viernes, 30 de octubre de 2015

Sobre OSCURA LUCIDEZ, de Mario Pérez Antolín en el semanario La nueve musas

Portada Oscura lucidezUNA LECTURA SOBRE OSCURA LUCIDEZ, DE MARIO PÉREZ ANTOLÍN
Comienzo con un requiebro sobre el conocido verso del poema “Sagrada familia”, de Gertrude Stein. Si la Stein escribió “Rosa es una rosa es una rosa es una rosa”, para pensar sobre este libro, Oscura lucidez, de Mario Pérez Antolín podría simplemente decirse que aforismo es un aforismo es un aforismo es un aforismo.
 Ahora bien, un libro de aforismos que alcanza más de 150 páginas pareciera contradecir la intención de su autor. Me refiero a la consideración del aforismo como el reino del pensamiento que quiere ser creído y creado como aquello breve, fulgurante, preciso y justo.
 Es cierto, El libro de Mario se ordena en 6 amplios capítulos: La engañosa armonía del esteta, Fulguraciones, Lances importunos, El predominio de la sintaxis, La tensión del trémolo, Cuando la verdad llega tarde y no remedia el daño, además del capítulo final titulado Epílogo. Obviamente, entre tanto texto podemos encontrar líneas que resulten reconocibles y cercanas a nuestra particular forma de pensar, sea ésta la que sea. También, como no podría ser de otra manera, hallaremos sentencias e ideas que nos escuezan. Prologando el libro, Joan Subirats escribe: “El lector irá encontrando súbitos cambios de estilo, de formato, y también de contenido. Por tanto, habrá rincones en los que uno podrá encontrar abrigo y cruces en los que soplarán todo tipo de vientos”.

 Una lectura rápida de Oscura lucidez podría, de hecho, resultar demasiado perturbadora por la acumulación de perspectivas y opiniones en apariencia contradictorias.

