jueves, 28 de diciembre de 2017

Reseña de Mi columna vertebral de Andrea Mazas en la revista Clarín

Andrea Mazas
Mi columna vertebral
Baile del Sol, Tenerife, 2017

Claridad en los vínculos

Cuando los primeros árboles con los que nos encontramos en el camino poseen fortaleza y espléndida textura, podemos aventurar que el bosque en el que nos estamos internando podría tratarse de un emplazamiento memorable. Mi columna vertebral, el primer poemario de Andrea Mazas (Salamanca, 1981), nos coloca en ese lugar. Nos descubre a una poeta brillante, con una gran voz, ya pulida, que se mueve con un despliegue verbal compuesto por léxico y elementos sencillos, referentes cotidianos, símbolos reconocibles y metáforas alrededor de lo elemental. Mazas comparte una poesía de tono confesional, con una dicción precisa y luminosa y una excelente confección de las piezas. Se trata de una poesía sustantiva, que encierra la complejidad de acercarse a la esencia humana y de la vida (de una vida acompañada, abierta a su comunidad) al mismo tiempo que sus metáforas y alegorías recuperan cierta mirada mágica del mundo.
Su obra pretende reflejar la plasmación del cambio existencial. Uno de los ejes del libro es el proceso de construcción del sujeto, donde se busca afirmarlo y definirlo («soy el abismo entre la que fui y a la que voy»). Este se va construyendo desde la duda y un carácter receptivo, sin omitir los dobleces ni los agujeros, aunque en ese tratamiento se resalta la tenacidad y el vigor. Plasma un desarrollo biológico, desde el nacimiento, pasando por la infancia y la juventud, hasta la madurez. Ahí se resaltan los vínculos, los afectos, la interdependencia. Concretamente, la autora explora su personalidad. Rastrea lo que le configura como ser humano, especialmente como ser relacional. En efecto, para Mazas, el «yo» también se compone de los otros, cuanto menos de un «tú» específico al que se dirige en muchas de las piezas. Así, el sujeto no es individual, sino construcción colectiva. Además, en varias ocasiones, se remarca la idea de que el «yo» es una suma de aspectos que lo van cubriendo. A partir de la afirmación de nuestra composición lingüística («tomé la palabra y nací persona»), los poemas recorren entonces el proceso de ir liberándose de esas capas hasta alcanzar la desnudez. No en vano, las distintas etapas de la vida se superponen en el «yo», con lo que se subraya tanto la conciencia de la evolución y multiplicidad como su permanente formación. Más allá, llega a situar su cuerpo como representación y encarnación de toda la existencia del ser humano. Precisamente, el cuerpo herido aparece como constatación de crisis o inflexión vital (como el paso a la madurez).
Otro de los ejes es el amor y la relación con el otro, especialmente en el tramo final del volumen. Habla de un amor correspondido y gozoso, siempre con un horizonte de entrega, donde el sexo aparece como culmen. Pero no sólo en estos poemas se subraya la carnalidad como reivindicación del placer y del deseo, sino que se liga con el planteamiento vitalista atraviesa todo el libro. En ese sentido, palpita en estas páginas un anhelo de libertad, unida también al desarrollo imaginativo, a la reinvención o reinterpretación lírica de la realidad. Además, el amor se presenta como un acto de comunión con el mundo, no sólo entre dos personas. De hecho, la poeta lleva a cabo, también de manera explícita, una indagación en lo elemental, que tiene su correspondencia con la presencia constante, precisamente, de los elementos naturales en sus piezas.
A su vez, en el volumen se reclama la perspectiva y la reivindicación feminista de género. En concreto, denuncia la objetivación de la mujer, su reducción a apariencia y la asimilación por parte de las propias mujeres de estas lógicas.
Por otra parte, en una de las secciones del libro (que incorpora un CD con los poemas hechos canción a cargo de un nombre de referencia en la canción de autor: Antonio de Pinto), Mazas versa sobre la poesía y el lenguaje. Explicita allí su voluntad de escritura clara («la palabra debería ser siempre / una llave, y no un telón o una máscara»), con implicación personal («como un globo que suelta lastre / yo me he ido desprendiendo en los poemas») que apele al lector y que le permita apropiarse de ella, tal y como la propia autora busca cuando lee, y tal y como se produce con este relevante poemario.


Alberto García-Teresa

jueves, 21 de diciembre de 2017

Reseña de DEL POLEN AL HIELO de Luis Ramos en La Opinión de Zamora

Del polen al hielo

Sobre un libro de amor, intenso, profundo, marcado por el paso del tiempo, poemas con sello personal

