miércoles, 22 de diciembre de 2021

Reseña de ADIOS VAQUERO, de Adiós Cowboy, de Olja Savičević en The Irish Times

Adiós Vaquero, de Olja Savičević: una novela hermosa y subversivamente atractiva.

En Dada, la escritora croata Olja Savičević ha creado un testigo convincente que también es un superviviente, no especialmente heroico, pero sí simpático y agradable.


Dada es una joven cándida con pocas ilusiones sobre su lugar en el mundo. Pertenece a una generación perdida y lo sabe. La distancia geográfica y el tiempo le han dado el valor de enfrentarse a su pasado. En Dada, la escritora croata Olja Savičević ha creado un testigo convincente que también es un superviviente, no especialmente heroico, pero sí simpático y agradable.

Al comienzo de la novela, Dada está regresando a su casa en un pequeño pueblo costero de Croacia donde, para ella, sólo quedan su madre y su hermana. Aunque la guerra haya terminado, el olor persiste al igual que los recuerdos, los escombros siguen siendo visibles al igual que las pintadas.

"Mirando hacia atrás, puedo ver claramente que todo había cambiado más rápido y de forma más fundamental que yo. Debo haber pasado los últimos años inmóvil en una cinta transportadora, mientras todo lo demás se precipitaba y crecía. Rara vez volvía a casa, me pillaba desprevenida cada vez que iba al centro, al oeste de la ciudad, donde vive mi hermana, a la centelleante sala de exposiciones, ese escaparate chillón de un mundo roto y robado. Ir a la ciudad es una aventura digital en la que me esperan en las esquinas conocidas hordas de silicio cada vez más nuevas y desenfrenadas. La adrenalina esparcida por el aire es un aerosol que llena y perfora mis pulmones".

Su estado de ánimo de desplazamiento se establece rápidamente, así como su lacónica desilusión filtrada a través de un tono conversacional. Sin embargo, la sexualmente liberada Dada es también una soñadora, su mente está viva por las imágenes de su infancia y los pensamientos sobre su padre, que murió joven. A causa de su enfermedad fue puesto a cargo del cine de la fábrica de cemento; "El cine de los Balcanes se llamaba entonces".

Unas páginas antes, Savičević ya ha introducido las películas del Oeste, uno de los motivos que definen esta maravillosa novela, y en realidad ella misma es una especie de pistolera solitaria. Ha llegado a la ciudad a caballo, bueno, no del todo, ha adquirido un Zippo, un pequeño scooter y necesita descubrir la verdad detrás de una tragedia familiar.

Así que a su padre le gustaban los vaqueros. Hace tiempo, en la antigua Yugoslavia, donde se rodaban tantos westerns baratos, todos los demás preferían a los indios: "Sólo mucho más tarde los vaqueros se impusieron. Pero a mi padre le encantaban los vaqueros de verdad: John Ford, Zinnemann, solía decir. Adoraba los westerns italianos de Leone y Sergio Corbucci..." Su padre también tenía una cacatúa blanca que, después de su muerte, fue salvada por el gato de la familia.

La abuela de su madre había vivido una vez con ellos y aún puede recordar a la anciana que había enterrado a tres maridos y vivido sus últimos años en una muerte en vida. El más vivo en los recuerdos de Dada es, con mucho, su hermano Daniel, al que se parece: el hermoso, inteligente y algo extraño Daniel que se tiró a las vías del tren. Al final de la novela, un desconocido, al intentar entablar conversación con Dada, declara: "Me gustan los trenes, a pesar del mal aire", y luego pregunta: "¿Qué es precisamente lo que no le gusta de los trenes?". La respuesta de Dada es característicamente directa: "Alguien cercano a mí se tiró debajo de uno. Así que sería estúpido que dijera que me gustan los trenes. Por lo demás, no tengo nada en contra de ellos".

Retrato vívido

Para entonces, Dada y Savičević han elaborado un vívido retrato del mercurial hermano al que Dada se da cuenta de que apenas conoció. Sus dudas son el resultado de una serie de correos electrónicos que lee y que él había enviado una vez al veterinario local, un hombre inteligente con el que había compartido una compleja amistad. El veterinario, Karlo Sain, también es un misterio; él también se había ido para volver. "Tal vez te parezca extraño, querida Dada, pero tu hermano fue mi mejor, tal vez incluso mi único amigo... lo único radiante de mi vida", le dice, "fue mi amistad con Daniel".

Encuentros extraños

La narración se desarrolla a través de una serie de extraños encuentros con diversos personajes, muchos de los cuales son extraños o problemáticos. Aparte, es decir, de la hermana de Dada, que se expresa en jerga, se siente cómoda en su piel y tiende a encuestar a todo el mundo con humor cáustico. Dada recuerda que le entrevistaron para un programa de radio estudiantil alemán "sobre la vida de los jóvenes de la posguerra en Croacia". El estudiante sostenía un dictáfono y precedía su pregunta diciéndole a Dada que ella vivía en un país multicultural. Dada lo discutió, pero su hermana tomó el relevo: "Oh, ya sé lo que quiere decir . . . Aquí hay varias naciones, al menos dos naciones en cada casa de nuestra calle, pero todo es la misma cultura sarnosa, si me preguntas. Sólo los chinos pueden salvarme del aburrimiento".


Un simple intercambio revela mucho. Savičević, que nació en 1974 y creció con la guerra, también pertenece a una generación perdida. Esta novela, que parece el relato de una búsqueda personal, trata de mucho más. La Croacia de hoy es ahora un destino turístico y había llegado a serlo, incluso antes de que las cicatrices de la guerra empezaran a cicatrizar. "Los ingleses y los holandeses se habían instalado recientemente en nuestra estrecha tierra, seguidos de los belgas y los franceses; no creo que los chinos crean que la pobreza es especialmente romántica. Era fascinante ver cómo las viviendas pegadas con piedra, cemento y excrementos de pájaros... se convertían en casitas de libro", comenta Dada, que añade: "Mi hermana llama turistas a todos los occidentales que se han instalado en nuestra calle en los últimos años, transformando esas casuchas en agradables casas de verano".

Cuanto más indaga Dada, más descubre. Es cierto que gran parte de su investigación está contenida en el más arcaico de los aparatos, el disquete: "... ¿quién utiliza todavía alguna de esas cosas? De hecho, es más fácil encontrar a alguien que reproduzca discos de gramófono...".

En la larga secuencia inicial, "Oriental", se hace hincapié en la Croacia contemporánea y en los cambios que Dada observa a su alrededor, cuando no piensa en su infancia o recuerda al hermano que creía conocer y las veces que casi parecía morir, antes de que se quitara la vida.

