El último libro del poeta barcelonés Luis Vea, Petroglifos (Baile del Sol, 2014), es un viaje al encuentro de lo ancestral, del lenguaje de raíz, que nos permite agarrarnos a lo auténtico, a lo que perdura en medio del desmoronamiento que nos rodea actualmente. También nos habla del instante de la escritura en el transcurrir de la vida para aferrarnos a todo lo que amamos. Petroglifos es la búsqueda de lo humanamente propio: cuando las identidades y las fronteras no nos definen como personas, debemos aferrarnos a las convicciones y a la intimidad personal como sana superación de cualquier alienación atávica.
Tu vida es tu lugar.
(Pág, 28)
Así, la isla -las islas-, como metáfora del individuo, permite a Luis Vea dibujar el paisaje como retrato, como expresión de lo que subyace, pero también como naturaleza viva y cambiante. Petroglifos es poesía que se ha labrado en la piedra más dura para perdurar y para que fertilice su interpretación, y que convierte el lenguaje en fascinante singladura.
http://proyectodesvelos.blogspot.com.es/2014/06/petroglifos-de-luis-vea.html
lunes, 30 de junio de 2014
viernes, 27 de junio de 2014
Alfabeto de cicatrices, de Ana Pérez Cañamares
Published on June 24th, 2014 | by Ismael Cabezas
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Ana Pérez Cañamares es una poeta meticulosa, devota de la poesía, que delimita sus poemas con diversas citas de autores tan dispares como Yehuda Amijai, pasando por Anne Sexton, o por poetas casi olvidadas, de lectura de culto, como Ángela Figuera Aymerich, sin olvidar a su muy amada Wislawa Szymborska. Una poeta que es a un tiempo, capaz de sostener dos registros muy distintos, pero que ella sabe compatibilizar de forma extraordinaria, nos referimos a un registro colectivo y a otro individual. En el colectivo, Cañamares, aparece quizás, como una poeta perteneciente a eso que se ha dado en llamar “poesía de la conciencia crítica”, donde denuncia el estado de enajenación de la naturaleza al que el capitalismo ha sometido al hombre, sujeto a las rigídeces de unos horarios y prácticas laborales, que son incompatibles con el desarrollo de una vida acorde a los dictados de la naturaleza. En clave individual, Ana Pérez Cañamares, semeja esa amiga que conocemos desde hace más de veinte años, y que sentada muy cerca de nosotros, nos toma de la mano, y nos habla en voz baja de la muerte de sus padres, con unas palabras, en las que podemos reconocer nuestro propio dolor.
Alfabeto de cicatrices (Baile del Sol, 2010, reedición 2013), es tal vez uno de los títulos más leídos de la poeta, donde puede comprobarse esa dualidad de registros que antes afirmaba, esa enajenación del ser humano frente a la naturaleza, como se afirma en “Estaciones”, porque los poemas que los árboles dictan / están escritos en un idioma exótico/ que no entendemos los que vamos a recluirnos en nuestras casas.
La ciudad, decía al principio, es el escenario donde la poesía de Ana Pérez Cañamares se desarrolla, una ciudad inhóspita, árida; Sólo sé que los árboles / con su tronco negro por el humo / me están susurrando: nuestro sitio no es éste; una ciudad poblada por hombres alienados, alejados de su más profunda esencia humana, […] las miradas –vacías y oscuras como túneles- /de los desconocidos. Una mirada, la de Cañamares que busca casi instintivamente, cualquier destello de naturaleza que pueda abrirse paso en la feroz ciudad: Al atardecer la ciudad / rezuma nostalgia de campo, pero sin embargo, sólo en los cementerios / crecen flores salvajes / y la nieve permanece / sin derretirse / de un día para otro. No sólo la propia ciudad, Madrid, sino otras, como Londres,se muestran hostiles: ¿Era así todo Londres? /¿O era sólo porque vivíamos / en un barrio pobre / y todos teníamos miedo?, afirma en el poema titulado “Londres”. Es en el ritmo frenético de la ciudad donde el hiriente capitalismo hunde sus fauces en un aterido ser humano, que puede ser, cualquiera de nosotros: pero entre la arena / se esconde el lunes: ese escorpión traidor, o también, cada lunes recuerdo / que la sorpresa / es una libélula / a la que arranqué las alas, (“La Agenda”).
Cuando Ana Pérez Cañamares se inclina por un registro más individual, más confesional si cabe, alejándose de esa conciencia de lo colectivo, no abandona sin embargo esa pretensión de que en sus palabras podamos reconocernos todos cuantos hemos sufrido, siendo así, cuando se afirma el “yo”, un “yo plural”: una moneda, un hueso, un corazón seco / que te recuerde que todo error / se cobra un precio. Ahora bien, un tono decididamente confesional, que nos remitiría a Anne Sexton o a Sharon Olds –poeta muy querida por Cañamares-, se encuentra de forma bastante descarnada en poemas como “Si un día me oyes”, cuando afirma, los adictos a los aplausos / también necesitamos testigos / cuando nos quitamos / el maquillaje. “La engañada” continúa con ese acento marcadamente confesional y dolorido. En “Por qué escribo”, se enuncia casi una poética, y entre tantas razones para dedicarse a la escritura poética argumenta: no quiero dejar que nadie / se invente mi vida, aunque en otros poemas, como “Tregua”, también se da razón de ser de la escritura poética: sólo un instante de tregua / porque si no lo paro y lo cuento / la avalancha me traga entera. Se puede considerar toda una declaración de principios, una poética cercana a las grandes confesionales –de nuevo Plath, Sexton, Olds, a las que Cañamares ha leído sin duda con detenimiento- , cuando afirma en “Al aire”, amo tanto mi intimidad / que la arranco de cuajo / y la muestro.
