Fernando J. López (Barcelona,
1977) es un autor capaz de compaginar la novela y el teatro con la misma
maestría y entrega con la que da clases como profesor de literatura.
Este licenciado en Filología Hispánica no ha parado en lo que va de año
de hacer cosas. Se está representando su obra teatral
Cuando fuimos dos, las estanterías comparten sus tres últimos libros:
Las vidas que inventamos (Espasa), su primera novela juvenil
El reino de las Tres Lunas (Alfaguara), y la novela
La inmortalidad del cangrejo
(Ed. Baile del Sol), una fábula dura e hiperrealista sobre la
violencia, ambientada en el Madrid coetáneo al 11-S y con la que fue
finalista por partida doble al Premio Río Manzanares y al Ciudad de
Badajoz.
La inmortalidad del cangrejo. Fernando J. López. Editorial Baile del Sol, 2013. 186 páginas. 12,00 €
En septiembre de 2001 Alfredo tiene
veintitrés años, un novio al que apenas ve, un trabajo basura que odia y
una familia a la que no soporta. La noche en que su mejor amigo
desaparece se siente obligado a localizarle. Su búsqueda le llevará a
adentrarse en una realidad cada vez más violenta y peligrosa, hasta que
su mundo amenace con derrumbarse con la misma saña que las torres del
11-S. Un mundo obcecado en ser cangrejo y donde los titulares ya nos
anunciaban, sin que lo supiéramos, cuánto habríamos retrocedido diez
años después.
P.- Tu novela es un grito desgarrador
por seguir luchando, viviendo, sintiendo… aunque todo parezca ponerse en
contra. ¿Cómo nació La inmortalidad del cangrejo?
La idea de la novela surgió a partir de
diversas experiencias personales –ya fueran mías o de mis amigos más
cercanos-: todos teníamos veintipoquísimos y empezábamos entonces
nuestra andadura profesional. En ese mismo momento nos dimos cuenta de
que nuestro idealismo chocaba con la realidad –precaria y cutre- que nos
encontrábamos. El siglo XXI empezaba derribando derechos y, además, con
una escalada de violencia a nivel internacional que no tenía nada que
ver con lo que esperábamos de él. De algún modo, escribí esta novela
para plasmar esas sensaciones y, sobre todo, para llamar la atención
sobre una generación que, quizá, hemos asistido de forma demasiado
pasiva a la involución social que aún hoy seguimos viviendo.
P.- Duro y angustiado reflejo de una
etapa vital: esos primeros veinte años que para algunos puede ser un
trance difícil de enfocar. ¿Qué te supuso a nivel personal escribir este
libro? ¿Cuánto de ti hay en él?
Para mí fue un libro muy especial, pues
es una novela absolutamente libre, sin concesiones de ningún tipo. En
ella me permití ser tan vehemente como necesitaba y busqué una voz –la
de Alfredo- que pudiera cargar con esa visión apasionada y, a la vez,
terrible de la realidad. Para escribir la novela imaginé cómo sería mi
vida si los elementos que le dan solidez no estuvieran ahí o fueran
radicalmente opuestos: mi pareja, mis amigos, mi familia… Al imaginar la
versión negativa de mí mismo obtuve el tono y la voz narrativa, pero
también me obligó a sumergirme en laberintos e infiernos que todos
llevamos dentro y que no siempre nos atrevemos a sacar.
P.- Personajes llevados al límite,
tanto física como psicológicamente, rotos en un amor que les desborda.
¿Solo cuando se llega a una situación así suele uno desprenderse de
miedos y cargas para intentar sobrevivir?
No creo que sea imprescindible llegar al
límite, aunque es cierto que esa transgresión absoluta de lo
convencional nos aproxima a la verdad más profunda sobre nosotros
mismos. En cualquier caso, no basta con una crisis ni con una situación
límite, si no hay una voluntad de sincerarnos con nosotros mismos la
batalla estará perdida de antemano.
P.- La imagen del 11-S planea sobre la
novela y los personajes como un buitre de mal agüero. ¿Alegoría quizás
de ese pozo al que parecen avocados a caer los protagonistas?
