La dimensión transnacional de la crítica en la narrativa de Jorge Majfud
elmercuriodigital.- diciembre 21, 2021Nina Pluta (Prof. Dr. Nina Podleszańska)
Uniwersytet Pedagogiczny, Kraków
En los escritos del uruguayo Jorge Majfud (Tacuarembó, 1969) se establece con firmeza la posición de un sujeto disidente y crítico del sistema político-económico global. Comprometerse con este ámbito externo a la literatura lleva siempre a un escritor a repensar las relaciones entre literatura, política y sociedad, así como a renovar las poéticas, es decir, las maneras específicas de las que se dispone para dar cabida a la intención crítica. Esta se acrecienta, por cierto, en el contexto de crisis supranacionales (Denis 5; López Terra 126-53). Majfud, efectivamente, aborda por un lado una profusión de temas sociopolíticos, y por otro, reflexiona sobre el impacto de la cultura y la literatura. Un rasgo llamativo en su escritura es la intensa circulación de las mismas ideas críticas entre el periodismo, el ensayismo y la ficción—a veces se repiten los mismos párrafos, literalmente. ¿Procedimiento motivado por la falta de esmero? Más bien, una necesidad polémica que se sirve de todos los géneros a mano.
La libertad es una utopía en todos sus formatos conocidos. Esperate un momento. No, no estoy argumentando a favor del régimen de los Castro cuando me muero de risa al escuchar sobre “la libertad del capitalismo” que los verdaderos capitalistas (digo, los que tienen capital para comprar la libertad necesaria, los que pueden hacer lobbies en el congreso, no humildes profesores como nosotros), esos nunca se la creyeron. (Majfud, Crisis 24)
Enunciados como este abundan tanto en la prosa ficcional como en los artículos de Majfud. En consecuencia, el alter ego auctorial de las ficciones y el sujeto empírico que firma las aportaciones no literarias adquieren un mismo poder de convicción.[1] La literatura polémica y deliberadamente saturada de temas sociopolíticos suele despertar sospechas y acusaciones de propagandismo. No obstante, uno se puede preguntar por qué la literatura no serviría también para discutir con oponentes imaginarios o reales. Es más, se puede afirmar, con Terry Eagleton, que “[l]a propaganda no tiene nada de malo siempre que se haga bien […]” y que no necesariamente “todas las obras comprometidas deban ser estridentes y reduccionistas” (99-100). En cuanto a Majfud, es indudable él sí sabe sortear peligros tales como personajes acartonados o arengas ideologizadas. Sus protagonistas adoptan posturas críticas o disidentes no porque escojan sin vacilar la vía de la acción política, sino porque son aves raras cuyo temple existencialista les lleva a la rebeldía contra la violencia, abierta o soterrada. La reflexión sobre la actualidad en la obra de Majfud se inscribe además en un marco más amplio, el de su visión antropológica de la civilización: una serie de etapas de la lucha por la emancipación humana.[2] En este proceso, la literatura comprometida es la que preserva la tradición crítica del humanismo progresista bajo la bandera de la libertad.[3] En suma, en los variados textos de Majfud, viene perfilándose la silueta de un sujeto discursivo a quien la escritura sea ficcional, sea factográfica, le sirve en primer lugar para pensar y opinar, por encima de las fronteras genéricas.
En el siguiente texto se analizará, en concreto, el carácter supranacional de la crítica majfudiana en cuatro novelas: La reina de América, La ciudad de la luna, Crisis, El mar estaba sereno, haciendo referencia puntual a sus artículos. [4] En todas ellas se plantean y discuten unas cuestiones de alcance tanto latinoamericano como global: las transformaciones del sentimiento identitario de los migrantes entre Europa y las Américas, la precariedad de su destino, la violencia política en América Latina y la violencia objetiva (sistémica) del capitalismo global.
Es precisamente la perspectiva global—“más allá de la nación”[5]—la que mejor caracteriza esta escritura. Majfud, nacido en Uruguay, reside actualmente en los Estados Unidos, pero publica también en las editoriales y la prensa españolas. En su obra queda inscrita la mirada del “sujeto atlántico”, es decir, de un “sujeto itinerante entre roles y fronteras, capaz de subvertir incluso los marcos referenciales de la política” (Ortega 115, 111), dotado de “una mirada crítica sobre su entorno y el horizonte trasatlántico” (Aínsa, “Nueva” 122). El (anti)héroe de la literatura hispanoamericana del siglo XXI está deslocalizado, le afecta la transterritorialidad.[6] Tiende, por un lado, a cuestionar, espontánea o reflexivamente, la acepción tradicional del patriotismo, y por otro, a tomar en consideración los condicionamientos supranacionales de la condición humana.
