miércoles, 11 de septiembre de 2013

Stoner

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ÁREA DE DESCANSO

Retomamos el ritmo de esta columna que recomienda lecturas y placeres, con una parada muy concreta: la novela ‘Stoner’, de John Williams, publicada en 1965 y rescatada en castellano por Baile del Sol. Una historia sobre amor y aprendizaje para sobreponerse a la mediocridad y los reveses que nos depara el destino.
JAVIER MORALES
Si abril es el mes más cruel, el verano siempre es un tiempo de promesas. Cada uno a su manera, espera hacer lo que la mezquina rutina diaria nos arrebata. En mi caso, como aún no me he pasado al libro electrónico, suelo irme de vacaciones con una maleta cargada de libros, aunque bien sé que ni siquiera podré leer una décima parte. Esa décima parte siempre trae alguna sorpresa, incluso alguna revelación, como me ha ocurrido este año con Stoner, de John Williams, publicado por la editorial Baile del Sol, a quien hay que agradecer la edición en castellano de esta obra.
Había leído reseñas entusiastas sobre Stoner de críticos a quienes admiro, como Rodrigo Fresán, y elogios incondicionales de amigos con quienes comparto gustos lectores. Y no se equivocaban. Me dan un poco de alergia los juicios rotundos, pero en este caso no tengo más remedio que plegarme a la evidencia: Stoner es una obra maestra, de lo mejor que he leído en mucho tiempo. De hecho, no deberían perder el suyo con esta columna. Si yo fuera ustedes, le pediría ahora mismo la novela a su mejor amigo (como ocurre con el dinero, solo los mejores amigos pueden prestarnos libros), acudiría a la biblioteca (¡ah, no!, que Wert les ha dejado sin fondos) o saldría corriendo a comprarla a su librería habitual. Luego enciérrense y lean.
¿Qué van a encontrarse? ¿Por qué esta novela publicada en 1965, olvidada durante mucho tiempo, es hoy un éxito de ventas en Holanda, por ejemplo? La historia no tiene trampa ni cartón. Conocemos el argumento desde el brillante y hermoso comienzo, que nos da la pauta de lo que será el tono del resto del libro. “William Stoner entró como estudiante en la Universidad de Misuri en el año 1910, a la edad de diecinueve años. Ocho años más tarde, en pleno auge de la Primera Guerra Mundial, recibió el título de Doctorado en Filosofía y aceptó una plaza de profesor en la misma universidad, donde enseñó hasta su muerte en 1956. Nunca ascendió más allá del grado de profesor asistente y unos pocos estudiantes le recordaban vagamente después de haber ido a sus clases. Cuando murió, sus colegas donaron en su memoria un manuscrito medieval a la biblioteca de la Universidad” (traducción, Antonio Díez Fernández).
El inicio de la novela tiene la fuerza de una piedra caída en el agua de un estanque. Sabemos dónde ha caído la piedra,  sabemos hasta dónde pueden llegar las ondas que rasgan el agua, pues conocemos los límites del estanque. Pero intuimos que lo importante no es la caída de la piedra, sino el suave movimiento de las ondas. Y así está contada esta novela, con una cadencia suave, con una prosa precisa, sin alharacas, transparente, como si las frases nos metieran poco a poco en la piel y en la vida de Stoner. Como si reviviéramos con él su adolescencia en la granja de sus padres en el Misuri rural, su marcha a la universidad para estudiar Agronomía. Su padre espera que a la vuelta el hijo universitario mejore la productividad de una tierra pobre. Aunque no regresará, Stoner acepta la sugerencia de su progenitor sin entusiasmo, con estoicismo, como aceptará más tarde el fracaso de su matrimonio para conservar el vínculo con su hija, las rencillas académicas y el resto de los acontecimientos que marcarán la vida de este hombre sencillo y sabio.
Stoner es sin duda la más autobiográfica de las que escribió John Williams (1922-1994). De origen humilde, tras desempeñar varios oficios y finalizada la Segunda Guerra Mundial –en la que participó-,  Williams estudió Inglés en la Universidad de Misuri, donde fue profesor. Publicada en 1965, Stoner -su tercera novela- pasó desapercibida, aunque Williams recibió en 1973 el National Book Award por Augustus. Hasta su reedición en 2000 por The New York Review of Books (NYRB), Stoner era algo así como una novela de culto, una novela de escritores para escritores. “Williams no había tenido muchos lectores, pero eran los correctos”, afirmó su amigo Alan Prendergast.
Como señala Morris Dickstein, el amor y el aprendizaje son las dos grandes pasiones de Stoner. Y le sirven para sobreponerse a la mediocridad y a los reveses que le depara el destino. El solitario Stoner, a quien nos habría gustado conocer, tiene la sabiduría de aquellos que saben vislumbrar lo importante de la vida y esperan conseguirlo con perseverancia y tenacidad. A pesar de los infortunios que agrietan su existencia, uno tiene la impresión de que Stoner es un hombre feliz,  como afirmó el propio autor. “Creo que es un héroe. Mucha gente que ha leído la novela cree que Stoner tuvo una vida triste y pésima. Pero yo creo que tuvo una buena vida. Mejor que la de la mayoría”. Ajeno a las ambiciones mundanas, las que dan cera a nuestro ego, hizo lo que quería, enseñar literatura. La enseñanza era para él un trabajo, sí, pero un trabajo enriquecedor, no alienante, capaz de darle sentido al mundo y a su propia vida.
Uno sale transformado después de la lectura de Stoner, algo que solo consiguen las obras maestras, lo que Borges le pedía a un buen libro. En la introducción de la edición en inglés de la NYRB, John McGahern relata que en una de las pocas entrevistas que concedió Williams le preguntaron si se debía escribir literatura para entretener. “Sin ninguna duda. Por Dios, leer sin placer es de estúpidos”. ¿Aún siguen aquí?

