sábado, 26 de septiembre de 2015

Reseña de Taberna y otros lugares de Roque Dalton, en halcondelanoche

 
“Yo llegué a la revolución por la vía de la poesía.
Tú podrás llegar (si lo deseas, si sientes que lo necesitas) a la poesía por la vía de la revolución”.
Así comienza el más emblemático de los libros de un poeta legendario. Un poeta cuya muerte agrandó el mito y la repercusión de su legado. Sin embargo, la poesía de Roque Dalton se sustenta por sí sola: auténtica, comprometida, significante, domadora de un vocabulario extenso, reflexiva y vibrante, que no rehuye de los recursos literarios pero que no se adorna de ellos.
‘La taberna’ es la más célebre cervecería de Praga (U-Fleku). Lugar de peregrinaje y refugio socialista primero, después país invadido por el mismo socialismo. El poemario está escrito acaballó entre el citado lugar y los revolucionados países de Cuba y El Salvador.
El poeta hace gala de la autocrítica en sus poemas, del estallido de violencia en el continente americano, del amor, de las lecturas imposibles y las utopías vencidas.
“Uno empieza a dudar de su propia inmortalidad”.
EL DESCANSO DEL GUERRERO
Los muertos están cada día más indóciles.
Antes era más fácil con ellos:
les dábamos un cuello duro una flor
loábamos sus nombres en una larga lista:
que los recintos de la patria
que las sombras notables
que el mármol monstruoso.
El cadáver firmaba en pos de la memoria
iba de nuevo a filas
y marchaba al compás de nuestra vieja música.
Pero qué va
los muertos
son otros desde entonces.
Hoy se ponen irónicos
preguntan.
Me parece que caen en la cuenta
de ser cada vez más la mayoría!
EL PRIMOGÉNITO
Lo peor no es tener miedo.
El miedo puede estudiarse como un bicho
o como un depósito de estiércol
hurgándole
con un palito.
Lo peor es abrazarse al lastre amargo
que las tripulaciones lanzan hacia el fondo del mar,
entre aplausos.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Reseña de DEMENCIA de Andoni Urzelai en Libros Prohibidos

Año: 2015
Editorial: Baile del Sol
Género: Novela
Valoración: Recomendable
Llevo un buen rato tratando de empezar esta reseña; escribiendo, borrando, y volviendo a escribir un posible comienzo que haga justicia a la mezcla inverosímil de sensaciones que me ha provocado esta novela. Al final, qué mejor que mencionar mi propia indecisión para transmitiros precisamente eso, mi incapacidad de determinar si me ha gustado o no esta historia rara, rara que nos ha llegado de la mano de Baile del Sol.
Demencia tiene un comienzo inmejorable. Agapito Rumiante, un hombre alcohólico y desganado, decide dejarlo todo para embarcarse en un reality show de lo más surrealista (por contradictorio que pueda parecer). Su nuevo nombre: señor Smirnoff; junto a él, otros cuatro dementes: Ausonia, Dylan, Wilkinson y Equis (este último no encontró patrocinador). Los cinco son introducidos en un extraño cubículo y sometidos a una vigilancia televisiva constante y a un cruel racionamiento de la comida y de las distracciones. Pronto comienzan a desatarse sus instintos más animales… Y hasta aquí puedo leer.
El planteamiento inicial me pareció de lo más atractivo y original, pero no termina de convencerme la ejecución en su conjunto. El autor ha querido hacer algo muy ambicioso y complejo, y no estoy segura de que lo haya logrado del todo. Quizá uno de los mayores problemas para mí ha sido la extensión del libro. Creo que podándolo por aquí y por allá hubiera quedado más resultón. Sobre todo, creo que sobran digresiones. Es importante que las haya, para que el lector pueda hacerse a la idea de lo que es estar en la mente del protagonista, pero se me antojan demasiado abundantes y demasiado largas. Tanto que hacen que la lectura vaya a trompicones, y que una se encuentre leyendo en diagonal más de lo que debería en una novela de estas características.
Mi impresión mientras la leía era que se trata de una obra muy irregular. Tiene pasajes absolutamente desternillantes y otros tremendamente aburridos; diálogos muy ingeniosos, pero también otros que no conducen a ningún lugar. Los personajes a ratos están desdibujados, y en ocasiones muy perfilados. La trama por momentos es de un realismo atroz, pero al mismo tiempo siempre raya en lo inverosímil. El narrador es capaz de desarrollar unas imágenes poderosísimas, y hacer que el lector se estremezca de asco y de horror, sin dejar, a veces, de desear que se acabe ya de una vez. Este dualismo extremo, este sí-no-sí-no constante, me ha hecho oscilar como una posesa del Mejor no, al Pasable, al Está bien, y vuelta a empezar. Mi pareja es testigo de que me he reído a carcajada suelta, de que me he visto obligada a leerle en alto algunos de los pasajes más deliciosamente retorcidos, pero también de que he querido desistir en más de una ocasión y tirar el ejemplar por la ventana.
Habiendo llegado ya a su más que interesante (aunque quizá ligeramente predecible) final, puedo echar la vista atrás y darme cuenta de que prácticamente todo lo que de defectuoso parecía tener esta novela (las digresiones eternas, los diálogos vacíos, los personajes borrosos, la inverosimilitud del argumento) está ahí por algo. Decía que el autor ha querido hacer algo muy ambicioso, y quizá por ello le ha salido lo que a ratos es un libro difícil. Pero no deja de ser una propuesta muy valiente e innovadora; una lectura singular que no va a ser fácil de olvidar. Por eso os la quiero recomendar, por absurdo que os resulte, a pesar de lo mucho que me ha costado acabarla, a pesar de que todavía no sé si me ha gustado.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Reseña de Las calmas aparentes, de Federico J. Silva en El Escobillón

