viernes, 13 de abril de 2018

Reseña de Caín volvería a matarte mañana, de Raquel Morán en Libros en el petate

Ya se está acomodando a nuestra rutina diaria este nuevo 2018 que estamos estrenando y mi primera reseña es para la cuarta novela que aspira a los Premios Guillermo de Baskerville 2017 que vuelve a organizar la página Libros Prohibidos.


Una lectura muy interesante, que comencé con cierta intriga por algunos comentarios que había leído previamente y en cuya lectura me ha ido atrapando y haciendo disfrutar cada vez más a medida que iba leyendo y la trama se hacía más compleja.

Título: Caín volvería a matarte mañana.

Autora: Raquel Morán.

Editorial: Baile del sol.

Año: 2016.

Género: Narrativa contemporánea, thriller.

Páginas: 199 páginas.

ISBN: 9788416320233

Sinopsis:
Eduardo Novales, un reputado doctor, y su familia son retenidos contra su voluntad, vejados y torturados en su casa de fin de semana en Asturias por un hombre llamado Pedro Argüelles, ‘que viene a comprar una parcela en el infierno’ aquel día. A través de las voces de sus tres protagonistas, Eduardo, su esposa, Merche, y Pedro, el lector llega a la conclusión de que los hechos acontecidos en la casa de campo tienen más de una interpretación según el punto de vista de quien los narra y de que poco es lo que parece. La novela es un testimonio al hecho de cómo un solo acto de bondad puede redimir a un hombre malo y cómo un solo acto de maldad puede condenar a un buen hombre.
(sinopsis facilitada por la editorial)

Impresiones:


Caín volvería a matarte mañana ha sido una agradable sorpresa por varios motivos. El principal por su complejidad, que obliga al lector a ir hilando las pistas de un psicothriller, como yo he llegado a considerar la novela, en busca de respuestas para componer la resolución de una historia llena de giros y sorpresas, que le confieren a la novela un carácter casi adictivo. Otro de los motivos que hacen interesante la trama en la que Raquel Morán nos envuelve es el poder de reflexión que transmite. Es imposible no ponerse en la piel de los personajes, pensar que haríamos nosotros en su lugar y sopesar sus vidas para intentar comprenderles buscando un indulto a sus actos o condenarlos al infierno.


Tres personajes,  Eduardo Novales, respetado médico con un buen trabajo, buena posición social y un carácter afable, al que en líneas generales la vida le sonríe. Su mujer Merche a la que se puede considerar que en su día dio un braguetazo y aunque no gozaba de las simpatías de sus suegros logró salir adelante y con una vida un tanto díscola, pinta de color con su vida fuera del matrimonio los grises que este puede darle. Entre los dos aparece la figura de Pedro Argüelles, un currante nato que emigró a Inglaterra buscando una vida mejor que pareció encontrar allí cuando la mala suerte truncó sus esperanzas y su vida a partir de ahí cayó en picado. Encontró una mujer que trajo luz a su vida y que perdió en el parto de su primer hijo, la desesperación le llevó a deambular por las calles de Londres donde la mala vida y un asesinato le llevaron ocho años a la cárcel. De vuelta a su Asturias natal será el eje de una historia descabellada pero que nos hará replantearnos muchas cosas sobre los actos de las personas.

Este relación entre los tres personajes, que irán contando la historia desde su punto de vista, convierte la trama en distintas versiones haciendo girar el sentido de la narración tomando caminos distintos según avanzamos en su lectura. Nuestra visión de los hechos irá modificándose con el transcurrir de las páginas y eso le confiere las ansias por conocer todo lo que sucede para poner etiquetas y dar una opinión al respecto. Porque lo que parecía claro, llega a momentos en que no lo es tanto y el juego de “por sus actos serán juzgados” se convierte en el tema principal de parte de la trama del libro. Surge la pregunta, quiénes son realmente los malos de esta historia, están justificados sus actos. Con un estilo valiente, a veces demasiado visual por explicito aunque no entre en detalles, ni se recree en la descripción. De lectura ágil, leeremos casi de corrido si el tiempo nos lo permite. La autora maneja los tiempos de la narración de forma magistral para componer un puzle, que a cada pieza gana en emoción aunque esa valentía corra el riego de que algún que otro lector se despiste o no pueda  encontrar explicación convincente a algunos hechos.  

Me ha gustado conocer a unos  personajes tan maleables en mi empatía con ellos  y descubrir una historia que bien podría ser el guion de un magnifico psicothriller, que a buen seguro, si fuera americano sería carne de taquillazo. Puede que estemos ante un libro que te gustaría que leyera mucha gente y que se convirtiera en el protagonista de muchas tertulias porque la opinión que puede generar en cada lector resulta ciertamente interesante.

Autora:

Raquel Morán (Oviedo, 1969) licenciada en Geografía. Asidua de pequeña a la biblioteca de su esta entrevista en la páginas Libros Prohibidos. No tiene desperdicio. 
pueblo, gracias a ella accedió a libros de Agatha Christie y de Stephen King en su niñez, que luego en su etapa de madurez cambió por Umbral, Marsel, Clarín, Rulfo, Cortázar y Vargas Llosa. Ha escrito más novelas pero si realmente quieres conocer más de ella, te recomiendo leas.

https://librosenelpetate.blogspot.com.es/2018/01/cain-volveria-matarte-manana-raquel.html

jueves, 12 de abril de 2018

Reseña de ¡CORRE!, de Santiago Carabias en EL MAR DE LETRAS

¡Corre! - Santiago Carabias


Baile del Sol es una editorial muy prolífica, a la que apenas me da tiempo a seguir la pista en cuestión de novedades. Da voz a autores desconocidos o noveles, me gusta especialmente su selección poética pero también he descubierto grandes novelas y rarezas gracias a ellos. Es una editorial perfecta para lectores sin prejuicios, ya que ofrece la posibilidad de conocer voces nuevas por las que otras editoriales no están dispuestas a apostar.