Alegoría de su mundo y de nuestra época.
Un mundo donde todo se derrumba con la misma facilidad –y con tan
funestas consecuencias- como esas torres. Todo en la novela gira
alrededor de la violencia –social, laboral, sexual, económica,
psicológica…- y el 11S es la metáfora más terrible que nos ha dado la
Historia reciente sobre la pérdida de nuestras propias señas de
identidad.
P.- Muestras sin tapujos esos momentos
en que se tiene muy claro lo que no se quiere, pero no por donde
enfocar lo que se quiere hacer. ¿Qué crees que falla en la realidad de
esos personajes: educación, familia, sociedad…?
Falla la visión que tienen de sí mismos:
prefieren lamer sus heridas y autocompadecerse con demasiada frecuencia,
de ahí el título de la novela. Frente a su complacencia en el dolor y a
ese estatismo cangrejil, se plantea el interrogante –no resuelto- de
cómo hubieran sido sus vidas si hubieran optado por avanzar y por
plantar cara a los muros que encuentran a su paso. Yoli, el personaje
femenino, es el único que parece apuntar algo más en ese sentido, pero
la voz del narrador la anula en su desmedido egocentrismo.
P.- Y está el amor que se presenta
como el único camino redentor en situaciones difíciles, pero que en el
fondo se termina convirtiendo en una frustración más… ¿Gran error
quizás?
La novela reflexiona sobre el lado más
oscuro del amor, ese lado que saca a la vez lo peor y lo mejor de
nosotros. El amor que nos construye, que creemos que nos hace seguir
respirando y que, por eso mismo, se vuelve adictivo y nos hace posesivos
y egoístas. No es que el amor sea un error en sí, sino que nos conduce
irrevocablemente a cometer errores, incluso cuando creemos estar
haciendo lo correcto. Siempre me ha interesado indagar en la cara
perversa del amor…, en el fondo, creo que esa es la misión de la
literatura, conectarnos con la dimensión menos amable de cuanto nos
rodea y obligarnos a mirar la realidad de un modo diferente.
P.- La novela está narrada en primera
persona por Alfredo, el protagonista. ¿Quizás buscas de esta manera
alcanzar más potencia narrativa, y mayor implicación y cercanía del
lector?
En otras novelas, como La edad de la ira,
he trabajado con estructura polifónicas y narradores múltiples, pues
necesitaba dar visiones encontradas de un mismo hecho. En este caso, sin
embargo, quería plantear la historia como un descenso a los infiernos,
una especie de Fausto del siglo XXI que sería capaz de venderlo todo por
algo que le diera sentido a su vida, ya sea un éxito con su grupo de
teatro o una noche de sexo y de amor con esa pareja a la que no consigue
retener. Y esa bajada no era posible verla desde otra perspectiva que
no fuera la de Alfredo, el protagonista de ese viaje que es una doble
búsqueda: la del paradero de su amigo desaparecido (Edu) y la de sí
mismo.
P.- Cada capítulo arranca con un
titular de prensa real que contrasta con la existencia ficticia de los
personajes. Existencia en la que, por otro lado, podrán reconocerse
muchos jóvenes.
En ese sentido, lo más sorprendente de
este libro es que, desde que se ha publicado, no he dejado de recibir
e-mails, tweets y comentarios de lectores muy jóvenes que lo leen como
si hablara de hoy mismo, de sus propias vidas. Lo terrible de la novela
es que el tiempo que describe es teóricamente anterior en lo cronológico
y, sin embargo, es idéntico en lo social. Su título, ese cangrejo que
involuciona y no evoluciona, parece tristemente profético.
En cuanto a los titulares de prensa, para
mí era esencial mezclar lo general y lo particular: la Historia
–externa- y la historia –interna-, y demostrar cómo es imposible
explicar nuestras vidas sin aludir a hechos aparentemente lejanos –como
la macroeconomía- y que, sin embargo, las determinan por completo.
