martes, 3 de diciembre de 2013

Fernando J. López: «Hemos convertido la pareja en una gris posesión»

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Publicado el 2 diciembre, 2013 | por Íñigo Sota
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Ha sido todo un descubrimiento. Leí hace unos meses Las vidas que inventamos (Espasa, 2013) y Fernando J. López me atrapó tanto por la sencillez y concisión de su prosa como por la dureza y humanidad de sus temas. Tras leer la obra que nos presenta ahora a través de esta entrevista, La inmortalidad del cangrejo (Baile del Sol, 2013), he confirmado mis sospechas: no solo es un autor polifacético capaz de entretener a sus lectores, sino, sobre todo, una buena opción literaria si, además, queremos reflexionar sobre el mundo que nos rodea. Esta obra narra la historia de Alfredo, un joven que, en mitad de la incertidumbre existencial y con los atentados del 11-S como telón de fondo, trata de sobrevivir en ese terreno tan hostil que a veces es la propia vida.
«Tengo veintitrés años, un novio que me dobla la edad, un trabajo basura que me recuerda que no sirvo absolutamente para nada y unas ganas inmensas de mandarlo todo a la mierda de una maldita vez». Primera frase, declaración de intenciones… Siempre he pensado que la primera frase de una novela marca de algún modo el tono de la historia. En este caso era necesario que las palabras del narrador respondiesen a la contundencia de los hechos que se van a narrar: el arranque de su relato tenía que ser tan violento y tan abrupto como la determinación con la que se va a desmoronar todo a su alrededor.
Alfredo, el protagonista, es un antihéroe posmoderno y esconde un gran secreto. ¿Cómo pensaste y construiste el personaje? Fue muy complejo y, a la vez, fascinante darle vida a Alfredo. Era necesario entrar en su psicología y dejarse llevar por su voz incluso en las escenas más oscuras. Para ello llevé a cabo dos procesos: el primero fue jugar con una estética de ‘espejos inversos’, de modo que imaginé cómo podría haber sido un posible yo si todos mis puntos de apoyo —mis amigos, mi pasión literaria, mi familia…— se volvieran justo lo contrario; el segundo fue intentar impregnar la personalidad de Alfredo de todos los rasgos que, en mi opinión, definen este decepcionante arranque del siglo XXI.
«Porque el amor da náuseas cuando se ve desde fuera». ¿Está sobrevalorado tener pareja en el siglo XXI? Sobrevalorado y, peor aún, concebido desde una visión nuevamente muy tradicional. El modelo de pareja impuesto y que nos llega desde los medios e incluso desde la ficción es profundamente convencional, con conceptos como la dependencia, la posesión o la necesidad de realizarse siempre junto al otro. Claro que creo en el amor y en la pareja, pero entendidos de un modo mucho más libre, como una construcción simultánea en la que ambas identidades se refuerzan como entidades autónomas, no como una fusión que deba ser imprescindible. La pareja, por sí sola, no es ni buena ni mala, pero la hemos convertido en un bien deseable, en una gris posesión más con la que rellenar nuestro currículum de hitos vitales conseguidos.
«No son buenos tiempos para los abstemios». Algunas escenas transcurren en tugurios que no son indiferentes a Alfredo. ¿Por qué nos gusta lo sórdido? Todos tenemos un lado oscuro que mantenemos más o menos controlado. En esta novela quería que ese lado oscuro ocupara la superficie del texto: ¿y si hablamos de ello? ¿Y si dejamos salir a los fantasmas? Eso es lo que hace Alfredo, el problema es que, una vez que comienza su exorcismo, no sabe cómo detenerlo.
«Le quiero tanto que acabaré mandándolo a la mierda. Eso me temo». ¿Hemos perdido el norte en lo que a sentimientos se refiere? No creo que los sentimientos admitan generalizaciones. Alfredo es un personaje hiperbólico en su forma de ver y de sentir, pero su historia de amor no pretende retratar a nadie más que a él mismo.
«El sexo es quid pro quo, el amor es un robo», dice Alfredo. ¿No ata el sexo, a veces, más que el amor? La visión de Alfredo es pragmática: el sexo nos libera, porque es una comunicación que nace de la necesidad espontánea, donde no hay más que los cuerpos que se relacionan y el placer que se obtiene de ello. El amor, en cambio, siempre acaba doliendo, porque supone implicación, entrega, conocimiento. Y conocer al otro —y conocernos a nosotros mismos— en ese proceso nunca es sencillo. El sexo nos ata como instinto, pero el amor nos ata en tanto que nos hace vulnerables.
