VIERNES 9 DE JULIO DE 2010
Contraluces, por Leoncio Robles
Editorial Baile del Sol. 126 páginas. Primera edición de 2009.
Paseando entre los anaqueles de la Casa del Libro de Gran Vía me encontré con el lomo azul y rojo de la editorial Baile del Sol en una de las estanterías y, al haberse convertido ésta en mi editorial, sentí curiosidad y tomé el libro. De pie leí el cuento más corto del volumen,Torero. En apenas dos páginas (de letra apretada, eso sí, como suelen ser las ediciones de Baile del Sol), el escritor peruano Leoncio Roblesperfilaba un personaje y también una voz narrativa adolescente, que era, esta última, la que posaba su mirada sobre ese torero soñador que en realidad trabajaba como acomodador de cine. Me pareció que en un espacio muy corto el autor conseguía retratar una sugerente porción de realidad.
Unas semanas después, el sábado 12 de junio, me encontraría con el autor en la caseta de Baile del Sol de la feria del Libro de Madrid. Yo pasaba de nuevo por allí para recoger al poeta, y ahora también novelista, Javier Cánaves, alojado en mi casa, que había venido de Mallorca a Madrid para firmar libros (o intentarlo) en la feria de Madrid. Ese día fue bastante lluvioso y la caseta de Baile del Sol, la 262, compartida con la editorial La Escalera se encontraba abarrotada. Con tres escritores de Baile del Sol, si no recuerdo mal, otro de La Escalera, y tres editores. Leoncio Robles se apoyaba en el quicio de la puerta, mirando hacia fuera, hacia la lluvia. Me pareció una mirada triste (una mirada que podría ser la de un personaje de sus historias, pensaría más tarde). Le dije que yo había leído uno de sus cuentos y que éramos compañeros de editorial. Intercambiamos libro.
Empecé a leer Contraluces el último domingo, descansando del calor y una caminata por la ciudad, en un bar del jamón, en una calle aledaña a la Gran Vía. Pronto me olvidé de la amenaza de los jamones colgados del techo y el primer relato, Se está haciendo tarde, me trasladó a los conflictos del campo peruano, a través de los ojos de un fotógrafo de ciudad. Me gustó la inteligente composición, la ordenación temporal de un relato sustentado por el ritmo narrativo y la sensación constante de amenaza. En 14 páginas Robles nos muestra un mundo primitivo, donde la mayoría de las cosas tienden a no funcionar o a estropearse, plagado de injusticias, y en el que el ciudadano de a pie no puede pedir ayuda a la policía o el ejército, normalmente una fuente de abusos. Me atrajo también de este cuento el lenguaje cuidado, poético, y la captación del detalle realista que da más entidad y presencia a lo narrado, como ese adolescente a caballo que aparece en la página 16 y que cabalga en paralelo al autobús en que viaja el protagonista con la intención de adelantarle, pero que se ve forzado a desistir.
Como ya he comentado alguna vez en este blog me gusta bastante el género del relato realista norteamericano. En este tipo de narrativa los personajes suelen estar retratados en el momento en el que van a descubrir alguna clave sobre su vida (momento epifánico) y cuyo máximo exponente sería Raymond Carver. En la nueva narrativa breve hispanoamericana ya hay autores que componen sus cuentos siguiendo esas directrices, que podríamos llamar del cuento norteamericano (aunque su origen seguramente se remonte al ruso Anton Chejov); estoy pensando en escritores como Roberto Bolaño o Juan Villoro. Una tendencia también seguida en España por autores como Jon Bilbao, por ejemplo.
Los cuentos de Leoncio Robles pertenecen a una tradición más puramente hispanoamericana, y que podría remontarse hastaHoracio Quiroga -aunque el trabajo de éste depende más de la pura narración anecdótica o de aventura-; pero sobre todoContraluces entronca con El llano en Llamas de Juan Rulfo. Libro, este último, cuya influencia benefactora gravita sobre el de Robles. Son cuentos -los de esta tendencia que he querido identificar- que basan su fuerza en la muestra de un breve momento en las vidas de sus personajes, y el lector siente el empuje de toda una realidad detrás, así como las condiciones de vida del entorno. No son epifánicos, porque los protagonistas no están descubriendo nada nuevo sobre sus vidas, seguramente abocadas a la repetición y a la insatisfacción.
