Baile del Sol.- ¿Qué dirías que tienen en común los relatos que conforman
Beber durante el embarazo?
Pedro Escudero.- Desde el principio he visto en común una sensación de
vértigo. Los personajes se encuentran ante momentos de crisis, en los que
tienen que afrontar algún cambio y no se sienten para nada seguros de hacerlo.
Elegí como título el de ese relato porque hay pocas cosas que den más vértigo
que prepararte para ser padre. Es asumir que definitivamente eres mayor. Creo
que la mayoría de los relatos plantean alguna clase de desafío, un
enfrentamiento al vacío, bien sea un salto que dar hacia delante o bien un
salto que se dio en el pasado y del que están arrepintiéndose. Inicialmente yo
tenía una serie de cuentos que escribí alrededor de las fechas en las que
trabajé en el relato que le da título al libro y que tenían en común los temas
de la paternidad, el miedo, la incertidumbre. El libro final incluye relatos
anteriores, pero cuando lo he revisado al completo he visto que ese espíritu,
con matices, tiene una presencia casi constante.
BdS.- Las historias parecen contar siempre con una cierta
complicidad de los lectores, especialmente para imaginar cómo podría continuar
el devenir de sus protagonistas, ¿es esa tu intención?
PE.- No creo demasiado en las historias cerradas. No es una
decisión consciente, la verdad, pero ahora que lo comentas es verdad que puede
suceder eso en casi todos los relatos. No soy ni mucho menos chejoviano, pero
es una poética que se le suele atribuir a Chéjov, la de dejar las historias
abiertas y que el lector decida si merece la pena interesarse por lo que pueda
pasar después, que me gusta. De hecho me parece la única posible. Como autor
siento que la escritura es una forma de colarse en vidas ajenas, y uno puede
colarse en las vidas de los demás pero sólo durante un período de tiempo.
Después debe dejarlos que sigan adelante, y quizá, preguntarse qué les habrá
pasado después de aquello que nosotros vimos.
Me gustan las películas que empiezan en mitad de algo. No me
gustan, aparte de en las historias infantiles, las historias que empiezan con
el: Había una vez … Está claro que en cualquier historia tienes que dotar de
cierto contexto a la trama, y a veces acudir al pasado de un personaje para
explicar por qué hace algunas cosas, pero no hace falta explicarlo todo
siempre, con todo lujo de detalles. Asumo un lector inteligente, y ese lector
también debe sentirse autónomo, y con derecho a especular.
Tengo anotada una frase de Naipaul por el escritorio en el
que suelo trabajar, en la que creo mucho, y que dice: “La vida no tiene un
planteamiento claro y un desenlace nítido. La vida siempre continúa. Deberías empezar
por el medio y terminar en el medio, y todo debería estar ahí”
BdS.- A veces da la impresión de que el escritor pasaba por la
vida de los personajes y se para a contarnos lo que ve y escucha...
PE.- Lo relaciono con la pregunta anterior. Uno pasa, ve algo,
fabula, imagina, cuenta lo que está pasando, o lo que podría estar pasando
detrás de aquella puerta, y se va. Vivo con el ojo y el oído puesto en lo que
escucho en la calle, soy muy lector pero también soy muy paseante, y tengo la
capacidad de ir por ejemplo en el metro y en el autobús leyendo, enterándome
del libro y a la vez ir siguiendo las conversaciones que se oyen. Y se oyen a
veces auténticas joyas que te despiertan la curiosidad. Y levantas la cabeza
del libro y ves a quien lo está contando y empiezas a fabular y a veces ahí
nace una historia. Luego llegas a casa, anotas algo, lo dejas reposar durante
un tiempo y al final florece en tu subconsciente y acabas llevándolo a tu
terreno a la hora de escribirlo. Uno de los relatos del libro, Dios ha vuelto
al barrio, nació así, de la observación de un tío con el que coincidía en el
autobús todas las mañanas de camino a Las Rozas, donde yo trabajaba entonces y
me imagino que él también. El tío estaba totalmente fuera de cuadro. Iba con
gafas de sol a las siete y media de la mañana, con unos pantalones de cuero y
unas botas y un pelo a lo Lou Reed en los setenta, y leyendo Moby Dick, Bajo el
volcán, libros de ese nivel, cosas que no lee cualquiera a esas horas en esos
lugares.
En tu pregunta entiendo que ves un cierto objetivismo en los
narradores. Y puede que algo haya, sobre todo un cierto alejamiento emocional,
aunque por el contrario, en lo expresivo, priman las primeras personas, y no
precisamente objetivas, sino que me centro en narradores que deforman la
realidad que cuentan con su mirada. Creo que cualquier narración viene definida
por la perspectiva del narrador, y me gustan las miradas que se construyen
desde el extrañamiento. Ahí me veo reflejado en las narraciones cortas de Kafka
o en los libros de Mario Levrero, que miran y miran sucesos anodinos y acaban
dotándolos de una extraña magia. A mí me pasa que veo algo, o lo leo, o lo
imagino, y al cabo de unos meses tengo un recuerdo que sé que no puede ser
real, pero que es el que me queda. La memoria es tramposa y esa también es una
de las ideas principales sobre las que trabajo como escritor. El narrador está
tan cerca de la historia, y muchas veces es casi el único personaje, que puede
tener algo de cámara de cine que registra imágenes y las pone a disposición del
lector, pero le enseña imágenes con un gran juego de lentes detrás. Siempre he
pensado, al escribir en esa primera persona deformante, en esos primerísimos
primeros planos que tiraba Sergio Leone en sus westerns. Intento mantener ese
equilibrio entre el narrador en primera fila que nos da la única versión
disponible de la realidad, y la manipula por el simple hecho de mirar así, y
tratar de que eso no se contamine y sólo pueda interesar a quienes se sienten
como los narradores.
BdS.- Los personajes son muy peculiares, se parecen a cualquiera,
pero al mismo tiempo son
especiales, ¿cómo aparecen?
PE.- Supongo que parten de mí. Juego a ponerme en situaciones
distintas a las que vivo y a partir de ahí tiro del hilo. Funciono como
escritor desde las preguntas iniciales de: ¿y si …? o ¿qué pasaría si …?
También debo reconocer que me gusta mucho la autoficción, y me gusta jugar a
dejar cosas mías por los relatos, a crear confusión. Me encanta cuando alguien
piensa que algo de un relato me ha sucedido realmente. O que algo que cuenta un
narrador es cierto. Muchas de las personas que han leído el relato Beber
durante el embarazo me preguntaron que cómo averigüé un dato sobre las
serpientes australianas que se da como de pasada en el relato, y que me
inventé. Eso le da armazón de realidad al relato. Y me encantan esas
confusiones. En el libro hay personajes reales que funcionan como arquetipos
ficcionales, como puede ser Grigori Perelman en Conjeturas, hay historias que
podrían haber sido verdad como la de Rescate, que es totalmente inventada. Hay
un relato, Literatopatías, que tuvo una cierta difusión cuando ganó el ya
extinto Certamen de Jóvenes Talentos Booket. Me contó alguien de la editorial
que tres o cuatro jóvenes autores se habían sentido un poco atacados con él,
cuando no estaba inspirado en nadie (principalmente porque no conozco a nadie,
por suerte, como esos personajes). Esas reacciones te hacen pensar que lo que
escribes es al menos coherente, verídico, que ya sabemos que es a lo más
verdadero que se debe aspirar cuando se trabaja en literatura. Pienso que si la
realidad se caracteriza por algo es porque no suele ser única, y yo me muevo en
esos parámetros como autor, en creer que la realidad es múltiple, muy subjetiva
y deformable y que es posible jugar con ella, buscándole siempre nuevos
matices.
BdS.- Varios de los relatos que aparecen en este volumen han sido
premiados en diferentes certámenes, ¿qué han supuesto para ti estos
reconocimientos?
PE.- Dependiendo del momento algunos resultaron muy importantes
para mí. Los premios en esos momentos funcionan como confirmación de que
alguien más ha leído tus relatos y le han interesado. También hace mucha
ilusión ver tus primeros textos publicados, aunque sean esas publicaciones
promocionales que apenas se mueven del ámbito local donde se premiaron. Y dan
alegría. Y no hay que minusvalorar la alegría, la posibilidad de brindar por un
premio. Nadie se alegrará más que tu madre cuando te den un premio, no lo
dudes. También son importantes por el dinero que pueda haber por medio y sobre
todo, por qué no decirlo, a nivel de ego. Yo iba a seguir escribiendo al margen
de ganar algún premio o no, porque lo siento como una necesidad. Pero es verdad
que los escritores tenemos un punto de ególatras. No lo digo como algo bueno o
malo, sino como algo que es inevitable, porque si no piensas que lo que haces
es bueno, para qué vas a moverlo en concursos o editoriales, está claro que lo
que sale fuera de tus cuadernos y de tu disco duro es porque piensas que le va
a gustar a otros, que merece la pena. Para mí ir luego a recogerlos o que me
pidan que lea o hable es un trago, la verdad, pero todo lo bueno lo compensa.
Conoces a la gente que se ha leído los textos, que organiza aquello, que los
premia. Conoces a los otros ganadores, a los finalistas, a gente que se dedica
a escribir en los ratos que le roba al sueño o al trabajo desde una pasión
verdadera. Empiezas a mandar cosas a los concursos cuando empiezas a escribir,
supongo que buscando visibilidad. Luego ves que aunque los ganes no te dan
demasiada visibilidad, pero yo, que ni tengo agente ni me muevo en esos
llamados círculos literarios, tampoco sé nunca muy bien qué hacer cuando
termino algo, y mientras me lo pienso pues muevo algunos textos por concursos,
porque pienso que a los relatos les viene bien viajar un poco, y porque el
dinero, el poco reconocimiento que te consiguen y la alegría que suponen, la
excusa que dan para salir a tomar unas cañas, siempre se agradecen.
BdS.- ¿Qué ventajas encuentras en el relato breve frente a otros
géneros?
PE.- El relato breve te da una libertad casi absoluta. Creo que
es el medio en el que mejor puedes fundir la forma con el fondo. Puedes
experimentar, probar voces, perspectivas, narradores, y a veces algunos
fructifican y acaban quedando buenos cuentos. Es un tópico pero es cierto que
escribir un buen relato, igual que me imagino que debe serlo escribir un buen
poema, es muy difícil. Creo que uno puede escribir una novela que haga que el
lector diga: “no está mal, se deja leer, etc.”. Yo mismo las leo. Pero nadie
sigue leyendo un cuento que no es bueno, lo dejas. Ahora mismo estoy
escribiendo una novela larga y es un ejercicio interesante por lo que tiene de
arquitectura, de diseño, de planificación, de juego de voces, de estructura,
pero es menos emocionante que un cuento. Un relato es ahora. Funciona o no, y
si no funciona tienes que tirarlo, no se puede arreglar. A mí cuando un cuento
me viene a la cabeza me exige que me ponga con él de inmediato. Si lo dejo
pasar un poco, la historia se muere y ya no vale. La novela que estoy
escribiendo la tengo medio pensada desde hace más de dos años. Y sé de lo que
va, sé hacia dónde va, lo sé casi todo sobre ella. Sólo me queda escribirla.
Con los cuentos voy descubriendo su verdad a la vez que los escribo. Y eso es
algo mágico.
"El relato breve te da una libertad casi absoluta"
Bds.- En algunos aspectos, las historias de Beber durante el embrazo nos traen ecos de escritores norteamericanos de relatos, ¿están ellos entre tus referentes literarios?
PE.- No son mis principales referencias conscientes. Dentro del
mundo del relato, yo suelo leer a Bolaño, a Levrero, a Fogwill, a Kafka, a
Borges, a Cortázar, a Ballard, a Foster Wallace, a Saul Bellow, a Etgar Keret,
a Rodrigo Fresán. Pero también es verdad que uno no sólo está influido por lo
que lee o por lo que cree que le influye, sino que también lo está por la
música que oye mientras escribo, y oigo mucho cuando escribo a Lou Reed, a
Wilco, a Patti Smith y a Neil Young, o por algunas películas, y hay algunas de
Jim Jarmusch que tengo muy presentes en mi labor. Y no nos engañemos, uno es lo
que lee y lo que han leído quienes ha leído. Siempre he leído mucha novela
negra, y también me gustan mucho esas canciones que condensan novelas de
cuatrocientas páginas en cuatro minutos, como Pedro Navaja de Rubén Blades ó
Christmas card from a hooker in Minneapolis de Tom Waits, y hay quien me ha
comentado que ambas cosas se notan en mi escritura, en un uso del lenguaje
bastante funcional y en ciertas ocasiones minimalista, aunque no veo que sea
exactamente así. Yo empecé a leer relato a los 19 o 20 años. Ya era muy lector
de novela, desde niño, y mientras estaba en el instituto había ido leyendo cada
vez más, pero con esa manía que hay de no leer relatos en los institutos, yo
nunca me había puesto a leer relato. Oía cuento y me sonaba a narrativa para
niños. A mucha gente le pasa eso. Les dices que escribes cuentos y te preguntan
si son para niños. O le compran Beber durante el embarazo a su sobrina de ocho
años y luego te piden explicaciones. En ese momento (sé que fue en febrero de
2004 porque fecho los libros cuando los compro) me compré a la vez Llamadas
telefónicas, de Roberto Bolaño, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por
favor?, de Raymond Carver y una selección de cuentos de Paul Bowles. Debí
leerme esos tres libros unas diez veces cada uno en un año, y me di cuenta del
infinito mundo que se me abría ahí como lector y como escritor. A Carver, que
supongo que es al tipo de narrativa al que te refieres en la pregunta, lo he
leído bastante poco después de ese sarampión inicial, no me interesa
especialmente. A Bolaño desde entonces lo he leído entero y lo releo con
devoción. Perdí el libro de Bowles y lo he reconstruido en mi memoria lo mejor
que he sabido porque es un gran autor que ha desaparecido de las librerías. De
la narrativa norteamericana he leído muchas veces la selección de relatos de
John Cheever que hizo Rodrigo Fresán, y me gusta Tobias Wolff de los autores
del realismo sucio, seguramente porque es el que menos se adapta a esa
etiqueta. Leí a Salinger en su momento, y a Bukowski, pero no creo que me
marcaran especialmente. Hay un escritor americano (de familia armenia) de los
años 40 al que sí vuelvo con frecuencia que es William Saroyan, que tiene
relatos muy sencillos, que te desintoxican el estilo, escritos desde la particular
mirada de la infancia y la adolescencia, que me gusta mucho. De hecho el primer
epígrafe del primer relato de Beber durante el embarazo, Memoria histórica, es
suyo y habla de los jóvenes escritores. De David Foster Wallace me interesa
sobre todo su labor como escritor de relatos, porque es lo contrario a un
escritor contenido. Parece que el autor de relatos debe contar las palabras y
medirlo todo perfectamente y esconderse una parte de la historia y él funciona
al revés. Y eso es algo que tienes que aprender a hacer cuando escribes. Eso te
aleja de lo canónico, pero si alguna vez has de hacer algo de valor será así, a
tu aire.
Puedes comprarlo con descuento AQUÍ