16.12.2017 | 02:20
Se ha presentado en la Biblioteca Pública un nuevo libro de poemas de Luis Ramos, poeta y amigo, al que me siento unido por vínculos tan potentes como son una gran afinidad de pensamiento y un fuerte compromiso con la realidad que nos ha tocado vivir. Pero también he de decir para mayor abundamiento que Luis Ramos siempre me ha sorprendido no sólo por su versatilidad, pues es capaz de remover los entresijos más insospechados, sino también por su compromiso con la sociedad y su fuerte honestidad en el trabajo y, por tanto, en el estilo. Luis Ramos busca siempre en su poesía belleza, emoción, verdad, por lo que es fácilmente identificable la huella de su mano en toda la obra, lo que al menos nos confirma un sello personal que es de agradecer.
"Del polen al hielo" es un libro de amor, de un amor intenso, profundo, marcado por el paso del tiempo, por la fugacidad de la vida, el mismo título, cargado de sentido metafórico, nos da fe de esa brevedad de la vida, del polen al hielo, de la primavera al invierno, de la mujer amada a la madre. Yo diría algo más, el libro constituye una crónica del alma, donde el poeta transita por un viaje interior y en esta peregrinación va desnudándose, dejando entrever sus sentimientos más íntimos.
El libro está construido en dos partes bien diferenciadas, la primera, "Manchas de polen", está dedicada a su gran amor, donde el poeta aún cargado de juventud busca "sentir la intemperie del enigma", acercarse a lo desconocido, "vivir en vilo", pero desde el silencio, con toda la pasión. Y para ello se refugia en la naturaleza y así poder expresar la bondad del amor limpio, además de servir de coraza para sobreponerse a todo lo que acecha a su alrededor, el merodeo ciego del engaño, ante la presencia de fieles testigos, entre flores, abejas, que nos dan el néctar de la vida, entre el aire candeal ofrecido en las palabras, entre las mariposas con ecos primaverales, entre libélulas, labios de un agua de amor tan feraz, o los grillos, abriéndoles las alas a los sueños, caballitos voladores que trepan ilusiones.
La segunda parte, "Las escandas del hielo", está dedicada a su madre y al duro trabajo en el Mercado de Abastos en aquellos años de posguerra. El poeta a partir de este momento da un giro total. Su poesía se convierte en una poesía dura y a la vez cargada de amor. Se aproxima más a una obra dramática que comienza al alzarse las trapas del puesto del mercado, que forman el telón de la dura realidad. Y el poeta nos va describiendo esta situación con un lenguaje poético que en todo momento busca evadirse de la realidad cotidiana para centrarse en la madre coraje como eje principal de esta parte del libro. El drama está ahí, en el aire que respiramos en el mercado y una buena muestra de ello se refleja en la exposición que actualmente se exhibe en su interior, con fotografías de Juan Carlos Benéitez y textos del propio Luis Ramos. Exposición que viene a dar luz a estas "Escandas del hielo" y a la vez a hacer justicia no sólo con el escenario, lugar de vida intensa y de pena y sufrimiento, sino también porque estos versos rescatan ese poso de amargura que siempre llevamos dentro ante la ausencia de la madre, transformado en un sentimiento de soledad que sólo podremos superar a través de amor y entrega.
Quisiera también añadir que todos los poemas tienen un ritmo especial, cadencioso, dando rienda suelta a esa veta musical que el poeta atesora, lo que hace que su lectura sea más fluida, pero sin perder intensidad y emoción, que constituyen las claves fundamentales del libro.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Reseña de MALDITO Y BIENAMADO BIBELOT de Heberto de Sysmo en el blog Puentes de Papel


HEBERTO DE SYSMO. MALDITO Y BIENAMADO BIBELOT


Maldito y bienamado bibelot
Heberto de Sysmo
Baile del Sol, Colección Sitio de Fuego
Tegueste, Tenerife, 2017



DESTILACIONES



El activismo cultural de José Antonio Olmedo López-Amor se expande por amplios corredores. Ha dado pie al ejercicio de la crítica en distintas publicaciones, digitales y en papel, a la puesta en marcha de la revista Crátera, de la que es codirector,y a un singularizado recorrido poético, siempre tras el seudónimo Heberto de Sysmo, iniciado en 2011 con el volumen Luces de antimonio.
La última entrega, Maldito y bienamado bibelot, consiguió el II Certamen Nacional de las Letras “Isabel Agüera”. Sobre su naturaleza estética escribe José Luis Rey: “Libro de amor al lenguaje, a su aventura radical y lúcida, escrito por un poeta que ama la palabra por encima de todo”. También resultan de interés las ideas expuestas en el preámbulo de Jesús Leirós León, jurado del certamen en esta convocatoria: “Es una obra llena de incidencias, de belleza dramática, de materia oscura que convierte al lector en un navegador de lo intuitivo”. Nos hallamos frente a una lírica que no ofrece traslaciones denotativas de una supuesta experiencia biográfica sino que tiene como hilo argumental básico la reflexión perturbadora, el ritmo arrullador de las imágenes y la concepción de la poesía como rapto o exaltación, una estética que destila cercanía con el poeta chamánico cuya voz recorre laberintos entre la realidad y lo oculto.
Heberto de Sysmo fortalece la solemnidad aforística del aserto “la patria es el lenguaje” al iniciar el poemario recordando el enfoque teórico de Saussure, cuya percepción del hecho lingüístico reactivo brevemente: la lengua es un producto social y un artefacto cultural mientras que el habla es plasmación concreta de la actividad comunicativa. El sistema idiomático, por tanto, supera los umbrales del yo. Personifica una arquitectura cuyo alzado soportan claves que el sujeto verbal debe descubrir. Las palabras cumplen leyes físicas; son el basamento de un sistema científico que está más allá de las intuiciones, el tejido sentimental o las especulaciones que buscan luz.
Todo el apartado inicial, “Phisis” sondea el aspecto ritual de la poesía y las formas de introspección generadas; los poemas se asientan, con sus alusiones y elusiones, en ese empeño de ser un resplandor fugaz, un lampo a la deriva en el que se percibe desde la sombra la convivencia firme entre intuición e inteligencia.
El título del segundo conjunto, “Mathesis” –término de origen griego que alude a la ciencia y el aprendizaje- recuerda a Descartes y a su empeño en hallar desde la mente un lenguaje más perfecto que cualquier lenguaje natural y se completa con una cita de G. Santayana; el texto recuerda que el arte es experimental y toda invención es tentativa. El lenguaje –también la poesía.- no pasa de ser un epicentro sísmico que deja sus pulsaciones dispersas.
Una de las cualidades más notorias de Heberto de Sysmo es su tendencia natural a soslayar los términos ajados por el uso y buscar otros que dormían bajo la techumbre de los diccionarios: bibelot, lampo, eruela, ergógrafo, atavío, enunción, escabel, antigrafía, óbelo, pareidolias, idente… lo que concede a su voz poética una sensibilidad culturalista que convierte al figurante lírico en aspirante a demiurgo: “El verso se resuelve en quien lo sueña, / su gracias infunde paz y en algo cambia / a aquellos que su majestad corona”. Esta caracterización acerca al poeta valenciano a los juegos expansivos de las vanguardias y al pulso intelectual de la ciencia como sedimento aprovechable del poema. Poesía y ciencia se hacen así ingredientes complementarios para elaborar vertientes discursivas.
Otro atributo de esta entrega es la elección formal del poema breve como sustento de las imágenes y receptor del pensamiento. Incluso el haiku, cuya concisa pulcritud está ligada a los estímulos sensoriales, adquiere en Maldito y bienamado bibelot una caligrafía más conceptual.
La poesía es un organismo pluricelular; cumple las incansables funciones del ser vivo en permanente cambio; Maldito y bienamado bibelot, la premiada propuesta de Heberto Sysmo, hace de esa indagación en las mutaciones una síntesis entre lenguaje y pensamiento, una isocronía que avanza en espiral: "Decir para vivir, / vivir para decir / y después de haber dicho / volver a desdecirse".


