martes, 29 de noviembre de 2016

Reseña de PURO CUENTO, de Yolanda Delgado en El Escobillón

Puro cuento puro

Yolanda Delgado Batista debutó en la arena literaria con La isla de las palabras desordenadas (2011), una novela armada con fragmentos, aparentemente dispersos, en la que recurría a la memoria para hurgar en las entrañas de una familia.
La isla de las palabras desordenadas conmovía, en ocasiones por la desnudez emocional que su autora transmitía a través de sus páginas. Página en las que algo latía, como algo late ahora en Puro cuento (colección Sitio de fuego, Baile del Sol, 2016) que es el segundo libro publicado por Yolanda Delgado y volumen que recopila 32 relatos que revelan a una escritora que se mueve, y muy bien, en el complejo territorio de las historias cortas.
La literatura española cuenta con excelentes cuentistas pero no ha sido un género en el que transite demasiado. Esta tendencia ha ido cambiando en los últimos años por lo que no es extraño apreciar en quienes lo practican, al relato nos referimos, que se inspiren en autores extranjeros que hicieron del cuento un arte.
Chejov y Maupassant son, a nuestro juicio, dos de los grandes maestros del cuento. De cuento cuando el cuento bucea en las emociones humana; cuando desvela estados de ánimo con una profundidad psicológica que no necesita de páginas y más páginas para mostrar el alma de los personajes. Después vinieron Borges, Fitzgerald, Carver, Cortázar y no sé cuántos más que han hecho del cuento un género mayor.
Las historias que se reúnen en Puro cuento son 32 relatos independientes que cuentan, cada uno de ellos, con voz propia. Si se abre el libro, el lector se adentrará en las tinieblas de una cárcel colombiana, se sumergirá en la cabeza de una anciana británica a través de una de sus cartas, así como conocerá la fama que obtuvieron las películas de Tarzán protagonizadas por Johnny Weissmüller en la Rusia de Stalin. Y son solo tres historias de las 32 que contiene un libro que marca un antes y un después en la producción literaria de Yolanda Delgado Batista.
Resulta grato comprobar cuando se leen estos puros cuentos puros que en la mayoría de ellos subyace un sentido del humor que suaviza el pecado que arrastran los personajes que protagonizan las historias.
Hay que escarbar, sin embargo, en cada una de ellas para encontrar la veta de la que emana ese sutil sentido de la ironía que la escritora, no sé si por capricho, se empeña en muchas ocasiones por ocultar, casi como si quisiera que fuera el propio lector quien hallara la clave más que cómica, divertida, que respiran estas piezas que, como destaca el escritor Julio Llamazares en el prólogo del libro, carecen de unidad, son cuentos, cuentos puros o puros cuentos.
Así que Puro cuento ofrece lo que anuncia en su título: un conjunto variopinto de relatos que tocan muchos palos, géneros, y bucea en una serie de personajes que si tienen algo en común es, más que su soledad (la soledad a fin de cuentas es el pequeño reino que se fabrican algunos), un sentido abisal de la individualidad. O de esforzarse en seguir siendo persona.
Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

http://www.elescobillon.com/2016/11/puro-cuento-puro/

lunes, 21 de noviembre de 2016

Reseña de Explicación de la noche, de Edem Awumey en LaRepúblicaCultural.es

Explicación de la noche, de Edem Awumey

Rebeldía frente a la oscuridad del olvido

Publicado el Jueves 17 de noviembre de 2016, a las 00:03h


Título: Explicación de la noche
Autor: Edem Awumey
Traducción: Iballa López Hernández
Editorial: Baile del Sol (2016)
Formato: encuadernación tapa blanda con solapas; 170 pág.
ISBN: 9788416320752


Julio Castro – La República Cultural

La literatura africana (y me refiero ahora a la subsahariana), tiene su propia voz que, sin embargo, no deja de entrelazarse con los autores del norte. La manera de ver y de narrar es muy diferente, y es preciso adentrarse en un mundo diferente que en sus autores, no deja de sentir como cualquiera, pero que establece vías diferentes de manifestación. No hay paralelismos ni traslaciones, hay ojos y mentes diferentes, que elaboran su identidad desde estilos y vivencias muy distintas, pero con quienes compartimos estilos y puntos de vista.

No es posible establecer cuánta responsabilidad tiene Ito Baraka y el grupo de jóvenes amigos estudiantes, en la furia que se desencadena contra la población, o en los movimientos estudiantiles que ya estaban organizados. Pero lo cierto es que ellos, que tan sólo querían montar una obra de Samuel Beckett, deciden transgredir las normas escribiendo pequeños fragmentos de los textos de Final de partida, en un complejo símil que incitaría a la gente a pensar, a reaccionar o, en último caso, se entiende que a ver su montaje.

Samuel Beckett como guía de la realidad


Pero antes de eso, Ito Baraka, con su grupo de amigos, han decidido cómo harán su Final de partida, y hasta dónde alcanza el paralelismo con su mundo, con la forma en que desean ver el fin de su país tal y como es, y así esperan sentar a Clov y Hamm a finalizar el acto. Pero en su camino se cruzan sus propias ideas, y el deseo de hacer e intervenir antes que aguardar como sumisos Clov.

No hay traslación de los personajes de Beckett, salvo en la manera en que el propio Ito quiere convencerse en un momento dado, pensando en lo que finalmente depara a cada uno de los cuatro amigos. Sin embargo, la idea del autor togolés Edem Awumey, parece ir mucho más allá del fatalismo de Beckett, para trasladarlo a un necesario espíritu de lucha, como sugiere el personaje de Hamm, frente al consentimiento subyugado de Clov en Final de partida.

Los personajes de Samuel Beckett son siempre sorprendentes. En Final de partida (Fin de partie) rodea toda la escena de individuos que inducen al rechazo y al desprecio, pero que, sin embargo, en lo más profundo de su ser alojan una grandísima necesidad de piedad del lector o del espectador, porque no parece quedarles un solo sentimiento, salvo el del rencor. Así es el personaje de Nagg, viviendo en un cubo de basura, sometido a su hijo, que le habla de los miedos de la noche, y de la necesidad de existir, y de saber que se cuando se habla se es escuchado. Para eso necesita Hamm a sus padres, para eso somete también a Clov, porque su necesidad y su miedo son mayores que su dependencia. Así dice Nagg a su hijo antes de taparse en el cubo de basura en que habita: “Es natural. Después de todo soy tu padre. Es cierto que de no haber sido yo hubiera sido otro. Pero esto no es una excusa. (Pausa.) El rahat-lukum, por ejemplo, no existe, lo sabemos, pero me gusta más que nada en el mundo. Y un día te lo pediré, como pago a un favor, y tú me lo prometerás. Hay que vivir de acuerdo con la época. (Pausa.) ¿A quién llamabas por la noche cuando eras pequeño y tenías miedo de la noche? ¿A tu madre? No. A mí. Te dejábamos gritar. Después te alejábamos para poder dormir. (Pausa.) Dormía, como un rey, y tú me has despertado para que te escuchara. No era necesario, no tenías verdadera necesidad de que te escuchara. Por otra parte, no te escuché. (Pausa.) Espero que llegue el día en que tengas verdadera necesidad de que te escuche, y necesidad de entender mi voz, una voz. (Pausa.) Sí, espero vivir hasta entonces, para oírte llamar como cuando eras muy pequeño y tenías miedo, por la noche, y sea tu única esperanza”(1).

