sábado, 4 de junio de 2016

Reseña de REHACER EL ALIENTO de Ernesto Suárez, en El Fogal

A propósito de Rehacer el aliento de Ernesto Suárez

Cecilia Domínguez Luis

María Zambrano decía que «escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que solo brota desde un aislamiento efectivo pero comunicable en que, precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta, se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas.» Y este  aislamiento comunicable en el que acontece la búsqueda de ese momento de revelación del yo a uno mismo, conforma el hacer poético de Ernesto Suárez, y puede encontrarse en cada uno de sus libros publicados.


En Rehacer el aliento, libro cuidadosamente editado por Baile del Sol, la poesía se convierte en una realidad a la que recurrir cuando todo parece fallar a nuestro alrededor. Una realidad que a veces se muestra y otras se sugiere.
En su soledad, el poeta contempla, serenamente, todo lo que lo rodea y de pronto, en un instante, esas cosas, esas personas, esos sucesos cambian de valor y se convierten en objetos poéticos que se asocian de forma diferente a la habitual, de tal modo que producen un universo propio. Le queda, entonces, la difícil tarea de transmitir a los otros el mismo sentir que el poeta experimenta en ese determinado momento. Lo que deriva en la necesidad de búsqueda de un lenguaje, esa selva intrincada en la que internarse, buscando o dejándose llevar por significados imprevistos, por voces y ecos que oscilan entre el extravío y el encuentro con lo extraño.

Como apunté antes, la trayectoria de Ernesto Suárez es fiel reflejo de esa indagación. Desde sus primeros poemas, publicados en Cuadernos Insulares de Poesía, con el título deEspumas de carrusel, en los que el autor acude al mundo de lo onírico y la ensoñación, el poeta va buscando nuevas formas de expresión porque sabe que no puede quedarse solo en el ensueño.

En un principio acude al verso corto, en el que «cada palabra tensiona desde dentro», lo que da lugar a sus Ocho tankas oscuros, poemas que captan el instante de asombro en la contemplación de lo que lo rodea, y donde el erotismo y lo sensual envuelven cada uno de sus versos. Esa preferencia por el verso corto la vemos también en El relato del cartógrafo, un libro donde el autor funda un territorio del que se adueñan amor, vida y muerte.

Sin embargo, este interés va derivando hacia el  versículo  y el poema en prosa, de lo que es una muestra su libro La casa transparente, pues, como el mismo autor afirma, «el versículo me permite incorporar elementos ajenos a la escritura propia». Así, hasta llegar al poema inacabado o en suspenso, que ya se inicia en algunos poemas de su bello “cuaderno de viaje” Spree , editado por Cartoneras Island en 2013 y que constituye gran parte de los que integran Rehacer el aliento, donde la primera declaración de intenciones la vemos en la elección de las tres citas que abren el libro y que, curiosamente, si se las utiliza como versos, pueden conformar un poema:

En las mañanas de poca luz   (Miguel Casado)
El alma es una región sin límites definidos  (A.R.Ammons)
Lo que venga será invisible y ligero  (Adam Zagajewski)

A Ernesto siempre le ha preocupado la utilización del lenguaje, la sonoridad y el gesto del poema. De ahí que utilice diferentes recursos gráficos en el poema escrito para, como él mismo dice, «intentar simular esta clave afectiva y no verbal de la comunicación».

Ya desde Advertencia del poema, dos poemas a manera de prólogo, vemos su intención de dejarse llevar por el sonido interior, lo que se une a su búsqueda en la naturaleza, de la medida abierta y precisa, como los surcos de la tierra, para plantar la semilla de su voz y esperar los posibles brotes. Una naturaleza que va a tener una presencia constante en este libro.

Estos versos dan paso a Conjeturas, un título que define muy bien la serie de poemas  que lo compone, donde un “si” condicional, va a ser elemento recurrente que nos habla del deseo de que algo que aún no es, tenga la posibilidad de existir, no solo a través de la palabra sino también de sus sonido, del silencio y de los gestos. De ahí que la colocación de los versos intente señalar una posición gestual de acercamiento al lector.


El primer poema comienza ya con ese “si” condicional: si arde el incienso, y acaba con para la tierra música constante y para todas las rutas, verso que deja en suspenso el significado final.

A continuación aparece un poema corto que dice:

mudo entre tanto rumor
permanezca


si es el mundo su anuncio
Aquí, el orden sintáctico trastocado y la doble separación entre el penúltimo y último verso, hacen más patente la mudez. Un silencio que comunica incluso más que la palabra.

Pero esta necesidad de instantes de silencio, de suspensos interrogantes, se hace más patente si cabe en el poema III, poema inconcluso en el que vuelve a aparecer el “si” condicional que pregunta a la palabra dejada en el muro, tal vez sin esperar respuesta.

para qué…
si el muro  ahuecado por la yema de los dedos
que lo avientan
es la memoria la más antigua

                                   aquella
Si me he detenido en estos poemas iniciales es porque pienso que en ellos están todos los caminos y encrucijadas por los que el poeta va a discurrir a lo largo de este libro, en su búsqueda por rehacer el aliento.

Los poemas que siguen plantean las cuestiones del descubrimiento a través del asombro- algo para lo que se requiere la mirada de un niño-, de la creación por medio del acto de siembra del campesino, o de la necesidad de reconocernos fugaces como el río, imagen de todo lo que fluye y que arrastra una mirada, la nuestra que, a su paso, deja de pertenecernos, como el tiempo.