OBRAS SON AMORES: Mari NIeves Pérez Cejas, LA MELANCOLÍA DE LOS SUPERMERCADOS


miércoles, 13 de diciembre de 2017

Reseña de STONER, de John Williams en el blog No me creo que no te creas

domingo, 26 de noviembre de 2017


John Williams, Stoner


Stoner es la mejor novela que he leído este año, tal vez en años. ¿Por qué? Por ningún motivo en particular, o por ninguno que yo conozca, lo que quizás sea la mejor señal de su grandeza. ¿No resultan sospechosas las novelas que nos gustan por un motivo concreto? Yo, cuando sé por qué me ha gustado un libro, me mosqueo. Me pregunto qué tiene ese aspecto del libro para gustarme, me pregunto si no será que encuentro en él algo que ya estaba en mí y que sale reforzado de la lectura. Nos ocurre todos los días: conocemos a alguien que nos da la razón, que nos llama guapos o que halaga nuestra vanidad de cualquier otra forma, y no podemos evitar quererlo. En realidad no lo queremos a él: nos queremos a nosotros mismos, y si la persona en cuestión nos resulta agradable es porque justifica o refuerza nuestro amor propio. Con los libros pasa lo mismo. Basta que encontremos en uno la más mínima validación de nuestra forma de ser para que se convierta en el acto en una obra maestra. La vanidad es astuta y siempre se abre camino. Pero, aunque es cierto que de nada sirve luchar contra ella (parece más sensato invertir nuestras energías en aprender a gestionarla), también lo es que reconforta encontrar de vez en cuando un placer que, al menos a simple vista, no esté dominado por ella. Leer un libro que no nos halaga, que no afirma ni desmiente nada de lo que amamos, bien podría ser uno de esos placeres.

Es difícil discernir de dónde proviene la fascinación que esta novela ejerce en tantos lectores. Stoner es el perfecto modelo del hombre anodino: un profesor universitario sin más intereses que sus clases, su familia y sus pequeños proyectos académicos. Sus desgracias nos harían bostezar si tuviéramos que escucharlas ante una taza de café, igual que hacemos bostezar nosotros a nuestros amigos cuando les contamos que un compañero de trabajo ha conseguido el ascenso al que aspirábamos o que nuestra mujer se ha apuntado a un grupo de teatro. Nada hay de novelesco en la vida de Stoner, y sin embargo la suya es una novela apasionante. Al leerla no tenemos la sensación de presenciar un drama individual, sino el gran drama del ser humano. De forma misteriosa, John Williams obra el milagro de la transmutación: eleva lo particular a lo universal, la miseria privada a dolor compartido. Muchos, antes y después que él, han tratado de hacerlo. Nadie lo ha hecho mejor.

Al éxito de la novela contribuye su prosa limpia, transparente. John Williams no solo no se enreda en florituras, también renuncia al exceso de información que, en mi opinión, lastra otro de sus libros más conocidos,Butcher's Crossing. En esta otra novela, ambientada en el salvaje oeste, al autor se lo ve preocupado por crear un escenario creíble, y en su esfuerzo por hacer que la atmósfera cobre vida añade un sinfín de explicaciones innecesarias. Nos informa sobre las partes exactas que componen un carromato o sobre el modo adecuado de conducir un carro de bueyes sin que estos sufran daños. Demasiada información. Escribir una novela es como contar una mentira: dar muchos detalles no hace la historia más creíble, al contrario, la hace sospechosa. Y aburrida. Ya dijo Voltaire que el secreto para ser aburrido es contarlo todo. Stoner está libre de ese pecado. Aquí no hay información de más ni de menos. De hecho, se diría que no hay información de ningún tipo: tan natural, tan espontáneo es el relato que uno se resiste a pensar que John Williams haya dosificado la información, haya planificado la estructura, haya rehecho las frases. Se resiste uno a pensar que este libro sea una obra de artesanía y no un trozo de vida pura y dura.