Los tópicos americanos, la erosión del patriotismo y la condición migrante
Para los latinoamericanos del XIX y hasta mediados del XX, “tener identidad equivalía a ser parte de una nación o tener una ‘patria grande’”, es decir continental (García Canclini 39). En las sociedades del capitalismo tardío se observa, no obstante, la “pérdida de los tradicionales referentes telúrico-biológicos de la identidad y el desmoronamiento del metaconcepto que la unificaba alrededor de las nociones de territorio, pueblo, nación, país, comunidad, raíces” (Aínsa, “Nueva” 111). La “geografía espiritual” (Aínsa, Del canon 17-20) hoy puede constituirse con igual suerte en el entorno mediático y virtual, propiciando nuevas formas de asociación identitaria, por ejemplo, las que Appadurai llama “vecindarios virtuales” (203) o “comunidades de sentimiento” (23). Pero al calor de estos procesos, el ideario nacionalista tradicional entra en un flagrante contraste con la percepción de la identidad como híbrida y transfronteriza.
Registrando estos cambios, que son en definitiva también cambios de mentalidad individual y colectiva, Majfud narra los altibajos de la vida de los migrantes transatlánticos e interamericanos. En general, su táctica consiste en señalar, en una misma novela, problemas sociopolíticos parecidos que atañen a grupos humanos en diferentes partes del mundo. Esto le permite ir desplazando o, si se quiere, glocalizando, el tema de la hegemonía capitalista, las guerras, las migraciones con su corolario de sufrimiento, la explotación a escala planetaria.
Uno de los problemas centrales de La reina de América y El mar estaba sereno es el choque entre los rancios mensajes ideológicos y patrióticos arraigados en la tradición latinoamericana y la experiencia propia de los protagonistas, migrantes transatlánticos.
La joven española Mabel emprende un viaje a Uruguay acompañando a su aristocrático padre que huye de la ruina. Ya antes de su partida, la madre de Mabel presiente el fracaso: “Tal vez te has pensado que haréis fortuna en América, y que volveréis hecha una reina […]. Pues te diré que te equivocas, hija de mala leche. En América solo serás desgraciada. Con dolor te acostarás y con dolor deberás levantarte.” (La reina 34).[7] En efecto, la vida de Mabel, desmiente el viejo mito de la prosperidad americana. Durante la travesía en barco, se enamora perdidamente del apuesto escandinavo Jacobsen, quien le jura amor eterno, la deja embarazada y desaparece al llegar el barco a Uruguay. Pero el amor, recuerdo idealizado, permanecerá alimentando el imaginario de ambos. Marginada y sin recursos, Mabel se hace prostituta para sacar adelante su vida y la de su hija Consuelo. No obstante, para su familia española, Mabel se convierte en una “reina” americana, “porque esa era la única imagen que tenían del Río de la Plata, culpa de una postal que mi madre le envió a la abuela. […] Tampoco podían imaginarse que en un país donde todos hacían plata alguien de su familia, bien educada y de buena cepa europea, no tuviera el oro y el moro” (La reina 36).
