jueves, 31 de marzo de 2016

Bailando con Yolanda Ortíz: "Lo más interesante que el ser humano puede aportar a la literatura es su fragilidad, sus dudas, su angustia"



Baile del Sol.- Manotazos al aire es un poemario sin concesiones, que se asoma, entre otras cosas, al dolor propio y al ajeno, ¿cómo te enfrentas a esas heridas?
Yolanda Ortíz.- Después de darle muchas vueltas, me parece que el poema nace del equilibrio entre ser una realidad otra –una realidad literaria– y su origen en la herida, es decir, tan mala me parece la poesía que habla de la herida sin convertirse en objeto literario, como aquella que es objeto literario sin indagar en la herida, porque creo que en el centro del poema tiene que latir algo real, algo que sacuda a quien lo escribe y, si el posible, a quien lo lee. Entonces, la respuesta es que no entiendo la escritura de otra manera que encontrándome de frente con la emoción, eso tiene una parte de sufrimiento, pero también de catarsis, porque el proceso intelectual te ayuda a colocar y a comprender. Para mí esta poesía puede tener dos peligros: primero, el efectismo; segundo, que uno acaba lavándose la conciencia o «limpiándose el grito en el poema».

BdS.- El aliento del poemario también parece ser la falta de comunicación, de conexión, esos manotazos que se dan al aire...
            YO.- Se me ocurre que manotazos al aire es la cara opuesta del poema Masa de Vallejo, la cara opuesta de esos versos que dicen «Entonces, todos los hombres de la tierra / le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;  / incorporóse lentamente, / abrazó al primer hombre; echóse a andar...». Poco muerto vamos a resucitar mientras que estemos cada uno en nuestra baldosa, lamiéndonos nuestra propia herida. Pero también está la idea de esa torpeza que somos, no saber muy bien cómo hacerlo o no querer saberlo y permanecer perdidos y, por último, creo también que esos manotazos son los intentos poéticos de expresar todo esto.

BdS.- La incomodidad, el extrañamiento, el vacío... también aparecen en muchos de los poemas, ¿es esta incertidumbre un buen caldo de cultivo para el verso?
YO.- Como dice Javier Krae: «prefiero caminar con una duda, que con un mal axioma». Creo que lo más interesante que el ser humano puede aportar a la literatura es su fragilidad, sus dudas, su angustia. Me parece, como dices, que la incertidumbre es el lugar de la poesía o, al menos, de la poesía que a mí me gusta, esa que intuye pero no sabe del todo y necesita de la analogía para decir y así ensancha la realidad y la construye en el papel.

BdS.- ¿Tiene la poesía alguna clave para aproximarse a esa falta de empatía emocional?
YO.- Voy a responder con las palabras que el poeta Sergio Franco dedica a la poesía de Isabel Tejada: «Y tal vez lo más paradójico de esta aventura sea que el hecho de asomarse a los propios abismos conlleve finalmente abrir una ventana al mundo […]. Esta experiencia analítica, este reconocerse viene a ser un paso indispensable para, posteriormente, interpretar, ya no solo los accidentes de nuestro interior, sino la realidad más prosaica  o milagrosa para así poder comprenderla, denunciarla, cantarla o denostarla». En resumen, supongo que una poesía en la que el autor indaga en su propio abismo, es el paso indispensable para ponernos en la piel del abismo del otro.

BdS.- ¿Qué importancia tiene en tu poesía la observación del otro? ¿Y la propia?
YO.- Hay algo que los novelistas y los dramaturgos dicen de su labor como escritores, que les permite meterse en la piel de otros; la poesía como tradicionalmente se ha considerado como expresión de los sentimientos del poeta parece que se queda al margen de esta posibilidad y no es así, a mí la poesía me permite tener otra carne, inventar otras vidas, indagar en el dolor de los otros, previvir experiencia; ahora bien, siempre elijo realidades que me tocan con intensidad: Viorica Balenescu, la chica de Europa del Este que observé durante meses; Papaché, que es mi abuelo, o en Deseo que mueras,  intento comprender lo que siente alguien que gasta su vida al cuidado de alguien a quien ama.


"Poco muerto vamos a resucitar mientras que estemos cada uno en nuestra baldosa, lamiéndonos nuestra propia herida".



            BdS.- ¿Qué sabe tu poesía de la muerte?
YO.- Saber, sabe poco; pero preguntarse, se pregunta mucho. La muerte es un hecho que me obsesiona, aunque suene a adolescente gótica o poeta romántico, y no sólo como miedo, sino por el extrañamiento que me produce la frontera entre el ser y la nada, los límites del cuerpo, la negrura que siembra a su alrededor. Preguntarme la muerte siempre está en mi poesía,  no puedo quitármelo de encima.




BdS.- ¿Cómo definirías tu lenguaje poético?
YO.- En manotazos me parece que es muy visceral, muy en carne viva, con un deseo de mirar de frente lo doloroso y lo terrible que nos habita y que nos rodea. También tiene algo de experimentación, de intentar «jugar» con palabra, indagar en sus posibilidades, buscando maneras nuevas de decir, pero intentando mantener un hilo referencial que ate al lector.
el miedo detrás es un libro posterior que publicó Gabriel Viñals en su editorial Ejemplar Único y me parece que sigue esa línea de mirar el dolor de frente, mantiene lo descarnado de manotazos, pero creo que es una poesía más introspectiva y una palabra poética más acendrada, con algunos poemas más breves y menos explícitos.

 BdS.- ¿Qué te gusta leer?
YO.- En general, me gusta la ficción,  es decir, me gusta lo que está dentro de la literatura –o rondándola–, lo que me hace indagar en la realidad, pero desde el objeto literario; eso sí, me encantan Nooteboom y Kapuscinski en el ensayo.  Una vez en la literatura, le pego a todo, con un amor especial por la Latinoamericana, que me parece que posee una capacidad para el riesgo envidiable y por un estilo seco, descarnado, sin concesiones al lector. Por citar algunas obras y autores que me han marcado mucho: en teatro, los argentinos Gambaro y Cossa y el inglés Pinter, los cuentos de Onetti, los de Cortázar; Pedro Páramo de Rulfo; Plop, de Pinedo; Los detectives salvajes, de Bolaño; Salón de belleza, de Bellatin; El hombre que amaba a los perros, de Padura; La carretera de Corman McCarthy; Stoner de John Williams; Una soledad demasiado ruidosa de Hrabal, Klaus y Lucas de Kristof; la poesía de Vallejo, de Gelman, de Boccanera, de Huasi, de Peri Rossi, de Bonnett, de Valente, de Maillard, de Szymborska, de Enrique Falcón, de Ana Pérez Cañamares, de Julio Espinosa, etc., etc., etc. y la de aquellos que tengo más cerca y que tanto me alimenta, la de Ángel Rodríguez, Juan Cruz, Sergio R. Franco, Isabel Tejada,  Mara L. Gavito, Gracia Morales, Elena Felíu, Inmaculada Garrido, Paco Gámez, Pedro L. Casanova, Joaquín Fabrellas, Molina Damiani, Fernández Rojano, Antonio Negrillo, Fernández Malo, Lombardo Duro. Hay mucha novela, porque hasta ahora la novela me ha servido más para escribir poesía, que la poesía misma.