En este caso, la obra que nos ocupa es una novela de género negro de Santiago Carabias (Segovia, 1977), un autor cuyo lugar de origen le ha inspirado para enmarcar la trama con un paisaje agreste de fondo. Carabias ha publicado otras dos obras con bastantes años de diferencia entre ambas, desconozco si se dedica a tiempo completo a la labor de escritura. A mí me ha entretenido bastante esta obra que sin embargo creo que no tiene opciones para mantenerse en las mesas de recomendados, ahora veremos por qué.

El único que pasas un buen rato es el lector
Es poco usual encontrar un título que incorpore signos exclamativos o interrogativos. Sin ellos, en este caso, creo que “¡Corre!” también estaría bien (aunque es cierto que así queda claro que se trata de un imperativo, sin exclamaciones podría pasar por presente y cambiaría el sentido), pero compro la idea, me parece divertida: se sale de lo común. Sí incluyen símbolos exclamativos los títulos de algunos libros de "autoayuda", muy exagerados habitualmente en sus diseños de cubierta, o excepciones de otros ámbitos como el tan popular “¿Quién se ha llevado mi queso?”

Dejando a un lado la información de cubierta, pasamos a dar la vuelta al libro y en el resumen se nos indican los ingredientes que le dan forma a la trama: un pueblo dormitorio cercano a la sierra, inquinas entre vecinos, calles solitarias, un perro, un crimen. Pero hay más: dos guardias civiles incompetentes y la promesa de un buen rato de lectura con esta frase definitiva con la que me he partido de risa: “Entre el fugitivo,  que no es precisamente Robinson Crusoe; y los perseguidores, que de sabuesos tienen como mucho las ojeras y el parecido a una salchicha, se desarrolla una historia en la que el único que pasa un buen rato es el lector.”

Honesto y divertido
“¡Corre!” es una novela sin grandes pretensiones. Está escrita de una forma muy fluida, la redacción es muy correcta, todo en ella incita a la lectura rápida. Tiene un comienzo brutal, el asesinato de un pato a sangre fría con todo lujo de detalles (no destripo nada que no suceda en la primera página). Lo que sigue no es mucho más amable, las escenas violentas o de incómoda supervivencia a la intemperie están descritas con detalle. En ese sentido se puede decir que el hilo argumental gira en torno a lo cutre, a los bajos fondos, a explorar el lodo atascado en los recovecos más oscuros del alma humana. Los del alma de un psicópata, en este caso, pero también de quienes se ven envueltos en los acontecimientos y tampoco están libres de maldad e instintos turbios.

Ya digo que a Defoe se le fue de las manos completamente lo de los animales domesticados; pero lo de la película “Naúfrago”, con Tom Hanks al frente, ya sí que es de capítulo aparte. No digo que el gordo Hanks, que empieza siendo un zote para la pesca, la caza y la supervivencia en general, no espabile a fuerza de hambre, y aprenda en unos años a buscarse el sustento; pero es que no se conforma con eso y termina haciéndose una barca con vela abatible, se mete dentista y si hubiera estado un par de meses más en la isla, habría terminado haciendo la declaración de la renta a las iguanas.

En este sentido, y salvando las gigantescas diferencias, tiene unos cuantos paralelismos con el último gran lanzamiento de la editorial Espasa, un thriller que también utiliza algunos escenarios de la sierra y que debe resolver la Guardia Civil: hablo de “Morir no es lo que más duele”,  la ópera prima de Inés Plana, que me dejó boquiabierta.

Sin embargo, creo que Santiago Carabias no ha dotado de tanta psicología ni dibujado tan perfectamente a sus personajes como sí sucede en “Morir…”, ya que individualmente no son capaces de atraer la atención del lector tanto como para que llegue a interesar la historia personal de cada uno. Son un tanto arquetípicos con pinceladas que los humanizan, para el caso sirven perfectamente porque se trata de una novela de entretenimiento sin grandes pretensiones. También el caso a resolver es mucho más sencillo, no hay subtramas ni tanto cuidado en la composición de la novela.

Entre Ávila y Segovia
La acción transcurre en zonas de la sierra, en un pueblo dormitorio con poca actividad y un bosque cercano. Este marco enlaza con la austeridad y los colores terrosos con los que imaginamos también a los protagonistas. La dureza del día a día del fugitivo recuerda ligeramente en la sensación de agobio a la novela “Hambre” de Knut Hamsun. Por su parte, el criminal es torpe y básico, pero no tiene mucho más interés. Pero los dos guardias civiles parecen salidos de una película de Pajares y Esteso.

Por un lado, es divertido que sean tan torpes incluso aunque sepamos que esos casos a veces se dan en la realidad entre las fuerzas y cuerpos, etc. Pero, por otro lado, aunque exista incompetencia entre los guardias, es difícil que a un agente que está siendo vigilado por prácticas sospechosas le permitan llevar a cabo una investigación por su cuenta sin detenerle, tampoco es creíble que él solo tome las riendas de una investigación para la que no ha sido designado sin ni siquiera tener recursos para ello, en este sentido se pierde el hilo de la trama, porque resulta muy increíble.

Tampoco es verosímil que ambos guardias averigüen datos clave por ciencia infusa, así como la sucesión de los últimos acontecimientos que dan lugar a un final rocambolesco. Es un corre que te pillo campo a través: ¿divertido para pasar un rato de lectura?, sí, lo es y mucho: pero se hace inverosímil y esto a la fuerza le resta calidad al conjunto.

Hay un paralelismo interesante que he extraído de la lectura, y es el siguiente: el del criminal encerrado en una celda VS el trabajador esclavizado por el sistema que se cree libre pero no puede escapar a su hipoteca, a su trabajo, etc.: falsa sensación de libertad en la que en realidad estamos todos atrapados.

