acantilados de Howth es su primera novela.

Siempre he mantenido una teoría, de esas chusqueras de andar por casa, que puede resumirse en lo siguiente: quien domina el idioma como para ser capaz de escribir poemas con cierto decoro, puede escribir una novela con mayor facilidad que cualquier mortal. No sé mucho sobre la técnica del verso pero creo que David Pérez escribe poesía con tino y talento.

La lectura de la novela resulta ser una lectura sorprendentemente agradable. Lo de “sorprendente” es debido a la carga de prejuicio con que, por desgraciadas y continuadas experiencias, acometo las novelas de escritores vivos.

David Pérez traza una trama sin vericuetos ni enrevesamientos, con personajes de carne y hueso, casi tangibles. Incluso acierta a intercalar un pasaje que tiene momentos tragicómicos: tres cuerdos ejerciendo de oligofrénicos es una buena base para provocar una situación pintoresca, y el autor consigue trasmitir la cómica angustia de los personajes de este pasaje.

Emplea una corrección en el lenguaje que, visto el panorama, merece mencionarse. El tono narrativo bascula entre moderadamente intimista y lejanamente poético, sin ñoñerías ni poses desenfadas “Retorció el trapo de la cocina, como si le estrangulase el cuello a la realidad o al ave sucia de la mala suerte.” Y algo muy importante: pasan cosas y aparecen personajes diversos y bien perfilados. Todo ello, bien mezclado, hace de Acantilados de Howth una historia cercana y atrayente.

A mitad del libro me sorprendí intentado alargar los períodos de lectura lo más posible. La trama resulta muy atrayente. Y es que las abundantes analepsis hacen amena la narración y relajan la lectura con las idas y venidas en el tiempo. Cuando despegaba la vista del libro, me daba cuenta de que llevaba un largo rato atado a una grata narración que protagoniza un joven corriente entre gente corriente.

David Pérez nos retrata. Hace algo tan antiguo como colocarnos delante del espejo. Nos muestra una vida estructurada según los parámetros neutros que nos encajonan. Nadie busque en esta novela aventuras o vivencias espectaculares.

El hastío y el cansancio, la monotonía de la vida en pareja, con el trabajo como trasfondo, en el que realmente se emplea toda la energía no quedando fuerzas ni para hablar con quien se comparte la cama.

Ricardo, el protagonista, comienza a recordar su viaje de juventud a Irlanda y lo intercala con su vida de estudiante, con su vida de pareja, con su vida actual trabajando en una multinacional.

Con este panorama, intercalando aventuras de la adolescencia tardía, el lector comienza a preguntarse por el título de la novela. ¿Será metafórico? ¿Aparecerán realmente los acantilados? Hasta la mitad de la novela es trabajo del lector tenerlos en cuenta, aún sin haberse mencionado. Pero a partir de este punto el autor hace sentir de vez en cuando el sabor salado en los labios, el sonido de las olas chocando contra las rocas y el grito de las aves sobrevolando el mar. Durante el siguiente tramo de la novela el lector tiene ahora referencia explícita de los acantilados pero aún siguen sin aparecer. Hasta que por fin se muestran como lugar de meditación y apartamiento del protagonista durante su estancia en Irlanda.

Narrado el recuerdo desde Madrid, los acantilados de Howth se revelan como el lugar donde Ricardo, deposita el recuerdo de su juventud. Donde deposita las frustraciones y la memoria de los errores cometidos. Donde se encuentra la inevitable interrogante de lo que pudo ser.

La sentencia es clara. Cuando se es joven todas las circunstancias que rodean la vida son consideradas eventualidades. Desde la perspectiva que da la madurez se acepta lo definitivo de la vida corriente.

“Mis padres no me reprochan nada, pero a veces creo sentir en ellos una resignada pasión por estar tristes. Lo noto en la forma de pasar las hojas de un periódico o de cerrar una puerta, entonces el aire hace corriente, y el portazo se clava en mí como un reproche. Supongo que esto se pasará cuando pueda dejar por tercera vez el cuarto de mi infancia.”
 
http://arrecogiendobellotas-marlow.blogspot.com/2010/09/acantilados-de-howth-david-perez-vega.html

En el Mes de la Bibliodiversidad

El Día de la Bibliodiversidad, que llamaremos en adelante El Día B, se celebrará en distintos países el 21 de septiembre de cada año, a partir de 2010. Hemos elegido este día por motivos simbólicos: es el día de la primavera en el Hemisferio Sur. La Primavera evoca épocas templadas, variedad, contraste de colores, vigor, florecimiento, reverdecimiento, transición, amor, perfume, el anuncio de lo nuevo.
Si bien se trata de un día universal, se privilegia la posición del Sur, ya que una de las preocupaciones de la bibliodiversidad es enfrentar el sentido actual de la circulación del libro y las ideas -de Norte a Sur- e impulsar otros recorridos: de Sur a Norte, y en el Sur de manera transversal.
Llamar la atención sobre la circulación de los libros como objetos, como portadores de ideas, como bienes culturales, es la idea rectora de la acción que nos proponemos.
En Argentina, el Día de la Primavera se celebra el 21 de septiembre (con uno o dos días de anticipación a la fecha astronómica) al igual que en Chile y Bolivia. En esta misma fecha, los jóvenes argentinos festejan además el Día del Estudiante. En Perú, el 23 de septiembre se celebra el Día de la Primavera y la Juventud, en Paraguay también se celebran el Día de la Primavera y el Día de la Juventud pero el 21 de septiembre, y en México se celebra la llegada de la primavera el 21 de marzo junto al natalicio de Benito Juárez.

