martes, 12 de agosto de 2014

PALABRA POR PALABRA. Stoner


John Williams (1922-1994)
Ocurrió de este modo: me había dejado el último capítulo de Todo lo que hay, la última novela de James Salter, para leer, solitario, a la mañana siguiente; una forma como otra cualquiera de intentar alargar el placer, demorar lo inevitable. Por suerte, todavía me queda un libro de Salter por leer, La última noche, y sé que los relatos que contiene volverán a fascinarme con esa prosa deslumbrante, fresca, sabrosa. Es un consuelo pensar que entre sus páginas hallaré, seguro, fugaces vislumbres de las vidas, las historias y las palabras entretejidas en sus novelas, el regusto impagable de su portentosa Años luz. No obstante, como decía, me resistía a terminar Todo lo que hay y, aquella mañana, más bien temprano, cuando volví sobre ella, me encontré con que, en realidad, sólo siete páginas me separaban del indeseado final. Mi ocurrencia de la noche anterior se había convertido, de pronto, en una broma algo cruel. Las leí despacio y terminé enseguida. Un abismo se abría entre mis manos. Con toda seguridad, cualquier libro que empezase entonces habría de decepcionarme. Repasé mentalmente la lista de títulos pendientes, una lista inabarcable, y no conseguía decidirme por ninguno. Entonces tropecé con Stoner (Ed. Baile del Sol), una novela publicada en 1965 que pasó desapercibida para el mundo en su momento y que volvió a reeditarse hace poco, convirtiéndose ahora en un fenómeno literario internacional. Su autor, John Williams, fallecido en 1994, era un completo desconocido para mí y, a pesar de las buenas críticas, el entusiasmo general y el hecho de estar en posesión de un ejemplar de la novela, lo cierto es que no había pensado en leerla por el momento. La cogí y empecé a hojearla sin entusiasmo, dispuesto a abandonarla en cuanto el vacío de Salter se hiciese demasiado evidente. Sin embargo, cuando me levanté del sillón, apremiado por la hora de la comida, dejaba a mis espaldas casi doscientas páginas. Ya con el estómago lleno, regresé de inmediato al mundo del profesor Stoner, a su Universidad de Misuri, a su Departamento de Inglés, a su matrimonio, a su sencilla y profunda, ordinaria y turbadora vida a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Esta vez, no pude evitar el final, retrasarlo, ni siquiera me di cuenta de que se acercaba hasta que, apenas una hora más tarde, el libro caía sobre el propio Stoner y mi regazo; sus páginas agotadas.

viernes, 8 de agosto de 2014

LOS DIENTES DEL CORAZÓN

Imagen: Diviniti.es
A Ramón J. Breña le ha salido un libro redondo como una cazuela de barro. Es en su conjunto un guisolibro apetecible, sabroso, bien condimentado. Con pocos ingredientes (recuerdos, homenajes a lugares y personas, anécdotas) va conformando un mundo comestible en el que los personajes dan vueltas alrededor de un plato. Tienen hambre de casi todo. Aman con glotonería, cocinan como brujos- conjurando cosas-, comen a dos carrillos y beben con tanta sed atrasada que se diría que el mundo empieza en esa página.
Es este un libro para gente que le echa al guiso un puñao de tierra. Cazadores o cazados, gente que se deja desplumar, destripar y macerar bajo las sábanas, para los que  abren  la boca con tanta ansia que te derriten como manteca asada. Es para los  brutotes  ardientes que se pasan con el pimentón, para los que tiemblan de placer en los mercados, los que se arrastran como perros en el suelo para oler un hongo, una criadilla. Gente sin remilgos, salvajes de estómago, primitiva, lectora de  http://gastropitecus-gloton.blogspot.com.es/.
A mí me gustan estas lecturas de, sobre, hacia, para la gastronomía. No hay cocina sin comunicación. No hay cocina sin que nadie la nombre, la explique, la recree, la invente, la transmita.  Una amiga me preguntaba hace poco por el auge de los blogs. Pues eso, porque alguien la tiene que contar. Antes, al amor de la lumbre, ahora, a través de la red. Qué más da! Lo que no se comparte, no se guisa. Es como amar en solitario: consuela, apacigua, pero no llena.
A Ramón J. Breña le ha salido un libro libidinoso. Hay pringue de aceite y de sudor por todo el libro. Cuenta con detalles de recetario cada platazo de sábana y mantel. Pero, gracias a Dios, no es un recetario. Porque éstos son libros prácticos, a veces entrañables, de saga familiar, o de cocina monacal, pero llenito de instrucciones- odio que me den órdenes- y de medidas- odio medir las cosas. El libro de Ramón es una conversación en la que él me cuenta y yo le leo las vivencias de pescador-cazador-amante. Cocinero siempre para sentirse vivo y atado a algo que él entiende por vida en mayúscula.
También es Ramón un sociólogo y un amante de la antropología. ¡Qué le vamos a hacer! Hay gente rarita que lee a Harris y después es capaz de ponerse a hacer migas de chocolate, sopa de tierra, lomo de jabalí, cazuela de acelgas, una versión extremeña del garum o un cochinillo muy chino. Es un tío muy leído y algo viajado- parece-, lo que aún  le da más encanto. Tiene el pelo encrescapo y es de La Vera, donde reposa la sombra de Yuste y su melancólico emperador. Le pone pasión a la escritura, arrebato. Por eso Los Dientes del Corazónson relatos cortos, apenas un fogonazo, un salteado rápido de cuatro elementos que no cansen y sean sabrosos. De vez en cuando recomienda cosas, pero no vinos:
Si alguna vez, amigo, tienes la suerte de amar y ser amado por una cocinera o cocinero, no dejes que se vaya. Te aseguro que en sus manos tiene la cultura de lo  que de verdad somos los humanos, la civilización entera concentrada. Tal vez engordes en su compañía, pero qué importa. Serás feliz como solo lo son los hombres que saben comer y amar siempre con buen apetito”
Oído Cocina!