BdS.- ¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto?
YO.- Desde hace meses, vienen unos patos silvestres a nadar en nuestra piscina y para mí es una escena muy sugerente: lo salvaje que invade lo doméstico, el porqué de su elección, las malas hierbas habitándonos, la belleza de lo decadente… por ahí va la cosa, veremos qué sale. 


Puedes comprarlo con descuento AQUÍ


martes, 29 de marzo de 2016

Reseña de ENTRE CUNETAS de Luis Ramos en la revista La Hiedra

Entre cunetas
Luis Ramos de la Torre
62 páginas
Baile del Sol, 2015
ISBN: 978-84-16320-51-6

Alberto García-Teresa

Ramos de la Torre presenta una treintena de poemas sobre los desaparecidos y los represaliados por la dictadura franquista. Así, ofrece un poemario sobre la memoria, la falta de justicia y la necesidad de reparación. Pero, del mismo modo, erige un canto contra el olvido, que bebe de la indignación, de la ternura y del respeto por dichas víctimas a través de poemas contenidos por la meditación, de ritmo sosegado.
Además de a sus consecuencias morales, psicológicas y políticas tanto en la sociedad como en los individuos, el poeta atiende a los efectos físicos de estos asesinatos. Presenta, de esta forma, una dimensión muy interesante, más allá de los tópicos, que permite redignificar a los muertos tras su aniquilación. Con esa intención, sabiendo equilibrar el lirismo, construye imágenes llenas de emoción con elementos de la naturaleza siguiendo los parámetros clásicos. Por su parte, condena la crueldad y el sistema de terror impuesto por el Poder, junto a la Historia construida por los vencedores. Arremete contra el “mutismo cómplice” y presenta la memoria como un acto insumiso, porque negarse al olvido constituye un hecho de desobediencia y resistencia.

Así, Entre cunetas resulta un notable poemario, que se acerca desde distintas perspectivas y ámbitos a este asunto sin agotarlo.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Bailando con Elena Alonso Frayle: "Lo más difícil para el cuentista es encontrar el camino que convierta la anécdota llamativa en material narrativo".



Baile del Sol.- Cambios de última hora es un libro que recoge diez de tus relatos, ¿que nexo dirías que los une?

Elena Alonso Frayle.- Todos ellos comparten el hecho de haber sido galardonados en algún certamen literario; ese sería el vínculo aparente. Sin embargo, creo que hay algo más, y es que en todos los cuentos que componen el volumen está presente lo que llamaría mi «universo narrativo», es decir, los temas o las ideas que más me interesan en literatura sobre todo cuando escribo cuento, y que pueden resumirse en el descubrimiento; el descubrimiento que realizan los protagonistas de las historias, que casi siempre tiene que ver con la perplejidad, con el desvalimiento que impone la fugacidad.

BdS.- Hay una atmósfera de inquietud en la mayoría de las historias que mantiene alerta al lector, ¿buscas así su complicidad?

EAF.- Diría que los autores siempre buscamos la complicidad del lector, complicidad en el sentido de que este entienda las claves que manejamos, los códigos que el autor despliega en una historia, para lograr transmitirla, compartirla con él. Esta complicidad la establece cada uno de diferentes maneras y de acuerdo con los parámetros de lo que cada cual entiende o espera de la literatura. La creación de una atmósfera de inquietud puede ser una manera de lograrlo, puesto que atrapa al lector, despierta su interés y lo predispone para recibir esa historia que deseo transmitir. Además, la propia atmósfera de inquietud con frecuencia constituye en sí misma una clave para desentrañar el sentido de la historia.

BdS.- La personalidad de tus personajes también es muy interesante, ¿de dónde surgen?

EAF.- Yo creo que, a la hora de crear personajes, la mayoría de los autores nos inspiramos con frecuencia en personas reales, que conocemos o de las que hemos oído hablar. De ellas tomamos prestados ciertos rasgos, a veces físicos, a veces de carácter; se trata de pinceladas, que muchas veces incluso proceden de personas diferentes, y con ellas creamos una especie de Frankenstein formado de retazos. Al menos ese es el punto de partida. Después el personaje crece y se desarrolla en función de lo que encarna en el relato, de la faceta de la condición humana que, a través de él, nos interese explorar en cada caso.

BdS.- Además de los personajes, los objetos y el entorno cobran protagonismo en las historias. Háblanos de tu forma de construir con ellos el relato.

      EAF.- Igual que ocurre con los personajes, mis historias siempre, o casi siempre, surgen de un chispazo de realidad. Un recuerdo, una anécdota, una situación anómala o perturbadora que presencio o que me refieren. Algo que se me queda rondando y que no me suelta, a veces durante años, hasta que comprendo que debo escribir sobre ello. Ahora bien, el hecho aislado, el detalle conmovedor, la situación insólita por sí solos no son nada. Lo más difícil para el cuentista, creo, es encontrar el camino justo que convierta la anécdota llamativa en material narrativo; el camino que lo lleve de lo particular a lo universal, que transforme lo que en principio es insignificante en algo significativo para el lector. En definitiva, en lograr que incluso un trivial episodio doméstico —muchos de mis cuentos se ocupan de ellos: la visita de un vendedor de productos congelados a domicilio, el encargo de una vecina de regar las plantas del balcón, el pedido de un producto adelgazante contrarreembolso— aparezca revestido de la facultad de encarnar determinados aspectos de los destinos humanos.
Y para lograrlo el autor despliega todas las herramientas que le procura el oficio; es ahí cuando entran en juego la tan comentada intensidad, la tan comentada tensión que debe tener un buen cuento. Es fundamental el tratamiento expresivo del tema que abordamos, la utilización de los recursos estilísticos apropiados. Se trata, como decía antes, de secuestrar al lector, de crear un clima que lo incite a creerse lo que está leyendo, y para ello resulta esencial crear una verosimilitud que a mí me gusta procurar mediante la «escritura con relieve»: dotando a los objetos de cualidades físicas que resuenen en la mente del lector, que lo lleven casi a visualizarlo, a olerlo, a sentir su tacto. Con ello estoy trayendo al lector a mi terreno, lo estoy haciendo pasar al otro lado, al de la ficción, estoy haciendo que se instale en el cuento.




