jueves, 19 de julio de 2012

Si nos encontramos de nuevo


Si nos encontramos de nuevo. Ana María Pereira. Editorial Baile del Sol. 154 pp. 12 €.

Tal vez sea posible amar a una mujer por un libro, por un poema subrayado, una película en blanco y negro, una casa, una mirada de un hombre cuando habla de ella, la forma en que su perro la espera.  
Byrne se alejó de la ventana entreabierta y se sentó en la cama. Miró en derredor sintiéndose un poco perdido. Era víspera de Navidad y había comenzado a nevar dos días antes. El árbol en Trafalgar Square, las luces en las calles, un frío áspero  que entraba por la casa; sobre la mesa de trabajo la botella de whisky y el vaso, dos libros de Iris Murdoch, The Good Apprentice y Nuns and Soldiers, un cenicero y una pitillera castaña. El ático era del tamaño de la casa, el techo era un poco bajo pero entraba mucha luz, dos ventanas daban al jardín, otras dos a la calle. En uno de los extremos estaba la cama, cubierta por el edredón azul, la mesa de noche y un armario con un espejo, en el otro una mesa de trabajo y una estantería, un viejo sofá de cuero negro donde le gustaba acostarse a leer, a fumar o a mirar el techo, algunas reproducciones de cuadros que compraba en la Tate. Una puerta de madera comunicaba con el cuarto de baño. Era uno de los espacios más agradables en los que había vivido, y había vivido en muchos, si abría una de las ventanas de la calle, los sonidos de la animación de New Row, los cafés, los restaurantes, las discotecas, los vendedores de castañas, si abría una de las otras, la vista de las traseras de los edificios y debajo el jardín cubierto de nieve, los árboles, los arbusto y la caseta al fondo. A él le gustaba el silencio de aquella casa donde no vivía nadie más, aunque a veces tuviera la impresión de sentir una presencia, la impresión era tan fuerte que lo hacía moverse en la penumbra de los pasillos, levantar los ojos del periódico mientras desayunaba en la mesa de la cocina. La cocina era una de las estancias que usaba en la planta baja, era amplia, acogedora y tenía una puerta y una ventana que daban al jardín; se veían ramas secas en el alféizar que tal vez fuesen lilas, si aún fuese primavera así sería bonito sentir el olor de las flores mezclado con el frío que entraba por la ventana abierta. 
Se levantaba siempre temprano, incluso cuando había bebido demasiado la noche anterior, era un viejo hábito de los tiempos de Oxford, salía aún adormilado a comprar los periódicos y pan fresco, preparaba café en la cocina, se sentaba a la mesa cubierta con un mantel de cuadros rojos y blancos que le hacía recordar los cuadros de Bonnard, desayunaba y hojeaba los periódicos, después daba un paseo hasta el río, buscaba un banco cuando no estaba lloviendo, una cafetería cuando lo estaba, y leía un poco. Estaba releyendo todos los libros de Iris, por un orden muy personal. Había comenzado con The Time of Angels, que ya había releído entretanto, era uno de los mas importantes, después había seguido con An Accidental Man y The Philosopher´s Pupil, dos libros relacionados entre sí. Comía algo en un pub y regresaba a casa antes de las dos de la tarde, escribía un poco sentado a la mesa de la cocina, con la ventana abierta, y después se acostaba en el sofá de la buhardilla y seguía leyendo, hasta las siete aproximadamente. Entonces salía a cenar y a tomar unas copas, se encontraba con unos amigos, volvía muy tarde. 
Byrne iba muchas veces a la National Gallery a ver los cuadros preferidos de Iris: Muerte de Acteón, Baco y Ariadna, Noli me Tangere, de Tiziano; Venús, Cupido y la Locura y el Tiempo, de Bronzino; Hendrickje Bañándose en el Río, de Rembrandt, Las Hijas del Pintor Cazando Mariposas de Thomas Gainsborough, El Bautismo de Cristo de Piero en el sótano. Y estaban Andrea del Sarto, y Turner. El domingo por la mañana iba a la Tate a ver los esbozos de Turner o a la Tate Modern para ver los Bonnard y los Mondrian; no sabía lo que pensaba sobre Mondrian. Y, de vez en cuando, iba en peregrinación a visitar el retrato de ella en la Portrait Gallery, ambos tenían nombres de mensajeros y ojos muy azules, ambos buscaban algo, tenía el presentimiento de que buscaban lo mismo, de que ella había estado muy cerca. 

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