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viernes, 8 de abril de 2016

Bailando con Carlos Ortega Vilas: "Escribo pensando que de un momento a otro todo va a torcerse".



Baile del Sol.- ¿Cómo definirías el conjunto de historias que reúne Tuve que hacerlo y otros relatos?

Carlos Ortega Vilas.- Agrupé los relatos que conforman esta antología siguiendo un mismo hilo conductor, aunque las historias no comparten ni escenarios ni personajes, son independientes. Ese hilo no es otro que las relaciones sociales, los conflictos que surgen de ese «roce» que no siempre hace el cariño. Ahí aparecen la familia, la pareja, los amigos… Las relaciones de poder, la infancia… En general son historias de personajes inmersos en un sistema al que creen pertenecer o del que desean formar parte, pero que al mismo tiempo los rechaza, los enajena —cuando no son ellos los que intentan zafarse de ese sistema. El otro componente que, pienso, sirve como aglutinante de estas historias es una cierta sensación de extrañeza ante lo cotidiano, que a veces abordo mediante la irrupción de un elemento fantástico o utilizando una voz irónica que toma distancia.

BdS.- Los cuentos que contiene son muy sugerentes y mantienen una tensión narrativa nada fácil de conseguir, ¿cuál es tu proceso de construcción?

COV.- Suelo tener muy claro el desenlace. Casi siempre trabajo con un guion previo donde apunto las ideas principales, los nudos de la acción. Una vez que comienzo a escribir me centro en cómo conducir al personaje hasta ese punto sin retorno que he imaginado, así que puede decirse que construyo las historias en función del desenlace. Eso no significa que me gusten los finales cerrados: al contrario. Casi todas las historias tienen un final abierto, busco que el lector tome decisiones, que de algún modo se involucre en la historia que le estoy contando. Lo que sí procuro es cerrar la trama principal. Creo que la tensión narrativa es fruto, en parte, de la atmósfera. Escribo pensando que de un momento a otro todo va a torcerse —a veces ocurre—, forma parte de mi manera de percibir la realidad. Eso genera una atmósfera que a su vez suscita esa intriga, pienso, que mantiene la tensión. Como en la vida misma…

BdS.- En muchos de ellos, la sonrisa se le queda al lector congelada en los labios...

COV.- Ahora que lo dices, me da cierto cargo de conciencia… Pero creo que el humor negro, si es a eso a lo que te refieres, facilita una distancia emocional que en mi caso, al menos, es necesaria a la hora de escribir, o de escribir determinadas historias. Supongo que también utilizo la ironía como reacción a los cuentos morales, o moralizantes, que detesto, porque los mensajes de este tipo me parecen un intento de manipulación por parte del autor. No me gusta sentirme manipulado, sea cual sea el mensaje, y procuro evitar los juicios morales cuando escribo. Por otro lado tengo muchas referencias de autores angloamericanos, alemanes, austríacos, húngaros... El humor negro es una constante en muchos de ellos (con sus particularidades, por supuesto). Pero tienen en común una manera de contar que es la que más se aproxima a mi carácter. Supongo que esas lecturas también han influido en mi forma de entender el humor. Y la escritura.

BdS.- Describes ambientes familiares en los que parece que nada va a alterar la calma de los personajes y luego, ¡zas!, ocurre lo inesperado, ¿es el relato breve una buena herramienta para generar este tipo de historias?

COV.- Sin duda. Si un relato —que por definición es breve— está bien urdido, puedes coger desprevenido al lector, porque no ha tenido tiempo de perder la concentración, algo que no sucede con la misma intensidad en la novela, por ejemplo. El relato juega mucho con el efecto que produce lo inesperado. En la novela lo inesperado se va construyendo capítulo a capítulo (si no hacemos trampa, claro) y parte del efecto tiende a diluirse, porque para que resulte verosímil hay que dejar muchas pistas al lector. Si somos honestos serán, además, pistas verdaderas. Las pistas falsas me enojan tanto como las moralejas. Aunque lo inesperado resulte estimulante en cualquier género, creo que el relato es el que mejor se presta a plantear esta sutil dislocación de la realidad —o de lo conocido, mejor—. Esa nota levemente disonante en una melodía conocida, esa imagen que asoma de forma fugaz en un espejo, ese objeto que no debería estar ahí y que provoca una sensación de «inquietante extrañeza». Un mecanismo que está muy presente en el relato desde Poe. O desde E.T.A. Hoffmann. O quizás desde mucho antes…


"Aunque lo inesperado resulte estimulante en cualquier género, creo que el relato es el que mejor se presta a plantear esta sutil dislocación de la realidad".


BdS.- Llama la atención también el manejo del diálogo en varios de los relatos, otorgando mucha rapidez a la historia. Háblanos de este recurso.

COV.- El diálogo es el recurso que más se aproxima a una interacción… iba a decir «verdadera», pero para mí todo lo que un autor escribe debe transmitir verdad, en cada palabra, de manera que el lector olvide lo antes posible que está inmerso en una ficción. Digamos entonces que el diálogo es lo que más se aproxima a una interacción natural, sobre todo cuando no interviene narrador alguno. Utilizo el diálogo porque procuro caracterizar a los personajes en acción, por lo que dicen y por la intención con que lo dicen. No es tanto un recurso para dotar de dinamismo una historia, como una forma de presentar a los personajes sin intervenir demasiado como narrador, o como autor. Supongo que tiene que ver con mi manera de contar. En mi cabeza hay escenas, planos, personajes que actúan y se mueven, efectos sonoros y de iluminación… en lugar de capítulos, retratos estáticos de los personajes, figuras retóricas. Por otro lado, me gusta el estilo cinematográfico, tan propio del realismo sucio. El diálogo resulta congruente con ese estilo.









