miércoles, 12 de junio de 2013

2013 de Poesía. Día 163. David Pérez Vega

Día 163. David Pérez Vega. El bar de Lee (2013)


CARNET

¿Le gustan los videojuegos?, finalizaba la clase,
y acuchillando al tiempo les hablé del Spectrum,
de sus cintas para cargar la esperanza
–tras media hora de ruido y rayas el callejón
sin salida del error–, de las figuras pixeladas,
de las pantallas inmóviles... y mis alumnos
sonrieron ante el burdo atraso de la época
no vivida.
Pero no les hablé, sin embargo,
de los meses de ahorro en el colegio –propinas
de los abuelos, regalos de cumpleaños...–, meses
para llegar a la deseada posesión de los 64 kas.
Ni les hablé, aunque golpeó las puertas
de la memoria, del Salva, inventor del top manta
en Móstoles, flautista de Hamelín que arrastraba
tras la mesa de camping de su tenderete –móvil
según el viento de la policía– a un enjambre
de ávidos consumidores de sus cintas piratas.
(¿Para cuántos de esos chicos fue el Salva
el primer camello de sus vidas, el precursor
de otros vendedores de sueños más duros?)
Al anochecer vacías las llenas cajas de cartón.
Pero sobre todo no les hablé de los juegos
que imaginaba antes de dormirme, complejas
aventuras durante los meses del ahorro, fascinado
con esa palabra: ORDENADOR, pensaba
que sus juegos habrían de superar con creces
a los de las máquinas de los salones recreativos
y los bares de entonces. Posiblemente soñaba
las aventuras gráficas con las que ellos
se evaden ahora de una realidad más gratuita,
y lo más probable es que aquellos meses
de anhelante espera configurasen lo mejor
que me ofreció el artefacto negro del Spectrum.
Después la búsqueda del Salva por los rincones
de Móstoles, la adicción temporal que decayó
hasta una decepcionante insuficiencia.
Yo fui uno
de esos chicos que necesitaban drogas más duras
para darle esquinazo a la realidad, otro mundo
de estímulos más fuertes, más allá de esquemas
repetitivos. La necesidad compulsiva estaba allí,
al acecho, presta a devorarme, y pronto me olvidé
del Spectrum y del Salva. A cambio de una foto
los camellos apostados en las puertas de la biblioteca
me dieron un carnet.


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