BdS.-¿Crees que lo extraordinario se desarrolla en los espacios más ordinarios?

EAF.- Rimbaud hablaba de «la visión instantánea que nos hace descubrir lo desconocido, no en una lejana tierra incógnita, sino en el corazón mismo de lo inmediato». Ello enlaza con lo que decía antes: a los autores con frecuencia nos asalta el chispazo creador a partir de objetos y situaciones cotidianas en los que, de pronto, percibimos su facultad de encarnar los atributos de lo trascendente. Hay que estar atento, pues la mayor parte de nuestras vidas discurre rodeados de eso que llamas «espacios ordinarios», con lo que, si de verdad queremos escribir sobre lo extraordinario —es decir, lo trascendente— no nos queda más remedio que abrir bien los ojos para detectarlo. En eso, además de sentarse ante el ordenador para teclear una historia, consiste el oficio de escritor. En la curiosidad. En mantener viva la perplejidad ante lo que nos rodea, por muy vulgar u ordinario que parezca a primera vista.

BdS.-Todos los relatos de este libro han sido premiados en algún concurso, ¿de qué forma te han animado los galardones literarios que has obtenido?

EAF.- Yo empecé a escribir durante los años en que viví en Buenos Aires. Allí acudía a un taller donde cada uno leía sus obras y escuchaba las críticas de los demás. Así es como me fue formando en el oficio de escribir, y, sobre todo, así es como contaba con un público al que leer mis obras primerizas. Después me trasladé a Berlín y aquello me faltó. Escribía, pero no tenía a nadie que leyera lo que iba haciendo. Y uno siempre escribe para ser leído. Entonces se me ocurrió empezar a enviar mis textos a concursos literarios: para que me leyeran los jurados. Me bastaba con eso, saber que alguien me leería, y, desde luego, no se me ocurría ni soñar que alguna vez ganaría algún premio. La sorpresa fue enorme cuando, al poco tiempo de empezar a enviar mis relatos a concursos, comencé a recibir llamadas y correos anunciándome un premio tras otro. Apenas podía creer lo que estaba ocurriendo. Después los galardones se fueron sucediendo con regularidad y la incredulidad fue cediendo paso a la satisfacción y también un poco a la vanidad, qué duda cabe. A ratos los premios me proporcionan la ilusión de tal vez hallarme en el camino correcto. Tal vez. La inseguridad y la crítica feroz sobre mi propia obra persiste, a pesar de los premios, y creo que, hasta cierto punto, es saludable.


"Si de verdad queremos escribir sobre lo extraordinario —es decir, lo trascendente— no nos queda más remedio que abrir bien los ojos para detectarlo".

      BdS.-¿Tienes algún relato favorito entre los que conforman Cambios de última hora?

EAF.-Quizás «Agua para las flores» es el que me parece más redondo; además, me gusta recordar la manera tan anecdótica en que surgió (realmente mi vecina me pidió que regara sus flores, es el chispazo de realidad del que hablaba antes), algo tan trivial que, sin embargo, me llevó hasta la inmensa satisfacción de obtener con él el «Ignacio Aldecoa». Pero siento una debilidad especial por «Felice cuenta», acaso porque constituye una de las pocas ocasiones en que me he atrevido a escribir algo cercano a lo humorístico; acaso por el juego metaliterario; acaso porque, en realidad, es el que más cuajo de mí misma lleva consigo.

BdS.-¿A qué autores de relato breve sueles leer?

      EAF.- Hay unos cuantos autores a los que vuelvo una y otra vez, porque cada vez que releo esos relatos aprendo algo nuevo. Son, en su mayor parte, autores norteamericanos, que se centran en ese momento de descubrimiento, de revelación epifánica en las vidas de tipos anodinos, algo que tanto me interesa cuando escribo cuento. Me refiero a autores como Richard Ford, Tobias Wolff, Sam Shepard, James Salter, Alice Munro, Lorrie Moore y, desde luego, los «Nueve cuentos», de Salinger, además de clásicos como Hemingway y Scott Fitzgerald, junto a otros autores posteriores, los que conforman lo que se ha llamado la «Generación quemada», el cuento de David Foster Wallace que da nombre a la generación es uno de los que más me ha impresionado en toda mi vida.
Y siempre Chéjov, por supuesto. Y el gran Nabokov.
El cuento fantástico —nos llevaría un rato tratar de dilucidar qué entendemos por tal— nunca me ha seducido en exceso, y sin embargo, es justo reconocer que mi pasión por el cuento debe muchísimo a Cortázar, a quien siempre vuelvo. Más tarde descubrí a Dino Buzzati, que no sé si se puede calificar de autor de relato fantástico, pero, a quien, en cualquier caso, leo y releo con entusiasmo.
En cuanto a los autores hispanos, también releo a Bolaño, a Borges —cómo no—, a Aberlardo Castillo. Me gustan mucho José Emilio Pacheco, Fabio Morábito, Clara Obligado y Eduardo Halfon, con sus juegos autorreferenciales y metaliterarios. Y entre los españoles, Gonzalo Calcedo, Carlos Castán, Jon Bilbao, Juan Bonilla, Sara Mesa y Soledad Puértolas.



Puedes comprarlo con descuento AQUÍ


viernes, 18 de marzo de 2016

Entrevista a Bruno Marcos en La nueva Crónica

El escritor y colaborador en temas de arte de La Nueva Crónica, Bruno Marcos, acaba de publicar el libro de viajes ‘Últimos pasajes a la diferencia’.
El escritor y colaborador en temas de arte de La Nueva Crónica, Bruno Marcos, acaba de publicar el libro de viajes ‘Últimos pasajes a la diferencia’.

Bruno Marcos: "La mirada es previa a la escritura"


En ‘Últimos pasajes a la diferencia’ el autor reúne varios artículos sobre viajes realizados por todo el mundo

'Últimos pasajes a la diferencia’ (Baile del sol, 2016) es el título del último libro de Bruno Marcos que acaba de aparecer en las librerías. En él se reúnen varios artículos sobre viajes realizados por el autor a algunos lugares del mundo como Egipto, la India, Turquía, Indonesia o Nepal, entre otros.

En las sucesivas estampas de las que se compone la primera parte del libro se relata el momento del viaje en el que el escritor se hace con una imagen, una miniatura, una ilustración o una fotografía antigua, entre otras, hecho que propicia una experiencia muy peculiar de cada lugar. En la segunda se incluyen tres ensayos que reflexionan sobre el concepto contemporáneo de viaje y la búsqueda de la diferencia en el momento en que esta desaparece con el avance del progreso y la globalización.