En pocos casos tiene tanto sentido decir, como acostumbramos a decir cuando nos quedamos sin ideas, que es inútil hablar de esta novela, que es mejor leerla. Sin embargo, yo hablo. Quiero hacerlo. A veces, cuando leo un libro y me gusta, me apresuro a escribir algo sobre él para no olvidarlo. He comprobado demasiadas veces que mi memoria es precaria: pasados unos días se difuminan los detalles de la trama, pasadas unas semanas apenas conservo una sensación difusa de agrado o desagrado. Sobre Stoner no escribí nada en su momento, hace seis meses, cuando lo leí. Supongo que no me apeteció, supongo que estaba ocupado o cansado, o quizá por entonces ya intuía que este libro no caería tan fácilmente en el olvido. En cualquier caso, hoy ha acudido a mi memoria, y me he dicho: «¿Aún no lo has olvidado? Pues apresúrate a escribir unas líneas, por si acaso». Y me he puesto a escribir y a recordar, y os juro que el recuerdo es tan vívido como si lo hubiera leído ayer. «No es extraño que lo recuerdes», dirán algunos, «seis meses es poco tiempo». Tal vez, aunque no se me vienen a la cabeza muchos libros de los que haya conservado un recuerdo tan nítido al cabo de seis meses. ¿Terminará también Stoner por caer en el olvido? ¿Puede uno olvidar un libro inolvidable? Sí, la memoria es cruel y nada está a salvo dentro de ella. Pero hay libros, muy pocos, que nos acompañan incluso más allá del olvido. A ese selecto grupo pertenece Stoner

Otros blogs que hablaron sobre Stoner:


miércoles, 6 de diciembre de 2017

Reseña de MURO DE LAS LAMENTACIONES de Rubén Castillo en Lecturas y opiniones

sábado, 25 de noviembre de 2017


MURO DE LAS LAMENTACIONES

Mariano Sanz Navarro

CASTILLO GALLEGO, RUBÉN, Muro de las lamentaciones, Baile del Sol, 2017

Coincido con Rubén en varios de los gustos por los que manifiesta decantarse en la solapa del libro y rechazo, como él, la homeopatía, las dietas y la gente pesada, añadiendo de mi cosecha a los que tosen en los conciertos.
Rubén escribe magistralmente, o sea, digno (aunque difícil) de imitar. Eso no es ninguna novedad, lo supimos en El globo de Hitler, Anillo de Moebius, Palabras en el tiempo o la más reciente Los días humillados, amén de numerosos cuentos y ensayos publicados con anterioridad.
Este libro de relatos, Muro de las lamentaciones, además de estar bien escrito, es redondo. No tiene resquicio por dónde meter la tijera del perfeccionista. Cada uno de los cuentos está perfectamente estructurado, tiene la longitud justa para mantener en vilo la atención del lector y el desenlace inopinado que constituya la guinda que deja buen sabor de boca.
Me ha pasado con este libro como me pasa con pocos: que terminado un cuento no me apetece seguir con el próximo. Una razón es la de recordar, digerir pausadamente lo leído, otra, regocijarme con la espera a sabiendas de que voy a enfrentarme con una sorpresa que no quiero anticipar, como los niños que dejan lo más exquisito del pastel para el final.
Había pensado destacar alguno de los cuentos que me hubiera gustado de forma especial (en todos los volúmenes de relatos siempre hay uno, o varios, que impactan especialmente al lector, y no siempre son los mismos los que impresionan a cada uno. Eso presta indudable encanto a la diversidad de temas), pero a la hora de escogerlo, me ha resultado difícil; cada uno de los relatos, de forma diferente, me ha dejado el regusto de la buena literatura, difícil de encontrar en nuestros día a pesar de la profusión de publicaciones; quizás porque el género que Rubén cultiva en este libro, es de los que mejor concuerdan con mi estilo de afrontar la escritura.
Han quedado titilando en el recuerdo, tres:
CARTAS DE WENDY
El untersturmfürer Wilhem Schwerin termina la guerra de forma abrupta sin llegar a saber que los papeles que Rubén le ha puesto en la mano podrían ser las cartas que Kafka (FK) envió, durante las últimas semanas de su vida, a Elsi, la niña conocida por casualidad en el parque Steglitz de Berlín, una tarde en que lloraba desconsolada la pérdida de su muñeca Brígida. Franz, el mago, sabía que la muñeca no se habia perdido, sino que habia emprendido un largo periplo cuyas incidencia iría relatando a Elsi en cartas sucesivas. Algo sospechó el untersturmfürer Wilhem Schwerin cuando leyó la frase que aparecía al final de cada misiva: Le dicto estas cartas a mi amigo FK. para que te las entregue, porque desde el principio intuyó que algo oscuro de encerraba tras aquellas palabras. (35) Pero ya no había tiempo para más averiguaciones, arrojó las cartas a la chimenea y las hizo arder. (37) El final, a disposición de ustedes.