En las vivencias individuales de la poeta, las que más estremecen son las concernientes a la pérdida de los padres; en “La madre de Claudia”, se afirma, mira a los ojos de la muerte / y podrás ver lo que nunca viviste: / la infancia de tu madre, y en “Mi padre se llamaba Daniel”; ya no estoy enfadada contigo. / Cada vez que te pienso / es domingo por la mañana. Sin embargo, si tuviéramos que escoger unos versos que pudiesen resumir todo cuanto es Alfabeto de cicatrices, toda esa altiva dignidad y profunda fraternidad que se desprende de la obra poética de Ana Pérez Cañamares, estos serían, elegí pronunciar la palabra hermano / y contemplar el temblor de los que yerran. Es la poesía que se encuentra, que se reconoce en el otro, la poesía de la dignidad, de una de nuestras poetas contemporáneas más a seguir teniendo en cuenta, y a rastrear su ya consolidada trayectoria poética.
Pérez Cañamares, Ana. Alfabeto de cicatrices. Tenerife. Ediciones Baile del Sol, 2013, 110 pags.
jueves, 26 de junio de 2014
Stoner (John Williams)
Título original: Stoner
Traductor: Antonio Díez Fernández
Páginas: 240
Publicación: 2003 (2012)
Editorial: Baile del Sol
ISBN: 9788415700616
Sinopsis: No hay, ni falta que hace.
Traductor: Antonio Díez Fernández
Páginas: 240
Publicación: 2003 (2012)
Editorial: Baile del Sol
ISBN: 9788415700616
Sinopsis: No hay, ni falta que hace.
Tú
también estás entre los enfermos, tú eres el soñador, el loco en el mundo de
los locos, nuestro Don Quijote de El Medio Oeste sin su Sancho, retozando bajo
el cielo azul. Eres lo bastante listo. Pero tienes el mal, la vieja enfermedad.
Crees que hay algo aquí, algo que encontrar. Tú también estás destinado al
fracaso; no es que te vayas a enfrentar al mundo, dejarías que te masticara y
que te escupiera y te quedarías ahí pensando qué salió mal. Porque siempre
esperaste que el mundo fuera algo que no es, algo que no deseó ser. El gorgojo
en el algodón, el gusano en el frijol, el insecto barredor en el maíz. Nos
podrías mirarles a la cara y no podrías enfrentarte a ellos porque eres
demasiado débil y eres demasiado fuerte. Y no tienes a donde ir en el mundo.
Aquí estoy, intentando
escribir sobre la lectura de un libro que por no tener no tiene ni sinopsis. Un
libro que está entre las joyas de muchos, muchísimos blogueros, pero oculto o
inexistente en la mayoría de las librerías y bibliotecas. Un libro que ha estado
mucho tiempo en mi estantería y que he leído ahora, gracias al tierno empujón
de una amiga. Y no sé qué decir, o mejor dicho, no sé cómo decir. Tengo las palabras en rebeldía.
Quiero escribir y sólo salen palabras grises, una detrás de otra, como hormigas
anodinas, vacías de contenido. Palabras-hormiga.
Afronté la lectura con miedo, con ese respeto con el que coges un libro tan
elogiado ¿y si a mí no me decía nada? Tenle
paciencia, me dijeron. No hizo falta. Porque desde la primera página quedé
cautivada por la forma de escribir de John Williams. Y luego, poco a poco, fui stonerizada, inoculada ya de
por vida del espíritu Stoner. Stoner en vena, diluyéndose en mi
torrente sanguíneo y haciendo bombear el corazón. Bum. Bum. Bum.
Página 17:
“Esto
percibes, lo que hace tu amor más fuerte,
amar
bien aquello que debes abandonar pronto” (William Shakespeare)
…
El
señor Shakespeare le habla a través de trescientas años señor Stoner ¿le
escucha?
¡Qué escena!, qué tensión,
qué instante tan grandioso… Ahí ya estoy arrodillada
ante John Williams, en ese describir un momento que cambia la vida de un
hombre, que hace que se convierta en alguien diferente a quien había sido hasta
entonces. Momentos que te cambian la vida. La tensión recreada en esa escena es
de tal nivel que muchos escritores debieran de tenerlo en su cabecera para
recordar cómo sin artificios innecesarios se puede evocar y provocar que el
lector aguante la respiración y se le olvide espirar, inspirar, espirar,
inspirar... Sin dramas recargados, sin ficción, sin acción.Convocando lo
cotidiano y contándolo.
Y sigues leyendo,
visualizando las imágenes que Williams nos muestra con suavidad, sin
estridencias, sin juzgar. Pero la mirada va más allá de esas imágenes, va a la esencia de las personas, al
alma misma de cualquier ser humano. De un ser humano cualquiera.