Las calmas aparentes, una ¿novela? de Federico J. Silva


“Las cosas van fatal en el curro. Cada tres días me pregunto por qué aguanto. Pienso que aguanto porque aún creo que el pomposo derecho a la información es del ciudadano y no de los medios y de los tres que se creen cuarto poder, porque podemos ayudar a mi vecina a entender la realidad y a formarse su propio criterio. Aguanto porque defiendo que el periodismo debe controlar a los poderes públicos y ser una garantía de transparencia y de voz de la población. Aguanto porque no hay que dejar la profesión en manos de los canallas que han convertido un servicio social en un negocio. Aguanto porque no quisiera optar por una salida personal y abandonar a la peña en la estacada. Soy el único que le planta cara al cabrón al cabrón ese, aunque menos puesto que ni trato tengo con él. Sí, aguanto porque soy un cobarde, porque no tengo donde caerme muerto desde que me quitaron los ciento cincuenta euros de la jefatura del área. Aguanto para no empezar de nuevo.”
(Las calmas aparentes, Federico J. Silva. Colección: Macaronesia, Baile del Sol Ediciones, 2015)

El poeta Federico J. Silva debuta en la narrativa con Las calmas aparentes, una novela coral y estructurada en capítulos muy breves para contarnos fragmentos existenciales que oscilan entre el furor y el amor como vía de escape. También la nueva esclavitud en la que se ha organizado el sistema, y que nos tiene tan domesticados y aparentemente –porque este es un libro de apariencias– felices, aunque en el fondo esconde amarga tristeza.
En apenas noventa páginas, Federico J. Silva nos presenta una variada y curiosa galería de personajes donde los periodistas, y sus cada día más penosas relaciones laborales, adquieren especial protagonismo. El autor propone, además, dos forma de leer estas historias: ordenadamente o siguiendo un tablero dirección en el que se orienta sobre qué capítulos leer y cuáles saltarse. Algo así como La Rayuela de Julio Cortázar pero sin las ambiciones de La Rayuela de Cortázar… Sospecho, de hecho, que esta forma de proponer dos lecturas distintas pero no confrontadas entra más en un el juego literario con el que el ahora narrador Federico J. Silva intenta demostrar que su libro va más allá de las discretas apariencias y que la obra, y todas las voces que aparecen en ella, al final tienen un mismo origen: su autor.
Éste, a mi juicio, es uno de los lastres que arrastra este trabajo, al que puede agradecerse sin embargo su vocación realista y el ánimo por criticar la realidad de nuestro tiempo siempre desde una perspectiva autoral, del que se note, lo que frena que el lector se sumerja con comodidad en sus páginas y respire con sus personajes. Personajes estos vistos desde dentro, sí, pero mucho me temo que dibujados desde fuera y a distancia de vértigo por su autor.
En Las calmas aparentes late el sexo, el sexo como válvula de escape, como herramienta de liberación en descripciones más eróticas que pornográficas en las que los personajes hacen gimnasia pero evitan cualquier asomo que implique relación; también cuenta con reflexiones ácidas y  patibularias sobre cómo funcionan los medios de comunicación: todos ellos entregados a un poder que personifica la banca; se presenta un díscolo reportero de izquierda con espíritu nihilista y aparece una pareja aparentemente feliz pese a que su vida sexual resulte nula porque… no vamos a revelarles el origen de la frustración, baste añadir que cuando se sabe dispara la novela hacia un callejón donde ya todo resulta oscuro. Por tenebroso y confuso.