Ese es el riesgo asumido a conciencia por Mario Pérez Antolín. Me refiero a la posibilidad de que la lectura de un aforismo, por su consustancial “repentismo”, impida que alcancemos la necesaria profundidad en nuestra inmersión en su seno semántico. Que leamos y pasemos de un aforismo a otro aforismo y al siguiente como quien se asoma a un escaparate de mercadería, echa un vistazo y continúa su paseo sin mirar atrás.
 Sin embargo, es precisamente en uno estos aforismos desde donde quizás su autor nos invite secretamente a “avizorar” el sentido último de su libro. En la página 50 puede encontrarse el siguiente texto:
 Lo memorable es el transcurso; eso que da igual de dónde venga o a dónde vaya, siempre que su oscilación me inquiete continuamente en una realidad duradera y extensa.
 Ese proceso, esa sucesión, el transcurso al que se refiere Mario responde, en mi opinión, a una constante, a una señal para sus lectores, indicio como los que usa la marinería para servirse de localización en la costa, de orden en su deriva para el regreso a puerto en la pesca cercana. Me refiero a su consideración de lo moral, del pensamiento y del ser moral.
 En Psicología, se dispone de un interesante modelo teórico para entender cómo se conforma el pensamiento moral. Me refiero a los trabajos orientados por Lawrence Kohlberg desde la década de los sesenta del siglo XX. En la perspectiva de la adquisición de la moralidad planteada por Kohlberg, el desarrollo del juicio moral –o crecimiento moral– se produce por la transición a través de seis etapas. La primera de esas fases implica que nuestros juicios y acciones responden a un criterio moral basándonos en el propio interés. Nuestra respuesta moral es utilitarista y egocéntrica; lo importante es seguir las reglas de acuerdo con el propio interés y necesidades, dejando a otros hacer lo mismo, en la medida que existe la obediencia y, por tanto, la expectativa de castigo recibido. En la última fase, denominada como postconvencional, la moral se fundamentaría en principios éticos universales elegidos intencionalmente. En esta etapa se reconoce la existencia de principios morales universales de los que se derivan los compromisos sociales, asumiéndose que las personas son fines en sí mismas y así deben ser reconocidas. Es decir, el valor inestimable de cada ser humano. Entremedio de la primera y la sexta fase se situarían otros escalones, aquellos que tienen que ver con la vida en sociedad y desde los que nuestros juicios y decisiones morales son elaborados teniendo en cuenta que esperamos que las otras personas valoren y actúen acorde al deber y a las leyes, porque que creemos que la norma garantiza la supervivencia y, por tanto, nos conformaríamos todos a dicho marco imparcial. Es el contrato social.
 La idea que sostiene Kolhberg es simple: la capacidad de las personas para desarrollar y mantener juicios morales y su valoración de lo que es justo hacer en una circunstancia determinada se fundamentaría en el cambio, en la evolución.
 Con todo, hay un aspecto crítico en esta teoría psicológica. De acuerdo con ella, el desarrollo de la moral postconvencional, recuerden, aquella que se basa en universales éticos, no permite la marcha atrás. Esto es, una vez alcanzado dicho nivel, la persona no sería capaz de invertir el proceso moral de su forma de pensar, de entender el mundo y a ella misma. La realidad histórica, por desgracia, presenta múltiples evidencias de lo contrario. ¿Cómo explicar la reversión moral, el cambio de valor respecto a creemos está bien o está mal y lo que seguramente todos estamos de acuerdo en considerar nuestra esencia, nuestra singularidad como persona, nuestra bondad?
 El objeto del pensamiento basado en la justicia es dar respuesta a los dilemas sociales.
 Otro psicólogo, Geörd Lind, ya comenzando este siglo XXI aporta evidencia empírica sobre la importancia que tiene la afectividad –nuestras emociones y sentimientos- en el desarrollo de los juicios morales y el ajuste de nuestro comportamiento a los mismos. De acuerdo con sus resultados de investigación, las decisiones morales están tramadas indefectiblemente con las hebras emocionales. El juicio moral resultaría de nuestra competencia afectiva. Hay así, de acuerdo con Lind, cualidades morales que se adquieren y que, también se olvidan. Los juicios morales y nuestra conducta no responde a una evolución –siempre ascendente- sino que igualmente puede producirse el movimiento de regresión.
 En el mismo poema que cité, Gertrude Stein dispone otro verso de nuevo de interés en relación con el libro de Mario. Dice de nuevo Stein: “La razón se frunce”.Buena parte de los textos de Mario lo que hacen es testimoniar y presentar sarcástica y críticamente ese movimiento de reversión del pensamiento moral. Acaso entienda que tal es el signo de los tiempos que, por desgracia, nos ha tocado vivir.
 Escribe Mario Pérez:
 Mitrovica tiene dos escuelas de rock: la del norte es para serbios, y la del sur es para albanokosovares. Cada una defiende, hasta la muerte, sus valores étnicos respectivos; ahora, eso sí, el nacionalismo intransigente no impide que en ambas, sin necesidad de acuerdo, se cante en inglés.
 Cuidado, tampoco ha de entenderse Oscura lucidez como un catecismo más o menos laico pero siempre admonitorio. Es, de hecho, todo lo contrario. Situar la lectura desde esa perspectiva contradeciría ese su motor principal que hemos denominado como el transcurso, la fluidez. Mario se vacuna, incluso, ante lo que puede denominarse como la fiebre del aforismo. Aunque el género aforístico muchas veces tiende a ser identificado como un territorio de hibridación literaria, Mario ha querido dinamitar una cómoda lectura normativa y unidireccional de su propio libro, introduciendo entre los aforismos y sin solución de continuidad textos que bien pueden ser identificados sin dificultad como microcuentos o, por supuesto, simplemente poemas. Vean si no el texto que sigue:
 Un carterista fue entrevistado por un periódico local. Reproduzco a continuación un extracto: —¿Cuándo te llevaste la mayor sorpresa? —En una ocasión, la billetera solamente contenía un papel con esta frase: «Espero que la próxima vez tengas más suerte». —¿Qué les dirías a los que sufren tus hurtos? —Me quedo con vuestras carteras y, a cambio, os perdono la vida. —¿Por qué elegiste este oficio? —Es el más cabal dentro del hampa, ni siquiera tocas a tus víctimas. —¿Hay un código deontológico? —Aunque le parezca mentira, yo no cojo las pertenencias que la gente se deja olvidadas sobre las mesas de los cafés. —¿Qué te da miedo? —Encontrar mi foto en una de esas carteras. Mi madre me abandonó cuando tenía cinco años. —¿Recuerdas tu primera vez?—Sí, con el dinero que conseguí pude comprar una cartera de piel que aún no me han quitado.
 Si a algo es fiel la escritura de Mario Pérez es a si misma. Recientemente Daniel Bellón realizó en su blog Islas en la redla siguiente entrada: “La poesía es muy escasa, los poemas muy abundantes. Tratar de encontrar poesía sólo a golpe de leer poemas me recuerda el esfuerzo del matrimonio Curie, extrayendo elementos radioactivos de toneladas de pechblenda, eso sí, con bastante menor daño para la salud: tal vez el riesgo de cierto abotargamiento del gusto o de incremento de la miopía. ¿Cómo detectamos la presencia de ese escaso elemento, de esa partícula prodigiosa que es la poesía? Pues como el uranio o el polonio que descubrió Marie Curie, la poesía también irradia, y en grandes ocasiones nos produce mutaciones, nos cambia, y casi siempre para bien. Atentos a su radiación, pues.” Mario Pérez no duda en aceptar que la poesía siempre será el origen de su escritura. Entre las pequeñas joyas que irradian poesía desde las páginas de Oscura lucidez hay una que me ha impactado:
 Al pasar la palma de mi mano
por la palma de tu mano,
se produce una fricción
que es capaz de pulimentar
las asperezas del tedio.
Ese contacto superfluo y sutil
enardece la capilaridad del deseo
hasta que el deslizamiento
queda convertido
en un tenue hormigueo
que acabará extinguiéndose
sin remedio.
Lo sutil, lo frágil de la vida y de la palabra, de la voz que sostiene a ambas; el gesto liviano y quebradizo que deja huella esencial, que paradójicamente nos brinda consciencia de lo que se es: apenas tiempo.
 En fin, no se agotan, ni mucho menos, las opciones de lectura de Oscura lucidez con lo que yo haya podido extraer de su fuente. Por suerte, Mario viene a mi rescate con otro de sus aforismos:
 Esta forma de decir, siquiera tan respetuosa como dubitativa, requiere una forma de callar incontestable.
Ernesto Suárez