2013 de Poesía. Día 253. Rosa Suárez Vera

Día 253. Rosa Suárez Vera. Aún en sueños te me has negado (2005)


TAN SÓLO HURTAR ESQUINAS
en días de ceniza
recuerdos del miedo
la noche preparada al sacrificio
a la envoltura de su cáscara
de tierno insecto
Sin llanto ni huellas
bendice el labio
rastrea la lengua
inundan cuajados
la concha de sus frutos
Entonces la presencia exacta
en la hora de la lluvia
mientras soporta el peso
de la tierra hundiéndose de sed
La desgastada muerte
en la orilla de la espiga
arrastra su sangre verde
sin prisa


martes, 10 de septiembre de 2013

Piscinas iluminadas, por Javier Cánaves

Editorial Baile del Sol. 149 páginas. 1ª edición de 2013.

Ya he comentado en el blog que Javier Cánaves (Palma, 1973) y yo somos amigos, y además compartimos editorial. Hace no mucho él leyó mi poemario El bar de Lee y escribió una introducción similar a ésta para preceder a sus reflexiones sobre mi libro (ver AQUÍ). Ya he comentado en el blog un poemario y las dos novelas anteriores de Cánaves, publicadas también en Baile del Sol.

En la entrada correspondiente a su segunda novela, Los artistas, finalicé apuntando que sabía que Cánaves tenía una tercera novela, pendiente de publicación en Baile del Sol, que se relacionaba con las dos anteriores –La historia que no pude o no supe escribiry Los artistas–, y que todas ellas forman una especie de trilogía sentimental.

Piscinas iluminadascerraría en principio una etapa creativa de Javier Cánaves y es posiblemente su mejor y más desolada novela hasta la fecha.