Una lectura entretenida, en fin, que con más tiempo y el respaldo de una buena documentación periodística podría haber brillado mucho más. La recomiendo si quieren pasar un buen rato disfrutando de las irreverencias de los guardias civiles y de unas soluciones argumentales caídas del cielo. Engancha desde el principio y la redacción es muy fluida. Aunque se trata de un thriller tiene momentos de humor y se hace muy entretenido.

https://elmardeletras.blogspot.com.es/2018/03/corre-santiago-carabias.html

miércoles, 11 de abril de 2018

Reseña de CIEN CENTAVOS, de César Martín Ortiz en el blog de GONZALO HIDALGO BAYAL

«Empecé este cuaderno o documento hace un año más o menos, después de terminar una novela cuya redacción me llevó ocho años o más bien se llevó ocho años de mi vida», escribe César Martín Ortiz (1958-2010) en el texto titulado precisamente «Cuaderno» («no es un cuaderno sino un documento de Word», puntualiza, «pero los escritores todavía hablaban de plumas y de cálamos cuando ya le daban a la Olivetti manual, y hasta a la IBM eléctrica») y habrá que subrayar con esmerado énfasis los ocho años dedicados a esa novela, pues hasta el momento (tan objetivamente prematuro) de su muerte, Martín Ortiz apenas había publicado un par de libros de poesía —Dedicatoria o despedida (1990) y Toques de tránsito (1995)— y tres breves libros de cuentos —Un poco de orden (1997), Nuestro pequeño mundo (2000) y  Paso de contarlo (2004)— de reducido alcance editorial y, salvo tal vez el primero, un tanto a regañadientes. Sospecho, pues, que a partir de 1997, bien fuera por los desengaños de la experiencia, por una consideración adversa del panorama literario o por rasgos esquivos del carácter, Martín Ortiz renunció a la literatura pública y publicada —«paso de contarlo» equivale a un laborioso lema heráldico— y se entregó de lleno y a solas a la escritura. De esa obstinación procede una abundante obra inédita: las novelas A sus negras entrañas, Necrosfera, De corazones y cerebros e (inconclusa) Pecado; las colecciones de relatos Los jardines de belén, Noticias de otro país, El cuchillo de Jorge Cafrune; y estos Cien centavos* que ahora, afortunadamente, se publican, cuyo mérito, sin embargo (me apresuro a subrayarlo), no reside en la vida retirada del autor, ni en el obstinado encubrimiento de su obra, por mucho que nos seduzca esa suerte de exilio al que se acogen quienes deciden abstraerse del mercado editorial (circunstancias a fin de cuentas secundarias, ecos de romanticismos narrativos complacientes), sino en la calidad formal y material del contenido.
Siempre he creído que los buenos libros contienen sus propias guías de lectura, pero Cien centavos incluye, además, su propia reseña: da cuenta a un tiempo del propósito y del resultado, muestra el equilibrio entre ambos términos y aventura su porvenir. Por eso conviene atender a sus palabras: «Me propuse cambiar de tema cada dos páginas, cambiar de género cada vez que me apeteciera y tantear registros con la libertad de quien no se ha propuesto algo importante», se sigue leyendo en «Cuaderno» y tal vez quepan descripciones más minuciosas del contenido de estos Cien centavos, pero nada tan útil como el propósito declarado de su autor. Pues de eso se trata, en suma, no de un libro de relatos tradicional, sino de una suerte de diario narrativo sobre lo inmediato repartido en (si no he contado mal) ochenta y dos textos que acogen narración, reflexión y opinión, por lo que se refiere al género (también algunos poemas), y que combinan, en lo que al autor se refiere, observación, lucidez, humor y melancolía. Es, también, uno de esos libros que no admiten resumen, sólo los elogios del deslumbramiento, pues en su catálogo, tan polícromo como extenso, tienen cabida utopías antropológicas, sociológicas y filológicas, apuntes sobre el entorno del narrador (un local comercial, un accidente, unos vecinos marroquíes, un compañero obsesionado con la carretera que va de J. a S.), semblanzas de caracteres solitarios y, por lo general, desventurados (la mujer ordenada, el hombre mediano, el americano sabático, el joven tarado, la mujer rara), relatos tradicionales en los que el narrador cede el «yo» a personajes anónimos (un camarero, por ejemplo, o una especie de médium de la muerte), lecturas (Bolaño, Garmendia), hábitos y costumbres ( las estaciones alteradas, el cambio de hora, la pólizas de seguro, las romerías, los jardines) o, en fin, sin agotar por ello la enumeración, leves episodios conyugales, mustias rutinas de parejas.
Y en cuanto al destino futuro de Cien centavos bien que me gustaría que se cumplieran, en parte al menos, los pronósticos del autor. «Es posible que cuando esté muerto», escribe, «haya quien diga que es mi mejor libro; a fin de cuentas son cosas por este estilo las que han durado, textos sin mucho encumbramiento ni pretensiones, redactados en una prosa que es de su tiempo y que no aspira a la hermosura ni a la sorpresa, salvo excepciones, porque tampoco en esto he querido adoptar actitudes tajantes y hay días en que uno se levanta con ganas de sorpresa y hasta de hermosura», lo que me ha hecho recordar las palabras con que se refirió fray Luis de León a sus poemas —«entre las ocupaciones de mis estudios en mi mocedad, y casi en mi niñez, se me cayeron como de entre las manos estas obrecillas»—, pues son sobre todo esas «obrecillas» las que seguimos leyendo y celebrando. No lo sé. Sí sé que Cien centavos es un libro íntimo, ajeno a toda ambición y a toda trascendencia, y es por eso un libro que se basta a sí mismo, que no pretende cambiar el mundo ni influir en el curso de los acontecimientos, más próximo a la resignación y la tristeza que a la rebeldía y la militancia,  tan sólo —y es lo que da sentido al todo— el discurrir de una prosa que avanza suavemente por entre las melancolías del atardecer, los mismos atardeceres en que uno imagina al escritor yendo del ordenador a sus paseos y de sus paseos (con perro) al ordenador. Y si me atrevo a poner un límite a los pronósticos del autor —«en parte al menos», he escrito— es porque no habría mejor ventura para las novelas y los relatos a que se entregó durante años César Martín Ortiz, y para quienes admiramos su escritura, que encontrar pronto y adecuado acomodo editorial.
 * César Martín Ortiz, Cien centavos, Baile del sol, 2015