Editorial Baile del Sol, 2015

miércoles, 28 de octubre de 2015

Entrevista a José Óscar López en La Galla Ciencia

José Óscar López
(Murcia, 1973)


Foto de Elena Merino.

Es autor del largo y alucinado poema épico, o road movie en verso, Vigilia del asesino (Celesta, Madrid, 2014) y del poemario Llegada a las islas (Baile del Sol, Tenerife, 2014). Como narrador es autor del libros de relatos Los monos insomnes (Chiado, Madrid, 2013).
También ha publicado Nosotros, los telépatas (plaquette en formato electrónico con dos relatos, Suburbano, Miami, 2013), y ha participado con un extenso relato, “Armas de fuego místico”, en la antología colectiva Extraño Oeste (Libros del Innombrable, Barcelona, en prensa). Sus narraciones y poemas han aparecido en revistas como La bolsa de pipas o Hache, y en websites como Los novelesLas afinidades electivas La nave de los locos. Ha colaborado como crítico y ensayista en antologías colectivas como Los Supremos. Superhéroes y cómics en el relato hispánico contemporáneo (El Cuervo, Bolivia, 2013), y en revistas como El coloquio de los perrosDeriva Quimera.


¿De qué le salva la poesía?

Del aburrimiento y del mal. Del lenguaje que no sirve al lenguaje, de la vida que no sirve a la vida.

¿Un verso para repetirse siempre?

Uno que mute a cada instante. Ahora mismo se me ocurre uno, de una canción de Sr. Chinarro, que me encanta: “Hay agua viva en el lavabo”. Bueno, uno más definitivo, espere…. Sí, estos versos de Shakespeare: “La vida es una sombra... Una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa”

¿Qué libro debe estar en todas las bibliotecas?

No me obligue usted a elegir, yo solo soy monoteísta en el amor. Al hilo de la pregunta anterior, uno mutante que comprenda y abarque todos los demás. No creo en el número uno, a partir del dos todo empieza a ser más divertido. Una de las cosas que más me fascina de las bibliotecas es la alegoría que construyen del triunfo de las voces distintas y multiplicadas, de la innumerable pluralidad. Bueno, venga, uno: El libro del desasosiego de Fernando Pessoa.