La segunda sección, "Western", es interesantemente ambivalente. Por un lado, es una inteligente parodia del género del Oeste. Pero también persigue una tragedia aún más conmovedora, la de una joven inicialmente cómica que no ha encontrado ningún refugio seguro. María Carija es maltratada por su familia y ridiculizada por todos los demás. Sus intentos desesperados por pertenecer a la sociedad la acercan cada vez más al desastre. Al final se ve envuelta en una parodia de un tiroteo en el Salvaje Oeste.

La prosa de Savičević, siempre relajada y descriptiva, y sostenida con facilidad conversacional, se vuelve cada vez más bella en los momentos de mayor dramatismo. La distinguida traductora Celia Hawkesworth sigue sirviendo brillantemente a la literatura balcánica y transmite el estado de ánimo del momento en Adiós, vaquero, tan bien como lo hizo en el envío mucho más temprano de Vladimir Arsenijevic, En la bodega (1994), que apareció en inglés dos años después.

Dada, una vez cumplida su misión, se despide no sólo de su ciudad natal, sino de su yo más joven e ingenuo. Una versión dramática de esta novela está a punto de ser escenificada, y también debería ser filmada. El humor y la pura anarquía de la acción, combinados con la exasperación cómica, los personajes inolvidables y la irónica aceptación de Dada de cómo es la vida, hacen que esta novela subversivamente atractiva sea aún más profunda; incluso, inesperadamente, hermosa.


https://www.irishtimes.com/culture/books/farewell-cowboy-by-olja-savi%C4%8Devi%C4%87-a-beautiful-subversively-appealing-novel-1.2161300


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martes, 21 de diciembre de 2021

Reseñas de TERRAMORES, de Víctor Álamo de la Rosa en Babelio

 



anitalectora 31 octubre 2021

Terramores es una obra muy peculiar en su forma y en su fondo. Narrada con gran lirismo, desvela las relaciones que se establecen en la isla de El Hierro entre sus habitantes (tanto humanos como animales) y su paisaje.
Un entorno aislado, tanto por ser una isla como por la dictadura franquista, influye el desarrollo de la historia.y de los personajes. Todos se conocen, pero a la vez no están al tanto de sus mas profundos secretos. Los tubos volcánicos que atraviesan la isla me han parecido una metáfora muy particular. Todos estamos conectados, pero de forma secreta, como hacen los amores escondidos.
Si mi valoración estuviera determinada por la prosa del escritor, sería una puntuación de 5. La narración es excelente. No obstante, la historia en general me ha hecho sentirme incómoda durante casi todo el libro. La violencia de los personajes, las escenas sexuales (demasiado fálicas y explícitas para mi gusto) y la desazón que me ha producido durante su lectura hace que de esta nota al libro. Eso sí, es un libro que me ha llevado a reflexionar y mucho.
Destacaría dos reflexiones. Una la he ido rumiando durante todo el libro y es cómo, en este libro, los animales parecen mucho más humanos que las propias personas. de forma casi continua, aparece violencia contra los animales (contra los humanos también). Algunos animales y contados humanos, sufren las decisiones de los demás o la mala suerte, pero parecen ser recompensados en el más allá.
La segunda reflexión es que parece que los únicos que tienen derecho a vivir unas vidas en cierto modo felices, son aquellos que realizan sus actos por amor, no por egoísmo o interés propio. Una de las relaciones del libro, que no voy a desvelar aquí, surge del amor y parece tener su recompensa. Los que se dejan llevar por sus pasiones y pecados, sufren el castigo. Aunque sea el castigo por lo que otros hicieron antes que ellos.
Una obra de Shakespeare en El Hierro.




martazorin 19 noviembre 2021

Terramores.
Victor Álamo de la Rosa
258 páginas.
Crítica.
Particularmente este libro me ha recordado al estilo que se leía sobre todo en la época del colegio. Esa narrativa tan cultivada, tan bien escrita y tan elocuente.
La historia se desarrolla en la primera mitad de la postguerra, y nos va contando la historia de distintos personajes, cuyas historias se entremezclan.
A lo largo de la obra vamos a encontrar escenas de verdadera violencia, (no apto para todo el mundo), tanto hacia las personas como hacia los animales. Bien es cierto que nos tenemos que situar en una época donde la consideración y el bienestar de éstos se aleja mucho de lo que pensamos hoy en día.
Vamos a encontrar también una prosa cuidada, romántica, muchas veces prosa poética, escenas con cierto humor.
En definitiva, nos vamos a encontrar con multitud de sentimientos diferentes en función de lo que nos esté narrando el autor.
Personalmente, me ha encatado. He vivido de cerca las aventuras y desventuras de los personajes, sus historias de amor, he recordado cierta parte de la vida de mis padres, incluso de la mía en el colegio.




lunes, 20 de diciembre de 2021

Reseña de ADIÓS VAQUERO, de Olja Savičević en The Guardian

Adiós, vaquero, de Olja Savičević, reseña: la mayoría de edad en una pequeña ciudad de Croacia

Deslumbrante, divertida y mortalmente seria, esta novela perfectamente ajustada sobre el legado de la guerra de Yugoslavia anuncia la llegada de una nueva y emocionante voz europea


La publicación de esta novela deslumbrante, divertida y mortalmente seria, alimentará a los lectores ávidos de la mejor nueva ficción europea, y a los que se preguntan dónde está la nueva generación de novelistas post-yugoslavos. Istros Books, editorial británica de autores del sureste de Europa, nos trajo anteriormente Siete terrores, de Selvedin Avdić, y El hijo, de Andrej Nikolaidis, pero ahí debe acabar toda agrupación específica de regiones, porque Adiós, vaquero no la necesita. Brilla por sí solo, con la ayuda de una impecable traducción del croata realizada por Celia Hawkesworth.


En su polvoriento pueblo natal de la costa adriática, donde "las rosas de primavera caducan en los parques" y las pintadas dicen "Forastero, la ley no te protege aquí", la veinteañera Dada está en un callejón sin salida. Su mundo se desmantela a todos los niveles: colectivamente, por la guerra de los noventa; familiarmente, por el presunto suicidio de su hermano; y personalmente, tras el fin de una relación, una carrera interrumpida y la decisión de abandonar "la única cuasi-ciudad de este páramo" (Zagreb) y volver a la vida de pueblo (Split) con su madre y los fantasmas de los problemas sin resolver. Uno de estos fantasmas es su hermano Daniel, fanático de las películas de vaqueros, que era muy querido en el barrio del Antiguo Asentamiento, y que ahora es objeto de pintadas en un edificio destruido. Otro fantasma es la guerra de Yugoslavia, cuyo residuo tóxico respira por los poros del lánguido paisaje oliváceo y hace que las mujeres del barrio, "que aquí son más fogosas y más nerviosas que sus cansados maridos, se peleen para que les brillen las tetas y les brillen los dientes y los cuchillos de cocina". Todos los chicos de la posguerra hablan con la voz mordaz y desilusionada de Dada y su descarada hermana: "Hay algo reprimido en el viejo asentamiento, como una enfermedad venérea del cerebro".