Robles nos habla de personajes principalmente urbanos, aunque en algún relato abandona Lima y se desplaza hasta el campo o la sierra. Yo, hasta ahora, conocía la ciudad de Lima a través de la narrativa de Mario Vargas Llosa o la de Alfredo Bryce Echenique. La Lima de Leoncio Robles es más pobre y caótica que la mostrada por sus dos compatriotas, y me ha recordado a La Habana decadente y en ruinas que encontramos en los cuentos del cubano Pedro Juan Gutiérrez.
Leoncio Robles posa su mirada, en la mayoría de las ocasiones, sobre personajes solitarios y marginales: borrachos, mendigos, dueñas de negocios ruinosos, viejos que viven solos, niños carcomidos por la pobreza… “En esta tierra todo se había vuelto muy duro para la gente como ellos” (p. 103), “¿en qué lugar encontrarían refugio los dañados por la vida” (p. 109), escribe el autor, como una declaración de principios sobre sus intenciones narrativas.
En sus cuentos Robles nos refleja una porción de la vida de sus personajes y entre las junturas del relato se filtra la vida de unas calles de Lima. Tiende a usar un lenguaje poético para mostrarnos la suciedad y la pobreza, y en este contraste encontramos uno de los mayores logros del conjunto de cuentos. Usa para narrar la primera persona o la tercera, lo que no es nada extraordinario, pero a veces también la segunda, con la intención de transmitir la existencia de una especie de conciencia que dicta la actuación de sus personajes; como he leído en una entrevista en Internet al autor (para leerla pinchar aquí).
Ya he destacado el cuento Se me está haciendo tarde, me gustaría también resaltar el titulado Maratonista, donde un hombre malvive corriendo por las calles de Lima y pasando el platillo, pidiendo una ayuda para el maratonista; un cuento que me ha recordado bastante a los de Pedro Juan Gutiérrez. Destacaría el titulado Josefina (¿un homenaje a Josefina, la cantaora de Kafka?), donde una peluquera que regenta un pobre local se dedica a escribir lo que ella llama poesías con absoluto desconocimiento de cualquier referente. El tituladoCastillo, sobre la visión de las mujeres de un latin lover. Y el titulado Dalia, cuya desesperación ante la pobreza me ha recordado a algunos de los cuentos de Juan Rulfo.
Otros cuentos me han parecido menos conseguidos, como el titulado Ishaco, sobre la pobreza de un pueblo minero, vista a través de los ojos de un niño. Aquí la necesidad de hacer un relato de denuncia ha lastrado la fuerza de la historia, que acaba por caer en el sentimentalismo. Un cuento demasiado deudor del naturalismo conductivista que practicaron autores como Émile Zola; estoy pensando en su novela sobre mineros Germinal. (Lo terrible, también, es pensar que las condiciones de los mineros de Perú en la actualidad son muy parecidas a las de los mineros franceses en el siglo XIX.) Y me han gustado menos cuentos comoDía normal o Crónica de un domingo, donde se abandona la anécdota que sustentaba el cuerpo narrativo de los otros relatos y estos se basan casi exclusivamente en la posible fuerza del lenguaje poético.
En general ésta ha sido una interesante lectura, con un buen puñado de cuentos repletos de fuerza, poéticos, vitales…, que me han sorprendido gratamente y me han dado una visión del Perú diferente a la que tenía a través de otros escritores más cercanos a las clases medias o altas de este país.
Paseando entre los anaqueles de la Casa del Libro de Gran Vía me encontré con el lomo azul y rojo de la editorial Baile del Sol en una de las estanterías y, al haberse convertido ésta en mi editorial, sentí curiosidad y tomé el libro. De pie leí el cuento más corto del volumen,Torero. En apenas dos páginas (de letra apretada, eso sí, como suelen ser las ediciones de Baile del Sol), el escritor peruano Leoncio Roblesperfilaba un personaje y también una voz narrativa adolescente, que era, esta última, la que posaba su mirada sobre ese torero soñador que en realidad trabajaba como acomodador de cine. Me pareció que en un espacio muy corto el autor conseguía retratar una sugerente porción de realidad.
Unas semanas después, el sábado 12 de junio, me encontraría con el autor en la caseta de Baile del Sol de la feria del Libro de Madrid. Yo pasaba de nuevo por allí para recoger al poeta, y ahora también novelista, Javier Cánaves, alojado en mi casa, que había venido de Mallorca a Madrid para firmar libros (o intentarlo) en la feria de Madrid. Ese día fue bastante lluvioso y la caseta de Baile del Sol, la 262, compartida con la editorial La Escalera se encontraba abarrotada. Con tres escritores de Baile del Sol, si no recuerdo mal, otro de La Escalera, y tres editores. Leoncio Robles se apoyaba en el quicio de la puerta, mirando hacia fuera, hacia la lluvia. Me pareció una mirada triste (una mirada que podría ser la de un personaje de sus historias, pensaría más tarde). Le dije que yo había leído uno de sus cuentos y que éramos compañeros de editorial. Intercambiamos libro.
Empecé a leer Contraluces el último domingo, descansando del calor y una caminata por la ciudad, en un bar del jamón, en una calle aledaña a la Gran Vía. Pronto me olvidé de la amenaza de los jamones colgados del techo y el primer relato, Se está haciendo tarde, me trasladó a los conflictos del campo peruano, a través de los ojos de un fotógrafo de ciudad. Me gustó la inteligente composición, la ordenación temporal de un relato sustentado por el ritmo narrativo y la sensación constante de amenaza. En 14 páginas Robles nos muestra un mundo primitivo, donde la mayoría de las cosas tienden a no funcionar o a estropearse, plagado de injusticias, y en el que el ciudadano de a pie no puede pedir ayuda a la policía o el ejército, normalmente una fuente de abusos. Me atrajo también de este cuento el lenguaje cuidado, poético, y la captación del detalle realista que da más entidad y presencia a lo narrado, como ese adolescente a caballo que aparece en la página 16 y que cabalga en paralelo al autobús en que viaja el protagonista con la intención de adelantarle, pero que se ve forzado a desistir.
Como ya he comentado alguna vez en este blog me gusta bastante el género del relato realista norteamericano. En este tipo de narrativa los personajes suelen estar retratados en el momento en el que van a descubrir alguna clave sobre su vida (momento epifánico) y cuyo máximo exponente sería Raymond Carver. En la nueva narrativa breve hispanoamericana ya hay autores que componen sus cuentos siguiendo esas directrices, que podríamos llamar del cuento norteamericano (aunque su origen seguramente se remonte al ruso Anton Chejov); estoy pensando en escritores como Roberto Bolaño o Juan Villoro. Una tendencia también seguida en España por autores como Jon Bilbao, por ejemplo.
Los cuentos de Leoncio Robles pertenecen a una tradición más puramente hispanoamericana, y que podría remontarse hastaHoracio Quiroga -aunque el trabajo de éste depende más de la pura narración anecdótica o de aventura-; pero sobre todoContraluces entronca con El llano en Llamas de Juan Rulfo. Libro, este último, cuya influencia benefactora gravita sobre el de Robles. Son cuentos -los de esta tendencia que he querido identificar- que basan su fuerza en la muestra de un breve momento en las vidas de sus personajes, y el lector siente el empuje de toda una realidad detrás, así como las condiciones de vida del entorno. No son epifánicos, porque los protagonistas no están descubriendo nada nuevo sobre sus vidas, seguramente abocadas a la repetición y a la insatisfacción.
