“- Y ya está bien de contarte historias por hoy. Ya sabes más de mi vida que yo mismo, me has hecho memorizar cosas de las que ni me acordaba. Pero te digo algo: tu manera de escuchar mis pasos por esta vida, la atención que has puesto, el interés que me has demostrado, me permite presagiar algo, y esta vez voy en serio, esta vez hablo como zahorí de profesión: algún día te harás escritor y terminarás por contar todo lo que has oído de mis labios.”
(El zahorí del Valbanera, Juan-Manuel García Ramos, colección Narrativa, Baile del Sol Ediciones)
Las dos últimas novelas de Juan Manuel García Ramos son ejercicios narrativos en los que el escritor solo quiere contar historias. Se pone fin así al cripticismo experimental que caracterizó muchos de los textos de la generación del 70. Parece que ahora García Ramos, como otros compañeros de aquel fenómeno literario, desea ampliar su círculo de lectores. Llegar a un público que además de reconocer literatura quiere entretenerse, emocionarse con la literatura.
Si en El guanche en Venecia se trataba de un texto que se acoplaba cómodamente y sin sonrojarse al género de la novela histórica, el escritor apuesta ahora con El zahorí del Valbanera por la memoria familiar y también la fábula en un texto desconcertante para los que hayan seguido la producción literaria de su autor.
En este sentido, El zahorí del Valbanera es un libro que entretiene y, lo que es mejor, contagia emociones. Una novela que parece escrita más con el corazón que con la cabeza, lo que a mi juicio maximiza el interés de una obra que en apenas un centenar de páginas hace conmover y, de alguna manera, reconciliarme con las raíces de la geografía que habito.
En su nueva novela, Juan Manuel García Ramos no camufla intenciones, y ya desde el principio avisa que se trata de un libro en el que quiere reivindicar la memoria de su abuelo, pero también de todos aquellos canarios que en algún momento de su vida se vieron obligados a marcharse de su tierra por necesidad.
Esta temática resulta inquietantemente actual con los tiempos siniestros que vivimos, aunque hay otras reflexiones que empapan las páginas de un libro que se lee de una sentada.
Por un lado, describe con vigor narrativo la conexión –debido a las circunstancias– que unió durante unos años de penuria los destinos de Canarias y Cuba. Y por otro, permite al escritor reflexionar sobre la atlanticidad, pieza maestra que forma parte del discurso en el que se apoya el imaginario de García Ramos.
El zahorí del Valbanera es además una novela cuidadosamente didáctica, en la que su autor repasa y subraya cómo afecta a sus protagonistas, en especial a José Aquilino Ramos, su abuelo materno, lo que significa ser testigos involuntarios de la Historia.
Un relato, el de la Historia, tan caprichosamente próximo al mito de Sísifo.
No abruma sin embargo el escritor con precisiones, obsesiva cronología de los hechos. No, Juan Manuel García Ramos no quiere resultar denso ni pedante. Muy al contrario, apuesta por la síntesis. En su novela lo que de verdad importa es la reivindicación de la memoria de un hombre que no lo tuvo fácil en la vida.
Un hombre bueno, que mantiene un diálogo con su nieto, el mismo escritor, mientras cuenta pedazos de una existencia entregada al trabajo en una tierra que no era la suya pero que terminó siendo algo así como suya tras su regreso a Valle de Guerra, localidad del nordeste de Tenerife con la que parece García Ramos quiere ajustar cuentas. Saldar una deuda histórica.
Como novela, El zahorí del Valbanera me parece así más sincera y menos pretensiosa que El guanche en Venecia. Lo que explica su grandeza. Quizá sea porque aquí ya no se trata de reivindicar nacionalismos extremos, recurriendo para ello a un mito más cercano al hombre de acero que a la realidad sino, precisamente, por narrar desde la distancia de un observador implicado la errática existencia de un canario de a pie. La de un hombre que se fue con lo puesto a otro lugar en el que tuviera la oportunidad de manifestar el concurso de sus modestos esfuerzos.
Tiene esta novela-memoria-fábula momentos que conmueven, y logra el escritor algo fundamental para todos aquellos que, como quien ahora les escribe, pide a una novela: que le entretenga y despierte emociones.
Ha logrado además que la leyera de un tirón. Sorprendido por el relato, por el cuadro que hace de un hombre que obedeciendo a su voluntad de presagio, salva su vida y la de sus tres amigos cuando el Valbanera, el barco que más tarde desaparecería en su trayecto hacia La Habana, hizo escala en Santiago de Cuba.
Sí se le puede reprochar a García Ramos una vez leída la novela que el lector exija más. Pero esto es así porque, al menos fue mi caso, José Aquilino Ramos pasó a formar parte de mi familia.
Ya he dicho que El zahorí del Valbanera despierta demasiadas emociones. También recuerdos de personas que han marcado mi existencia y que hoy, desafortunadamente, están ausentes.
Comparto así muchas de las emociones del autor, y agradezco su sereno equilibrio porque el libro nunca cae en lo cursi, en lo fácil. En explotar la lágrima ridícula.
Mencioné antes que está escrito en forma de un diálogo donde el abuelo materno narra su historia y en la que su nieto revela sus impresiones, la nostalgia ¿amarga? de recuperar una vida que hizo del trabajo su catecismo con el único objetivo de regresar a su tierra natal.
Concluyo, citando al autor de El zahorí del Valbanera:
“El nieto huye de idealizar a su abuelo, de convertirlo en una vida ejemplar, de aquellas que leía en los colorines de su primera infancia, pero no puede dejar de considerarlo una buena muestra de lo que fue la vida para muchos valleros de su época, abocados a salir de sus lugares natales a buscar el sustento y la dignidad negados por sus entornos de origen. La emigración siempre es una manera de negarnos a ser lo que otros quisieron que fuésemos. La emigración siempre es rebeldía, y esa actitud era la que el nieto admiraba en su abuelo cansado y vencido, arrepentido por no haber dado a su descendencia lo que él fue a buscar a América, una vida distinta, un mundo abierto, una alternativa a la condena dictada por lo alrededores del lugar de nacimiento.”
Saludos, he dicho, desde este lado del ordenador.
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