viernes, 25 de diciembre de 2020

Reseña de EL GUANCHE EN VENECIA de Juan-Manuel García Ramos

El Guanche en Venecia es una novela histórica, que tras su lectura me ha dejado una sensación como de platillo exótico que se acabara de comer, del cual se desconocieran parte de los ingredientes, y los ingredientes conocidos hubieran sido cocinados de un modo tan diferente, que uno terminara con una sensación de sorpresa, interés, tristeza y rabia a partes iguales.


La novela trata sobre la vida de un personaje tan fascinante, que no se entiende cómo no se ha escuchado de él antes. Se trata de un indígena de las Islas Canarias, que fue gobernante en la isla de Tenerife a finales del S. XV. Su nombre fue Bencomo de Taoro, vivió la trágica historia de la conquista de Canarias por los ejércitos conquistadores españoles. Tras ser capturado le tocó emprender un viaje insólito, pues fue enviado como regalo a los reyes españoles de parte del conquistador Fernández de Lugo. Estos le tuvieron algunos meses en su corte, y luego decidieron enviarlo al Dux de Venecia como presente de buena voluntad y mensaje de deseo de continuar en buenas relaciones diplomáticas.

Este cacique indígena pasó una temporada en Venecia, siendo alojado como rey destronado, es decir con aprecio y respeto por su persona, habitando en un palacio bajo el cuidado de un embajador, y proveyéndosele de un sueldo y apartamento para vivir con dignidad, así como de un educado asistente que le explicaba el nuevo mundo en el que estaba viviendo. También participó de la intensa y rica vida social, primero de Venecia y luego de Padua, donde tras adquirir el idioma del Veneto escuchó debates humanistas, religiosos y hasta médicos, de eminentes profesores de la Universidad de Padua alojados en el mismo palacio que él. Tras permanecer una temporada en dicha ciudad, bajo el hospicio del gobernador de la ciudad, se plantea en la novela que la nostalgia, la incertidumbre y el compromiso con sus Guanches y su tierra, lo llevan a idear un plan para regresar vía Túnez, por todo el norte de África, como parte de una caravana mercante, a las costas marroquíes. Desde donde, en el punto más cercano a la costa podría embarcarse a Tenerife, su isla natal, para continuar peleando por la devolución de la tierra que los conquistadores les habían arrebatado.

La novela plantea un alucinante viaje por un mundo desconocido para Bencomo de Taoro: España, Venecia, Padua, Túnez, Sidijilmasa, los oasis del norte del Sahara, en el que cada pausa le proporciona una experiencia intensamente humana que lo enfrenta, según el autor, por un lado con el deseo de permanecer en el viaje y por el otro con la profunda nostalgia y deseos de regresar a su tierra.

Aunque el planteamiento de la novela nos lleva a pensar inmediatamente en un nuevo Ulises, la historia me hace pensar en otro viaje mitológico, el de Ariadna con Teseo. Ariadna se embarca con Teseo en un viaje por mar, tras haberse enamorado del héroe y haberle ayudado a dar muerte a su hermanastro, el famoso Minotauro. Al tomar esa decisión, en algunas versiones, ella pierde sus privilegios de princesa, pues Minos, su padre, se pone loco de furia al saber que ella ayudó a Teseo en su intención de matar al Minotauro. Entonces ella abandona su vida de princesa, sus bienes y sus privilegios, al embarcarse sola con su amor en el barco de Teseo. En algunas versiones del mito, ella duerme profundamente una siesta, en mitad del viaje, cuando Teseo la carga y la deja dormida sobre las playas de una isla, para continuar solo su viaje. Al despertar ella se encuentra, sola, abandonada en la isla, sin nada más que su vida y su memoria.

Aunque Bencomo de Taoro no fue embarcado en un viaje por la ilusión de un amor, al ser vuelto prisionero de Fernández de Lugo, y firmar -no se sabe nunca como firmaron los indígenas las capitulaciones a la corona de Castilla y Aragón, pues no conocían el idioma, ni leían, ni escribían- la cesión de sus tierras y el abandono de la defensa de sus posesiones, queda en la poco masculina posición de estar a merced de los deseos del conquistador, sin ningún privilegio ni posesión, e incapacitado para ejercitar sus deseos y voluntad. Feminizado o vuelto simbólicamente mujer, al volverse prisionero, como todos los señores principales de otras tierras: Moctezuma, el Inca, Cuauthémoc, etc., su voluntad deja de ser considerada importante. Y tal como Ariadna, es depositado en las playas de una isla desconocida por la voluntad del conquistador que lo envía como regalo a los reyes.