Olja Savičević y la generación de sus personajes crecieron "en una depresión, en una hendidura entre dos casas", y lo turbio de la muerte de su hermano tiene tintes de venganza vecinal, el legado de una guerra que "tenía una forma de hacer que la etnia de la gente fuera asunto de todos". También su sexualidad, resulta. El gancho narrativo de la novela es el deseo de Dada de desentrañar las circunstancias que rodean la muerte de Daniel, pero su búsqueda privada se transforma en algo más enrevesado, un viaje a las oscuras pasiones de la vida de un pueblo. Todo el mundo está implicado, y surgen una serie de retratos sorprendentes: el "profesor" de al lado, con "su parecido físico con un ahogado" y la costumbre de guardar salamandras en frascos de formol en su salón "como la gente [...] ...] guarda las fotos de sus parientes más cercanos"; la vieja tía discapacitada de la infancia apodada "la insaciable" por los niños debido a su lubricidad; María, la gitana lenta de los barrios bajos que amaba a Daniel, una rara alma impoluta; mamá, con su conmovedora "sonrisa de Hollywood", que vive a base de televisión y antidepresivos; Angelo, el gigoló ("hay algo en la gente guapa que sugiere una buena fortuna engañosa") que creció huérfano de la guerra y ahora seduce a los turistas en los bares. Nunca hay un deslizamiento hacia el sentimentalismo, el patetismo o la indulgencia de los fenómenos: Savičević es un satírico demasiado dotado para eso, y un poeta demasiado fino. Con una prosa perfectamente afinada que casi se mueve en la página, nos transmite el pulso de la tierra donde "en la saturada oscuridad explotan las vetas de plata y oro, los minerales crepitan, las raíces de mandrágora gritan, mientras los ocupantes muertos reorganizan sus huesos". En una escena dolorosamente cómica, el gángster local da una rutilante fiesta para celebrar su nuevo hotel, que se completa con turbo-folk balcánico y un burro asado: "Y todo cayó en el olvido, en un plato poco profundo lleno de grasa".

Savičević tiene una rara habilidad para hablar de lo mortalmente serio con una ligereza hedonista que te atrae hacia un espíritu de abandono, sólo para pasar a dar impresionantes golpes de perspicacia. "Mamá" nunca habla de su dolor. En cambio, cuando desaparece una noche, Dada reflexiona: "La gente que ha tenido suerte habla de los peores y mejores días de su vida. Los que hemos tenido menos suerte no hablamos de eso". La sección del "western", deliberadamente chillona, a mitad de la historia, en la que un complaciente equipo de cine extranjero viene a rodar una escena de vaqueros a bajo precio en los polvorientos Balcanes, se inclina de repente hacia la pesadilla. La sangre nunca es sólo una fantasía, sugiere Savičević con escalofriante despreocupación, y quien crea que las películas de vaqueros, los niños jugando o las personas enamoradas son inocentes es uno de los afortunados. Con esta novela, que se aloja en el pecho como una bala amiga, ha llegado una nueva y gloriosa voz europea.

Kapka Kassabova

https://www.theguardian.com/books/2015/may/09/farewell-cowboy-olja-sevicevic-review-kapka-kassabova

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domingo, 19 de diciembre de 2021

Reseña de CARCOMA, de Yurena González Herrera en SOLTADAS

 

Otredades y miedos en el insectario de «Carcoma»

I

Creo que hay muy pocas metáforas en la literatura tan celebradas, conocidas y admiradas que superen a la que recoge La metamorfosis de Franz Kafka (1915), donde se narra las consecuencias de la conversión en insecto de su protagonista, Gregorio Samsa. Es posible que esta imagen se sitúe a la altura de la perturbadora vida como ríos que van a dar a la mar, que es el morir, de Jorge Manrique. La profunda carga simbólica que posee el supuesto escarabajo kafkiano (aunque no se explicite su condición en el relato) nada tiene que ver con la presencia en numerosas obras de artrópodos gigantes que sirven de pretexto para dar pie a determinadas aventuras, preludiar desgracias o como destacado complemento de los espacios que se describen.


Este peso interpretativo que posee la figura insectil del praguense, equiparable a la significativa alegoría que contiene, desde el punto de vista zoológico, Rebelión en la granja de George Orwell (1945), es la que me ha acompañado a la hora de adentrarme en Carcoma (Baile del Sol, 2020)el segundo título de Yurena González Herrera, una escritora tinerfeña que merece todas nuestras atenciones porque se está erigiendo como una de las autoras literarias de referencia dentro del complejísimo género de la microficción. Su anterior libro (El diablo se esconde en los detalles, Escritura entre las nubes, 2016) y el que nos convoca pruebas son de lo que con tanta convicción afirmo.

Es posible que ese «retablo colgado en la pared» que aparece en su relato “Jerónimo” haya servido de inspiración para que mi imaginación transmutara el sinfín de impresiones que me ha causado este pequeño libro en una galería de cuadros (párrafos) que recogen escenas, instantes, situaciones… puntuales que han sido pintadas sobre diversos soportes y que admiten una primera visión (lectura) que nunca será la misma. Cuando descolgamos una pintura, descubrimos una ventana que nos da acceso a un universo de interpretaciones que varía siempre que nos asomamos con las relecturas. Detrás de cada cuadro, pues, el enigma de una apreciación que se amolda a nuestro estado de ánimo y de captación intelectual. Siendo tan asible el producto por sus dimensiones físicas, qué inabarcable se vuelve el resultado de su lectura. Es la espléndida capacidad para expandir los significados de las piezas textuales lo que fija de algún modo el vínculo entre la obra que nos convoca y la de Kafka; una ligazón que, además, se refuerza con el universo connotativo de la voz “insecto” en Occidente: fragilidad, sufrimiento, desgracia, supervivencia, asco… y, sobre todo, miedo.