Las calmas aparentes cuenta con un excelente arranque pero se desmorona a medida que se avanza en los fragmentos de historias que dan cuerpo, y aparentemente solidez, a la obra.
Se esté o no de acuerdo con la fórmula que ha escogido su autor para narrarnos estos relatos de un día, experiencias de alcoba y de redacciones que, a su manera, funcionan también como alcobas, este libro que no me atrevo a llamar novela bascula de lo genial a lo mediocre sin admitir términos medios, y ese efecto genera bastante desconcierto.
Por un lado, se nota demasiado la voluntad del escritor por transgredir y provocar, pero para iniciados en agresiones varias, esas páginas aparentemente lodosas no dejan de resultar interesantes y casi hasta con su punto de atractivo, pero no altera conciencia ni congoja que malee su descuidada moralidad.
La profusión de personajes obliga, y esto a su manera es un acierto por la brevedad de las páginas, a una lectura sosegada para no olvidar ni despistarse con sus protagonistas, algunos de los cuales se filtran en los monólogos interiores de otros, lo que hace que el cuadro si no se lee con atención resulte a ratos confuso, pero imagino que esa sensación de caos aparente era clave también cuando Federico J. Silva se puso a escribir esta novela que, por diferente y audaz, destaca en el bullicioso pero poco frenético panorama narrativo canario actual y, probablemente, en el de un país como España que parece que ya hemos perdido siempre.
Saludos, se ha dicho, desde este lado del ordenador.

http://www.elescobillon.com/2015/09/las-calmas-aparentes-una-%C2%BFnovela-de-federico-j-silva/

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Reseña de STONER en Cortado Doble

La de Stoner es una historia sencilla, sin misterios. Cuenta una vida, tan grande y tan anodina como cualquier vida. Y en ello reside su valor porque convierte en un personaje inolvidable a alguien tan vulgar como William Stoner.

A Stoner lo pienso como un regalo. Uno de los más grandes regalos que me han podido hacer, quizás el que más. Una de esas “joyas literarias” que tienes la suerte de que caiga en tus manos y, sin pretenderlo, dé inicio a un proceso de metamorfosis en quien lo lee; en este caso, yo.

A Stoner lo recuerdo con un sabor agridulce. Un libro devastador que provocó una de esas implosiones controladas que levantan polvo y escombros, y que son el comienzo necesario de una reconstrucción. Una reforma a futuro, de esas que “acojonan”, y que se inician con una catarsis. Pues para mi Stoner, fue, es, mi catarsis.

Una catarsis que el propio libro describe en William Stoner

       El señor Shakespeare le haba a través de trescientos años señor Stoner, ¿le escucha?

Esa pequeña advertencia, lanzada al aire, quizás sin ninguna esperanza, sin pretender nada, es la que da comienzo a la transformación del personaje, que para mi fue el centro de la historia, el punto de partida de una vida. Porque nacemos cuando nacemos, pero lo de vivir, no sólo va de respirar.

