El poeta José Antonio Moreno Jurado.
Alberto Guallart
/ Sevilla
/ 20 oct 2013
La obra de José Antonio Moreno Jurado (Sevilla, 1946) es tan vasta y
omniabarcadora como la curiosidad que Aristóteles deseaba a los
filósofos. Sus afanes como traductor abarcan la poesía clásica, medieval
y contemporánea: Sófocles, Aristófanes, los novelistas bizantinos del
siglo XII al XIV, Odysseas Elytis o Yorgos Seferis, son algunos autores
de los que Moreno Jurado nos ha ofrecido versiones fieles y doctamente
prologadas.
Como poeta y creador tiene casi una veintena de títulos, de los cuales
Ditirambos para mi propia burla obtuvo el Premio Adonais en 1973, y el poemario
Bajar a la memoria logró –a su vez– el Premio Internacional de Poesía Juan Ramón Jiménez en 1985.
Recientemente, tras trece años de silencio, ha publicado un nuevo libro de versos,
Últimas mareas (Madrid-México, 2012), y ahora el volumen de prosas misceláneas
Cuadernos de un poeta en Mazagón (Divagaciones sobre la arena), (Tenerife, 2013).
Estos
Cuadernos reúnen un batiburrillo de reflexiones que,
al socaire o buen tún tún, Moreno Jurado se hace ante lo que juzga un
ascenso intolerable del fanatismo religioso y de la creciente
depredación capitalista de nuestras democracias y Estados del bienestar.
La idea o aliento que se pasea por estas páginas recuerda la vieja
advertencia volteriana, ésa que dice que “aquél que puede hacerte creer
en absurdos, también puede hacerte cometer atrocidades”. Con esta nueva
obra Moreno Jurado sienta plaza de “indignado”; indignado ante una moral
absurda e hipócrita, mucho más interesada en controlar los movimientos
de pelvis de la ciudadanía que en promover la justicia social con los
necesitados; indignado ante un sistema económico que ya tiene cautivo a
los poderes políticos; indignado ante los que practican una disciplina
artística sin preocuparse ni poco ni mucho en averiguar las reglas que
lo gobiernan; indignado ante el mundillo literario y sus vanidades
mezquinas… No obstante, las páginas más conmovedoras del libro son
aquéllas en las que la divagación versa sobre las renuncias y
claudicaciones que el autor ha sufrido o a las que ha tenido que ir
resignándose con el paso del tiempo (los sobresaltos emocionales o el
hormigueo del sexo).
Si no me equivoco el fondo de este nuevo libro es reivindicar
–apasionadamente– una ética sin apuntalamientos religiosos y sin Dios
(disculpe la mayúscula, pero no me sale de otra forma). Una ética laica,
humanística, solidaria y sin toros. Critias el ateniense ya sostuvo que
los dioses habían sido inventados por un hombre astuto con el fin de
que los hombres no delinquieran cuando nadie los veía; mucho más
recientemente, Vargas Llosa en La civilización del espectáculo
defiende también la religión como un parapeto moral, sin el cual “la
vida se iría tornando poco a poco un aquelarre de salvajismo,
prepotencia y exceso”. Explíqueme porqué tiene usted más razón que ellos
y deberíamos darle paso a “la sutil y dignificante conciencia del
ateísmo”.
Mucho antes del Critias platónico, Jenófanes había asegurado que los
hombres representan a los dioses con sus mismas formas, defectos y
virtudes, y que, además, si los animales pudieran hacerlo, no dudarían
en crearlos según sus propias características. Sin embargo, es posible
que todo ello tenga una importancia relativa en el desarrollo del
pensamiento de Occidente. Por otra parte, el argumento moral del premio o
el castigo con que recuerdas a Vargas Llosa, no es nada nuevo, no
aporta novedad alguna. Se ha repetido hasta la saciedad desde Hobbes. Ya
nos decía Kamarazov que “si Dios ha muerto, todo nos está permitido”.
No obstante, el ateísmo no caprichoso, no beligerante, sino emanado de
la razón del hombre, tolerante y humanista, sin fronteras ni razas, no
necesita premios o castigos, sino que actúa en plena solidaridad con lo
natural que soy, yo y los otros, como conciencia de ser también
naturaleza.
“El
ateísmo no caprichoso, no beligerante, sino emanado de la razón del
hombre, tolerante y humanista, sin fronteras ni razas, no necesita
premios o castigos”
Durante veinte años ha sido profesor de Filología Clásica en
Secundaria y profesor asociado en la Universidad de Sevilla. Ahora, a
sus 67 años y ya jubilado, nos dicta eruditas divagaciones sentado en
una silla de aluminio y de rafia a orillas del mar. ¿Se aprende más de
la naturaleza de las cosas y del hombre en una playa que en una cátedra?
La Universidad es lo que es: una fábrica de formar profesionales de
todas las especies. Y de ello responsabilizo a la ausencia de maestros y
al desastre del nuevo capitalismo financiero, cruel e irresponsable. La
silla de aluminio y de rafia, en la estructura del libro, representa
únicamente el hilo conductor del pensamiento y de la narración. Tanto en
la Universidad, en la enseñanza en general, como en la silla de la
playa, la reflexión es la única vía de conocimiento.
Cuadernos de un poeta en Mazagón, ¿es una forma de
buscar la inmortalidad, un modo de dejar registro y testimonio en medio
de la zarabanda de átomos y de vacío de la que provenimos y a la que
retornaremos engullidos…? Se lo pregunto porque hay quienes dan a
entender que sus textos memorialísticos o de vivencias y de recuerdos
son –en realidad– ajustes de cuentas retroactivos con las figuras,
figurines, figurantes y figurones del mundo literario con que se ha
cruzado.