http://eldiab.org/

martes, 7 de septiembre de 2010

Distancias, de Pedro del Pozo


septiembre 7, 2010 · Deje un comentario 
Distancias. Poemas de los océanos zigzagueantes
Pedro del Pozo
Por Alberto García-Teresa.
En un mundo dominado por las distancias, no físicas, sino emocionales y psicológicas, la poesía de Pedro del Pozo resulta un canto necesario a la alegría y a la resistencia, a la compasión y a la ternura. Son versos que devuelven el humanismo, la fraternidad, la humildad y la honestidad a sus lectores.
El poemario desarrolla una propuesta ética, sobre el vivir, que anhela la autenticidad. Se trata de una lucha en lo existencial («agarrado a esta existencia de fragor de combate / siempre»), donde, con gran cierto elabora un discurso crítico (bien de ámbito ético o bien de forma más directa) mediante una gran altura lírica, jugando con la sugerencia, otorgándole una envoltura que vela el sentido unívoco en favor de la agudeza. De esta manera, incorpora siempre imágenes, metáforas o comparaciones que dan vuelo lírico a reflexiones expresadas de manera más directa: «nunca desidia en mis días / es un gran precepto / un acertado criterio de actuación / de salvación / cotidiana / que juguetea entre las rocas / como agua de río recién nacido-».
Así, obtiene una atmósfera muy característica a través del tono lírico conseguido.
Por otro lado, también incorpora oposiciones para describir el mundo y la vida, que se tornan paradojas, pero que reflejan su complejidad y la huida de las dicotomías maniqueístas: «calma y tempestad». Introduce a quienes vacían la vida, que son seres despersonalizados («algunos tipos», «extraños tipos») a los que se refiere mediante la tercera persona del plural, lo que antepone las diferencias entre su modelo de vida y el que el poeta propone y anhela.
Por otra parte, el amor (a su hija y sobre todo a su pareja), que brota en medio de la resistencia, supone un asidero en la angustia y el combate. El autor ensalza la comunicación (y la poesía, especialmente, como paradigma de ello, puesto que aúna la comunión humana con una mirada pura, desveladora y mágica de la realidad). Se encuentra una referencia constante a los elementos que la componen, bajo una perspectiva amplia: palabras, abrazos, besos, miradas. De esta manera, busca el encuentro que implique superar las distancias que provocan y toleran el dolor y la injusticia. En ese sentido, el volumen se divide en tres partes, con títulos muy reveladores, que agrupan poemas no muy extensos (de ocho versos de media, aproximadamente): «Átomo. Poemas de lo más íntimo», «Célula. Poemas de calma y tempestad», «Galaxia. Poemas del mundo sin espejos».
Así, el escritor muestra y ensalza la valentía de enfrentarse sin escudos ni miedos al vértigo de la vida («miedo / a la rendición y a la confusión- / pero no por ello rendición ni confusión / sino alegría-») y canta a la resistencia («rendirse es casi una evidencia- // y sin embargo resistimos / porque incluso cuando nos falta la voz / estamos preparados para el asedio-») en compañía («porque nos sabemos perdidos en el laberinto / con las armas en la mano / con los enemigos alrededor y los amigos al lado-»).
Del Pozo es consciente de la cotidianeidad del conflicto, en el que resalta su posición pacifista y humanista: «Todo es un campo de batalla / para aquellos que inexorablemente buscan el poder- // aunque el fragor de las armas nos ensordezca para siempre». El autor apela a la sencillez en esa resistencia («y a pesar de lo malo / este empeño de existencia / y la sencillez de seguir vivos»), además de manera austera: «Con delicadeza pondré el agujero / en el bolsillo / para conservar lo preciso-».
Finalmente, se debe constatar la importancia del agua en sus versos. En sus diferentes manifestaciones (mar, río, lluvia), es un aspecto clave en su poesía. Del Pozo lo utiliza como referente, como símbolo o como concepto. No es, a pesar de ello, un componente central, sino que se trata de un recurso continuo. También emplea otros elementos naturales (roca, fuego, montañas), y, de esta manera, nos remite a un entorno incontaminado, puro y primordial.
Por tanto, este volumen presenta una poesía generosa y abierta, que busca los caminos que ligan los corazones salvando las distancias que los enmudecen, a través de un conseguido tono lírico y una firme convicción ética.Distancias es un libro revelador y esperanzado, que nos demuestra la voz de un poeta a quien la rabia no ha apagado la conciencia de la vida y de sus posibilidades para paladearla.
Distancias. Poemas de los océanos zigzagueantes
Pedro del Pozo
92 páginas
Baile del Sol, 2010
ISBN: 978-84-92528-85-1

