jueves, 14 de junio de 2012

Stoner - John Williams


Llevo varios días preguntándome por qué un libro con un argumento tan aparentemente nimio como es el de un tipo gris (en apariencia) que, yendo para agricultor como su padre, tiene la oportunidad de estudiar en la facultad de agricultura (aunque finalmente se decanta por la literatura inglesa) y pasa el resto de sus días en la universidad; un tipo que pasa de puntillas por la vida, que por más dificultades que le ponen, en lugar de enfrentarse a ellas, rehuye a la lucha: a vivir un matrimonio que sea correspondido, al amor de su hija, a vivir una vida plena con su  amante, a los constantes pulsos que le presenta el jefe de departamento. Cómo, este libro, puede ser tan bueno.

Dos son los apuntes que me llevan a tomar esta decisión y ambos transitan en direcciones paralelas.

El primero de ellos es la aparente sencillez de su prosa. Con un lenguaje llano, en cuanto al estilo, pero muy profundo en cuanto al fondo, John Williams logra crear a una persona real a partir de la escasa acción que plantea el libro. Porque Stoner, ténganlo claro, es una persona, no un personaje. Y no me refiero a los posibles rasgos autobiográficos, que todo apunta a que los tiene, de la novela. Me refiero a aquello que Forster denominó personaje redondo, solo que creo que Stoner va un paso más allá y debería crearse un nuevo concepto de personaje: el personaje pleno, que conllevaría un  pequeño matiz con respecto al redondo.

El segundo apunte está centrado en la literatura. Leí en algún libro de Vila-Matas (no sé si se trata de una frase suya, una cita de otro autor, o bien una cita de otro autor pasado por el tamiz vilamatiano que tanto le gusta) que: "precisamente porque la literatura te permite comprender la vida, te deja fuera de ella". Y así es Stoner. En las primeras páginas del libro, tiene su particular epifanía con las letras cuando en una clase con el profesor Sloane este recita un soneto de Shakespeare. Entonces, "Stoner se dio cuenta de que por unos instantes había estado conteniendo el aliento. Lo expulsó suavemente, siendo entonces consciente de la ropa moviéndosele sobre el cuerpo mientras el aliento le salía de los pulmones. (...) La luz se penetraba por las ventanas y se posaba sobre los rostros de sus compañeros de manera que la iluminación parecía venir de dentro de ellos mismos para salir hacia la oscuridad; un alumno pestañeó y una sombra delgada cayó sobre una mejilla cuya parte inferior había recogido la luz del sol". Stoner ha quedado atrapado durante el resto de sus días bajo las garras de la Literatura. Todo lo que le ocurre es "secundario", en el sentido de que todas las desgracias a las que se va sobreponiendo no dependen de él: sabe que si algo tiene que ocurrir, va a ocurrir, y por ello es inútil dedicarle más tiempo del necesario a asuntos triviales como es la vida si la Literatura está presente. Esta idea se ejemplifica muy bien en otro pasaje del libro: "Si solo es un tumor, benigno, como dice ¿daría igual retrasarlo un par de semanas? (...) Y si es tan malo como piensa... ¿daría igual retrasarlo en ese caso un par de semanas?"

Ahora quizás se entienda mejor por qué al principio de la reseña dije que Stoner era, en apariencia, un tipo gris. Más bien al contrario, me parece un tipo brillante que ha descubierto el verdadero sentido de su vida: la Literatura. Y si para ello tiene que renunciar, aunque le pese, a otros aspectos de su vida, renuncia. A lo largo del libro comprobamos que Stoner solo se siente plenamente satisfecho cuando habla de literatura, cuando está estudiando literatura, o cuando está leyendo literatura. El resto de acontecimientos son circunstancias más o menos relevantes.

"Concibo la literatura como el arte de apresar algo de la palpitación del tiempo. Me conmueve saber que todo está condenado a desaparecer, a irse para no volver, y pienso que la literatura, al igual que las demás artes, nos brinda la gran oportunidad de salvar algo del desgaste, de dar al menos una pátina de permanencia a lo efímero, y así suspender, siquiera sea por breves instantes, la imposición de las horas con su dictadura de los relojes." Eloy Tizón

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