DOS CUENTOS PARA QUE USTED LOS ESCRIBA
En este relato encontramos al Rubén más exquisitamente divertido, en un terreno que recorre con soltura: el de la broma capaz de esconder realidades que invitan a la reflexión. Aquí, el magisterio de la narrativa meta-literaria se encuentra en estado puro. Aunque escribir es una tarea en la que el primer paso siempre es el más complejo de dar (59), en el primero de los cuentos se describe la trayectoria vital de un personaje alrededor de un adminiculo imprescindible: el chupete que inicia y cierra el ciclo vital del personaje.
El segundo cuento que brinda al escritor primerizo, igual de ingenioso, trata de un fracasado (figura con la que el lector empatiza de inmediato), que se ha habituado a programar sus sueños, a decidir qué quiere soñar por las noches (71). La aventura, que acaba mutando en el drama presentido en el sueño, se convierte en realidad. Y hasta aquí puedo contar.

EL ÚLTIMO CABALLERO ANDANTE
Todos los que escribimos hemos sentido, en un momento u otro, la tentación de hacer un guiño cervantino, ardua empresa de la que solo salen victoriosos algunos maestros, como Andrés Trapiello. Rubén lo logra plenamente en esta magistral descripción de los padres del inventado protagonista, que bien pudiera haber sido incluida en las paginas originales sin desdoro alguno: Martín llamábase mi padre y era altiricón, de buen conformar y propenso a las magras (del crecimiento constante de las cuales su cuello y su rostro eran fiel indicio, y su andorga cumplida demostración); Felisa es mi madre, áspera de trato y flaca como el espíritu de la golosina, amén de proclive al ánimo taciturno. (92)

Resumiendo, un magnífico libro de relatos que me ha llegado a las manos -con la exquisita dedicatoria que no me resisto a reproducir más abajo-, y que recomiendo vivamente. 