BdS.- ¿Qué autores de relato breve nos recomendarías?

COV.- Hay tantos… No voy a hacer una lista, porque todos tenemos en mente a los escritores que más han destacado en este género. Pero voy a nombrar a tres: J.D. Salinger, Paul Bowles y Marina Perezagua, una escritora española con una imaginación y una fuerza narrativa extraordinarias, fuera de serie. No son autores que hayan cultivado el relato breve en exclusiva (casi, en el caso de Salinger. Marina Perezagua acaba de publicar Yoro, su primera novela. Bowles se movió como pez en el agua entre ambos géneros), pero sus cuentos son especialmente significativos para mí. Puestos a recomendar, me quedo con estos tres autores.

BdS.- ¿En qué proyecto literario trabajas actualmente?

COV.- Ahora mismo tengo dos proyectos entre manos: por un lado, llevo unos tres años trabajando en una obra larga, que ha requerido un esfuerzo importante en términos de documentación. Por otra parte, sigo escribiendo relatos, de cara a una nueva antología. Muy ilusionado, además, porque en unos meses espero ver publicada mi primera novela (o la primera que me atrevo a enviar a una editorial).


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lunes, 5 de octubre de 2015

Reseña de Tuve que hacerlo y otros relatos, de Carlos Ortega Vilas en El Escobillón


“Con todo, mi educación es impecable. Mi apariencia, distinguida. Mi sonrisa, encantadora. Mi constitución, atlética. Mi atractivo es innegable. Y soy más culto que la mayoría de los de mi generación, algo que tampoco supone un gran mérito. Un buen partido, piensa ella. Un partido excepcional. Con un poco de esfuerzos y las dosis adecuadas de suerte, alguna chica de buena familia se enamorará de mi cuando vaya a la universidad. Hay otras maneras de entrar en sociedad que no dependen tanto del dinero o de al alcurnia. El matrimonio por ejemplo. Solo hay un pequeño inconveniente.

Soy gay.”

(Del cuento Una gran dama, incluido en el volumen Tuve que hacerlo y otros relatos, de Carlos Ortega Vilas. Colección: Sitio de fuego, Baile del Sol Ediciones, 2015)



Cuentos extraños, cuentos crueles... Historias inquietantes, perturbadoras, aliñadas algunas con pequeñas gotas de humor que se transforma en ironía… cuentos crueles y extraños las catorce historias que reúne Carlos Ortega Vilas en Tuve que hacerlo y otros relatos, divertimentos feroces que parecen inspirados en las narraciones de Roald Dahl, pero un Dahl más salvaje y con ganas de meter el dedo en la llaga procurando en todo momento no caer en los extremos de otros cuentistas que se sirven del cuento para encadenar obsesiones. Muchas de las cuales, me refiero a las obsesiones, deberían de mantener dormidas porque despiertas no agitan nada.

Dicen, y mucho, las ideas que explota Ortega Vila en estos cuentos que son historias que estremecen, algunas, incluso con molesta y desarmante ligereza. Se agradece, además, el tono más o menos coherente que mantienen los relatos, lo que explica y justifica el estilo de un volumen que sin terminar siendo redondo, sí que alcanza a veces la perfección del círculo.

Particularmente, Tuve que hacerlo y otros relatos cuenta con dos piezas que, personalmente, me golpean y ponen nervioso. Será porque intuyo lo inevitable de su final. Estos cuentos son Una gran dama y Playa quemada. El primero se trata de una elegante comedia negra, humor amargo que se cuela por entre sus rendijas en las últimas páginas y hace sospechar de la familia, y de quienes con la cabeza muy alta representan sus aparentes virtudes. El segundo es una terrible, demoledora historia de fin de la infancia. Un relato de iniciación con declinación fatal.

La atmósfera en estas dos historias está, además, muy bien conseguida, aunque intuyo que Carlos Ortega Vila es un escritor de atmósferas y ambientes.

El libro reúne otras piezas a tener en cuenta, y en todas ellas se desarrolla –a veces con más fortuna que otras– la irrupción de lo extraño en situaciones aparentemente normales y corrientes. La oscuridad, parece que quiere decirnos el autor, está dentro de todas las cosas.

La lectura de Tuve que hacerlo y otros relatos supone una agradable corriente de aire fresco en la literatura que se está cocinando en Canarias y en este país que parece que ha dejado de existir.

Carlos Ortega Vila se revela como un escritor contenido, al que le gusta el final con doble vuelta de tuerca e inspirarse en temas donde lo cotidiano y lo fantástico se estrechan la mano. Cultiva, además, una tradición por el relato hasta este momento escasamente explotada en España. Me refiero al que pone el acento en lo perturbador y fantástico si se tercia el caso.

Buen plato pues estos cuentos que se reúnen en Tuve que hacerlo. Un título que anime a invitar a los lectores a que, precisamente, se arriesguen y hagan lo que tienen que hacer: leer las catorce historias que rubrica un escritor al que al partir de ahora vamos a seguir con devota atención.

Saludos, leamos, desde este lado del ordenador.