Jacobsen encarna otra modalidad del fracaso, esta vez determinado por las circunstancias políticas (la exacerbación del enfrentamiento entre la izquierda y la derecha en el Cono Sur). El amante fugaz de Mabel y padre de Consuelo, Jacobsen se implica en la clandestinidad antiestatal en Argentina y es perseguido, encarcelado y torturado. Cuando los militares lo interrogan en su propia casa, en la escena se entretejen fragmentos de discursos oficiales, patrióticos y xenófobos: “Limpiaremos este país de las ratas, especialmente de aquellas ratas que, como usted, bajaron de las bodegas de los barcos. Y seguiremos cumpliendo con nuestro deber patriótico, mandando al infierno a los que pretenden acabar con la Libertad de nuestra Nación” (La reina 29). Un oficial lo provoca insistiendo en llamar a Kierkegaard “ruso”: “Ha leído con dificultad. No comprende y se fastidia. Tira el libro sobre el escritorio y sentencia: es ruso, soldado, alguna mierda de esas que leen los bolches. Es danés—dice Jacobsen. Es ruso—ordena el coronel—Si yo te digo que es ruso, es ruso, ¿escuchaste, mierda?” (La reina 41). Este chovinismo irracional sirve para someter al enemigo político, ejerciendo sobre él una violencia pulsional. En el período histórico en cuestión, ser “rata” de barco no significa ni siquiera ser inmigrante europeo, sino, más bien, paria y comunista. Asimismo, ser “ruso” no se refiere estrictamente a la nacionalidad sino al hecho de ser enemigo de los poderes hegemónicos en todo el Occidente europeo y americano. En el contexto de la guerra sucia, “ruso” apunta pues a un elemento externo, amenazador para la “civilización” y el repudio del otro revela así su naturaleza en gran parte imaginada, su dimensión fantasmática (Žižek 85). La xenofobia de los militares—la herencia eurocéntrica que sigue marcando la vida colectiva en el Occidente (Balibar 327), América incluida––se activa aquí en nombre de la reproducción de un determinado sistema político.[8]
La violencia que marca e instala caos en las vidas de Mabel, Jacobsen y Consuelo (violada a su vez por un cliente de su madre), aquella que Žižek llama objetiva (sistémica, de la que es víctima la mujer desamparada, violada, marginalizada), así como la subjetiva y concreta, ejercida por los militares, contrasta vivamente con la retórica oficial del gobierno. Los gobiernos militares difunden el modelo del “verdadero” patriota, dócil y subalterno como antes el sujeto colonial. A punto de someterse a un aborto clandestino, Consuelo oye en la radio:
Pero hoy la Patria y el mundo continúan bajo amenaza. El enemigo de la Libertad no ha muerto y trabaja (…baja) en las sombras, tramando (…amando) el terror y la violencia que no desean nuestros pueblos. Y es por eso que hoy, ante un nuevo aniversario de la Jura de la Constitución, renovamos (…vamos) nuestros votos y juramos defenderla con nuestras vidas (…idas), así sea lo último que hagamos para legar a nuestros hijos un mundo de Paz y Libertad, para regocijo de nuestra memoria (…moría emoría). (La reina 116)
Patria, comenta Consuelo, esta “palabrita machista” que sólo sirve de pretexto a “los monstruos que le ponen precio y propiedad a todo” (La reina 130). Su compañero de la secundaria, Abayubá, disecciona irónicamente el mismo estereotipo en su versión uruguaya:
[…] le revienta ese orgullo ciego y estúpido… Oh, pues sí, somos un pueblo culto y nuestra Universidad es la envidia de los demás países; somos la Suiza de América, por lo pequeño que somos y por lo tranquilo de nuestra democracia […] un pueblo muy culto, sí, hecho y derecho en la cultura del machismo y la corrupción, aunque después se diga, con el viejo y ya-me-tiene-las-pelotas-por-el-piso argumento, que la corrupción aquí no es tanta como allá, porque, claro, en Argentina y en Brasil todo es igual pero más grande, así que no estamos tan mal después de todo […] Eso es, un pueblo culto, mezcla de cuanta orgullosa raza europea andaba desconforme por allá, y se vino a un país sin terremotos y sin indios. (La reina 102-05)
En El mar estaba sereno prosigue, ya desde la segunda década del siglo XXI, la misma desmitificación en clave irónica de las imposiciones nacionalistas. Uno de los personajes argumenta que los uruguayos son modestos: porque “la práctica y la necesidad visceral de este rinconcito del mundo […] es apedrear a todo el que ose levantar la cabeza por encima del resto. De ahí que la famosa humildad de los uruguayos tal vez no sea otra cosa que el resentimiento y la exigencia a [sic] la mediocridad general” (El mar 345).
