Poemas del libro "Umbrales del naufragio" (Baile del Sol, 2010), del poeta argentino residente en Valencia, Arturo Borra, acompañados por fragmentos de la correspondencia entre Yaiza Martínez y el autor del poemario, en los que se habla de lenguaje poético y exilios.
CEGUERA
No es que las cosas sean transparentes
y la mirada enturbiara lo que reposa
en su espera.
La ceguera es anatomía de la mirada
y sin embargo
hay resquicios de luz que no sucumben
en trayectos de lo imperceptible.
Se mira desde el fragmento; se ensaya
en la penumbra.
*
SUPERVIVENCIA
Sobrevivir al frío;
sobrellevarlo, entibiar rincones
entumecidos con el recuerdo de tarde
al fin entregada al sol, cuando
alguien trae una infancia de la mano
que regresa
cuando todos se han ido.
*
LO INHÓSPITO
Inhóspitas las fiestas
indiferentes que no comprendieron
esta grieta cuerpo arriba/
el insólito incendio sin nadie
que lo apague/ todos
quemándonos en la pira de lo
deshabitado.
Inhóspitas las galerías que exhiben
los despojos/ esta herencia del hambre/
inhóspitas las multitudes
en su amnesia y su vértigo.
Inhóspito este nosotros de suma
cero.
Arturo Borra se licenció en Argentina en la carrera de comunicación social (UNER) y en la actualidad está realizando un doctorado en estudios interdisciplinarios de la comunicación en la Universidad de Valencia. Ha participado en las antologías poéticas "Aldaba" (2003), "Cuadernos Caudales de Poesía (2007) y "Los centros de la calle" (2008). Es autor de los poemarios "La vigilia del deseo" (1998), "La sombra del mediodía" (2001), "Esplendores vulnerados" (2004) y "Figuras de la asfixia" (2007), así como de la prosa poética "Anotaciones al margen" (2005), la plaquette "Cielo partido" (2009) y el libro de cuentos "La reinvención del mundo" (2008). Colabora regularmente con publicaciones literarias y comucacionales en revistas de Argentina, México y España. Más información en su blog.
No es que las cosas sean transparentes
y la mirada enturbiara lo que reposa
en su espera.
La ceguera es anatomía de la mirada
y sin embargo
hay resquicios de luz que no sucumben
en trayectos de lo imperceptible.
Se mira desde el fragmento; se ensaya
en la penumbra.
*
SUPERVIVENCIA
Sobrevivir al frío;
sobrellevarlo, entibiar rincones
entumecidos con el recuerdo de tarde
al fin entregada al sol, cuando
alguien trae una infancia de la mano
que regresa
cuando todos se han ido.
*
LO INHÓSPITO
Inhóspitas las fiestas
indiferentes que no comprendieron
esta grieta cuerpo arriba/
el insólito incendio sin nadie
que lo apague/ todos
quemándonos en la pira de lo
deshabitado.
Inhóspitas las galerías que exhiben
los despojos/ esta herencia del hambre/
inhóspitas las multitudes
en su amnesia y su vértigo.
Inhóspito este nosotros de suma
cero.
Arturo Borra se licenció en Argentina en la carrera de comunicación social (UNER) y en la actualidad está realizando un doctorado en estudios interdisciplinarios de la comunicación en la Universidad de Valencia. Ha participado en las antologías poéticas "Aldaba" (2003), "Cuadernos Caudales de Poesía (2007) y "Los centros de la calle" (2008). Es autor de los poemarios "La vigilia del deseo" (1998), "La sombra del mediodía" (2001), "Esplendores vulnerados" (2004) y "Figuras de la asfixia" (2007), así como de la prosa poética "Anotaciones al margen" (2005), la plaquette "Cielo partido" (2009) y el libro de cuentos "La reinvención del mundo" (2008). Colabora regularmente con publicaciones literarias y comucacionales en revistas de Argentina, México y España. Más información en su blog.
CORRESPONDENCIA (fragmentos)
31 de octubre, 2010
Querido Arturo,
El placer de la lectura de Umbrales del naufragio (Baile del Sol, 2010) ha surgido, en mi caso, a partir de la fluidez de tus versos y, también, de su humanidad, de un venir hasta lo cotidiano para desenrollarlo y plasmarlo utilizando el lenguaje poético.
Tu libro presenta una coherencia intrínseca, en lo semántico, que también me ha llenado, y que va desde el título hasta el final del poemario. Creo que esta coherencia le aporta a la obra el valor de un “todo” definido, que puede leerse desde cualquier lugar, y en el que cada una de las partes enriquece al resto de las partes.
De "Umbrales del naufragio" me ha interesado, asimismo, su valor metalingüístico, que se refleja en las permanentes e intrínsecas preguntas al lenguaje sobre su validez y su “utilidad” para hacer más llevadero este viaje, en el que los naufragios son tan constantes. Me ha llamado la atención, en este aspecto, la amargura que reflejan tus versos, tan relacionada con el sentimiento de lejanía de las raíces, de exilio.