LOS DÍAS DEL MAÍZ por Ana Rodríguez Callealta



Miguel Ángel García Argüez
Baile del sol
60 pgs.
10€


Los días del maíz, de Miguel Ángel García Argüez, publicado por Baile del Sol es un poemario profundo, que toca las raíces de las grandes civilizaciones del sur de México y Guatemala, surgido, como el propio autor explica al final del libro, a partir de un viaje realizado en 2003 por la zona ya mencionada.

El poemario se abre con una introducción que simula una suerte de génesis en el que el maíz surge del corazón de la tierra despertándolo todo. Después de él los hombres ya nunca serían los mismos:

 

Los hombres no han sabido desde entonces
Sentirse en paz del todo
Pero tampoco en guerra.

La primera parte Yuk´tan, asociada indudablemente a la Península mexicana de Yucatán, se acompaña, como el resto de las partes, de una increíble ilustración de Manolo sierra. Esta primera parte del libro nos lleva a Caribe, a sus parajes exóticos envolviéndonos en un clima de magia y misterio:

 

Y por eso Caribe son los mares
Melosos del reflujo del óxido
(…)
Los fantasmas que asustan a Caribe
Son dulces y en los granos de maíz
Viven todos los dioses que ha criado Caribe.

El misterio se mezcla con la floresta de Caribe, con sus pasiones, con el origen. Nos trae un aire que se remonta a lo más primitivo del hombre:

 

Oíd cómo resuena
La lluvia al caer sobre los pechos
De las niñas preñadas.

Encontramos también una magnífica descripción de Caribe hecha hombre, parte a parte: sangre, agua, dientes, ojos.

 

Por las playas nocturnas donde corren los fantasmas
El pelo negro y largo de Caribe.

Y entramos casi sin aliento en la segunda parte del poemario, Lakantún –nombre que en palabras del autor responde a una a una comunidad prehispánica-, donde nos vemos frente a frente con Ángeles y demonios que bailan alrededor de la muerte en las oscuridades de la selva que los aguarda, en un aura que envuelve todas las vidas que no conocemos, el misterio. Ángeles en la floresta de todo lo que el hombre es incapaz de dominar y comprender, de todo lo que se escapa de sus manos:

 

Qué ángeles callados
Han pasado un momento a través de la floresta.

Ángeles de extraños lenguajes
Y de alas enormes e invisibles.

Y la muerte, y Dios, y el silencio:


Y es que la muerte ha sido siempre
El único lenguaje que no habla
Y por eso todos saben
Que detrás de cada dios hay un machete.

Y estos versos que no habrán de irse nunca de nosotros:

 

Los ángeles se limpian
Sus alas en la luna.

Por último Quiché –castellanización de la palabra K´iché que es como se conocen la cultura y la lengua mayas-, que nos lleva a Dios y a las barbaridades que el hombre ha cometido en su nombre. En este sentido y en el sentido que adquiere todo el poemario, es inevitable la mención de la Conquista de América y de los españoles como Pedro de Alvarado cuya crueldad jamás encontrará consuelo:

 

En el nombre del Padre y del Hijo
Y en el nombre del Espíritu Santo
El demonio va alargando
Su garra y repartiendo
Bendiciones en la puerta de la iglesia
A las niñas vestidas de palomas

Don Pedro de Alvarado
Con su antorcha y con su espada
Destruyendo los libros de los príncipes

Aparece también en esta última parte la figura de El Gran Predicador, que como el propio autor explica, corresponde a Efraín Ríos Montt, militar que llevó a cabo sangrientos episodios de la historia de México:

 

Su corazón es de barro
Y sus ángeles no vuelan
Y sus sacerdotes mienten
Y sus dioses son muñecos de palo

El poemario se cierra invocando a Maximón (divinidad kìchék) en unos versos que tenían, obligatoriamente, que ser citados:

 

Escucha Maxión
Mi cuerpo está encendido con la sangre de los indios
Los muertos cantan solos
Las calles piden fuego
La gente corre a gritos por mis venas.

Es un poemario muy sólido, cuya complejidad y profundidad se envuelven de una calidad literaria exquisita. Imágenes sangrientas que nos llevan a las barbaridades del hombre, que se contrastan con el esplendor de la naturaleza virgen y se mezclan con los misterios que el hombre no consigue tocar. Toca muchos de los aspectos de la gran civilización maya, ascendiendo en cada una de sus partes, lentamente, hasta llegar a la totalidad en una sensación de clímax que se escapa de todo lo que el hombre moderno, ignorante, puede llegar a conocer.