– ¿En qué años realizó los viajes objeto de estos textos?
– Los viajes que recoge este libro fueron realizados a partir del año 2000 y fue, precisamente, aquella una década singular porque en ella se inició una modificación sustancial de las condiciones del mundo para cualquier viajero. Los atentados de las torres gemelas inicialmente y, por último, las primaveras árabes han hecho que transitar por bastantes de los países que salen en este libro sea algo mucho más arriesgado y haberlos visto se torna una cosa del pasado. La percepción entonces era la de unos lugares con urgencia por modernizarse, pendientes de solventar el conflicto entre el progreso que, legítimamente, reclaman todos los países del mundo y el pasado, que los dota de un interés enorme, esa diferencia de la que hablo. Poco después de que yo pasase por esos sitios eclosionó ese conflicto que se ha materializado en una suerte de guerra interna, civil, que se escenifica también en el primer mundo y cuyo objetivo no es tanto enfrentarse a nosotros cuanto mantener el poder de lo viejo allí.

– ¿Cree que, como se desprende de su libro, el viajero de hoy se ha convertido en un turista?
– Yo trato con ironía ese tema y esa distinción entre turista y viajero porque me parece algo desfasado en el tiempo actual. Sin embargo, era algo crucial para, por ejemplo, Paul Bowles en su novela, llevada magníficamente al cine por Bertolucci, ‘El cielo protector’, de la que me ocupo en este libro. Pero lo que plantea Bowles no es viajar sino huir, irse a vivir a ningún sitio. De ahí que en la segunda parte de su libro la protagonista abandone a su pareja y se vaya con una caravana por el desierto. Efectivamente yo he tenido esa sensación de necesitar quedarte, parar, sentarte en una calle de El Cairo a ver pasar al mundo y he intentado hacerlo, por ejemplo, en Venecia, hospedándome en el centro de la isla para sentir la experiencia total y no sólo la visita del turista. Pero creo que también es interesante analizar la percepción que se está teniendo del mundo a través del turismo, la mercantilización del destino pero, también, la socialización que supone. No podemos dejar de ver algo tan espectacular y propio de nuestros tiempos como que los grandes cruceros transatlánticos pasen entre la plaza de San Marcos y la isla de San Giorgio con más de 5.000 pasajeros asomados en cubierta para ver, sin bajarse del barco y a pocos metros, la ciudad de Venecia.

– ¿Qué ha cambiado los viajes en avión, puesto que no hay referencia alguna al camino recorrido hasta el destino?
– Este es otro aspecto importante ya que casi todos los trayectos se hacen por avión y el viajero accede a los sitios sin recorrer el territorio, sin verlo, a una velocidad extraordinaria con lo cual el cambio es inmediato. Realmente aparece en el destino atravesando la nada. El paisaje que ofrece el avión es el cielo desde dentro y la tierra aparece como una superficie neutra. Da la sensación de que no existiera el espacio intermedio entre los diferentes destinos y ahí se abre otra zona enigmática.

– ¿Cuál es el objeto de reunir ahora todos estos artículos, quizás confirmar las tesis que aparecen en el último de ellos especialmente, o sólo ofrecer un testimonio artístico y personal del itinerario que forman juntos?
– Reunir estos trabajos responde a las dos motivaciones que usted cita, presentar esos apuntes literarios de un cuaderno de viajes y reflexionar en torno a la mirada que dirigimos al mundo, a fin de que la experiencia que tenemos de él sea lo más rica posible y, por supuesto, trasladar estas impresiones a los lectores.

Portada del nuevo libro de Bruno Marcos.
– ¿Qué criterio ha seguido para seleccionar los momentos de cada uno de los viajes que aparecen reflejados, porque si bien en algunas circunstancias actúa como un turista clásico, en muchas otras, la mayoría, se desvía de lo que recomendaría cualquier guía turística al uso y transita por sitios cotidianos, lejos de las recomendaciones típicas?
– Cada escena responde al momento en el que tuve la sensación más nítida de percibir la esencia del lugar y lo asocié a diferentes imágenes que iba adquiriendo y que, ahora, forman parte de mi colección particular cuya reproducción antecede cada capítulo. Esas imágenes se ofrecen en sus países como souvenires pero, al menos las que yo escogí, están empapadas de una gran cantidad de tiempo y de esencia del lugar. A veces son billetes de curso legal muy expresivos, miniaturas arrancadas de libros antiguos que aparecen en los mercadillos, fotografías viejas verdaderas o falsas, facsímiles o postales que se enviaron en su día. Efectivamente el turista actual tiene la facilidad de escaparse a ratos y perderse y, por otro lado, existen países donde es inevitable chocarse de bruces con su verdad, porque a pocos pasos del hotel la encuentras.

– ¿Qué ha perseguido con más ahínco en estos viajes, la belleza o la verdad?
– He buscado lo diferente. Es decir, otra forma de acceder a la belleza y a la verdad.

– Y en este sentido, ¿por qué esa atención a los seres humanos más pobres o a los espacios donde se amontonan los objetos usados o lo simplemente lo viejo?
– Ese es uno de los temas más delicados que toco, la pobreza, que establece determinados estados de la sensibilidad. Esa extraña felicidad que se ve en las gentes que no tienen nada. Una pobreza no tan vergonzante ni tan solitaria. La sensación de permanencia, de inmovilidad, frente al excesivo cambio de las sociedades desarrolladas. Allí donde la pobreza se instala nada cambia y, al menos yo, tuve una sensación turbadora de alivio encontrando lugares en vez de no lugares.

– ¿Mirar literariamente modifica la observación, o por el contrario dicha mirada surge posteriormente, en el momento de la escritura?
– La mirada es previa a la escritura, existe sin ella, y quizás uno se hace escritor porque mira de una forma determinada. La escritura supone la articulación de un esqueleto que ha caído a la mente por los ojos con todos sus huesos pero sin encajar. Sin embargo, sí que hay un trabajo en este libro que fue precedido por la literatura, pero no por la mía sino por la de otros, por el legado de los escritores que pasaron antes que yo por Nueva York y escribieron sobre su visita. Es el titulado ‘Notas literarias a Nueva York’.