P.-
Con este libro has sido finalista a varios premios, ¿crees que este
tipo de reconocimientos sin importantes para abrirse camino en el mundo
literario?
En mi caso lo han sido siempre. Fue
gracias a un primer premio, concedido –entre otros- por Cela y Bousoño,
como se publicó mi primera novela, In(h)armónicos. Y años más tarde sería esencial en mi trayectoria haber llegado a convertirme en finalista del Nadal con La edad de la ira
(Espasa). En mi caso, que carecía de cualquier tipo de contacto o apoyo
en el mundo literario, los certámenes fueron el modo de encontrar
salida a mis primeras novelas.
P.- Aparte de escritor, eres también
profesor de bachillerato, ¿qué mundo te resulta más difícil y complejo:
el de la enseñanza o el literario editorial? ¿Cómo te ven tus alumnos en
la faceta de autor?
Ambos mundos me apasionan. Aterricé en la
educación por casualidad y, sin embargo, descubrí allí una vocación tan
fuerte como la literaria. Con mis alumnos intento compartir con
naturalidad ambas facetas y, sobre todo, demostrarles que publicar es
posible, que la literatura es necesaria y que sus voces merecen ser
oídas. Potencio tanto como puedo su creatividad y comparto con ellos mi
vertiente de autor de novela y teatro, me parece que esa transparencia
es necesaria para que la comunicación fluya en el aula.
P.- Autor comprometido, en todas tus
facetas abordas y defiendes la homosexualidad con naturalidad, ¿crees
que la literatura es un buen arma para luchar contra la intolerancia que
aún hoy existe?
Sin duda. En más de un medio me han
calificado de activista literario y, honestamente, no sé si lo soy, pero
sí tengo claro que la literatura es una visión y una construcción de la
realidad y, como tal, en ella se ha de dar cabida a cuanto la realidad
presenta. En mi caso, el tratamiento de la homosexualidad se plantea
siempre sin ningún tipo de justificación ni coartada moralista (algo que
detesto), sino como un rasgo más de mis personajes, exactamente igual
que la heterosexualidad. Nadie define una novela hablando de que su
protagonista mantiene una relación hetero, así que tampoco yo le veo
sentido a hacer una afirmación semejante desde el lado gay. No hay
literatura hetero ni literatura gay: hay literatura mala y literatura
buena. Nada más.
P.- Polifacético en la escritura, pasas del teatro a la literatura juvenil o la novela, ¿te queda algún genero por tratar?
Algún día me gustaría publicar una
colección de relatos que, de momento, mantego inédita y que espero que
llegue el momento oportuno para que vean la luz. Este año, en cualquier
caso, ha sido muy especial en mi vida, pues se ha sumado la publicación
de dos novelas (La inmortalidad del cangrejo, con Baile del Sol, y Las vidas que inventamos, con Espasa), la edición de mi primer texto para público infantil y juvenil (El reino de las Tres Lunas, con Alfaguara), una nueva publicación teatral (Saltar sin red, con ediciones Antígona) y el estreno de Cuando fuimos dos
(publicado el año pasado por Ñaque). Ahora mismo ando ya trabajando en
nuevos textos e ideas, pero admito que cuantos más caminos transito, más
me gusta seguir ampliando fronteras y, sobre todo, sorprendiéndome.
P.- A mí hay una cuestión que me gusta
mucho hacer a los autores: ¿cuáles son los referentes literarios que
han marcado tu escritura?
Esta siempre es una pregunta difícil,
sobre todo porque, como todos los autores que conozco, soy un autor
voraz, así que me han marcado muchos y muy diferentes escritores. Por
citar algunos, podría mencionar a Koltés y su Roberto Zucco, a
Camus, a Capote, a Genet, a Clarín (soy un apasionado de la literatura
del XIX), a Zolá, a Vargas Llosa, a Woolf, a Yourcenar, a Cortázar, a
Rulfo, a Pardo Bazán… Y si solo pudiera citar un título que marcó para
siempre mi visión de la literatura, quizá sería Rayuela.