La transformación de Stoner describe la toma de conciencia de su propio “yo”, del espacio que ocupa y de la realidad de un ser, a la vez ajeno y propio
. Stoner se ve desde fuera a sí mismo, para ser consciente de quién es. Una “toma de conciencia” que trascendió al libro y se me clavó en mi propia consciencia, y me unió al personaje. A partir de ese momento, y a lo largo del libro, viví y sentí con el personaje, recorrí con él su vida, y lloré sus despedidas, como si fueran las mías.
Stoner de John Williams
Stoner de John Williams


La de Stoner es una historia sencilla, sin misterios. Habla de la miseria, de la pasión, de la felicidad y de las tristezas que se suceden en una vida. Cuenta una vida, tan dura y tan completa como cualquier vida. Tan grande y tan anodina como cualquier vida. Y en ello reside su valor, porque hace grande algo común, porque convierte en un personaje inolvidable a alguien tan vulgar como William Stoner.

Stoner para mi es Pasión, con mayúsculas.William Stoner posee una capacidad envidiable, con esa envidia que escuece y a veces hasta te quema en el estómago, para apasionarse con la vida y con las oportunidades que trae. La vida te da lo que te da, y de nosotros depende aprovecharlo; pues Stoner lo sabe hacer, y además me hizo plantearme cómo lo hacía yo, y ahí el inicio de la catarsis.

Stoner es Pasión porque vive el ahora, sin mirar más allá. Pero también es una historia de “dejar ir”. Un sentimiento ese de abrir la mano y aceptar los finales, que a menudo se puede confundir con la resignación, y que sin embargo en Stoner encuentra su explicación más sutil y exquisita.

Quizás la vida sea una sucesión de pasión y dejar ir, de vivir ahora y aceptar los finales, de aprender a amar y a decir adiós. Stoner cuenta ese proceso de aprendizaje y aceptación de la vida como es, sin pretensiones ni dramas.

Por todo esto, para mi Stoner ha sido un punto de inflexión, una obra de la que no podré desligarme jamás, y a la que sé que volveré a lo largo de los años, buscando ese refugio de pasión, esa lección del profesor para seguir aprendiendo a amar y a decir adiós.

martes, 15 de septiembre de 2015

Bailando con Ana Pérez Cañamares: "Vivir con intensidad la muerte de mi madre me hizo abrir más los ojos y entregarme a la poesía"


      




     


Baile del Sol.- ¿Qué significa para ti que se publique la tercera edición de La alambrada de mi boca? 
Ana Pérez Cañamares.- Pues imagínate, un alegrón. Es el primer poemario que publiqué, y cuando me comunicaron que iba a salir la tercera edición, no pude evitar recordar esa tarde en que, llena de nervios y dudas, mandé el original a la editorial. Una hora después recibí un mensaje del editor diciéndome que sí, que lo publicaba, con el contrato adjunto. Lo celebré saltando en el sofá bajo la mirada estupefacta de mi familia. Y siete u ocho años después, no sólo he publicado cuatro poemarios más y he vivido un montón de fantásticas experiencias gracias a la poesía, sino que encima La alambrada llega a su tercera edición y con una portada preciosa. Eso quiere decir que aunque son los poemas de una poeta principiante aún siguen teniendo interés y valor para los lectores. Me siento orgullosa y agradecida.
       BdS.- El poemario abre con un poema en el que te diriges a tu hija y creo que actualmente estás trabajando sobre este mismo tema, la maternidad ¿qué vínculo hay entre este poema y lo que ahora estás escribiendo?
APC.- Hay un vínculo fuerte, claro… En ese poema le digo a mi hija que no se guarde las preguntas que tenga que hacerme. En el poemario en que estoy trabajando directamente he pasado a responderlas yo, sin esperar a que ella me las haga. Porque me he dado cuenta de que yo soy la primera interesada en cuestionarme cómo ha sido mi maternidad hasta ahora. Es lo que tiene tener una hija adolescente, jajaja, ella está más interesada en vivir su vida que en nuestra relación, como es lógico. Espero, no obstante, que si algún día formula esas preguntas de las que yo hablaba, alguno de los poemas que estoy escribiendo ahora le sirvan como posible respuesta.