jueves, 7 de agosto de 2014

Comentario del pedazo de libro de Miguel Martínez López, Mis pies de mono

La primera vez que vi a Miguel Martínez López fue un martes cualquiera, hace ya unos años, en los Diablos Azules. Recuerdo que no es que me gustara su poesía, es que me sorprendió. Fue rápido el paso de la risa de alguno de sus poemas al frío de la angustia existencial y luego alguna de sus imágenes poéticas me remató. Joder. Le pedí su nombre y lo busqué por Internet. Descubrí que tenía un blog, Mis pies de mono, donde publicaba sus poemas. Ahí quedó la cosa porque tampoco le volví a ver, o si le vi no lo recuerdo. Y hace unos meses, en este zoco digital que es facebook, descubrí que alguien iba a ir a la presentación del libro Mis pies de mono, de Miguel, en esa semana. No pude ir, pero sabía que ese poemario iba a ser un atlas del dolor, de la alegría, de la angustia humana.

Y no me equivocaba porque en este libro publicado por Bailedel sol encuentras la agujeta enorme que supone hacerse mayor, como en el poema que inaugura el libro Cambio de asiento,

(...)
Guapos y valientes,
en el futuro atravesaremos
los campos, las ciudades,
sujetos a las crines de nuestro
caballo de acero.
(...)
Cómo imaginar
el asiento de delante
las mañanas de clínex y bostezos
la primavera gris de los semáforos.
(...)

Se puede decir que Miguel, desde la rutina y lo más opaco que te venga a la cabeza (hacer la compra, filosofar en la taza del váter, las axilas, los mosquitos del verano, el deambular mirando una manzana o al cielo) sabe desenrollar y multiplicar un paisaje rico y exacto. Digamos que pone la cantidad exacta de cocodrilo y de despertador, de risa y de muerte.

¿Y cómo no se va a admirar la poesía de un tío que escribe el poema Las palabras y las cosas? Ese poema que por supuesto quise, quiero y querré escribir porque consigue la magia de los poemas buenos y venenosos, que al leerlos crees que te han salido de dentro, que lo de fuera solo ha vuelto:

Yo no lo recuerdo
pero mi madre cargaba en brazos
cogía entre las suyas
mis dos pequeñas manos
que no eran manos todavía
que eran ruiseñores mudos y ni eso
que eran cabos sueltos
y me obligaba a tocar los objetos de la casa
uno a uno.
(...)

http://mispiesdemono.blogspot.com.es/


Y así te quedas, con cara de tonto y solo llevas treinta páginas del libro. La verdad es que es un libro currado, en el que aparece todo el mundo, incluido el currela (en el poema El extraordinario caso del hombre normal) que toma el café a tu lado cualquier mañana y que no leerá (creo) ningún libro de poesía porque no se siente identificado. (Pero en este si). También Miguel Martínez tiene la precisión o la alquimia o yo que sé de poder hacer imágenes poéticas como estas,