martes, 10 de abril de 2018

Semblanza de Roque Dalton en el Diario ContraPunto

Roque Dalton: érase un hombre a su pluma y fusil atado

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Foto: Archivo ContraPunto
Roque es el recuerdo de la sangre joven prodigada por salvadoreños e internacionalistas que lucharon por un El Salvador más justo
El día 14 de mayo de 1935, nace en San Salvador, capital de la República de El Salvador, uno de los más brillantes poetas y ensayistas latinoamericanos : Roque Dalton García. Comprometido con la lucha de su pueblo, vivió las penurias, alegrías y las contradicciones de una época que marcó igualmente su muerte, a manos de sus propios compañeros en la guerrilla, el día 10 de mayo de 1975.
Hace unos días, mi hijo mayor, que acaba de cumplir nueve años, demandó explicaciones respecto a su nombre. El porqué de él, de dónde provenía tal manera de llamar a alguien. Por qué se llamaba Roque y no Juan por ejemplo. No tuve que hacer mucha memoria para recordar a un poeta y su vida, que llenaron mis horas por largas jornadas y que influenció esta elección a la hora de dar un nombre significativo a este hijo que hoy interrogaba por su patronímico. Roque Dalton García es el nombre del ejemplo. Un hombre al cual podemos perfectamente, asimilar la paráfrasis de su propio homenaje a la muerte del Che. Roque Dalton es: “la encarnación de los más puro y lo más hermoso que existe en el seno de esa actividad grandiosa que nos impone nuestra época: la lucha por la liberación de la humanidad; la profunda lección moral y política de su vida y de su muerte forma parte inapreciable del patrimonio revolucionario de todos lo pueblos del mundo, y cuya desaparición física es un hecho irreparable para el cual no debemos escatimar lágrimas de revolucionarios; la actitud fundamental a que nos obliga su actual inmortalidad histórica es hacernos verdaderamente dignos de su ejemplar sacrificio”
Un hombre como nosotros
“La  poesía no se escribe con ideas, sino con palabras” declaraba, a fines del siglo XIX, el poeta francés Guillaume Mallarmé. Esta sentencia, errada en Latinoamérica, y supongo que en el resto del planeta, sobre para todo aquel que tenga como arma de combate la escritura contra las injusticias que se cometen, cae estrepitosamente ante la obra vital y literaria de poetas, narradores y todos aquellos hombres y mujeres que han hecho de la literatura el modo de expresar verdades, sentimientos, deseos, anhelos e igualmente fracasos. Uno de esos hombres: vital, vigoroso y tenaz fue Roque Dalton García, una de las figuras cimeras de la poesía Latinoamericana del siglo XX. Tan genial como desconocido, tan  brillante como comprometido con las causas de justicia y libertad de su  pueblo: El Salvador, país en el que nació el 14 de mayo de 1935. Hijo de un estadounidense afincado en esas tierras centroamericanas y una enfermera salvadoreña, estudió en un Colegio de jesuitas, que le entregó  las armas de la disciplina y la constancia. A pesar de esa formación religiosa supo empaparse de la realidad trágica de su pueblo y abrevar su espíritu inquieto con letras de Neruda, Vallejos y los representantes  de la escuela Surrealista. Los poetas franceses como Billón, Saint John  Perse, Kafka, Salarrué y hasta Henry Miller allegaron agua a ese molino  creativo, inquieto, pleno de un humor desbordante y de extremo rigor intelectual, como solía caracterizarlo el fallecido escritor argentino Julio Cortázar.
Roque Dalton se definía como uno de nosotros, sin más ni menos: “Yo como tú amo el amor, la vida, el dulce encanto de las cosas, el paisaje celeste de los días de enero. También mi sangre bulle y  río por los ojos que han conocido el brote de las lágrimas. Creo que el  mundo es bello, que la poesía es como el pan, de todos. Y que mis venas  no terminan en mí, sino en la sangre unánime de los que luchan por la vida, el amor, las cosas, el paisaje y el pan, la poseía de todos”. Poeta y revolucionario son dos conceptos que en Roque Dalton se conjugaron con perfecta armonía. Demostró, mediante su temática como escritor y en la vida práctica como intelectual comprometido con las causas justas de su pueblo y de Latinoamérica, que la verdad sí podía ser encerrada en palabras. Mediante la poseía, sostenía Dalton, era posible decirlo todo
“... Poesía, perdóname por haberte ayudado a comprender que no estás hecha sólo de palabras...”. “...agradecido te saludo poesía porque hoy al encontrarte (en la vida y en los libros) ya no eres sólo para el deslumbramiento, gran aderezo de la melancolía. Hoy  también puedes mejorarme, ayudarme a servir, en esta larga y dura lucha  del pueblo...” Para Roque Dalton el trabajo poético le permitía expresar su propia vida, de la que era testigo y coautor, su tiempo, los  hombres, el medio que compartían con todas su interdependencias: “Camino para tal intento, desde el hecho, aparentemente simple de ser salvadoreño, o sea, parte de un pueblo latinoamericano que busca su felicidad luchando contra el imperialismo y la oligarquía criolla y que,  por razones históricas bien concretas tiene una tradición cultural sumamente pobre. Tan pobre, que solamente en una debilísima medida la ha  podido incorporar a esa lucha que reclama todas las armas”.
Un poeta revolucionario