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«Somos los escombros de las torres, los sepultados por esta moral de la marcha atrás, por la era del cangrejo». Sitúas una historia de amor dominado por la distancia en plenos días previos y siguientes a los atentados del 11-S, estableciendo un paralelismo. Todos recordamos aquel día y quienes ahora estamos en la treintena somos conscientes de cómo ha cambiado el mundo desde entonces hasta hoy. Aquellas torres fueron el principio del fin de una sociedad, de un concepto de realidad, que ha seguido destruyéndose hasta hoy. Por eso el fondo histórico es tan importante en la novela: porque nada se puede entender en ella sin saber cómo la realidad exterior influye en la psicología de los personajes. Alfredo, Edu, Yol…, todos ellos son fruto de su tiempo, en sus miedos, en sus frustraciones, todos ellos son parte de esa generación de cangrejos que no supo luchar por su lugar en un momento en que era necesaria otra forma de beligerancia, la misma que hoy queremos recuperar y que, cada vez, parece más abocada al fracaso en un sistema que no ceja en su instinto represor.
«Ya no te vivo, te escribo. Te convierto en literatura para que no me duelas, porque si no, me desangro y me vuelvo furia». ¿Es para ti la escritura una actividad catártica? Es, ante todo, una necesidad. Desde siempre ha sido mi forma de ver y entender el mundo, así que nunca me he planteado por qué escribo, simplemente he sentido el impulso de hacerlo. Novela, teatro…, en todo cuanto hago siempre dejo una parte de mí y eso sí tiene algo de catártico. Y de arriesgado, porque no dejas de sentir que vas entregando retazos tuyos en cada página.
«No sé, Carlos, a mí la vida a ratos me sobra, como sobra todo lo que no se comparte». Ay, el pánico a la soledad… El miedo, en general, es uno de nuestros peores enemigos. Cuántas decisiones equivocadas por el temor a estar solos, o por el temor a no conseguir algo, o por el temor a conseguir lo opuesto a lo que deseamos… El miedo es el sentimiento de este inicio del siglo XXI: la paranoia, la desconfianza, el terror… Por eso la imagen del 11-S es tan importante en la novela, porque se convierte en un símbolo de cómo el miedo ha conseguido que todos caminemos —como indica el título de la novela— hacia atrás.
«Duele tanto no ser nadie». Quizá el individuo de hoy necesita sobresalir y que le apunten con el dedo. Ese es uno de los problemas de Alfredo: no entiende el éxito como realización, sino como proyección personal. Su historia está ubicada antes de la eclosión de Facebook o Twitter, pero si hubiera transcurrido diez años después, habría estado obsesionado —como tanta gente— con el número de retuits o con la cantidad de ‘Me gusta’ de cada una de sus imágenes. Vivimos en un momento de absoluto narcisismo donde queremos convencernos de que usamos todas esas herramientas para debatir y conversar pero, en realidad, cuando las empleo observo un porcentaje mínimo de conversación real y un porcentaje máximo de monólogo. De repente, todos nos hemos vuelto spam en un intento desesperado por sobresalir.
«¿Quién pone los límites entre lo que se hace forzado y lo que se disfruta libremente?», se pregunta Alfredo. Y la pregunta creo que todos nos la hacemos más de una vez. ¿Qué elegimos? ¿A qué nos vemos abocados? Podemos mentirnos y creer que todo cuanto hacemos es fruto de la elección, pero no es más que un modo de obviar que siempre tenemos que afrontar —y combatir— un cierto peso determinista. A fin de cuentas, la vida no deja de ser nuestra lucha diaria en la que romper límites que nos hagan crecer.
¿Está nuestra civilización yendo hacia atrás, como el cangrejo? Sin duda. Basta con echar un vistazo unos años atrás para ver cuánto hemos perdido y cuánto nos queda por perder… Por no hablar de la parte emocional, donde hemos conseguido que los instrumentos de comunicación se conviertan en todo lo contrario. Perdemos derechos, perdemos conquistas sociales, y hasta perdemos cercanía personal mientras tecleamos en nuestros iPhones y olvidamos mirar —y escuchar— a quienes tenemos enfrente.
Fernando J. López es novelista y dramaturgo. Su novela La edad de la ira (Espasa) fue finalista alPremio Nadal 2010 y se publicará en Francia en este 2014. Aborda el tema del bullying homofóbico en forma de novela negra en la que, a partir de un asesinato, se analizan temas como la adolescencia o la educación.
Como autor teatral ha publicado obras como Tour de force y Saltar sin red (Ed. Antígona) o Cuando fuimos dos (Ed. Ñaque). Esta última lleva tres temporadas de éxito de crítica y público en el teatro Infanta Isabel de Madrid.

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