De las reproducidas percepciones participan los microrrelatos que componen Carcoma y que desmontan el mito (tan propio de lectores bisoños) de que aquello que se nos presenta en pocos renglones o versos es asequible; y lo asequible, por tanto, fácil. Craso error. En el caso que nos ocupa, el acceso a la comprensión de las piezas reclama de quien lee la asunción de una posición proactiva frente al texto: es inevitable el uso de un lápiz para subrayar y realizar anotaciones marginales porque no es posible leer sin intervenir; es necesario calibrar constantemente los significados denotativos durante su mutación en metáfora y símbolo; es imprescindible considerar las adhesiones que manifiesta la autora hacia referentes culturales que le han servido de directriz inspiradora para el trazado de muchos relatos (Ken Bruen, Óscar Domínguez, etc.); y es obligatorio, fundamental, esencial, atender a la singular y enriquecedora percepción del mundo que siempre aporta la condición de mujer (visible, por ejemplo, en “Dolores”) y que, en el caso de Yurena, le permite unirse al magnífico plantel de escritoras que, para fortuna de los que amamos las buenas letras, engrandece el patrimonio literario de nuestras islas.

II

El análisis sucinto de la obra que nos impone el formato nos debe conducir a destacar ciertos detalles que, a mi juicio, contribuyen a consolidar el valor de las 68 piezas de Carcoma, que se distribuyen en cinco partes: “Caja de insectos” (13 escritos); “Desperdicio cero” (10); “Patrón larvario” (19); “Entre la savia” (10); y “Triturador de pesadillas” (16).

Empecemos por el título del libro, que es toda una declaración de por dónde va a encaminarse el sentido de la voz poética. Su elección, con respecto a los distintos textos que componen la obra, es un inmenso acierto. Las cuatro acepciones que recoge el DRAE de la palabra “carcoma” representan el cauce para captar el despliegue metafórico que envuelve los pequeños relatos: larvas que roen y taladran la madera, larvas que en su voracidad producen un ruido perceptible, polvo que queda tras digerir la madera roída, ‘preocupación grave y continua que mortifica y consume a quien la tiene’ e individuo que agota su hacienda.

Al enunciado atractivo le siguen una dedicatoria y una cita que me resultan muy elocuentes y que conviene no desatender porque poseen más peso del que cabe imaginar de cara a configurar el universo retórico que ilumina las páginas de la obra. La ofrenda va dirigida a «quienes no me permitieron rendirme»; o sea, los que le “impusieron” ser luchadora. Dicho de otro modo: a cuantos le “exigieron” que sobreviviera en un mundo donde se puede adquirir la condición de insecto y en el que es posible ser testigo de cómo las larvas, el futuro en el presente, tienen la capacidad de roer las esperanzas de lo que hay y de lo que se desea, y convertirlo en materia que el viento lleva. La cita, por su parte, es de Pessoa. Trata sobre la relatividad que encierra la fortuna: «haber estado en un naufragio o en una batalla es algo bello y glorioso; lo peor es que hubo que estar allí para estar allí».

Encarrilada la obra con lo expuesto, conviene fijarnos en lo que cada bloque nos ofrece atendiendo, en primer lugar, al enunciado que lo identifica. El inicial, “Caja de insectos”, parece ahondar en la insignificancia de un individuo frente a una multitud de semejantes. Me atraen las piezas que se adentran en la idea del doble y de lo que se muestra como una dualidad; de la proyección de uno contemplando lo que otros hacen, que no es más que observar al que mira; y de la relatividad con visos paradójicos entre lo que se es y cómo se está en comparación con los demás (pienso en “Negligente”, por ejemplo). Al igual que en el cuento de los altramuces de El Conde Lucanor, siempre hay alguien peor, alguien cuyo fracaso supera al de cualquiera de los insignificantes individuos derrotados. Mas como todo tiene su sesgo contradictorio, no faltan los casos donde es posible percibir cierta luz en los resquicios de los renglones: no traga cáscaras de altramuces quien sale con «ganas de vivir» del vertedero en “Morder la tristeza”.

El segundo bloque se titula “Desperdicio cero”. Me ha resultado muy difícil no pensar en la ejemplaridad entendida en el sentido cervantino: todo es aprovechable, es “nutritivo”, porque de todo se aprende. Siguen presentes los matices sombríos en los temas abordados, que llegan a componerse sobre la base de cierto humor negro donde lo negativo (la desgracia) termina teniendo algo de positivo (la culminación de un propósito): el moribundo escritor que quiere ser uno de sus personajes, la seducción para el público del circo de los desarreglos amorosos y familiares de algunos artistas, la actriz que feliz se muestra de su última actuación dentro de su ataúd, ese Houdini que solo será fotografiado cuando su truco falle mortalmente, el fin del autor a manos del narrador y de los personajes que no termina de contentar a nadie…

“Patrón larvario”, el tercer bloque, hace alusión en su título a una conducta (“roer”) que se desarrolla por imitación y que, conocida, puede llegar a ser “ejemplar”, tanto para su realización como para su evitación. Los actos ejecutados se asientan sobre la concepción del reflejo, que no es más que un modo de consolidar la noción de dualidad y, en consecuencia, de conflicto identitario tan presente a lo largo de Carcoma. Este enfrentamiento lo es, en el fondo, con la verdad (“Señor Memoria” y “La llave”, por ejemplo): la vida vivida se retiene porque la experiencia se consigue asir; lo impuesto, lo falso, no. Mentir es difícil, muy difícil; y, por eso, es muy complicado no virar hacia lo veraz, donde habitan los aspectos más sórdidos, vergonzantes y comprometidos de los individuos.

En este constante juego borgiano de lo otro, se pueden llegar a producir encuentros inesperados con entes extraños en lugares exóticos (“Perdida y encontrada”). En “Fate”, la confluencia altera nuestras percepciones desde el instante en que nos vemos obligados a cuestionarnos si la voz narrativa es el reflejo, ese “otro yo” que, contemplando, es en realidad el contemplado. Verse como una proyección es en el fondo una manera de mostrar las debilidades, los traumas que conviven alrededor de una pregunta clave: ¿Soy una imagen de mi imagen? Resulta fascinante adentrarse en este mecano de impresiones que se articula sobre los estímulos de unas oraciones que tienden a multiplicar sus sentidos conforme las leemos y las releemos. Sea cual sea el bando, siempre se ignorará «la fuerza de ese otro lado» (“Hielo negro”).

De esta tercera parte destaco la fortaleza de las voces “culpabilidad”, “fracaso” y “recreación”; y la explicitud de algunas secuencias, como la del suicidio en “Señales de auxilio”, que rompe el habitual aroma críptico de las microficciones en su remate final. “Galaxias circulares” es un ejemplo de pasado-presente, de eterno retorno, de vuelta al punto de partida que, en la conciencia, se traduce en las obsesiones, en la no-salida a los atascos, a los callejones por donde transitan los que, como en “Conexión internacional”, necesitan imaginar aquello que les dé el consuelo que la realidad les niega.

