sábado, 4 de diciembre de 2021

Reseña de LO JUSTO, de Victoria Pelayo Rapado en La Nueva Crónica

  

Trufas negras

Literatura José Ignacio García comenta el libro de Victoria Pelayo Rapado 'Lo justo'


 ‘Lo justo’
Victoria Pelayo Rapado
Editorial Baile del Sol

Narrativa breve

170 páginas
10,40 euros

Aprovechando que la estación otoñal es temporada propicia para los amantes de la micología, caigo en la cuenta de que la tarea del buscador de setas y la del crítico literario son con frecuencia coincidentes.

Si el primero tiene que escarbar entre la hojarasca de los bosques o las tamujas de los pinares para encontrar los hongos o los níscalos más apreciados, el crítico tiene que rebuscar entre el sinfín de libros que recibe semanalmente para descubrir auténticas joyas que merezcan ser compartidas con sus lectores.

Así –como el mayor logro de un micólogo avezado es hallar trufas donde, como máximo, aspiraba a arrancar de la tierra los más tersos boletus– el crítico rescata sus trufas negras entre las pilas de libros que recibe, y a veces lo hace de forma milagrosa o porque, como dice la canción, el destino se pone de su parte.

El libro del que quiero hablarles hoy es una de esas trufas negras que se quedan oprimidas durante meses entre volúmenes galardonados y otros que exigen prioridad en la reseña, dada la exigente pujanza de los mastodónticos sellos editoriales que los publican y distribuyen.

Aun así, a veces se dan milagros, y el crítico se topa por accidente con trufas como estas, que una vez desempolvadas difunden su aroma embriagador, ese perfume omnipresente que obliga a sumirse en la lectura para celebrar, desde las primeras páginas, que ha descubierto un suculentísimo manjar literario.

Debo entonar el mea culpa y no alardear tanto de mi buen olfato, ya que enseguida debería haberme alertado el dato de que el anterior libro de relatos de Victoria Pelayo Rapado, ‘Malos días’, fue finalista del Premio Setenil en 2019. Ese simple detalle, el de figurar en la nómina de candidatos al premio de narrativa breve más prestigioso que se convoca cada año en nuestro país, debería haber sido suficiente para intuir que me enfrentaba a una cuentista de primer orden, a la que quizás no hubiera conocido nunca si su libro ‘Lo justo’, publicado por la humilde e independiente editorial canaria Baile del Sol, no hubiera aparecido misteriosamente un día en mi buzón, apechugado entre otro par de envíos refrendados por grandes multinacionales del sector.

Pero esta colección de nueve cuentos esperó su momento; quizás porque su autora, zamorana de origen y extremeña de adopción, atesora virtudes inherentes a ambos territorios como son la paciencia, la confianza y el amor depositados en su escritura.

‘Lo justo’ hace honor a su título. Las protagonistas de las nueve historias buscan, de alguna manera, hacer justicia, poner las cosas en su sitio, aunque en algunos casos esa ordenación sirva finalmente para desbaratar vidas, convivencias o recuerdos.

Hijas, madres, abuelas, esposas, amigas, cuñadas o amantes; niñas, adolescentes, jóvenes, maduras o ancianas. De todo hay en este espléndido harén femenino que, como si fuera una representación teatral –que, por cierto, también se da en el libro, y sus protagonistas masculinos son la excepción a la regla general–, interpretan argumentos dramáticos, que resultan siempre conmovedores y que en ocasiones rozan lo trágico o lo espeluznante, aunque estén revestidos por una pátina de anestésica ternura.

Victoria Pelayo Rapado logra un efecto imantador desde el primer párrafo de cada cuento. Y eso, a pesar de que en la mayoría, aparentemente, no pasa nada enseguida ni se vislumbra lo que sucederá más adelante, cuando las ollas en que cuecen los relatos adquieran presión y, cuando se destapen, el guiso definitivo sea muy diferente de lo que el lector se venía barruntando hasta entonces.

La autora recurre a numerosas herramientas para conseguir su objetivo de concitar inmediatamente la atención del lector. La prosa impecable, la tensión narrativa, las descripciones detalladas, los retratos de las protagonistas, el conflictivo contraste en las personalidades, las ambientaciones perturbadoras, la importancia que da a los nombres –la niña que va a morir a manos de un violador no cesaba de musitar el suyo como inútil arma defensiva y disuasoria; una abuela singulariza su dolor pensando en Alba y en Blanca, sus nietas desaparecidas; un matrimonio, Isabel e Israel, acaso no tengan muchas más afinidades que el parecido de sus respectivas nomenclaturas– o los escenarios nítidos y diáfanos son fundamentales a la hora de cerrar esos nueve dramas existenciales ubicados en escenarios y tiempos imprecisos, aunque cercanos.

A partir de sus planteamientos, en cada uno de los relatos la autora somete a juicio a temas determinados, como el sentimiento de culpa que no se mitiga con el paso del tiempo, el dolor por una pérdida que ese mismo tiempo no es capaz de aliviar, la perplejidad ante un suicidio inexplicable, la perspectiva de perdonar o, al menos, de comprender a un asesino muchos años después de cometer un crimen abyecto, la lucha por no caer en el olvido, cueste lo que cueste, o la disyuntiva de seguir adelante con matrimonios sin expectativas o la venganza llevada a su extremo más absoluto, el que hace dudar entre sofocar incendios arquitectónicos o pasionales.

Además, todos los nudos gordianos se enmarañan a partir de un mantra colectivo: eso no traerá nada bueno. Un leitmotiv certero en lo narrado y absolutamente erróneo en lo literario, ya que los cuentos no dejan de aportar bondades, por crueles y dolorosas y recapituladoras que resulten para el lector.

Habla Victoria Pelayo de «la fugacidad de la memoria» en uno de sus cuentos, pero muchos de sus personajes no desfallecen jamás en su lucha contra el olvido. Algo similar me sucede a mí con cuatro o cinco de los relatos recopilados en este libro. Estoy seguro de que dentro de algunos años, cuando mi memoria haga balance de las mejores ficciones breves que ha leído nunca, el drama de la abuela demente que utiliza cuadernos y dibujos para recordar a sus nietas, o la hija torturada por un criminal sentimiento de culpabilidad, o la esposa aparentemente vulgar o vulnerable que se enfrenta a una decisión y a unos secuestradores, o la amante pirómana, o la madre incapaz de perdonar al asesino de su hija, o el duelo entre un actor y alguien que oculta su anonimato entre el público asistente a la representación, permanecerán en mi recuerdo, como el delicado aroma de esas trufas negras que, en nuestro paladar, siempre conseguirán esquivar las acometidas del olvido.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.


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