Llueve y es una catedral gótica/puesta boca abajo,
era tiernamente difícil/como el centro de un sudoku
Hoy el cielo limpio/como un portal recién fregado

Y ya veis, qué ojo tan normal y tan extraño tiene Miguel, qué dualidad (de puta madre) para seguir madrugando, desayunando, comiendo y viviendo y por otro lado, todo lo demás. El libro publicado por Baile del sol vale mucho menos dinero de lo que debería así que, antes de que alguien se de cuenta y se chive y suban el precio y a Miguel Martínez López lo pongan en altares y esas cosas y le regalen bolígrafos y cuadernos por las calles, id a comprarlo. Si no os gusta, leedlo de nuevo.

Aquí os dejo mi poema favorito de este librazo, que además me recuerda a mi poema preferido de tooooodos, el de La masa de Vallejo:

El poeta impuntual

El poeta vio una
puesta de sol
dulcemente hemorrágica
afiló sus lápices
muy rápido
y se sentó a escribirlo.

El poeta vio
a una mujer desnuda
siniestramente blanca
afiló sus lápices
muy rápido
y se sentó a escribirlo.

El poeta vio
a un niño devorando una chocolatina
despiadadamente puro
afiló sus lápices
muy rápido
y se sentó a escribirlo.

Por más que lo intentase
siempre llegaba tarde,
Siempre tarde
y la poesía de allí
se marchaba antes.

Cansado
el poeta se miró al espejo
afiló sus lápices
muy rápido

y se sentó a escribirnos.

martes, 5 de agosto de 2014

Contra el desorden suicida y la pulsión de muerte de este mundo “grande y terrible”

El Viejo Topo


No es necesario dar cuenta detallada de las diversas, sólidas y numerosas aportaciones del autor en ámbitos como la poesía, el activismo social, la traducción, la divulgación cultural, la lucha universitaria, la crítica literaria, la política de la ciencia, el ecologismo y la filosofía moral y política. Jorge Riechmann [JR] es uno de nuestros referentes más esenciales, un intelectual comprometido fuertemente, en la estela de Manuel Sacristán y Francisco Fernández Buey. Un autor (más que un autor) imprescindible. No hay exageración ni deslumbramiento acrítico en mi comentario.
El libro que ahora comentamos se abre con tres citas (¡ay, que fructíferas son las citas de JR! ¡No se pierdan la ironía del autor sobre ellas en el capítulo final del ensayo: “Epílogo: acerca de Jorge Riechmann”!). Sus autores: Imre Kertesz, Theodor Parker y Antonio Orihuela. Reproduzco la segunda de ellas: “Yo no soy un hombre que ame la violencia y respeto el carácter sagrado de la vida humana. Y sin embargo, afirmo solemnemente que haré todo lo que esté en mi poder para liberar a cualquier eslavo fugitivo de las manos de cualquier representante de las instituciones que intente volvérselo a llevar encadenado.” Estas palabras expresan bien, en mi opinión, uno de los nudos poliéticos esenciales desde los que el autor de Poemas lisiados ha escrito el conjunto de los artículos que componen este libro de hermoso y acertado título.
Componen los materiales de El siglo de la gran prueba trece trabajos, inéditos algunos de ellos, otros toman base en conferencias dictadas en diversos lugares circunstancias y, finalmente, hay también artículos ya publicados en revistas.
El primer escrito, “¿Socialismo en el siglo XXII?”, recoge, recuerda y comenta una observación de 1992 de Francisco Fernández Buey: “No vale la pena abandonar las palabras, porque lo que hemos de hacer es reconstruir los conceptos (como tuvieron que hacerlo los cristianos cuando el Sermón de la Montaña se trocó en poder político despótico”). La tesis defendida por JR: la tarea de los militantes y activistas del siglo XXI es tratar de evitar lo peor. Quizá, acepta el autor, una frase análoga haya sido verdadera casi en cada situación histórica del pasado pero “ahora lo es en un sentido muy especial” (p. 13). ¿En qué sentido? En el siguiente: “Si no conseguimos dar forma a una sociedad industrial sustentable, por improbable que resulte (y es extremadamente improbable), en este planeta sobran miles de millones de seres humanos… Eso significa un genocidio inimaginable que puede iniciarse –que de hecho está prefigurado en el business as usual- en los próximos decenios”. Todo nuestro esfuerzo, en su opinión más que razonable, debe encaminarse a evitar ese horror.
“Juan Gelman y el destino de nuestra esperanza” es el segundo apartado del libro. Escrito antes del fallecimiento del gran poeta, activista y periodista argentino, es un hermosísimo homenaje a su obra y a su persona. Finaliza con unos hermosos versos suyos: “La vieja llama no se apaga/ Las tormentas, las/ impiedades, todo/ lo que renuncia no/ le impiden temblar como un cuerpo deseado./ Insiste en el fracaso del mal…” (p. 23).
El tercer capítulo es una magnífica defensa de la poesía: ¿Por qué la poesía con la que está cayendo?”. La respuesta más breve, muy en la línea de José María Valverde, diría: “porque somos seres de lenguaje”. Los humanos somos seres “esencialmente lingüísticos, lo somos medularmente. El rasgo que más nos distingue de los demás seres vivos con los que compartimos la biosfera del lenguaje –la clase de lenguaje de doble articulación que es el nuestro, con su enorme potencia simbolizadora” (p. 25). Hay más razones: como la indagación, para desalinearnos, como crítica y utopía, para abonar nuevas propuestas para una enriquecida existencia humana, para caminar ligeramente, para compensarnos –“La creación humana puede compensar las carencias y frustraciones de otros deseos” (p. 31)-, como arte de vivir, por humanismo, para combatir senderos apocalípticos. En síntesis: “El principio del abominable mundo político-económico donde vivimos dice: todo es mercancía (y toda mercancía es por definición reemplazable). Por eso la poesía, hoy, no puede esquivar la insurrección, ni –en la preparación de ésta- la alianza con el humanismo.”
“Cansados de discursos que no conducen a nada” es una serie de anotaciones sobre el arte y la responsabilidad cívica. Una de las tesis centrales defendidas por JR: “La cultura como cortina de humo. El arte como maniobra de distracción. Intelectual, escritor, artista, poeta: tienes que decidir con quién estás” (p. 41). Sus comentarios complementarios: “A la cultura de relumbrón, con presupuesto ventripotente y glamour mediático, hemos de aprender a decir no. Un buen test es el siguiente: esa aportación cultural tuya tan abracadabrante y fundamental. ¿aporta algo a los campesinos de Guatemala? ¿Podrías defenderla ante una asamblea de esos campesinos?” (p. 43).
Componen “No ceder ante los desastres”, uno de los apartados más importantes del ensayo, 35 anotaciones sobre la posmodernidad. Algunas de las tesis y reflexiones más centrales: 1. Podemos seguir siendo humanistas, ilustrados y marxistas pero con minúsculas. No escribiremos nunca más Razón, Humanismo, Proletariado. No regresaremos nunca al delirio megalómano de las mayúsculas. 2. “El 70% de la posmodernidad filosófica está en Nietzsche –que se vuelve a poner en circulación, las más de las veces en formato de cómic”. 3. La posmodernidad, entre los intelectuales, “es antes que nada un fenómeno de pereza”. 4. Los posmodernos se “acomodaron dentro del capitalismo financiarizado con las mismas expectativas de protección que un faraón egipcio dentro de su tumba: al menos un ratito de sosiego. Pero lo que los cobijaba no era un pétrea pirámide, sino una sombrilla de papel” (p. 82)
“Siete notas sobre Nieztsche” describe al autor del Also sprach…, desde una perspectiva de izquierda no extraviada, como un tóxico, como el gran pensador anti-igualitario del siglo XIX, “en realidad de varios siglos”. A la hora de buscar “pensamiento nutritivo… no seamos nietzscheanos. Seamos epicúreos, o espinosianos, o marxistas, no nietzscheanos. “Nietzsche, mientras no apliquemos exhaustivamente nuestro detector de segundos y terceros sentidos, pertenece a Wall Street; nosotros deberíamos estar más bien con Occupy Wall Street” (p. 87).
“Sobre la moral de la trasgresión” es el siguiente apartado. La posición defendida por JR es básica y sencilla: “ningún puritanismo, ningún sadismo. Con que fuéramos capaces de atenernos a eso…”
“Los tullidos de la interrogación (Sobre filosofía y poesía: merodeos)” sirvió de base en su momento para una conferencia dictada en el museo de Arte de Durango (Vizcaya). “El filósofo piensa, pero el poeta vela, dice un verso de César Antonio Molina. La fórmula es muy buena” (p. 101). Algunos, el autor del libro entre ellos, piensan y velan. Ambos son los tullidos de la interrogación, señala JR igualmente.
“Asustarnos de nosotros mismos”, un artículo dedicado a Paco Fernández Buey, “que ahora está lejos”, fue publicado en 2012 en Viento Sur, una revista dirigida por Miguel Romero, alguien, otro compañero más, que también ahora está lejos. “Nos asustamos demasiado poco. Asustarse de ser marxista es un buen comienzo, pero se queda corto”.
El siguiente capítulo lleva por título “Estamos todos en peligro”. Es un hermoso texto de prosa poética escrito en otoño de 2011, con toda la melancolía de la estación. “Ay, qué deseo de tumbarnos a descansar en cálido lecho; y qué paz posible en una poesía o un pensamiento que no remitiesen a nada fuera de sí mismo. Pero no debemos ceder” (p. 108).
25 anotaciones componen “El coche atropelló al gatito. El autobús esquivó a la tortuga”. Aforismos, hermosos aforismos de inspiración griega (ampliada y matizada). “Vivir es aprender a morir, insiste el filósofo occidental. Vivir es aprender a desprenderse del yo, matiza el pensador oriental con una leve sonrisa” (p. 115)
Son 33 las anotaciones de “Un árbol de cien años para una casa de cien años”, un escrito de 2012. La décimo quinta: “El amor al trabajo y el amor a la fiesta; y no ver esos dos amores como contradictorios, sino como complementarios. Ese ha sido, a lo largo de los siglos, el secreto de la supervivencia de los pueblos campesinos” (p. 123). La trigésimo primera: “Vive oculto, aconsejaba Epicuro. No ha de entenderse como una renuncia a la vida pública, sino como la invitación a participar en la vida pública de otra forma: una que se enfrente radicalmente a la sociedad del espectáculo” (p. 130).
El epílogo, “Acerca de Jorge Riechmann”, es puro Jorge Riechmann. Además de la ironía de algunos pasos a los que ya nos hemos referido, varias joyas; “¿RB (Renta básica)? Bueno, pero a cambio de un SLO (Servicio Laboral Obligatorio)”. “Nihilismo: en cada manzana de cada ciudad española, hasta de cada pueblo grande, una agencia de viajes y un negocio de fotodepilación. ¿En estos nos hemos convertido?”. Una de las últimas: “Ha perdido la lleva. Pero piensa que ahora, posiblemente, está más cerca de poder abrir la puerta…”
Por si faltara algo, hay que recordar la hermosa edición del libro. A la altura de su contenido. 