Todo  tipo de temas ocupó su mente. Sus letras, opiniones y acciones son expresión de diversidad basada en la riqueza en el uso del lenguaje, y el compromiso político que lo embargaba. Su riqueza oral y escrita se demostraba verbo a verbo, en una poesía de rompimiento con los moldes y usanzas de la época. Sus poemas son verdaderos edificios elaborados con insólitas relaciones, entre elementos disímiles en una lucha dialéctica de unión y lucha de contrarios. Viajó, al igual que su referente político y modelo de hombre: El Che, por gran parte de Latinoamérica. Vivió en Santiago de Chile, donde estudió la carrera de leyes y en México, donde se empapó de periodismo y tertulias literarias. A pesar de  militancias, luchas, y avatares políticos su visión de la poesía era firme: “El poeta debe ser, fundamentalmente fiel con la poesía, con la belleza. Dentro del caudal de lo bello debe sumergir el contenido que su  actitud ante la vida y los hombres le imponga como gran responsabilidad  de convivencia, Y aquí no caben los subterfugios ni la inversión de los  términos. El poeta es tal porque hace poesía, es decir, porque crea una  obra bella. Mientras haga otra cosa será todo lo que quiera menos un poeta. Lo cual, por supuesto, no implica con respecto al poeta una privilegiada situación entre los hombres, sino tan sólo una exacta ubicación entre los mismos y una rigurosa limitación de sus actividades,  que también sería eficaz en el caso de particularizar la calidad de los  médicos, los carpinteros, los soldados o los criminales”.
“La ventana en el rostro” escrita en el año 1961 fue su primer libro, y en él están contenidos las características de lo que sería todo su trabajo futuro: Un lenguaje fulgurante y de ruptura, la voluntad conceptual y una estructura innovadora que empieza a abrirle paso en la gran camada de poetas, cuentistas, ensayista y novelistas que ha dado Latinoamérica en el siglo XX. Le siguió “El Turno del Ofendido”, donde comienza a perfilarse con mayor nitidez su poesía plena de ironía y crítica no sólo  frente a otros poetas, sobre todo los adoradores del soneto, que para Dalton significaba, en ese momento “una poesía conservadora, anacrónica y  no sólo por el formalismo esencial que el sonetismo conlleva, sino porque los problemas de la vida actual no caben en vasos tan puros y estrechos” (Carta de Roque Dalton a los autores de la Revista “De aquí en adelante”. En el Poema “Canto a Nuestra Posición” dedicado a su amigo  y compañero Otto René Castillo, expresa su crítica afilada a esos llamados de hacer florecer todo en el poema ya que el hombre parecía ser  un pequeño dios: “...¿Cómo pudisteis cantar infamemente a las abstractas rosas y a la luna bruñida, cuando se caminaba paralelamente al litoral del hambre y se sentía el alma sepultada bajo un volcán de látigos y cárceles, de patrones borrachos y gangrenas y obscuros desperdicios de vida sin estrellas?...Ay poetas que os olvidasteis del hombre, que os olvidasteis de lo que duelen los calcetines rotos, que os  olvidasteis del final de los meses de los inquilinos, que os olvidasteis del proletario que se quedó en una esquina con un bostezo eterno inacabado, lleno de balas y sin sangre, lleno de hormigas y definitivamente sin pan... ay poetas ¡como duelen vuestras estaturas inútiles!.”
Estudió e investigó con rigurosidad y con originalidad  la historia de El Salvador a través de la publicación de un libro de testimonio fundamental, para el estudio de los acontecimientos relacionados con las luchas obreras y campesinas en El Salvador: “Miguel  Mármol: la insurrección en El Salvador: año 1932”” donde a través de la  historia de este personaje real se da cuenta de la represión al levantamiento campesino y que ocasionó 20.000 muertos en apenas tres meses. Su quehacer literario lo colocó al servicio de su pueblo y cuando  este reclamó su presencia en esa Inmensa estepa verde que son las montañas de Morazán, y ellas se convirtieron en su hogar no dudo un minuto en convertirlas en una nueva trinchera de palabras y balas. Morazán se convirtió en el último centro de su creación, no sólo de dardopalabras maravillosas lanzadas al centro de la injusticia, golpes de ideas, de agudezas sustantivas, verbales y adjetivas, bofetadas de realidad, sino también de plasmación de ese hombre nuevo, que años atrás, en montañas de la sierra boliviana se empezó a visualizar en forma de pájaro de fuego llamado Ernesto. Morazán sería su escalón más alto en la vida de un revolucionario, su vida plena pero también su muerte, tan brutal como absurda a manos de una fracción de la organización guerrillera en la cual militaba, en el trágico 14 de mayo del año 1975.
Este hombre, bajo en estatura pero gigante como poeta y rebelde en una conjugación práctica y , estaba convencido que una de las vías fundamentales, posibles de transformar al intelectual en  intelectual revolucionario era la acción social. Una práctica que le daba temor, tan presente junto al miedo y la pérdida de la inocencia en cada uno de sus poemas: “27 años: Es una cosa seria tener veintisiete años, en realidad es una de las cosas más serias. En derredor se mueren los amigos de la infancia ahogada y empieza a dudar uno de su inmortalidad”. Esa praxis social debía hacerse en el seno de la lucha de  los pueblos que llevan a cabo su combate por dejar sólo de sobrevivir y  llegar a conocer lo que es vivir como un verdadero ser humano. Su paso por Cuba, donde dejó a sus dos hijos, para dedicarse a la lucha guerrillera le dio la formación necesaria, no sólo desde el punto de vista político sino que literario y de reconocimiento expresado en su Premio Casa de las Américas, La Habana, Cuba, 1969, por su poemario “Taberna y Otros Lugares”.