Robles nos habla de personajes principalmente urbanos, aunque en algún relato abandona Lima y se desplaza hasta el campo o la sierra. Yo, hasta ahora, conocía la ciudad de Lima a través de la narrativa de Mario Vargas Llosa o la de Alfredo Bryce Echenique. La Lima de Leoncio Robles es más pobre y caótica que la mostrada por sus dos compatriotas, y me ha recordado a La Habana decadente y en ruinas que encontramos en los cuentos del cubano Pedro Juan Gutiérrez.
Leoncio Robles posa su mirada, en la mayoría de las ocasiones, sobre personajes solitarios y marginales: borrachos, mendigos, dueñas de negocios ruinosos, viejos que viven solos, niños carcomidos por la pobreza… “En esta tierra todo se había vuelto muy duro para la gente como ellos” (p. 103), “¿en qué lugar encontrarían refugio los dañados por la vida” (p. 109), escribe el autor, como una declaración de principios sobre sus intenciones narrativas.
En sus cuentos Robles nos refleja una porción de la vida de sus personajes y entre las junturas del relato se filtra la vida de unas calles de Lima. Tiende a usar un lenguaje poético para mostrarnos la suciedad y la pobreza, y en este contraste encontramos uno de los mayores logros del conjunto de cuentos. Usa para narrar la primera persona o la tercera, lo que no es nada extraordinario, pero a veces también la segunda, con la intención de transmitir la existencia de una especie de conciencia que dicta la actuación de sus personajes; como he leído en una entrevista en Internet al autor (para leerla pinchar aquí).
Ya he destacado el cuento Se me está haciendo tarde, me gustaría también resaltar el titulado Maratonista, donde un hombre malvive corriendo por las calles de Lima y pasando el platillo, pidiendo una ayuda para el maratonista; un cuento que me ha recordado bastante a los de Pedro Juan Gutiérrez. Destacaría el titulado Josefina (¿un homenaje a Josefina, la cantaora de Kafka?), donde una peluquera que regenta un pobre local se dedica a escribir lo que ella llama poesías con absoluto desconocimiento de cualquier referente. El tituladoCastillo, sobre la visión de las mujeres de un latin lover. Y el titulado Dalia, cuya desesperación ante la pobreza me ha recordado a algunos de los cuentos de Juan Rulfo.
Otros cuentos me han parecido menos conseguidos, como el titulado Ishaco, sobre la pobreza de un pueblo minero, vista a través de los ojos de un niño. Aquí la necesidad de hacer un relato de denuncia ha lastrado la fuerza de la historia, que acaba por caer en el sentimentalismo. Un cuento demasiado deudor del naturalismo conductivista que practicaron autores como Émile Zola; estoy pensando en su novela sobre mineros Germinal. (Lo terrible, también, es pensar que las condiciones de los mineros de Perú en la actualidad son muy parecidas a las de los mineros franceses en el siglo XIX.) Y me han gustado menos cuentos comoDía normal o Crónica de un domingo, donde se abandona la anécdota que sustentaba el cuerpo narrativo de los otros relatos y estos se basan casi exclusivamente en la posible fuerza del lenguaje poético.
En general ésta ha sido una interesante lectura, con un buen puñado de cuentos repletos de fuerza, poéticos, vitales…, que me han sorprendido gratamente y me han dado una visión del Perú diferente a la que tenía a través de otros escritores más cercanos a las clases medias o altas de este país.
DOMINGO 6 DE JUNIO DE 2010
Alfabeto de cicatrices, por Ana Pérez Cañamares
Editorial Baile del Sol. 110 páginas. Primera edición de 2010.
De la poeta Pérez Cañamares había leído en 2008 su anterior poemario,La alambrada de mi boca, un primer libro que se vertebraba en torno a tres temas principales: la relación de la autora con su madre y su hija, la relación con su pareja, y la relación consigo misma enfrentada a un entorno ante el que siente que no le queda más remedio que tomar el camino de la resistencia.