El tipo de poesía que practicas me ha recordado a los versos de un poeta argentino llamado Juan L. Ortiz, en su fluidez y sencillez aparentes. También, en este sentido, a Tagore. Es en esta fluidez donde se desarrolla un ritmo “dulce” que contrasta, sin embargo, con la temática dura de los versos. En este sentido, me han llegado más los poemas breves, en los que la palabra cobra mayor fuerza y suena más nítida en medio de ese fluido, que otros poemas más largos, aunque en algunos de ellos los versos repetitivos o repetidos me han parecido una buena manera de mantener la tensión poética.
Me parece que hay en el libro imágenes muy potentes de mucho contenido lírico, poemas redondos, un claro afán de búsqueda y una constatada indagación en el lenguaje que hacen de él un poemario, de un alto nivel.
La palabra “umbrales” del título se ha convertido para mí en una puerta de entrada, una estructura de conexión atemporal con la cosmovisión del poemario, una posibilidad de acercamiento a la perspectiva del autor, con la que en buena parte empatizo, aunque tal vez yo sea algo más optimista (o crédula).
Yaiza Martínez.
*
2 de noviembre, 2010
Querida Yaiza,
Para mí la poesía siempre excedió el registro propiamente literario. No voy a caer en el tópico de que "poesía no es literatura" (uno de los enunciados literarios más frecuentes que he escuchado). Sólo enfatizar que para mí nunco estuvo escindida de la vida, que lo poético nació menos como un arte o un oficio que como una necesidad vital. Y quizás por eso el derrame sobre lo cotidiano. Ahí el lenguaje no puede reducirse a su valor instrumental: es una dimensión irreductible y constitutiva de la experiencia.
Quizás suene algo abstracto lo que digo, pero puestos a reflexionar sobre el lenguaje, no tengo dudas que éste no es separable de la práctica humana, sino una parte fundante de la misma. No hay práctica social que no implique alguna forma de comunicación en la que el lenguaje verbal tiene una función significativa. Como sujetos del lenguaje, no podemos eludirnos de esa producción de sentidos. Eso no significa que uno vaya a confiar de forma ingenua en el valor de las palabras. También uno termina sospechando el lenguaje, desconfiando de sus inercias, sus automatismos y la grandilocuencia que habitualmente adquieren algunos de sus términos, especialmente cuando se trata del "lenguaje poético" (que no es uno y estalla por todas partes). Al final, uno aprende que los lenguajes usados están cargados de silencios y omisiones. De ahí, esa necesidad de reflexionar sobre nuestro trabajo poético, no sólo a nivel formal sino también a nivel semántico, para que los signos estallen, se sacudan sus cegueras, aprendan otra vez a jugar y puedan reinventarse para expandir nuestro horizonte vital... (como ocurre con la poesía de Bustriazo, por ejemplo, que he colgado en mi blog hace unos días).
Y si naufragamos a varios niveles, ¿cómo podría quedar indemne el lenguaje? Indefectiblemente las huellas de ese naufragio tienen que aparecer ahí, ser discurso interrumpido o, al menos, fracturado. Es cierto que hay amargura, pero para mí el naufragio no es puramente negativo. Casi que me animaría a sostener que es necesario naufragar... En la experiencia del hundimiento aprendemos a ser en nuestra condición vulnerable. Hay dolor, es cierto, pero al naufragar, ya no presumimos ninguna omnipotencia ni autosuficiencia. Muchos necesitarían naufragar para salirse de la posición de "amo", de señor de la naturaleza y de los demás. Al naufragar asumimos nuestra insuficiencia y es ahí cuando podemos tender mejor puentes hacia los otros que nos constituyen. Esos puentes se tienden mejor, con los brazos abiertos, cuando sabemos de nuestro exilio, no importa si interno o externo, pero exilio al fin. En esa posición no queda lugar para la destrucción del otro ni para arrogarnos ninguna superioridad... Al contrario, hundirse es aprender a amar. Ý en la lejanía, lo que nos queda es la interpelación a través del lenguaje, el llamado a los otros. No es que vaya a salvarnos, pero ahí se abre una promesa (y por eso, ni vos ni yo, abandonamos esa interpelación. No sólo no podemos; tampoco nos resultaría deseable).
En ese discurso exiliado viven muchos poetas. Mencionás al cercano Juan L. Ortiz o al más lejano Tagore. Son referencias que me sorprenden, pero me agradan. No descarto que en el lecho en el que se gestaron estos poemas estuvieran actuando. Especialmente a Ortiz lo tengo muy presente. En cualquier caso, es cierto que los poemas extensos siempre corren el riesgo de perder en tensión poética, en condensación, en fuerza. Asumo que no escapo a ese riesgo y el único "justificativo" (que no justifica nada) que uno encuentra es que no supo decirlo de un modo más abreviado... ;-)
En fin Yaiza, mil gracias por hundirte así en estos umbrales. Al fin y al cabo, también en tu poesía hay agua... y si la hay es porque el hundimiento está ahí. Como te decía, mi perspectiva no es especialmente pesimista o, si lo es, no niega vestigios de esperanza. Optimismo y pesimismo son estados de ánimo cambiantes; por mi parte, se enlazan contradictoria e inestablemente. Poemas como "Certezas" ahondan en esa promesa. Pero también otros poemas insisten en interpretar el naufragio como condición para reinventarnos sin tantas púas...
Arturo Borra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario