domingo, 8 de abril de 2018

Entrevista a Alberto García-Teresa en Vallecasweb

"Hay que denunciar a quien se aprovecha del trabajo ajeno"

Publicado en Ocio y Cultura

ENTREVISTA “URGENTE” CON EL POETA VALLECANO ALBERTO GARCÍA-TERESA

Luis Miguel Morales | Vallecasweb
Alberto García-Teresa no solo es un poeta de Vallecas, que ya es bastante, es un faro en este contaminado océano de la cultura. En su Facebook se presenta como Doctor en Filología Hispánica, crítico, poeta y microrrelatista, y en la entrevista “urgente” que le hacemos para Vallecasweb nos emite, con concisión y energía, catorce destellos para que conozcamos su manera de pensar y actuar. Nos hace falta gente así en la cultura del barrio. Es imprescindible.

No os podéis perder el recital que el día 17 de abril, a las 19:30, Alberto García-Teresa nos ofrecerá en la Librería Muga, Avenida de Pablo Neruda nº 89. Y si queréis conocerle más, pasaos por su web albertogarciateresa.com. De momento, os dejo con sus ráfagas de luz.

— ¿Poesía o microrrelato?
— Mirada poética.

— ¿Publicar por encima de todo o escribir?
— Recitar.

— ¿Poesía en la calle o de salón?
— En la calle, en los parques, en el metro; en todo lugar donde pueda encontrarse con la gente.

— ¿Lector o escritor?
— Lector.

— ¿Poesía como arma cargada de versos o como flor en la solapa?
— Poesía como herramienta para empujar y acompañar un cambio radical de sociedad.

— ¿Novela o ensayo?
— Poesía.

— ¿Pagar por publicar o publicar sin pagar?
— Denunciar a quien se aprovecha del trabajo ajeno, a todos los niveles; también en la autoedición encubierta y las empresas “de servicios editoriales”.

— ¿Poesía joven o poesía sin apellidos?
— Poesía disidente, de cualquier edad, de cualquier época.

— ¿Escritor o crítico?
— Lector atento.

— ¿Poesía en la red o en papel?
— Poesía, siempre poesía, en cualquier formato y en cualquier voz.

— ¿Poesía o barbarie?
— Socialismo.

— ¿Editor o escritor? ¿Editor y escritor?
— Poeta que quiere compartir poemarios que le apasionan.

— ¿Cultura con o sin subvención pública?
— Cultura antiautoritaria y de contrapoder.

— ¿Escribir o/y vivir?
— Seguir aspirando a vivir con dignidad.

Para terminar, disfrutad de su poesía:

Un economista
por Alberto García-Teresa

Un economista no sabe qué hacer con un arco iris.
No entiende el aleteo de una abeja,
por qué trinan escandalosamente las gaviotas,
qué guarda una camada en su madriguera.

Se inquieta ante un caracol que,
sobre una brizna empapada de rocío,
indiferente se despereza.

Ante el murmullo chispeante de un río,
ante un eclipse inundado de estrellas,
ante tu sonrisa o una mano abierta,
agita desconcertado su cabeza.

Un economista no escucha la memoria
ni atiende al compás de los latidos.

No sabe buscar tanteando en silencio la belleza
en toda palpitación dichosamente tendida
a la luz, al viento, a la alegría.

Un economista aún busca con vehemencia
con qué moneda comprar la vida.

(*) En la imagen que abre esta información, Alberto García-Teresa recitará sus poemas en la Librería Muga el 17 de abril a partir de las 19:30 horas. (© Foto: AGT / Vallecasweb.com)

viernes, 6 de abril de 2018

​​Entrevista con Jorge Majfud en la revista La Guardarraya

​​
Entrevista con Jorge Majfud (*)


Por Gisela Galimi, periodista argentina 

 