Se
había percatado de que sus padres y él habían comenzado a sentirse como
extraños y se dio cuenta de que su amor por ellos se intensificaba con la
pérdida.
Me ha pasado mucho a lo
largo de esta lectura. Quedarme
detenida ante una frase, un párrafo. Así, tan fácil, Williams describe
taaaantas cosas. Como por casualidad, como quien no quiere la cosa. Sin
esfuerzo.
¿Quién es Stoner? Stoner parece un hombre débil, comedido,
anodino, un sinsangre,
conformista, poco luchador, sin ambiciones, un hombre sencillo, simple. Y lo
es. Un hombre común.
Absolutamente normal, si es que ser normal es ser un hombre honesto, coherente
y honrado. Una persona que quiere hacer lo correcto, enamorarse, casarse, tener
una familia, trabajar, tener amigos, que lo dejen tranquilo. Y se casa, trabaja
en lo que le gusta, se enamora, tiene amigos, tiene una hija, tiene una amante…
Y espera que le consideren por lo que hace. Todo
muy vulgar y corriente, pero detrás de las vidas más prosaicas y anodinas
siempre hay historias, historias normales. Historias que contar, porque lo normal también se puede contar.
Pero hay que ser John Williams para hacerlo… así.
El
amor, intenso y fijo, siempre había estado ahí. En su juventud lo había dado
sin pensar. Lo había ido dando, de manera extraña, en cada momento de su vida y
quizás lo había dado más cuando no era consciente de estar dándolo.
Un hombre como hay tantos, hombres y mujeres, aparentemente invisibles, sin
brillo pero con una tremenda luz interior que no consiguen proyectar al
exterior, salvo breves destellos que los demás pueden alcanzar a ver y
retener… o no. Héroes anónimos del devenir de la vida, titanes del día a día
que se mantienen firmes en sus convicciones y creencias.Su verdad, su
coherencia, su integridad. Colosos cotidianos que toman pequeñas y grandes
decisiones, y, mierda, a veces se equivocan. Y asumen sus equivocaciones. Y en
algún momento se preguntan si su vida ha merecido la pena. Y se llenan de ysis (¿y si hubiera hecho o dicho esto, y si no hubiera hecho o dicho lo otro..?). Todo absolutamente corriente. La
normalidad con sus claroscuros.
Superhombres de andar por
casa, palmarios, que a veces
no saben qué decir o qué hacer, dentro tienen la actitud y la decisión
adecuada, sólo les falta dar el paso hacia afuera. Pero se quedan ahí, en
medio del salón, sin saber qué hacer porque ya ha pasado el momento. Y callan,
no hacen nada. Un microsegundo y de hacer lo correcto, lo que debiera hacer, a
no hacer nada. Dejarlo estar. Cuántas veces he tenido esa sensación, querer
decir o hacer algo y en un momento darme cuenta que ya no, ya es tarde. En un
segundo el escenario ha cambiado, ya no tiene sentido. O abres la boca y las
palabras-hormiga se van deslizando y mostrando a otra persona que no eres tú.
Nadie se da cuenta y te sumerges en el gris. Los
precipicios entre lo que sucede en nuestro interior y lo que proyectas al
exterior. Podrías despeñarte
por ellos, pero Stoner no, sigue viviendo. Microcismas que asumimos con
naturalidad, desmembraciones que provocamos y recomponemos casi sin darnos
cuenta. Abismos que se producen detrás de detalles insignificantes.
Pensé que en algún momento
querría zarandear a Stoner, agitarlo. Pero no. Cuando en una ecuación eres el
factor decorativo, lo suyo es retirarse y dejar que la lógica, matemática, siga
su curso. Y mientras, Stoner se sumerge en otras cábalas en las que se
encuentra y se reconoce, tal vez esperando a que algún algoritmo se interese
por conocer sus posibilidades numéricas.
Así que no, no he tenido tantas
ganas de menear a Stoner como pensaba. Lo he comprendido tan bien, en ese
contexto dela realidad cotidiana superando a la ficción. Porque si algo
hace que John Williams sea un
escritor descomunal es que
nos cuenta la vida de un hombre como hay cientos, miles, millones, en la calle,
ahora mismo podemos mirar alrededor o mirar un espejo, y encontrar a Stoner. Y lo cuenta de una manera que nos
engrandece a todos, da sentido a esas vidas aparentemente anodinas, pone el
foco, enciende la luz e ilumina esas vidas. Nos dignifica. En 240 páginas. Sin artimañas.
Transparente, claro, objetivo, sólo poniendo luz en esas partes que normalmente
aparecen en la sombra.
Conozco a Stoner. Hay un Stoner cerca de mí y lo he
reconocido al leer este libro. Un Stoner que hace unos días al separarnos
después de una curiosa charla de pie en medio del campo, estando a cuatro
metros de distancia mientras me alejaba, le oí susurrar gracias por escucharme, tan
bajito que no supe si había oído su voz o su pensamiento. Y ahora sé por qué mi Stoner me atrae tanto, por qué
quiero conocerle más: he visto sus destellos, su normalidad. Su honestidad. Un hombre cabal y anodino.