“Entre la savia”, el penúltimo bloque, apunta en su título a un término que asienta la noción de alimento, de nutriente, que ilumina el sombrío camino que recorremos con Carcoma. El primer texto, “Yugular”, me parece sumamente significativo de cara a consolidar la idea de que el olvido («a mí también han dejado de buscarme») sacia la necesidad de paz y silencia la “hambrienta” inquietud de localizar a desaparecidos, ya sean reales (los chicos, el narrador), ya imaginarios.

Desconocer es una manera de adentrarse en la tranquilidad cuando se asume que no merece la pena indagar para hallar respuestas porque estas, de algún modo, pueden ser amargas o llevarnos a descubrir la existencia de una realidad que, como una pesadilla, es molesta o desagradable (“Historia de una escalera”). En ocasiones, la necesidad de no saber conduce a la destrucción del propio individuo: en unos casos, a través de la constatación del paso del tiempo reflejado en la decrepitud («podredumbre de la carne») y que se convierte en una “señal de auxilio” que empuja a una solución drástica, como se apunta en “Childhood”; en otros, por medio de las metamorfosis que, entre los claroscuros de los eclipses nocturnos, transforman lo inanimado en animado para volver más adelante a su forma primigenia (“Secretos de Maine”). Retornar es, de algún modo, renacer. En el último bloque, este concepto se consolida.

La noción de olvido como arma liberadora convive con la que proviene de la venganza que, en “Aquel que odia”, orbita alrededor de la otredad y la ficción recreada: «en la magia del engaño está mi oportunidad de ser otro»; en “Polidpsia psicodélica” se vertebra en torno al convencimiento de que bien merece la pena ponerla en práctica para dar sentido a una vida y, sobre todo, a una muerte; y en “El hombre torcido” se aborda desde el perfil de un guardián y justiciero condenado por su propósito inmoral de castigar las inmorales acciones de otro.

Los enfoques bidireccionales de las historias siguen presentes en este apartado del libro. En ocasiones, la referencia al espejo es inequívoca (“Las enseñanzas de un monstruo”) y, en otras, forma parte de preguntas que consiguen envolver el cuadro, siguiendo con la metáfora planteada hace unos párrafos, en un aura de misterio y enigma que va más allá del contenido que se reproduce: ¿quién lee a quién?, es la duda que surge tras leer “La zona muerta”. ¿Y quién escribe sobre quién?, es la cuestión que irrumpe en el admirable juego de recreaciones y pérdidas de la identidad que hay en “Álvaro, Ricardo, Alberto, Bernardo”, uno de los no pocos relatos de Carcoma donde la metaliteratura puja por formar parte del mensaje que se traslada al lector.

El bloque final quizás contenga el enunciado más positivo de todos. Quizás. Desde luego, las diferencias entre el primero, que conducía a esa “occidental” repulsa hacia la representación de una caja con bichos, y el último, el liberador “triturador” que elimina las pesadillas, son más que evidentes. Pero esta circunstancia bien puede quedar anulada si nos atenemos a esa tendencia generalizada de la obra de González Herrera a mostrar el otro lado de los individuos y de las situaciones: si el sueño, como trasunto de la vida con independencia de su calidad, desaparece machacado, ¿no es la muerte la que termina prevaleciendo? ¿No es el triunfo de aquello que jamás podrá reflejar nada, de lo que anula cualquier otredad?

Las dieciséis narraciones de este último bloque mantienen una estrecha ligazón entre sí debida, en gran parte, a la presencia de términos con permiten el establecimiento de sólidas alianzas conceptuales: “fantasma” e “invisible” son significantes y significados frecuentes, “memoria” y “olvido” son ideas constantes; y la palabra “miedo” es permanente. El apartado se compone alrededor de este vocablo, que antecede a la omnipresente noción de “muerte”; que, a su vez, se completa con  las referencias a lo que regresa, a la vuelta tras una ida que conlleva la asunción de una nueva realidad, como se nos cuenta en “Metamorfosis” y, sobre todo, en ese rescate del mito de Dafne y Apolo que representa de algún modo el texto que da título al libro, “Carcoma”, donde la huida al bosque por culpa del miedo («el peor masticador de tripas») se resuelve hacia el final con la transformación en un nuevo estado que imita el del entorno. El insecto entre insectos pasa a ser árbol entre árboles. Nueva vida, nueva razón para no pensar en la multiplicidad.

Sobrevivir a lo que sea (al mismo “Sistema” o al caos programado de “Gemido”, por ejemplo), aunque por medio esté la muerte o se detecte su proximidad, realza la individualidad frente a los yoes reflejados (“Palíndromo”) que se han anulado por el ninguneo (esa condición de desechables que recoge “Alienación”) y por la incertidumbre sobre la efimeridad que provoca no saber qué responder a «¿cómo vivir cuando tienes la certeza de que no existes?» (“Yo tengo mis propios secretos”).

Las causas y, de alguna manera, las consecuencias importan poco en Carcoma. Lo sustancial son los estados. Los motivos son secundarios porque, en el fondo, son interpretables. Por eso las historias comienzan in media res y se centran en instantes puntuales, en esas mordidas de la realidad regurgitadas en volátil polvo, en carcoma donde la identidad fingida o desconocida, el doble y el reflejo egocéntrico representan la posibilidad de un cambio cuya validez siempre será relativa.

https://soltadas.sadalone.org/resena-y-prologos/otredades-y-miedos-en-el-insectario-de-carcoma/

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viernes, 17 de diciembre de 2021

Reseña de A SUS NEGRAS ENTRAÑAS, de César Martín Ortiz en Plan VE

 

Hat-trick

Hay una especie de coletilla que creo haber leído en más de una ocasión en reseñas literarias, la de las “lecturas bien asimiladas”, que siempre me ha sonado a capotazo condescendiente de críticos literarios a autores primerizos en cuyas bienintencionadas obras aún se descubren brotes tiernos de Borges o Cortázar, de Carter o de Cheever. Sin embargo, y a pesar de que para mí, por esa razón, sea siempre una expresión en entredicho, no he dejado de acordarme de ella leyendo A sus negras entrañas, publicada por Baile del Sol, una de, como señala Gonzalo Hidalgo Bayal en la contraportada, “las tres grandes novelas que César Martín Ortiz (1958-2010) dejó inéditas a su muerte”.