Su padre era carpintero. A veces, cuando no le podían pagar, canjeaba libros por muebles. Y Jorge Majfud niño los leía en su Tacuarembó natal sin más objetivo que esa fascinación vertiginosa que seguir a los personajes. Mientras esta ficción, su vida tuvo también otras historias: las cercanas a la dictadura en esa década de los 70 uruguaya, en la que el Cono Sur se pobló de desaparecidos y muerte. La historia real tocó su vida de niño y hoy pega fuerte en memoria. De esa época recuerda una rara conciencia de la dictadura omnipresente. Su abuelo materno fue prisionero. Alguno de sus tíos paternos formaba parte del ejército. En el medio de relato, una tía se pegó un tiro cuando le dijeron que habían “capado” a su marido. Pura ficción. El hombre pasó por la tortura, pero a su esposa le mostraron un órgano de animal para certificarle un hecho que no fue.
“Como resultado de esta historia no me convertí en un asesino, pero sí en un escritor”, afirma Jorge y quizás por esta mezcla de ficción literaria y realidad ficcionada que fue su infancia, es importante para él que sus personajes no sólo tengan sentimientos sino también ideas, tal como decía Sábato.
Para llegar a este oficio de escritor de novelas y ensayos su talento lo ha llevado por la vida. Estudió arquitectura porque, a pesar de una crónica negligencia en sus estudios de secundaria, unía su facilidad por las matemáticas y su gusto por el arte heredado de la madre escultora. Y pensó que le daría tiempo para escribir. Rápidamente sus novelas hablaron por él en el mundo, hasta que de Estados Unidos lo invitaron a trabajar allí. Hoy catedrático en el país del norte encuentra en la burbuja académica tiempo para investigar y escribir, pero sigue conectado con su nacionalidad, que entiende es mucho más que su domicilio.
De sus personajes a veces dicen que piensan demasiado. Pero él asegura que los deja fluir por su inconsciente hasta que incluso lleguen a interpelarlos con ideas opuestas a las suyas. Así fluyó también este reportaje. Una charla amable con un hombre que siente porque piensa.
“Por vocación, por mis intereses más profundos, por la importancia que le otorgo, me definiría como novelista. Todo lo demás está incluido en ese espacio donde la ficción total es la única capaz de explorar lo más real del ser humano”.
LG: Arquitecto, novelista, ensayista, investigador, catedrático, viajero, uruguayo, extranjero, ser político, pensador, hombre… ¿Cuál de estas palabras define más a Jorge Majfud?
JM: Primero, hombre, en su sentido zoológico y metafísico, en su relación del yo con las emociones más profundas, como el amor, el odio, la envidia, la simpatía, la culpa, la ira, y con las ideas más inquietantes, como la justicia, el más allá, Dios, la Nada, etc. Por vocación, por mis intereses más profundos, por la importancia que le otorgo, me definiría como novelista. Todo lo demás está incluido en ese espacio donde la ficción total es la única capaz de explorar lo más real del ser humano. Una novela no es un ensayo, pero los personajes no son animales puramente emocionales. También tienen ideas, como pueden tenerlo el narrador y el mismo autor. ¿Investigador, catedrático? Bueno, esas son obligaciones de la profesión y placeres adicionales, como ser viajero. Uruguayo no por haber nacido en ese país ni por tener una cédula de identidad, un pasaporte y esas cosas, sino por haber vivido allí la etapa más importante de la vida de cualquier persona, la infancia, la adolescencia. Extranjero, sí, como todos. Uno suele ser extranjero también en su propia tierra, aunque serlo en tierras nuevas siempre es una experiencia crítica, incómoda, removedora. Por una de esas tiranías ideoléxicas, iba a decir “tierras ajenas”, pero no creo que un país tenga dueños. Esas son pelotudeces nacionalistas, tan de modas hoy en día. En el extranjero uno aprende más de uno mismo y de la propia tierra que en lo que se llama lapatria, palabra tan llena de contenidos contradictorios y tan manipulada por los instintos más bajos del poder. ¿Ser político? A ver… En su sentido más profundo, todos lo somos, lo cual tiene poco de las miserias de las políticas partidarias. La gran política es algo tan relevante y las opiniones políticas tan superficiales…
LG: ¿A qué te refieres con eso de “la gran política”?
JM: La gran política es esa que no deja a nadie fuera, aunque quiera. Es, según lo entiendo yo, la relación histórica, dialéctica, conflictiva, entre dos fuerzas eternamente opuestas: el poder y el sentido de justicia, el tomar lo que se puede y el renunciar, por una conciencia superior, a lo que se podría.

LG: Te describís como una persona pudorosa en tu vida personal pero sin pudores a la hora de escribir. Venir de una formación como las Bellas Artes y la Arquitectura que trabajan con la imagen y el espacio ¿crees que facilita ese camino hacia el ser directo y descarnado con las palabras? ¿Con qué otras actividades intertextualizan tus textos?
JM: Crecí en una casa llena de dibujos y de esculturas de mi madre. Por las noches de verano, cuando uno se levantaba a tomar agua, aquellos hombres, mujeres y caballos que poblaban las sombras y las luces de la calle, parecían vivos. No creo que la arquitectura haya jugado algún rol en mis novelas. El proceso de creación es más o menos el mismo en distintas artes, pero para mí la arquitectura fue más bien una forma de dedicarme a algo práctico que me dejase tiempo libre para escribir y para viajar. Esas cosas tan improductivas, ¿no? Diría que recibirme de arquitecto fue un accidente, como trabajar de profesor de matemáticas o haciendo cálculos de estructura fue una necesidad de sobrevivencia.  La arquitectura no está más presente en mis novelas que mis trabajos previos como repartidor de farmacia o como ordeñador de vacas en la granja de mi abuelo, cada mañana a las seis en verano o cuando el pasto crujía con la escarcha. La arquitectura es un arte y una profesión noble, pero también lo es la carpintería, por nombrar sólo una, la profesión de mi padre. Pero la sociedad otorga al profesional universitario un prestigio exagerado, me parece, y hasta discriminatorio. Yo me recibí muy joven de arquitecto porque, aunque dedicaba más tiempo a escribir ficción, las matemáticas y la historia me resultaron bastante fáciles. Pero detestaba cuando me decían “buen día, arquitecto” y, por ejemplo, se dirigían mi hermano y le decían “buen día, Alexis”. Son tonterías jerárquicas que hasta la gente más noble y razonable reproduce. Una vez en Pensilvania la secretaria de la universidad en la que había comenzado a trabajar se me presentó en mi oficina para rogarme la disculpase por haberme llamado “míster” sin saber que era “doctor”. Te imaginás la respuesta. Pero así es como funciona el mundo: es una ficción que no sabe que es ficción. Por eso, lo que llamamos ficción es una aproximación mucho más honesta que cualquier otra narrativa, como las políticas, por ejemplo.