Y llego al final de la
lectura. Y tengo que ponerme de pie. Lo termino de pie porque no puedo estar
sentada. Parada, en medio de la cocina, leo el final de este enorme, enorme,
libro. Termino de leerlo. Cierro el libro. Cierro los ojos. Abrazo el libro mientras que en su
interior Stoner abraza otro libro. Porque los abrazos nos resumen y nos
explican. Sí, lloro. Como
lloré con El niño
perdido, con Primavera
sombría, con La niña
del faro… porque es un grandísimo libro. Y lloré por Stoner. Con
Stoner. No es tristeza, es
agradecimiento. Gracias, más por favor… ¿Qué
esperabas?
Bum bum. Bum bum. Bum bum...
Bum bum. Bum bum. Bum bum...
miércoles, 25 de junio de 2014
EL HOMBRE AJENO (David Pérez Vega)
Conocí al autor de esta novela, David Pérez Vega, por su blog literario Desde la ciudad sin cines. Me gusta el tono serio y reflexivo de sus reseñas, los autores latinoamericanos y contemporáneos por los que se interesa (yo suelo inclinarme más por autores más clásicos, ya al abrigo de sus tumbas y el contraste con otros gustos es saludable). Es muy agradable además su dedicación y la paciencia con la que contesta a todos los comentarios, incluso los puntillosos (mea culpa) además de las pocas ínfulas que gasta, siendo una de las voces más interesantes en la "crítica blogosférica". En serio, sus entradas tienen más enjundia que muchos artículos de los magacines literarios de los grandes periódicos.
Bueno, al ajo. Por su blog sabía que ha publicado una novela, Acantilados de Howth y de vez en cuando postea alguno de sus poemas -también tiene un par de poemarios publicados-. Hace poco, con motivo de la Feria del Libro de Madrid, comentó que estaría firmado su nuevo libro: El hombre ajeno. Decidí acercarme y comprarlo porque me gusta cómo escribe y aunque soy muy escéptica con las novedades, hay que arriesgar de vez en cuando.
El
autor firmándome mi ejemplar en la Feria, yo con mis zapatillas de hacer cola. (La
foto la hizo mi amiga Marigel que me acompañó ese día)
El hombre ajeno nos presenta a su protagonista, Juan Linares, en un momento de inflexión en su vida, una de esas mesetas en las que ocurren con frecuencia los hechos importantes. Es un licenciado en Filología Hispánica que mientras termina sus estudios de postgrado se interesa por la vida de un oscuro poeta salvadoreño, Héctor Meier Peláez. En lugar de intentar hacerse un lugar en el mundo académico de la universidad, trabaja descargando camiones en una nave de un polígono industrial para ahorrar y así poderse dedicar a terminar su tesis.
La novela tiene tres partes: la primera y la tercera desarrollan la historia de Juan Linares y la segunda (Interludio) es la narración de la biografía del poeta Meier. Desde un comienzo queda claro que la fascinación de Linares por este poeta en particular tiene que ver no sólo con sus cualidades literarias sino con la vida violenta que llevó. Meier es un trasunto radical del poeta salvadoreño Roque Dalton que militó en la guerrilla del ERP y murió a manos de sus propios compañeros que le acusaron de espiar para la CIA o la inteligencia cubana, en fin,cualquier cargo que justificase la eliminación de ese pájaro que aleteaba demasiado para la jaula de la ideología.
Fuente
imagen: Artículo "Roque Dalton continúa vivo en sus versos: hoy cumpliría
79 años" en Cuba
Debate
El Meier de la historia
es hijo de un inmigrante alemán (el padre de Dalton era estadounidense), ambos
fueron guerrilleros y poetas malditos. A partir de este núcleo común, el autor
desarrolla un personaje con entidad propia.
Aunque el protagonista
de la historia es básicamente un intelectual, queda claro desde el comienzo que
la violencia le genera una fascinación que no es ajena a su historia personal.
Hay una alusión constante a un hecho traumático que marcó el fin de su infancia
y configuró su personalidad actual. El encuentro casual con un antiguo
compañero de colegio actualiza el conflicto y la culpa que arrastra.
Linares parece un tipo
frío que vive como aislado de sus propias emociones por una fina película. Ese
interés por la agresividad parece retrotraerlo a la irreflexión de la infancia,
a un estallido peligroso pero vital. Para poder ubicar a este personaje, hay
una detallada descripción de su mundo: el Madrid de la justo antes de la crisis
económica. El microcosmos de la nave industrial conviven los inmigrantes
latinoamericanos, reventados por los trabajos más duros pero agradecidos por ingresar
por fin en el sistema legal del trabajo con los jóvenes españoles de suburbio.
La descripción de esta
tribu juvenil es de los mayores logros de la novela. Es desolador el paisaje de
esta juventud sin cultura del esfuerzo, sin interés alguno por formarse y que
vive para la religión del fin de semana. Son estos los especímenes que aparecen
en los realities de la televisión y que son tan
patéticamente superficiales que parecen impostados, chicos con unos extraños
peinados esculpidos con gomina y unos cuerpos hipermusculados esculpidos en el
gimnasio: "Les fascinaba la marcha del fin de semana, el dinero
rápido en el bolsillo y los coches para lucirse con música
estridente.".
Es muy interesante la
descripción de esta cultura de las drogas, que no es exclusiva de la
marginalidad: "Cocaína para excitarse, hachís para alcanzar la calma...
otros lo conseguían con café y tila, conducción de coches y masajes, pádel y
meditación budista...". Cada uno con los vicios que se puede
permitir.