jueves, 30 de noviembre de 2017

Reseña de Koundara, de David Pérez Vega en la revista Oculta

KOUNDARA: UNA AGUDA MIRADA GENERACIONAL A TRAVÉS DE SIETE RELATOS

escrito por Ariadna G. García 31 octubre, 2017


Estamos cambiando de periodo histórico, económico y social. Occidente ha entrado en una nueva etapa. Europa vive una crisis sin parangón desde los años 30. El desempleo, el auge de los nacionalismos y precariedad actuales parecen invocados como demonios que no fueron bien exorcizados. Los escritores –algunos, al menos–, tienen –tenemos– puesto su punto de mira en las transformaciones que esta crisis está generando. De ahí, que regresen con fuerza la narrativa realista y la distópica, hermanadas por su espíritu crítico. Hablo de novelas como Cenitalde Emilio Bueso (2012); La trabajadorade Elvira Navarro (2014); Inerciade quien escribe (2014); Los valientesde Roberto de Paz (2015); La gran olade Daniel Ruiz García (2016); y Cuando todo era fácilde Nando López (2017). Me refiero a libros de relatos como Contratiemposde Pilar Tena (2014) o el que nos ocupa hoy: Koundarade David Pérez Vega (2016). Con estos libros los lectores pueden auscultar el pecho de su época, pues trasladan al papel los mundos que sospechamos, pero que nuestra sociedad –pensada para el consumo y la satisfacción de los deseos– nos impide ver. No obstante, para eso escriben sus obras los autores, para hacernos mirar en dirección opuesta a los anuncios, la telebasura y el dircurso político de autocomplacencia. Estos títulos describen cómo los recortes de la administración incrementan la sensación de fracaso colectivo, cómo la clase obrera ha perdido derechos con la nueva reforma laboral, cómo las mujeres y los hombres que han acabado en el paro deben reinventarse para sobrevivir, cómo se ha abierto un abismo entre los sueños de juventud y los logros de adultez, cómo el mercado laboral se ha vuelto despiadado, cómo miles de españoles preparan la maleta del exilio, o cómo la incertidumbre, el miedo y la frustración se han enquistado en la ciudadanía.
Koundara es el primer libro de relatos de David Pérez Vega (1974), profesor de Economía y de Matemáticas, y autor de las novelas Los insignes (2015), El hombre ajeno (2014) y Acantilados de Howth (2010); de los poemarios El bar de Lee (2013) y Siempre nos quedará Casablanca (2011); así como de un sinfín de reseñas que ha ido publicando o bien en su blog (Desde las ciudad sin cines) o en la Revista Eñe. Con la excepción de la última novela, todas sus obras han visto la luz en Baile del Sol, una editorial prestigiosa, alternativa, que lleva veinticinco años dando a conocer nuevas voces de la literatura española.
El libro lo integran siete relatos organizados en dos secciones («Los viajes» y «Bajo determinadas circunstancias»). Me han gustado mucho cuatro de ellos: «Koundara», «Maestro», «Cazadores» y «Tetras de ojos rojos». Sin embargo, voy a comenzar mi reseña por los tres restantes.
«Acrópolis» tiene un arranque sorprendente (el gerente de una empresa abandona, con precaución y nervios, la nave donde trabaja, por temor a un atraco), pero la abrumadora retahila de datos que ofrecen –a continuación– narrador y personajes frena la historia. Las intervenciones de los interlocutores, por otro lado, son demasiado largas, lo que resta credibilidad a los diálogos. Así y todo, me gusta el sentido del relato, si bien no su construcción: la mirada nostálgica hacia el pasado donde el protagonista sentía una seguridad que ahora le falta.
«La balada de Upton Park» toca un tema interesante y actual: la emigración de españoles por culpa de la crisis. El prólogo promete una entretenida historia de terror, pero el relato que lo sigue frustra enseguida las expectativas de los lectores. El desarrollo de la historia es lento por la profusa aparición/desaparición de personajes, y por la meticulosidad con que describen escenas al margen de la trama principal.
«Quitasol» es un relato anodino, en el fondo y en la forma; que desmerece al lado de sus compañeros. Y es que dentro de la colección hay cuatro relatos realmente muy buenos. A saber:
«Koundara» tiene el atractivo de la localización espacial (Guinea Conakry); de unas descripciones muy plásticas, de gran poder evocador, que apelan a cada uno de los sentidos («El olor es lo primero en África; un olor carnal, igual que una gasa invisible sobr el cuerpo. Nada más bajar del avión, una presencia de cuero y sudor rancio»); de la sutil ironía a la que recurre el autor para criticar la actividad que desarrolla la Iglesia en Koundara (escolarización en sus centros únicamente de estudiantes ricos), así como de los privilegios de los que disfrutan sus representantes (instalación de tendido eléctrico y suministro de agua); el último aliciente del relato descansa en la aparición de personajes a los que estamos poco habituados (monjas que conducen todoterrenos de aspecto militar).
«Maestro» destaca por el tema: la denuncia de las precarias condiciones laborales en las que realizan su trabajo los maestros y profesores de un colegio privado (para el nivel de bachillerato) y concertado (para las etapas de primaria y secundaria). El narrador nos relata los esfuerzos de la dirección del centro por despedir a docentes con contrato indefinido, por minar su moral completando su horario con asignaturas para las que no están cualificados, por presionar al claustro para que los estudiantes aprueben sin abrir un libro, o por colocar a dedo a un representante sindical afín a sus intereses. Se nota que Pérez Vega conoce el oficio desde dentro.
«Cazadores» se sustenta en una estructura muy bien trabajada, donde varios relatos se insertan unos dentro de otros, como en las antiguas colecciones árabes de cuentos. Dos hombres divorciados se citan en un restaurante chino para cenar, y en la conversación se confiesan en qué momento se percataron de que sus matrimonios no les satisfacían. Este segundo estrato de la historia, que gira en torno a un perro, desemboca en un tercer recuerdo del protagonista, esta vez situado en un bar de Malasaña. Esta nueva charla con otro amigo, gemela a la de la historia-marco, sirve para rememorar un lance de la infancia en la facultad de Veterinaría de la Complutense, donde experimentó el horror de ver animales amputados y agonizantes. Estos flashback freudianos nos perfilan a un personaje inseguro, temeroso de los hombres que conforman su mundo. De ahí que el desenlace del relato nos reconforte.
«Tetras de ojos rojos» es el texto más lírico –simbólico– de las siete piezas. Su fuerza radica en la espléndida caracterización psicológica del personaje principal, la madre de un alumno diagnosticado con TDA (Transtorno por Déficit de Atención). Relatada, ahora, por un narrador omnisciente, la obra pasa revista a las emociones que Mónica padece tras entrevistarse en varias ocasiones con el tutor del chico y luego con éste: ira, desconcierto, desconsuelo, impotencia, miedo, furia, decepción. Pérez Vega, de nuevo, recurre a su experiencia docente para añadir al retrato del personaje la pintura de los obstáculos que dificultan la concentración de los adolescentes de hoy: los videojuegos, internet, el móvil y la televisión. Un acuario de peces servirá de remanso de las pasiones, banco de pruebas de madurez, y de metáfora de la extrañeza incómoda que siente una madre cuando asiste a los cambios de sus hijos. La incorporación de los diálogos al texto me parece una fórmula acertada, pues dota al texto de agilidad.
En resumen, Koundara es un buen libro de relatos, con cuatro piezas excelentes en las que el autor demuestra que tiene oficio, domina la técnica y posee una aguda mirada para observar el mundo. David Pérez Vega radiografía nuestra sociedad para ofrecernos un mosaico de personajes entre los treinta y los cuarenta años cuyas vidas, lejos de estar asentadas, zozobran en la incertidumbre. Raro será que los lectores no se identifiquen con alguno de ellos.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Reseña de MIL DOLORES PEQUEÑOS de Pablo Escudero en Eñe

Mil dolores pequeños de Pablo Escudero Abenza, una lectura de David Pérez Vega



Mil dolores pequeños, de Pablo Escudero Abenza.
Editorial Baile del Sol. 140 páginas. 1ª edición de 2016.