En Alfabeto de cicatrices, Pérez Cañamares retoma los temas de su anterior poemario, pero se pueden percibir algunas diferencias de tonos y enfoques.
Si en La alambrada de mi boca la mayoría de los poemas eran extensos (casi siempre por encima de una página) y el tono muy directo y narrativo, transmitiendo al lector un impacto inmediato y contundente, en Alfabeto de cicatrices el tono se torna más sosegado, aunque no por ello menos reivindicativo frente a una realidad que no acaba de agradar a la poeta y ante la que de nuevo debe tomar una actitud resistente. Así, por ejemplo, leemos en la página 55: “Pelear no estaba escrito / en mi carácter / -ese guión escrito por otros. // Estas patadas al aire / que llevo dando toda la vida / sólo pretendían desprender / las etiquetas pegadas a las suelas del zapato. // Ahora que lo necesito / tengo al menos / aprendido el gesto.”
En Alfabeto de cicatrices, a diferencia de en La alambrada de mi boca, el poder sugestivo de la metáfora acaba tomando el cuerpo principal de muchos poemas, dotando a los versos de una realidad simbólica, que hace ganar profundidad y belleza a la obra de Pérez Cañamares. Esto se puede observar en poemas como el titulado Al aire, página 63: “Amo tanto mi intimidad / que la arranco de cuajo / y la muestro / la muestro / aun sabiendo que sus raíces / como peces que bucean en el lodo / no aguantarán mucho al aire // si no recuerdo a tiempo / que sólo la alimenta / el aire envenenado de mis galerías / tendré que darle un buen entierro / buscarle plañideras / entre nuestros conocidos // así que la tapo y la guardo deprisa / sin tiempo de mecerla / antes de hundirla en mi vientre // en un parto sin sorpresas / ni alegrías / aquel en que te pares a ti mismo.”
La vida cotidiana y urbana (metros, autobuses, vecindarios, ascensores que conducen a la oficina…) siguen siendo el soporte físico de la geografía poética de Pérez Cañamares, pero enAlfabeto de cicatrices me ha parecido observar una influencia de la poesía oriental más contemplativa y deudora de la naturaleza; y es en esta mezcla de temas antiguos y nuevos donde considero que el poemario alcanza sus mayores logros. Dentro de esta tendencia destacaría el poema Los árboles, en la página 23, uno de mis favoritos del conjunto y que transcribo aquí:
LOS ÁRBOLES
Somos inocentes, gritan los pinos
Adam Zagajewski
El autobús que nos lleva al metro
pasa en su trayecto por un parque.
A cada lado de la carretera
nos escolta una fila de árboles
que cada día asisten a la misma escena:
mi hija desayunando las galletas
yo viendo con la misma tristeza
cómo mi hija desayuna
frente a extraños, en un autobús.
Giro la cabeza y ahí están,
los árboles. Tristes y dignos
como profesores prejubilados
que han de callarse lo que saben.
No conozco sus nombres
ni cómo se llaman los viajeros
con los que coincido cada día.
Sólo sé que los árboles
con su tronco negro por el humo
me están susurrando:
nuestro sitio no es éste.
La poesía de Pérez Cañamares está creciendo, y cada vez se acerca más, desde una perspectiva propia, al trabajo, a la vez íntimo y reivindicativo, de artistas como Sharon Olds; poeta a la que Ana admira. Creo que a diferencia de lo que Pérez Cañamares afirma en un verso de la página 92 de este libro donde escribe que “Ahora el hueco es otra cosa. / Es un vacío conquistado”, su “hueco” se está llenado de hondura y verdad poética.
De la poeta Pérez Cañamares había leído en 2008 su anterior poemario,La alambrada de mi boca, un primer libro que se vertebraba en torno a tres temas principales: la relación de la autora con su madre y su hija, la relación con su pareja, y la relación consigo misma enfrentada a un entorno ante el que siente que no le queda más remedio que tomar el camino de la resistencia.
En Alfabeto de cicatrices, Pérez Cañamares retoma los temas de su anterior poemario, pero se pueden percibir algunas diferencias de tonos y enfoques.