Sobre todo en la primera
parte "El viento del suburbio", hay una potente descripción de la
sociedad del sur madrileño: desde estos bárbaros jóvenes que consumen sus vidas
con la misma avidez con la que se enfrentan a una raya de coca, hasta los
literatos compañeros de promoción en la universidad. Es una mirada fina, que no
pretende reducir sus retratos a estereotipos y que termina siendo un completo
tratado de fauna social: jóvenes formados más de lo necesario para trabajos
precarios (como Rafa, el mejor amigo del protagonista), pijos de suburbio,
jevis, góticos, etc. Hay una crítica al sistema educativo que deja varados
tanto a sus desechos como a quienes se entregan a su sistema de memorización de
contenidos. Lo de describir a la aldea para describir el universo funciona aquí
muy bien.
A la par se desgrana una
crónica familiar que se centra en la relación con el hermano mayor, cuya vida
ha quedado destrozada por la ilusión de que era él quien controlaba su relación
con las drogas: cárcel, intento de suicidio, rehabilitaciones. Lo usual, sobre
todo el miedo de volver a confiar en quien hace equilibrio sobre el filo de la
reincidencia. Es muy vívida esa casa familiar, el trabajo y la vida de los
padres, su negocio, su origen rural.
Hay algo de estructura
detectivesca en el descubrimiento del hecho violento que late bajo la culpa y
la frialdad emocional de Juan Linares. Poco a poco van quedando al descubierto
capas de recuerdos que nos enfrentan al secreto del protagonista. Lo más
significativo de su hallazgo es este sentido es enfrentarse a la mirada del
otro y descubrir que lo que es una cicatriz vital para él, para el otro fue
menos que un rasguño.
El Interludio, que está
contado con una voz diferente a la del narrador omnisciente de las otras dos
partes, aunque se supone que es la introducción de un trabajo académico, está
contado de una forma cálida y cercana, no se hace estéril ni tiene el tono
aburrido de la mayoría de verdaderos escritos académicos. Como ya dije antes,
es notoria la influencia de la figura de Dalton en la estampa de Meier, sin
embargo, David Pérez logra darle entidad propia, la hace aún más revolucionaria
al añadirle la doble rebeldía de su identidad sexual. Un poeta guerrillero y
homosexual que fue demasiado para la guerrilla que se atragantó con su historia
de amor con un compañero indígena. La biografía es detallada y tiene la
verosimilitud del detalle y la documentación histórica del contexto. Aquí es de
gran utilidad el profundo conocimiento del autor de la literatura
hispanoamericana. Lamentamos no poder ofrecer a nuestros lectores una
fotografía del guerrillero rubio, que imagino como un cruce entre el propio
Dalton, un Rimbaud americano y un Saint-Exupery rabioso rayando el cielo con su
avioneta.
Es en este Interludio en
el cual se hace más presente la influencia de Bolaño. Afortunadamente, no cae
en la imitación, que es muy penosa cuando se trata de un escritor con un estilo
tan potente, es más bien un homenaje: "En 1989 los ultrarrealistas
reeditaron Maricón y comunista,
con una tirada de 1.500 ejemplares, en 1991 otros 1.500. Lo mismo hicieron con Aviones de volcán.".
Ese aire de la selva y
el duro pasaje de la guerra y los diarios poéticos de Meier, no nos distraen de
la historia de Linares, hay una profunda conexión entre ambas historias, que se
hace presente con un personaje del familiar depositario de su legado que se
exilia en España.
En la tercera parte se
recogen los hilos de las historias abiertas, que terminan, casi todos, por
confluir. El final no es cerrado pero tenemos la sensación de que el
protagonista entra en otra fase de su vida que nos gustaría seguir atisbando,
lo cual es una señal de que el autor ha triunfado en esa misión que a veces
parece olvidarse: que el lector se crea el mundo que ha puesto en pie.
Puestos a buscar aristas
por pulir, aquí van un par de ellas:
- Esperaba que
algunos personajes secundarios que tenían peso en la narración (no adelantaré
cuáles para no destripar la historia) tuviesen más continuidad en la resolución
de la historia y, por el contrario, simplemente parecen desvanecerse en el
aire.
- En ocasiones -no
numerosas- el lenguaje, que es muy sobrio, peca de una cierta rigidez,
probablemente como consecuencia de la precisión que autor busca en cada
expresión, como decir que un personaje "presentaba una resaca" en
lugar de decir que tenía un resacón o algo un poco más sencillo.
- Hay un detalle
insignificante, un pecadillo venial de laísmo pero que resalta por que está en
un lugar muy importante de la historia. Ese "yo las entro tío" tiene
muy fácil corrección en una segunda edición pero pensándolo bien, tal vez tiene
cierto sentido que en ese contexto el personaje hable así.
Como impresión final,
diría que la narración se lee con interés y un ritmo sostenidos. La
personalidad introvertida pero observadora del protagonista es coherente con la
visión analítica de su universo y es una lectura que te deja con ganas de oír
más la voz de este autor.
La edición de Baile del
Sol es buena, se agradece la generosidad con el tamaño de la tipografía y la
calidad del papel, sólo recuerdo haber encontrado una errata en la página 82.