La represión en Togo como ejemplo


Es evidente que, si bien el autor pretende hacer que oculta el origen en que se desarrolla su vida de juventud, todo remite a los horrores de la dictadura de Togo. Allí, Ito y sus amigos estudian a la vez que ensayan su obra de teatro, y la vida, todo lo normal que puede ser en aquellas circunstancias, rodean a la familia, que aparece a lo largo de la primera mitad de la novela. También allí, el dueño de una imprenta decide ayudarles desde el momento en que se plantean transformar su ensayo en subversión, imaginando que por ese motivo nada pueden hacerles: “No nos harán nada, me repetía yo para mis adentros como una fórmula mágica que debía alejar definitivamente el miedo. El miedo, una mierda difícil de expulsar”, dice, porque ha escuchado a Sony Labou Tansi afirmando “… no debemos quedarnos callados, debemos hablar, ¡no nos harán nada!”. Craso error.

Las octavillas recogen breves textos como:
“- Pero qué ocurre? ¿qué ocurre?
- Algo sigue su curso
El descontento y la primavera siguen su curso”

El impresor, Gueule de Bois, les dice que no funcionará, porque es poesía inofensiva “te equivocas Gueule de Bois, la poesía nunca ha sido inofensiva”.

El autor como empeño del compromiso

El escritor africano, afincado en Canadá, tiene una literatura comprometida, en la que habla explícitamente de la persecución y la tortura, del exilio y la desaparición. Pese a su exilio en el Norte lejano, no abandona la idea de regresar una vez a su país, aunque el entorno que dibuja en esta novela, vaticina la asunción de una condena a la pérdida de su nación, que no de sus raíces ni de su identidad.

El personaje de Ito Baraka sufrirá el encierro y la tortura, su narración nos llevará a un universo casi irreal, en el que se debate entre el calor abrasador de la jornada en la sabana africana, con un sol que seca la vista y los ojos, el encierro en un espacio donde no se puede estar de pie ni tumbado, y la violencia sobre los prisioneros políticos y no políticos, que apenas describe, pero que cita.

En su narración está presente el entorno de la creencia en la magia africana, en el periplo de encierro de Ito Baraka, que más tarde sugerirá la mezcla con la de los indígenas americanos, cuando se entrecruza con Kimi Blue, una yonqui que le acompañará en el trayecto final de escribir su historia.

Awumey ha jugado al intersticio que existe entre la realidad y el sentimiento, reflejando a un escritor exiliado de su país africano tras huir de una muerte cierta, gracias a la fortuna y a la fatalidad. Los personajes, complejos y arduos, no son nada sin el núcleo del personaje de Koli Lem, donde concentra el daño sufrido por la represión, el viejo ciego que, en el encierro de la diminuta choza, ha logrado esconder libros que, obviamente, no puede leer, pero que son su esperanza para no morir. El destino de Ito en aquella reclusión será el de leerle cada noche al viejo, al que ve como un caminante de Giacometti. El anciano asume la responsabilidad de lograr encontrar una vía de escape para su lector, y ese tándem será la ligazón eterna entre ambos, más allá de su encuentro.

Ese lugar común en la noche, como punto de encuentro final, donde llegan todos, pero también el enorme lugar donde Ito puede encender una pequeña luz a escondidas con Koli, para leerle y releerle los libros que les salvan de la oscuridad de la violencia, de los malos tratos, de la muerte. La noche como lugar de llegada y punto final, pero también como lugar de encuentro.

El empeño de Sony Labou Tansí como revolución

La novela describe un camino tremendamente sinuoso y tortuoso para sus personajes, que quiere conducirnos a la necesidad de cumplimiento de su deuda por parte del protagonista. En cierto modo, Ito Baraka necesita de alguien que le asista en su enfermedad ya en Toronto, y que, sobre todo, le escuche para que su historia tenga auténtica existencia: casi como el Hamm de Samuel Beckett.

Al joven Ito parece darle fuego interior Sony Labou Tansí, pero Labou dice también en uno de sus poemas “Érase una vez / Pero por qué esta vez / muerte / que nos daña por dentro / Iros por favor / He pagado mi deuda al contado / con una mueca al pasar / he vencido la muerte / y la vida”(2). Así es esta historia, como ese pequeño fragmento del otro autor africano.


(1)“C’est normal. Apres tout je suis ton pere. Il est vrai que si ce n’avait pas ete moi c’aurait ete un autre. Mais ce n’est pas une excuse. (Un temps.) Le rahat-loukoum, par exemple, qui n’existe plus, nous le savons bien, je l ’aime plus que tout au monde. Et un jour je t’en demanderai, en contrepartie d’une complaisance, et tu m’en promettras. Il faut vivre avec son temps. (Un temps.) Qui appelais-tu, quand tu etais tout petit et avais peur, dans la nuit? Ta mere? Non. Moi. On te laissait crier. Puis on t’éloigna, pour pouvoir dormir. (Un temps.) Je dormais, j’étais comme un roi, et tu m’as fait réveiller pour que je t ’écoute. Ce n’était pas indispensable, tu n’avais pas vraiment besoin que je t’écoute. D ’ailleurs je ne t’ai pas écouté. (Un temps.) J’espère que le jour viendra où tu auras vraiment besoin que je t ’écoute, et besoin d’entendre ma voix, une voix. (Un temps.) Oui, j’espère que je vivrai jusque-là, pour t’entendre m’appeler comme lorsque tu étais tout petit, et avais peur, dans la nuit, et que j’étais ton seul espoir” (Fin de partie, de Samuel Beckett).

(2)“Il était un fois / Mais pourquoi cette fois / morte / qui fait mal en nous / Quittez s’il vous plaît / J’ai payé cash ma lourde / grimace de passer / j’ai vaincu la mort / et la vie” (Poème deux, Sony Labou Tansi)


