viernes, 6 de septiembre de 2013

La inmortalidad del cangrejo, de Fernando J. López

La inmortalidad del cangrejo
Fernando J. López
Editorial Baile del Sol
Año 2013
186 páginas
12,00 €


Termino de leer La inmortalidad del cangrejo y la frase que se instala en mi mente es aquella de Georges Braque que decía eso de que «El arte es una herida hecha luz». No es un cuadro, es la última novela de Fernando J. López, pero la lectura de sus páginas produce el mismo efecto que la contemplación del lienzo que nos conmueve y que agita nuestro estado de reposo por el magistral trazo del pincel.
No me detendré a explicar la trayectoria del autor, ni sus virtudes narrativas, ni los datos de su biografía. Quien quiera saber quién es Fernando J. López que lo busque en Google, o en redes sociales, o en reseñas pasadas de este blog, o en el teatro Infanta Isabel de Madrid donde se representa ya la tercera temporada de su Cuando fuimos dos, o en el instituto madrileño donde imparte clases de Lengua y Literatura en Bachillerato… Esta vez seré breve. Sólo deseo contaros que leer esta novela, además de acelerar el pulso hasta la taquicardia y el amago de infarto, puede llegar a doler. Quizá debiera avisarse en la portada como se hacía antes en los telediarios (ya no hay nada que no hayamos visto, nada que pueda sorprendernos) cuando se advertía de que «las imágenes que van a ver a continuación pueden herir su sensibilidad»; y es que ante las páginas del cangrejo uno se derrumba al identificar como propios los escombros de la conciencia de Alfredo, Alfredito, la voz que en primera persona narra una historia que, al menos en su parte emocional, no nos resulta demasiado ajena.
«Es cómodo ver mis vicios en su piel, así no tengo que meterme en la mía». Eso pensaba Alfredo al presenciar las idas y venidas de su amigo Edu, ese que desaparece misteriosamente un día y se convierte para el protagonista en la excusa perfecta de una autobúsqueda inaplazable. Alfredo, de 23 años, con un trabajo basura, un novio a distancia (geográfica, cronológica y existencial), una familia a la que no soporta y los cimientos de unos sueños por construir, se mira en Edu mientras el lector (especialmente de mi generación) se descubre en él mismo, en esa conciencia narrativa que retransmite en directo la amenaza de un derrumbamiento personal, coetáneo al desplome de las Torres Gemelas en el fatídico e histórico 11­S que mató la posibilidad de que el nuevo siglo fuera menos absurdo que los anteriores. Hundimiento mundial y personal, real y metafórico, económico y moral. La novela trata el tema de la violencia en todas sus dimensiones: social, laboral, sexual, sentimental, económica, psicológica…, usando como detonante el 11­S, el símbolo vivo más terrible de nuestra propia decadencia.
El protagonista, Alfredo, un Fausto contemporáneo, desciende a los infiernos por el camino del ansia de sí mismo, del deseo de la posesión amorosa y del torbellino de violencia que envuelve al mundo y lo contagia todo, despertando adicciones, egoísmos y otras cobardías.
Los personajes de la novela se identifican con la actual generación de treintañeros que asistieron al hundimiento del sistema en el momento en que les tocaba alzar el vuelo; sus regodeos dolorosos quizá nos resulten familiares. Los hijos desheredados del siglo XXI somos las arpas de Bécquer que en una
esquina del salón, silenciosas y cubiertas de polvo, esperamos que nos llegue el turno de interpretar la partitura de la vida que compusimos (o creímos componer) durante años. Pero la personal banda sonora de la prole del nuevo milenio se duerme sobre las cuerdas sin esa mano de nieve que las arranque de una vez por todas. Leemos la historia de Alfredo y caemos en la cuenta de que somos ese instrumento maldito y abandonado, que en el pasado soñó con un futuro concierto ideal y que ahora despierta en una realidad precaria para seguir desafinándose día tras día, año tras año, sin ser tocado. Los actores de la obra nos muestran (como en un espejo enfrentado nuestro propio rostro) la toxicidad de actitudes como la autocompasión, la resignación y el estatismo vital ante un universo que parece destinado a no avanzar jamás.
Es inevitable leer la obra de Fernando J. López y no sentir la herida de la inmortalidad del cangrejo, el silencio del arpa becqueriano. La lectura de estas 186 páginas, oscuras en tono pero de lenguaje directo y ligero, nos asesta certeramente la cuchillada catártica (con 23 puñaladas exactas) que viene a rasgar el negro velo de nuestro horizonte sombrío para señalarnos en la herida un camino de luz, la voz poderosa que pronuncia el sanador «levántate y anda».

Ana Parrilla

http://menuparabibliofagos.blogspot.com.es/2013/09/la-inmortalidad-del-cangrejo-de.html?spref=fb

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