Como en varias otras novelas latinoamericanas de las últimas décadas, donde el motivo de la búsqueda de la identidad propia genera tensión entre lo nacional y lo postnacional, los personajes majfudianos acuden “a la memoria más personal, cercana a la experiencia, para contrarrestar la influencia del adoctrinamiento” (Pérez Daniel 221). Así, Mabel busca en su fisonomía el secreto de su origen:
Me sentaba delante del espejo y estudiaba mi cara. Trataba de adivinar en estos labios, en estos ojos y en esta nariz la cara de mi padre, el país de donde había venido. Volvía al espejo y veía en mis ojos los ojos de una mujer vikinga, mirando el mar frío, esperando a su hombre […] Otras veces me peinaba y pensaba que ese mismo había sido el pelo de una joven polaca. (La reina 30)
Su supuesta sangre nórdica del lado paterno sustenta en Consuelo una fantasía identitaria privada mucho más poderosa que la que logran instalar en su mente las consignas machacadas en la escuela, como, por ejemplo, “Cantad con pasión y decoro […], la mirada al frente, la mano derecha en el corazón que late por sus Símbolos Patrios” (La reina 100). El ideologema de la pureza sanguínea (colectiva) se desactiva aquí frente a la observación del propio cuerpo al que se cree portador de una genealogía híbrida. También Jacobsen, el padre de Mabel, en la antes citada escena del interrogatorio, fantasea sobre su procedencia, involucrando los mitos (y estereotipos) escandinavos:
se pregunta qué tiene él de aquellos vikingos que cruzaron el Atlántico norte hace mil años. Desde niño se los imaginaba como dioses que solo conocían el miedo ajeno. Recorría los caminos húmedos de Fyn, donde vivía el abuelo Sune, rodeado de los campos de los Jørgensen, y no se imaginaba el dolor de la barbarie, el sudor agitado de la guerra, la tristeza del abandono. Ahí estaba delante de él ese hombre uniformado, de pelo negro y de hablar deliberadamente pausado, que en esencia no era otra cosa que uno de aquellos bárbaros que hundían barcos en Nydam Mose. Ese hombre [el coronel] tenía más de vikingo que él, que sólo tenía la sangre. (La reina 39)
Frente a la ofensiva calificación de “ruso” (antes citada), es a los militares uruguayos a quien Jakobsen equipara ahora con los bárbaros “vikingos”, invirtiendo y desactivando la ofensa. En suma, el patriotismo tradicional se ve representado en las novelas majfudianas como un dispositivo que carece ya de fuerza integradora. Apoyándose en un nacionalismo de etiquetas, se fue transformando, en la segunda mitad del siglo XX (tiempo de acción de gran parte de estas narraciones), en básicamente represivo.
En una perspectiva trasatlántica, los destinos de los protagonistas mantienen a veces un paralelo trágico entre sí, como en la novela El mar estaba sereno, en la que se cruzan dos historias de violencia bélica, generadora del trauma. De un lado está la historia de don Jordi Caballero, español asentado en Uruguay, cuyo padre fue asesinado durante la Guerra Civil española, y del otro la historia Santiago Zabala, uruguayo, cuyos padres murieron a manos de los militares y a él lo adoptó después otra familia. La vida de ambos fue marcada por una escena primordialde violencia, situada en la niñez. Otra repetición de un esquema histórico-vital afecta, en la misma novela, al viejo gallego Suárez. Este antiguo republicano español trabaja de camarero en el bar Lugano de Montevideo. Al día siguiente del golpe de Estado de 1973 le dicen que se “vaya buscando otra patria porque esta tampoco (le) iba bien” (El mar 53). Y le aconsejan con sorna mudarse al Congo. Dos veces, en la juventud y en la vejez, y en dos orillas opuestas del Atlántico, las convicciones políticas del gallego Suárez lo convierten en perseguido e indeseable.
La erosión de un patriotismo retórico y superficial (y que de hecho sirve para clasificar y subordinar), queda consignada también en la novela Crisis, que registra los infortunios de los migrantes latinos en Estados Unidos. Uno de ellos se va topando, en muchos lugares de Estados Unidos, con los mismos escenarios, para él supuestamente familares: mesas largas con comida mexicana, “con azulejos típicos que parecerán hechos a mano en Zócalo o Sevilla” (Crisis 17), repitiéndose en todos los mismos olores, motivos y disfraces. En vez de fomentar su orgullo local, esta experiencia deriva en enajenación, relativizando la carga seductora del color local.
Todo correrá como un road movie, todo será otro lugar y será el mismo […] Todo se moverá y nada cambiará como si te pudieras perder por tu propia casa. Y casi con placer vivirás huyendo de algo, del alguien y de ti mismo, porque huir y perderse es la única forma de libertad que conocerás aquí. Y te sentirás nadie y te sentirás todos. (Crisis 18)
Es lícito conectar la intensidad del tema de la identidad y los migrantes en las novelas de Majfud con la “narrativa de la crisis identitaria de una generación de uruguayos entre los veinticinco y los cuarenta años” (Montoya 46) Cabe observar, sin embargo, que dicha problemática se inserta aquí plenamente en un marco global actual, en el que la migrancia es más norma que excepción.