Lamento que alguien pueda interpretar
Aracne o estos
Cuadernos de un poeta en Mazagón
como memorias. En el primero intenté escribir una autobiografía del
espíritu, mi infancia, mi formación, mi desarrollo y mi fin. Si mi
propósito hubiese sido escribir una “memoria” al uso, me habría obligado
a hablar de situaciones políticas y sociales. Pero sólo me interesaban
las circunstancias que me había encontrado en el camino de aquel
desarrollo. Mi único ajuste de cuentas, en
Aracne, lo expresé contra el tiempo, vengándome de él, no contra personas sino con personas. En estos
Cuadernos,
las experiencias de vida se dan en los otros, no sólo en mí, y no
constituyen “memoria”, sino ejemplos vivos con los que denigro la
hipocresía. Son ejemplos y nombres verdaderos, no inventados.
“Si
hablo de una circunstancia concreta, relacionada con un amigo o un
enemigo, lo hago sólo para testimoniar la estupidez humana, la mía y la
de los demás”
¿Tiene sentido mezclar en un mismo libro a Filóstrato, Boccaccio o a Pietro Aretino con Fernando Ortiz?
Las referencias a filósofos, poetas y escritores que aparecen en el
libro no suponen nunca una crítica a sus obras, sino la vivencia de su
lectura a lo largo de mi vida. Los escritos de Filóstrato me parecen
divertidos frente a las especulaciones de la cosmética actual, de la
misma forma en que me resulta incoherente el imperativo categórico de
Kant que condujo, si creemos a Michel Onfray, a ciertas posturas del
nazismo. Todos son porque están en mí, de alguna manera. Por ello, las
emociones y los recuerdos personales aparecen en el libro con la misma
intención y con el mismo rango. Si hablo de una circunstancia concreta,
relacionada con un amigo o un enemigo, lo hago sólo para testimoniar la
estupidez humana, la mía y la de los demás.
En los apuntes que conforman estos Cuadernos hay
también mucha teoría y lecciones de estética. A su juicio hay muchos
poetas –nuevos o no–, nuevas tendencias y nuevos ecos que fracasan
porque, sencillamente, ignoran la técnica del arte en que aspiran
profesar. Dígame cómo podría yo reconocer a un autor valioso de otro en
el poco tiempo que se tarda en hojear el libro que se está a punto de
comprar.
La comprensión de lo bueno nunca se da al azar. Hablo de lo bueno
como característica del arte, como adjetivo, pero nunca como un
absoluto, como pretendieron Platón y el idealismo alemán. Es imposible
que, en arte, alguien, a simple vista, posea una correcta percepción de
lo bueno y de lo malo, si no ha aprendido con anterioridad los resortes,
la técnica de la obra, los pormenores de la creación artística en
cuestión. Se trata de un aprendizaje costoso y duradero. La verdad y la
belleza, como condiciones estéticas, regalan al poema bondad o maldad.
La verdad queda aquí asociada a la sinceridad de las emociones. La
belleza, a la música, a lo fónico, a la utilización de familias léxicas
apropiadas. Cuando olvidamos la música y la palabra, junto a metáforas e
imágenes sorpresivas, como quería Jakobson, aparecen poemas que por su
ambigüedad desembocan el prosaísmo más estúpido.
A lo largo y ancho de su obra usted ha ido desvelándose poco a
poco, adelgazando el pudor, dando a entender relaciones sexuales poco
convencionales o hasta escandalosas para la época…
Esta pregunta no te la contesto… que quieres enterarte de todo. Prefiero que los demás piensen o imaginen lo que quieran.
El desenmascaramiento de la hipocresía es otro de los
argumentos de su libro; hipocresía individual y colectiva; hipocresía en
el clero; hipocresía en la moral bienpensante; hipocresía en el amor y
en la amistad; incluso cuenta que un sacristán sodomizó a un cura en la
sacristía del convento de Santa Clara de Sevilla y que un obispo
acostumbraba merodear por el Parque de María Luisa en busca de
muchachitos…
Todas las anécdotas de este tipo que aparecen en los
Cuadernos
son reales, no son inventadas, hasta tal punto que, en el ejemplo que
refieres, no es un sacristán el que sodomiza al sacerdote, sino una
persona con nombre propio, que no he silenciado en absoluto… con su
permiso, claro está. Pero, frente a este tipo de anécdotas, que pueden
resultar divertidas o escandalosas según se mire, hay otras que
califican la hipocresía colectiva e individual. Incluso hay en el libro
una preocupación sincera por el maltrato animal, como ocio o como
espectáculo; una identificación con la naturaleza que somos, sin
trascendencias posibles, una pasión ética que, como si del arte se
tratase, se aprende también con esfuerzo y dedicación, y, finalmente,
una puesta en valor de nuestra democracia estancada y maniatada por los
intereses financieros. Y, por supuesto, una visión del mundo razonada y
sentida desde mi silla de aluminio y de rafia.
Ficha del libro:
Cuadernos de un poeta en Mazagón (Divagaciones sobre la arena).
José Antonio Moreno Jurado.
Editorial Baile del Sol. Colección Textos del Desorden. Tenerife, 2013.
I.S.B.N. 978-84-15700-67-8.
272 pag. P.V.P.: 17 euros.
http://www.andalucesdiario.es/cultura/pasion-etica-atea-tolerante-humanista/