Si en La alambrada de mi boca la mayoría de los poemas eran extensos (casi siempre por encima de una página) y el tono muy directo y narrativo, transmitiendo al lector un impacto inmediato y contundente, en Alfabeto de cicatrices el tono se torna más sosegado, aunque no por ello menos reivindicativo frente a una realidad que no acaba de agradar a la poeta y ante la que de nuevo debe tomar una actitud resistente. Así, por ejemplo, leemos en la página 55: “Pelear no estaba escrito / en mi carácter / -ese guión escrito por otros. // Estas patadas al aire / que llevo dando toda la vida / sólo pretendían desprender / las etiquetas pegadas a las suelas del zapato. // Ahora que lo necesito / tengo al menos / aprendido el gesto.”
En Alfabeto de cicatrices, a diferencia de en La alambrada de mi boca, el poder sugestivo de la metáfora acaba tomando el cuerpo principal de muchos poemas, dotando a los versos de una realidad simbólica, que hace ganar profundidad y belleza a la obra de Pérez Cañamares. Esto se puede observar en poemas como el titulado Al aire, página 63: “Amo tanto mi intimidad / que la arranco de cuajo / y la muestro / la muestro / aun sabiendo que sus raíces / como peces que bucean en el lodo / no aguantarán mucho al aire // si no recuerdo a tiempo / que sólo la alimenta / el aire envenenado de mis galerías / tendré que darle un buen entierro / buscarle plañideras / entre nuestros conocidos // así que la tapo y la guardo deprisa / sin tiempo de mecerla / antes de hundirla en mi vientre // en un parto sin sorpresas / ni alegrías / aquel en que te pares a ti mismo.”
La vida cotidiana y urbana (metros, autobuses, vecindarios, ascensores que conducen a la oficina…) siguen siendo el soporte físico de la geografía poética de Pérez Cañamares, pero enAlfabeto de cicatrices me ha parecido observar una influencia de la poesía oriental más contemplativa y deudora de la naturaleza; y es en esta mezcla de temas antiguos y nuevos donde considero que el poemario alcanza sus mayores logros. Dentro de esta tendencia destacaría el poema Los árboles, en la página 23, uno de mis favoritos del conjunto y que transcribo aquí:
LOS ÁRBOLES
Somos inocentes, gritan los pinos
Adam Zagajewski
El autobús que nos lleva al metro
pasa en su trayecto por un parque.
A cada lado de la carretera
nos escolta una fila de árboles
que cada día asisten a la misma escena:
mi hija desayunando las galletas
yo viendo con la misma tristeza
cómo mi hija desayuna
frente a extraños, en un autobús.
Giro la cabeza y ahí están,
los árboles. Tristes y dignos
como profesores prejubilados
que han de callarse lo que saben.
No conozco sus nombres
ni cómo se llaman los viajeros
con los que coincido cada día.
Sólo sé que los árboles
con su tronco negro por el humo
me están susurrando:
nuestro sitio no es éste.
La poesía de Pérez Cañamares está creciendo, y cada vez se acerca más, desde una perspectiva propia, al trabajo, a la vez íntimo y reivindicativo, de artistas como Sharon Olds; poeta a la que Ana admira. Creo que a diferencia de lo que Pérez Cañamares afirma en un verso de la página 92 de este libro donde escribe que “Ahora el hueco es otra cosa. / Es un vacío conquistado”, su “hueco” se está llenado de hondura y verdad poética.
VIERNES 11 DE DICIEMBRE DE 2009
La historia que no pude o no supe escribir, por Javier Cánaves
Editorial Baile del Sol. 79 páginas.
De Javier Cánaves había leído los libros de poemas Al fin has conseguido que odie el blues (premio de poesía Hiperión, 2003. Editorial Hiperión) y El peso de los puentes(Premio Ciudad de Palma Rubén Darío, 2005. Editorial DVD), y he leído ahora La historia que no pude o no supe escribir, libro con el que se estrena (al menos de forma pública) en la narrativa.
Cito los libros de poesía porque me parecen muy significativos a la hora de entender la narrativa de Cánaves. Leyendo su novela breve, de apenas 80 páginas, los cortos capítulos me remitían continuamente a su mundo poético, y sobre todo a Al fin has conseguido que odie el blues, donde los temas propuestos más relevantes serían el estudio de las relaciones de pareja, su entusiasmo, su incomprensión, su tedio… y a partir de estos supuestos de partida Cánaves monta La historia que no pude o no supe escribir.
En esta novela nos encontramos a un narrador sin nombre, aunque hacia el final del relato se hará llamar C, y que frisa la media edad (a punto de cumplir treinta y cuatro años, nos dice) que se ha propuesto escribir en el ordenador, en una sola noche, la historia que se inició ocho años antes en las Islas Canarias (principalmente en Fuerteventura) y que le obsesiona desde entonces. Una historia, como en los poemas de Cánaves (los poemas de C), de amor, desamor, desencuentros y extravío, con algún misterio añadido.
El narrador dejó entonces la comodidad de su casa para vivir algo que se saliese de lo cotidiano. Deseaba ser escritor, nos enteraremos, y quería experiencias; se define como un Bandini (el protagonista con aspiraciones de escritor de las novelas de John Fante) de clase media. “Había estudiado derecho contra mi voluntad, para satisfacer a mis padres. Había sido un buen hijo, un novio modélico (o eso me gustaba pensar), y era el momento de cobrárselo todo”, nos dice en la página 12. Y esta será una historia de juventud, o del fin de la juventud.
En Fuerteventura conocerá a Alicia. “Estas mujeres que nos parecen diferentes a las demás suelen ser las más peligrosas, las que nos cambian la vida y casi nunca para bien.”, página 17. No mucho después ella desaparecerá, tras haber sembrado la incertidumbre vital en el narrador a través de sus frases enigmáticas y de la intuición de una historia dolorosa, inconclusa, en la ciudad de Cardiff.
El narrador, años más tarde, iniciará su búsqueda; y de esta búsqueda, junto a la descripción de los días que vivieron juntos en Fuerteventura, se nutre el relato que pretende escribir en una sola noche.
La novela se inicia con una cita de Juan Carlos Onetti, escritor que, como se puede percibir curioseando en el blog de Javier Cánaves (“Tu cita de los martes”), éste admira, y su influencia queda latente en la construcción cadenciosa de la frase y en el gusto por la adjetivación poética.
Otra influencia que he percibido en el texto es la del escritor chileno Roberto Bolaño -también un narrador procedente del mundo de la poesía-, de los más admirados y leídos por la nueva generación de escritores tanto en España como en Hispanoamérica.
Cito de la página 42: “Un modo elegante, pienso de estar junto al abismo, ese abismo de todos los que escriben y empiezan a sospechar que nunca llegarán a ser lo que soñaron.
Me imagino a Roberto con un maletín de piel marrón caminando por una ciudad infinita y deshabitada”
En Los detectives salvajes de Roberto Bolaño aparece un personaje escritor que echa de menos una cartera de cuero con la que viajaba antes de ser famoso. Este párrafo acerca de un aspirante a escritor llamado Roberto parece un homenaje directo a Bolaño; cuyos personajes, por cierto, también suelen moverse al borde del abismo, y, como en la novela de Cánaves, evocan su juventud perdida; o sus sueños nocturnos se insertan en el cuerpo del relato como un capítulo más, desasosegante, alucinatorio…
En resumen, una novela corta sobre el fin de los sueños de juventud que se lee de un tirón, escrita con un cuidado lenguaje poético, y que hace albergar serias esperanzas sobre el futuro como novelista de J. Cánaves cuando se enfrente a empeños de envergadura más extensa.
De Javier Cánaves había leído los libros de poemas Al fin has conseguido que odie el blues (premio de poesía Hiperión, 2003. Editorial Hiperión) y El peso de los puentes(Premio Ciudad de Palma Rubén Darío, 2005. Editorial DVD), y he leído ahora La historia que no pude o no supe escribir, libro con el que se estrena (al menos de forma pública) en la narrativa.
Cito los libros de poesía porque me parecen muy significativos a la hora de entender la narrativa de Cánaves. Leyendo su novela breve, de apenas 80 páginas, los cortos capítulos me remitían continuamente a su mundo poético, y sobre todo a Al fin has conseguido que odie el blues, donde los temas propuestos más relevantes serían el estudio de las relaciones de pareja, su entusiasmo, su incomprensión, su tedio… y a partir de estos supuestos de partida Cánaves monta La historia que no pude o no supe escribir.
En esta novela nos encontramos a un narrador sin nombre, aunque hacia el final del relato se hará llamar C, y que frisa la media edad (a punto de cumplir treinta y cuatro años, nos dice) que se ha propuesto escribir en el ordenador, en una sola noche, la historia que se inició ocho años antes en las Islas Canarias (principalmente en Fuerteventura) y que le obsesiona desde entonces. Una historia, como en los poemas de Cánaves (los poemas de C), de amor, desamor, desencuentros y extravío, con algún misterio añadido.
El narrador dejó entonces la comodidad de su casa para vivir algo que se saliese de lo cotidiano. Deseaba ser escritor, nos enteraremos, y quería experiencias; se define como un Bandini (el protagonista con aspiraciones de escritor de las novelas de John Fante) de clase media. “Había estudiado derecho contra mi voluntad, para satisfacer a mis padres. Había sido un buen hijo, un novio modélico (o eso me gustaba pensar), y era el momento de cobrárselo todo”, nos dice en la página 12. Y esta será una historia de juventud, o del fin de la juventud.
En Fuerteventura conocerá a Alicia. “Estas mujeres que nos parecen diferentes a las demás suelen ser las más peligrosas, las que nos cambian la vida y casi nunca para bien.”, página 17. No mucho después ella desaparecerá, tras haber sembrado la incertidumbre vital en el narrador a través de sus frases enigmáticas y de la intuición de una historia dolorosa, inconclusa, en la ciudad de Cardiff.
El narrador, años más tarde, iniciará su búsqueda; y de esta búsqueda, junto a la descripción de los días que vivieron juntos en Fuerteventura, se nutre el relato que pretende escribir en una sola noche.
La novela se inicia con una cita de Juan Carlos Onetti, escritor que, como se puede percibir curioseando en el blog de Javier Cánaves (“Tu cita de los martes”), éste admira, y su influencia queda latente en la construcción cadenciosa de la frase y en el gusto por la adjetivación poética.
Otra influencia que he percibido en el texto es la del escritor chileno Roberto Bolaño -también un narrador procedente del mundo de la poesía-, de los más admirados y leídos por la nueva generación de escritores tanto en España como en Hispanoamérica.
Cito de la página 42: “Un modo elegante, pienso de estar junto al abismo, ese abismo de todos los que escriben y empiezan a sospechar que nunca llegarán a ser lo que soñaron.
Me imagino a Roberto con un maletín de piel marrón caminando por una ciudad infinita y deshabitada”
En Los detectives salvajes de Roberto Bolaño aparece un personaje escritor que echa de menos una cartera de cuero con la que viajaba antes de ser famoso. Este párrafo acerca de un aspirante a escritor llamado Roberto parece un homenaje directo a Bolaño; cuyos personajes, por cierto, también suelen moverse al borde del abismo, y, como en la novela de Cánaves, evocan su juventud perdida; o sus sueños nocturnos se insertan en el cuerpo del relato como un capítulo más, desasosegante, alucinatorio…
En resumen, una novela corta sobre el fin de los sueños de juventud que se lee de un tirón, escrita con un cuidado lenguaje poético, y que hace albergar serias esperanzas sobre el futuro como novelista de J. Cánaves cuando se enfrente a empeños de envergadura más extensa.
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