– Y por último ¿Cuál de los lugares visitados le produjo la emoción más intensa y a cuál no volvería jamás?
– La misma ciudad: Benarés. Sería muy duro volver seguramente porque fue el destino que más me impactó. Benarés, en la India, supone una experiencia única y es la más fuerte que he vivido, hasta el punto de ser difícil de soportar. Allí te da la sensación de que un cosmos autónomo lleva girando miles de años ajeno a todo, que pasado y futuro son lo mismo en un eterno presente, y el lugar es diferente a todo. Pasar una noche y un amanecer junto al río Ganges, cuyas aguas llevan siendo el destino de millones de almas que, al quemar sus restos allí, esperan liberarse del ciclo de las reencarnaciones para ir al paraíso crea un vórtice brutal. Te ves en una multitud con hombres santos, peregrinos, mendigos, sacerdotes, leprosos, niños vendiendo caléndulas flotantes con una pequeña llama en su interior, tullidos, vacas sagradas, ancianos esperando morir allí mismo, jainistas despojados de todo completamente desnudos, sadus con la piel cubierta por cenizas de muerto, cadáveres a medio calcinar con los pies metidos en el agua, y todo en una ciudad laberíntica, superpoblada y azotada de una 




jueves, 17 de marzo de 2016

Hablemos de Stoner, en Página 12 (Argentina)

 Por Juan Forn
Un granjero pobre le dice a su único hijo: “En la ciudad pusieron una nueva escuela. Le dicen Facultad de Agronomía. Dura cuatro años. Dicen que, si vas, podremos hacer que rinda mejor la tierra”. El joven acepta en silencio la decisión de su padre y va. Para poder asistir a clases debe levantarse a las cuatro de la mañana, ordeñar las vacas, dar de comer a los cerdos, juntar huevos y cortar leña en una granja cercana a la ciudad y recién entonces puede hacer caminando los tres kilómetros que lo separan de aquella pequeña urbe de provincia. Las mismas tareas repite cada noche cuando vuelve de la universidad a la granja donde le dan alojamiento a cambio de su trabajo. Un día comienza a cursar una materia que nada tiene que ver con las demás pero es obligatoria en la currícula. La materia es Lengua y Literatura. El joven granjero descubre en esa materia algo que “no puede decirse en palabras pero que lo transmiten las palabras”. Sin decir nada a nadie, casi sin darse cuenta él mismo, cambia su plan de estudios. Sigue trabajando mañana y noche en la granja que le da cobijo, pasa cada momento que tiene libre en la biblioteca de la universidad, pero jamás piensa en su futuro, hasta que su tutor le dice: “Jovencito, en breve termina sus estudios. ¿Su idea es regresar a la granja de sus padres con una magistratura en Inglés? ¿Todavía no se ha dado cuenta de que quiere quedarse con nosotros?”
Miren ese puñado de edificios neoclásicos rodeados de prolijo verde, miren a ese hijo de granjeros pobres transplantado a aquella ciudadela. La universidad está en Missouri, pero eso no importa. La época (de 1913 a fines de los años 50) tampoco importa, porque ésta es una historia universal. Es decir, una historia ínfima: la vida de un hombre marcada por una decisión que tomó casi sin darse cuenta, y que le dará más desdichas que alegrías, más resignación que recompensas. Imaginen el arco de esa trayectoria discreta, anónima, a los ojos de los alumnos que lo ven pasar: un profesor desdichado en su matrimonio, que en un episodio misterioso perdió una interna con un colega, cuyo costo acepta pagar con resignación a lo largo de los años. Detrás de ese rumor que acompaña los pasos del profesor por el campus y por su época, Stoner cuenta la historia de la vida interior de su protagonista, y eso es lo que hace mágica esta novela. Kierkegaard decía que el problema de la vida es que se vive para adelante pero sólo se la entiende para atrás: pocas veces me he topado con una novela que lo transmita mejor. Para decirlo más francamente: hacía tiempo que un libro no me dejaba tantas veces sin aire, galvanizado de golpe por la emoción, mientras leía.
Se ha dicho que Stoner es un libro inolvidable porque encarna las mismas virtudes que predica: la vieja idea de que la literatura ayuda a entender la vida. Quizá por eso sus más ardientes defensores son lectores fanáticos: porque reviven a lo largo de su lectura las epifanías que tuvieron como lectores a lo largo de sus vidas. “Hay derrotas y victorias de la raza humana que no son militares y que no quedan registradas en los anales de la historia”, le dice al joven Stoner su tutor. Y de eso precisamente trata la novela: de esos pequeños momentos en que un rayo de sabiduría (a veces silenciosamente fulgurante, a veces ensordecedoramente doloroso) atraviesa la vida de su protagonista.
Stoner fue escrita por un profesor universitario casi igual de anónimo que el profesor Stoner: John Williams también era hijo de granjeros pobres y también padeció una acusación de un colega que tuvo consecuencias prolongadas en su carrera. Cuando publicó el libro, en 1965, tenía cuarenta y tres años, y no le cambió un milímetro la vida hasta que murió, jubilado de la enseñanza, en Fayetteville, Arkansas, en 1994. Cada tanto, algún lector ilustre de aquella primera edición convencía a una editorial de que la reimprimiera, y volvía a pasar lo mismo: se vendían unos pocos ejemplares y el libro volvía a perderse en el olvido tal como el profesor Stoner es olvidado por las sucesivas camadas de alumnos que pasan delante de él. Irving Howe intentó resucitarla en The New Republic en 1966, CP Snow hizo lo mismo desde el Financial Times de Londres en 1973 (“¿Por qué no es famosa esta novela?”), Dan Wakefield lo intentó en Ploughshares en 1981 y el irlandés John McGahern en la New York Review en 2003. Pero una y otra vez pasaba lo mismo.
Entonces la escritora francesa Anna Gavalda la tradujo a su idioma y remó por ella hasta llamar la atención de crítica y lectores de su país. El fenómeno cundió por los países de Europa y llegó a nuestras costas: una espléndida novela norteamericana que los norteamericanos no sabían apreciar. Cuando el gran escritor inglés Julian Barnes terminó de leerla, le preguntó a su colega Lorrie Moore al otro lado del Atlántico qué les pasaba a los escritores yanquis con Stoner. Moore le contestó: “A nosotros nos parece un librito adorable pero menor, muy bien escrito pero parecido a muchos otros, casi único en su tristeza pero en última instancia fallido”. Barnes comenta que esta interpretación quizá se deba a otro motivo: los personajes callados y estoicos como Stoner, en la literatura norteamericana (de Cheever a Carver), casi invariablemente se apoyan en el alcoholismo para sobrellevar sus desgracias, pero en Stoner no hay alcohol. Tampoco se menciona a Dios en ningún momento, y los norteamericanos no entienden la resistencia a la desgracia si no se apoya en una u otra de esas muletas.
Cuando dije que el autor de Stoner era profesor universitario igual que su personaje y, como él, hijo de granjeros pobres, me faltó agregar que armó su criatura de dos mitades: una era autobiográfica, pero la otra era biográfica. Williams tomó esa otra mitad de Stoner de un colega suyo de facultad llamado JV Cunningham. No sólo en su aspecto más obvio (Cunningham tuvo un largo matrimonio infeliz y una hija que también fue muy infeliz, tal como Stoner). Además, Cunningham fue un poeta poco prolífico: su Obra Completa, hecha de breves poemas que son casi epigramas y hoy reeditada y celebrada, no alcanza las 150 páginas. Cunningham supo decir, con la misma callada resignación de Stoner: “La brevedad es mi defecto”. El hallazgo de Williams fue imaginar un Cunningham que no hubiera escrito esos pequeños poemas; que sólo los tuviera embotellados sin saberlo dentro de sí mismo. Miren la foto que acompaña estas líneas: es la cara de JV Cunnigham, es la cara que imagino que veían los alumnos que se cruzaban con el profesor Stoner caminando por el campus.
JV Cunningham también supo declarar: “Si mi obra no es de este tiempo, es parte de la evidencia de lo que fueron estos tiempos”. Siete años después de publicar Stoner sin pena ni gloria, John Williams escribió una novela más, sobre Roma antigua (Augustus), que le hizo ganar el National Book Award a medias con John Barth, el celebrado novelista experimental mimado por la crítica. Fue su único momento de gloria pero prefirió no disfrutarlo en persona: no fue a la premiación, quizás anticipando el desvaído elogio que le dedicó el jurado a su novelita provinciana, tan a contrapelo de la estética imperante. Igual que cuando murió, en 1994, y las necrológicas de los diarios lo despidieron más como educador que como escritor. No importa: hoy por suerte sabemos lo que era en realidad.

miércoles, 16 de marzo de 2016

RESEÑA (by MB) de LOS BOSQUES DE MAINE de Henry David Thoreau en Las Inquilinas de Netherfield




Título original: The Maine woods
Autora: Henry David Thoreau
Editorial: Baile del Sol (colección DANDO PATA)

Páginas: 276
Traducción: Héctor Silva
Fecha publicación original: 1864
Fecha esta edición: 2014 (2ª edición)
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 22 euros
Diseño cubiertaRamón Buzón



Los bosques de Maine es uno de los relatos más tempranos y detallados del proceso de cambio en el Hinterland americano. Thoreau hace gala de una inmensa destreza al escribir sobre la naturaleza a través de su capacidad de observación y su compromiso de vivir conforme a ella.


"Uno no esperaba encontrar árboles tan "acicalados" en el bosque virgen, pero es evidente que allí estos incluso se preocupan por su aspecto cada mañana. Fue a través de tal jardín que entramos en aquella región salvaje"
Con este párrafo entramos en la exuberante floresta que Thoreau nos describe en su diario. Reseñar este libro es muy complicado, pues todas sus palabras, reflexiones, observaciones y análisis son singulares, llenos de originalidad y de agudeza, reveladores, ingeniosos, detallistas, brillantes... imposibles de sintetizar y abarcar en unas líneas. 

El gran Thoreau, mediante uno de sus diarios, nos hace partícipes de las tres excursiones que realizó entre los años 1846 y 1857 por los bosques de Maine, explorando la región nororiental estadounidense; en ellos describe sus montañas, lagos, ríos, fauna, flora, nativos, pobladores, cazadores, madereros... todo lo que sus observadores y agudos ojos alcanzaban a ver, todo está plasmado en las páginas de este diario (cabe recordar que el 80% del territorio de Maine está cubierto de bosque).
Leer a Thoreau es como una corriente de aire fresco: íntegro, comprometido e independiente, posee una enorme destreza al escribir sobre la naturaleza; todas sus reflexiones son y están llenas de sabiduría y luz, ofreciéndonos una lección de vida... Nos hacen entender el compromiso que debe tener el ser humano con la naturaleza que lo sustenta y lo necesaria que es la vida silvestre. Con ello llama la atención sobre algo que por desgracia no ha cambiado 150 años después: para los humanos, la naturaleza es una despensa inagotable; los humanos, por ser humanos, nos creemos con el privilegio de entrar y saquear, sin mirar hacia ningún lado, ni reparar en que lo que allí habita está vivo. En estos seres Thoreau descubre su alma; siente y llora por ellos: 
"Un pino talado, un pino muerto, no es más un pino, en el sentido en que el cadáver de un ser humano no es más un hombre"

La agudeza y observación del autor (hay que recordar que estamos hablando de mediados del siglo XIX) nos describe unos bosques primitivos, inexplorados, donde la naturaleza es salvaje y los bosques son frondosos... pero que allá por donde avanza el ser humano, este se dedica a desforestar, arrasar y cazar indiscriminadamente, solo porque quiere y puede hacerlo. Lo cierto es queThoreau nos anticipa lo que de alguna manera actualmente entendemos porecologismo:
"Quizá el alce se extinga algún día; ¡pero qué natural resultará entonces, cuando solo exista como reliquia fósil, e invisible como tal, que el poeta o el escultor inventen un animal fabuloso, con una cornamenta similar, ramificada y frondosa...!"

Censura lo que para algunos es pura adrenalina; uno de esos ejemplos lo tenemoscuando Thoureau estudia e inspecciona un alce muerto (abatido a tiros). Estas son sus conclusiones:
"Pero lo de cazar al alce meramente por la satisfacción de matarlo -ni siquiera por el cuero-, sin realizar ningún esfuerzo especial ni correr riesgo alguno, se parece demasiado a entrar por la noche al potrero de un vecino y ponerse a disparar contra sus caballos"

Tal y como comentaba anteriormente, eLos bosques de Maine se nos relatan concienzudamente las tres excursiones que nuestro "andariego" realizó  por el territorio del Penobscot.

La primera excursión, fechada el 31 de agosto de 1846, fue la subida al Ktaadn, que realizó acompañado de su primos, McCauslin, Fowler... y somos partícipes de ella de principio a fin; gracias a sus "ojos de topógrafo", como él mismo los describe, le acompañamos desde el inicio del viaje y los preparativos hasta el final del mismo. Navegaremos por aguas rápidas e intempestivas, escalaremos, comeremos... Gracias a su descripción detallada y minuciosa descubriremos los olores, sonidos y sabores de toda su experiencia.

La segunda excursión es la realizada por el lago Chesuncook, iniciada el 13 de septiembre de 1853; en ella conoceremos a su guía, Joe Aitteon, indio penobscot ehijo del gobernador tribal Neptuno. Con su diestra escritura, Thoreau nos va narrando la flora y fauna que va divisando, y como su curiosidad es infinita, a través de su guía conoceremos las costumbres de su pueblo, su lengua Abanaki...

