Día 36. Roque Dalton. El turno del ofendido (2009)
LA INGRATITUD
La carne de mis monedas
fue sangre pura de mis huesos.
Con ella pude sobornar al saltimbanqui
para que no llorase más,
al gitano para que diera la libertad a su pequeño caballo rojo,
a la niña de las flores
para que abandonara su vientre a las mariposas.
Pero el día llegó en que no pude dar otro paso.
Secos mis labios, áridas las manos
como la mordedura de la cal;
ardiente el ojo, a llamarada limpia,
ríspida el alma de la piel,
evaporado el apellido, la sandalia última
y la flor...
Y ahora venís a acusarme.
No importa, no, por más que duela
un poco.
No importa. Hay otros
como yo.
Como yo, sectarios de la ternura.
¡Qué más da!
¡Qué más da, si yo quemé mis naves
desde antes de nacer!
¡Desde mucho antes de nacer!
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