En junio de 2016 coincidí con Pablo Escudero Abenza (Orihuela, 1984) en el bar-librería Vergüenza ajena de Madrid. La editorial Baile del Sol había organizado una presentación conjunta con los autores que acabábamos de sacar libro con ellos. Pablo presentaba su novela Mil dolores pequeños y yo mi libro de relatos Koundara. Acabamos charlando e intercambiando libros. Creo que más que el hecho de acabar de publicar un libro, nos unió la circunstancia de que, en aquel momento, ambos éramos profesores de matemáticas en secundaria.
Pablo Escudero mantiene un blog literario llamado Cuentos pendientes. En el verano de 2016 publicó allí una reseña sobre Koundara. Un año más tarde, dentro de mi campaña a favor de poner orden en el deslavazado montón de libros que suponen mis lecturas pendientes, me he acercado al fin a Mil dolores pequeños.
En Mil dolores pequeños, la historia nos la cuenta un narrador innominado que sufre una extraña dolencia: «La memoria y el olvido son selectivos. Eso desde luego. Eso como mínimo. La mía no, por supuesto. Mi memoria nunca aprendió a filtrar ni a olvidar» (pág. 34). Durante unas horas al día, nuestro particular «Funes el memorioso» tiene que acudir a una clínica llamada Museo del Olvido y la Memoria, donde le tratan de sus problemas. Allí, como terapia, los médicos le piden que escriba sobre sus recuerdos.
En la dedicatoria que me firmó Escudero el día de la presentación se refiere a su novela como «esta sarta de mentiras». Creo que una tentación que puede tener el lector al acercarse a este libro es pensar que se trata de una novela autobiográfica. Por lo poco que sé del autor, me doy cuenta de que algunas características del narrador coinciden con las suyas: ambos estudiaron Ciencias Físicas, son de una ciudad de provincia y escriben relatos con los que han ganado algún premio.
La novela está dividida en sesenta y ocho capítulos, que no suelen ser muy largos. En ellos, el narrador va enlazando recuerdos, que en muchos casos se convierten en pequeños relatos. Éstos tienen que ver principalmente con su entorno familiar (sobre todo con el padre y el abuelo) y con los compañeros del colegio (el chico especial, el chico más guapo de la clase…), o con personas con las que se cruza en el metro, en la calle o en las clases de la facultad (Caperucita, Gómez Salto…).
A través de estos recuerdos o digresiones de la historia, el narrador va desgranando algunos de los momentos más significativos de su infancia, adolescencia o primera juventud, que se sitúan principalmente (aunque no sólo) en la década de 1990. Así, se evocan desde los desaparecidos videoclubs hasta los niños de Chernóbil que visitaban España durante unas semanas de verano.
Se juega al contraste con la figura del padre: mientras el narrador no puede olvidar nada, el padre está perdiendo la memoria; o mientras que el padre es alguien que corre muy rápido, el hijo siempre es el último chico de la clase en una carrera.
El narrador siempre ha querido ser escritor. Aquí debemos enfrentarnos a una paradoja en la construcción de la novela. En la página 39 leemos: «Yo quería ser escritor pero los médicos me lo prohibieron. Mi mente no podía soportar tanto tráfico. Al principio quizás, cuando era más joven, pero ya no. (…) Me mareaba cuando terminaba un relato. Me caía desmayado en cualquier parte». Ahora, sin embargo, son los mismos médicos que le prohibieron escribir relatos los que le piden que escriba sobre sus recuerdos. Esta escritura, ejecutada en la clínica de la Memoria, sin la esperanza de que nadie se acerque a ella, constituiría la novela que el lector tiene en las manos.
La primera frase del libro invita a la extrañeza: «Mi padre sabía volar». Es un truco que ejecuta durante los cumpleaños de la infancia del narrador. Dentro del contexto de una narración realista (salvo por el detalle del Museo del Olvido y la Memoria), este dato, al que se vuelve de forma reiterada en el libro, parece tener principalmente una carga metafórica y no literal. Abunda en Mil pequeños dolores el recuento de las derrotas cotidianas, en las que el padre (en paro, clínicamente deprimido y que gana algo de dinero gracias a la escritura de reseñas literarias) suele ser uno de los máximos exponentes en este Museo de la Derrota y la Pérdida, que constituyen las páginas de la novela.
«No suelo caer en la nostalgia», nos dice el narrador en la página 32. El mundo que se evoca y refleja aquí, es cierto, no está idealizado; más que caer en la nostalgia, lo que hace nuestro narrador es caer en la melancolía. «Tantos recuerdos me han inoculado al fin la tristeza», leemos en la última página del libro.
Nunca se nombra la ciudad de provincias original del narrador, ni se dice cuál es la ciudad a la que se ha marchado a estudiar Ciencias Físicas, en la que los viajes en metro se convierten en una de sus principales rutinas, pero yo he supuesto, por inercia, que se trataba de Orihuela y Madrid.
La narración no sigue un orden lineal; en cada capítulo, los hechos evocados pueden ser nuevos o también se puede volver sobre escenas ya mostradas antes y completarlas o narrarlas desde otros ángulos (esto ocurre sobre todo cuando se habla del padre, del abuelo o de alguno de los compañeros de clase). Muchos de los pequeños motivos narrativos que se pueden leer en estas páginas tienen que ver con el arte o el deporte; algunos de los capítulos hablan de natación o fútbol, pero también de músicos y escritores. Aquí, destaca la figura del albanés Ismaíl Kadaré; el tema albanés acaba tomando importancia narrativa en la historia. Las apreciaciones de Escudero Abenza sobre las realidades que muestra pueden ser en algunos casos típicas, como cuando se habla del chico gordo que era el portero del equipo de fútbol o del ambiente varonil de las peluquerías de caballeros a las que empieza a ir a los diez años, pero muchas otras (la mayoría) son apreciaciones bastante originales de la realidad; en este sentido, me han gustado las notas sobre las inundaciones que sufría su barrio cuando era pequeño, o el tema narrativo ‒como ya he comentado‒ en que se acaba convirtiendo Albania: sus escritores y deportistas, su política…
Dentro de un tono sencillo, pero marcadamente melancólico, se tiende a la página poética (de hecho, más de uno de los capítulos cortos se podrían leer como poemas en prosa), no exenta de un particular sentido del humor: «Seguramente la siguiente moda estúpida será la de blanquearse los huesos para que brillen más en las radiografías», leemos en la página 61.
En la contraportada, para emparentar el libro con otros en los que se ha podido inspirar el autor, se citan dos: Yo recuerdo de Joe Brainard y Me acuerdo de Georges Perec. Son dos libros que no he leído, pero sí he hojeado. En más de una ocasión, la escritura morosa y evocadora de Escudero Abenza me ha recordado al Ray Loriga de Lo peor de todo o Héroes, pero ignoro si se trata de una referencia válida para alguien nacido en 1984.
La pega que se le puede poner a un libro como Mil dolores pequeños es que, al estar construido como un conjunto de recuerdos aparentemente deshilvanados, no tiene demasiada tensión narrativa. Imagino que Escudero Abenza no quería escribir una novela con tensión narrativa, para la que se requieren otro tipo de planteamientos. Él ha escrito una novela ‒sobre el fin de una juventud humilde‒ poética, nostálgica y evocadora, con algunas digresiones muy originales e imágenes potentes, que se lee siempre con agrado.