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=183820

domingo, 3 de agosto de 2014

Petroglifos, Luis Vea

Baile del Sol, Tenerife, 2014. 56 pp. 9 € 

María Dolores García Pastor 

Petroglifos es el título del nuevo poemario del escritor y poeta barcelonés Luis Vea. Veintidós poemas agrupados en cuatro apartados ("Volcán", "Latente", "Alma de batracio" y "Petroglifos") en los que se respira la esencia de las islas Canarias.
Poemas breves, con una exquisita concreción de trazo, de pincelada precisa. Un minimalismo formal forjado a través de la materia prima que nace en las islas canarias: lava, ceniza, piedras, agua, arena.
Este es un libro de paisajes internos que se miran en ese espejo que es la orografía de las islas. Una vez más este poeta nos viene a confirmar que una de sus grandes cualidades es su capacidad para unir el paisaje y las sensaciones convirtiéndolos en un todo. El paisaje, al principio del poemario más descriptivo, deviene esencial a medida que avanzamos en la lectura.
Petroglifos es también un libro de contraposiciones. El volcán es la calma pero también la furia. Las islas son la libertad pero también el confinamiento. La relación del poeta con el archipiélago canario, forjada a través de numerosas estancias en las islas, se hace presente en todo momento.
Vea conoce muy bien el lugar del que nos está hablando y eso se nota no solamente en lo que nos muestra sino en el lenguaje con el que lo hace. Así viajamos por un texto en el que abundan los jameos, médanos, fumarolas, perenquenes y el picón.
El paso del tiempo es un tema presente en toda la obra de este autor en especial en su poemario Hachazo de metrónomo (2011). Viendo la extensión de la obra el lector no puede por más que preguntarse cómo se puede decir tanto en tan poco.