lunes, 14 de noviembre de 2011

“El fondo de los charcos”, de Javier Hernández, por Alexis Ravelo


Alexis Ravelo


En Canarias, no solo desde las profundidades submarinas surge el azufre: la cosecha negra también prosigue arrojando materiales diversos a la superficie.Hace apenas un par de semanas se presentaba La sombra del minotauro, de Antonio Lozano y ahora, cuando está en proceso de edición Si le digo, le engaño, un noir de Carlos Álvarez, aparece en las librerías El fondo de los charcos, de Javier Hernández Velázquez.
La de Hernández es una novela populosa no solo en personajes, sino también en argumentos y en géneros. Transcurre, principalmente, en tres momentos históricos diferentes y, a cada uno de ellos corresponde una novela distinta, que se entrevera con las otras a través de un tipo de pasado oscuro y futuro incierto llamado Héctor Vázquez, a quien seguimos por una Santa Cruz de Tenerife espectral.
Por un lado, tenemos una novela negra perfectamente contemporánea, en la que hay crímenes, desapariciones misteriosas, una investigación policial y un juego de conspiraciones y verdades a medias. Por el otro, hay una novela acerca de lo que se dio en llamar la Facción Surrealista de Tenerife, la vanguardia histórica que fue una de las punta de lanza del arte y la literatura de la II República Española, aglutinada en torno a Gaceta de Arte y que fue cercenada por el Golpe de Estado de 1936. Este es, por cierto, un filón poco explorado y muy interesante, pues estos guerrilleros culturales organizaron, entre otras cosas, una muestra (creo que la primera en España) de Arte Surrealista en Tenerife en la primavera de 1935: se trajeron en un barco platanero a André y Jacqueline Breton y a Benjamin Perét y obras de Miró, Picasso, Gris, De Chirico, Dalí y muchos otros. Por supuesto, su grupo fue disuelto a patadas el 18 de julio: encarcelados, deportados, exiliados o disfrazados de falangistas de última hora, sus miembros se diseminaron por medio mundo, en el mejor de los casos, o acabaron en el fondo del mar metidos en un saco, como el más joven de ellos, Domingo López Torres, uno de cuyos versos toma prestado Hernández para dar título al libro.
Por último, pero dando cohesión a toda la novela, la historia de una familia perteneciente a la burguesía santacrucera, los Sonseca, cuyo patriarca es una especie de gozne entre los Alzados y los vanguardistas y estará involucrado en el renacimiento cultural que prefigura la postmodernidad en épocas de la Transición.
Así pues, una novela negra, una novela de los primeros días de la guerra y una novela sobre la transición. Los puntos de confluencia de estas tres historias son dos hechos delictivos que habrán de ser investigados por Héctor Vázquez: el asesinato de Víctor Sonseca, el nieto del patriarca de esa familia, y el robo de El señor de las tribulaciones, una valiosa talla que estuvo en manos de este último.
A lo largo de esa investigación, Vázquez se reencontrará con ese fantasma del pasado que fue el viejo Antonio Sonseca, pero también con otros fantasmas bastante más corpóreos, como la abogada Carla Bernal, la viuda de Víctor, o la seductora y peligrosa Cristina Weber, una escritora y ladrona de obras de arte de ascendencia irlandesa.
Javier Hernández Velázquez es autor de otras dos novelas, Factótum y La identidad fragmentada, que las vicisitudes editoriales hacen muy difíciles de conseguir hoy. Más accesible es Los días prometidos a la muerte, un volumen de relatos aparecido en 2010 que supone un buen aperitivo a El fondo de los charcos.

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