La tercera y última excursión nos traslada a los lagos Allegash; está fechada el 20 de julio de 1857. Nuestro guía será Joe Polis (otro indio penobscot), y en ella ampliamos todos nuestros conocimientos sobre la floresta con las criaturas y plantas que la componen, así como los usos y costumbres de los indios penobscot (nativos de los bosques de Maine y por ello tan presentes a lo largo de todo el diario).

En definitiva, a lo largo de las tres excursiones descubriremos las ricas y frágiles fauna y flora de la floresta de Maine, donde nuestro autor no regala unas maravillosas descripciones y visiones impregnadas de una gran sensibilidad, gracias a los conocimientos y el buen juicio de los que da buena muestra este naturalista norteamericano.

Leer este diario ha sido una inyección de oxígeno. Thoreau era seguidor del movimiento filosófico, político y literario trascendentalista. Otros famososrepresentantes del movimiento fueron Ralph Waldo Emerson y Amos Bronson Alcott (padre de Louisa May Alcott, autora de Mujercitas). En él se proponía lo siguiente:
"una vía intuitiva basada en la capacidad de la conciencia individual, sin necesidad de milagros, jerarquías religiosas ni mediaciones"

En aquella época, todos estos amigos compartían sus diarios, continentes de sus vivencias y experiencias, inspiradas en la naturaleza con la que comulgaban. Gracias a esta edición, nosotros tenemos también el privilegio de poder disfrutarlas y descubrirlas, revelándonos algo que quizás debería resultar evidente: el ecologismo no es algo actual. Este autor se adelantó a estemovimiento hace ciento sesenta años.


Para concluir, debo destacar la edición tan bonita de Baile al Sol, perteneciente a la colección DANDO PATA. Me ha encantado el diseño de la cubiertacomo con la huella de un árbol forma otro árbol, así como la sencillez y elegancia del diseño de esta colección

Henry David Thoreau (Massachusetts, 1817-1862) fue agrimensor, naturalista, conferenciante y fabricante de lápices, además de ensayista y uno de los padres fundadores de la literatura estadounidense. Disidente nato, tan completamente convencido de la bondad de la naturaleza como para proclamar un «pensamiento salvaje», se le considera también un pionero de la ecología y de la ética ambientalista. Sin embargo, su auténtico empleo fue, según se ocupó de recordar, «inspector de ventiscas y diluvios».

Thoreau quiso experimentar la vida en la naturaleza, por lo que el 4 de julio de 1845, Día de la Independencia, se fue a vivir durante dos años a los bosques cercanos a Walden Pond. Abandonó la cabaña que él mismo construyó en septiembre de 1847 para volver a vivir con su familia. Su obra Walden, que relata su vida en los bosques, fue publicada en 1854. Años antes, en 1846, Thoreau se negó a pagar impuestos debido a su oposición a la guerra contra México y a la esclavitud en Estados Unidos, por lo que fue encarcelado. De este hecho nace su ensayo La desobediencia civil, pionero en sus propuestas relativas a la insurrección frente al Estado y la no violencia.
Miss Bingley

jueves, 10 de marzo de 2016

Bailando con Juan Miguel Contreras: "La idea de la novela es la soledad, esa es la última muñeca de la matrioska, a la que recubren todas las demás".



Baile del Sol.- La muñeca rusa es una novela en la que encontramos varias historias, unidas por circunstancias, que nos llevan de Rusia a Almería, pasando por Praga, ¿cómo surge esta peripecia?

Juan Miguel Contreras.- Pues como un puzle que tardé mucho en darme cuenta de que lo era. Tenía piezas sueltas, historias en las que trabajaba y que yo creía que no iban a ningún lado. También es cierto que estaba escribiendo en un momento difícil de mi vida, pero un día, coincidiendo con un cambio a mejor, me di cuenta de que juntas formaban algo… y que tenía, o podía tener algo, una historia. Almería, Rusia y Praga son tres ejes en mi vida, tres amores platónicos muy fértiles; lugares en los que, o bien nunca he estado físicamente, como en el caso de Rusia, o si he estado, ha sido como obnubilado turista accidental, como Praga. Luego está Almería, que he visitado pocas veces, pero siempre en circunstancias brumosas y algo sorprendentes. La primera vez que verbalicé la historia de La muñeca rusa a alguien, fue precisamente en la playa de Cabo de Gata. 

BdS.- Los personajes de La muñeca rusa no son seres corrientes, aunque lo puedan parecer. Todos tienen peculiaridades que los hacen muy interesantes para el lector. Háblanos un poco de ellos.

JMC.- Partiendo de la convicción de que nadie es corriente y de que sólo es cuestión de encontrar sus peculiaridades (más o menos literarias), los personajes de La muñeca rusa responden a varios juegos de espejos. Milos y el librero pueden parecer en principio opuestos, pero en el fondo creo que son la cara y la cruz de la misma moneda. Uno es un exiliado que ha tenido que reinventarse varias veces a lo largo de su vida nómada (basado en la vida del fotógrafo Josef Koudelka), y el otro es un librero enfermo que, a causa de su dolencia, no ha salido nunca de Almarga. Es alimentando su amistad como descubren que les unen más cosas de las que creen. La rusa, Irina, es el ideal, la musa y a la vez el castigo de Milos, es el juguete roto de la Historia. En el fondo es una versión de esa irrenunciable Penélope de la Odisea que es la vida de Milos. También están Pavel, Bohumil, y quizá también Praga y Almarga como personajes, que son los que definen a los protagonistas. Luego están Greta, la amante del librero, y el marchante Tristán, personajes que los enclavan a la realidad y a la vez les ayudan, cada uno a su manera, a relacionarse con ese mundo que no entienden. Finalmente estaría el cosmonauta, el padre de Irina, o el que ella dice que es su padre, como el origen y el fin de todo, la caja de la muñeca…

BdS.- El escritor checo Bohumil Hrabal tiene también una presencia intermitente en la novela, ¿por qué decidiste introducirlo en La muñeca rusa?

JMC.- Su presencia en la novela es totalmente natural; un día apareció y se quedó. No lo busqué. Nunca me hubiese atrevido intencionadamente. Al principio fui muy reticente a darle espacio, más por pudor que por otra cosa; su figura y su influencia en mi vida son muy grandes, pero no sólo encajaba en la novela y me daba pie a desarrollar ciertos aspectos de la trama, sino que además resultaba clave a la hora de cerrar la historia y darme un punto de fuga para terminarla. Confieso que mi admiración por Hrabal puede rozar la mitomanía, pero es que considero su obra y su vida como un referente imprescindible. En mi descargo diré que no soy el primero en convertir a Bohumil en personaje, aparte de sus cameos cinematográficos o de que él mismo, en su intento de “autobiografía” en Bodas en casa, se convirtió en uno al narrarlas desde el punto de vista de su mujer, los escritores Peter Esterhazy y Pawel Huelle ya lo habían hecho antes, y con resultados bastante mejores, desde luego.