La portada es sobria y elegante. Aparte del éxito que han tenido ahora con
Stoner, el catálogo de esta editorial es muy interesante y arriesgado, se
atreven incluso con ese bicho raro de la poesía.
Petición final al autor:
Por favor esperamos la página en Wikipedia de Héctor Meier Peláez, me ofrezco
modestamente a reseñar alguna de sus obras.
Más información:
·
Ficha en
la web de Baile del Sol.
·
Entrada en
el blog del autor, es muy interesante, cuenta jugosos detalles del proceso
editorial.
Publicado por Sonia Aguirre Duque en 18:22
lunes, 23 de junio de 2014
Entrevista a Alena Collar
Entrevista por Miguel Baquero
/ «El chico de la chaqueta roja» es el cuarto libro (segunda novela) de Alena Collar, cuentista, poeta, periodista, profesora de Literatura y, en general, apasionada de las letras. De hecho, Collar dirige unarevista, «Alenarte», y sostiene un blog personal donde vierte sus opiniones propias sobre obras y autores, con una independencia de criterio y una formación que la convierte en rara avis dentro de nuestro reseñismo. El mundo literario, o por mejor decir, el fenómeno de la escritura, es el tema de «El chico de la chaqueta roja», la historia de un novelista que se retira a un pueblo para escribir una novela que quiere signifique un punto fundamental en su carrera… como fundamental es este «Chico de la chaqueta roja» en la carrera de Alena Collar como escritora
LITERATURAS.COM: Tu novela tiene mucho de juego de espejos…
ALENA COLLAR: Sí. La novela es un juego de espejos tanto entre personajes que, por decirlo así, «se reflejan» entre sí, como en situaciones. Así, encontraríamos: el juego entre Carlos y el Chico, el de Etelvino y Carlos (por causa de situaciones también «espejo», como las que ocurren en el pantano y en el río, que, llevan a ambos a una vida distinta a la que podrían haber tenido); también hay juego de espejos en el modo de enfrentarse cada uno a los mal entendidos; y entre las distintas «versiones» de la misma historia, por una parte la de Nati y Nuria, frente a la de Carlos. Quise jugar con los reflejos de lo que no se dice, de lo que se malinterpreta, de todo eso tan pequeño que nos puede cambiar la vida. Hasta que somos —o no— capaces de enfrentarnos a ella y romper el espejo.
LIT.COM: En un determinado momento, hay una clara referencia a Unamuno, supongo que a su famosa «Niebla», esa «nivola» en que jugaba a confundirse realidad y ficción, y cuya idea dices que fue luego aprovechada por Borges…
A.C.: Unamuno es un referente a la hora de jugar con la ficción de la propia novela; en ese sentido, mi novela intenta —salvando las enormes distancias—proponerle al lector que se interrogue por si los personajes son lo que dicen ser; es decir, si hay que creer ese juego de ficción al leer. En cuanto al tema de Borges, me parece evidente que en muchos de sus cuentos hay una influencia de Unamuno; el Dios que nos sueña, el mundo inventado por nosotros para crear un dios que a la vez nos creó, etc. De Unamuno me interesa mucho la libertad narrativa que otorga a sus personajes; en «Niebla» pero también en «San Manuel Bueno, mártir», cuando dice en un momento dado eso de «déjeles que crean». Los lectores también son crédulos.
LIT.COM: A lo largo de todo el texto, el narrador mantiene un continuo diálogo con el lector: le apela, llama su atención sobre determinado asunto, le expresa sus dudas literarias…
A.C.: Para mí, el lector es quien da valor, sentido y significación a los libros. Creo que es muy importante dignificar la figura de los lectores. Tienen derecho a exigir que se les respete, que se les tenga en cuenta no como «compradores de objetos de consumo llamados libros», sino como personas que acompañan y se meten en el mundo que hemos inventado para ellos. Y quise darle al lector el papel que debe tener: amigo, compañero del escritor.
A los lectores/as a menudo no se les respeta. Se les considera «compradores», sin más, y se les ofrecen productos que, a mi modo de ver, muchas veces son indignos de ellos. A mí me gusta apelar al lector, hacerlo cómplice, plantearle cosas, que participe.
LIT.COM.: Me ha llamado mucho también la atención la manera en que «rompes» el discurso literario tradicional para introducir expresiones cazadas al vuelo, preguntas y respuestas suscitadas por los hechos, el «ruido» que existe alrededor de lo que ocurre. Lo interpreto como un intento de capturarlo«todo» dentro de tu novela, aunque ya sabemos que eso es imposible…
A.C.: El ruido muchas veces determina actos que son importantes en nuestras vidas; en la novela hay pequeños «ruidos» que determinan acciones; la vida está llena de situaciones así; vamos a comprar, como Carlos, un dulce, y escuchamos una charla en la cola; ese «ruido» puede ser insustancial pero si escuchamos puede decirnos cómo es la gente de ese pueblo, el vecino, que antes no era nadie; escuchar entre el ruido muchas veces nos permite conocer mejor.
LIT.COM: En todo caso, me parece admirable ese trasfondo que hay detrás: esa actitud de considerar una novela como un «suceso», algo vivo, latente, impredecible quizás, más que un sencillo objeto que tiene un precio.
