‘Lo justo’
Victoria Pelayo Rapado
Editorial Baile del Sol
Narrativa breve
170 páginas
10,40 euros
Aprovechando
que la estación otoñal es temporada propicia para los amantes de la
micología, caigo en la cuenta de que la tarea del buscador de setas y la
del crítico literario son con frecuencia coincidentes.
Si el
primero tiene que escarbar entre la hojarasca de los bosques o las
tamujas de los pinares para encontrar los hongos o los níscalos más
apreciados, el crítico tiene que rebuscar entre el sinfín de libros que
recibe semanalmente para descubrir auténticas joyas que merezcan ser
compartidas con sus lectores.
Así –como el mayor logro de un
micólogo avezado es hallar trufas donde, como máximo, aspiraba a
arrancar de la tierra los más tersos boletus– el crítico rescata sus
trufas negras entre las pilas de libros que recibe, y a veces lo hace de
forma milagrosa o porque, como dice la canción, el destino se pone de
su parte.
El libro del que quiero hablarles hoy es una de esas
trufas negras que se quedan oprimidas durante meses entre volúmenes
galardonados y otros que exigen prioridad en la reseña, dada la exigente
pujanza de los mastodónticos sellos editoriales que los publican y
distribuyen.
Aun así, a veces se dan milagros, y el crítico se
topa por accidente con trufas como estas, que una vez desempolvadas
difunden su aroma embriagador, ese perfume omnipresente que obliga a
sumirse en la lectura para celebrar, desde las primeras páginas, que ha
descubierto un suculentísimo manjar literario.
Debo entonar el
mea culpa y no alardear tanto de mi buen olfato, ya que enseguida
debería haberme alertado el dato de que el anterior libro de relatos de
Victoria Pelayo Rapado, ‘Malos días’, fue finalista del Premio Setenil
en 2019. Ese simple detalle, el de figurar en la nómina de candidatos al
premio de narrativa breve más prestigioso que se convoca cada año en
nuestro país, debería haber sido suficiente para intuir que me
enfrentaba a una cuentista de primer orden, a la que quizás no hubiera
conocido nunca si su libro ‘Lo justo’, publicado por la humilde e
independiente editorial canaria Baile del Sol, no hubiera aparecido
misteriosamente un día en mi buzón, apechugado entre otro par de envíos
refrendados por grandes multinacionales del sector.
Pero esta
colección de nueve cuentos esperó su momento; quizás porque su autora,
zamorana de origen y extremeña de adopción, atesora virtudes inherentes a
ambos territorios como son la paciencia, la confianza y el amor
depositados en su escritura.
‘Lo justo’ hace honor a su título.
Las protagonistas de las nueve historias buscan, de alguna manera, hacer
justicia, poner las cosas en su sitio, aunque en algunos casos esa
ordenación sirva finalmente para desbaratar vidas, convivencias o
recuerdos.
Hijas, madres, abuelas, esposas, amigas, cuñadas o
amantes; niñas, adolescentes, jóvenes, maduras o ancianas. De todo hay
en este espléndido harén femenino que, como si fuera una representación
teatral –que, por cierto, también se da en el libro, y sus protagonistas
masculinos son la excepción a la regla general–, interpretan argumentos
dramáticos, que resultan siempre conmovedores y que en ocasiones rozan
lo trágico o lo espeluznante, aunque estén revestidos por una pátina de
anestésica ternura.
Victoria Pelayo Rapado logra un efecto
imantador desde el primer párrafo de cada cuento. Y eso, a pesar de que
en la mayoría, aparentemente, no pasa nada enseguida ni se vislumbra lo
que sucederá más adelante, cuando las ollas en que cuecen los relatos
adquieran presión y, cuando se destapen, el guiso definitivo sea muy
diferente de lo que el lector se venía barruntando hasta entonces.
La
autora recurre a numerosas herramientas para conseguir su objetivo de
concitar inmediatamente la atención del lector. La prosa impecable, la
tensión narrativa, las descripciones detalladas, los retratos de las
protagonistas, el conflictivo contraste en las personalidades, las
ambientaciones perturbadoras, la importancia que da a los nombres –la
niña que va a morir a manos de un violador no cesaba de musitar el suyo
como inútil arma defensiva y disuasoria; una abuela singulariza su dolor
pensando en Alba y en Blanca, sus nietas desaparecidas; un matrimonio,
Isabel e Israel, acaso no tengan muchas más afinidades que el parecido
de sus respectivas nomenclaturas– o los escenarios nítidos y diáfanos
son fundamentales a la hora de cerrar esos nueve dramas existenciales
ubicados en escenarios y tiempos imprecisos, aunque cercanos.
A
partir de sus planteamientos, en cada uno de los relatos la autora
somete a juicio a temas determinados, como el sentimiento de culpa que
no se mitiga con el paso del tiempo, el dolor por una pérdida que ese
mismo tiempo no es capaz de aliviar, la perplejidad ante un suicidio
inexplicable, la perspectiva de perdonar o, al menos, de comprender a un
asesino muchos años después de cometer un crimen abyecto, la lucha por
no caer en el olvido, cueste lo que cueste, o la disyuntiva de seguir
adelante con matrimonios sin expectativas o la venganza llevada a su
extremo más absoluto, el que hace dudar entre sofocar incendios
arquitectónicos o pasionales.
Además, todos los nudos gordianos
se enmarañan a partir de un mantra colectivo: eso no traerá nada bueno.
Un leitmotiv certero en lo narrado y absolutamente erróneo en lo
literario, ya que los cuentos no dejan de aportar bondades, por crueles y
dolorosas y recapituladoras que resulten para el lector.
Habla
Victoria Pelayo de «la fugacidad de la memoria» en uno de sus cuentos,
pero muchos de sus personajes no desfallecen jamás en su lucha contra el
olvido. Algo similar me sucede a mí con cuatro o cinco de los relatos
recopilados en este libro. Estoy seguro de que dentro de algunos años,
cuando mi memoria haga balance de las mejores ficciones breves que ha
leído nunca, el drama de la abuela demente que utiliza cuadernos y
dibujos para recordar a sus nietas, o la hija torturada por un criminal
sentimiento de culpabilidad, o la esposa aparentemente vulgar o
vulnerable que se enfrenta a una decisión y a unos secuestradores, o la
amante pirómana, o la madre incapaz de perdonar al asesino de su hija, o
el duelo entre un actor y alguien que oculta su anonimato entre el
público asistente a la representación, permanecerán en mi recuerdo, como
el delicado aroma de esas trufas negras que, en nuestro paladar,
siempre conseguirán esquivar las acometidas del olvido.
José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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