Al leerla, en su libro primero se venían a la cabeza, por el aire de ciencia ficción, autores como Orwell, Bradbury o Stanislaw Lem, pero también novelas de campus como las de David Lodge o Tom Sharpe, para después, al pasar al segundo libro, la narración comenzarme a sonar a grandes escritores latinoamericanos como García Márquez, Vargas Llosa o, por mencionar uno más reciente, Rodrigo Rey Rosa, y, a partir de un determinado momento, en el análisis de la hipócrita mecánica del poder, al Miguel Espinosa de La fea burguesía o al de Reflexiones sobre Norteamérica y, siguiendo por este luminoso sendero, el de la reflexión téorica, a sentir ecos de clásicos de las ciencias sociales como La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber o la Teoría de la clase ociosa de Thorstein Veblen. No digo que estas sean, necesariamente, lecturas de Martín Ortiz ni que estén presentes en A sus negras entrañas, y tampoco hablo de asimilación con el tono indulgente del crítico que ha descifrado la cocina de un relato o una novela. De lo que hablo, más que de asimilación, es de dominio, de poderío, de una narrativa contundente con la que Martín Ortiz parecía ser capaz de contarnos cualquier cosa y de hacerlo siempre con solvencia, y que le confiere un aire clásico con el que parece permitirse el lujo de mirarse y hablar de tú a tú con clásicos indiscutibles como los que he nombrado.

Pero tengo la impresión de haberme emocionado y de haberme saltado a la torera el objeto del libro para llegar, directamente, a las conclusiones, un objeto que, a la vista de los tan dispares referentes literarios que he dejado caer, podría resultar, de entrada, desconcertante. Citando de nuevo a Hidalgo Bayal, “A sus negras entrañas es una descripción combativa y dialéctica de los retorcidos métodos del poder y de la impune corrupción económica, lingüística y audiovisual con que establece, mantiene o distorsiona el orden social. […] Pero A sus negras entrañas también es la historia de una iniciación: aprender a sobrevivir —a vivir libre— en ese mundo”. Se trata, pues, de una novela que todavía podemos considerar distópica, pero que se acerca demasiado a nuestra realidad; en la que personajes como el profesor Linneus o Matías Pastrana, y antes que ellos el doctor Elizondo o Maria Sorensen, descubren la oscura matriz que se esconde detrás de todo, en la que la televisión, como medio de manipulación (me temo que Martín Ortíz no llegó a tiempo de vislumbrar el enorme potencial que en este sentido podía llegar a tener la red), juega un papel crucial, demoledor; y que, como lectores, nos hace sentir a menudo vértigo, la sensación de no saber muy bien adónde vamos, dónde vivimos.

Para terminar, no sé si esta tercera gran novela de César Martín Ortíz (las dos anteriores, por si hay algún despistado, fueron Necrosfera y De corazones y cerebros, a las que precedió, en la misma editorial, una magnífica colección de relatos, Cien centavos) nos acaba llevando o no a alguna parte, si en realidad no termina dejándonos perdidos, sin salida, pero lo que sí puedo afirmar es que es un placer seguirlo en su viaje hecho de palabras por una civilizada Quimérica de cartón piedra, por una selva sangrienta y revolucionaria o por una Europa desolada, desierta y llena de forajidos, pero también por sus lúcidas y a menudo mordaces consideraciones acerca de la realidad, y que creo que, se pierda o se encuentre al terminar, esté de acuerdo o discrepe, a ningún lector le acabará resultando indiferente esta novela.

 

A sus negras entrañas

César Martín Ortiz

Baile del Sol

25 euros

Texto de Juan Ramón Santos para su columna Con VE de Libro


https://planvex.es/web/2021/08/hat-trick/


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jueves, 16 de diciembre de 2021

NOS TRAGARÁ EL SILENCIO de Miguel A. Zapata en Pliego Suelto

 

Los escritores y sus textos: Miguel A. Zapata introduce «Nos tragará el silencio», fin de una trilogía

Fragmento cubierta «Nos tragará el silencio», Miguel A. Zapata. Baile del Sol, 2021

 
El narrador y docente Miguel A. Zapata (Granada, 1974) a través del siguiente artículo, escrito para Pliego Suelto, manifiesta sus sensaciones y sus puntos de vista acerca de la publicación de su novela Nos tragará el silencio (Baile del Sol, 2021), última pieza de la trilogía compuesta por Arquitectura secreta de las ruinas (Baile del Sol, 2018) y Las manos (Candaya, 2014), lo cual significa el cierre de un ciclo creativo que ha durado una década.

Existe un debate recurrente acerca de si es posible la planificación anticipada de obras literarias que conforman trilogías, episodios, grupos o ciclos con algún tipo de unidad interna.

En ocasiones, se percibe un cierto artificio en esta concepción, una predisposición a la entrega por capítulos avant la lettre. En otras (los Episodios galdosianos, la Trilogía de Auschwitz de Primo Levi o la Trilogía de Danzig de Günter Grass, se me ocurre) queda muy clara la conexión argumental o conceptual que articula las obras que forman parte del mismo conjunto.

***

Miguel A. Zapata, 2014

En el otoño de 2014, cuando me encontraba en Sevilla para promocionar Las manos, mi primera novela, daba yo vueltas en la cabeza al borrador más o menos definitivo de la segunda, que acababa de revisar y corregir. Hasta ese momento, no me había planteado que formaran un corpus, pero analizando las ideas desarrolladas en ambas pude percibir una serie de constantes y leitmotivs que las hacían absolutamente afines y partes de una unidad, no desde la conexión o continuidad de sus argumentos, sino desde un punto de vista conceptual.

En efecto, si en Las manos analizaba la pérdida de la identidad individual en pos de la aceptación de ciertos iconos y griales colectivos, y en Arquitectura secreta de las ruinas me centraba en la decadencia de los entornos vivenciales de la contemporaneidad como reflejo de la degeneración de sus habitantes, era evidente una conexión: estaba hablando, desde presupuestos argumentales diferentes, de distintas formas de la degradación en (y de) nuestra cultura.

En la entrevista que siguió al café en soledad mientras esperaba, ya expresé por vez primera (fue a Alejandro Luque para El Correo de Andalucía) la idea de un ciclo de novelas centradas en el análisis de ese proceso de degradación presente en nuestra época, y que la tercera pata de ese tríptico sería una obra centrada en el estudio del derrumbe de los valores políticos, sociales, culturales, morales y económicos de la posmodernidad, o de los conceptos teóricos que soportan dichos valores.

Guapa empresa para locos.

***

En cualquier caso, esa concepción, global o total, es la que dio sentido a la construcción de este ciclo novelístico que culmina en 2021 con la publicación de Nos tragará el silencio, diez años después de iniciada la escritura de mi primera novela.

Günter Grass, 1927-2015

En principio, esta obra de silencios en progresión era tanto un reto intelectual como una exploración de terrenos desconocidos para mí.