A pesar de lo excepcional de su suerte en la corte española, y en su estancia en Venecia y Padua, Bencomo es paseado, mostrado, ataviado en ciertos momentos, hecho desfilar con su vestimenta tradicional cuando los señores que guardan su potestad así lo deciden, y tutelado siempre por un hombre que lo vigila y le explica el mundo en una suerte de mansplaning de fin del medioevo. En ningún momento Bencomo recupera su status de hombre en la novela excepto cuando su autor le hace encontrar a una prostituta, mujer esclavizada bajo las redes de trata que el mismo García Ramos describe en su operación en el norte de África de finales del siglo XV, con la cual nos explica que puede ejercitar un sometimiento mayor, al menos con alguien aún inferior en libertad a él.

Más tarde nos plantea el autor que la nostalgia por su tierra, y la incertidumbre por el destino de las personas de sus islas, generan suficiente presión interior en Bencomo para animarlo a abandonar la comodidad con que se le ha proveído a cambio de docilidad y buen comportamiento, y es entonces cuando decide regresar en un arriesgado viaje al punto más cercano a sus islas. En este viaje, Bencomo al dejar atrás la “pasividad femenina” a la que lo ha reducido su status de prisionero y rey destronado, va recuperando poco a poco la virilidad, la vida austera del hombre verdadero, para finalmente presentárnoslo como un líder nato al frente de un ejército de hombres del desierto montados en camellos acostumbrados al combate. Alzando una lanza al horizonte en el que se encuentran sus islas, la novela nos presenta a un hombre que ha recuperado lo máximo a lo que un individuo masculino, en teoría, puede aspirar: la libertad, el ser dueño de su voluntad y deseos, aún si sus posesiones le han sido arrancadas.

Como muchos autores latinoamericanos que han relatado desde la ficción el final de los personajes históricos a quienes les tocó vivir el encontronazo con la Europa conquistadora y ávida, García Ramos nos presenta un relato de recuperación de la virilidad de un caudillo poco conocido, pero con el cual nuestros caudillos prehispánicos guardan tanto parecido.

La novela me gustó mucho en cuanto a su erudición y contextualización histórica, pues permite recorrer la gastronomía, ambientes, recorridos urbanos, vinos y hasta un poco de la música en voga en la Venecia de finales del S.XV, pero me hubiera gustado que el autor se metiera con menos miedos a la propuesta mitológica que todos estos personajes tienen por el hecho de haber sido escogidos por la historia para ser los primeros en enfrentar el cambio más fuerte del mundo: el encuentro insospechado de dos orillas del mundo.

Al escribir la historia de Bencomo de Taoro la guerra no es en contra de Ariadna. Ni contra la posibilidad de que nuestros héroes prehispánicos hubieran podido morir de nostalgia, de apabullamiento por no haber podido comprender lo que a sus humanas vidas les tocó vivir, ni contra la desilusión que sentimos por no haber tenido caudillos con la capacidad estratégica de haber creado fantásticas resistencias que nos hubieran asegurado a los habitantes de los siglos posteriores que sus antepasados fueran los más cojonudos. Pues mientras sigamos en guerra con el aspecto femenino al que tanto tememos, quizás sigamos perdiendo oportunidades de comprender más profunda y humanamente a los personajes históricos que aún tienen tanto por decir.

Creo que la guerra, si es que la hubiera, debería ser en contra de una masculinidad que no permite considerar que a esos personajes no les quedó de otra que emprender el viaje de Ariadna, y se les obligue desde la ficción a ser los Ulises con los que al fin podamos respirar, levantar la mirada viril al horizonte, y hacer las paces. Obligar a Bencomo de Taoro, Moctezuma, Atahualpa, Jerónimo a estar al nivel de agresión y destrucción de Fernández de Lugo, Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, Francisco Pizarro, o Buffalo Bill, es seguir intentando construir sobre las ruinas de un mundo en el que no cupimos todos. La invitación a proponer nuevos finales que no teman a a Ariadna, que recuerden la increíble diversidad de las culturas prehispánicas de todo el mundo, está abierta.

Cuca González (Guadalajara, México)


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