BdS.- ¿Qué importancia ha tenido el proceso de documentación en la construcción de esta novela?

JMC.- Relativo, pues quizá visto desde fuera no haya sido lo profundo que hubiera debido ser, o al menos así lo veo yo ahora, después de tanto tiempo. Con respecto a la Carrera Espacial, he de decir que me documenté pero no demasiado, no era mi intención ser completamente riguroso; muchas páginas de esa parte se quedaron por el camino. Digamos que me limité a tener presente los acontecimientos, pero sin ceñirme a ellos. Indudablemente, todo lo que se cuenta con respecto a los cosmonautas perdidos, es ficción. Adecué lo que sucedió con lo que quería contar, y no al revés. Todo lo contrario que con la Primavera de Praga y Checoslovaquia, donde sí hube de documentarme, pues ahí necesitaba ser riguroso en cuanto a fechas y acontecimientos, sin olvidar que lo importante era la historia de Milos. Llegué a hacer un esquema bastante profuso de hechos, intentando no dar cosas por sabidas, pero tampoco pecar de didáctico. Fue un hándicap el endiablado idioma checo, sobre todo a la hora de conseguir información del sanatorio de Bohnice, cosa que resolví del mismo modo que con la carrera espacial, teniendo en cuenta que Irina era la protagonista de esa parte y que lo mismo daba si había diez o doce pabellones activos en 1968, o si había veinte o cuatro médicos. Teniendo claro eso, podía liberarme un poco de lo contrastable y trabajar a mi gusto, pero sin perder de vista en ningún momento que tenía que tener en cuenta ciertos hechos, me gustase o no, como, por ejemplo, qué película se estaba filmando en los estudios Barrandov en ese momento o que Jan Palach se inmoló en la plaza de San Wenceslao el 16 de enero de 1969 y el shock que provocó en la sociedad checa.

BdS.- Los libros también están muy presentes en La muñeca rusa; en general la literatura y el arte parecen cumplir la función de otorgar sentido a la existencia, ¿era esta tu intención?

JMC.- Respondería directamente que no, que no fue mi intención, aunque si lo pienso bien, he de decir que sí, que fue intencionado; de manera un tanto inconsciente quizá, pero totalmente intencionado. Esto entronca con la visión que yo, personalmente, tengo con respecto al acto, llamémosle, artístico, es decir, la literatura, la escultura, el cine, la pintura, el teatro y la música. Provengo de una familia trabajadora y en casa nunca hubo muchos libros y tampoco mucha curiosidad, digamos, cultural. Afortunadamente siempre hay excepciones, y un tío abuelo primero, y un primo mayor y una amiga de la adolescencia después, me lo descubrieron. Ese resquicio significó tanto para mí, que me es muy difícil explicarlo de manera coherente. Quizá sea exagerado decir que le dieron sentido a mi vida, pero desde luego forman parte muy importante. Para mí, tiene mucho significado recordar cómo la literatura y la música cambiaron totalmente mi vida, y es tan fácil como peligroso creer que lo que a ti te gusta es lo que debe ser. El truco está en no perder la perspectiva y asumir que la gente no tiene la misma visión de las cosas, y que eso no las inhabilita ni mucho menos. Partiendo de ahí, es lógico que, cuando escribo, los personajes crean en última instancia que sus vidas tengan que agarrarse con uñas y dientes a los libros, o la música, o a lo que sea, y que eso impregne el relato.


"Mi intención al escribir es explicarme cómo son los mecanismos de los personajes que imagino en relación al poder, la amistad y el amor".



BdS.- ¿Qué idea subyace en el interior de La muñeca rusa?

JMC.- Tomando distancia, creo que la idea es la soledad, esa es la última muñeca de la matrioska, la más pequeña, a la que guardan y recubren todas las demás. La soledad en sus distintas formas, provocada o decidida, y la lucha por dejar de sentirla.
Mi intención al escribir es explicarme cómo son los mecanismos de los personajes que imagino en relación al poder, la amistad y el amor. Quizá la trama de lo que escriba cambie de una novela a otra, pero me he dado cuenta de que, en el fondo, de único de lo que escribo es sobre eso.
  
BdS.- ¿Qué te gusta leer?

JMC.- Pregunta temida y temible donde las haya. Me gusta leer. Y me gusta leer cosas determinadas; tengo mis autores fetiche y a la vez sigo siendo muy compulsivo. Mi pasado librero me ha hecho ser bastante indiferente si leo algo que no me está gustando. Hay mucho que leer, y a veces no tengo la paciencia suficiente, mezclo y abandono cosas con demasiada facilidad. Tengo predilección por la literatura eslava. Acabo de descubrir a Roman Simic y Georgi Tenev, que me han dejado fascinado. Houellebecq y Emmanuel Carrére me parecen imprescindibles ahora mismo, y todo lo que escribe Jaime Gonzalo me parece igualmente irresistible y brutal. Lástima que la repercusión de este último sea tan subterránea. Patricio Pron y Eduardo Halfon, cada uno a su modo, están escribiendo cosas que me están encantando. Miljenko Jergovich es uno de los autores a los que siempre vuelvo. El trabajo que está haciendo Andrés Sorel en sus dos últimas novelas me parece increíble. Hay libros y autores que son como brújulas, estrellas que te ubican y que no quieres dejar de tener a la vista. Bolaño, claro. Tolstoi, Bulgakov, Roth (los dos), Miller, Yourcenar… Podría seguir hasta aburrir… y si contestara a esta pregunta en otro momento, sería totalmente distinta…
  
BdS.- ¿Trabajas actualmente en algún otro proyecto literario?


JMC.- Creo que acabo de terminar una novela, algo extensa quizá, y ahora mismo está reposando en la correspondiente carpeta del portátil, a la espera de darla por definitiva o no y ver qué puedo hacer con ella o a quién puede interesarle. Han sido más de tres años y ha sido agotador, pero estoy bastante contento con ella, aunque creo que me da miedo enfrentarme a ese momento clave, en que me diga, vale, acabada, ¿Y ahora? En estos momentos tengo la piel muy fina para enfrentarme yo solo a un nuevo aluvión de cartas de rechazo, otra vez… Quizá por eso ya estoy emborronando cosas para otra historia que lleva tiempo rondándome, sobre las vidas del traductor Salvador Bordoy Luque y su nieto Antonio Álvarez. Mientras tanto intento mantener con vida el blog y sigo inmerso en mi tozudez habitual de mandar artículos a revistas que, o no pagan o no aceptan colaboraciones, como una mosca intentando traspasar una ventana cerrada.


Puedes comprarlo con descuento AQUÍ