Quería dejarme las pestañas en un trabajo que aunara el pulido último de mis constantes estilísticas, que supusiera una continuación conceptual respecto a las dos novelas anteriores y desarrollara, al mismo tiempo, una suerte de ensayo histórico, psicológico, socioeconómico, político y lingüístico de nuestro tiempo, y del futuro inmediato o hasta mediados de este siglo.

Dicho así, suena a trompas y fliscornos ensayando fanfarrias. Todo muy grave, muy ceremonioso. En cualquier caso, a mí la idea me daba un poco de miedo, tal vez pereza, porque la placidez del novelista que termina sus obras en seis meses se evaporaba al traspasar ese limes: este era un proyecto complejo, a más o menos largo plazo y sin puerto seguro al que llegar en el periodo de tiempo convenido.

A pesar de ello, siempre había admirado, desde la envidia, los proyectos de “novela total”, con los modelos inalcanzables de La montaña mágicaConversación en la catedralAños de perro o UlisesPero uno, claro, no es Mann, ni Vargas Llosa, ni Grass, ni Joyce (y tú tampoco, lector), así que a saber cómo terminaría la cosa.

Solo tenía claro que mi vieja aspiración de sentar a la misma mesa al escritor de ficciones y al historiador tenía al fin un proyecto (se culminase o no) en el que concretar de alguna manera mi propio universo intelectual.

***

En los años siguientes, la indefinición primera fue concretándose en torno a una imagen que ya no recuerdo bien cómo me llegó: la idea de un Estado que crece paralelo a aquel en que se inserta hasta terminar ahogándolo, fagocitándolo, sustituyéndolo. Un Estado que, como cualquier forma de gobierno o de institución administrativa compleja, sería entendido a la vez y dependiendo de la percepción de cada ciudadano como presidio ambiguo o espacio de libertad donde triunfa la soberanía popular sacrosanta, como infierno sutil o inédito paraíso de la posmodernidad o la transmodernidad: La Hiedra.

Miguel A. Zapata, escritor

La alegoría de la planta trepadora ayudó a concretar el espíritu que alimentaba el concepto: una organización político-administrativa y económica que crece desde dentro del propio sistema hasta convertirse en su única alternativa.

Entendí (quizá una conversación en un paseo con mi hijo, una reflexión ligera sobre la libertad o la falta de ella en la visión de un niño de cinco años) que la forma que debería adoptar la novela sería la de una ficción prospectiva, una ucronía que era a la vez fábula y ensayo y documento confesional de un yo menos impostado de lo que pudiera creerse.

Quería que cuando fuera una realidad en la mesa de novedades de las librerías, los lectores pudieran acercarse a ella no como una obra de Miguel A. Zapata, sino como el testimonio real y fidedigno del narrador, rescatado quién sabe cómo de quién sabe dónde y cuándo. Quería, en definitiva, que La Hiedra fuese algo real, una posibilidad ambigua en la que quizá todos viviéramos inmersos sin tener apenas noción o intuición de ello.

En cuanto a su construcción, me valía de inicio esa cosa graciosa que soltó aquel torero cuestionado por una mala faena: “Oiga, hago lo que puedo con lo que tengo”.

Lo que tenía era menos tiempo por mis circunstancias familiares y mi desempeño docente, con un nivel cada vez mayor de exigencia que se ha acrecentado en los últimos años por el uso y abuso de los entornos virtuales. Lo que hiciese dependía de mi pericia o falta de ella y de algo que no había practicado antes en literatura: la paciencia, la indagación, el estudio previo.

***

En obras anteriores había tomado siempre notas de ideas, perfilado de personajes o andamiaje de su estructura, pero ahora, además de todo eso, era precisa una labor previa, o simultánea, de lecturas, selección de ideas válidas a desarrollar y conceptos que podrían alimentar ese híbrido extraño. Bibliografía ad hoc, bancos de datos, montañas de reflexiones válidas o candidatas a papelera, esas cosas.

Miguel A. Zapata, 2018

La mera intuición feliz de Las manos o Arquitectura secreta de las ruinas (a pesar de sus cálculos y sus carpinterías internas) no era posible ahora.

Trabajaría añadiendo a la ficción capa sobre capa de ideas, estratificando la narración como un corte topográfico o una lasaña intelectual, adensándola de significados sin perjuicio de la unidad de la obra. Porque las circunstancias impusieron ese proceso de cut and paste y yo debía encajar mi obra en ese molde.

Quien tiene hijos y trabajos absorbentes aparte de esta tragicómica labor de escribir sabe de qué hablo cuando digo que uno escribe como y cuando puede, pardiez.

¿Y cómo fue levantar una obra híbrida e invasiva (una hiedra venenosa, joder) como Nos tragará el silencio? Tras más de un año previo de trabajo de campo y sin perder de vista la imagen inicial de La Hiedra (bien vaporosa, casi un espectro), comencé a darle un tono y una voz. Pero estas cosas de taller literario (vocecita, tonito) tan aburridas y que tanto gustan a los medidores de la literatura con regla y cartabón no funcionaban en este caso. No había una sola voz, no podía haberla.

La Hiedra son todos, somos todos, y aunque el hilo conductor (el Informe paralelo al oficial que constituye en sí la obra) lo lleva bien cogido en su mano el narrador sin nombre que ejerce como Consignador de ese Estado que crece vegetal y sin misericordia, en su garganta bullen las voces de todos los residentes, los que solo pueden estar dentro y que, sin apenas saberlo, van silenciándose aunque nadie les tape con la mano su boca.

Este notario de las tripas de La Hiedra no hace suyo el símbolo estatal de la boquita silenciada por un dedo índice (cuando lean la novela, sabrán). Es testigo de una época que se desmorona y otro nuevo tiempo que se alza desde esas ruinas, esa Antihistoria de la que habla Óscar Montes, uno de los protagonistas, un hombre que es irremediablemente parte de la savia que aspira a nutrirlo todo en ese nuevo Estado recién nacido.

***

¿Tuve dudas? Miles. Continuamente. A todas horas. Tecleando. Dando clase. Almorzando con los míos. En la cama, antes o después de dormir. En el bar, ante una tapa de migas con boquerones.

Miguel A. Zapata, 2021

Cuando ya había terminado la primera parte de una obra estructurada en dos grandes secciones (Palabras Actos) que actúan una a modo de refutación de la otra, paseando por la arena de la playa (ya ven cómo uno es capaz también de asuntos bucólicos, casi cursis) me dije que la cosa no iba bien, que esa primera parte, esa tesis inicial necesitaba una antítesis para no convertirse en un discurso manido sobre los límites clásicos de la libertad, pero no la encontraba.

Mi hijo buscaba conchas y medusas. Yo buscaba soluciones a algo que no iba a arreglar el mundo. Una medusa o una concha arreglan el mundo, una novela no, apenas logra explicarlo. Pero la encontré. La solución, digo: Vi mis huellas deshacerse por olas pequeñas a mi paso y supe que eso era, ahí estaba.

La clave era desbrozar lo que parecía que eran La Hiedra y sus Unidades, esos centros de regeneración y reeducación de supuestos díscolos o ciudadanos en situación irregular, deshacer su apariencia y desvelar su verdadero sentido como antesala y excusa de algo más profundo, más perverso o más luminoso (a saber) en la vida posterior en los Módulos (ya verán cuando lean, calma), contradecir lo que parecía otra cosa (una cárcel, un centro de castigo) a través de una invención: los temidos Certificados de Idoneidad, documentos abstrusos y fantasmales donde se resumen todos los derechos y prerrogativas de los ciudadanos de un Estado libre (quién podría negarlo). El Certificado. Mi concha. Mi medusa. Ya estaba.

***

Y escribí, escribí, escribí: en mi apartamento frente al mar, en mi estudio, en las horas libres de mi departamento, en la cafetería, mientras hablaba con mi madre por teléfono, anotando en papeles sueltos, en molesquines, en mi smartphone, en el metro.

Cuando parecía tener encauzada la cosa, llegó aquella insania de pandemias y confinamientos. Me sentí de pronto cansado, rota mi rutina feliz de cafés y avances seguros en cada rato libre para escribir, y cómo no pensar ya, desde marzo de 2020, solo en tasas de morbilidad, tormentas de citoquinas y vacunas improbables, cómo centrarme en algo tan banal como una novela.

Primo Levi, 1919-1987

Logré enderezarme en mitad del naufragio y me dije que aquellas noches en mi estudio o en el salón de casa, frente a mi biblioteca, sin interferencias ni ruidos, sin siquiera sueño (esa cosa superflua entre una palabra y otra), serían mi forma privada de plena libertad, muy acorde con el espíritu de La Hiedra: la libertad solo existe ahí fuera como concepto teórico, su práctica obedece a condiciones autoimpuestas y materiales que encontramos en nuestros bolsillos.

Trabajé sintiéndome un monje cisterciense, sobre todo en la media luz de las noches de silencio acorchado, sin adolescentes bullangueros en las calles, sin Champions triunfante en la tele, sin llamadas de teleoperadoras abusivas.

Superado un último amago de rendición, logré terminar Nos tragará el silencio justo cuando una tregua de confinados alumbró el paso de las camisas de manga larga a los polos con estampados florales, saliendo a las calles después de casi un trimestre de reclusión. Amén.

***

¿Y qué es, finalmente, Nos tragará el silencio? ¿Ficción prospectiva? ¿Ucronía? ¿Ensayo anticipatorio? ¿Fabulación pura o ensayo? No lo sé. Es un testimonio tal vez, un grito pendiente de silenciamiento, qué sé yo, hostia.

Me ocupé durante unos años en recoger el testigo del pensamiento político, económico y sociológico que alumbró el parto de la contemporaneidad y me encargué de refutarlo la mayoría de las veces, matizarlo otras o asumirlo como propio en alguna que otra ocasión, con el propósito de trazar las constantes de nuestro tiempo y aventurar lo que quizá podría venir en las décadas siguientes.

Qué es el Estado, cómo muta en el tiempo, en qué se transforma cuando ha llegado al final de su ciclo. Qué entendemos por libertad, cuáles son sus límites, quién o qué la define. Cómo son los contornos de esa cosa inestable como un gas noble que es el Estado de Bienestar, de estar bien. En qué rincón de nuestro ordenamiento jurídico y del aparato legislativo se agazapan la soberanía nacional y popular, el parlamentarismo, la conformación de los derechos políticos y civiles.

Byung-Chul Han, 2010

Qué es la ciudadanía y qué papel cumple en el puzle de la sociedad y el Estado que conforma. Cómo evolucionarán la economía y el mundo del trabajo en las sociedades globales y poscontemporáneas.

Cómo resultaría vivir en un Estado omnipresente y casi invisible, que promueve formas novedosas de libertad e inquietante servicio voluntario a la administración.

Qué es el Certificado de Idoneidad. Qué serán La Hiedra, el Ministerio de la Centralidad, la Subsecretaría de Regeneración, las U.P.E., las Unidades, los Módulos de Superficie y los Subterráneos, las Secciones Periféricas, los Ámbitos de Centralización Administrativa: lean, lean, lean.

Por ahí aparecen, entran y salen, regenerados o limpios como patenas: MaquiaveloHobbesMontesquieuRousseauSieyèsStuart MillBeccariaHowardReidBakuninMarxGorzRussell, SteinerFrommChomskyLacosteLippmannFriedmanArendtAronSoralClouscardBauman o Byung-Chul Han. Todos revueltos, todos bailando.

Menuda misión para Sísifo, esperando el final feliz de la piedra al fin en la cúspide de la montaña.

***

Una década después, sí, mi “ciclo de la degradación”, que empezó in media res y sin saber por dónde saldría el toro, está concluido. Ignoro si lo que hay en esas páginas tiene algún valor como testimonio de mi tiempo y esbozo del tiempo que tendrá que venir o no.

Sea como sea, y como apunté antes, fantaseo con la idea de que quien se tope con esta obra en cualquier librería pueda verla como un manuscrito futuro encontrado por azar entre las ruinas de algún Estado aún no concebido, como una llamada de atención, una alarma y un aviso a tiempo del infierno o el paraíso que será nuestro mundo, y que corresponderá a cada cual abrazar ese porvenir o escapar de él comprando un par de alas, como cantaba Battiato, hastiado de su época.

***

Y ahora que termino de escribir estas líneas, me asalta una noticia pavorosa (un Real Decreto limitará prácticamente el estudio de la Historia de España en 2º de Bachillerato a los acontecimientos posteriores a 1812) y entiendo que lo que mi novela pudiera tener de anticipación de un futuro más o menos inmediato o lejano dirigido a la reducción “útil” de la Historia (¿de la historia?) no es más que el eco en una caracola que nos repite de forma cíclica y espiral.

Como esa con la que jugaba mi hijo en la arena de la playa mientras yo encontraba bajo el sol la luz para iluminar definitivamente La Hiedraese rincón oscuro que vive dentro de nosotros y pretende trepar los muros que delimitan el perímetro de nuestra libertad.

¿De qué lado te sentirás más libre tú?
¿Elegirás tu propia forma de silencio?
Amén.


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