Amor, muerte, tiempo, vida…, ¿cuál es el gran tema?

El mal en la narrativa. Y en la poesía su reverso, esto es el amor. Porque la poesía debe ir al grano. Todo lo demás, parafraseando a Dante, gira en torno del amor.

¿Qué verso de otro querría haber escrito?

Muchísimos. Cuando intento escribir poesía , la prueba definitiva para dar por bueno un verso es que no parezca que lo haya escrito yo. Voy a decirle uno que se me ocurre ahora, del Conde de Villamediana: “La tierra llora pues el cielo canta”.


¿Escribir, leer o vivir?

Todo mezclado y agitado. Al final se trata de la misma borrachera.


¿Dónde están las musas?

Donde duela, tengas miedo o sientas asombro.


¿Qué no puede ser poesía?

Los propios poetas. Es de justicia (poética).


¿Cuál es el último poemario que ha leído?

La edad de merecer de Berta García Faet. Bueno, es una relectura. Un libro excepcional, mi poemario preferido en lo que va de año –o en dura pugna con el último de Julieta Valero, Que concierne.


Si todos leyéramos versos, el mundo…

Dudaría más y estaría más abierto a la conversación y a la belleza. Y al silencio y a la belleza


Tres autores para vencerlo todo.

Si digo Homero, Shakespeare o Kafka suena obvio. Le diría los autores que me quedan por leer, dicen que llega un momento en que uno prefiere releer y supongo que yo no quiero hacerme viejo. Ahora estoy en modo leerlo-todo de Don DeLillo o de Gonçalo Tavares, por ejemplo. Claro que esta es una revista de poesía y no hay nada más peligroso que recomendarle una novela a un lector de poesía, no sé por qué pasa esto pero por mi experiencia suele ser así. Vale, tres poetas: el anónimo y múltiple del Romancero, el que compone la constelación de los Siglos de Oro y Juan Ramón Jiménez.


¿Papel y lápiz, teclado o smartphone?

Soy un yonqui del cuaderno y el bolígrafo. Y cuando llega la hora de volverse loco pasando a limpio y poniendo orden, el teclado y mucho café. 


lunes, 26 de octubre de 2015

Reseña de Los restos de la derrota, de Roberto Moro en Libros y Literatura

“TODOS LOS POEMAS SIRVEN PARA ALGO.
Los restos de la derrotaQue es más de lo que puedes decir de muchas personas.
El problema es encontrar
para qué
antes de pegarles un tiro”.
Esos días en que todo cae. Como si se hubiera detenido la gravedad que todos llevamos dentro de nosotros mismos y los restos, o todo lo demás, se precipitara en bloque sobre nuestros estómagos. Esa sensación. La de la derrota. Y el sabor de la sangre entre los dientes, aunque uno no sepa muy bien si se trata de la propia o de la ajena. Esos otros días imposibles de levantar. Escritos sobre fondos en mate y pequeñas ironías colgadas justo en ese momento en que todo se precipita y lo que viene es un punto final.
Después, alguien, Roberto Moro, llega y te empieza a hablar en este pequeño libro de poesía, Los restos de la derrota, de primeros y segundos tiempos, de la importancia del factor campo, del valor de los goles como visitante y de las dichosas prórrogas de tres o más minutos. Y aunque no hable de ti, sabes perfectamente a qué se refiere. Que es más de lo que puedes decir de muchas personas que sí te conocen. Así que no, por supuesto que no vas a pegarle un tiro.
Aunque estemos aquí para perder.
Con todo, os confieso que este nunca fue un partido en igualdad de condiciones. No lo fue porque no soy una lectora habitual de poesía. Lo que más que una derrota es, ya de por sí, todo un fracaso. Pero tampoco porque a una parte de mí, irreversiblemente vencida, siempre le hubiera gustado escribir como Roberto Moro lo hace. Con esa chispa, con ese ingenio, con un milímetro de toda su poesía. Y eso a pesar de ser este su primer libro publicado. A él, o lo que queda de él – a ratos El Hombre Que-, lo podéis leer también en Planisferio (http://www.planisferio.com.mx/author/roberto/) o, incluso, en este mismo espacio de reseñas.
Mientras, en Los restos de la derrota -publicado por la editorial Baile del Sol (http://www.latiendadebailedelsol.org/277-moro-roberto-los-restos-de-la-derrota.html)-, se juntan campeones, funambulistas y dioses que ni están, ni es posible que tampoco se les espere. Y se amontonan entre sus versos, caídas, armas de fuego, vísceras y cuerpos con los que encontrarse una mañana cualquiera de camino al trabajo. Poemas que divagan sobre la muerte, propia y ajena, con un cierto toque a noir. Que sacan a pasear las historias de antihéroes y disparos. El lugar perfecto donde perder -empañado a tramos por cierto hastío, por la rutina, el devenir de los días o el desamor-, no siempre significa algo necesariamente malo. Como si la derrota no fuera ya de por sí en realidad un asunto feo y pudiera acabar de otras muchas maneras.
Por ejemplo, en un poema.
Pero también, a veces, con una sonrisa.
Allí donde los vencidos, los poetas y los lectores –no importa demasiado si se pierde o no en los penaltis–, siempre ganan.
http://www.librosyliteratura.es/los-restos-de-la-derrota.html