Crítica universal de la crueldad
De acuerdo con su tendencia a la universalización de los problemas identitarios, Majfud retoma su crítica del chovinismo trasladándola a un territorio fantástico, la ciudad de Catalaid, supuesto “oasis de cristianos blancos”, quienes se refugiaron ahí después de la liberación de Argel en los años cincuenta del siglo XX. En la historia de la ciudad convive lo remoto con lo moderno y lo realista con lo mágico. Majfud inventa incluso, para este espacio heterotópico, una variedad ficticia del castellano con regusto arcaizante.[9] La mentalidad de la sociedad local es la quintaesencia de la cerrazón mental, la crueldad, la estulticia y la pulsión de integración colectiva – con su correspondiente cuota de racismo e intolerancia:
[…] en Calataid odiaban más a los negros que a los americanos en general, ya que estos apenas si eran seres imaginarios. No sólo porque de Europa central había llegado el mito del blanco ario, o blanco a secas, no sólo porque Calataid era un oasis de cristianos blancos en el desierto, definitivamente solos desde la independencia de Argel, sino porque estaban rodeados de mauros salvajes […] A su vez, estos odios secretos no impedían que los habitantes de Calataid se considerasen la reserva moral del mundo, por lo cual cada uno de ellos adolecía de un patriotismo crónico que se expresaba en la idolatría de los símbolos del pueblo. […] un pueblo que sufre de fragmentaciones necesita una bandera que diga Unión, necesita de esa mentira para sobrevivir a su propia disolución, para hacerse monstruosamente fuerte, hasta que finalmente triunfe la uniformización y la decadencia definitiva. (La ciudad 14-15)
Los protagonistas principales, Basílides y su hermana, apodada el “Pájaro”, son repudiados por el entorno por sus rarezas físicas (él con su monstruosa cabeza de Minotauro, ella, lesbiana y sin piernas desde el nacimiento) y sus talentos artísticos. El implacable conservadurismo y la crueldad de los habitantes de Catalaid adquieren tintes fantástico-grotescos: se teme a los moros, se cortan manos como castigo, se hace sufrir a los animales, se queman libros.
Con esta historia de fantasía y terror, Majfud crea una alegoría de la decadencia moral actual que acompaña al impresionante progreso tecnológico de la modernidad. La imagen de una sociedad seudo medieval cerrada sobre sí misma, remite a ciertos fenómenos actuales, como lo es, por ejemplo, la disociación de la conciencia colectiva, incapaz de procesar la información sobre la injusticia global y ajustarla a una toma de posición moral efectiva. La novela caricaturiza esta tendencia al olvido del sufrimiento ajeno (que padecen los “otros”, tanto cercanos como los de otras partes del mundo). Muchos individuos hoy reniegan de una moral solidaria y “estarían dispuestos a entregar una parte de su libertad a cambio de poder olvidar el espectro aterrador de la inseguridad existencial” (Bauman y Donskis 129). La heterotopía “lunar” de Catalaid apunta, en definitiva, a ciertos reflejos colectivos, viejos como la humanidad, que pueden brotar tanto del uno como del otro lado del Atlántico, en los antiguos “centros” y “periferias”: brutalidad anticivilizada, hostilidad hacia los inadaptados, hacia los inmigrantes externos o internos.
“Las entrañas del monstruo”
Más realista es la denuncia social y política en la novela Crisis, donde el estatus ficcional no le impide al autor realizar un análisis tajante de los mecanismos del capitalismo en la fase actual, que confina a masas de migrantes a una situación de precariedad sin salida. Un patchwork narrativo, Crisis está compuesta de breves relatos sobre los migrantes latinos que llegan al “Imperio” y de reflexiones sobre la explotación insensible de los más frágiles. Mexicanos, salvadoreños, colombianos, uruguayos de la más diversa procedencia y profesiones—mujeres y hombres que recogen fruta o trabajan ilegalmente en empresas productoras, un cantante de narcocorridos, una mujer latina detenida por la “migra”, un padre de familia, un intelectual—ven sus ganas de radicarse en el Norte minadas por el cansancio de vivir en constante inseguridad. El narrador se solidariza con estos “hermanas y hermanos” suyos, los outsiders (Crisis 18) de la “Sociedad Anónima” de los gringos blancos.