domingo, 20 de noviembre de 2016

Reseña de LA CASA SIN VENTANAS, de Alberto García-Teresa en Viento Sur

La casa sin ventanas 

Alberto García Teresa (Madrid, 1980) Doctor en Filología Hispánica con Poesía de la conciencia crítica (1987-2011) (Tierradenadie, 2013), ha publicado Para no ceder a la hipnosis. Crítica y revelación en la poesía de Jorge Riechmann (UNED, 2014) y Disidentes. Antología de poetas críticos españoles (1990-2014) (La Oveja Roja, 2015). Pertenece a la asamblea editora de Caja de resistencia. Revista de poesía crítica. Es autor de los poemarios Hay que comerse el mundo a dentelladas (Baile del Sol, 2008), Oxígeno en lata (Baile del Sol, 2010), Peripecias de la Brigada Poética en el reino de los autómatas (Umbrales, 2012), Abrazando vértebras (Baile del Sol, 2013) y La casa sin ventanas (Baile del Sol, 2016), así como de la plaqueta Las increíbles y suburbanas aventuras de la Brigada Poética (Umbrales, 2008). También el libro de microrrelatos Esa dulce sonrisa que te dejan los gusanos (Amargord, 2013).
Habitamos una ciudad de casas sin ventanas. Dentro de los muros, de cara a la pared, incapaces de imaginar algo que no sea “un patio interior, rodeado de sí mismo”. Se reclama “exilio para los herejes/ que hablan de una vida/ más allá de estos muros”. Esta poderosa imagen se abre en poemas, por lo general breves, a veces casi aforismos, donde el horror es aquello que vemos como cotidiano; o lo que ignoramos, pues sólo los herejes sueñan y dudan en esta casa tapiada. Sin ventanas pero con alambradas y puertas de seguridad. Preciso será cuestionar a los arquitectos, romper este simulacro de vida. Alberto García Teresa ha escrito un tema: el desastre ecológico, la alienación, la fantasmagoría del presente. Un tema —el capitalismo— con muchas variaciones. En cada una de ellas está la miseria, el dolor y la angustia de los habitantes de esta casa. Y sin embargo puede producirse, contra todas las expectativas, que un árbol que se diría muerto reverdezca y siga vivo. Porque, como dice Jorge Riechmann en el epílogo del libro: “A veces, contra todo pronóstico, una ventana en la casa sin ventanas” A esta lúcida esperanza nos llaman los versos de este libro.

 Antonio Crespo Massieu 


Cada vez levantamos más tabiques
en la casa sin ventanas.
Cada vez,
el espacio se acota con mayores gritos,
con mayor sed de estrellas.

A pesar de la solidez de las paredes,
de toparnos con ellas a cada instante,
aún fantaseamos
con la infinitud de las habitaciones,
con la interminable profundidad de los armarios,
con el orden eterno
de las alacenas.


¿Dónde queda el otro?
¿Dónde nosotros mismos
en la casa sin ventanas?

Los labios se reparten por turnos
siguiendo un catálogo de besos.

En cada abrazo,
se repiten meticulosamente los mismos pasos
que han solapado cada muestra de afecto
en la casa sin ventanas.

Sabemos acariciar sólo
en una única dirección.


El diseñador de etiquetas
es el filósofo de referencia
en la casa sin ventanas.


¿Para qué
levantar la vista
de nuestras manos
 cuando corretean entre los dedos
cientos de resplandores nuevos sin descanso,
si existe un surtido
inagotable
de laca de uñas?

¿Cómo levantarla de nuestros pies
si estamos siempre
en el paso siguiente,
en el paso que viene?


Vivimos en un pasado mañana perpetuo.

El presente se deshace en cadenas
de aspiraciones.

No existe rastro,
pues el dibujo del polvo
se petrifica a cada instante.

Ningún camino parece llegar o partir
de la casa sin ventanas.


Es fácil asimilar
que son inagotables y sólo nuestros
el gas de la calefacción, la luz,
el carburante de los motores,
cuando siempre se ha visto nacer
al agua
de un grifo.


En la casa sin ventanas,
un atlas es
literatura fantástica.


Como no pueden
atravesar los muros
las canciones, los discursos,
las entretejidas teorías de los intelectuales,
los largos soliloquios del sufriente, del enamorado, del soñador,

sólo dialogamos con el eco
en la casa sin ventanas.


La casa sin ventanas
está repleta de espejos.


Sin ventanas.

Pero con alambradas,

con puertas de seguridad,
con tarjetas de vigilancia,
controles de paso,
                             de visado,
vallas, espacios de internamiento
antesalas de la expulsión,
patrullas en los soportales,
pasaportes electrificados.

Casa sin ventanas:
fortaleza para los de fuera;
cárcel para los de dentro.


En la casa sin ventanas,
las goteras siempre son
un problema causado
por los de abajo.


¿Y dónde está 
la casa sin ventanas?


Constituyen la simetría de las cenefas,
la concordancia de los pliegos
del papel de las paredes
y el encaje de los rodapiés
objeto de profusos estudios,
destino de costosas innovaciones técnicas,
causa de pugna entre escuelas
y apellidos que rivalizan
para ejercer el control de los diseños.

Cada nueva generación arranca
azulejos, tapices, planchas
y coloca las suyas.

Así se reinventa el mundo
de la casa sin ventanas.


Cuántas veces nos hemos perdido
deambulando por laberintos de escaleras,
atropelladamente avanzando en hileras,
ensordecidos por las alarmas
para regresar al mismo punto
de la casa sin ventanas.

La alternativa al mando
tiene como máxima aspiración
un anhelo que muchos compartimos:

un patio interior
en la casa sin ventanas.

Un patio con sus mangueras,
con sus cuerdas de tender,
con sus baldosas color terroso,
con su cielo bien techado.

Un patio interior,
rodeado de sí mismo,
exuberante
de autoengaño de libertad.

Algún día,
quién sabe, quizá podamos conseguir
ese simulacro
                          irresistible
de brisa.


Se revisan las cañerías.
Se pintan las paredes.
Se superponen planchas de tarima.
Se sustituyen los lavabos.
Se examina el cableado.
Se limpian los conductos del gas.
Se renueva el mobiliario.

Pero nunca son cuestionados
los arquitectos
de la casa sin ventanas.

http://www.vientosur.info/spip.php?article11840

sábado, 19 de noviembre de 2016

Reseña de LA MÁQUINA NATURAL de Ignacio Fernández en A Librería

Crítica a “La máquina natural” de Ignacio Fernández

9788416320875
Título: La máquina natural
Autor: Ignacio Fernández
Género: Narrativa – Postapocalíptica
Fecha de su composición: 2016
Edición: Digital
Editorial: Baile del Sol
Número de páginas: 178
La nevada de esa noche será mucho menor que la que la precedió, poco más de un día y medio atrás y en el flanco opuesto de la cordillera.
Esta nevada, este copo que cae ahora.
Hay una costumbre en la mano de Francisco, un instinto adquirido que lo impulsa a desempañar la ventana para contemplar el mecanismo sutil de la tormenta sin viento.

Ignacio Fernández nace en Mar de Plata, Argentina, en 1978. Es licenciado en Comunicación y trabaja en el sector editorial. Actualmente vive en Barcelona. La máquina natural es su primera novela.
Francisco vive aislado en lo que se nos presenta como un paraje nevado y solitario. Es un anciano afable y cortés con sus vecinos, con los que tiene escasa relación debido a que su hogar se encuentra bastante alejado del centro del pueblo. Toda su compañía recae en su perra y en su trabajo. Es la llegada de dos hombres armados y una mujer embaraza lo que irrumpe la calma de su cabaña. Su realidad comienza a volverse muy confusa y todo lo que él conoce se ve seriamente amenazado por las noticias que, muy a cuenta gotas, esos extraños traen a su hogar.
Nadie los está esperando porque no llevan nada, solo lo puesto. Fernández parece que ha ido vistiéndose varias veces, una encima de la otra. Si Francisco intentara alcanzar su piel, experimentaría la sensación de encontrarse ante una versión circense de
la paradoja de Zenón. Un atuendo eternamente divisible.
A pesar de la narcosis del ambiente, del aire abusado a causa del bostezo incandescente de la salamandra, los ojos del Hereje lo están mirando con absoluta conciencia. Es un hombre que sabe mirar, capaz de decodificar significados a través de su miedo y su vergüenza.
—Abuelo, usted no nos mentiría, ¿no?
La máquina natural es la segunda obra que tengo el gusto de reseñar como miembro del jurado del Premio Guillermo de Baskerville del portal Libros Prohibidos. Después de disfrutar de la extraña y explosiva Violeta, esta vez se me presenta una novela totalmente diferente tanto en argumento como en tipo de narrativa. Sin embargo, como su predecesora, ofrece un tibio toque de originalidad al abrir una realidad futurista que cambia el mundo conocido por completo.
El tipo de narración la definiría como confusa y un tanto compleja en el arranque inicial, aunque se suaviza a medida que avanzamos las páginas para desaparecer por completo al pasar el ecuador de la obra. Un desliz arriesgado que entorpece en cierto modo el primer contacto entre lector y obra, sobre todo al tratarse de un estilo al que no se mantiene fiel.
Esto se acentúa utilizando una estructura quebrada, no solo en el ámbito temporal, sino también en cuanto a espacio y a personajes se refiere. Además, al tratarse de un estilo intensamente descriptivo y divagante, durante las primeras páginas resulta complicado ubicarse, conformándome con disfrutar del extraordinario manejo de la pluma de Ignacio Fernández.
Sí, podía verlo. Estaba en todas partes. Podía sentir los movimientos de la máquina natural. Fuera de ella y dentro de ella y a través de ella. Las ciudades, quizás el mundo entero se encontraba súbitamente mutado e inexplicable, y toda la laboriosa trayectoria humana a lo largo de los siglos convergía en la palabra ficticia ahora en un extendido paisaje de desolación, y a pesar de eso, en su útero, ella llevaba un proyecto bastante previsible que entraría en la existencia por su pura fuerza de voluntad.
Este llamativo título, La máquina natural, tan solo es mencionado en la obra en una ocasión (página 104). Este pensamiento en tercera persona pertenece a Ángeles, la citada mujer embarazada, la única mujer protagonista de la novela. Se deja adivinar que su significado está relacionado precisamente con la nueva vida que crecía en ella, ajena al desastre ocurrido en el mundo que se mostraba caótico y peligroso. La destrucción enfrentada a la creación. Es interesante este concepto tan poético y antagónico para nombrar esta novela tan peculiar.
Nos situamos en un mundo postapocalíptico que recuerda a Fin de Monteagudo y a La carretera de McCarthy, aunque con un estilo muy distante de ambas. Como mencionábamos, la llegada de ese extraño y misterioso trío a la cabaña de Francisco, un hogar humilde y atestado de periódicos con noticias no muy al uso, es el desencadenante de los hechos. Vamos conociendo más a medida de estos cuatro personajes principales con el avance de la trama, más enfocada a referirse a los hechos que han dirigido esas cuatro vidas al presente, que en el esqueleto principal.
Se adivina (por los ojos negros, la piel como lubricada y ese tipo de barba de alta densidad que ensucia las mejillas y el cuello) que algún remoto árabe ha entrado en el linaje del Hereje. Fernández, en cambio, es pálido y delgado y confía más en la dinámica de sus gestos que en la fuerza con que los desarrolla. Ahí solo hay europeos. Y él, él mismo, no sabe quién es. Sí lo sabe: es un anciano.
Perros y ancianos y una chica parturienta en unas montañas olvidadas por los hombres.
El grupo está compuesto por el Hereje, un hombre de baja estatura pero rudo y armado que parece tener complejo de líder; Fernández (¿con quién se siente identificado el autor?), más sosegado que el primero, parece ser el encargado del cuidado de la mujer; y, por último, Ángeles, la mujer embarazada que se muestra frágil y sobreprotegida por el resto. A fin de cuentas, ella tiene en su vientre la esperanza que ese mundo agonizante necesita. Una anotación importante: la presencia y la fuerza de los personajes femeninos es escasa. Recae, casi en exclusiva, en Ángeles. Una carencia con la que lidian gran cantidad de novelas, todavía hoy en día.
No se define qué es lo que ha ocurrido exactamente para llegar a esa situación, tan solo se van dando pinceladas de las consecuencias: no hay luz, no hay agua corriente y la violencia impera. El ejército toma las calles y lleva a la población a refugios que se convierten en una especie de fuertes del que no pueden salir. La información y las comodidades son más bien escasas y el nerviosismo empieza a aflorar. El horror se apropia de un mundo que de ninguna manera podrá volver a ser el mismo pues el propio tiempo se ha roto.
Poco después de la puesta de sol empezó a llover. Las incontenibles lluvias de primavera. Los caminos de acceso al pueblo diluidos en un barro blando. Los árboles y la vegetación más rala, todo de un verde recién activado, encorvándose bajo el peso del
agua. Torrentes que brincan y se entremezclan y se llevan las piedras y las ramas sueltas.
Esto retrasaría a la ambulancia […] pero si fueras un pueblo pequeño y uno de tus hijos estuviese agonizando, tú también lloverías.
La novela se compone, pues, de pequeños trozos de historias que se van rompiendo, copiando y pegando sin un orden establecido y con un dudoso criterio. Podría ser desastroso, pero el resultado es bastante notorio y luce una calidad literaria insólita y muy digna de tener en cuenta. Si bien es cierto que, a pesar de su brevedad, su lectura puede resultar torpe y lenta en algunos fragmentos iniciales, situación que se lima caminando hacia el final.
Se trata de una lectura que recomiendo por su calidad y sus enriquecidas peculiaridades. Satisfará a los lectores con sed de algo nuevo y a los más exigentes. Difícilmente provocará indiferencia.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Reseña de Koundara de David Pérez Vega en El cuaderno rojo



Koundara (Baile del Sol, 2016) es el primer libro de relatos que publica David Pérez Vega, de quien el pasado año comentábamos aquí mismo la novela Los insignes (Sloper, 2015). El autor del blog Desde la ciudad sin cines sale, desde 2013, a libro por año. Esto puede llevar a pensar en alguien muy prolífico, pero también conviene tener en cuenta que los relatos de Koundara, por ejemplo, llevaban varios años escritos, esperando a ver la luz en una conocida editorial española especializada en cuento que finalmente no se decidió a apostar por ellos. Pérez Vega tuvo el detalle de enviarme algunos de estos textos hace unos años ya, en el transcurso de algunas conversaciones cibernéticas propias de letraheridos. Nos hemos visto un par de veces y me ha resultado una persona muy respetuosa, amable y cercana (aviso de todo esto pero confío en que no interfiera apenas, al alza o a la baja, en las ponderaciones que vaya a realizar a continuación).