sábado, 24 de octubre de 2015

Reseña de El chico de la chaqueta roja, de Alena Collar en el blog Desde la ciudad sin cines

Editorial Baile del Sol. 167 páginas. 1ª edición de 2014.
Prólogo de Fernando Cana

Alena Collar (Madrid, 1960) y yo compartimos editorial,Baile del Sol. Su novela Elchico de la chaqueta rojay la mía, El hombre ajeno, aparecieron a la vez: en la Feria del Libro de Madrid de 2014. Coincidimos físicamente en una presentación conjunta de las novedades de la editorial en la librería de Lavapiés El dinosaurio todavía estaba allí, aunque no llegaba entonces a intercambiar palabra. Donde sí lo hemos hecho ha sido en las redes sociales: Alena suele estar bastante activa en facebook y yo me pasó por allí de vez en cuando. A principios de verano, Alena me preguntó si me apetecía leer su novela y yo le propuse un intercambio de libros: los dos sacamos nuestras novelas a la vez y mantenemos un blog de reseñas literarias. Seríamos honestos en las apreciaciones que hiciéramos de la novela ajena. Alena comentó hace unos meses mi libro, se puede leer AQUÍ su reseña. Ha sido en septiembre cuando yo me he acercado al suyo.

Carlos ha salido de Madrid y ha decidido pasar el final del verano en una casa que ha comprado en un pueblo. Carlos posee, además, una empresa de marketing lo suficiente próspera como para poder permitirse delegar sus funciones y dedicarse a escribir. Como escritor de éxito mediano se le califica alguna vez en la narración. En su casa de campo se dedica a escribir una novela por la que le apremia su editor. Su retiro se verá perturbado porque un chico con una chaqueta roja parece estar rondando su casa, además de una adolescente esquiva. Carlos pondrá sobre aviso de sus inquietudes a Etelvino, el comisario del pueblo, con el que trabará una pequeña amistad.
Carlos en su deambular por el pueblo o la exploración de su nueva casa se verá asaltado continuamente por los recuerdos de su infancia y adolescencia en un pueblo parecido al que ahora ha venido a vivir. Además también el lector sabrá que hace no demasiado tiempo ha sufrido una ruptura amorosa.

El chico de la chaqueta roja es una novela fuertemente metaliteraria, y no sólo porque Carlos, su protagonista principal, sea un escritor, sino porque el planteamiento narrativo de lo que el lector recibe como novela está casi siempre cuestionado desde el propio discurso novelístico. En principio el lector presupone que Carlos está escribiendo una novela sobre los pequeños sucesos que le acontecen en el pueblo al que ha ido a parar y el fluir de sus recuerdos; de forma continuada se le recuerda al lector que lo que lee se está escribiendo. Por ejemplo, leemos en la página 21: “Llegó. Pausado. Lento. Parecía tan vulgar que se acercó inmediatamente a la verja, escribe, para hablar con él.” Ya en el primer párrafo del libro nos encontramos con este acercamiento a la idea de la novela en construcción: “Podía describirlos como a los otros, dándoles adjetivos, dotarlos de acciones, suaves, lentos, indiferentes, adjetivos para volver a contar interminable e irremediablemente otra vez el círculo de los pájaros.” (pág. 13).