Este libro de poemas es la expresión de  lo que fue Roque Dalton, un insurrecto permanente, un visionario, un hombre dotado de gran sutileza. En plena efervencia pre- Primavera de Praga en el año 1968, Roque Dalton solía visitar las viejas tabernas del  centro de la capital de la ex Checoslovaquia, después de su trabajo en la Revista Internacional, que reunía la crema y nata de los ideólogos comunistas de ese entonces. En esas visitas llenas de espumosos brebajes, Roque, armado de una vieja máquina grabadora se deleitaba escuchando las conversaciones de estudiantes, obreros y soldados. De ese  trabajo salió Taberna y Otros Lugares, pero también el convencimiento que el socialismo, en aquellos grises países de Europa del Este no eran el modelo natural de esa visión de mundo, que tarde o temprano reventaría por sus propias contradicciones, y que Latinoamérica no debía  trasladar mecánicamente las experiencias políticas allende el Atlántico.
El gran habitante del pequeño pulgarcito
Uno  de sus hijos, Juan José Dalton lo describe como un tipo genial, poseedor de sentido del humor inigualable, un hombre que sabía esconder las tristezas bajo una permanente sonrisa y con una decisión inquebrantable. Así, cuenta Juan José: “En la Habana teníamos un vecino que se llamaba Fernando Martínez, era un experto en marxismo-leninismo. Como en su casa se había roto el refrigerador, mi papá le guardaba la carne y le pollo a cambio de clases de materialismo. Cuenta Fernando que  en una de esas calurosas tardes de 1972, había salido a la verja de su casa. Bajando por la calle J, del Vedado (donde aún está nuestra casa en  La Habana), venía rodando mi padre. El poste de la esquina lo detuvo. Fernando se le acercó. “¿Roque, que te pasa chico? Mira como vienes...” “No voy a seguir bebiendo Fernando, porque si no, no voy a poder ser guerrillero”, le contestó a modo de autocrítica. “Efectivamente, nunca más lo volví a ver tomado... Fue la última vez. Nunca creí que esa la despedida”, me contó aquel cubano”. Era la última vez pues su próximo paso era integrarse a las fuerzas guerrilleras que actuaban en El Salvador.
Roque era también un escritor del más íntimo lirismo, capaz de expresar los dolores que llegaban del testimonio práctico de las heridas de su pequeño pulgarcito, como una vez definió la poetisa chilena Gabriela Mistral a El Salvador. Sus letras venían del pueblo, de  la herida vallejiana que carcomía la vida de ese Salvador suplicante de  ser salvado. Nos legó la policromía de su estilo, la riqueza y vivacidad de su prosa refulgente y dinámica, la belleza de sus ideas y lenguaje. Nos dejó un arma defensiva a la cual recurrir, cuando los significados y significantes nos amenazan con evadir sus responsabilidades. Sus escritos no marcharon nunca al margen de la hoy tan vilipendiada lucha de clases pero, esa contradicción vital era transmitida en forma tan sugerente y pedagógica, tan finamente irónica y  genial, que podía enseñar más con el corazón que con manuales, con su experiencia más que con citas de sesudos personajes. Roque, a su manera,  mostró el escalón más alto del ser humano, para llegar a tener los derechos nunca alcanzados de su pueblo: “El escritor y el artista latinoamericano promedio, lucha en distintos niveles contra el régimen que lo discrimina, lo humilla y lo persigue; y más, que el poeta y el escritor, es el subversivo, el perseguido, el preso, el torturado. Y comienza a ser el asesinado junto a miles de su pueblo, y el que combate  con las armas en la mano, en consecuencia los nombres de Javier Heraud,  Edgardo Tello, Otto René Castillo encabezan la lista.
”Su pequeña  amada patria era un tema constante en sus letras. Mezclaba en ello la rabia y la ternura, el amor y el odio más profundo. Mientras su madurez biológica avanzaba inexorable, su florecimiento intelectual, nutrido en tierras latinoamericanas y europeas, desbordaba los cauces poéticos conocidos hasta la época. Su amor por ese pedazo de tierra de 20.000 kilómetros cuadrados, no tenía los límites señalados en mapas y acuerdos  políticos, pero se había transformado, con el paso de los años y el exilio, en un dolor que laceraba todo su ser, y lo convencía que la redención de su Salvador, pasaba por liberarlo de todo aquello que roía su existencia. Roque estaba convencido, que la libertad de su diminuta tierra era parte de la construcción de múltiples patrias dispersas por la mestiza Latinoamérica. La edificación de un verdadero Nuevo Mundo, con hombres nuevos era considerada por Roque Dalton como un camino plagado de dificultades, una senda difícil, dura y terrible, que necesitaba de inéditos y más penetrantes dolores para lograr erradicar su enajenación: “Necesitas bofetones, electro-Shocks, Psicoanálisis, para que despertés a tu verdadera personalidad... habrá que meterte a la  cama, a pan de dinamita y agua, lavativas de cóctel molotov cada quince  minutos, y luego nos iremos a la guerra de verdad, todos juntos, novia encarnizada, mamá que parás el pelo”
Ser fuerte sin perder la ternura