En Piscinas iluminadas, como en los dos libros anteriores, Carlos, el protagonista, sería también un trasunto del propio autor: “En mi caso concreto, necesito de los elementos autobiográficos para crear un marco referencial, para no andar perdido. Esto, de algún modo, es una confesión de mis limitaciones como aspirante a escritor (y son tantas)”, apunta el narrador en la página 118 del libro. “No se trata de un libro escrito contra nada ni contra nadie si exceptuamos al propio autor, es decir, yo” (pág. 109).
Como ya comenté, La historia que no pude o no supe escribirversa sobre el fin de la juventud y la constatación de la pérdida de brillo de las relaciones adultas, y Los artistasanaliza la sensación de fracaso de un treintañero que tuvo en su juventud sueños artísticos, y que, aunque ha publicado algunos libros y ganado algunos premios, no se encuentra en el lugar que piensa que le debería corresponder.
El tema central de Piscinas iluminadas sería el de la derrota total. Carlos, un hombre que se encuentra en la treintena –aunque posiblemente ya más cerca de los cuarenta que de los treinta– pasa en sus páginas un extenuante verano mallorquín con la aparente tarea de dejarse llevar por la autodestrucción, convencido de que “nada sirve para nada”.
De nuevo la ciudad es Palma de Mallorca, y el protagonista tiene una edad muy similar a la del autor al escribir este libro. Cuando las obligaciones laborales o maritales no se lo impiden, el narrador se encierra en su casa, en el “cuarto del ordenador”, para llevar a cabo lo que denomina “su tarea autojustificativa”, que no es otra que la de escribir historias que tienen que ver en mayor o menor grado con su vida, un tema que entroncaría con la sensación de fracaso de Los artistas. Aunque aquí se lleva la sensación de fracaso un poco más allá, ya que no se sueña con ninguna gloria ni posteridad, si no tal solo con abandonarse del mundo, ya que “nada sirve para nada”.
El título, Piscinas iluminadas, actúa como símbolo: desde la terraza de su casa, más de una noche, Carlos observa la piscina iluminada de su urbanización:“Hay algo hipnótico en las piscinas iluminadas” (se repite la frase varias veces en la novela); desde esa terraza que en el pasado fue símbolo de la unión con su mujer, Luisa, de la que ahora, en el tiempo de la novela, se siente cada vez más distante. Desde el símbolo del que fue su ideal de felicidad (la terraza), Carlos contempla ahora el espejo profundo, hondo, de la piscina, que parece simbolizar el abismo o la derrota, o simplemente la desgana.

Si apunté que en Los artistas Cánaves consigue crear una atmósfera de derrota, opresiva y densa, que emularía la de las obras de Juan Carlos Onetti –autor al que admira–,en Piscinas iluminadas he creído detectar otras influencias. La novela me ha parecido profundamente nihilista, y el homenaje a El extranjero de Albert Camus me parece claro. Durante las escasas semanas en las que transcurre el tiempo de la novela, se insiste en la idea del calor, del verano asfixiante de Palma: “El calor y la elegancia no son compatibles”, apunta el narrador; además la frase “Es el calor” la pronuncia varias veces para justificar su comportamiento errático, igual que Meursault –el extranjero– acabó disparando a alguien en la playa porque hacía calor.
Otra de las influencias sería Michel Houellebecq, heredero también del existencialismo y del nihilismo francés; ya que en Piscinas iluminadas, como una diferencia respecto a sus novelas anteriores, Cánaves insiste en la idea del sexo por el sexo, usando un lenguaje para describirlo más vulgar que el de sus pasadas novelas. Un sexo desprejuiciado que, en todo caso, tampoco consigue aliviar la sensación de perdición del hombre.
Y también me ha parecido percatarme de la influencia de Thomas Bernhard, ya que en Piscinas iluminadas hay frases o párrafos que van repitiéndose a lo largo de sus páginas como en las construcciones musicales de Bernhard.

Carlos conduce por la isla de Mallorca, sin encender el aire acondicionado del coche a pesar del calor asfixiante, toma cafés en terrazas mientras subraya los libros que lee, acude a una oficina a trabajar, donde piensa que a pesar de los años que dedicó a estudiar realiza tareas irrelevantes que cualquiera podría llevar a cabo, bebe solo, no se comunica con su mujer, se masturba, contempla por la noche la piscina iluminada de su urbanización desde la terraza… Y también se encierra en el “cuarto del ordenador” para llevar a cabo su “tarea autojustificativa”.
Respecto a este último punto se usa un tema de construcción narrativa que me ha parecido ingenioso: el narrador nos dice de vez en cuando que se halla en la ciudad de Lanka, en un quinto piso sin ascensor, donde se encuentra con Sophie, una atractiva mulata que responde a todos sus requerimientos sexuales. El lector acabará deduciendo que ese quinto piso sin ascensor se corresponde con el cuarto de escribir de Carlos, y que Lanka y Sophie simbolizan su fantasía de evasión, o en términos freudianos simbolizan el “ello” (donde los deseos sexuales y de evasión se cumplen).

