sábado, 25 de febrero de 2012

Bestiario personal, Carlos Wamba

Hay libros que se gestan en un rapto de inspiración, que nacen como una exhalación y aunque maduren, se les ve cerca en el tiempo. Al leerlos no se siente la distancia temporal y ello nos da la idea de continuidad, la certeza de que la creación poética se concreta enseguida en el libro, como algo natural. Pero también hay libros que deben esperar toda una vida, que atraviesan distintas edades y adquieren con el paso del tiempo tonalidades y matices insospechados. Son libros que se resisten a ver la luz, que prefieren la clandestinidad de los manuscritos de mano en mano, que fluyen como un secreto y a veces como un rumor. Se sabe de su autor de oídas, pero no a través de la experiencia de la lectura de ese libro que por azar se descubre en el anaquel de una librería o sobre una manta, en una calle cualquiera donde alguien saca viejos volúmenes del sótano y los subasta ante los transeúntes presurosos.
Bestiario personal, de mi amigo, de toda la vida, Carlos Wamba, es uno de esos libros que ha exigido tiempo, que ha acompañado a su autor desde la más tierna juventud y ha madurado con él, que se ha dejado leer en recitales en cafés y tabernas ante auditorios reducidos, mínimos, en ciudades del Sur, como Cádiz o Sevilla. También ha viajado a través del correo postal y el correo electrónico, en busca de su editor, pero no se ha dejado atrapar fácilmente. Su autor lo ha retenido durante décadas, como un tesoro; su bestiario ha vivido con él el tiempo muerto de los momentos previos a la creación y el tiempo frenético de las conversaciones con los amigos. Así, ha resistido los avatares de la buena y mala fortuna de los que ha salido fortalecido y con lustre.
Ahora este hermoso Bestiario personal se publica bajo el sello de la editorial Baile del Sol (¿acaso celebrando la vida alrededor de su estrella?), con unas bellas ilustraciones que lo acompañan, de Horacio Hermoso Mallado-Damas, por lo que es un libro conjunto. De evocaciones bíblicas, se abre con, entre otros, este epígrafe: “E hizo Dios las fieras de la tierra según sus especies, los animales domésticos, según sus especies y los reptiles del suelo según sus especies. Y vio Dios que era bueno” (Génesis, I, 24-25). Y es que su autor ha viajado hasta el origen persiguiendo la forma de sus criaturas a las que ha observado de manera casi obsesiva para llegar a la esencia, al sentido último, midiéndolas con una precisión matemática. Así ha calculado hasta la extensión de su sombra, el ángulo de su descenso: la parsimonia del primate, el bostezo del felino o la fluidez de la anguila. También ha leído en la pupila del búho el secreto de la noche y no ha dejado de observar, o de espiar, ni siquiera a la mosca: “Un pulgar en la sombra./ Vivir y morir,/ en un punto de luz. // Pulsión// Dos patas./ Tres patas. / Seis patas. //Gira, mide, /describe ventanas/ en el aire abierto. // Arriba, abajo. // Se tiende. Abajo./…”.
Geometría del ser que pasa las horas, en apariencia muertas, maquinando la forma de atrapar a las bestias, que asalta la naturaleza viviente y sucumbe a la fascinación del instante en que se alcanza la belleza de lo mínimo y de lo colosal. Bajo la forma del animal se agita la llama de la vida en todo su esplendor. Asedio de la mirada que se deja llevar, sin límite de tiempo, más allá de la forma y que entrega toda una vida, si es preciso, hasta alcanzar el ángulo exacto. En esto ha consistido quizás la lenta pero imparable actividad poética de Carlos Wamba, cazador de animales libres, de animales del barrio y de animales soñados, criaturas que hacen parte de este poemario, donde no faltan ni el coral, ni la gacela, ni el unicornio.

 Consuelo Triviño Anzola

http://consuelotrivinoanzola.blogspot.com/2012/02/bestiario-personal-carlos-wamba.html

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