De nuevo el “si” condicional que acaba en una pregunta sin respuesta. Una idea que se repite cuando escribe: miramos al cielo/ en busca de noticias sobre la vida/  bajo nuestros pies/ simple y oculta/ corre el agua

Los poemas ahora tienen un principio y un final y en ellos el poeta insiste en la contemplación serena de la naturaleza y en su reflexión sobre ella, sobre su influjo en nuestras vidas y lo que puede enseñarnos si nos detenemos a contemplarla: si se mira…

Lo conjetural sigue planeando en los poemas, como el que se inicia con un verso de Yehuda Amijai, poeta israelí fallecido en 2000: Y hay una ventana que no cerrará/ el que la abre, y otros en los que el juego rítmico y de significados nos insisten en la necesidad del encuentro con uno mismo.

Poemas cortos y largos se entremezclan, y lo gráfico de sus versos nos comunica esa duda, esa sensación de marcha, de ausencia irredimible pero necesaria, en ese fluir de los días en los que nos es preciso retener cualquier segundo de asombro y descubrimiento.

hacia el poniente
como la vida
y sin embargo

y aún

Con Los días, otra de las partes de este sugerente libro, se produce una inmersión del poeta en lo cotidiano, sin abandonar esas preguntas sobre la existencia, y que se inicia con una especie de letanía o enumeración, a manera de guía de los poemas que vendrán: los días del indulto/ los días de gracia/ los días de misericordia/ los días del perfume y el aceite/ los dones/ los días

La contemplación de los otros, de los objetos cotidianos, del orden de la naturaleza; el escuchar esa “melodía a ciegas” de la tierra, el agua y el aire; el simple hecho de andar bajo la luz plena del día /camino hacia otras horas, despiertan en el poeta ese impulso por traducir y comunicar lo que siente en ese instante, aun sabiendo la dificultad que se le presenta a la hora de convertir esas emociones y sensaciones en palabras.

La memoria trae momentos de un pasado no vivido pero que está en la mirada de los otros cuando los presos están cerca del mar, cuando el padre llega, desde otro tiempo para darme el nombre/ limpio de la vida o cuando llega la madre de cuyas manos pacientes/ una vez provino todo el pan, sin que falte  esa memoria del futuro en quien llega a esa vida que defiende la vida.

Los versos se tornan ahora versiculares porque así lo requiere la memoria de los días que fueron, de los que son o de los que hayan de venir, mientras la luz se posa sobre los hombros de los niños

A partir del Viajero inmóvil, se suceden una serie de poemas en prosa donde ese Viajero elige para su inmovilidad un jardín. ¿Paraíso perdido y recobrado en la savia del árbol central que el Viajero toca y que podría ser –siempre el condicional- el árbol de la vida?

Lo cierto es que el jardín aparece como lugar de conocimiento, donde cada cual aprende a mirar de nuevo, a nombrar de nuevo, como el Viajero que mira afuera desde su jardín y también hacia adentro de él que no es otra cosa que una manera de mirar hacia su propio interior.

Todos sabemos que, en toda búsqueda son inevitables las pérdidas porque la vida abierta ni va ni vuelve a la cerrazón ineludible que espera. De ahí el deseo y la voluntad de aprovechar cada momento en el lugar donde abrimos los ojos cada mañana, mientras aún permanecemos aquí juntos, reunidos. Y así vuelve el deseo de comunicación unido a la aceptación de la vida, el paso del tiempo y la muerte.

En los últimos poemas de esta parte el poeta regresa al verso corto, del que no descarta el haiku, en esa intención del poeta por detener el tiempo a partir de la sensación en el aquí y el ahora que le revela la intimidad de lo que contempla; aquello sobre lo que, con frecuencia, nuestra mirada pasa distraída.

bajo el puente que ya solo cruza
el cauce seco

vi la flor blanca

Rehacer el aliento es el título de la última parte de este libro, que además da título a toda  la obra, y que nos lleva a la pregunta ¿desde dónde rehacer el aliento?

El poeta tiene claro que hay que acudir a la Raíz; no en vano esta palabra da título a los cinco primeros poemas de esta última parte.

De nuevo el árbol como símbolo, como principio de generación y regeneración, como eje de la vida. Y la raíz, como origen que se hunde en el corazón de la tierra para buscar en ella las sustancias que nutran al árbol que sostiene,  es el elemento elegido por nuestro autor para preguntarse por su propia identidad.

Yo digo
mis pies son raíces que vuelan

Una identidad que se apuntala como la raíz en la tierra, pero que no impide el vuelo con el que encuentra las huellas de los otros, el paisaje que descubre cada día y en el que se descubre a sí mismo, para renacer con la palabra precisa y necesaria, con el hallazgo de lo que se encuentra hacia dentro pero afuera.

Llegamos al final del libro con el deseo de atrapar ese instante en el que rehacer el aliento.

Tal vez baste solo con estar dispuesto a escuchar esa palabra que nos señala el camino hacia las voces que provienen de dentro, de muy dentro de nosotros mismos. Esa palabra que define el mundo y con la que penetramos, de la mano del poeta, en el atrayente y oscuro reino de lo inexpresable.

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