Uno de los juegos principales que plantea este libro es el de interpelar de continuo al lector; así, por ejemplo, leemos en la página 18: “Mientras el silencio era un escándalo para su excursión sigilosa a aquellas zonas prohibidas, y, dentro, dice, escribe otra vez, los cachivaches; y ahora usted que lee, harto ya, quisiera que los mostrara, que los definiera.” En este párrafo además de volver sobre el juego comentado anteriormente, el de la idea de remarcar que lo evocado se escribe (se escribirá en el futuro próximo, o se está escribiendo recordando la evocación del pasado que tuvo lugar hace poco) se presupone la reacción del lector ante lo contado. En muchos casos este recurso tiene una intención cómica: el narrador intuye que una larga enumeración, a lo Perec, de lo que se guarda en una buhardilla puede aburrir al lector y mediante ese tipo de apreciaciones se busca su empatía.
De forma similar en la novela aparecen expresiones hechas o relaciones causales que pueden resultar manidas, y el narrador comenta, de forma chocarrera, que eso es un tópico o un cliché. En la página 123 podemos leer: “Y salió deprisa y corriendo. Topicazo, pero es que es verdad.”

Sigue la novela en construcción entre las páginas 20 y 21: “Narrativamente hablando, escribe, se puede condescender, porque si no malamente el lector se va a enterar de nada, piensa, además, y entonces a ver cómo avanza el relato.
Suponiendo que un relato tenga que avanzar, pero bueno. Añade.
O sea que, condescendiendo sobre eso tan coñazo del argumento, escribe, podemos decir que al chico de la chaqueta roja lo vio merodeando el domingo por la tarde –pensó- justo antes de pegarse la ducha y ponerse a escribir.”

Quizás también una intención humorística tenga el empleo de palabras coloquiales anticuadas, que evocan la casa familiar del narrador: cachivaches, zurriburri, pejigueras, Perogrullo, zamacuco…

Además de tener presente al lector, el narrador tiene presente al editor (ese ser que odia las digresiones narrativas, y así, cuando aparece una, el narrador nos adelanta que posiblemente ese párrafo vaya a disgustarle y puede que haya que eliminarlo de la novela final); además de tener presente al crítico: “Acaban el café –escribe- en esta atmósfera que ha ido sumergiendo al lector en una sensación de melancolía. Frase a frase. El crítico se referirá a la lluvia, la resaca, las palabras de ambos, escribe: un análisis pormenorizado de la semántica narrativa.” (pág. 164)

Se cita aquí también a Miguel de Unamuno y sus experimentos narrativos, con personajes que se salen de la novela y acuden a conversar con el autor.

Y dejando aparte los juegos metaliterarios ¿de qué trata esta novela? Quizás nos ayude a saberlo este párrafo de la página 138, que recoge una conversación entre Etelvino y un personaje llamado Pablo, que también escribe una novela: “¿Pasarán cosas?, ¿habrá personajes, no?... ¿Los llaman así, no?... Sí, bueno, claro que hay personajes y pasan cosas, aunque la mayoría sin importancia; es una novela dentro de una novela. Eso no lo entiendo, perdone. Ya, si ya, verá, he escrito una novela sobre un escritor, he querido ver cómo lo hace, imitar maneras de escribir, a ver, para entendernos, en mi novela esto de charlar aquí usted y yo, es diálogo costumbrista y manera para que nos conozca el lector, para que sepa cómo pensamos. Ya. Lo mira Etelvino y se muerde la lengua –pues vaya rollo, piensa, escribe-. Bueno, añade tímido, habrá gente a quien eso le interese, claro. Sí, dice Pablo llegando a un acuerdo tácito de no discutir, habrá gente que igual sí.”