BdS.- Tu madre también está muy presente en la primera parte de La alambrada de mi boca…
APC.- Sí, yo creo que uno de los acontecimientos vitales que me lanzó a la poesía, o al menos a jugármela como poeta, a arriesgarme y dejar de perder el tiempo, fue la muerte de mi madre. Yo estaba con la ficción, los relatos, un proyecto fallido de novela, y creo que algo en mi interior me dijo: cuenta tu vida, confía en ti, en lo que ves, en lo que sientes. Vivir con intensidad la muerte de mi madre me hizo abrir más los ojos y entregarme a la poesía.

 BdS.- El vínculo entre tu madre, tu hija y tú queda muy patente en el poema Generaciones, ¿qué línea trazarías entre estas tres mujeres?
APC.- Ufff…. La pregunta se las trae. Yo a veces digo medio en serio medio en broma que estoy atrapada entre ellas, porque mi madre y mi hija son las dos Cáncer, se parecen muchísimo en el carácter… A veces siento que con mi hija estoy viviendo segundas oportunidades para terminar de aceptar y entender a mi madre… Ese poema tiene muchas reverberaciones para mí. Es a la vez vivir la muerte de alguien como si fuera propia, porque algo tuyo muere… y sin embargo es también sentir la transmisión de la herencia, de la vida, como un testigo que pasa de mano en mano.



BdS.-  En la segunda parte se encuentran los poemas amorosos, de intimidad, de dos. Es la parte más breve del poemario, ¿te sientes cómoda poéticamente con el amor de pareja como temática?
APC.- Cada vez más. Aunque la verdad es que es una responsabilidad, igual que cuando hablo de ser madre. Son dos casos en los que se implica directamente a otras personas con nombre y apellidos, que están muy cerca de mí, pero que pueden sentirse incómodas con la exposición de la intimidad que se hace en los poemas. Supongo que por eso intento en primer lugar que hablen sobre todo de mí, de mi emoción en particular, y luego que no sean anecdóticos, que no reflejen situaciones en particular, sino que puedan reflejar algo más universal. Según te digo esto pienso en que me lo he saltado unas cuantas veces, así que no sé si sirve como generalidad. En realidad me siento un poco culpable por hablar de otros en los poemas. Como si fueran damnificados.

BdS.- La última parte del poemario, titulada UNA, es una especie de cuarto propio en el que conocemos más de ti, ¿ha cambiado desde entonces ese yo poético?
APC.- Creo que personalizo menos. Hablo de mí, pero de una forma menos concreta, menos anecdótica como decía antes.

 BdS.-Cuando relees La alambrada de mi boca, ¿te reconoces en tus versos?
APC.- En parte sí me reconozco. Pero espero haber cambiado. Bueno, creo que sí, que he cambiado. Creo que personalmente sufro menos, algo de tregua me he dado. Pienso que en La alambrada aún sufría demasiado innecesariamente.

 BdS.-Algunos de los poemas de este libro los sigues recitando en púbico habitualmente, ¿por qué?
      APC.- Porque siguen teniendo vigencia, siguen cumpliendo su función y sigo viéndome reflejada en ellos. Y la respuesta de lectores y oyentes me lo confirma. Por ejemplo, Hijo mío. Fue un poema anterior al estallido de la crisis y por desgracia, fíjate si sigue vigente lo que dice. Más aún que cuando lo escribí.

-       BdS.-Después de La alambrada de mi boca, ¿cómo ha sido tu evolución poética?
APC.- Me he vuelto menos narrativa, mis poemas ahora están menos apegados a la experiencia y más a la reflexión, se han condensado. Y los poemarios son más exhaustivos, dedicados a temas que me obsesionan. Exprimo más cada asunto, antes era más dispersa. Ahora, además, me preocupa más la forma, juego con las palabras, con los sonidos. Antes estaba más apegada a la prosa. Supongo que voy incorporando mis lecturas, poéticas que voy conociendo de otros autores.

BdS.-Cuéntanos en qué estás trabajando ahora
      APC.- Estoy trabajando en varios proyectos. Creo que en mi vida he estado tan activa como lo estoy ahora.  Un libro de aforismos, uno de poemas de amor, otro sobre la maternidad y otro poemario aún en un estado más embrionario. Como decía el otro día: para no pensar en que me gustaría tener más tiempo para escribir, escribo todo el tiempo que puedo. 

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miércoles, 2 de septiembre de 2015

Reseña de “Stoner”, de John Williams, en el blog de Sanz Irles

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De desgracia en desgracia; de fracaso en fracaso. ¡Léanla!
Con esta exhortación podría terminar la reseña, pero creo que es mi deber añadir algunos argumentos.
«Stoner», del tejano John Williams (1922-1944) es una novela que impresiona. Cuesta imaginar lectores que salgan indemnes de su lectura. Se la termina medio grogui, con  un ánimo que vacila entre el desconcierto y la zozobra, aunque tamizados por la engañosa blandura de una clase media provinciana. También se emerge de la angustia con la nítida sensación de haber leído una de las grandes novelas del siglo XX.
«Stoner» es una historia triste, desolada y desoladora, porque nos recuerda que la vida puede ser como la que se nos cuenta. Con la concisión que impone Twitter, hace pocas horas taquigrafié en@SanzIrles tres frases que podrían ser mi resumen: «Épica de la medianía; conmovedora pequeña grandeza de la decencia; estoicismo campesino ante la adversidad».
Se podría añadir otra: el Libro de Job de la Norteamérica sureña.
Este símil me permite, justamente, señalar lo que para mí constituye el gran intríngulis de la novela y su verdadero, pero secreto, tema: la fatalidad frente al libre albedrío.
¿Es Bill Stoner quien determina el curso de su vida al tomar determinadas decisiones? En una entrevista concedida por el autor, parecía abonarse esta idea, siquiera de manera indirecta, al afirmar John Williams que, en el fondo, Stoner había tenido una buena vida (o una vida buena: no recuerdo cómo lo dijo y ya sabemos que no es lo mismo, pero nos entendemos), pues había trabajado siempre en lo que amaba. El propio Stoner defiende su papel de hombre autónomo que decidió su suerte cuando, ya moribundo, conversa con su hija:
‘Poor Daddy, things haven’t been easy for you, have they?
He thought for a moment and then he said, ‘No. But I suppose I didn’t want them to be.’
—Pobre papa. Las cosas no han sido fáciles para ti, ¿verdad?
Y él, tras pensar unos segundos, dijo:
—No. Pero creo que no quise que lo fueran.
(Traducción propia).
Campus de Columbia (Misuri), donde transcurrió buena parte de la vida del protagonista.
Campus de Columbia (Misuri), donde transcurrió buena parte de la vida del protagonista.
Sin embargo, ni el autor ni el protagonista me convencen sobre este asunto. Es verdad que hay en Stoner una terquedad campesina y una decencia íntima que lo llevan a ser fiel a sus deseos y convicciones íntimas, pero la historia contada revela el peso inexorable del ambiente, de su tiempo, del entorno social y de los consabidos prejuicios de toda laya, una combinación letal que resulta de lo más próximo a las ideas clásicas de fatalidad y destino.
El asunto de cuán determinante es Stoner para su propia vida se complica por el hecho de que nos es presentado como constituido por una incurable timidez campesina, una asumida inferioridad social y, acaso, una aceptación resignada de su papel en la vida y su lugar en la sociedad. También está afectado por una gran torpeza emocional y una incapacidad, rasgo anglosajón y puritano, de manifestar sus sentimientos.
A veces tenemos la sensación de que Stoner asiste a su propia vida como un espectador desconcertado, confuso. Por eso no nos extraña que cuando llora en el entierro de su viejo profesor y amigo, Sloane, no sepa por qué está llorando. Esa perplejidad, esa confusión ante el devenir de su propia vida es una de las principales fuentes de la pesadumbre que constituye el tono general de esta novela.
No obstante, todo esto es parte del atractivo hipnótico del texto, que nos atrapa desla la primera página aunque resulte difícil comprender los motivos del protagonista y formarse una idea clara de cuánto hay de externo e incontrolable y cuánto de propias elecciones en las calamidades que le suceden página tras página.