Ya he apuntado al principio de la entrada que Piscinas iluminadas me ha parecido la mejor de las tres novelas de Cánaves, su obra narrativa más madura y desolada. Le puedo achacar un problema, que sería el mismo que detecté en Los artistas, y que el mismo Cánaves apunta como limitación de su escritura en la cita de la página 118 del libro que he recogido antes: su prosa se parece demasiado a su poesía, y en cierto modo el párrafo narrativo está concebido como un poema en el que el autor se explica a sí mismo la realidad. Es decir, el autor, antes que dejar fluir la narración, opina sobre todos los temas de los que habla, y en este sentido la novela es muy discursiva. Es muy frecuente encontrarse con párrafos como éste:
“La vida se alimenta de la violencia nacida de la contradicción. Entre lo que somos y querríamos ser, entre lo que tenemos y querríamos tener, entre lo que soñamos y la realidad que nos rodea. Una disputa silenciosa e invisible que recorre cada centímetro de la ciudad, cada poro de nuestra piel. Hay un pálpito extranjero en cada imagen o gesto, un amago de abismo, una segunda intención desconocida. Basta escarbar un poco, fijar la mirada en un punto cualquiera, rozar con disimulo la mano de un viandante que pasa por nuestro lado. Todo podría estallar, en cualquier momento. Esto es la belleza, la violencia agazapada, el grito amputado, este disfraz de normalidad siempre a un paso de disolverse. Apuro mi copa. Observo cómo las polillas se disputan la luz de la farola, el ritual de los enamorados en la noche, la silueta elástica de un gato en la acera. Luisa ya se habrá acostado. Puedo verla al otro lado de la cama, al otro extremo del hilo. Necesito sexo sucio, amnesia, que algo estalle. Pago mis consumiciones. Camino solo por una ciudad en estado de sitio. Mi sombra se estira como una mentira dicha sin pestañear” (pág. 57).

El párrafo anterior podría ser un poema, está bellamente escrito y en él el autor opina sobre la vida y el mundo; y éste podría ser un ejemplo claro de cómo escribe el Cánaves novelista, que se acaba pareciendo mucho al Cánaves poeta. Opinar sobre todo lo narrado tiene un riesgo al construir una novela: el ritmo se ralentiza y no se permite al lector hacerse una idea propia sobre los hechos narrados, porque estos son continuamente explicados. Esto es interesante siempre que la visión del narrador sea muy original y se tendría que ver entonces la novela como una narración híbrida entre la novela, el diario y el ensayo (aunque como opinión personal diría que es un recurso del que no conviene abusar en una novela, donde la narración debería fluir más oxigenada); pero esto mismo (la mirada original) es muy difícil conseguirlo siempre, y así se corre el riesgo de caer en el lugar común, como ocurre en alguna ocasión en Piscinas iluminadas, y hacer que la trama avance poco en hechos narrados.

En todo caso, reitero que Piscinas iluminadas en la mejor de las tres novelas publicadas por mi amigo Javier Cánaves y que ha conseguido, gracias a muchas de sus páginas, transmitirme la angustia vital del protagonista al enfrentarme a mis miedos como hombre de mediana edad, que también se encierra en el “cuarto del ordenador” para llevar a cabo una “tarea autojustificativa”.

http://desdelaciudadsincines.blogspot.com.es/2013/09/piscinas-iluminadas-por-javier-canaves.html

2013 de Poesía. Día 252. Federico J. Silva

2013 de Poesía. Día 252. Federico J. Silva. Donde menos se piensa salta el gatoliebre (2005)


DALTONIANA

no olvides nunca que los más demócratas
de entre los demócrata-burgueses
también son demócrata-burgueses



lunes, 9 de septiembre de 2013

“La inmortalidad del cangrejo”: el lento y continuo camino en el desierto del presente


La inmortalidad del cangrejoLa inmortalidad del cangrejo.
Fernando J. López
Baile del Sol (Tegueste – Tenerife, 2013)
Cómpralo aquí
Los años pasan con demasiada rapidez, solía decir mi abuela, pasan y ni siquiera nos damos cuenta de ello. Aquella anciana mujer, que había dejado el colegio con sólo doce años, tenía razón,  los años pasan sin que seamos capaces de darnos cuenta de ello: no nos damos cuenta hasta que, finalmente, un día dirigimos nuestra mirada hacia atrás, hacia ese tiempo pretérito, que no creíamos tan lejano, y descubrimos no sólo que el tiempo no se detiene, sino que en su irrefrenable andadura han sucedido muchas cosas, nimias anécdotas y trascendentales hechos; porque, precisamente, a lo largo del transcurrir de ese  tiempo, se ha ido construyendo el presente que, paradójicamente y no en pocas ocasiones, no deja de sorprendernos.
¿No lo vimos llegar?, afirman los políticamente correctos a modo de excusa, pero no fue así, más bien no quisimos -y, sobre todo, no quisieron- verlo, no supimos, en nuestra impuesta ceguera, ver aquellos primeros indicios, aquellas primeras líneas de la historia de la que hoy somos sus trágicos protagonistas.
La inmortalidad del cangrejo es más que una novela generacional sobre la desorientación personal y social de unos jóvenes; es más que el relato de la crisis de la juventud actual; con elementos de intriga, La inmortalidad del cangrejo es, ante todo, una novela difícilmente catalogable. Fernando J. López juega con los géneros y, sobre todo, juega con el estilo y con las voces narrativas: la ironía y, en especial, la autoironía está presente a lo largo de toda la narración, impregnada esta última de un melancólico sarcasmo. La elección de la primera persona, perteneciente al joven Alfredo, el protagonista, no impide al autor convocar en cada momento del relato otras voces, las de los otros personajes, pero también las voces o, mejor dicho, los discursos que heredamos y los que encontramos cada uno de nosotros en una particular y -¿por qué no?- excéntrica existencia.