Koundara se compone de siete relatos de corte realista ambientados en la época contemporánea. Abre el libro el que le da título, que lo toma de una zona de Guinea Conakry. Se trata de un texto sobre un trío de madrileños que viajan allí. Un relato muy logrado en varios aspectos, con personajes complejos, con contradicciones y matices. Asoma la visión crítica de la presencia del primer mundo en África, y el autor muestra dotes de observador y buen razonador, además de gran atención al detalle. El estilo del relato, dentro de la sencillez que caracteriza a todo el volumen, tal vez sea el más trabajado del libro. La persistencia de la frase corta me recuerda a aquella sentencia de Raymond Carver sobre la efectividad de un punto y seguido bien puesto. En una reseña del libro aparecida en El Cultural, observo que se habla de Koundara (Guinea) como de una zona al pie del Kilimanjaro (Tanzania). Tras el inevitable levantamiento de cejas, un repaso al mapa corrobora que entre ambos países distan unos ocho mil kilómetros. Qué cosas.

En "Acrópolis" nos ubicamos en Madrid y la vida laboral y personal -más o menos inestable- de un par de parejas que fueron a la universidad. Conocemos la situación de vulnerabilidad de un tipo que, tras varios incidentes, teme un asalto al local del polígono industrial donde trabaja. En este texto encuentro, por momentos, un exceso de pormenores laborales (necesario, seguramente, por otra parte). El autor conoce al dedillo de lo que habla, pero abundar en ello puede llegar, pienso, a lastrar el cuento (quizá debido a que lo abría una cita de un famoso relato de Hemingway, me acuerdo a este respecto de su teoría del iceberg). El pequeño clímax que se crea corre el peligro, para mi gusto, de resultar algo tópico. Por otra parte, el cierre de la historia destaca por afortunado. El autor, por comentar un pequeño detalle, tiene la osadía o la personalidad de escribir "grupo jevi". Así lo recomienda, por otra parte, la RAE. Para algunos esto sonará a casticismo rancio y aberrante, aunque particularmente, reconozco que me suelen divertir, hasta cierto punto, este tipo de adaptaciones, que llegan a resultar una provocación lingüística en algunas mentes esnob. A veces hay que recordar que a nadie le llama ya la atención que se escriba "fútbol" y no "football", pero dejemos esto porque el debate puede alargarse hasta la náusea.

El libro se divide en dos secciones: "Los viajes" y "Bajo determinadas circunstancias", introducida esta última por una certera cita de Kafka referente a la fragilidad del piso sobre el que se asientan nuestras vidas. "La balada de Upton Park", tercer relato del volumen, cierra esta, por decirlo así, cara A de la obra. El relato, muy entretenido de leer, se desarrolla en Londres, donde Sebas, joven y emigrante manchego, trata de abrirse camino. Inevitable acordarse de la primera novela de Pérez Vega, Acantilados de Howth (2010). Con sus virtudes y limitaciones, sus peculiaridades y friquismos, el protagonista, que tira a entrañable, padece en la trama una situación de indefensiónbastante acusada. Son palpables, pese a todo, los toques de humor. Lo he disfrutado bastante.

"Maestro" aborda el mundo de la docencia, que como profesor el autor bien conoce. Se trata de otro texto muy solvente en el que se nos informa de la situación en un colegio donde el personal se halla dividido en dos bandos en una situación no equitativa. Esto sirve, se diría, para explorar el grado de sensibilización y posicionamiento, más o menos egoísta, más o menos comprometido, ante situaciones injustas. 

"Quitasol", uno de los mejores del libro, parece el de estirpe más poderosamente carveriana. Aquí los extranjeros son los otros, los que vienen, y Pérez Vega vuelve a la geografía madrileña (Móstoles, referencia recurrente en varios de los relatos) y al mundo de los compañeros de piso y, en este caso, las mudanzas. Un relato sensacional, que destaca sin duda con mucha fuerza. En "Cazadores", que explora el recurso de las muñecas rusas (las historias dentro de historias dentro de historias), encontramos a unos treintañeros divorciados que buscan, según la frase hecha, rehacer sus vidas, al tiempo que indagan en el pasado el momento exacto en que su matrimonio se fue al traste, uno de esos momentos que tal vez pasan desapercibidos si no nos detenemos a pensar pero que redirigen nuestras vidas pese a que se presenten sin una especial trascendencia. De nuevo una historia bien trabajada, de estilo contenido y minucioso, en torno a personajes de a pie, gente "de la calle". Cierra el libro "Tetras de ojos rojos", donde encontramos a una madre que parece pasarse de frenada en su ímpetu por ordenar y encauzar la vida de sus hijos. Un texto llevado con oficio, como todos los de este libro, pero sin la chispa de otros, aunque la escena del desenlace me pareció muy buena.

En general, Koundara me parece un muy buen libro de relatos. En los que más talento se aprecia, para mi gusto y por orden de aparición: "Koundara", "La balada de Upton Park" y "Quitasol". Y el nivel medio es muy bueno. Espero que David Pérez Vega siga incursionando en este género. Algunos lo agradeceremos.


jueves, 17 de noviembre de 2016

Reseña de 13 CÉNTIMOS en El Escobillón

Sin identidad


“Me digo que no soy su padre. Ese pequeñajo se me está metiendo bajo el ala, me toca la fibra. No puedo dejar que eso suceda. He visto morir y desaparecer a demasiados chicos. No tiene sentido encariñarse. Luego se toma una sobredosis de sus estúpidas drogas y ¿entonces qué? Iría por allí llorando porque ese estúpido chiquillo que tiene casa se escapó para matarse con las drogas. No soy idiota, tío. Si quiere hacer cosas de mayores debo dejarle. Si quiere jugar con fuego, que lo haga.”
(13 céntimos, K. Sello Duikier. Traducción: Alicia Moreno Delgado. Colección África, Baile del Sol, 2016)
Si hay una novela publicada en español que este año esté llamada a convertirse en lectura de culto por necesaria y demoledora es 13 céntimos, del escritor sudafricano K. Sello Duikier y que presenta en su colección África la editorial independiente Baile del Sol, que hoy por hoy es una de las pocas, por no decir la única editorial española que se preocupa en dar a conocer las viejas y nuevas voces del continente, una literatura potentísima, variada en contenidos, fórmulas narrativas y estilos, y que afortunadamente aún no conoce el miedo de lo políticamente correcto.
El escritor de 13 céntimos, S. Sello Duikier fue una estrella literaria africana con apenas unas pocas novelas. Quienes le conocieron cuentan que la presión fue tal, que Sello Duikier acabó con su vida, una forma abrupta de poner fin a una carrera en la que se planteaban y plantean todavía temas tan características en las letras de ese continente como la identidad y la vida en el gueto, en las barriadas que rodean a las grandes ciudades.
Sobre identidad, una identidad en continúa transformación, y la vida en el gueto giran algunos de los contenidos de 13 céntimos, una novela de apenas un centenar de páginas que se hacen suficientes para adentrar al lector en la vida de Azure, un niño negro de trece años de edad al que la naturaleza le dio ojos azules y que se mueve en zona de guerra, las barriadas de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, un territorio de supervivientes en el que impera la ley del más fuerte.
Estructurada en dos partes, una primera tremendamente realista y en la que Azure deja de ser Azure para convertirse en Azul por el ordeno y mando de un jefe mafioso, y que se gana la vida ejerciendo la prostitución con blancos adinerados, el muchacho intenta superar las violaciones y los golpes y más golpes que recibe todos los días con toda clase de drogas que cae en sus manos.
Más que compensar para descompensar, la segunda mitad del libro abandona esta crudeza para explorar algo así como la comunión de Azure/Azul con la tierra, con su territorio y, sobre todo, con sus antepasados.
Se narra así un viaje alucinado hacia sí mismo, y que sumerge al protagonista en un universo que lo evade de una existencia brutal y dolorosa que, hasta ese momento, lo había convertido en narrador de una pesadilla que no tiene nada de literaria porque está ahí y marca la infancia de millones de niños que, como Azure/Azul, tienen que hacerse adultos demasiado pronto mientas se acostumbran a vivir rodeados de violencia.
No he leído este año un libro tan amargo pero también conmovedor como 13 céntimos. Un texto que despierta conciencias y que reclama la traducción (espero que más pronto que tarde) de la siguiente novela de su autor, K. Sello Duiker: The Quiet Violence of Dreams.
Mientras y sin fumar espero…
Saludos, quédense con este nombre: K. Sello Duiker,  desde este lado del ordenador.

http://www.elescobillon.com/2016/10/sin-identidad/

martes, 15 de noviembre de 2016

Reseña de REHACER EL ALIENTO de Ernesto Suárez en Tendencia21

Palabra respirable: 'Rehacer el aliento', de Ernesto Suárez

El poeta canario parte de la metáfora de la respiración para construir una lúcida poética del arte de la palabra y de la vida


Partiendo de la metáfora de la respiración, en el poemario “Rehacer el aliento” (Baile del Sol, 2016), el poeta canario Ernesto Suárez nos invita a participar en una auténtica experiencia renovadora del ser, a través del lenguaje. En este sentido, el libro aparece como una lúcida poética del arte de la palabra y del arte de la vida. Por Ricardo Hernández Bravo.



Palabra respirable: 'Rehacer el aliento', de Ernesto Suárez
El acto de respirar es la esencia de nuestro paso por el mundo. Resulta una función tan inherente a la condición de ser vivo que la ejercemos casi como un impulso reflejo. El aire entra en nuestros pulmones, pasa por sus sensibles ramificaciones sin apenas ser notado, como parte de una elemental mecánica de supervivencia. 

Solo cuando sentimos ahogo, cuando nos paraliza el embotamiento o la asfixia, retomamos la conciencia de este acto tan simple, encargado de sostener nuestra frágil  materia, de oxigenar el pulso que nos cose a la existencia. 

Partiendo de esta metáfora de la respiración,  en el poemario Rehacer el aliento (Baile del Sol, 2016), Ernesto Suárez (Tenerife, 1963) nos invita a participar en una auténtica experiencia renovadora del ser. El poeta nos plantea la necesidad de recuperar el sentido del respirar, no como mero movimiento orgánico, muscular, sino como acto consciente de apropiación del mundo, de intercambio de fluido que desarrolla el íntimo tejido vital, de ensanchamiento del ser al llenar sus cavidades más secretas. 

En ese insuflar consciente hacia lo hondo, desde lo hondo, de impregnarse de esencia a través de la palabra, conecta Ernesto con su concepción de la poesía como espacio de resistencia: lances del ser que vive/alzado/desde el brinco del respirar, afirma nuestro poeta. 

La respiración transfigurada, reconvertida en decidido ejercicio de alzamiento del ser frente a la pérdida, frente al desvaimiento de la memoria y los sentidos, frente a la extinción de la voz en el marasmo de la uniformidad. Respirar, resistir. El alcance significativo del prefijo re- despliega, desde el propio título, todo su poder de invocación: es preciso rehacernos, recomponer, reconstruir, recuperar, volver a ganar para la palabra toda su potencia, su capacidad regeneradora del ser y la experiencia del mundo. 

Arte de la palabra y de la vida 

En este sentido, el libro se me antoja una lúcida poética del arte de la palabra y del arte de la vida. A través de las imágenes de la respiración se nos van revelando las claves del sentido de la escritura y de nuestro encuentro-o reencuentro- con el ser abierto al mundo.  

Unas claves que en Ernesto Suárez provienen de una concepción del hecho literario, y también, en lo que se me alcanza,  de su experiencia vital, de una gran coherencia y que en este poemario alcanzan una madurez excepcional. La solidez de su propuesta literaria, patente en el conjunto de su obra y, especialmente, en sus dos libros mayores, Relato del cartógrafo y La casa transparente, cristaliza de un modo brillante en Rehacer el aliento

La conjunción entre su propuesta teórica, expresada en apuntes de poética como los recogidos en la antología Más que el mar, y su plasmación en cada una de las composiciones de esta nueva entrega, apenas deja fisuras: no hay ni una sola que no nos toque con el halo de revelación del verdadero hallazgo transformador. 

Son poemas que crecen en la lectura atenta, que se van expandiendo en el flujo de las sucesivas respiraciones para situarnos en temblorosa insuficiencia ante el sentido. Ante la necesidad, nunca ante la saciedad. Porque forma y esencia están siempre en Ernesto Suárez ligadas al sentido. En Rehacer el aliento, en cada uno de sus versos, hay una inquebrantable voluntad de forma hacia la transparencia que viene de lo oculto. 

En su camino hasta la esencia, Ernesto, en sintonía con la cita de Víctor Hugo «la forma es la esencia llevada a la superficie», combina la habitual condensación  de su verso, bajo la figura de poema breve, tenso, heridor, casi de inspiración oriental, (ardentía el silencio/ o tajamar), con poemas de aliento más amplio, fundados en la experiencia sensorial, en la memoria íntima o familiar, a través de cuyo marco espacio-temporal aflora, se transparenta, el aliento. 

Una forma precisa, nítida, ajustada a la perfección al trasvase entre el afuera y el adentro del que nace el hallazgo, la revelación del sentido. Una forma que se despoja de signos de puntuación y de mayúsculas iniciales -salvo en pocos poemas-, que juega con los espacios y silencios, con los finales abiertos, como si quisiera liberar de obstáculos el camino para la palabra en su trasiego oxigenador. Una forma henchida en la afirmación de las certezas, pero que abunda también en interrogantes al alongarse al encuentro de lo indeterminado pero posible.


Es necesario admirar el mundo 

Todo el libro transpira esencia a través de la forma. Y, por medio de ella, esa metáfora de la vida y de la palabra que encierran sus páginas se va materializando de manera progresiva a lo largo de las tres partes que estructuran el libro. 

En ese proceso de reconstrucción del aliento, ya desde los dos hermosos poemas de advertencia iniciales, los signos de la vida se nos revelan en su inalienable pujanza por dejar atrás la incertidumbre, el acaso nunca fuese y dar paso a un secreto renacerse que se convertirá en briosa voluntad vertebradora del libro. 

En la primera parte, Conjeturas, el mundo se torna anuncio, está ahí para nosotros, pero se nos presenta como posibilidad que hemos de aprehender. Para recibirlo, para llenarnos de su aliento, para descubrirnos en el vertiginoso fluir de la vida ante nuestros ojos, es preciso un estado especial de quietud, de  mudez, de abandono a la percepción. 

mudo entre tanto rumor/permanezca/si es el mundo y su anuncio 

Y, enseguida, tenemos la intuición de que ese encuentro con el ser, con la respiración verdadera-si realmente fuese, si tuviéramos el valor de abrirnos a ella, parece querer decirnos Ernesto- nace de la precariedad. El temblor, la carencia, la incertidumbre son la llave que conduce a nuestro centro. 

el aliento se nos desvela con el frío/pero el frío ahoga 
¿necesaria es la precariedad/para toda condición de milagro? 

Entre la necesidad de apertura y la conciencia de pérdida, en ese espacio de inestabilidad, alienta el mundo. De ahí la presencia constante del condicional, del subjuntivo, que nos transportan a un escenario de indeterminación en que irrealidad y probabilidad se confunden. 

si dios escuchara de ti/la sílaba precisa para tu primer aliento/si dios escuchara  
si la llave es entonces la pérdida/el hueco/si lo que falta hace las veces de cancela/y alcanza justo el centro de aquello que luce: 
si es invisible el/fruto (…) si todo es/entonces 

En ese territorio de la conjetura, de lo que oscila entre lo nunca realizado y el advenimiento aún posible, es en el que Ernesto Suárez nos sitúa para mostrarnos los resquicios por los que ha de entrar el aire renovador: esa especie de pliegue del tiempo por el que el misterio aflora un instante para cegarnos con su soplo de verdad, esa intuición de nuestro verdadero hálito atemporal, de que lo que es/ya fue su paso invisible. 

caminaba en la umbría sin saber 
qué pasos daba 
si avanzaba o volvía 

qué futuro correspondía a qué pasado 

cuál edad atravesaba las huellas 

  
Una vez desbrozado el terreno, dada la condición para ser inseminado, llega el momento de recuperar el asombro. Esa celebración del asombro es el motivo principal que recorre Los días, la segunda parte del libro.  “En su esencia la palabra humana no es posesión sino éxtasis ante la aparición” ha dicho Ernesto. Su poesía se abre aquí a los signos elementales de la vida, se entrega a ellos para impregnarse de su energía fecundante. Para “rehacer el aliento”, ahora es necesario ver las cosas, admirar el mundo. 

maravilla y asombro 
balanza inquieta del mundo 

abiertos sobre su vientre 
todos los nidos 


Exaltación de los dones de la vida en estos poemas de respiración íntima en la proximidad de la naturaleza y su ofrenda luminosa (este sol de tanta demasiada vida), en la fraternidad de los seres que conforman ese aliento común. Ernesto va desgranando aquí los dones de su mundo más personal: el de la memoria familiar, la infancia (la inocencia y su pérdida), el don del padre (que le dio el nombre limpio de la vida y en el que ahora, como en la lucidez que da la anticipación de la despedida, el poeta se mira para reafirmarse en ella), el de la madre (de cuyas manos una vez provino todo el pan…/la mansa harina del sol/su salpicadura: toda vida), la hija (en cuya protección se prolonga y trasciende), la mujer y sus amigas de siempre (su reencuentro regocijado a través de los años en la mirada de sus hijas), el don de los poetas con los que su voz confluye en la respiración compartida... 

Es como si Ernesto Suárez quisiera convocarlos a todos en un ceremonial jubiloso de acción de gracias, de ofrenda, de rendición de cuentas ante el milagro de la vida que nos insufla su halo reparador. Como si quisiera invitarnos a esa fiesta de la luz, a ese cántico de las criaturas que nos devuelve nuestro rostro vivificado. Como esos huéspedes a los que el viajero inmóvil de uno de los poemas acoge, y que dejan, al abandonar la casa, en cada habitación, una lámpara alumbrando

Esta convocatoria de celebración parece rebasar los límites del tiempo (y de la muerte). En esa suerte de temporalidad difusa, de bucle del tiempo en que las edades se superponen, queda abierta la puerta al misterio. Pareciera que los polos sobre los que gira el mundo se cruzaran causando admiración y desconcierto, dejando en la memoria una ambigua sensación de consumación en lo cíclico, de permanencia, de impronta imperecedera en todo lo que alienta. 

Camino de reconstrucción 

La maravilla encontrada en esas ventanas por las que el tiempo circula de atrás hacia delante y al revés hacia esedía del futuro que fue es un anticipo o prefiguración de la luz a que aspiramos. La luz hirviendo en el tajo de la palabra/el único reflejo posible de nuestro solo/ rostro verdadero. Fusión de vida y palabra, de palabra y mundo. Por eso, Rehacer el aliento es un libro vitalista a pesar de la presencia ineludible de la muerte. 

Por eso es preciso, como reclama el poeta, ante los ojos de la muerte limpiar la voz (…) porque la vida defiende la vida/y su semilla es siempre tránsito. Por eso no hay estaciones para adoptar la muerte. Por eso es necesario besar todas las bocas de la vida, en el aquí que inunda y apenas guarece

La sombra de la muerte queda diluida en esta exaltación vivificante, en la celebración del encuentro, en la aceptación de la despedida mientras aún permanecemos aquí, juntos, reunidos

Es solo tras este necesario recorrido por los días, en el que el poeta culmina su ejercicio de recuperación de  la capacidad de asombro, cuando comienza el verdadero viaje hacia la voz, hacia el ser en la palabra. 
Ahora que he regresado 
comienza el viaje
 
  
Dos únicos poemas configuran la última parte del libro: Raíz y Rehacer el aliento (título a su vez de esta sección y del propio poemario). Aquí Ernesto nos hace testigos de ese viaje hacia la palabra esencial, ese aliento al que se orienta la búsqueda del poeta. La palabra como raíz que debe brotar en lo oculto, en lo hondo, en la espesura. No en la fijeza, sino en lo aéreo, en lo volátil (mis pies son raíces que vuelan/lengua de aire es el idioma de mis pies). La palabra ateada como viva materia para apuntalar nuestro centro

En este camino de reconstrucción interior en la palabra, nos asaltan las voces de recibimiento, de reencuentro con el ser: bienvenido, bienhallado, te esperaba. Es una experiencia que emana de una conciencia preexistente. Llevo en mí el retorno, anuncia el poeta. Cada paso adelante nos reúne con lo que fue/cada huella nos anuncia el resplandor. Retorno al origen, al verbo primigenio al que pertenecemos, al ser antiguo que nos alumbra. Ese que renace en la aceptación tanto de lo que se mira/como de la forma de ver (…) En su justa detención del aire / en el necesitado silencio del respirar. 

Llegado a este punto, me atrevería a sugerir que, a través de las tres estancias de este libro, el lector parece realizar con Ernesto un recorrido paralelo, en cierto sentido, a las tres vías del proceso místico: preparación en la conciencia de la precariedad, iluminación, unión en la palabra. Solo que, quizá, en el caso de nuestro poeta, la iluminación que lo lleva a esa sabiduría oscura, secreta, no viene del despojamiento de toda relación con el mundo y sus criaturas, sino precisamente de su inmersión en él, de su fusión con ellas. 

En Rehacer el aliento, en definitiva, Ernesto Suárez, el poeta, sale al mundo. Lleva en los ojos su sed de forma, el verbo de su ser agazapado. Se adentra en la sombra, en el aire en vilo. Permanece al acecho, mudo en el rumor de lo innombrado. Mira la tierra con voluntad de haijin, del fotógrafo de instantes que viaja inmóvil, que recorre un dudoso camino sin camino hacia ese centro iluminado que lo guía desde lo hondo. Tantea los ribanzos, el suelo inestable donde ha de asentar su decir fluyente. Y, al afirmarse en él, en ese acto de resistencia, siente bajo sus pies, sobre su mano abierta, el agua ignota. Va leyendo sus pasos, reconociendo en el piso hollado, en las vidas que se cruzan sobre el espacio hendido, ese agujero del tiempo por el que asoma su rostro verdadero. 

A cada paso se hace y se deshace, se siente de vuelta hacia la casa transparente, esa casa escondida con luz al fondo. Se descubre en el hueco que somos, un hueco con pulmones que respira. En el aire retenido un instante, en el vaciamiento del aire espirado, halla el verdadero aliento, ese venido desde fuera para revelarnos, dentro, el verdadero ser. El poema como ejercicio de recuperación del ser, como conciencia y celebración del ser. El poema construido con la voz más simple: la respirable. Palabra respirable.    

Miércoles, 9 de Noviembre 2016

lunes, 14 de noviembre de 2016

Reseña de CÓMEME de Agnés Desarthe en Devoradora de Libros y en ConfidencialDelSur.com

Cómeme -­ Agnès Desarthe

Myriam, de unos cuarenta años, monta un restaurante en una zona tranquila de París, aunque llamarlo «restaurante» tal vez resulte demasiado generoso, dada su apariencia tosca, desaliñada, todavía por pulir. El local no es lo único que necesita reformas. Myriam lo bautiza como Mi Casa y, en efecto, se convierte en su hogar, su habitación propia, una extensión de sí misma que le permite realizarse y abrirse a los demás. Porque Myriam arrastra una profunda decepción, un error que trastornó su vida y la distanció de lo que más quería. Los últimos años llevó una vida errante, trabajando como cocinera en un circo. Ahora, mientras pone en marcha el restaurante, también trata de reactivarse a sí misma. Cómeme (2006), una novela de la escritora francesa Agnès Desarthe (París, 1966), relata en primera persona del presente el viaje emocional de la protagonista desde que inaugura el restaurante, si bien en momentos determinados retrocede al pasado para recordar lo que le ocurrió. Entre fogones, pues, Myriam habla de manjares, de clientes…, pero sobre todo de sí misma.
Cómeme, que toma su título de Alicia en el País de las Maravillas, tiene múltiples capas de lectura y, también inspirándose en la obra de Lewis Carroll, juega al equívoco y los dobles significados en su uso del lenguaje. El propio Cómeme alude a la comida, pero asimismo tiene connotaciones sexuales. Y ambos temas, la comida y el sexo, en cierto modo lo normativo y lo oculto, la cara amable y la cara furtiva del placer, están presentes en la novela. La primera frase revela igualmente su tono travieso: «¿Soy una mentirosa?», se pregunta Myriam. Ella misma se responde que sí y no. La verdad depende de cómo se cuenta… y Desarthe domina el arte de la persuasión. En una interpretación superficial, Cómeme puede leerse como una novela de personajes inadaptados que se conocen y traban amistad: la propia narradora, el camarero que la ayuda a mejorar el negocio, las dos adolescentes que comen en el local, etc. Al hablar de este tipo de libro, pienso en el best­seller de otra autora francesa, Juntos, nada más (2004), de Anna Gavalda. Con todo, hay que decir que el estilo de Desarthe es más denso; Gavalda, por su parte, trabaja la trama y el desarrollo de todos los personajes, no hace un libro­soliloquio como Desarthe
Más allá de esta primera lectura, hay un fondo más psicológico y perturbador. La mujer se expresa de forma divertida, punzante, aguda, pero de hecho esconde una honda amargura. Ese es el truco de Desarthe: narrar escenas distendidas, del día a día, intercalándolas con fragmentos melancólicos en los que deja fluir la conciencia. La tristeza como un sentimiento latente, nunca en primer plano. Los motivos del dolor de Myriam se van desvelando poco a poco en forma de flashbacks: estuvo casada, tuvo un hijo, pero ocurrió algo muy grave que la empujó a marcharse. Entonces se unió al circo. Desarthe retrata una cara controvertida de la maternidad, por un lado, y de la atracción sexual, por el otro. Myriam echa de menos lo que tenía antes; aun así, aquella vida tampoco era apacible. A esos problemas se les une el complejo que siempre ha arrastrado con respecto a su hermano, más exitoso que ella. Cómeme, en este sentido, es una novela introspectiva sobre una mujer que intenta salir a flote después de sentir que ha fracasado en todo; una novela que muestra cómo la sociedad puede convertirse en un entorno hostil para quien rompe sus normas no escritas.
Desarthe firma un texto muy francés, esto es, un libro que apenas tiene trama como tal, en el que toda la fuerza reside en la voz narrativa, su retórica, sus monólogos, sus cavilaciones. El estilo es rico, elaborado, de frases alambicadas, recargado; una voz muy «paladeada», por así decirlo, que funciona en pequeñas dosis, pero que no se integra bien en el conjunto. Ese es su problema: escribe con gracia, es ingeniosa, pero tiene dificultades para construir una novela. La obra se compone de fragmentos de pocas páginas, que abarcan desde asuntos cotidianos a recuerdos, pasando por meditaciones de temas como la filosofía o la literatura (porque, además, Myriam es una mujer culta) que a menudo están de más. Cada episodio breve, por sí solo, funciona, en el sentido de que tiene el estilo suficiente para despertar el interés. No obstante, al hilvanarlos se notan las costuras. Demasiadas divagaciones, demasiado lucimiento de prosa vacuo. Falta de cohesión. El resultado es una novela un tanto espesa; las pretensiones se comen ese libro corrosivo que podría haber sido.
http://www.devoradoradelibros.com/2016/11/comeme-agnes-desarthe.html
http://confidencialdelsur.com/2016/11/11/comeme-%C2%AD-agnes-desarthe/