A.C.: Claro. Es que la novela es un proceso. Es algo que se va construyendo; es cierto que el autor acaba la novela y ya «está lista», pero cuando la novela se lee vuelve a empezar y de otro modo. Yo quería en esta mostrar que ese proceso es una creación más allá del punto final, que el lector viera cómo podrían haber sido las cosas si algo no hubiera sucedido, o si hubiera sucedido de otro modo: como en la vida real: puedo elegir ir al cine o ir a dar un paseo; y de lo que elija nacerán dos historias distintas. En las novelas ocurre igual. ¿Qué hubiera pasado si Ana Karenina no se hubiera suicidado?… ¿cómo seguiría la novela?… Y el lector es partícipe de ese proceso. Algo muy radical: si el lector cierra el libro a mitad de una historia, la historia para él no sucederá nunca.
LIT.COM: En un determinado momento también, hacia la mitad del libro, la novela cambia de protagonista y pasa a gravitar sobre Nuria, la mujer que dejó al escritor protagonista hasta ese momento…
A.C.: Nuria es un personaje —creo yo— muy contradictorio. Me interesaba que se la escuchara a ella junto a Nati, porque mientras en la primera parte tenemos el punto de vista de Carlos, a ella no se la escuchaba; el espejo de Carlos es la versión de Nuria sobre Carlos. Y el lector es quien debe elegir quién dice lo que es «cierto» o si no hay nada de cierto.
LIT.COM: Al fondo del universo metaliterario, hay unos sucesos pequeños, como la muerte de un saltamontes, unas frases dichas en un río, o el suicidio (si es que puede considerarse un «pequeño» suceso) de un pariente del protagonista, sobre los que se vuelve una y otra vez. Como si toda nuestra sensibilidad y la personalidad firme que creemos tener se sostengan, en el fondo, sobre circunstancias minúsculas…
A.C.: Son esas circunstancias las que en la novela marcan formas de actuar, inseguridades, miedos, mal entendidos. Igual que en la vida real. El niño al que le gritan que hay tiburones, la niña a la que dicen que es una inútil, el saltamontes al que liberamos y muere… normalmente, se considera que el niño es un ser que no piensa, pero lo que sucede a los diez años puede llevarnos a no saber amar a los 30. A tener que aprender a sentirnos seguros. Las pequeñas cosas son las que nos van haciendo ser como somos y en la novela los dos actos que citas, sobre todo el segundo, son vitales para el desarrollo posterior de Carlos.
LIT.COM: Transcribo literalmente este fragmento, que me ha impresionado: «¿Todos los recuerdos desaparecen así?, se pregunta; ¿todos los afectos?, ¿todas las memorias?… ¿En un final de verano, en un aleteo nítido, sin sombras, o en un matiz que no sabemos apresar?… ¿Es eso vivir?, ¿ir viendo precipitarse al agua lo que amamos?…». Háblame, por favor, sobre la poesía que late en esta novela…
A.C.: Mucha gente que leyó el manuscrito y que ahora anda leyendo la novela me habla de su «poesía»… no lo sé. Quiero decir que no es buscado por mí, no es algo que haga conscientemente, aunque suene raro es algo «que me sale así». Lo que sí puedo decir es que yo quiero a las palabras, es decir, las palabras, para mí son lo que me permite expresar el mundo en el que yo vivo o en el que vive la gente que imagino. Y a veces me da la impresión de que eso hace que las palabras me quieran a mí; no sé expresarlo mejor.
LIT.COM: Me ha gustado mucho la figura del comisario, el hombre supuestamente práctico y poco amigo de rodeos, según marcan las convenciones literarias, cuanto más al tratarse de un comisario de pueblo, que sin embargo se muestra receptivo y comprensivo con las dudas literarias y existenciales del protagonista.
A.C.: Etelvino es un amor… la verdad es que es un personaje que no iba a tener apenas vida en la novela; en un momento determinado pensé que me serviría de «puente» para que avanzara la acción; pero resultó que tenía vida propia y una historia personal que a mí me pareció muy bonita. Conozco mucha gente así; personas que pasan por nuestra vida casi en silencio, ayudando en lo que pueden, que quizá no son lo que llamamos «cultos» tradicionalmente, pero que tienen una comprensión de eso que llamamos vivir, fundamental. Reconozco que el comisario es uno de los personajes de la novela al que más cariño tengo.
LIT.COM: ¿Quién es, qué es el chico de la chaqueta roja?
A.C.: Bueno… yo podría explicarlo a los lectores/as de Literaturas.com pero, puesto que hemos dicho que es una novela «que se va haciendo», yo creo que es mejor que la lean e interprete cada uno quién es ese chico tan particular… creo que esa pregunta se la van a hacer muchos lectores/as y que sería muy interesante saber cuál es su opinión…
LIT.COM: Por último, háblanos un poco de tus proyectos literarios, y de «Alenarte», la revista que diriges.
A.C.: «Alenarte» es un proyecto colectivo muy bonito. Muy ilusionante. Empezó en 2007. Se trataba de ofrecer una revista de arte y literatura que ofreciera cosas que yo entiendo que faltan en la Red; originalidad, rigor en los tratamientos de los temas a tratar y dar a conocer artistas creadores que no tienen espacio en otros sitios. Nosotros no vamos a dar una información que han dado decenas de medios; ¿para qué?, ya lo pueden leer en otra parte. Pero sí vamos a ir a un recital de un autor poco conocido y si tiene calidad le vamos a sacar en portada. Creo que, con los años, se ha ido haciendo un hueco en la Red, sin pretender competir con nadie: nosotros somos quienes somos y no competimos. Estamos muy agradecidos porque a lo largo del tiempo los lectores/as han ido creciendo, y muchos centros culturales, universidades, museos, nos tienen en cuenta para sus noticias. Sobre eso hay que decir que es mérito de sus redactores/as, que, sinceramente, son un lujo.
Sobre proyectos literarios…de momento tengo la ilusión de ver si este «Chico» crece, si le va bien, de cuidarle y mimarle un poco. De presentarle en algunos sitios aún por concretar. Y luego…hay una novela a medias, que ya veremos qué pasa con ella; aún está —otra vez— «en proceso». De todas maneras, yo no tengo prisa. Me divierte muchísimo escribir, y si al final termina por salir algo decente pues ya veremos…
Quería agradeceros este espacio que me ofrecéis y a vuestros/as lectores/as el tiempo que se han tomado en leerme.
«El chico de la chaqueta roja»
Editorial Baile del Sol
170 páginas
Editorial Baile del Sol
170 páginas
viernes, 20 de junio de 2014
La grandeza de la cotidianidad
por
Aitor Francos
Cuaderno de interior, Ricardo Virtanen, Baile del sol, 2013.
En una reseña reciente he afirmado que soy un voraz lector de diarios. Algo hay en ellos me atrae irremediablemente, incluso aunque propenda a lo aburrido y lo intrascendente. La mezcla de géneros, ese gusto por los pequeños detalles, esa opción que nos dan de comprender una visión ajena y particular del mundo desde lo más ínfimo de la existencia de un autor; y esa crónica, muchas veces, de las inquietudes más curiosas y del desasosiego personal de quien lo escribe. Creo que encuentro también cierto placer en leer diarios por lo que tienen de rutina, pues el hábito es algo que me procura seguridad. Me gustan por lo que tienen de inmediato y de literatura sin retoques, ese dejar constancia de las cosas entrevista al paso, tan acuciadas por divagaciones y ensueños. Y porque son un útil registro de lecturas y recomendaciones.
Acabo de terminar Cuaderno de interior (Baile del sol, 2013), la más reciente publicación de Ricardo Virtanen, de quien hasta la fecha sólo había leído su estupenda colección de haikus editada por Renacimiento, Sol de hogueras. Cuaderno de interior es un diario que, a pesar de su volumen de más de trescientas páginas, sólo acoge poco más de un año de itinerario vital. Uno, consciente como es del rigor y la disciplina que requiere esa tarea, se sorprende preguntándose por los pormenores que le habrán llevado al autor a dedicar un esfuerzo y dedicación de esa magnitud; también, por supuesto, por la exclusividad de acoger únicamente ese periodo de tiempo. Virtanen es músico, veterano baterista de un grupo de rock y experto en Musicología, algo perceptible a poco que se lea Cuaderno de interior, pues en él se mencionan a muchas leyendas del rock y del jazz (con algunos obituarios), audiciones de ópera y artistas contemporáneos como Cage.
Con el carácter de lo íntimo como imperativo, Ricardo Virtanen atesora en Cuaderno de interior una intrincada trama de sugerencias y evocaciones privadas. Se confirma como un diarista impecable y entretenido, capaz de sacar al lector más perezoso de su monotonía particular y penitente. Hay tanto de narcisismo en estas páginas como de verdad a medias, advierte en los preliminares del libro. La prosa ágil, no afectada, y carente de retórica, se digiere fácilmente y el libro permite la lectura en tandas e incluso en desorden cronológico, sin que pierda interés. En Virtanen, el ejercicio de la escritura, a la vez que de otras artes, especialmente la música y la pintura, supone la forma más accesible de llegar al conocimiento personal, poblar lo anodino de vida y que los propios acontecimientos vitales escenifiquen la grandeza de la cotidianidad.
La vida, en general, no es tan diferente de todo lo que uno intenta describir en la literatura. Si una autobiografía es un camino estrecho e interrumpido por multitud de tramos de niebla, el archivo de lo acumulado con perseverancia a diario es más una amalgama y un derroche de inutilidades, un cajón de nimiedad, una abigarrada estampa de incidencias y embrujos banales.
De muchos libros actuales, no señalados como diarios, se podría decir aquello de Chamfort: la mayor parte de los libros del presente tienen el aire de haber sido escritos en un día, con los libros leídos la víspera. Hay diarios, como el de Virtanen, que tienen por norma trascender la anécdota y abrirse a la expectativa sensorial, a la reflexión metaliteraria o a la visual definición del paisaje. Ya lo dijo César Simón, con acierto, en uno de los suyos: “Debo anotar lo pensado. Aunque no es pensado, sino sentido. He tenido una experiencia que no debo permitir que se desdibuje y transforme en ideas”.
Toda vida es provisional. La mía no es una excepción - especula Virtanen.
En un diario la veleta permanece siempre quieta, impasible, apuntando hacia una región de niebla perdida en el horizonte. Escribir un diario es no concluir nada, es, en todo caso, llegar tarde a la escritura.
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