domingo, 26 de noviembre de 2017

OBRAS SON AMORES: Jorge Majfud, CRISIS


Entrevista a Raquel Morán en Libros Prohibidos


Nominadas #PGB17: Raquel Morán


«Stephen King debería ser premio Nobel».

Seguimos trayendo a las nominadas a los Premios Guillermo de Baskeville 2017. La finalista de hoy opta al premio en la categoría de novela por Caín volvería a matarte mañana. Se trata de Raquel Morán.

Raquel Morán nació en Oviedo en 1969. Allí vivió y se licenció en Geografía. Nos cuenta que iba para historiadora del arte, pero acabó decantándose por la Geografía porque explica el mundo en que vivimos un poco mejor.

Asegura que su infancia transcurrió entre Enid Blyton y Julio Verne, y visitaba más veces la biblioteca que la confitería —y eso que en su pueblo estaban en la misma calle—. Con la ayuda del carnet de socio de uno de sus hermanos, comenzó a acceder a libros «de mayores» y así fue cómo conoció a Agatha Christie y Stephen King. Eso se terminó cuando el bibliotecario le preguntó: «¿Tú sacas los libros para ti o para tu hermano?»


Me dio un susto de muerte. El episodio todavía me traumatiza, después de tantos años.

A partir de ahí, Raquel Morán creció con Umbral, Juan Marsé y Clarín, y maduró con Vargas Llosa, Cortázar y Rulfo y con la nueva narrativa española de la post-transición: Javier García Sánchez, Millás, Soledad Puértolas, etc.


Vengo de una familia del Bierzo afincada en Asturias que las pasó canutas en la posguerra, y soy la única de mis hermanos que ha ido a la universidad. En mi casa y la casa de alguna vecina, se recuerda mucho la posguerra, no por la represión, sino por el hambre.

Antes de emigrar a Londres solamente había escrito relatos cortos, que enviaba sin éxito a algunos premios. Siempre dice que viajó a Londres para escribir, y desde allí ha producido todas sus novelas: Apolo y los centauros (autopublicada) la que considera la mejor hasta la fecha; el relato Cambio de sentido en la autopista, parte del libro El ahorcado y otros cuentos fantásticos (Editorial Rubeo), y No Smoking y Caín volvería a matarte mañana, ambas con la editorial Baile del Sol. La firma canaria publicará en breve Idus de agosto.


Les estoy muy agradecida por su tenacidad en luchar contra los grandes monstruos editoriales, a contracorriente, siempre a contracorriente.

En Inglaterra comenzó a leer a Graham Greene, Iris Murdoch, Thomas Hardy, Henry James y J.C. Coetzee. Confiesa que desde entonces decidió que si un escritor debe, para no volverse loco, elegir entre forma y fondo, ella se quedaría con el fondo. Desea escribir sobre temas universales: la naturaleza del mal, los pecados inconfesables, las relaciones familiares, la imposibilidad de comunicarse, la manera en que la tecnología ha alterado nuestras relaciones personales… Desde el fondo, y no la forma, siendo como es España un país de grandes escritores, sería maravilloso poder honrar un día esa tradición, asegura.

También ha reseñado novelas para The Barcelona Review y el sitio web de la escritora británica Laura Hird.

En inglés, ha escrito un libro sobre la escena musical en Manchester, editado por su propio sello, LittleAsturias Publishing, y titulado Mancunians and Music: tales of the underground, the Internet and the Manchester music scene. También ha publicado un relato en la revista en línea Gloom Cupboard. Asegura que está a la espera de que alguien quiera publicar su primera novela en inglés, titulada Dolphin Square.

En la actualidad trabaja como profesora de francés y español en un instituto de enseñanza secundaria de Hackney, Londres, y gracias a esto, confiesa que lo único que tiene en común con Tony Blair es su lema: «Education, education, education».


Que algunas de las alumnas a las que he enseñado español desde los once a los dieciocho años quieran estudiar luego español en la universidad me llena de orgullo y paga con creces lo duro que es ser profesor.

Recientemente, ha terminado de escribir la novela Los arsenales de Goliat, que reflexiona sobre el terrorismo etarra y el de ISIS. También está escribiendo en inglés: Brexit Ballad.