La migración revela su lado oscuro; ya no significa aventura y esperanza sino aplanamiento o anulación de la identidad. Los norteamericanos tienden a rebajar a los latinos al estereotipo e identificarlos con los sucedáneos de la cultura tex-mex. A lo largo del texto se suceden varias historias de mujeres, pero a todas se las llama “Guadalupe”, nombre genérico de la latina explotada por los “coyotes”, empresarios e intermediarios. También a los hombres se les designa con el mismo nombre, “Ernesto”. Si bien, en un principio, las vidas de los Ernestos y las Lupitas no siempre parecen “superfluas” en el sentido estricto que le da Bauman (Vidas 21-50)—porque la mano de obra latina sí es necesaria a la economía norteamericana—son, sin embargo, ellos los más expuestos a sufrir las causas de las crisis, siempre a punto de deslizarse en la masa socialmente excluida, “residual” y “desechable”. En sus destinos siguen repercutiendo las consecuencias de una globalización cuyo comienzo se ubica, según las teorías descoloniales, en 1492. Primero se incluyeron violentamente millones de seres en la economía planetaria y después, es decir, en nuestros tiempos, se viene excluyendo a otros tantos al margen de las sociedades de progreso y consumo (sin que la ideología fundamental haya cambiado, ver Dussel 345-86; Bauman, Vidas). En la novela se crea una tensión entre, por un lado, las terribles experiencias de algunos personajes y, por otro, el anonimato de los nombres repetidos, con el que se alude a la miseria multiplicada por los grandes números. Este efecto de “deshumanización” hace que la novela consiga un efecto anti épico (Taiano 52).
Paliando los problemas que les aquejan, los migrantes pueden recurrir a las “sociedades de sentimiento” (término de Appadurai) respectivas, formadas alrededor de símbolos religiosos o culturales. Estas reciben en la novela un tratamiento más bien paródico. Un cantante de narcocorridos explica así su misión desde los Estados Unidos: “la raza siempre mantiene las tradiciones y disfruta de nuestro pasito narcocorrido que llevamos a todos los hermanos latinos para que mantengan la alegría y no se desanimen ante el primer obstáculo y recuerden siempre a la santa muerte que es capaz de terribles castigos a quienes se burlan de ella” (Crisis 45). La exclusión de los inmigrantes a golpe de estereotipo se debe no pues no solo a los prejuicios de los estadounidenses de origen europeo, sino también a los de otros latinos, nacidos ya en el Norte, ansiosos de integrarse a costa de renegar de sus raíces.[10] Un adolescente latino integrado, acepta que le den una paliza a un amigo, hijo de inmigrantes más recientes, por haber abrazado y besado en la despedida de su fiesta a una quinceañera: “No la manoseó, pero así empiezan todos ellos. Ellos, usted sabe a quién me refiero. […] Ellos no saben respetar la distancia personal y luego pierden el control. No, mis padres eran mexicanos pero entraron legales y se graduaron en la universidad de San Diego. No, no, no… Yo soy americano, señor, no confunda” (Crisis 35).
Crisis ilustra así la diversificación social e ideológica de las decenas de millones de latinos viviendo en el Norte.[11] Muchos de ellos son conservadores, incluso chovinistas proamericanos, que tildan de “comunistas” a los opositores al poder (61, 85), que apoyan a los congresistas republicanos y que ven con buenos ojos las intervenciones “en defensa” de la democracia mundial (29-32).[12]
En suma, la sociedad norteamericana a principios del siglo XXI, se parece en Crisis más a una mescolanza de estereotipos que a un melting pot de culturas políticamente correcto. También los latinos contribuyen a ello con sus simplificaciones e ingenuidades.[13] De este modo se agravan las diferencias y crecen las fronteras internas, visibles e invisibles, raciales, sociales y culturales. Los adinerados se distancian de los pobres, los “mejiamericanos” de los otros latinos, y los anglosajones de todos los demás.
Una crítica “situada”
En la multitud de los protagonistas de Crisis se distingue la conciencia de un sujeto más privilegiado por su educación, quien sin embargo no dejará de ser “un golpeado, un resentido por la peor suerte de [sus] hermanos y hermanas” (Crisis 18). En semejantes fragmentos la novela manifiesta su intención reivindicatoria—convertir las desdichas de los protagonistas fugaces y anónimos en vida novelable.[14] La voz portadora de este compromiso apunta a un probable alter ego del autor y, a la vez, a uno de los protagonistas masculinos (uno de los “Ernestos”), que es un intelectual uruguayo rebajado a la condición de precario. Presa de múltiples contradicciones, Ernesto se resiente de tener que acomodarse, por razones materiales, a unas condiciones que le parecen humillantes (“fuimos a donde se imprimen los dólares” 94) y de tener que tragarse “todas las mentiras que chorrean edulcoradas desde las esferas de Wall Street” (105). Su mala conciencia sugiere pues otra posible interpretación del título de la novela.
Es de notar, por cierto, que Majfud trata a su posible alter ego con autoironía: “hay que aguantar a Ernesto fastidiando”, comenta un personaje, “[…] ahora parece que también escribe en los Chili’s,otra excentricidad de los intelectuales, esas notitas que le publican los pasquines del subcontinente como si fuesen ensayos que van a salvar a la especie humana” (Crisis 68). Ernesto es de la estirpe de los intelectuales ingratos que muerden la mano que le da de comer y suelen aguar las fiestas patrióticas y los banquetes consumistas con comentarios como el siguiente:
Ahora sí, si la lógica del beneficio no es mala ni para un socialista que vive en un mundo capitalista, ¿por qué ocultarla? ‘No importa el valor del regalo sino que este sea hecho con el corazón’. Sic, Best Buy. … Toda nuestra cultura está basada en máscaras, casi todas narrativas. De la misma forma, el mundo secular del capitalismo se enmascara con la narración religiosa que predomina en sociedades como Estados Unidos. (Crisis 67)
Este último fragmento argumentativo apareció primero en el artículo “Consumo, ergo soy”, fechado en 2008, y de ahí pasó, literalmente, a Crisis. Y es que para Majfud, la literatura no sólo vehicula “la múltiple profundidad de las emociones”, sino también “el vértigo de las ideas” (Majfud, “¿Para qué sirve?”). De ahí que no le importe potenciar este tipo de trasvases entre periodismo y ficción, haciendo ostensible su compromiso personal con la crítica de la “mano oculta” del mercado y del capitalismo. Se podría objetarle su excesivo gusto de la polémica, que, efectivamente, suele extenderse en las novelas. Él consigue, no obstante, equilibrar la cuota de los debates novelescos con los aciertos de un estilo dado a la brevedad aforística, con su talento para tramar historias y, finalmente, con la intensidad de un tono que transmite su urgencia personal por defender los valores útiles para las comunidades humanas.
La crítica de Majfud coincide en grandes líneas con la de la filosofía de la liberación y de la teoría descolonial (Quijano, Dussel, Mignolo), la cual rastrea la herencia colonial en el actual proceso de “globalización-exclusión”. Los migrantes en las novelas comentadas se pueden concebir como casos de injusticia sistémica inherente del capitalismo global, difuso e inalienable. Mabel, la joven española devenida prostituta (La reina), Jacobsen, el militante que va a parar en la prisión (La reina), la prostituta cubana, madre de Enrique Sosa (El mar), la bebé Lucía, huérfana encontrada en la calle (El mar) o Hatuey, veterano de Iraq, traumatizado durante su misión en Iraq e incapaz de llevar una vida normal a la vuelta (Crisis, El mar): a todos les amenaza el riesgo de convertirse en parias, “superfluos” al orden capitalista, verdaderos “desperdicios” y “residuos” humanos (Bauman, Vidas 24-28). No obstante, varios entre ellos desarrollan una mentalidad flexible y tolerante, “which measures global progress from the minoritarian perspective,” lo que, según Homi Bhabha caracteriza el “cosmopolitismo local” (vernacular cosmpolitanism, XVI): son así, por ejemplo, Abayubá de El mar estaba sereno o Basílides de La ciudad de la luna. Estos protagonistas plasman, junto con los narradores (muy cercanos a su vez al autor), una “conciencia ética situada”, representando una nueva modalidad de la inteligencia americana, muy ajustada a nuestros tiempos (Dussel, Hacia 445; Filosofías 42).[15]
Obras citadas:
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—.Crítica de la pasión pura, Tenerife: Baile del Sol Ediciones, [1998] 2007.
—. El mar estaba sereno, Tenerife: Baile del Sol Ediciones, 2017.
—. La ciudad de la luna, Tenerife: Baile del Sol Ediciones, 2007.
—. La literatura del compromiso, tesis doctoral. Athens: The University of Georgia, 2008.
—. La reina de América, Tenerife: Baile del Sol Ediciones, [2002] 2018.
Montoya Juárez, Jesús. “ ‘La Suisse n’existe pas’. Una reescritura poshumana y transnacional de la identidad uruguaya.” Literatura más allá de la nación. De lo centrípeto y lo centrífugo en la literatura hispanoamericana del siglo XXI, Francisca Noguerol, et al. eds. Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert, 2011. 45-59.
López-Terra, Federico. “Narrar la crisis. Representación y agencia en la España poscrisis”. Narrativas precarias. Crisis y subjetividad en la cultura española actual. Ed. Christian Claesson. Gijón: Hoja de Lata, 2019.
Ortega, Julio. “Post-teoría y estudios transatlánticos”, Iberoamericana. América Latina–España–Portugal, 3.9 (2003). 110-17.
Pérez Daniel, Iván. “Memorias del derrumbe: representaciones de la Historia y del nacionalismo mexicano en ‘Materia dispuesta’, de Juan Villoro”, Hispanic Review. 81.2 (2013): 201-23.
Quijano, Aníbal. “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”. La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Lander, Edgardo. ed. Buenos Aires: CLACSO, 2000: 201-46.
Taiano, Leonor. “Crisis: el compromiso majfudiano y la diáspora latinoamericana”. Cincinnati Romance Review 44 (2018). 48-65.
Žižek, Slavoj. Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales. Antón Fernández, Antonio J.. Trad. Barcelona: Paidós, 2009.
[1]Además de ser autor de seis novelas y tres volúmenes de relatos, ha escrito un número imponente de artículos sobre la realidad cultural y política latinoamericana y mundial (ver su página majfud.org). Ha colaborado con influyentes periódicos de grandes tiradas (El País o Página/12), revistas de cultura y portales informativos, tanto generales (Huffington Post) como alternativos (rebelion.org). Tiene asimismo en su haber estudios de corte más académico: La narración de lo invisible / Significados ideológicos de América Latina o Cine político latinoamericano. Su primera novela, Hacia qué patrias del silencio: historia de un desaparecido, obtuvo críticas favorables en el ámbito latinoamericano y La reina del América, una mención en el Premio Casa de las Américas.
[2] Véanse los ensayos Crítica de la pasión pura, con su concepción del hombre como criatura metafísica, o El eterno retorno de Quetzalcóatl, con el paradigma universal del héroe mítico, que se sacrifica por el bien común.
[3] “Una bandera nunca clara del todo, de múltiples colores y con frecuencia ambiguos o contradictorios; pero una bandera que reclama permanentemente una mirada crítica, lo que sigue siendo su única guía y fundamento” (Majfud, La literatura del compromiso 5).
[4] Las citas que aparecerán a continuación proceden de las ediciones que aparecen en la bibliografía.
[5] Cita parcial del título de un volumen sobre la transnacionalidad de Francisca Noguerol, et al.
[6] Todo un tópico en los estudios de la literatura latinaomericana en el s. XXI. Ver, entre otros: Fernando Aínsa, Francisca Noguerol, Ángel Esteban y Jesús Montoya Juárez.
[7] Majfud caricaturiza aquía la dicción “aristocrática” española.
[8] El racismo eurocéntrico implantado en América Latina por los colonizadores europeos como “un modo de otorgar legitimidad a las relaciones de dominación impuestas por la conquista” (Quijano 203 y ss.)
[9] Ellos no podían sentir nada, mas nosotras imaginábamos cosas fasta que nos fervía la sangre e quedábamos prontas para nostros maridos” (La ciudad 12).
[10] La crisis de adaptación de los latinos en los Estados Unidos: así interpreta el título Karen Barahona.
[11] Las identidades transnacionales no son homogéneas. No solo se forjan a base de desplazamientos diversos, sino que abarcan también a grupos socialmente heterogéneos. El profesional cualificado por lo general no formará vínculos con el obrero sin papeles. “Las aperturas de fronteras van de mano de formas nuevas de discriminación”, apunta García Canclini 20-24. Ver también Hannerz 165-80.
[12] El tema vuelve en El mar estaba sereno: un latino integrado le echa en cara a otro que lo malo que tieneEstados Unidos es “toda esa escoria que llega rompiendo la ley y luego se dedica a criticar al país que les mató el hambre” (162).
[13] “Manhattan es así, siempre feliz, siempre indiferente. Tanta gente, piensa Lupita, tanta gente y todos solos”(Crisis 58); y Ernesto, el intelectual, comenta: “Sus cementerios son bonitos, parques abiertos, sin muros y sin rejas. … Los anglos sí que saben morir. Pero no saben vivir. No saben comer, no saben perder el tiempo, no saben conversar. De los containers de sus casas pasan a los containers de sus autos” (Crisis 41-42).
[14] La novela parte de un suceso real, la muerte en un viñedo de California, de María Isabel Vásquez Jiménez, joven emigrante mexicana.
[15] Una conciencia, según Dussel, sensible a todos tipos de alteridad posible y capaz de indignarse ante la injusticia que sufre algún Otro.
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