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sábado, 19 de noviembre de 2016

Reseña de LA MÁQUINA NATURAL de Ignacio Fernández en A Librería

Crítica a “La máquina natural” de Ignacio Fernández

9788416320875
Título: La máquina natural
Autor: Ignacio Fernández
Género: Narrativa – Postapocalíptica
Fecha de su composición: 2016
Edición: Digital
Editorial: Baile del Sol
Número de páginas: 178
La nevada de esa noche será mucho menor que la que la precedió, poco más de un día y medio atrás y en el flanco opuesto de la cordillera.
Esta nevada, este copo que cae ahora.
Hay una costumbre en la mano de Francisco, un instinto adquirido que lo impulsa a desempañar la ventana para contemplar el mecanismo sutil de la tormenta sin viento.

Ignacio Fernández nace en Mar de Plata, Argentina, en 1978. Es licenciado en Comunicación y trabaja en el sector editorial. Actualmente vive en Barcelona. La máquina natural es su primera novela.
Francisco vive aislado en lo que se nos presenta como un paraje nevado y solitario. Es un anciano afable y cortés con sus vecinos, con los que tiene escasa relación debido a que su hogar se encuentra bastante alejado del centro del pueblo. Toda su compañía recae en su perra y en su trabajo. Es la llegada de dos hombres armados y una mujer embaraza lo que irrumpe la calma de su cabaña. Su realidad comienza a volverse muy confusa y todo lo que él conoce se ve seriamente amenazado por las noticias que, muy a cuenta gotas, esos extraños traen a su hogar.
Nadie los está esperando porque no llevan nada, solo lo puesto. Fernández parece que ha ido vistiéndose varias veces, una encima de la otra. Si Francisco intentara alcanzar su piel, experimentaría la sensación de encontrarse ante una versión circense de
la paradoja de Zenón. Un atuendo eternamente divisible.
A pesar de la narcosis del ambiente, del aire abusado a causa del bostezo incandescente de la salamandra, los ojos del Hereje lo están mirando con absoluta conciencia. Es un hombre que sabe mirar, capaz de decodificar significados a través de su miedo y su vergüenza.
—Abuelo, usted no nos mentiría, ¿no?
La máquina natural es la segunda obra que tengo el gusto de reseñar como miembro del jurado del Premio Guillermo de Baskerville del portal Libros Prohibidos. Después de disfrutar de la extraña y explosiva Violeta, esta vez se me presenta una novela totalmente diferente tanto en argumento como en tipo de narrativa. Sin embargo, como su predecesora, ofrece un tibio toque de originalidad al abrir una realidad futurista que cambia el mundo conocido por completo.
El tipo de narración la definiría como confusa y un tanto compleja en el arranque inicial, aunque se suaviza a medida que avanzamos las páginas para desaparecer por completo al pasar el ecuador de la obra. Un desliz arriesgado que entorpece en cierto modo el primer contacto entre lector y obra, sobre todo al tratarse de un estilo al que no se mantiene fiel.
Esto se acentúa utilizando una estructura quebrada, no solo en el ámbito temporal, sino también en cuanto a espacio y a personajes se refiere. Además, al tratarse de un estilo intensamente descriptivo y divagante, durante las primeras páginas resulta complicado ubicarse, conformándome con disfrutar del extraordinario manejo de la pluma de Ignacio Fernández.
Sí, podía verlo. Estaba en todas partes. Podía sentir los movimientos de la máquina natural. Fuera de ella y dentro de ella y a través de ella. Las ciudades, quizás el mundo entero se encontraba súbitamente mutado e inexplicable, y toda la laboriosa trayectoria humana a lo largo de los siglos convergía en la palabra ficticia ahora en un extendido paisaje de desolación, y a pesar de eso, en su útero, ella llevaba un proyecto bastante previsible que entraría en la existencia por su pura fuerza de voluntad.
Este llamativo título, La máquina natural, tan solo es mencionado en la obra en una ocasión (página 104). Este pensamiento en tercera persona pertenece a Ángeles, la citada mujer embarazada, la única mujer protagonista de la novela. Se deja adivinar que su significado está relacionado precisamente con la nueva vida que crecía en ella, ajena al desastre ocurrido en el mundo que se mostraba caótico y peligroso. La destrucción enfrentada a la creación. Es interesante este concepto tan poético y antagónico para nombrar esta novela tan peculiar.
Nos situamos en un mundo postapocalíptico que recuerda a Fin de Monteagudo y a La carretera de McCarthy, aunque con un estilo muy distante de ambas. Como mencionábamos, la llegada de ese extraño y misterioso trío a la cabaña de Francisco, un hogar humilde y atestado de periódicos con noticias no muy al uso, es el desencadenante de los hechos. Vamos conociendo más a medida de estos cuatro personajes principales con el avance de la trama, más enfocada a referirse a los hechos que han dirigido esas cuatro vidas al presente, que en el esqueleto principal.
Se adivina (por los ojos negros, la piel como lubricada y ese tipo de barba de alta densidad que ensucia las mejillas y el cuello) que algún remoto árabe ha entrado en el linaje del Hereje. Fernández, en cambio, es pálido y delgado y confía más en la dinámica de sus gestos que en la fuerza con que los desarrolla. Ahí solo hay europeos. Y él, él mismo, no sabe quién es. Sí lo sabe: es un anciano.
Perros y ancianos y una chica parturienta en unas montañas olvidadas por los hombres.
El grupo está compuesto por el Hereje, un hombre de baja estatura pero rudo y armado que parece tener complejo de líder; Fernández (¿con quién se siente identificado el autor?), más sosegado que el primero, parece ser el encargado del cuidado de la mujer; y, por último, Ángeles, la mujer embarazada que se muestra frágil y sobreprotegida por el resto. A fin de cuentas, ella tiene en su vientre la esperanza que ese mundo agonizante necesita. Una anotación importante: la presencia y la fuerza de los personajes femeninos es escasa. Recae, casi en exclusiva, en Ángeles. Una carencia con la que lidian gran cantidad de novelas, todavía hoy en día.
No se define qué es lo que ha ocurrido exactamente para llegar a esa situación, tan solo se van dando pinceladas de las consecuencias: no hay luz, no hay agua corriente y la violencia impera. El ejército toma las calles y lleva a la población a refugios que se convierten en una especie de fuertes del que no pueden salir. La información y las comodidades son más bien escasas y el nerviosismo empieza a aflorar. El horror se apropia de un mundo que de ninguna manera podrá volver a ser el mismo pues el propio tiempo se ha roto.
Poco después de la puesta de sol empezó a llover. Las incontenibles lluvias de primavera. Los caminos de acceso al pueblo diluidos en un barro blando. Los árboles y la vegetación más rala, todo de un verde recién activado, encorvándose bajo el peso del
agua. Torrentes que brincan y se entremezclan y se llevan las piedras y las ramas sueltas.
Esto retrasaría a la ambulancia […] pero si fueras un pueblo pequeño y uno de tus hijos estuviese agonizando, tú también lloverías.
La novela se compone, pues, de pequeños trozos de historias que se van rompiendo, copiando y pegando sin un orden establecido y con un dudoso criterio. Podría ser desastroso, pero el resultado es bastante notorio y luce una calidad literaria insólita y muy digna de tener en cuenta. Si bien es cierto que, a pesar de su brevedad, su lectura puede resultar torpe y lenta en algunos fragmentos iniciales, situación que se lima caminando hacia el final.
Se trata de una lectura que recomiendo por su calidad y sus enriquecidas peculiaridades. Satisfará a los lectores con sed de algo nuevo y a los más exigentes. Difícilmente provocará indiferencia.

miércoles, 27 de julio de 2016

Reseña de La máquina natural, de Ignacio Fernández en Revista Transas

DESPOJOS DE LO HUMANO: EL FIN DE LA CIUDAD Y SUS ABISMOS. RESEÑA DE “LA MÁQUINA NATURAL”


 Por: Javier Madotta
 El escritor marplatense Ignacio Fernández publicó en 2015 su novela prima, tituladaLa máquina natural. Luego de un aparente “apocalipsis” moderno, una oscura fuerza militar está reorganizando a la humanidad. La virginal cabaña en la cordillera de los Andes que habita Francisco, el protagonista, es penetrada por tres sobrevivientes de la civilización y fugitivos del nuevo orden. Ejecutada con pulso firme y versatilidad, la trama se desplaza entre recuerdos e inminencias, humor y nihilismo. El texto cuestiona el lugar del hombre en la naturaleza con eficacia, sin distracciones científicas ni pretensiones dogmáticas: cruda ficción.


La máquina natural (Ignacio Fernández)
Ediciones de Baile del Sol, 2015
173 páginas

La máquina natural inaugura la obra del escritor argentino Ignacio Fernández.  El título refiere al poder de la naturaleza, a sus mecanismos inapelables y al lugar mínimo del hombre en sus designios. Pienso en mecanismo porque será interrogado el corazón de un sistema: nuestra vida cotidiana, sus gestos, nuestros falsos dioses; y anoto lugar porque el espacio es central en esta cosmovisión en la que la humanidad es un grano de sal en el universo. Vía metafórica o literal, ambos caminos son válidos para recorrer la novela.
Luego de una catástrofe eléctrica, tres fugitivos de un reclutamiento mundial (el Hereje, Fernández y Ángeles) llegan a pedir ayuda a la cabaña de Francisco, un ermitaño que vive en la ladera argentina de la cordillera de los Andes. Este hombre, solitario y en simbiosis con la nieve y la montaña, aislado del mundo urbano, redacta noticias inventadas en un diario llamado El Apocalipsis, que es distribuido en un pueblito cercano. Los extraños en fuga, invirtiendo la figura evangélica, irrumpen con la mala nueva: una organización supranacional de ejércitos está al mando del mundo y regirá ley marcial para los rebeldes. Vagas reminiscencias de ghettos y períodos infames de reorganización aparecen como fogonazos en la oscuridad de un laberinto a través de estas páginas.
A pesar de que el género post apocalíptico está trabajado hasta la saturación, tanto en la literatura como en el cine, creo que allí nace el acierto sorpresivo de este proyecto: en su riesgo, su tránsito por el borde. Juega al límite, muy cerca de la repetición, de la obviedad, y sin embargo, es posible emerger fresco de la novela, con el despertar intenso de los sentidos, como en un chapuzón helado mar adentro. La construcción de dos destinos opuestos agregan la cuota necesaria de tensión: el progreso hacia la muerte de Francisco se articula con la lucha por la vida de Ángeles embarazada.
La prosa de Ignacio Fernández es clara, detallista, reflexiva. Se esmera en otorgar veracidad a cada afirmación. Es un texto que goza ser escrito. Esto es claro en frases en apariencia intrascendentes, como por ejemplo: “El Hereje está rebañando con un pedazo de pan la olla del guiso pernoctado”. Así, el narrador no escapa al momento poético, aunque evita el drama. Ante lo trágico de un asesinato, elige describir la parábola de las esquirlas del rostro baleado o  el ojo suelto que rueda por el piso, antes que indagar en las emociones posibles en esa escena. De alguna manera, este procedimiento narrativo opera sobre la idea de que la naturaleza ha sido liberada en su interior y deja al hombre en un sitio de subordinación, en el que su animalidad prevalece.
La temática del apocalipsis es retomada con ironía. No es el fin de los tiempos, pero será el fin de la etapa tecnológica basada en las conexiones eléctricas. Sin embargo, todo lo que conocerá el lector es la falta de electricidad y cómo esa carencia pone de cabeza a todo el sistema de organización humana vigente. Las reflexiones sobre la humanidad en tal situación de crisis se unen a una escritura precisa y punzante, tan ácida como humorística, que bucea en el lirismo pero también en lo crudo de lo carnal.
La violencia, que se jerarquiza como el impulso más natural del hombre, está representada en el personaje del Hereje. El narrador cuenta, con cierto darwinismo,  que ante la incertidumbre reinante es la fuerza la que manda. Afirma, por ejemplo, que “La perfección es destrucción”. O también: “Porque la violencia es leal”. Jaurías salvajes y ancianos errantes son dos de los colectivos que quedan a la deriva en esta nueva realidad. Además, otra comunidad que se observa vagar sin rumbo, es la de los niños, luego reclutados con ferocidad. Una escena al final muestra la ejecución de un joven militar, pueril y asustado, y es el Hereje su verdugo: hay una nueva ley vigente, y la impiedad se instala como la pasión humana dominante.
Es posible proyectar a los personajes como símbolos. Francisco se irá transformando en la figura de un sabio, a la vez que se disuelve su voz en la del narrador. El Hereje, la naturaleza desatada como fuerza violenta, antagoniza con Fernández, que es el hombre de razón y ciencia, compasivo, sensible. Ángeles, la chica embarazada a punto de parir, se instala como la posibilidad de la vida, incluso en las circunstancias adversas que se narran. Aparecerá un personaje menor, el cura, que es utilizado para focalizar y materializar la crítica a las instituciones, en especial y como es evidente, a la religión (católica). Otros dos personajes secundarios serán Anselmo, el “jinete del Apocalipsis”, que se encarga de llevar en burro el diario al pueblo, y Paulina, la partera, borracha desde que murió su hijo en un accidente absurdo.
Según hemos escrito arriba, el escritor explora las dimensiones, las distancias, el mapa de nuestros recorridos. Nos lleva desde la costa Atlántica hasta el Océano Pacífico. Subyace una pulsión por retroceder el tiempo, de desandar destinos. Esta voluntad o negación está expresada literalmente, de modo poético, por Ángeles, cuyo deseo es “ver, montados a lo largo de las crestas de las olas, los destellos del sol que se hunde y creer realmente que no es un ocaso sino un amanecer que retrocede”, y construye a partir de esa frase una circularidad en la historia, que aparece en el principio y en el final, donde la inmersión del astro en el océano Pacífico será un verdadero ocaso. Por otro lado, esa sabiduría inesperada en Francisco piensa: “El camino nos nutre a todos”. La sentencia, ante el retroceso vertiginoso en el tiempo por la falta de combustible, hace a las distancias inmensurables. Dirá: “mira a sus pies y no ve nada en concreto, pero ahí se acaba el mundo ¿Qué hay más allá? ¿Cómo se cruza esa distancia?”. Y más adelante, la respuesta: “más allá estaba el silencio verdadero del mundo: se podía percibir el apacible vértigo de cómo sería el mundo sin humanos”. La tierra arrasada, regresando a su punto nodal, transforma drásticamente la noción de espacio, reduciéndola a la vanidad de mera abstracción, de una simple categoría.
En cuanto al enclave del relato en la temporalidad histórica, los autos que utilizan los fugitivos nos dan un atisbo de pista, pues son siempre modelos viejos (por ejemplo el Renault 12 que usan para el escape). He referido ya que se edifica memoria en la bruma de episodios traumáticos como los campos de concentración y las dictaduras. Y si bien el territorio de soporte es Argentina, de costa a cordillera, ¿se ocupa el texto de construir una mirada local sobre esta crisis mundial? En absoluto. Se intenta una definición rápida de cierto modo de argentinidad en una frase: “El mundo estaba en todas partes y en ninguna pero ellos estaban en el centro: qué desesperación más argentina”. ¿O acaso situar la novela en este país es un modo de hablar sobre esa centralidad desesperada? ¿O será que el tiempo histórico no se difiere, y el atraso que se vislumbra es el del país de mar plateado?
Explorando el despojo del ser de sus pasiones, afirma el narrador que “Todavía conservaban vicios residuales de la civilización como la vergüenza y la esperanza”. En ese aspecto, La Máquina natural resulta un cuestionamiento a las ficciones humanas contemporáneas. Y en particular, a la religión y el periodismo. Dice el narrador: “Sus noticias, las religiones, los nombres, la nieve: todas esas ficciones que se agotan por su propia naturaleza y que necesitan ser alimentadas una y otra vez”. En cuanto a la parodia del periodismo, allí es donde observo su mejor imaginación y destreza: se insertan en la novela cinco fragmentos de noticias del diario Apocalipsis, a medida de lo que la gente quiere leer, porque en definitiva, todo es una cuestión de entretenimiento. Vale la pena resumirlos: cuatro presidiarios se fugan y, al ser detenidos, tres de ellos explotan en forma de murciélagos y uno en pajaritos blancos; un perro maltratado por sus dueños les salva a su bebé, lo que genera una discusión científica sobre la piedad canina; se descubre la inexistencia de un país diminuto denominado “Bután”; los gobiernos del mundo prohíben la muerte por un día; por último, el creciente aumento de correspondencia dirigida simplemente a Dios trae algunos problemas logísticos y la perplejidad de un ciudadano al que se le devuelve la misiva al no poder localizar al destinatario.
            Para terminar esta pátina desprolija, acaso más gravosa que la padecida por el Ecce Homo de García Martínez (ver http://www.lanacion.com.ar/1501502-una-anciana-arruino-una-obra-de-arte-del-siglo-xix), quisiera dejar una cita más, que refleja el pesimismo radical de este texto en su mirada sobre la modernidad: “Ahora mismo somos el último eslabón de la cadena evolutiva humana, pero este eslabón ya no tiene contacto con el primero. Perdimos la curiosidad del conocimiento más elemental porque el mundo ya estaba ahí cuando nosotros llegamos”. Se ridiculiza la impotencia del hombre ante la catástrofe: “Pero no parecía tratarse de un retorno al estado de naturaleza […] Era incivilizado matar para comer. El frío y la oscuridad se combaten girando perillas, pulsando botones ¿Qué es todo esto?” La pregunta es retórica: el hombre es un diente de león en Sudestada. El conocimiento actual es inútil, en el sentido amplio. Dígase sin titubeos: en La máquina natural, al narrador “nada de lo humano le es ajeno”, ni indistinto, ni se salva de su pensamiento corrosivo. O más bien, casi nada: sobrevive la literatura.

miércoles, 1 de junio de 2016

Reseña de LA MÁQUINA NATURAL de Ignacio Fernández en Libros prohibidos

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Ignacio Fernández: La máquina natural

Año: 2016
Editorial: Baile del Sol
Género: Novela
Valoración: Recomendable
La máquina natural presenta una sinopsis muy atractiva. Un hombre vive solitario en una cabaña en las nieves de los Andes, con su perra, lejos de pueblo. Y tres personas aparecen de pronto en el paisaje y le dicen que algo ha cambiado: el mundo no funciona, la civilización ha desaparecido y algo paree haberse roto. ¿Y qué pasa?
En cierto modo, La máquina natural recuerda a La carretera, la novela de Cormac McCarthy: aquí no hay ni ha habido, pese a lo que podría parecer, un terrible apocalipsis destructivo del que se sepa. No es ese tipo de ficción. No hay una explicación demasiado relevante de lo que ha sucedido y los retazos de información que poseemos no son suficientes para elaborar un mapa mental. Ese no es el objetivo. Ni siquiera el de poner a los personajes en una situación extrema. Casi os diría que si buscáis una trama que se ajuste con lo que pone en la contraportada estaréis muy confusos y quizás decepcionados. Lo que pone detrás pasa, pero es casi lo único que ocurre entre las páginas de la obra. Esto no es malo: hay libros que quieren contar algo que no se desarrolla, sino que se reflexiona, y este es uno de ellos. Lo cierto es que por no haber, no hay tampoco una trama completa, con su desenlace claro y final satisfactorio, en este libro.
La máquina natural parece estar hecha de trozos de historias, de pequeños fragmentos de las cuatro vidas que se han unido por azar y que son las que llevan el relato. En un principio parece que va a seguir un método algo más lineal, parece que va a dar pistas concretas, y sin embargo a lo que se dedicará durante toda la novela es a dar vueltas en torno a focos de atención sin aportar todas las respuestas. Me ha gustado mucho esta forma de añadir detalles a los personajes: por ejemplo, al Hereje se le presenta por ese nombre y no es hasta la mitad de la novela que comprendemos la razón de ese apelativo, pese a que carezca de interés para una posible trama mayor que, insisto, no existe. No existe y no se necesita, pues lo que hace Ignacio Fernández es reflexionar en torno a la experiencia humana más esencial y pura a partir de una situación terrible. Una situación en la que los personajes tienen que reaccionar, como si fuese una suerte de experimento que nunca puede salir bien.
Me parece también muy curiosa la forma de narrar del autor. Es curiosa, sigue una metodología de, digamos, rotación en torno a lo que va narrando, de modo que se genera un estilo muy cadencioso, pausado y que ha de leerse de forma lenta para ser disfrutado. Me gusta su manera de comenzar los capítulos, que casi parecen relatos interrelacionados, con una imagen poderosa que desarrolla a continuación, me gusta el modo en que sus personajes observan el mundo y hablan de él. Y también me gusta mucho cómo mediante pequeños comentarios va dejando claro el cambio de situación al que la humanidad se está enfrentando en la novela. Uno de los temas de los que presenta la obra que más me han gustado es la religión, la divinidad y la relación con esta: es curioso como en situaciones tan desesperadas como esta hay quien se cierra completamente mientras otros lo convierten en su única salida:
“Decirle loco a un cura que no cree en Dios es ponerse de la parte de Dios […]. Si me estoy equivocando, usted después me perdona. Es su trabajo. Pero no intente sermonearnos, no trate de traernos la salvación. Nosotros ya nos salvamos solos.”
Quizás lo que más interesante me resulta es el final. Cuando hablamos de obras de este estilo, suele establecerse una dicotomía entre la vida y la muerte que está regida por la esperanza: mientras haya vida, habrá esperanza y mientras tengamos esperanza, aún tendrá sentido la vida. Y es curioso el desenlace, si se le puede llamar así, de La máquina natural porque anula esta esperanza para algunos personajes, aunque no del todo. Entonces, ¿qué queda? ¿Muere del todo la civilización, termina aquí la historia de la humanidad, aunque aún queden unos pocos humanos libres en el planeta? Os invito a esbozar vosotros una perspectiva de esta situación, a conocer un nuevo final, en esta excelente y recomendable novela.

lunes, 7 de marzo de 2016

Reseña de LA MÁQUINA NATURAL, de Ignacio Fernández en El lamento de Portnoy

25/2/16


La máquina natural, de Ignacio Fernández

Recibo el libro y lo miro con escepticismo. No leo la contratapa, ni la mini-biografía del autor y paso a la primera página del texto previendo un bostezo. Eso ocurrió ayer. Ahora mismo lo acabo de terminar.
Leído de un tirón. Atrapado desde su primera página.
Entendámonos, en muchas ocasiones anhelamos lo ligero. No todo en la vida pueden o deben ser obras maestras.
Pero sigamos entendiéndonos: hay ligerezas plumbeas, incluso chuscas y hay ligerezas inteligentes e interesantes.
La máquina natural es de estas últimas.
Si algún día alguien escribe una reseña sobre esta novela seguramente la enlazará con La carretera, de McCarthy, con Fin, de Monteagudo e incluso con Intemperie, de Carrasco. He aquí la ligereza. Pero quizás no se atrevan a afirmar que la novela de Ignacio Fernández está mucho mejor escrita que las otras con las que, posiblemente, la enlazaran.
(Sí, lo he dicho: mejor escrita que la de McCarthy)
Porque una cosa es la temática y otra, muy distinta, el estilo.
Y, sí, La máquina natural es una especie de novela postapocalíptica, sí, habla sobre la condición humana, sobre nuestra reducción a lo primario cuando la sociedad se derrumba y, sí, tiene una visión pesimista sobre nuestro posible destino.
La perfección es destrucción”
La perfección, como grado superior, como techo evolutivo, supone la destrucción de la especie.

Lo que hace de esta novela un artefacto interesante (e inteligente) es que, a pesar de tener una voz omnisciente, no busca el juicio, sino simplemente plasmar los hechos que se suceden, aunque sea mediante una línea temporal truncada, ante los ojos de los personajes. Se inmiscuye, para eso es omnisciente, en los sentimientos de los personajes pero, sobre todo, construye a partir de la mirada de estos. No se pierde en meandros emocionales, aunque no por ello se convierta en un relato frío y distante, sino que nos transmite lo que los tres o cuatro personajes ven durante su periplo, consiguiendo una especie de relato cinematográfico con varios focos. Pero, a sabiendas que toda novelización de lo cinematográfico suele ser plana, Fernández redacta con un tono poético, lleno de elucubraciones e imágenes deslumbrantes.

Y eso es todo.
Una buena y amena novela muy bien escrita.

Viva la gran ligereza.