Roque  fue también periodista, de aquel que desolla, que enseña y no hace de la lisonja el pan de cada día. Se alejó y burló del dogmatismo obnubilante, verdadero opio del deseo y práctica de cambios. Los esquemas incuestionables, hayan sido políticos o literarios no eran su alimento. No existía disyuntiva entre su creación artística y su actividad política, entre versos y reforma agraria, entre ensayos literarios y prácticas guerreras ¿Su máxima? La duda, siempre la duda en  lugar del dogma que adormece. La crítica que construye en lugar del acatamiento incondicional. El aprendizaje de esto fue un proceso doloroso: “Mi actitdu ante el contenido ideológico y la trascenedencia social de la obra poética está determinada fundamentalmente por dos hechos extremos: el de mi larga y profunda formación burguesa y el de la  militancia revolucionaria que mantengo desde algunos años. La práctica en las filas del partido ha organizado mi preocupación e siempre por los  problemas de la gente que me rodea, del pueblo, en último grado y ha ubicado con exactitud ante mi atención, las responsabilidades fundamentales a las cuales deberse, así como a la forma concreta de realizar esos deberes a lo largo de la vida. Pero los largos años en el Colegio Jesuita, el desarrollo de mi primera juventud en el seno de la chata burguesía salvadoreña, el apegamiento a formas de vida irresponsables, alejadas con santo horror del sacrificio o de los problemas esenciales de la época, han dejado en mí sus marcas, las cicatrices que aún ahora duelen”.
Estas palabras escritas en su Ensayo “Poesía y Militancia en América Latina” son ese ejemplo de autocrítica que animaba a Roque Dalton y que resumen esa vida plagada de  contradicciones pero siempre honesta. El destino con la revolución marcó su existencia, era un indiscutible compromiso de pareja. En un mundo como el que se nos presenta en este nuevo milenio requiere de nuevos honores, de nuevas formas de enfocar los cambios necesarios para los pueblos subdesarrollados, pero igualmente se necesita de un conciencia de revolucionarios, de poetas como Roque que si la muerte no lo tuviese en su seno, seguiría convocando a esta generación de móviles y  globalización en la necesidad de ser revolucionarios hoy, en la época dura, la única que da posibilidades de ser sujeto de epopeyas: “Ser revolucionario cuando la revolución ha eliminado a sus enemigos y se ha consolidado en todos los sentidos puede ser, sin lugar a dudas, más o menos glorioso y heroico. Pero serlo, cuando la calidad de revolucionario se suele premiar con la muerte es lo verdaderamente digno  de la poesía. El poeta entonces la poesía de su generación y la entrega  a la historia”. Roque Dalton García entregó su poesía a toda una generación de latinoamericanos que a 27 años de su asesinato, tan brutal  como absurda a manos de un grupo de dogmáticos que jamás conocieron al verdadero Roque, camuflado bajo el nombre de Julio Delfus Marín en las montañas de Morazán. Quienes lo asesinaron jamás le perdonaron su humor,  su desparpajo ante las más insólitas situaciones, su imaginación llena de optimismo por el mejoramiento humano.
El poeta Nicaragüense Julio Valle al saber sobre la muerte de su amigo dijo a su hijo Juan José “Mirá hermano, quienes mataron a Roque no tenían humor” una ingeniosidad tan permanente y vital que hizo exclamar a Eduardo Galeano que Roque era capaz de hacer reír hasta las piedras. Capaz de sacar sonrisas, pero recordarnos sobre el sufrimiento de sus hermanos en el Poema de Amor: “Los que ampliaron el Canal de Panamá (y fueron clasificados como “silver roll” y no como “gold roll”) los que repararon  la flota del pacífico en las bases de California, los que se pudrieron en las cárceles de Guatemala, México, Honduras, Nicaragua, por ladrones,  contrabandistas, por estafadores, por hambrientos... los sembradores de  maíz en plena selva extranjera, los reyes de las páginas rojas, los que  nunca sabe nadie de dónde son, los mejores artesanos del mundo, los que  fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera, los que murieron de paludismo o de las picadas del escorpión o de la barba amarilla en el infierno de la bananeras, los que lloraron borrachos por el himno nacional, los arrimados, los mendigos, los marihuaneros, los guanacos hijos de la gran puta... los eternos indocumentados, los hacelotodo, los  vendelotodo, los comelotodo, los primeros en sacar el cuchillo, los tristes más tristes del mundo, mis compatriotas, mis hermanos”
Roque  Dalton murió, y ahora que El Salvador luego de muchos años de guerra civil empezó una nueva y enigmática caminata por inéditos derroteros, es  imperativo recordar a aquellos, que regaron con su fresquísima sangre el camino que hoy transitan otros nuevos hombres. Él murió, pero está encarnado en muchas vidas, que encuentran en su ejemplo, la luz que guía  y alecciona. Ha resucitado en este nuevo El Salvador, tal vez un poco mejor que aquel sangrante país que conoció sus pasos terrenos. Roque Dalton, hombre pequeñito de estatura pero gigante y feroz con la pluma y  el fusil está riendo, y lo hace henchido de placer a pesar de las masacres y las lágrimas jamás recuperadas. Roque es el recuerdo de la sangre joven prodigada por salvadoreños e internacionalistas que lucharon por un Salvador más justo, que entregaron sus vidas por una causa que no importaba tener como norte la muerte si de verdad se moría entre pájaros y árboles, como decía el poeta Javier Heraud. Roque ha triunfado y pronto será: Parques infantiles, escuelas, hospitales, será nuevos poemas por venir, un continente reidor y feliz por tener en su vientre a millones de nuevos Roques por nacer.