Fernando J. López (foto: Baile del Sol)
Fernando J. López (foto: Baile del Sol)

A través del constante dialogismo, enmascarado tras el testimonio monológico del protagonista, Fernando J. López traza un retrato del tiempo presente, el de una sociedad gravemente herida por un pasado que no ha sabido asumir y por un futuro que es incapaz de construir. La acción se inscribe en el 2001, cuando todavía nada había ocurrido, cuanto todavía el negro presente no había llegado; sin embargo, J. López, así como Rafael Chirbes en sus últimas obras narrativas -nunca está demás elogiar En la orilla-, nos muestra cómo por entonces la historia ya había comenzado, en el 2001 ya podía percibirse el futuro que debía llegar sin compasión alguna. Los titulares de periódico, con los que encabeza cada capítulo, permiten al autor contextualizar la narración a la vez que, casi como si se tratara del coro griego, apostillar el relato de ficción. Perfectamente escogidos, los breves titulares se convierten en paralelos metafóricos de la vida de Alfonso; aquellos titulares son los testimonios que, desde una aparente neutralidad, describen el relato de un fracaso, de la lenta, constante y desapercibida destrucción de un mundo que ha dejado de ser -si es que algún día llegó a serlo- el que creíamos. La caída de las Torres Gemelas en el atentado del 11 de Septiembre no sólo es el punto de partida, sino la imagen de la caída, de la destrucción de unas ideas, de unos sueños y de unas aspiraciones aparentemente imposibles de cumplir.
La falta de trabajo, la ausencia de toda perspectiva, las dificultades extremas de la carrera artística -en este caso, teatral-, los contrastes generacionales y las contradicciones de una sociedad heredada a través de una transición convertida en mito incuestionable. Los ideales perdidos, el aburguesamiento -como dice el propio protagonista- de los padres de Alfonso, la escalada social y la pérdida de aquellos principios, aparentemente irrenunciables, que hicieron salir a la calle y protestar en los últimos años del régimen. Fernando J. López consigue, de manera extremadamente ágil, dialogar con el presente, pero también con el pasado todavía reciente, de manera crítica, sin concesiones, ni para unos ni para otros. Desde la distancia cronológica que le ofrece sus pocos 23 años, Alfonso desmonta el relato histórico que, en particular, su padre le ha recitado una y otra vez: Alfonso descubre las contradicciones de sus padres, ejemplo, como tantos otros, de aquella generación que, llegada la democracia, consiguió un determinado poder económico-social y/o político y que, desde ese mismo poder y supuestamente avalados por la libertad democrática por la que habían luchado, comenzaron a debilitar las bases de ese mundo que, como las Torres de Nueva York, no tardaron en caer. La lucidez de Alfonso, aunque en ciertos momentos marcada por los comprensibles excesos de la juventud, al referirse a sus padres contrasta con la ceguera que le domina en el momento de encaminar su futuro: una problemática relación amorosa a distancia con un hombre bastante mayor que él; el estudio de una carrera -derecho- que le desagrada pero que, en opinión de su padre, le abrirá las puertas al éxito profesional y social; la cerrazón de estas mismas puertas; la desubicación en una realidad que no comprende, pero tampoco quiere modificar. Alfonso no es un héroe clásico, más bien es un héroe fracasado con el que el autor no se muestra complaciente, pues, una vez caídas las torres, es necesario reconstruirlas.
La inmortalidad del cangrejo no llama al conformismo, todo lo contrario; el mundo se ha desmoronado, hace tiempo ya que comenzó la destrucción de una realidad que, seguramente, nunca llegó a ser a ser lo que ciegamente creímos que era. Ahora, lejos de desfallecer, toca levantarse y, con una inmortal perseverancia, seguir caminando sin dejarse abatir por la linealidad de la pasividad y la inoperancia. “La línea de la constelación del cangrejo se abate hasta detenerse y convertirse en duna y arena de desierto“; no hay que dejar que llegue el desierto y esta es la lección que deberemos aprender.

Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia

http://www.revistadeletras.net/la-inmortalidad-del-cangrejo-el-lento-y-continuo-camino-en-el-desierto-del-presente/?utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed%3A+revistadeletras+%28Revista+de+Letras%29

2013 de Poesía. Día 251. Orlando Cova

Día 251. Orlando Cova. La última fuerza (2005)


TODO LO QUE GRITO

Hace ya no sé cuántos miedos
que sigo esperándote,
no sé cuántas calmas falsas
y vértigo palpable
que adivino tu lugar,
tu beso,
tus pasos,
tu sonido exacto,
tu aroma inconfundible.

Perdí la cuenta de los temblores ocurridos
hasta no parar de buscarte,
hasta encontrarte y perderte y volver
a plantarme ante tus ojos
y sentir sólo abandono:
esa mirada que transforma lo real en fugaz,
lo cálido en impreciso, en pálpito vertiginoso,
en huida constante hacia ninguna parte.

Fueron millones de escalofríos
los que me enseñaron las sombras de la ausencia,
la memoria intacta
desde donde se transforma
en deseo todo lo que hablo,
todo lo que añoro,
todo lo que grito.

Han transcurrido milenios de esperanza
y sigo lanzando a todas partes
mensajes vanos de auxilio:

me perdí
en la frontera que separa
la palabra del sueño...

Y aún me sobran miedos
para continuar esperándote.


domingo, 8 de septiembre de 2013

“Mi vida con Potlach” de Inma Luna.

Acabo de terminar Mi vida con Potlach, de Inma Luna. Publicada por Baile del Sol. Es una novela de titulo curioso, que les dejo descubran su razón cuando la lean.
Porque deberían ustedes leerla, y me explicaré.
Esta novela plantea algo que está en la raíz de la vida actual: la soledad y el desencuentro. Pero no el desencuentro con los demás, que también, sino con uno mismo. El argumento es sencillo en apariencia; un tipo presuntamente neurótico comienza a escribir un diario personal, aconsejado por el psiquiatra que lo trata en una clínica privada de lujo. Y naturalmente, lo que sucede es que empiezan a pasar cosas.
Para empezar conocemos al tipo, que se llama Luis, y conocemos lo que él nos cuenta de sí mismo, y claro, a través de ahí empiezan a enmarañarse las historias y a enredarse, porque el tipo tiene un pasado; un pasado que vamos leyendo poco a poco, a pinceladas, y que empieza a intrigarnos, igual que su particular forma de pensar; igual que nos intriga qué sucederá cuando el tipo decida…lo que decide.
Del argumento no les voy a decir más; pero sí de algo que me parece fundamental: en esta obra los personajes se mantienen de pie, viven después de que el lector cierra la novela, existen más allá de la novela: Noelia, Sonia,  Elena, Luis…y algunos otros. Inma consigue con un lenguaje muy cercano y a la vez no exento de poesía, o mejor, de lirismo, de reflexiones, de interrogaciones que sacuden a quien lee, crear un mundo narrativo propio, en el que la realidad de la novela es posible.
Es un libro de historias entrelazadas- la descripción de un cierto ambiente casi popular en la casa de Noelia por ejemplo recuerda al mejor realismo español- de vidas que se entrecruzan, que nos apelan para que nos quedemos en ellas. A veces casi parece una novela coral, en la que todas las vidas confluyen.
Pero también es una novela crítica; con la burocracia, con el sistema jurídico inmisericorde, con los geriátricos, por ejemplo. Y siendo un libro con una enorme ternura a la vez tiene la dureza del cuchillo para entrar en la psicología de los personajes o mostrar ciertos ambientes.
Y, ahora, una subjetividad que igual les anima definitivamente a leer el libro: que sepa la autora que nunca olvidaremos a Potlach.