El mismo Stoner, según el narrador (que, recordémoslo, es casi decimonónico y sabe de los personajes más que ellos mismos) duda de si mismo y de su verdadera identidad:
Sometimes he thought of himself as he had been a few years before and was astonished by the memory of that strange figure, brown and passive as the earth from which it had emerged.
A veces pensaba en sí mismo y en cómo era pocos años antes, y se quedaba asombrado ante el recuerdo de aquella extraña figura, parda y pasiva como la tierra de la que había surgido. (Traducción propia)
Su aturdimiento y su pasividad, que en alto grado definen su paso por este mundo, tienen un emotivo resumen en la escena en la que ve a su hija alejarse de él tras el banquete de boda. El inevitable toque sentimental no le resta nada al extraordinario párrafo:
Stoner watched them drive away from the house, and he could think of his daughter only as a very small girl who has once sat beside him in a distant room and looked at him with solemn delight, as a lovely child who long ago had died.
Stoner los miró alejarse de la casa en el coche y sólo pudo pensar en su hija como en la niñita que una vez se sentaba junto a él en una habitación lejana y lo miraba con solemne deleite, una preciosa niñita que ya había muerto hacía mucho. (Traducción propia)
John Williams
John Williams
Sin embargo, para contarnos la pesarosa vida del protagonista, John Williams eligió una técnica novelística antigua y simple: una trama lineal que, ¡oh, maravilla!, empieza por el principio y acaba por el final, y un narrador externo y ajeno a la historia, tradicional, omnisciente, que sabe lo que sienten y piensan sus personajes y nos lo cuenta sin empacho. Williams, no obstante, tiene la prudencia de limitar esa omnisciencia a lo indispensable, haciéndola tolerable a los lectores modernos. La arquitectura de la narración es límpida y evidente, como las del gran Simenon.
La prosa es soberbia, casi clásica, de las que invitan a releer oraciones y párrafos para saborear su equilibrio y sus envidiables engranajes: no hay ruidos sintácticos, se desliza a un ritmo pausado pero constante y mantiene una admirable unidad de tono, desde la primera página hasta la última. (Por eso me ha sorprendido que se deje llevar, a veces, hacia una adjetivación manida e innecesaria, como cuando se toma la molestia de decirnos que en una mesa había unos cuencos de «reluciente plata». Pero esta concesión al adjetivo superfluo no es grave y apenas molesta en medio de un texto que sabe ir creando un intenso clima emocional mediante oraciones y párrafos maravillosos).
Hay también una envidiable destreza y una gran intuición literaria en la presentación de detalles que, bajo una engañosa apariencia física o ambiental, son en realidad potentes marcadores psicológicos y hasta morales. Por ejemplo, cuando el retraído protagonista entra en la sala donde se celebrara una recepción y el narrador nos dice:
When he came into the room from the cold foyer the warmth pushed against him, as if to force him back…
John WilliamsCuando entró en el salón desde el frío vestíbulo, el calor lo empujó, como si quisiera hacerlo salir de nuevo… (Traducción propia).
La tremenda densidad psicológica y emocional de la novela no debería, empero, velarnos otras virtudes. La maestría literaria del autor se muestra en muchos momentos, como cuando exhibe sus pasmosas dotes de observación y síntesis para retratar —según quiere el cliché— la burguesa relación marital de los padres de ella:
Anger was days of courteous silence, and love was a word of courteous endearment.
El enfado eran días de educado silencio y el amor, una cortés palabra de afecto. (Traducción propia).
De la novela, relativamente corta, hay mucho, muchísimo más que podría decirse, pero no quiero que, al perderme en detalles y digresiones, se diluya lo principal: convencerlos de que la lean sin demora.
Sólo me cabe añadir que, al final de la historia, todo parece resumirse en la terrible pero autoirónica pregunta que martillea los pensamientos de Stoner en las últimas horas de su vida, antes de morir con un libro en sus manos: