lunes, 28 de septiembre de 2015

Bailando con Uxue Juárez Gaztelu "Veo la relación con la escritura como una labor de des-ocultamiento y de reflexión en el sentido de combar y curvar la palabra al máximo"

- ¿Qué momento poético te llevó a escribir En el principio era la nieve?

Se podría decir que la llegada (con un año de retraso) a la maravillosa crisis de los treinta. En realidad, en mi interior se estaba despertando una voz inquieta que llamaba al cambio y esta voz se unía a cierto sentimiento de orfandad. Se abría una pregunta: ¿quién soy yo después de todo esto?, ¿dónde están mis manos, mi boca, los dedos que escriben?, ¿cuál es exactamente, de dónde parte y hacia dónde va la historia íntima de mi escritura? “Yo era eso que se perdía”, dice Carlos Pardo en su novela. Pues eso.

Llevaba mucho tiempo sin escribir, pero la lectura de Geografías de Niebla de la mexicana Valerie Mejer y el poemario Los amántopos de Susana Barragués agitaron mis manos y me puse de nuevo a escribir. Con ganas. Luego llegó Ahora, escribo de Lolita Bosch, una especie de autobiografía con un tono poético muy marcado que justamente hablaba de un problema con el que me estaba encontrando en ese momento: el nacimiento de una voz. La imposibilidad de escribir, la pregunta sobre la relación con la escritura...


Y fue curioso, porque la escritura me llevó a plantear cuestiones que, de otro modo, no hubieran surgido. A partir de una serie de poemas, empecé a preguntarme quién era yo en ese preciso instante y qué quería, cómo quería vivir y qué quería decir (y qué no, claro). 


- La mayoría de los poemas que contiene son breves y despojados de adorno, casi descarnados, ¿era este tu propósito?

Se podría decir que la llegada (con un año de retraso) a la maravillosa crisis de los treinta. En realidad, en mi interior se estaba despertando una voz inquieta que llamaba al cambio y esta voz se unía a cierto sentimiento de orfandad. Se abría una pregunta: ¿quién soy yo después de todo esto?, ¿dónde están mis manos, mi boca, los dedos que escriben?, ¿cuál es exactamente, de dónde parte y hacia dónde va la historia íntima de mi escritura? “Yo era eso que se perdía”, dice Carlos Pardo en su novela. Pues eso.

Llevaba mucho tiempo sin escribir, pero la lectura de Geografías de Niebla de la mexicana Valerie Mejer y el poemario Los amántopos de Susana Barragués agitaron mis manos y me puse de nuevo a escribir. Con ganas. Luego llegó Ahora, escribo de Lolita Bosch, una especie de autobiografía con un tono poético muy marcado que justamente hablaba de un problema con el que me estaba encontrando en ese momento: el nacimiento de una voz. La imposibilidad de escribir, la pregunta sobre la relación con la escritura...


Y fue curioso, porque la escritura me llevó a plantear cuestiones que, de otro modo, no hubieran surgido. A partir de una serie de poemas, empecé a preguntarme quién era yo en ese preciso instante y qué quería, cómo quería vivir y qué quería decir (y qué no, claro). 





- Ese lenguaje poético nos lleva a paisajes interiores y exteriores llenos de huecos, ¿es ahí hacia esos vacíos hacia los que diriges tu mirada?

Exacto. Hay un verso de la poeta Mary Jo Bang con el que me siento muy identificada: “Ella se pregunta qué podría pasarle si cayera a través de toda esa oscuridad por la que está mirando”. La respuesta a esa pregunta es el propio poemario.

Por eso, son la grieta, el tajo y lo cercenado lo que me interesa. Y el paso de la luz por todos estas rendijas. La escritura abre esas rendijas, te guía por esos huecos y te hace mirar e inventar. Partir de la realidad, abrir un hueco y dar entrada a la ficción. Hay una frase de Entre actos
de Virginia Woolf que me gusta mucho y que sirve para explicar esta relación: “Todo estaba igual pero en un mundo diferente”.
 Es como si construyeras un mapa, una cartografía inventada a partir de una anécdota cualquiera, y viajaras por él. Eso es lo que me atrapa de la lectura y de la escritura. Es un poco como Alicia a través del espejo. Tú eres quien inventa las reglas, juega, introduce una voz u otra, una imagen u otra y crea, con total libertad, un mundo a su antojo. Después, te sientas y contemplas. Y lo mejor es que son tus pulsaciones, tu grafía, quienes marcan la arritmia o la taquicardia.


- Se aprecia además una enorme curiosidad y respeto por la palabra, por su significado más profundo, ¿es así?

Sí. Por un lado, es la materia con la que trabajamos y creo que cualquier poeta que ame su trabajo siente la necesidad de sumergirse en él y de lanzarse de cabeza a las profundidades, para ver qué hay y averiguar qué se mantenía oculto hasta el momento. Veo la relación con la escritura como una labor de des-ocultamiento y de re-flexión en el sentido de combar y curvar la palabra al máximo, para ver qué puede salir de ahí. Si hay cosas que ni siquiera sé explicar, voy a crear términos que me ayuden a hacerlo. No se trata de domar el lenguaje, sino de ver qué forma toma ante lo que tú tienes dentro. De dejarlo ser y esperar a ver qué pasa. Siempre te sorprende. Y si a nivel lingüístico esto no sucede, entonces, ¿para qué?

Y por otro, para mí s un territorio níveo que me brinda una libertad total. En ningún otro territorio me siento tan libre. De ahí el amor y el respeto. ¡Me encanta escribir! Es un espacio secreto, de uno, libre y, al final, compartido. Vamos, que lo tiene todo.


- ¿Qué importancia tiene el blanco en este poemario?

 El blanco es la capa que va quebrando, que va perforando, la escritura. El blanco y la nieve son el punto de partida, lo acallado, la voz que no llega, una voz informe y mansa, sumisa, y, aunque, de entrada, en nuestra cultura el blanco tenga un viso de pureza, también se puede ensuciar y hacer trastadas con él, también se puede poner todo patas arriba y partir de ahí. Hacer estallar la pureza impuesta del blanco y verla caer en pequeños copos. No desaparece el blanco, sino que se desplaza, cambia, pero sigue formando parte de nosotros. Es sólo que a veces apetece emborronarlo todo.


- ¿Tu voz arde para quebrar el hielo?

Tal y como he comentado al responder la primera pregunta, fue la escritura, el hallazgo de una voz nueva en la que sentirme cómoda, la que me llevó o la que facilitó la construcción de un hogar en mitad del paisaje. Un paisaje que a veces resulta agradable, luminoso o cercano, pero que otras veces se vuelve agreste, gélido y pedregoso. Frente a esto, la palabra. En el principio era la nieve me hizo entender que, desde un punto de vista poético,  somos una especie de caracola que siempre lleva consigo una casa: la escritura. Y lo bueno es que se trata de una casa móvil con la que te puedes mudar a cualquier lugar del mundo. Da igual qué ocurra fuera, la concha está ahí. Y perdura.


- Dices que te gustan las cosas imperfectas, la nieve, los cacahuetes con wasabi, los perros y la gente risueña, pero, ¿de qué se nutre tu poesía?

De luz. De tierra y sombra. Pero, sobre todo, de luz. Y cuando digo luz me refiero a un paisaje, a un rostro que ríe, a mi perra cuando corre como una loca entre los trigales persiguiendo a otra perra o persiguiendo no sé qué olor, qué rastro. De velocidad y silencio. De manos que abarcan y de otras que se alejan y que, torpes, no saben cómo decir adiós. De la ternura que me despiertan unos dientes irregulares, un diente montado sobre otro. De tropiezos y aturdimiento. De mi relación con las palabras hogar, casa, ventana, familia, pareja. Y de la aceptación de la soledad.


De la relación entre lo vivo y lo inerte, pero sobre todo, se nutre de lo vivo, de todo aquello que posee la condición del vuelo, la cinética, de todo aquello que, tanto interior como exteriormente, posee la capacidad de desplazarse. Lo que se desplaza y cambia, encoge o crece, me interesa. Supongo que porque es el cambio lo que hace que me sienta viva o, simplemente, por pura curiosidad: una piedra que hoy se muestra gris plomiza y oscura puede virar hacia un tono más rojizo mañana debido a un cambio sutil en la intensidad de la luz. En ese sentido, algo que aparentemente está inmóvil puede desplazarse o verse alterado. Pienso que la poesía debe aprehender esos cambios, amasarlos y unirse a ese movimiento.


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