lunes, 9 de abril de 2018

Reseña de STONER, de John Williams en ALPONIENTE

El fenómeno de Stoner de John Williams


Daniela Zapata Castaño
23 marzo, 2018 7:11 am

La primera pregunta que se nos ocurre cuando pensamos en la novela de John Williams Stoner es, sin duda, ¿por qué es catalogada como una obra maestra? Después de permanecer en silencio después de su primera publicación en 1965, y después de algunas ediciones en lengua española, solo en el 2016, Latinoamérica conoce sus méritos con la edición argentina de Fiordo Editorial. De un momento a otro, las reseñas sobre la gran novela del norteamericano John Williams, inunda las revistas literarias, los blogs y algún que otro portal literario. Sin embargo, en Colombia, solo a partir del año 2017 se siente el interés por este escritor y la belleza de su novela que parecía redescubrirse de nuevo; nuevos lectores y una época que parecía reconocerse en las fibras de las emociones del personaje Stoner.
No puedo decir con exactitud cuántos ejemplares llegaron a las librerías en las ciudades de Colombia, tal vez pocos o muchos, pero uno cosa era cierta, desde los recomendados y la reseña de la Revista Arcadia, Stoner, era un libro que todos querían conocer, querían leer y saber porque era nombrado en la lista de los mejores libros del año (2017), tanto en la Revista Semana (23 de diciembre) como en Arcadia (diciembre, 2017). La novela parecía atraer las miradas de los lectores ávidos e incluso, el interés cauteloso de los libreros ante un libro que parecía iniciar de nuevo un viaje en este tiempo y llegar a nuevas manos que querían conocerlo. Fue el recomendado de muchos de nosotros.
William Stoner “Era el hijo único de una familia solitaria unida por las imposiciones del trabajo duro” (Williams, 2017: 10) que conoció desde muy joven lo que era trabajar para mantenerse en vida. Sus padres hasta su muerte insistieron en cosechar una tierra que parecía cada vez más estéril, pero qué a la final, era parte de sus vidas y de su herencia. Pero el joven Stoner nunca esperó y buscó lo que llegaría a determinar su realidad y el resto de sus días. La escritura de John Williams parece deslizarse con suavidad al describir cada uno de los pasos, y de los momentos en el que se produciría el encuentro entre él y la literatura, porque, de una cosa estábamos seguros, él quería ayudar a sus padres.
Stoner no es una novela que este permeada con la incertidumbre, la acción y la expectación que caracterizan a las narraciones policíacas, ni con la serenidad, la calma y la sencillez de la escritura y ese algo de las historias japonesas. Es la vida William Stoner, y las dificultades que tuvo que vivir y afrontar. Pero las dificultades no eran obstáculos inquebrantables o sucesos extraordinarios, sino el mismo paso del tiempo, y el peso de la vida que a veces puede resultar insoportable.
El destino del joven personaje cambia cuando es enviado a la universidad para estudiar las condiciones y las mejoras que podrían introducirse en la tierra para la cosecha, pero una clase de literatura, un profesor, Archer Sloane, lo mira a los ojos en medio de la clase y le pregunta sobre un soneto (73) de Shakespeare. Lo cuestiona de nuevo después de un corto silencio: “–¿Qué le dice, señor Stoner? –Sloane había vuelto a hablar-. ¿Qué significa este soneto?” (Williams, 2017: 20), y fue como si le preguntaran por su propio destino, como si Shakespeare le revelara el camino que debía tomar a continuación. En su segundo semestre de universidad, suspendió las materias científicas y se inscribió a cursos introductorios de filosofía y literatura. Tiempo más tarde, dejará la facultad de agronomía para estudiar literatura inglesa.
De este modo, la realidad del personaje se transforma y gira a través de ese pequeño recuerdo; de una clase de literatura que lo definió y que le recordará su amor por el conocimiento, por la literatura.
A través de la narración de las decisiones que recorren a Stoner, y de las angustias de su propia vida (de una vida que pensaba que iba a ser diferente) nos damos cuenta que lo que hace maravillosa la historia, no es solo la falta de sucesos extraordinarios, sino la cercanía que sentimos con el protagonista, la pesadez que lleva en sus hombros cuando las decisiones de la universidad pasan por encima no de su dignidad (que se mantiene firme), sino de la ética misma de la Universidad de Misuri, sobre el fracaso de un matrimonio que parecía salírsele de las manos. Stoner es la historia de un hombre que nos recuerda que podemos elegir, decidir y que su propia existencia, nos aproxima a la nuestra. William Stoner, en sus últimos días de su vida, tenía los hombros más encorvados que de costumbre, siempre supo quién había sido.
https://alponiente.com/el-fenomeno-de-stoner-de-john-williams/

domingo, 8 de abril de 2018

Entrevista a Alberto García-Teresa en Vallecasweb

"Hay que denunciar a quien se aprovecha del trabajo ajeno"

Publicado en Ocio y Cultura

ENTREVISTA “URGENTE” CON EL POETA VALLECANO ALBERTO GARCÍA-TERESA

Luis Miguel Morales | Vallecasweb
Alberto García-Teresa no solo es un poeta de Vallecas, que ya es bastante, es un faro en este contaminado océano de la cultura. En su Facebook se presenta como Doctor en Filología Hispánica, crítico, poeta y microrrelatista, y en la entrevista “urgente” que le hacemos para Vallecasweb nos emite, con concisión y energía, catorce destellos para que conozcamos su manera de pensar y actuar. Nos hace falta gente así en la cultura del barrio. Es imprescindible.

No os podéis perder el recital que el día 17 de abril, a las 19:30, Alberto García-Teresa nos ofrecerá en la Librería Muga, Avenida de Pablo Neruda nº 89. Y si queréis conocerle más, pasaos por su web albertogarciateresa.com. De momento, os dejo con sus ráfagas de luz.

— ¿Poesía o microrrelato?
— Mirada poética.

— ¿Publicar por encima de todo o escribir?
— Recitar.

— ¿Poesía en la calle o de salón?
— En la calle, en los parques, en el metro; en todo lugar donde pueda encontrarse con la gente.

— ¿Lector o escritor?
— Lector.

— ¿Poesía como arma cargada de versos o como flor en la solapa?
— Poesía como herramienta para empujar y acompañar un cambio radical de sociedad.

— ¿Novela o ensayo?
— Poesía.

— ¿Pagar por publicar o publicar sin pagar?
— Denunciar a quien se aprovecha del trabajo ajeno, a todos los niveles; también en la autoedición encubierta y las empresas “de servicios editoriales”.

— ¿Poesía joven o poesía sin apellidos?
— Poesía disidente, de cualquier edad, de cualquier época.

— ¿Escritor o crítico?
— Lector atento.

— ¿Poesía en la red o en papel?
— Poesía, siempre poesía, en cualquier formato y en cualquier voz.

— ¿Poesía o barbarie?
— Socialismo.

— ¿Editor o escritor? ¿Editor y escritor?
— Poeta que quiere compartir poemarios que le apasionan.

— ¿Cultura con o sin subvención pública?
— Cultura antiautoritaria y de contrapoder.

— ¿Escribir o/y vivir?
— Seguir aspirando a vivir con dignidad.

Para terminar, disfrutad de su poesía:

Un economista
por Alberto García-Teresa

Un economista no sabe qué hacer con un arco iris.
No entiende el aleteo de una abeja,
por qué trinan escandalosamente las gaviotas,
qué guarda una camada en su madriguera.

Se inquieta ante un caracol que,
sobre una brizna empapada de rocío,
indiferente se despereza.

Ante el murmullo chispeante de un río,
ante un eclipse inundado de estrellas,
ante tu sonrisa o una mano abierta,
agita desconcertado su cabeza.

Un economista no escucha la memoria
ni atiende al compás de los latidos.

No sabe buscar tanteando en silencio la belleza
en toda palpitación dichosamente tendida
a la luz, al viento, a la alegría.

Un economista aún busca con vehemencia
con qué moneda comprar la vida.

(*) En la imagen que abre esta información, Alberto García-Teresa recitará sus poemas en la Librería Muga el 17 de abril a partir de las 19:30 horas. (© Foto: AGT / Vallecasweb.com)