Quizás en este párrafo se encuentre la esencia de la novela de Alena Collar, un novela en la que la autora arriesga, sin duda –y esto es de agradecer-, una novela que continuamente se replantea a sí misma, que nos acercará a algunos de los fantasmas del pasado de Carlos o del Etelvino, con simpatía, con diferentes enfoques; pero, por otra parte, pobre en acontecimientos narrativos que hagan avanzar la trama (que existe, aunque se demore en ser planteada). Durante la primera parte tenía la impresión de que el leitmotiv narrativo (la presencia de un chico con una chaqueta roja que merodea la casa de Carlos) no tenía demasiada fuerza, y a la mera evocación de los recuerdos de infancia del narrador le faltaba tensión narrativa. La verdadera fuerza de la novela recaía en los continuos juegos que hacían que la escritura se replantease a sí misma, lo que es original y valioso en cuando a asunción de riesgos, como dije, pero que tal vez conduzca a que resulten a veces un tanto repetitivos los efectos: es decir, se reitera, por ejemplo, más de una vez la broma de que la frase empleada para describir algo o a alguien es un tópico. Se busca así la complicidad con el lector, pero tal vez el planteamiento debería ser el de huir de esos tópicos y crear una narración potente que envuelva al lector y le lleve de sensaciones sin caer en los tópicos, sin cuestionamientos sobre su propia verdad: la novela es potente y ésta es su verdad.


Me ha resultado curiosa la lectura de El chico de la chaqueta roja, una novela que juega a romper los moldes de la escritura desde el propio planteamiento narrativo de los moldes. Una historia sencilla en su sustrato novelístico (a veces incluso inocente), en su juego creativo de personajes, pero cuya fuerza reside en la distancia irónica desde la que se acerca al material empleado. Un libro sencillo y a la vez original.

jueves, 22 de octubre de 2015

Reseña de Cambios de última hora, de Elena Alonso Frayle en Libros Prohibidos

Elena Alonso Frayle: Cambios de última hora

Año: 2015
Editorial: Baile del Sol
Género: Cuentos
Valoración: Muy recomendable
Volvemos a la carga con otra de las novedades de Baile del Sol, una de las editoriales más activas del panorama independiente. Se trata de Cambios de última hora, antología de cuentos de la autora Elena Alonso Frayle. Y no, no nos hemos vuelto locos por los libros de cuentos, solo es que han coincidido unos cuantos (y los que quedan…).
El nexo temático que une estos cuentos es el haber resultado ganadores de algún premio especializado o, al menos, haber entrado en la fase final de los mismos. Y los hay de gran prestigio: Ignacio AldecoaFernández LermaMiguel de UnamunoJuan RulfoVargas Llosa… Esta muestra de poderío puede dar una idea de la calidad que se encuentra entre las páginas de este recopilatorio.
Elena Alonso Frayle destapa el tarro de las esencias y comienza a especular, desde la primera línea, con lo que fue, lo que pudo haber sido y lo que jamás será. Y lo hace de forma pausada, tomándose su tiempo, dejando que el lector aterrice en el cuento, se acomode, y lo abandone como si nada. Ahí está la mayor cualidad exhibida en los relatos de Cambios de última hora: captar con gran naturalidad la esencia de un instante en historias mucho más extensas, para luego dejarlas ir.
El lenguaje desplegado es de una belleza y una precisión sobrecogedoras. La autora es capaz de centrar la atención del lector en el cómo más que en el qué, dando una poderosa sensación de pertenencia al relato, de presencia. Es muy fácil conectar con la narración y dejarse llevar hasta al punto donde pretende la historia. Sin duda, este libro lo disfrutarán aquellos que leen por el simple placer de paladear palabras.
Y si bien, como ya comentamos, el punto en común de los cuentos es haber sido finalistas o premiados en algún certamen, yo me atrevo a decir que esto no es del todo exacto. Cada uno de los relatos comparte el mismo aire a pasado, a manojo de páginas de un diario olvidado, a caja de zapatos llena de fotos y recuerdos, a niñez, a los cambios inesperados (de última hora) que sufren los niños para hacerse adultos y que borran de un plumazo lo que había sido todo su mundo hasta entonces.
Podría empezar a desgranar los diez relatos uno por uno (de hecho, me encantaría), pero voy a dejarlo en este punto para que ustedes, lectores, disfruten este delicioso Cambios de última hora que con tanto gusto les recomiendo.

martes, 20 de octubre de 2015

Reseña de PISADAS EN LA NIEVE SUCIA de Ismael Cabezas en El coloquio de los perros

ISMAEL CABEZAS. PISADAS EN LA NIEVE SUCIA
(Baile del Sol, Tenerife, 2015)
por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES
Cuando leí por primera vez el título de este poemario me vino inevitablemente a la cabeza una de las imágenes que más han ilustrado el fracaso literario y vital: la fotografía de Robert Walser muerto en la nieve, un cadáver al que se acercan unas huellas muy marcadas, no sé si suyas o de otro, pero que parecen hechas para decir “esto fui, un paseante hasta el final, pero derrotado”. Veintitrés años de internamiento en un psiquiátrico y abandono editorial terminaron con unas pisadas en la nieve.
Ismael Cabezas (La Línea, 1969) escribe un libro sobre la mirada, sobre ser testigo, costumbrista a veces, narrativo en ocasiones y creo que en su concepción, realista en los retratos que se convierten en autorretratos. Duro, de verso limpio, claro y crítico. La elección del punto de partida, los otros dañados por su trayecto vital, por el abandono o la enfermedad, los derrotados («gente a la que le presto mi palabra»), son en materia de arte la elección personal del autor («Ahora pertenezco a los excluidos, / a los que escupen a la cara / y en cambio nada tienen que decir») que vuelve todo eso sobre sí mismo para darnos un panóptico que le ilumina a él antes incluso de iluminarnos a nosotros, que también. Dice en Poética:

sino de un simple y ligero ejercicio 
de la mirada, de observar a fin de cuentas 
todo eso que a veces, 
como las lágrimas o la sangre, 
hemos acordado en llamar vida.

No hay arte sin ideología, y no pierde un solo verso Ismael Cabezas en enunciarlo desde la cita inicial de Miguel Tomás-Valiente: «En toda mirada hay ideología; la hay en la selección de lo mirado, como también la hay en la elección de mirar hacia otro lado».
Los grandes del retrato moderno, y me acuerdo de Giacometti, o Freud (al que nombra en el título de un poema), nunca veían al retratado sino como la forma que le servía para crear el escenario de su enfrentamiento con la realidad. Y eso se vuelve sobre uno mismo como un autorretrato. El recorrido del poemario nos lleva, en veintiséis poemas, por ese camino de lo observado hacia el interior, como buscar nuestro reflejo en el afuera. Lo que veo, con lo que me identifico, lo que me marca, lo que recuerdo, lo que soy. El libro se convierte de manera brillante en esa trayectoria elegida llena de marcas que nos llevan desde el asombro y denuncia de lo externo al interior marcado por la memoria, de la búsqueda del otro a las huellas familiares y personales: «recuerdo ahora todo eso, / y que entonces estaba todo por decir». Cabezas utiliza sus referencias culturales para mostrar ese peso del autorretrato en el libro, esas ganas de unir el yo poético con el real, la ligazón entre arte y vida. La música, las lecturas, la ropa y el entorno cotidiano, identifican al autor con su generación de la misma manera que su mirada. Son otras marcas en el camino, otras huellas (‘Autorretrato a los cuarenta’).
«No hay melancolía, sino rabia. Y más escepticismo que tristeza», son las palabras con las que Juan José Téllez inicia el prólogo ‘La mirada de frente’Las anécdotas, dejadme que las llame así, que pueden aparecer en los poemas marcan un fragmento tan solo de una realidad, una realidad que tiene un antes y un después que solo somos capaces de imaginar, pero que queda pegada en el álbum donde se juntan todas las que vamos viendo por los barrios, las oficinas, tiendas o calles, o la casa propia; y el álbum al final somos nosotros. Algo así me pareció siempre la gran virtud de Ignacio Aldecoa en sus cuentos más breves, y algo así consigue Ismael Cabezas al transmitirnos una situación generalizada y generacional por la elección y síntesis de su álbum. Ya nos gustaría que la crítica en poesía funcionara y que fueran los poemas capaces de mover a la acción como lo han conseguido algunas fotografías, pero esto queda fuera de nuestro alcance y del suyo.
Tal vez la nieve que rodeaba a Walser fuera limpia, pero sigo pensando que le vendría bien esa metáfora del título de Ismael Cabezas. La nieve es sucia porque la vida que les toca a los personajes del libro lo es, lo que atraviesan no es un paisaje hermoso. No hay atisbo de esperanza: «Springsteen decía algo sobre los perdedores, / y sobre que ellos son el motor que mueve el mundo, / puede que sea así, yo no lo sé, yo sé muy pocas cosas». La identidad de la huella acaba por no importar, no importa la pisada en una nieve blanca o sucia, porque lo único que dejamos la mayoría son rastros que borrará la próxima nevada.