LG: En esta dicotomía que marcas entre tu vida personal y tu literatura ¿cómo se resuelve? ¿En qué puntos conversan el hombre y el escritor?
JM: No hay forma posible de separar uno y el otro en sus niveles más profundos. Obviamente que, como cualquiera sabe, autor, narrador y personajes son tres categorías diferentes. Eso es uy simple de entender. Como autor soy un individuo con determinados valores morales, pero como narrador no puedo limitarme a ningún puritanismo. Mis personajes, como el de muchos otros escritores, suelen pasar por situaciones extremas y reaccionar, en algunos casos, como santos o como criminales, y yo no soy ni una cosa ni la otra. Ahí está el valor de la literatura como instrumento de exploración de la condición más profunda del ser humano. Nadie es moralmente responsable de sus sueños, pero los sueños son una ficción de profundo significado, aunque hoy en día parece que la gente ya no sueña, y sin sueños, por terrible que sean o por eso mismo, somos menos humanos.

LG: Aunque la forma de escribir sea sin tapujos la selección de los temas de tus novelas está atravesada por el valor de la denuncia, algo importante para los que crecimos en los 80 en el silencio de la dictadura del Cono sur. ¿Cómo nació esa necesidad? ¿Cómo se alimenta?
JM: Esta misma pregunta me la acaban de hacer en la Freie Universitat de Berlin. La respuesta es la misma: nunca me propongo un plan de escritura. Eso es más para la investigación académica, la que pertenece a un mundo radicalmente diferente. Por eso, para ser un gran escritor no importa si uno es un académico como Umberto Eco o Vargas Llosa o un autodidacta como Onetti. No tiene la más mínima relevancia, porque son mundos totalmente diferentes y con diferentes leyes. Excepto en una investigación, no me trazo ningún plan, ni siquiera cuando escribo ensayos, que supuestamente pertenecen a una esfera más racional, consciente. En un ensayo uno debe aportar argumentos, una línea más racional, pero, aun así, al menos en mi caso, surgen de la pasión del momento. Tal vez no sea casualidad que mi primer libro de ensayos de 1998, escrito en África, se titule Critica de la pasión pura.
LG: Pero en la novela…
JM: En el caso de la novela, la condición es aún más radical. Si por algún momento sospecho que estoy “fabricando” personajes o situaciones, simplemente elimino todo lo escrito. Claro que hay fórmulas para escribir una novela exitosa, un best seller, pero no es eso lo que me interesa. Afortunadamente no vivo de mis libros y no necesito vender para seguir escribiendo. Por regla general, dono los royalties y los honorarios de mis conferencias. Así que me mantengo libre de esas circunstancias y apremios que acosan a otros colegas. Tal vez no sepa hacerlo de otra forma. Desde siempre he dejado que las situaciones y los personajes sean libres y yo, como autor, siempre me he limitado a seguirlos, a convivir con ellos. Hace dos o tres días, en Alemania, un estudiante me preguntó cómo se hace eso. La verdad es que no lo sé exactamente, pero es un ejercicio mental: uno sabe cómo mirar hacia el lado racional y cómo mirar hacia el lado opuesto. Una vez que uno se pone en esta actitud mental, debe mantenerse por un determinado tiempo hasta que las cosas comienzan a ocurrir, a veces de una forma frenética que hace imposible que los dedos sobre el teclado o la mano sobre un cuaderno respondan a la misma velocidad. Pero es mi mayor placer y es una suerte de pavor al mismo tiempo. Todo lo demás, como publicar o vender, como que escriban bien de tus libros, te critiquen o te insulten por ahí, son meros ad hocs, circunstancias irrelevantes de la vida a los que uno se acostumbra a no tomar en serio. Por el contrario, debe entender que hay otras vidas y otros sueños luchando por sobrevivir. Por eso, el valor y la actitud de lo que llamas “denuncia” se dan en los ensayos, no en las novelas. Una novela simplemente convive y expone algunos problemas, los más universales, aquellos que trascienden las circunstancias, las contingencias del momento. En mi caso, el drama social y político de esas dictaduras que viví directamente como niño, probablemente han desarrollado una sensibilidad sobre ciertos temas recurrentes en mis novelas, como la violencia moral, la recurrencia a la fuga, etcétera, pero no se trata de denunciar algo de forma consciente.

LG: Esta temática atraviesa también tus ensayos y columnas de opinión, pero de un modo muy multifacético. ¿Desde qué fuentes observás la realidad para nutriste como pensador moderno?
JM: Las fuentes son múltiples y van desde la memoria, dese la interacción personal con conocidos y desconocidos, hasta los documentos históricos, pasando, inevitablemente, porque esa es la omnipresente realidad contemporánea, por los medios de información. Prefiero los tres primeros.  

LG: Esta es una revista esencialmente de poesía. ¿Cuál es su relación con ese género?
JM: Tradicionalmente, creo que, en su aspecto más superficial, la poesía se identifica con un formato, como lo es la escritura en verso y estrofa, con o sin rima. A lo largo de miles de años de historia, arte y poesía eran cosas muy diferentes. Arte era una forma de hacer regida por reglas estrictas que el aprendiz debía aprender, dominar y reproducir. De ahí viene eso de una “obra maestra”. La poesía, en cambio, era cosa de locos, de locos visionarios, es decir, era el reino de la creación. Recién en la Era moderna el arte se rindió a los principios de la poesía y consideró que la creación, es decir, lo nuevo, no era una maldición demoníaca sino una virtud el espíritu humano, una condición necesaria y exclusiva de valor estético. Desde entonces, la locura del poeta se convirtió en la verdad sublime del artista, del escritor, como intermediario entre la naturaleza más profunda del ser humano y su natural mediocridad. Para mí, la poesía es una forma de ver y sentir el mundo. El formato nos advierte, como lectores, que debemos considerar especialmente la palabra y la sensibilidad del autor en un sentido especial, diferente al común. Es un código, una complicidad totalmente válida. Ahora, yo creo que la poesía no termina ahí, en la forma. Se proyecta como forma de ver el mundo en la prosa, en las artes plásticas, en el cine, en la vida misma. Por eso, un texto en verso puede ser una simple cursilería mientras una prosa puede estar cargada de poesía.

(*) Publicado originalmente en la revista barcelonesa, La Guardarraya de febrero de 2018.
​ 
https://issuu.com/laguardarrayarevistaliteraria/docs/laguardarrayafeb2018


miércoles, 4 de abril de 2018

Reseña de ARQUITECTURA SECRETA DE LAS RUINAS de Miguel A. Zapata en Canal Libros de La Opinión de Málaga

Zapata: La gota que explica el mar

19 MARZO, 2018
JUAN GAITÁN
Una gota es suficiente para explicar el mar. El océano entero cabe en ella, en su composición, en su estructura, en sus cualidades. Si la miras con la suficiente atención, hasta oleaje tiene. Todo se puede explicar, pues, a partir de su fragmento más pequeño, a partir de esa célula indivisible, esa partícula mínima en que la parte sigue siendo el todo.
El escritor Miguel A. Zapata.
El escritor Miguel A. Zapata.
Veamos, así, el mundo. El mundo, ya lo sabíamos por Macondo, por Santa María, por Yoknapatawpha, se puede contar y hasta explicar desde una pequeña ciudad, desde una aldea. Y también, como hace ahora Miguel A. Zapata (Granada, 1974), desde un edificio de cuatro plantas en una calle anodina de una ciudad indeterminada. Y hacerlo con la solvencia del que sabe que lo micro es la esencia de lo macro.
Durante la lectura de Arquitectura secreta de las ruinas, su segunda novela, recordé varias veces el clásico de Vélez de Guevara, El Diablo Cojuelo, aquel demonio que, liberado por un estudiante de la redoma donde le habían encerrado, levanta los tejados de los edificios para que su libertador pueda contemplar a sus habitantes en la mayor intimidad, tal como son, con todos sus vicios y cualidades. De alguna forma, Zapata nos lleva por ese camino, pero desde una perspectiva más audaz. En vez de enseñarnos la vida íntima alzando los tejados mágicamente, nos muestra el edificio en su corrupción, en su desmoronamiento. Y convierte el edificio, así, en trasunto de un mundo que también se desmorona, en sinécdoque perfecta del momento histórico que nos toca vivir, este fin de una era que da sus últimas boqueadas. No tiene dudas en esto el autor, cuando, ya en la página 10, señala: «desmoronarse es el destino de todo». Como ya hemos establecido, un edificio es un mundo y una grieta en un edificio es una grieta en el mundo. Y esa grieta se extenderá a quienes lo habitan, a la pareja sin hijos y sin futuro que oye llorar un niño por las noches, al argentino que ejerce de tal como modo de ser aceptado, al suicida, a la vieja cotilla, al pretencioso presidente de la comunidad…
Pero no todo es tan directo en la literatura de Miguel A. Zapata. A medida que avanza en la lectura uno acaba pensando si la grieta afectó a las vidas o no es más que una materialización de las grietas que las vidas ya tenían, si el edificio se derrumba porque se derrumban las vidas que lo habitan, sobre un universo de secretos que van saliendo a la luz a medida que se van abriendo grietas, a medida que el exterior invade el interior.
Y todo eso lo cuenta Zapata con una firmeza, con una solidez narrativa, que contrasta con la fragilidad de sus protagonistas, de esos personajes y ese edificio que se resquebrajan, que se rompen, que se desmoronan. Miguel A. Zapata, con un lenguaje brillante y preciso, el mismo que hemos disfrutado y admirado en sus cuentos y en sus microrrelatos, nos envuelve en una atmósfera de la que sabemos, desde el principio, que no hay salida, que al final están las ruinas, que estamos, como todo el mundo, como todo en el mundo, en manos de «las fuerzas que separan las cosas».

martes, 3 de abril de 2018

Reseña de ESCALINATA de Sebas Puente Letamendi en LIBRÚJULA

EL DON VERBAL EN VERSO SENCILLO
Escalinata de Sebas Puente Letamendi

Texto: ENRIQUE VILLAGRASA


La metáfora en poesía es como el vino, si este es bueno realza los sabores de la comida, pero si es malo malogra el guiso. Esto es Escalinata (Baile del Sol), tercer poemario de Sebas Puente Letamendi (Zaragoza, 1979), un libro sencillo, breve, nada grandilocuente, sin tópicos que valgan y sí, con algo de misterio, que hace que el poema salga favorecido con ese lenguaje metafórico; pues de la cotidianeidad obtiene poesía: o sea, es capaz de dotar de lirismo a aquello que nos rodea. Elevando a la categoría de poesía todo lo que escribe, “en lo más alto de la escalinata”, que recuerda esa escala de Jacob (y su ara coeli), por la que subían y bajaban los ángeles, el poeta lo sabe. Aunque en este caso, el autor tiene más duende que ángel: “atentos al murmullo/ de otro poema que llega.” Y no olvidamos la escalera Potemkin, de 192 escalones, en la ciudad de Odesa (Ucrania), famosa por ser una de las más brillantes escenas del cine universal, de la película muda de 1925 El acorazado Potemkin, del cineasta soviético Serguéi M. Eisenstein: “el momento en que ofrecer/ una última mirada culpable al horizonte.”
Puente Letamendi demuestra en estos poemas, cual fotogramas, que la poesía es capaz de expresar la realidad en la que está, con lenguaje llano y trascenderla, sin necesidad de palabras como alma, cuerpo, espíritu, luz, vida o muerte (aunque cite a Azrael). El poeta mantiene un pulso con Hofmannstal, a la vez que se bate el cobre con el lenguaje, y demuestra la posibilidad del mismo con socarronería, desde la gravedad reflexiva e irónica, a veces, hasta la sátira más o menos cruel, ya desde el primer poema: Profetas. Y el poeta también es profeta y él sabe que siempre: 

"Bailamos para celebrar que trajes
billetes y madera
arderán con nosotros
cuando termine la canción.”

Un poeta de raza es Sebas Puente Letamendi, quien es capaz de mostrar la energía emotiva del lenguaje y llevarla a lo alto de la escalinata, donde: “solo la luna parecerá vigilarnos”. Y, al igual que Gil de Biedma, él también quiere ser poema, como asegura en los dos últimos versos del libro; aunque es letrista, guitarra y cantante del grupo de pop Tachenko, con el que ha editado siete discos: el último de ellos es Misterios de la canción ligera (Limbo Starr, 2017). En cuanto a poemarios tiene en su haber: Nos están dando pistas (Chorrito de Plata, 2008) y Plus de Peligrosidad (Eclipsados, 2014).

"Pese a las entradas monumentales
y a los aciertos rítmicos,
pese a algunos instantes dedicados,
el sistema está articulado de tal manera
que, a veces, las palabras y la vida
no hacen contacto, fallan"

Así pues, el poeta 48 poemas nos ofrece en dos partes: Oro, plata y electro con 26 y un adiós poco serio con 22, con la advertencia de que algunos escalones conservan marcas de: Pablo Gargallo, Giuseppe Tornatore (por “La migliore offerta”), Le Corbusier, Richard Hamilton, Marcel Duchamp; también de Henri Matisse, Honoré Daumier, Chuck Palahniuk, Walter de María, Charles B. y Charles B.

"Manipulan cuidadosamente
nuestra simbología cotidiana,
reproducen con exactitud
fragmentos de lienzos abandonados
y ya casi tienen terminada
una maqueta a escala reducida
de la eternidad."

El tiempo será testigo, pero creo que Escalinata será su libro canónico, fruto de una sensibilidad y don verbal exquisito, que plasma en un verso sencillo, no fácil, ese misterio casi transparente, de un poeta comprometido con su tiempo, curioso y apasionado en este oficio. Un libro que emociona y un poeta al que esperamos seguir más de cerca para leer la evolución de su poesía y de su pensamiento poético, que lo hay: “después de dibujar signos ascendentes/ sobre vuestros cuerpos dormidos.”


lunes, 2 de abril de 2018

Reseña de DESDE LAS ENTRAÑAS, de Zaida Escobar e Inma Luna en EL MAR DE LETRAS

DOMINGO, 1 DE ABRIL DE 2018


"Desde las entrañas" - Inma Luna & Zaida Escobar


“Desde las entrañas” es un poemario ilustrado o un álbum con poemas: texto e imagen se nutren y complementan, y no se roban protagonismo en ningún momento. Son solo diferentes maneras de expresar una misma idea: por ejemplo, la reivindicación de la persona como ente que no se puede conocer sólo desde fuera o a través de su apariencia.

Luna y Escobar se unen aquí para crear una obra conjunta de texto e imagen: ambas artistas vuelcan sobre el papel ideas íntimas y viscerales, en una explosión muy efímera de arte y belleza que roba toda la atención del lector y que desde la estantería reclama ser admirado una vez más. Ahora veremos qué tiene de especial este hallazgo editorial.

La textura de los límites del ser humano
“Desde las entrañas” es una obra que en esencia transmite valentía, vitalismo y aceptación de los límites del ser humano: dar todo de sí sabiendo que habrá que parar o virar el rumbo. También transmite la idea de aceptación de nuestra propia condición de humanos, que es clave para, a partir de ahí, explorar los límites de cada uno.

Reivindica el derecho a la intimidad, a dejarnos fluir como animales sin poner trabas artificiales y asépticas a nuestra naturaleza. Todo esto, a través de ilustraciones y textos sinceros y descarnados en los que destacan las texturas muy bien conseguidas y la alusión que de forma continua se hace entre líneas a sacar el mayor rendimiento a los cinco sentidos.


Inma Luna y las palabras
En cuanto a los poemas, no son demasiado largos, son textos rápidos, como reflexiones cazadas al vuelo de un instante. Sigo de cerca la obra de Inma Luna desde hace algunos años y sé que se caracteriza por impulsos creativos: no son versos pulidos y revisados una y mil veces, sino que escribe guiada por la pulsión del momento transmitiendo así la idea en toda su crudeza, incluso aunque se trate de imágenes delicadas.

Luna es periodista y antropóloga, y hasta la fecha ha publicado la maravillosa novela “Mi vida con Potlach”, un libro de relatos titulado “Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero” y un buen puñado de libros de poemas.

En estos textos transita por las pasiones y los instintos, haciendo a veces un regreso al bosque o a lo ancestral como metáfora para despojarse de lo accesorio e indagar en el interior de sí misma con el fin del crecimiento personal. Los sentimientos y la idea de vivirlo todo al máximo, apasionadamente y sin miedo a transitar los límites, también están presentes en sus versos.

El mundo de colores de Zaida Escobar
La unión de la tinta y el papel que se han seleccionado para imprimir este libro, da lugar al maravilloso olor de las ceras Manley que todo lector que haya crecido entre los 80 y los 90 evocará con facilidad. Es un detalle más que convierte a este libro en una obra sensitiva a muchos niveles y que alude directamente a la posible bibliofilia de los lectores.

Las ilustraciones de Zaida Escobar son increíbles, me han encantado. En ellas destaca la textura, casi parecen estar en relieve, las figuras a punto de emerger del papel. Son diseños de rostros y cuerpos humanos, en los que destacan los fondos oscuros sobre los colores animales: ocres, pardos o sangre que contrastan con áreas azuladas.

Escobar es licenciada en Bellas Artes y Técnica Superior de Ilustración. En los últimos años ha expuesto su obra en galerías y ha experimentado diferentes campos como la ilustración, la obra plástica a gran formato o el live painting, su obra se caracteriza por poner siempre el foco en el cuerpo humano.

Me ha cautivado la unión de estos dos talentos: sencillamente, creo que es un álbum ideal para hacerse un homenaje y regalarse belleza.
http://elmardeletras.blogspot.com.es/2018/04/desde-las-entranas-inma-luna-zaida.html
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domingo, 1 de abril de 2018

Reseña de EL VERANO DEL ENDOCRINO, de Juan Ramón Santos en el blog de Gonzalo Hidalgo Bayal

Juan Ramón Santos, 'El verano del endocrino'


I. INTRO. Al ver la solapa de esta nueva novela* de Juan Ramón Santos he recordado una conversación que tuve no hace muchos días en la que, no sé a cuento de qué, surgió su nombre. «Tengo entendido que ha escrito un par de libros», dijo mi interlocutor. Y ese «tengo entendido» no solo era indicio evidente de que no los había leído sino de que tampoco tenía intención alguna de leerlos, del mismo modo que la referencia al «par de libros» acreditaba que estaba muy poco al tanto de la bibliografía de JRS (en adelante, Juanra), cosas ambas que no hace falta subrayar para saber que somos pocos, muy pocos, los que nos movemos en estos estrechos márgenes de la escritura y la lectura, de la literatura en general. Algo, por otra parte, que tampoco hay por qué lamentar: cada uno es responsable de sus acciones y sus gustos, de su formación y de su ignorancia, de sus fatigas y de sus diversiones. Quise, no obstante, ilustrar a mi interlocutor sobre la bibliografía de JRS y a punto estuve de hacer pormenorizado recuento de toda su obra publicada y de mencionar uno por uno los títulos de sus libros, de los cinco libros de relatos, de los dos libros de poesía y, añadiendo la que hoy celebramos, de sus tres novelas: diez, en total. Pero al final, intuyendo que tales informaciones no iban a hacer mayor mella en mi interlocutor, porque la literatura no mueve montañas, sobre todo las montañas que no quieren ser movidas, me contuve y preferí dejarlo en su «tengo entendido» y en su «par de libros». Tampoco ahora hace falta que haga balance alguno de la obra de JRS. Estoy convencido de que todos los presentes conocen suficientemente su ya larga y asentada trayectoria (su primer libro, Cortometrajes, apareció en 2004, hace ya catorce años) y de que JRS, como suele decirse en muchos casos, no necesita presentación. Si, pese a todo, queda todavía algún despistado, o algún rezagado que se haya incorporado tarde a estas aficiones, hay un remedio instantáneo: hacerse inmediatamente con un ejemplar de El verano del endocrino, que es de lo que vamos a hablar, y aprenderse la solapa.

II. PRE. Creo que la gente que no escribe o tal vez solo la gente que no lee o que lee poco tiene algunas ideas erróneas sobre cómo escriben quienes escriben y cómo desarrollan sus historias. No es infrecuente que, en el curso de alguna conversación, alguien que desgrana sin misericordia el rosario de sus penas, te diga que si te contara todos los lances de su vida tendrías para escribir varias novelas y tampoco es infrecuente que, ante cualquier urgencia (digamos) textual, alguien también de diga que eso para ti es pan comido, que te pones y en media hora has escrito cuatro o cinco folios. Sobra decir que ambas cosas son disparatadas. Por lo que a El verano del endocrino se refiere puedo decir que su escritura ha sido laboriosa, dilatada en el tiempo y, como debe ser, cambiante y progresiva. Hasta donde yo sé, puede decirse que es una de esas novelas en las que lo primero que acudió a la mente del autor fue el título, esto es, que hace ya algunos años, producto de una casualidad, el sintagma «el verano del endocrino» se dibujó en la mente de JRS como un posible título de novela (esto lo sé porque el propio JRS lo contó en una de las sesiones de autor de la UP hará ya seis o siete años). Hay escritores que nunca empiezan a escribir una novela si no tienen previamente el título; hay otros a los que solo se les ocurre el título mientras escriben o incluso que lo buscan afanosamente cuando la novela ya está escrita; y hay otros, en fin, que van alternando el mecanismo. En este caso, JRS partió del título y, por lo que yo sé (y en esto tengo información privilegiada), ideó varios sistemas de organización. Hubo, por ejemplo, una primera versión que reproducía el viejo problema matemático del inventor del ajedrez, cuando burló no sé si la ignorancia o la altivez del emperador pidiendo solo un grano de trigo por la primera casilla, dos por la segunda, cuatro por la tercera y así sucesivamente, duplicando en cada casilla el número de granos de trigo de la anterior. No exactamente así, pero de algún modo equivalente organizó JRS la novela en una sucesión de capítulos cuyo número de palabras aumentaba según algún tipo de progresión aritmética que ahora mismo no recuerdo. Esto, naturalmente, son procedimientos de autor o técnicas de la composición que, en este caso, por otra parte, pese a ser pertinentes, dadas las peculiaridades y las aficiones del protagonista, fueron desestimados. Lo cuento por que se vea por qué rumbos pueden irse abriendo paso las formas de la escritura. En cuanto al modo como a partir de ese sintagma casual, «el verano del endocrino», se fue abriendo paso necesariamente la sustancia narrativa, el «qué» de la historia, tengo que admitir que lo desconozco. Supongo que nos lo contará JRS enseguida. Dicho esto, pasemos a la novela.

III. REC. Mi interlocutor de hace unos días no lo sabe, pero los lectores habituales de JRS están al tanto de que en sus narraciones hay un territorio de ficción, que ha creado lo que me gusta llamar una geografía de autor en la que se desarrolla la acción de Biblia apócrifa de Aracia y de El tesoro de la isla y que vuelve a servir como escenario en El verano del endocrino. Conocemos, pues, los nombres de los lugares: Labriegos, Pomares o Aldeacárdena. Conocemos la historia del pantano del Cárdeno. E incluso reconocemos a los personajes que proceden de las novelas anteriores y que tienen aquí mayor o menor presencia. Por ejemplo, un personaje significativo pero relativamente secundario de El tesoro de la isla, Constante, el maestro de Labriegos (que junto con su sobrina Beatriz encauzó las lecturas y no solo las lecturas del protagonista de El tesoro de la isla, el adolescente Santi Alcón, durante el verano que pasó en Labriegos), es ahora el narrador de El verano del endocrino (como puede apreciarse, los veranos de Labriegos proporcionan abundante materia narrativa). El zapatero Trancón, que ya hacía profecías en versos endecasílabos y heptasílabos en Biblia apócrifa de Aracia, sigue siendo aquí profeta y remendón, haciendo botas prodigiosas e indicando la ruta que debe seguir el Endocrino y las prendas que le acompañarán en su empresa con un hermetismo aprendido en los textos de Parménides. Cierto Mateo que protagonizaba en Biblia apócrifa de Aracia el capítulo titulado «La pasión según Mateo» da pie aquí a uno de los primeros «casos» que con su agudeza y perspicacia resuelve el Endocrino. Todo esto, naturalmente, no es secundario, pero tampoco es requisito previo para la lectura. Esto es, que mi interlocutor del «tengo entendido» podría leer esta novela al margen de estos detalles sin perderse por ello en los entresijos de la historia. De hecho, si traigo aquí todo esto es un poco por presunción y otro poco por erudición: para que quede constancia de que JRS recupera personajes y escenarios de sus novelas anteriores y de que al hacerlo ensancha por una parte y da cohesión por otra a lo que, a estas alturas, ya podemos ir llamando «mundo narrativo juanramoniano».

IV. QUÉ. El caso es que a Labriegos llega un forastero sin nombre y sin pasado y más adelante podemos saber que también sin mucho futuro y que por unos u otros azares empieza a ser conocido como el endocrino y que con el nombre de Endocrino, que él mismo acepta de buen grado, se queda para el resto de la historia, una historia que enseguida arranca en sucesión rápida de episodios. Seguro que todos hemos visto algunas películas, policiacas, por ejemplo, en las que el detective soluciona de manera rápida un par de casos menores y sencillos antes de enfrentarse al caso que da pie a la trama central, la difícil, en la que debe mostrar su verdadera capacidad de investigación. Pues bien, algo así ocurre con el Endocrino: que, tras la llegada y la adquisición del nombre y la primera adecuación a la vida de Labriegos, enseguida empieza a solucionar con perspicacia deductiva algunos casos menores y digo «casos» con toda intención, porque, a la manera de las novelas policiacas clásicas, así podrían denominarse algunos de los primeros capítulos —«El caso de las gallinas asesinadas», «El caso del joven desaparecido», «El misterioso caso de la Virgen de las Jaras», etcétera—, casos todos ellos que, sin embargo, en la medida en que responden a habilidades ya adquiridas, no sacian la sed de conocimientos que padece el Endocrino. De ahí que se embarque enseguida en sucesivos episodios de aprendizaje, de adquisición de nuevos conocimientos, y en diferentes ensayos para su aplicación. Como no debo anticipar nada, me limitaré a citar de la contracubierta: «ambiciosos proyectos en los campos de la botánica, la sociología, la psicología o la historia», dice, donde, en esta preparación para el conocimiento superior, solo falta alguna alusión al «sistema filipino del nacimiento ovíparo». Porque hasta este momento el Endocrino no ha llegado todavía al destino central de la trama que los dioses estivales le han asignado y que en realidad podríamos decir que corresponde ya a la cosmología, a las leyes que rigen los movimientos del cosmos y a los desvaríos de esas mismas leyes en un verano determinado, «el verano del endocrino». Y sobre esto no voy a decir más.

V. MÁS. En más de una ocasión he defendido que, como lector, en las tramas narrativas me interesa más la acción que el tema, más la trama que el propósito intelectual o moral que pueda haber al final del trayecto, más la historia que se cuenta que la conclusión inmaterial o el sentido a que conduce, no porque crea que solo lo primero es lo importante y lo segundo innecesario, sino porque estoy seguro de que sin la conveniente articulación de lo primero —la acción, la trama, la historia— nunca llegaremos con bien a lo segundo —el tema, el propósito, el sentido—, que es a donde realmente hay que llegar, al centro, al fundamento, al trasfondo que hace que la literatura sea un bien necesario y perdurable. En caso contrario, si no hay sitio a donde llegar estaremos ante un texto vacío, una novela de entretenimiento, un pasatiempo que no creo que pueda acoger en modo alguno como atributo el adjetivo «literario». Y en El verano del endocrino hay a donde llegar. La trama adopta la estructura episódica de la novela picaresca o, mejor aún, la estructura aventurera de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, porque nada tiene de pícaro el Endocrino y mucho tiene, en cambio, de Quijote, un quijote del conocimiento primero y, si no de los «agravios» de los caminos, sí de los «tuertos» que las leyes del cosmos provocan en el universo mundo después, «tuertos» que el Endocrino se siente llamado a «enderezar». Y, así, como le ocurre a don Quijote en sus salidas, así el endocrino va encontrando en su aventura a los diferentes y pintorescos personajes que le llevan desde el aprendizaje botánico inicial hasta las cumbres en que la conjunción de los planetas se atraganta. Solo en la medida en que aparecen vagabundos, peregrinos, vigilantes, boy scouts, cabreros, «tecamolos», hortelanos o faunos, puede decirse que avanza la peripecia del Endocrino, la peregrinación con la que el mundo volverá a ponerse en marcha, libre de las perversiones cósmicas que lo han degradado. Incluso cabe decir que el Endocrino, protagonista indiscutible del relato, es también el imán que atrae a los pintorescos individuos con que se va encontrando en los diferentes episodios y el hilo conductor de los lances que estos personajes aportan a la historia. Se trata, pues, de un trama episódica creciente, que avanza de menos a más, de encuentros menores a grandes empeños (por eso era pertinente aquella organización inicial de capítulos con número de palabras creciente, en progresión aritmética, adecuado a la importancia y la extensión del contenido). Pero, naturalmente, la trama, por más aventurera y sorprendente que pueda ser, no se queda en mera trama. Quizás al Endocrino no le corresponda exactamente la categoría de «loco», aunque algo tiene de la «locura» ambigua de don Quijote, pero le corresponden, sin duda, la excentricidad, la originalidad y la extravagancia que hacen de él un personaje quijotesco, como excéntricos, extravagantes y quién sabe hasta qué punto reales son los sucesos que cuenta o anota en sus cuadernos. Sin embargo, por muy singulares que puedan ser los lances que le acaecen al personaje, por muy recurrente que sea el sentido del humor que recorre la novela y por muy entretenida que sea, El verano del endocrino no es una novela de entretenimiento. Su intención va más allá y su sentido es más profundo. Y cuenta, en mi opinión, con un aliciente fundamental: que la aventura no está sometida ni subordinada a la alegoría ni la visión del mundo que de la aventura se desprende condiciona la historia. Cabe decir, por tanto, que JRS ha escrito una novela en la que predomina el necesario equilibrio literario entre la acción, la trama o la historia, por una parte, y el tema, el propósito o el sentido, por otra. Y la ha escrito, además, con su estilo característico: una prosa compleja y flexible, largos periodos que fluyen sin tropiezos, ritmo envolvente y una invención léxica afortunada, lo que a menudo invita a la demora y a la relectura, no por dificultad, sino por deleite, para recrearse. Todo lo cual hace de El verano del endocrino una novela amena y muy, muy recomendable.

VI. FIN. Termino. Acaba de celebrarse el cuarto (y parece que último) encuentro Centrifugados. Aquí detrás, en unas enormes letras de cartón, podía leerse la palabra: CENTRIFUGADOS. No sé si JRS es aficionado a pasatiempos de anagramas (en su libro anterior, Perder el tiempo, hay un relato titulado «Crucigrama blanco» que podría apoyar esta conjetura), pero lo cierto es que en algún descanso entre sesiones fue el propio JRS quien advirtió que, a falta de una vocal y con la inversión de otra, CENTRIFUGADOS podía transformarse en ENDOCRINO. Después, el domingo, en esta misma tarima, se entregó hace cuatro días el II premio Centrifugados. Tengo entendido (yo también me apunto a veces al «tengo entendido») que, pese a la desaparición de Centrifugados, al menos tal y como lo conocemos hasta ahora, el premio seguirá concediéndose cada año. Si esto es efectivamente así, espero y deseo que esta conversión de CENTRIFUGADOS en ENDOCRINO sea un verdadero presagio, una suerte de oráculo equivalente a las profecías en heptasílabos y endecasílabos del zapatero Trancón, y que sea JRS quien dentro de un año, en el escenario que corresponda, recoja el III Premio Centrifugados. Así iríamos cerrando el círculo y sentiríamos que la tierra se pone de nuevo en movimiento.

* Juan Ramón Santos, El verano del endocrino, Baile del Sol, 2018
Plasencia, 1 de marzo de 2018

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